RELATOS DE VERANO
5
Axelle
1
.....No podría decirse que Axelle fuese una chica diez, a lo sumo, si de baremos morfológicos habláramos, algo a todas luces estúpido pero muy ilustrativo, diríamos que su palmito rondaría de forma genérica el seis, llegando a alcanzar el notable en alguna de sus partes, como la cara, por ejemplo, que era redonda, de piel tersa, frente ancha, ojos picarones de un verde grisáceo, naricilla graciosa y boca bien formada, de labios turgentes y dientes regulares que contribuían a hacer de su sonriente semblante un placer para la vista. O el culo, que, pese a ser algo entradita en carnes, mantenía unas nada desdeñables armoniosas proporciones: esférico, alto y prieto. Por lo demás, lucía media melena rubia, que ocasionalmente recogía atrás en una coleta alta, su cintura era estrecha contrastando con unas generosas caderas, que más allá se prolongaban por piernas de muslos generosos, rodillas anchas y pantorrillas finas. Concluiré su descripción física precisando que su estatura era inferior a la normal, apenas alcanzaba el metro sesenta, pero su actitud orgullosa la hacía aparentar más alta.
.....En cuanto a las señas que dejaban claro su carácter, añadiré que no calzaba nunca tacones altos, no se ponía ropa que pretendiera hacerla más bella de lo que era y no hacía dietas para nunca obtener una línea imposible, antes al contrario se jactaba de su inclinación hacia la gourmandise. Es decir que Axelle se aceptaba tal y como natura la hizo: una chica normalita, pero pizpireta, agradable, muy inteligente y alegre. Pero si algo destacaba en Axelle, ello era su postura ante la vida, su tendencia a mirar debajo de las faldas a las cosas por ver qué esconden verdaderamente. También poseía buen gusto y cultura enciclopédica (leer era su pasión, nunca disimulada). Huelga decir que nuestra protagonista fue una estupenda estudiante, además de polemista. Era habitual verla en todos los fregados reivindicativos en la facultad. Nunca perteneció a ningún partido, pese a que varios la pretendieron atraer a sus filas. Se declaraba anarca convencida (uno de sus escritores preferidos había acuñado el término: Enrst Jünger) y enarbolaba Eumeswil (precisamente la novela en la cual el longevo escritor germano utilizó por primera vez el neologismo para definir al anarquista emboscado, un anarquista refractario a los ismos y los istas) como si del libro rojo de Mao se tratase; aunque teniendo en cuenta que la ironía, y no pocas veces el cinismo, era su modo habitual de expresión, una tal declaración de intenciones bien pudiera esconder un brindis al sol.
.....Otrosí, Axelle, tenía en los ámbitos académicos una bien merecida fama de fille terrible, pues era conocido su interés y su preferencia por los escritores y artistas malditos, hasta el punto de estar considerada una especialista del malditismo. Ya fueran los más clásicos, como Heráclito el Oscuro, o Diógenes el Cínico; ya los renacentistas Giulio Romano –pintor– o Marco Antonio Raimondi –grabador–, o Pietro Aretino, el poeta que glosara los dibujos y grabados de los dos anteriores, obras de explícito contenido sexual; ya los misteriosos Hyeronimus Bosch o William Blake; ya los galantes François Boucher o, sobre todo, Donatien Alphonse François de Sade, el célebre Marqués libertino; así como Céline, Baudelaire, Verlaine, Artaud, Rimbaud; o, los más recientes Bataille, Leiris, Henry Miller, Anís Nin, o los malditos entre los malditos: Passolini y Charles Bukowski. Era cosa de ver, cómo una criatura tan aparentemente dulce podía hablar con la propiedad y el desparpajo con que lo hacía de todos estos –y otros muchos– hombres al margen de lo convencional o políticamente (culturalmente) correcto. Su dominio del asunto era pasmoso, y consecuentemente su presencia era solicitada urbi et orbi en jornadas y simposios cuyo tema central tuviera que ver, de una u otra forma, desde una u otra perspectiva artística, con los marginales de la cultura de todos los tiempos.
.....Recién licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Salamanca, y, más recientemente aún, doctorada por la Sorbona de Paris, a sus veintiséis años, Axelle se encontraba en el zenit de su vida personal, cuando todo, de repente, dio un extraño giro.
.....Antes de acometer la aventura que supuso para Axelle el giro extraño de su todo, me parece adecuado detenerme durante un párrafo a informar debidamente de por qué una chica española pueda ostentar nombre tan poco hispano. La explicación hay que buscarla varios siglos atrás, tantos como cuatro, en que un comerciante de lana de Medina del Campo (en aquel tiempo ya decaída, la antes famosa Villa de Ferias, como centro económico de Castilla), de viaje de negocios a Brujas, se enamoró de la hija de un contratista de paños de aquella ciudad, con la quien casaría, sirviéndole el enlace, además, para ampliar unos horizontes comerciales que en su tierra castellana menguaban cada vez más. Fue el inicio del linaje Bragado-Lombaerts (desde entonces se decidió hacer de los dos apellidos uno solo), que se mantendría más o menos puro, por línea masculina, hasta llegar al padre de Axelle, Carlos Bragado-Lombaerts, y ello pese a las muchas idas y venidas de Flandes a España, de España a Bélgica, de Bélgica al Congo y del Congo, ya a finales del siglo XIX, volver a España, de donde sólo saldrían con ocasión de la Guerra Civil (pues el abuelo de Carlos, Axel, era un notorio agitador filo-comunista, que acabaría enrolándose en la resistencia francesa desde sus más tempranas horas). Carlos Bragado-Lombaerts nacería ya en Madrid, en la castiza calle Mayor, ya que sus padres volvieron a España con el boom de finales de los sesenta. A través de las centurias nunca se movieron muy lejos del negocio de los paños, los tejidos y la moda (Carlos era diseñador, con fábrica propia). Así que ya podemos imaginar que Axelle le debía el nombre a su bisabuelo, el agitador y resistente. Fue el pequeño homenaje que Carlos le dedicara a la figura familiar, tan emblemática en su niñez y adolescencia (cuyas aventuras destiló uno y mil veces hasta guardar en los más recóndito de su inconsciente la más pura esencia del compromiso llevado hasta las últimas consecuencias). La madre de Axelle, para variar, era belga, profesora de filología moderna en la Universidad Complutense.
