viernes, 5 de junio de 2015

Homenaje a KFK - GALERÍA: Giuseppe Arcimboldo





En realidad no sabemos si la imaginación es una facultad o un defecto de fabricación,
o, incluso, un parche puesto ahí por un Creador no demasiado habilidoso
en un intento de subsanar un ser defectuoso en origen:
con ella permitiría a ese ser sentirse
semejante a quien lo creó.
Pero ¿y si realmente nos creó a su imagen y semejanza?
El ser creado —el hombre— no sería entonces sino un trasunto
del no demasiado habilidoso Creador y no un ser defectuoso.
De tildes y dislates. Héctor Amado


Homenaje a KFK


.....No sé si se ha pensado con seriedad en el siguiente presupuesto: ¿existen para las cucarachas, y, en general, para todos los insectos, los mismos ciclos circadianos que rigen las vidas de los humanos? Los humanos tienden a pensar —y su ciencia a confirmar— que, efectivamente, el sol sale para todos y para todos se oculta, y que este incontestable hecho necesariamente debe de influir en la existencia de todos los seres, sea cual sea su Reino, Clase, Orden o Familia. Podemos pues admitir algo tan evidente como que para una cucaracha, tanto como para un ser humano, la salida del sol marca el comienzo del día, así como su puesta anuncia y determina la llegada de la noche; mientras la Tierra siga girando sobre sí misma es inevitable que así sea.
.....Ahora bien, ¿es percibido de igual manera por un insecto que por un humano? ¿Tiene el mismo valor? Probablemente no, entre otras razones porque el cómputo de la vida no se mide con el mismo ritmo en ambos casos: hay insectos cuya existencia se limita a un único día; la longevidad para otros alcanza el año; y a lo largo de ese lapso de tiempo todos sin exclusión han de cumplir todas las etapas de su desarrollo, justo hasta dejar la impronta de su descendencia, al menos. Es posible que se dé alguna especie de proporcionalidad en todos los ámbitos, también en el sentido de duración: así como la gravedad no actúa de la misma manera sobre el insecto, dado su ligero peso, de igual manera el tiempo transcurrirá para ellos de un modo mucho más liviano y ralentizado. El hecho de que los movimientos en estos seres diminutos —y desde la perspectiva humana— sean inusitadamente rápidos, nos lleva a pensar que quizás este vivir acelerado contribuya a crear en ellos una sensación del tiempo ostensiblemente diferente a la que posee el humano. Para un insecto es posible que un ser humano (o cualquier animal de sangre caliente en general) se mueva con parsimoniosa lentitud, y que un día para él no tenga veinticuatro horas (cómputo convencional inventado por la humanidad evolucionada y adecuada a su ritmo vital), sino que su individual percepción le hace sentir, pongamos por ejemplo (y aun concediendo que un insecto pueda sentir el paso del tiempo), que la equivalencia le dictaría una duración diez veces mayor (igual daría decir veinte o cien). Es decir: para un insecto el tiempo se desliza hacia su ignoto e indefinido destino notoriamente menos apresurado que para un hombre

.....Pero, bien, a lo que vamos. Concediendo que los días y las noches sean percibidas por todos los seres de este planeta, aunque esta percepción difiera atendiendo a las singularidades de cada especie, ya puedo comenzar con una referencia convenida este relato. Bien se sabrá más adelante lo oportuno de esta introducción. Me parece igualmente oportuno hacer constar en este momento algo conocido por todos: que las cucarachas, polillas y otros muchos insectos (por no aseverar que todos) bien saben cuándo es de noche y cuando de día, pues sólo suelen aventurarse fuera de sus madrigueras cuando la noche encubre con su oscuro manto las sendas que conducen a sus fuentes de alimento.

.....Cuando el primer atisbo de claridad se coló por la alta rendija dándole de plano en los ojos, en un primer momento no reparó en que no era habitual que este hecho lo molestara, como en efecto sucedió aquel día. Y sin embargo le causó malestar. Además, ese inusual despertar conllevaba otras sensaciones singulares e igualmente sorprendentes, como, por ejemplo, sentir la panza y el dorso fríos y húmedos, como si la dura cutícula escamosa que cubría su anatomía se hubiera desvanecido, dejando ésta a la intemperie. También notó cómo todo su cuerpo era presa de suaves pero continuos temblores provocados por incontenibles escalofríos. Todo esto era nuevo para él (¿o quizás debiera decir ella?), y lo achacó a una pesadilla; una de esas en que cada vez con más frecuencia solía sumirse —siendo por esto ya de por sí una especie de bicho raro entre los demás especímenes de la colonia, su familia. Allí nadie soñaba, cuanto menos podía permitirse el lujo de colorear sus sueños con matices emotivos. Valga otro excurso: no se sabe, de todas formas si los sueños, y con ellos las pesadillas, están ligados únicamente a la acción silenciosa y amenazadora de la noche; con toda probabilidad esto sea así igualmente para los seres diurnos, y no es descabellado pensar que para los noctámbulos las cosas funcionen de distinta manera, hasta es posible que se produzcan en ellos estados análogos, pero inversos: sueños diurnos y pesadillas diurnas propiciados y custodiados por el sol; siendo en estos casos la luna el astro reina —benefactora y protectora—, y el sol, en cambio, el detentador de influencias maléficas y amenazadoras. No es descabellado deducir que las cosas puedan suceder de este modo. Pero volvamos a nuestro protagonista.