.....En cuanto a las señas que dejaban claro su carácter, añadiré que no calzaba nunca tacones altos, no se ponía ropa que pretendiera hacerla más bella de lo que era y no hacía dietas para nunca obtener una línea imposible, antes al contrario se jactaba de su inclinación hacia la gourmandise. Es decir que Axelle se aceptaba tal y como natura la hizo: una chica normalita, pero pizpireta, agradable, muy inteligente y alegre. Pero si algo destacaba en Axelle, ello era su postura ante la vida, su tendencia a mirar debajo de las faldas a las cosas por ver qué esconden verdaderamente. También poseía buen gusto y cultura enciclopédica (leer era su pasión, nunca disimulada). Huelga decir que nuestra protagonista fue una estupenda estudiante, además de polemista. Era habitual verla en todos los fregados reivindicativos en la facultad. Nunca perteneció a ningún partido, pese a que varios la pretendieron atraer a sus filas. Se declaraba anarca convencida (uno de sus escritores preferidos había acuñado el término: Enrst Jünger) y enarbolaba Eumeswil (precisamente la novela en la cual el longevo escritor germano utilizó por primera vez el neologismo para definir al anarquista emboscado, un anarquista refractario a los ismos y los istas) como si del libro rojo de Mao se tratase; aunque teniendo en cuenta que la ironía, y no pocas veces el cinismo, era su modo habitual de expresión, una tal declaración de intenciones bien pudiera esconder un brindis al sol.
.....Otrosí, Axelle, tenía en los ámbitos académicos una bien merecida fama de fille terrible, pues era conocido su interés y su preferencia por los escritores y artistas malditos, hasta el punto de estar considerada una especialista del malditismo. Ya fueran los más clásicos, como Heráclito el Oscuro, o Diógenes el Cínico; ya los renacentistas Giulio Romano –pintor– o Marco Antonio Raimondi –grabador–, o Pietro Aretino, el poeta que glosara los dibujos y grabados de los dos anteriores, obras de explícito contenido sexual; ya los misteriosos Hyeronimus Bosch o William Blake; ya los galantes François Boucher o, sobre todo, Donatien Alphonse François de Sade, el célebre Marqués libertino; así como Céline, Baudelaire, Verlaine, Artaud, Rimbaud; o, los más recientes Bataille, Leiris, Henry Miller, Anís Nin, o los malditos entre los malditos: Passolini y Charles Bukowski. Era cosa de ver, cómo una criatura tan aparentemente dulce podía hablar con la propiedad y el desparpajo con que lo hacía de todos estos –y otros muchos– hombres al margen de lo convencional o políticamente (culturalmente) correcto. Su dominio del asunto era pasmoso, y consecuentemente su presencia era solicitada urbi et orbi en jornadas y simposios cuyo tema central tuviera que ver, de una u otra forma, desde una u otra perspectiva artística, con los marginales de la cultura de todos los tiempos.
.....Recién licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Salamanca, y, más recientemente aún, doctorada por la Sorbona de Paris, a sus veintiséis años, Axelle se encontraba en el zenit de su vida personal, cuando todo, de repente, dio un extraño giro.
.....Antes de acometer la aventura que supuso para Axelle el giro extraño de su todo, me parece adecuado detenerme durante un párrafo a informar debidamente de por qué una chica española pueda ostentar nombre tan poco hispano. La explicación hay que buscarla varios siglos atrás, tantos como cuatro, en que un comerciante de lana de Medina del Campo (en aquel tiempo ya decaída, la antes famosa Villa de Ferias, como centro económico de Castilla), de viaje de negocios a Brujas, se enamoró de la hija de un contratista de paños de aquella ciudad, con la quien casaría, sirviéndole el enlace, además, para ampliar unos horizontes comerciales que en su tierra castellana menguaban cada vez más. Fue el inicio del linaje Bragado-Lombaerts (desde entonces se decidió hacer de los dos apellidos uno solo), que se mantendría más o menos puro, por línea masculina, hasta llegar al padre de Axelle, Carlos Bragado-Lombaerts, y ello pese a las muchas idas y venidas de Flandes a España, de España a Bélgica, de Bélgica al Congo y del Congo, ya a finales del siglo XIX, volver a España, de donde sólo saldrían con ocasión de la Guerra Civil (pues el abuelo de Carlos, Axel, era un notorio agitador filo-comunista, que acabaría enrolándose en la resistencia francesa desde sus más tempranas horas). Carlos Bragado-Lombaerts nacería ya en Madrid, en la castiza calle Mayor, ya que sus padres volvieron a España con el boom de finales de los sesenta. A través de las centurias nunca se movieron muy lejos del negocio de los paños, los tejidos y la moda (Carlos era diseñador, con fábrica propia). Así que ya podemos imaginar que Axelle le debía el nombre a su bisabuelo, el agitador y resistente. Fue el pequeño homenaje que Carlos le dedicara a la figura familiar, tan emblemática en su niñez y adolescencia (cuyas aventuras destiló uno y mil veces hasta guardar en los más recóndito de su inconsciente la más pura esencia del compromiso llevado hasta las últimas consecuencias). La madre de Axelle, para variar, era belga, profesora de filología moderna en la Universidad Complutense.
.....Ahora ya podemos retomar el asunto donde lo dejamos...
.....Decíamos que si bien Axelle no poseía un cuerpo diez, sí era resultón, porque su carácter lo hacía resultar. Porque lo que de verdad, en su caso, hacía que todo su ser irradiara un intenso y paradójico brillo, era esa naturalidad y desparpajo con que se manifestaba y trataba temas que a la mayoría de las mujeres –y a no pocos hombres, más allá de la socarronería propia de los conciliábulos singles– sonrojaría siquiera comentar en privado. Para Axelle, la palabra y el concepto tabú poseía el poder de atracción de un imán, y allí donde la detectaba se dirigía irremediable y decididamente hacia la fuente desde la cual surgiera. Decir tabú a Axelle era como mostrarle la pañosa al toro de lidia: arremetía contra el objeto nimbado de tal acepción y lo buscaba las vueltas... hasta que se las encontraba; lo que significaba tal revolcón que acababa por dejarlo desnudo, las vergüenzas al aire para escarnio del respetable. Esta singularidad atemorizaba no poco a los miembros del sexo masculino (sobre todo a los machistas, por más que lo disimularan de desinterés), y atraía inevitablemente a los del sexo femenino próximos a las posiciones más feministas. Pero también, aunque en menor medida, atraía a cierto tipo de hombres, de espíritu sátiro y alma salaz, a quienes Axelle les resultaba atractivísima y deseable. Lo mismo que, por otro lado, provocaba el rechazo de las damas bienpensantes y mojigatas, carne de misa de doce los domingos y de procesión con mantilla en Semana Santa.
.....Pues bien, ocurrió que a uno de estos sátiros de espíritu y salaces de alma, se le metió entre ceja y ceja (o entre pierna y pierna) obtener los favores de tan atractiva y sugerente ninfa, así fuera por las bravas, que es lo que acabaría ocurriendo, pues le motivaba más robarle el placer que simplemente compartirlo de forma amigable. Él creía que el placer robado, a un alma como la de Axelle (tan inclinada a la sexualidad sin trampa ni cartón , sin tapujos y sin tabúes), le produciría mayor satisfacción aún, pues a lo lascivo se uniría el interdicto de la dejación de voluntad, del sometimiento al juego según las reglas del otro, un otro cuyo fin único y exclusivo no era violentar, no era el mero dominio, sino complacer yendo a buscar los medios a las sentinas del alma, a los cuartos trasteros, a los sotabancos, donde uno deposita sus más inconfesables fantasías. Y eso no para que resulte plenamente eficaz no puede hacer de forma voluntaria, pues uno siempre, aunque no quiera, se impone algún tipo de censura, alguna cortapisa, alguna reserva. Sólo desde la posición en qeu uno se siente liberado de la responsabilidad, puede abandonarse totalmente al objetivo que, en realidad, busca al generar esas fantasías: la más absoluta y orgásmica satisfacción, el éxtasis sensual del alma, la integración del espíritu al seno común, saltando sobre el yo limitante, para regocijarse en la plenitud del puro goce. Por el cuerpo, la sensación y la integración de lo consciente y lo inconsciente, hacia Dios, se decía indubitablemente convencido. Si alguien podía comprender esta libertina visión del ser humano, de su sexualidad, esa era Axelle, pensaba el sátiro salaz.
....Para hacerse una idea de lo que le aconteció a Axelle, bueno sería rescatar de la memoria dos novelas, dos guiones, dos films: El coleccionista (John Fowles, 1963), llevada al cine por William Wyler (19659); e Histoire d'O (novela escrita en 1954 por Pauline Réage, seudónimo de Dominique Aury), realización fílmica francesa de 1975, dirigida por Just Jaecquin. Salvadas las distancias cualitativas de uno (magnífico) y otro (más bien regular), el hecho de reunirlas en un mismo espacio, para lo que nos traemos entre manos, es de lo más oportuno. Claro que... existen diferencias de grado y de naturaleza entre lo que en aquellas recreaciones ficticias se cuenta y lo que le sucediera a nuestra no menos ficticia heroína, pero, en esencia, uniendo estas dos historias se tendrá ante sí un escenario muy aproximado. En cuanto a El coleccionista: del impagable (sobre todo aquí) Terence Stamp sería un trasunto nuestro sátiro salaz (solo que nada tímido y retraído, antes al contrario); y de una Samantha Eggar divina como una ensoñación (poco que ver con nuestra normalita heroína), nuestra Axelle.
.....Por lo que respecta a la versión cinematográfica de Histoire d'O, interpretada por la bella Corinne Clery, abstracción hecha de que en la novela –y el film– las aventuras de la protagonista son aceptadas voluntariamente, su contenido temático estaría más cercana a nuestro caso, pudiendo tener el lector un enfoque más ajustado a lo sucedido en nuestro relato, si bien existen algunas importantes diferencias, sobre todo las que tienen que ver con ciertas actitudes rayanas en lo humillante (ya que las intenciones de nuestro sátiro salaz no sólo no eran esas, sino que sus pretensiones eran diametralmente opuestas) y en la intervención de otros personajes aparte de los principales (Corinne Clery-Axelle y Udo Kier-el sátiro salaz).
.....En suma, aquel que disponga en la nave de guarda de su memoria de ambas referencias, y, mezclándolas, sea capaz de recrear un sincrético blended, por seguro degustará un licor semejante al que aquí se destilará. Si acaso, éste, al ser elaborado en alambique artesano, tendrá un sabor menos sofisticado y más casero, aunque no menos complejo, ya que aquí se podrá paladear más profundamente el alma de los protagonistas, sus sentimientos más íntimos y turbadores, sus reacciones más insospechadas.
.....Decíamos que si bien Axelle no poseía un cuerpo diez, sí era resultón, porque su carácter lo hacía resultar. Porque lo que de verdad, en su caso, hacía que todo su ser irradiara un intenso y paradójico brillo, era esa naturalidad y desparpajo con que se manifestaba y trataba temas que a la mayoría de las mujeres –y a no pocos hombres, más allá de la socarronería propia de los conciliábulos singles– sonrojaría siquiera comentar en privado. Para Axelle, la palabra y el concepto tabú poseía el poder de atracción de un imán, y allí donde la detectaba se dirigía irremediable y decididamente hacia la fuente desde la cual surgiera. Decir tabú a Axelle era como mostrarle la pañosa al toro de lidia: arremetía contra el objeto nimbado de tal acepción y lo buscaba las vueltas... hasta que se las encontraba; lo que significaba tal revolcón que acababa por dejarlo desnudo, las vergüenzas al aire para escarnio del respetable. Esta singularidad atemorizaba no poco a los miembros del sexo masculino (sobre todo a los machistas, por más que lo disimularan de desinterés), y atraía inevitablemente a los del sexo femenino próximos a las posiciones más feministas. Pero también, aunque en menor medida, atraía a cierto tipo de hombres, de espíritu sátiro y alma salaz, a quienes Axelle les resultaba atractivísima y deseable. Lo mismo que, por otro lado, provocaba el rechazo de las damas bienpensantes y mojigatas, carne de misa de doce los domingos y de procesión con mantilla en Semana Santa.
.....Pues bien, ocurrió que a uno de estos sátiros de espíritu y salaces de alma, se le metió entre ceja y ceja (o entre pierna y pierna) obtener los favores de tan atractiva y sugerente ninfa, así fuera por las bravas, que es lo que acabaría ocurriendo, pues le motivaba más robarle el placer que simplemente compartirlo de forma amigable. Él creía que el placer robado, a un alma como la de Axelle (tan inclinada a la sexualidad sin trampa ni cartón , sin tapujos y sin tabúes), le produciría mayor satisfacción aún, pues a lo lascivo se uniría el interdicto de la dejación de voluntad, del sometimiento al juego según las reglas del otro, un otro cuyo fin único y exclusivo no era violentar, no era el mero dominio, sino complacer yendo a buscar los medios a las sentinas del alma, a los cuartos trasteros, a los sotabancos, donde uno deposita sus más inconfesables fantasías. Y eso no para que resulte plenamente eficaz no puede hacer de forma voluntaria, pues uno siempre, aunque no quiera, se impone algún tipo de censura, alguna cortapisa, alguna reserva. Sólo desde la posición en qeu uno se siente liberado de la responsabilidad, puede abandonarse totalmente al objetivo que, en realidad, busca al generar esas fantasías: la más absoluta y orgásmica satisfacción, el éxtasis sensual del alma, la integración del espíritu al seno común, saltando sobre el yo limitante, para regocijarse en la plenitud del puro goce. Por el cuerpo, la sensación y la integración de lo consciente y lo inconsciente, hacia Dios, se decía indubitablemente convencido. Si alguien podía comprender esta libertina visión del ser humano, de su sexualidad, esa era Axelle, pensaba el sátiro salaz.
....Para hacerse una idea de lo que le aconteció a Axelle, bueno sería rescatar de la memoria dos novelas, dos guiones, dos films: El coleccionista (John Fowles, 1963), llevada al cine por William Wyler (19659); e Histoire d'O (novela escrita en 1954 por Pauline Réage, seudónimo de Dominique Aury), realización fílmica francesa de 1975, dirigida por Just Jaecquin. Salvadas las distancias cualitativas de uno (magnífico) y otro (más bien regular), el hecho de reunirlas en un mismo espacio, para lo que nos traemos entre manos, es de lo más oportuno. Claro que... existen diferencias de grado y de naturaleza entre lo que en aquellas recreaciones ficticias se cuenta y lo que le sucediera a nuestra no menos ficticia heroína, pero, en esencia, uniendo estas dos historias se tendrá ante sí un escenario muy aproximado. En cuanto a El coleccionista: del impagable (sobre todo aquí) Terence Stamp sería un trasunto nuestro sátiro salaz (solo que nada tímido y retraído, antes al contrario); y de una Samantha Eggar divina como una ensoñación (poco que ver con nuestra normalita heroína), nuestra Axelle.
.....Por lo que respecta a la versión cinematográfica de Histoire d'O, interpretada por la bella Corinne Clery, abstracción hecha de que en la novela –y el film– las aventuras de la protagonista son aceptadas voluntariamente, su contenido temático estaría más cercana a nuestro caso, pudiendo tener el lector un enfoque más ajustado a lo sucedido en nuestro relato, si bien existen algunas importantes diferencias, sobre todo las que tienen que ver con ciertas actitudes rayanas en lo humillante (ya que las intenciones de nuestro sátiro salaz no sólo no eran esas, sino que sus pretensiones eran diametralmente opuestas) y en la intervención de otros personajes aparte de los principales (Corinne Clery-Axelle y Udo Kier-el sátiro salaz).
.....En suma, aquel que disponga en la nave de guarda de su memoria de ambas referencias, y, mezclándolas, sea capaz de recrear un sincrético blended, por seguro degustará un licor semejante al que aquí se destilará. Si acaso, éste, al ser elaborado en alambique artesano, tendrá un sabor menos sofisticado y más casero, aunque no menos complejo, ya que aquí se podrá paladear más profundamente el alma de los protagonistas, sus sentimientos más íntimos y turbadores, sus reacciones más insospechadas.
2
.....Alfonso Salazar –Sito para los allegados– era un muchacho apenas tres años más joven que Axelle. Fue cuando estaba a punto de licenciarse, con todos los honores, en Biblioteconomía (carrera que decidió seguir cuando, aún siendo un adolescente, supo que dos de sus autores preferidos, el argentino Jorge Luis Borges y el francés Georges Bataille, fueron bibliotecarios en sus respectivas Bibliotecas Nacionales –Buenos Aires y París) cuando escuchó por primera vez a aquella mujer joven y sin complejos, dirigiendo un seminario sobre Bataille y su Histoire de l'oeil (escrito bajo el seudónimo Lord Auch), obra tan vilipendiada como mal comprendida, en unas jornadas sobre Transgresión y Transgresores: de las bondades del malditismo. Tachada de forma simplista y cateta como una obra pornográfica, La Historia del ojo (del culo), encierra y abarca todo un tratado filosófico, antropológico (el mismo Bataille era antropólogo) y sociológico. Al estilo del Sade más conspicuamente intelectual, utiliza en él Bataille el erotismo y la sensualidad para escudriñar e indagar en lo más oscuro del alma humana. Sólo que en labios de Axelle, aquella pretendida oscuridad se mostraba luminosa, diáfana, como una verdadera lámpara de Diógenes en su exposición. Alfonso Salazar quedó cautivado por aquella chica (porque parecía una pipiola más joven que él) que no destacaría por un físico especialmente atractivo, pero que irradiaba naturalidad, franqueza y ausencia de vergüenza o prejuicios en temas tan delicados como los que ella desplegaba con tanta soltura y dominio. Su figura de chica corriente, a medida que avanzaba la conferencia, fue cobrando más y más esplendor, como si se transformara antes sus ojos: Cenicienta haciéndose gradualmente Princesa mediante el conjuro de su voz y el embrujo de sus ideas.
.....Ya entonces, Alfonso Salazar, se propuso conocerla. Ya entonces Alfonso Salazar sabía que llegaría a tener una relación con ella (aunque aún de manera difusa, sin concretar forma ni modo; como una intuición rellena de anhelo). Desde aquel día procuró seguir cuantas intervenciones realizara Axelle Bragado-Lombaerts, y asistir a las que le fuera posible. Ella, por su parte, no reparó en él hasta bastante después, cuando se dio cuenta que aquel joven rubio, guapo, con aspecto de Alan Ladd (y poco más alto que él) le resultaba familiar. En la siguiente ocasión que volvió a verlo, reparó que la familiaridad se debía a haberlo visto varias veces ya sentado entre los asistentes a sus lecciones. A partir de esta revelación, en las subsiguientes ocasiones, Axelle lo buscaba inconscientemente. Unas veces aparecía y otra no; pero comenzó a tener la convicción de que aquel tipo (tan atractivo) estaba estableciendo algún tipo de relación con ella, quizás platónica, pero relación al fin y al cabo. Es comprensible que nuestra heroína comenzara a hacer todo tipo de especulaciones. Hasta comenzó a poblar ocasionalmente sus sueños. ¿Se trataría de uno de esos tipos raritos, tímidos y sin agallas, que se limitan a mirar y escuchar obsesivamente para después, en la soledad de su cuarto, fantasear con el objeto de su adoración mientras se alivia? No, no lo creía. Algo en su forma de mirar (sin complejos, sin timidez y hasta con descaro) le decía que no era ese tipo de sujeto. Pero ¿entonces? ¿Por qué no la abordaba de una vez? ¿Por qué no se dirigía a ella para comentar, para preguntar, para observar, para criticar o halagar, aunque solo fuese? ¿No se decidiría nunca?
.....Lejos andaba Axelle de suponer que la actitud de Alfonso Salazar era premeditada. Él buscaba, precisamente, el efecto que estaba provocando: el interés, la curiosidad, la especulación... el puente emocional, en una palabra, por donde pudiera él cruzar después hasta ella. En realidad la postura de Alfonso Salazar no era sino un cebo, un cebo que la presa estaba mordiendo sin enterarse de que lo era.
.....Para cuando Alfonso Salazar definió su forma y su modo de abordar la cuestión Axelle (un año después de haberla escuchado por primera vez), él ya estaba trabajando en la Biblioteca Nacional, se había independizado de la familia y vivía en un chalecito discreto de una urbanización, ya vetusta, en el término de El Escorial. Se trataba de una vivienda unifamiliar de dos pisos, buhardilla y sótano, con una pequeña parcela cubierta de vegetación feraz, enclavada en un lugar vecino de lo agreste y poco frecuentado, salvo por los escasos vecinos. De lunes a viernes se desplazaba a Madrid a trabajar. Los fines de semana los pasaba en casa, saliendo a la sierra o de viaje (entre otros motivos, para seguir a Axelle, allí donde diera uno de sus imperdibles seminarios).
.....Vísperas de Semana Santa son buenas fechas para la realización de todo tipo de actividades complementarias en la Universidad y los Colegios Mayores: jornadas, simposios, congresos, etc. Axelle iba a realizar una conferencia a primeros de abril, precisamente en el Palacio que construyera Felipe II, dentro de unas Jornadas de la Facultad de Sociología sobre el Marqués de Sade y Casanova: concomitancias y disparidades. La delgada Línea Roja de la violencia de género. Ésa sería la ocasión; la forma, sería el rapto; el modo, el engaño disfrazado, la esperanza agazapada tras la sombra del deseo. Trazaría un meticuloso plan para poder llevarla, de incógnito al chalet. Allí, en el sótano, tendría lugar la ceremonia de iniciación; para lo cual lo preparó adecuada y concienzudamente, en base a un guión más o menos concreto y concretado, en el que se dejaba lugar para la improvisación, atendiendo al desarrollo del programa.
.....Allí estaba otra vez aquel fiel seguidor (localizó Axelle a Alfonso Salazar entre los asistentes que abarrotaban el salón donde se celebraba su conferencia). En todo momento, a lo largo de la misma, si bien paseaba la mirada por todo el auditorio, dos de cada tres veces terminaba por fijarla en él; como si, en realidad, estuviera dictándola para él, como si no le importara otra cosa que sus reacciones, las más mínimas modificaciones de su semblante; intentaba detectar en sus movimientos o en su quietud el más leve gesto que indicara una reacción a su discurso. Sus miradas, a fuerza de cruzarse, se podría decir que gozaban en ese momento de una relación de familiaridad, ya eran cómplices incluso antes de que sus propietarios se conociesen formalmente.
.....Al terminar la disertación, que fue largamente ovacionada, la mayoría del público asistente (sobre todo estudiantes y personal académico, aunque también curiosos y algún que otro despistado creyendo asistir a una charla sobre cine o literatura) abandonaba la sala, no así un grupo variopinto que se acercó a Axelle para saludarla o departir o precisar alguna de sus ideas expuestas instantes antes. Cuando este pequeño grupo también se disolvió, nuestra conferenciante observó que Alan Ladd seguía en su asiento, mirándola. Recogió sus cosas (un incipiente nerviosismo delataba en ella la premonición de que al fin se acercaba el momento de conocer a su anónimo admirador; nada deseaba más en el mundo, en ese momento, que éste no fuera un lunático... o algo peor. El ver junto la puerta a un guarda jurado, esperando a que se vaciase el salón, la tranquilizó a este respecto).
.....Mi nombre es Alfonso, Alfonso Salazar; dijo éste, tendiendo la mano. Axelle oyó con satisfacción aquella bella, segura y bien timbrada voz de barítono, y le tendió la mano a su vez para corresponder al saludo. La mano de Alfonso le pareció grande para su tamaño, una mano fuerte, de dedos algo alargados y huesudos, pero bien moldeados; una mano bonita, en resumidas cuentas. Me preguntaba, le propuso Alfonso, si se atrevería a dejarse invitar a cenar. Axelle le respondió que lo sentía mucho pero que ya había hecho planes para esa noche. ¿Entonces, mañana a comer? repuso el joven de las manos bonitas con absoluta confianza y una sonrisa imposible de defraudar. Bien, de acuerdo. No suelo responder positivamente a una demanda de este tipo a alguien que recién conozco –observó, la joven–, pero... Pero, sientes que no nos acabamos de conocer ¿verdad? (con qué seguridad parecía manifestarse aquel hombre, pensó, Axelle; lo que le agradaba sobremanera, rodeada, como siempre estaba, por hombres intimidados). En realidad, y bien mirado, eso es verdad, nos conocemos ya desde hace varios meses. Un año, le precisó Alfonso. Exactamente once meses y unos días. Te escuché por primera vez en Mayo pasado, en la Complutense, en un seminario sobre Georges Bataille, quien por cierto es referente para mí. Y para mí, contestó, una cada vez más cómoda Axelle. Entonces no sabía que tú estabas allí, no sabía que... ¿Te seguiría?, le interumpio Alfonso, ¿que captarías mi atención e interés? No, ni yo tampoco lo sabía, hasta ese mismo día, hasta escucharte. ¿O sea que fue amor a primera vista?, dijo Axelle riéndose. Efectivamente, dijo él, seductor, lo fue (y su más luminosa sonrisa floreció en su cara; era el golpe maestro final; con él pretendía –y consiguió– despejar cualquier duda o prevención por parte de la chica). Aquella sonrisa no parecía posible poder anunciar nada malo (se olvidó, o estaba ya demasiado interesada, que el ángel caído suele subyugar con sonrisas como ésa). Hasta mañana pues, ¿a las dos de la tarde te parece bien?, dijo Alfonso. Me parece bien. ¿Dónde me llevarás?, preguntó más inconscientemente que por curiosidad. Es un secreto, contestó sonriendo Alfonso. Hasta mañana pues, dijo ella mirándole fijamente (como si ese detalle misterioso hiciera surgir de algún sitio en su interior, quizás ese sexto sentido femenino, la sombra de una duda. Pero la mirada y la sonrisa de aquel hombre parecían demasiado francas para esconder nada inconveniente o peligroso; además su corazón no quería creer en ello, no quería admitir nada que diera al traste con lo que ya daba por hecho: una aventura interesante y, sobre todo, deseada.
.....Lejos andaba Axelle de suponer que la actitud de Alfonso Salazar era premeditada. Él buscaba, precisamente, el efecto que estaba provocando: el interés, la curiosidad, la especulación... el puente emocional, en una palabra, por donde pudiera él cruzar después hasta ella. En realidad la postura de Alfonso Salazar no era sino un cebo, un cebo que la presa estaba mordiendo sin enterarse de que lo era.
.....Para cuando Alfonso Salazar definió su forma y su modo de abordar la cuestión Axelle (un año después de haberla escuchado por primera vez), él ya estaba trabajando en la Biblioteca Nacional, se había independizado de la familia y vivía en un chalecito discreto de una urbanización, ya vetusta, en el término de El Escorial. Se trataba de una vivienda unifamiliar de dos pisos, buhardilla y sótano, con una pequeña parcela cubierta de vegetación feraz, enclavada en un lugar vecino de lo agreste y poco frecuentado, salvo por los escasos vecinos. De lunes a viernes se desplazaba a Madrid a trabajar. Los fines de semana los pasaba en casa, saliendo a la sierra o de viaje (entre otros motivos, para seguir a Axelle, allí donde diera uno de sus imperdibles seminarios).
.....Vísperas de Semana Santa son buenas fechas para la realización de todo tipo de actividades complementarias en la Universidad y los Colegios Mayores: jornadas, simposios, congresos, etc. Axelle iba a realizar una conferencia a primeros de abril, precisamente en el Palacio que construyera Felipe II, dentro de unas Jornadas de la Facultad de Sociología sobre el Marqués de Sade y Casanova: concomitancias y disparidades. La delgada Línea Roja de la violencia de género. Ésa sería la ocasión; la forma, sería el rapto; el modo, el engaño disfrazado, la esperanza agazapada tras la sombra del deseo. Trazaría un meticuloso plan para poder llevarla, de incógnito al chalet. Allí, en el sótano, tendría lugar la ceremonia de iniciación; para lo cual lo preparó adecuada y concienzudamente, en base a un guión más o menos concreto y concretado, en el que se dejaba lugar para la improvisación, atendiendo al desarrollo del programa.
.....Allí estaba otra vez aquel fiel seguidor (localizó Axelle a Alfonso Salazar entre los asistentes que abarrotaban el salón donde se celebraba su conferencia). En todo momento, a lo largo de la misma, si bien paseaba la mirada por todo el auditorio, dos de cada tres veces terminaba por fijarla en él; como si, en realidad, estuviera dictándola para él, como si no le importara otra cosa que sus reacciones, las más mínimas modificaciones de su semblante; intentaba detectar en sus movimientos o en su quietud el más leve gesto que indicara una reacción a su discurso. Sus miradas, a fuerza de cruzarse, se podría decir que gozaban en ese momento de una relación de familiaridad, ya eran cómplices incluso antes de que sus propietarios se conociesen formalmente.
.....Al terminar la disertación, que fue largamente ovacionada, la mayoría del público asistente (sobre todo estudiantes y personal académico, aunque también curiosos y algún que otro despistado creyendo asistir a una charla sobre cine o literatura) abandonaba la sala, no así un grupo variopinto que se acercó a Axelle para saludarla o departir o precisar alguna de sus ideas expuestas instantes antes. Cuando este pequeño grupo también se disolvió, nuestra conferenciante observó que Alan Ladd seguía en su asiento, mirándola. Recogió sus cosas (un incipiente nerviosismo delataba en ella la premonición de que al fin se acercaba el momento de conocer a su anónimo admirador; nada deseaba más en el mundo, en ese momento, que éste no fuera un lunático... o algo peor. El ver junto la puerta a un guarda jurado, esperando a que se vaciase el salón, la tranquilizó a este respecto).
.....Mi nombre es Alfonso, Alfonso Salazar; dijo éste, tendiendo la mano. Axelle oyó con satisfacción aquella bella, segura y bien timbrada voz de barítono, y le tendió la mano a su vez para corresponder al saludo. La mano de Alfonso le pareció grande para su tamaño, una mano fuerte, de dedos algo alargados y huesudos, pero bien moldeados; una mano bonita, en resumidas cuentas. Me preguntaba, le propuso Alfonso, si se atrevería a dejarse invitar a cenar. Axelle le respondió que lo sentía mucho pero que ya había hecho planes para esa noche. ¿Entonces, mañana a comer? repuso el joven de las manos bonitas con absoluta confianza y una sonrisa imposible de defraudar. Bien, de acuerdo. No suelo responder positivamente a una demanda de este tipo a alguien que recién conozco –observó, la joven–, pero... Pero, sientes que no nos acabamos de conocer ¿verdad? (con qué seguridad parecía manifestarse aquel hombre, pensó, Axelle; lo que le agradaba sobremanera, rodeada, como siempre estaba, por hombres intimidados). En realidad, y bien mirado, eso es verdad, nos conocemos ya desde hace varios meses. Un año, le precisó Alfonso. Exactamente once meses y unos días. Te escuché por primera vez en Mayo pasado, en la Complutense, en un seminario sobre Georges Bataille, quien por cierto es referente para mí. Y para mí, contestó, una cada vez más cómoda Axelle. Entonces no sabía que tú estabas allí, no sabía que... ¿Te seguiría?, le interumpio Alfonso, ¿que captarías mi atención e interés? No, ni yo tampoco lo sabía, hasta ese mismo día, hasta escucharte. ¿O sea que fue amor a primera vista?, dijo Axelle riéndose. Efectivamente, dijo él, seductor, lo fue (y su más luminosa sonrisa floreció en su cara; era el golpe maestro final; con él pretendía –y consiguió– despejar cualquier duda o prevención por parte de la chica). Aquella sonrisa no parecía posible poder anunciar nada malo (se olvidó, o estaba ya demasiado interesada, que el ángel caído suele subyugar con sonrisas como ésa). Hasta mañana pues, ¿a las dos de la tarde te parece bien?, dijo Alfonso. Me parece bien. ¿Dónde me llevarás?, preguntó más inconscientemente que por curiosidad. Es un secreto, contestó sonriendo Alfonso. Hasta mañana pues, dijo ella mirándole fijamente (como si ese detalle misterioso hiciera surgir de algún sitio en su interior, quizás ese sexto sentido femenino, la sombra de una duda. Pero la mirada y la sonrisa de aquel hombre parecían demasiado francas para esconder nada inconveniente o peligroso; además su corazón no quería creer en ello, no quería admitir nada que diera al traste con lo que ya daba por hecho: una aventura interesante y, sobre todo, deseada.
3
.....Ni en el mejor de sus sueños, ni en la peor de sus pesadillas hubiera podido, Axelle, imaginar la experiencia que estaba teniendo, la intensidad de lo que estaba sintiendo, el placer que estaba experimentando, accediendo a él, incluso, desde el dolor, un dolor medido, selectivo, fronterizo, un dolor sólo posible en las fronteras del placer, un dolor que se disolvía, mediante una sabia administración, en profundas y caudalosas fuentes de placer. Nunca imaginó, repito, Axelle que toda su teoría, que toda su presunción, que todo su indeterminado anhelo, podían haber tenido la función de prepararla para esto. Quizás sin toda esa exhaustiva inmersión en lo concerniente a los placeres prohibidos no habría alcanzado tales cotas de intensidad, tales derramamientos extáticos que la harían perder el sentido una y otra vez; mejor dicho, que la harían penetrar en dimensiones de sentidos nuevos, de sentidos elevados a la enésima potencia. Los meros y convencionales orgasmos, como hechos fisiológicos, eran un juego de niños, no más que escalofríos comparado con lo que experimentó, una y otra vez, a lo largo de los diez días que permaneció en aquel sótano, decorado de forma sincrética como una habitación de un palacio abasí de las Mil y Una Noches y como un boudoir rococó estilo Louis XV.
.....Salvo al principio, cuando se dio cuenta que estaba siendo objeto de un rapto, el temor nunca la acosó. Y ese temor se disolvió rápidamente, pues Alfonso, que poseía una extraña sabiduría, la convenció de que no iba a recibir ningún daño, no, al menos, que no viniera de las fuentes del placer. Cuando le expuso su objetivo, cuando la detalló el programa que le tenía preparado, cuando la tranquilizó diciendo que fuera cual fuese el resultado de la experiencia, a los diez días la daría por finalizada, ella se entregó. Y es así como Axelle interpretaría el papel de Samantha Eggar en El Coleccionista, y el de Corinne Clery en Histoire d'O. Él a veces la ataba, sólo para infundir en ella la impresión de sometimiento que la exonerara de responsabilidad en lo que sucedería después, con lo que lograba que ella se entregara al juego sin prejuicios y sin limitaciones (sorteando la poca reserva que su liberal mentalidad pudiera aún albergar, pero que, a poco que fuera, la privarían de alcanzar cotas más altas de experimentación, y, por tanto, de sensación –como así comprobó).
.....Alfonso, por otra parte, demostraría (se demostraría a sí mismo, aunque no necesitara demostrarse algo que ya tenía bien asumido) cómo era posible sacar partido a un cuerpo como el de Axelle –de bien tirando a notable–, al optimizarlo y gozarlo como si de una chica diez se tratase. Era una relación en la que el amor romántico no tenía, en principio, reservado ningún papel (aunque todo aquel año de preparación, actuara en cierta forma de acicate platónico), sólo era sexo y todo cuanto de intelectual influye en su experimentación. ¿Sólo? ¿He dicho sólo? ¿Qué es el ser humano, si no un ser sexuado, fundamentalmente sexuado? El sexo lo es todo para el hombre y la mujer, para su realización, para su destino, para su vida. Incluso en el caso más extremo, opuesto a la búsqueda del placer físico, como es el de la ascesis mística, no es concebible ajena al sexo. Teresa de Ávila o Juan de la Cruz fueron místicos desde su condición de mujer y hombre, de individuos con referencias sexuales propias, y sus experiencias místicas, su vivir cotidiano estuvo condicionado por ello. Sólo desde el sexo, viviéndolo, sublimándolo o extremándolo, es posible alcanzar las verdades más ocultas que anidan en el ser humano. Y eso es lo que hicieron Axelle y Alfonso: vivir en el límite de la sensación para traspasar la sensación, para, cruzándola, acceder impregnados de ella, hasta el reino del ser, del espíritu disuelto, del yo vaciado –en el otro–, liberado de las cadenas que lo mantienen padeciendo la desgarradura de ser individuos, partes ya de un todo que se anhela (y al que ellos, al menos esa fue la sensación que obtuvieron, accederían).
.....Al cabo de la experiencia, siguieron juntos, en un recíproco rapto, experimentando estados de conciencia, a partir de una simbiosis dinámica de sensaciones físicas y estímulos emocionales, que nunca creyeron posible alcanzar. Y es que es lo que yo digo: la belleza se muestra y se embosca, y uno nunca sabe en qué forma, de qué modo más puede llegar a satisfacer.
.....En lo sucesivo formaron un complementario y dinámico dúo, marcharon a Suiza donde crearon, enclavado en un lugar paradisíaco, de paisajes lujuriosamente bellos, junto al Lago Como, un Centro de la Liberación de la Líbido (al que se cuidaron muy mucho de no bautizar como clínica), cuya filosofía se nutría de un variopinto cóctel formado, entre otros ingredientes más personales y secretos, por los postulados Gestalt de Wilhelm Reich y su orgón o las teorías liberadoras de Erich Fromm, en singular ayuntamiento con el Divino Marqués menos extremo (cogiendo de él su libérrima y filosófica perspectiva del vicio y la virtud) o el Bataille más místicamente promiscuo. Ni qué decir tiene que por el establecimiento pasarían una multitud de famosos en horas bajas, financieros en horas altas y curiosos para los cuales las horas tenían el tamaño justo de su propia estatura.
.....Salvo al principio, cuando se dio cuenta que estaba siendo objeto de un rapto, el temor nunca la acosó. Y ese temor se disolvió rápidamente, pues Alfonso, que poseía una extraña sabiduría, la convenció de que no iba a recibir ningún daño, no, al menos, que no viniera de las fuentes del placer. Cuando le expuso su objetivo, cuando la detalló el programa que le tenía preparado, cuando la tranquilizó diciendo que fuera cual fuese el resultado de la experiencia, a los diez días la daría por finalizada, ella se entregó. Y es así como Axelle interpretaría el papel de Samantha Eggar en El Coleccionista, y el de Corinne Clery en Histoire d'O. Él a veces la ataba, sólo para infundir en ella la impresión de sometimiento que la exonerara de responsabilidad en lo que sucedería después, con lo que lograba que ella se entregara al juego sin prejuicios y sin limitaciones (sorteando la poca reserva que su liberal mentalidad pudiera aún albergar, pero que, a poco que fuera, la privarían de alcanzar cotas más altas de experimentación, y, por tanto, de sensación –como así comprobó).
.....Alfonso, por otra parte, demostraría (se demostraría a sí mismo, aunque no necesitara demostrarse algo que ya tenía bien asumido) cómo era posible sacar partido a un cuerpo como el de Axelle –de bien tirando a notable–, al optimizarlo y gozarlo como si de una chica diez se tratase. Era una relación en la que el amor romántico no tenía, en principio, reservado ningún papel (aunque todo aquel año de preparación, actuara en cierta forma de acicate platónico), sólo era sexo y todo cuanto de intelectual influye en su experimentación. ¿Sólo? ¿He dicho sólo? ¿Qué es el ser humano, si no un ser sexuado, fundamentalmente sexuado? El sexo lo es todo para el hombre y la mujer, para su realización, para su destino, para su vida. Incluso en el caso más extremo, opuesto a la búsqueda del placer físico, como es el de la ascesis mística, no es concebible ajena al sexo. Teresa de Ávila o Juan de la Cruz fueron místicos desde su condición de mujer y hombre, de individuos con referencias sexuales propias, y sus experiencias místicas, su vivir cotidiano estuvo condicionado por ello. Sólo desde el sexo, viviéndolo, sublimándolo o extremándolo, es posible alcanzar las verdades más ocultas que anidan en el ser humano. Y eso es lo que hicieron Axelle y Alfonso: vivir en el límite de la sensación para traspasar la sensación, para, cruzándola, acceder impregnados de ella, hasta el reino del ser, del espíritu disuelto, del yo vaciado –en el otro–, liberado de las cadenas que lo mantienen padeciendo la desgarradura de ser individuos, partes ya de un todo que se anhela (y al que ellos, al menos esa fue la sensación que obtuvieron, accederían).
.....Al cabo de la experiencia, siguieron juntos, en un recíproco rapto, experimentando estados de conciencia, a partir de una simbiosis dinámica de sensaciones físicas y estímulos emocionales, que nunca creyeron posible alcanzar. Y es que es lo que yo digo: la belleza se muestra y se embosca, y uno nunca sabe en qué forma, de qué modo más puede llegar a satisfacer.
.....En lo sucesivo formaron un complementario y dinámico dúo, marcharon a Suiza donde crearon, enclavado en un lugar paradisíaco, de paisajes lujuriosamente bellos, junto al Lago Como, un Centro de la Liberación de la Líbido (al que se cuidaron muy mucho de no bautizar como clínica), cuya filosofía se nutría de un variopinto cóctel formado, entre otros ingredientes más personales y secretos, por los postulados Gestalt de Wilhelm Reich y su orgón o las teorías liberadoras de Erich Fromm, en singular ayuntamiento con el Divino Marqués menos extremo (cogiendo de él su libérrima y filosófica perspectiva del vicio y la virtud) o el Bataille más místicamente promiscuo. Ni qué decir tiene que por el establecimiento pasarían una multitud de famosos en horas bajas, financieros en horas altas y curiosos para los cuales las horas tenían el tamaño justo de su propia estatura.
Fin