.....No sólo eran las sensaciones visuales, o las de frío o calor, las que se revelaban con inusitada nitidez. Había algo más: parecía sentir su cuerpo anormalmente lento y pesado, como si su gravedad hubiera aumentado en varias atmósferas (¿sabía él o ella lo que significaba una atmósfera?). Intentó mover las patas... pero, apenas cursó la orden nerviosa para hacerlo, la notó transferirse como a cámara lenta, desde su ínfimo cerebro hacia sus articuladas extremidades. No acabó aquí la que ya empezaba a ser una inquietante impresión. Esa transmisión eléctrica, enviada con el fin de poner en funcionamiento su actividad locomotora, en vez de distribuirse uniforme y simultáneamente por los tres pares de patas con que suelen dotarse las cucarachas, notó como se propagaban solamente por dos pares. Algo no funcionaba bien. Le faltaba la sensación de dos de sus extremidades, las dos correspondientes a la zona central de su tórax. Volvió a enviar otra orden sobre la primera; tuvo que esperar un rato —le costaba acostumbrarse a esta demora entre la orden y la respuesta en forma de movimiento—, pero sintió perfectamente cómo esta segunda orden seguía el mismo recorrido de la primera, que ya había alcanzado su objetivo traduciéndose en un ligero movimiento, eso sí, tremendamente lento. Sólo pudo registrar cuatro patas. ¿Patas? Esas "patas" tenían una densidad diferente: se habían vuelto más "carnosas". «¡Cielos!» Se asustó. «¿Dónde está el armazón natural que suele recubrir mis miembros, mi cuerpo, todo mi ser, como un escudo fundamental y necesario para mi defensa y, por tanto, para la preservación de mi vida?» ¿Qué era aquello? ¿Cómo podía suceder tal dislate?

.....De súbito retornó con fuerza la primera idea: ¿y si todo no era más que una pesadilla? Sí, eso era. Eso debía de ser. Aunque en esta ocasión las sensaciones habían ido demasiado lejos: eran en extremo vívidas y reales. ¿Estaría accediendo a un nuevo estado de conciencia personal, aún más diferente que el que ya de por sí detentaba entre los demás miembros de la colonia, y que era el culpable que lo empezaran a mirar con recelo?. Intentó tranquilizarse y esperar a que la pesadilla se diluyera —como ocurriera indefectiblemente en las otras ocasiones en que las padeciera. La tranquilidad le duró una fracción de segundo (que en el cómputo de un artrópodo como él tendría una equivalencia de al menos varios minutos para un humano). No sólo la pesadilla —o lo que fuese— no desapareció, sino que otra nueva sensación se sumó a las anteriores: se sentía oprimido. Notó que respiraba con dificultad, y, si quería hacerlo profundamente, algo se lo impedía. No era una limitación interna —un sensación de ahogo o asfixia sobrevenida a alguna disfunción orgánica— sino externa. Algo oprimía su tórax, que desprovisto de cutícula sentía la frialdad de esa opresión directamente procedente del medio: estaba como encallado, como atorado, como encajado en una estrechez limitada por paredes frías y húmedas.

.....¿Cómo era ello posible? Su lugar de descanso habitual era bastante amplio, aunque no en demasía pues le gustaba sentirse protegido, minimizando en lo posible los amenazadores espacios abiertos de los que podía surgir cualquier peligro. Una estrecha rendija llevaba hasta allí desde la parte posterior del fregadero, un lugar agradable y seguro, a resguardo de las miradas y los venenos. A pocos centímetros de él debían hallarse, a un lado y a otro, algunos de los miembros de la colonia, familiares allegados todos ellos, ya que en el reino de las cucarachas los asentamientos se producen al ritmo de las continuamente renovadas camadas. Eso supone, teniendo en cuenta que la vida media de un miembro de su orden (cuyo nombre latino es Blattodea) apenas alcanza el año de vida del cómputo humano (una edad verdaderamente avanzada para ellos), que cada año se renueva completamente la colonia. El territorio, además, suele ser hereditario (salvo el porcentaje de cada camada que obligatoriamente debe buscarse nuevos territorios donde instalarse y prosperar). El habitáculo, por tanto, no debía constituir el problema, si bien ¿qué otro podría ocasionar esa sensación de opresión? ¿Acaso la cutícula de su armazón se había separado de sus tejidos blandos y era ella la que impedía la correcta expansión de sus pulmones? ¡Cómo le costaba mover sus miembros! Si al menos pudiera dirigir sus extremidades hacia su cuerpo para palparlo y constatar si todo se hallaba en su sitio... Aunque ¿cómo podía estarlo, si sus sensaciones lo desmentían? De todas formas, sólo a duras penas conseguía mover costosamente las dos extremidades de su costado izquierdo, pues las del derecho parecían estar bloqueadas.

.....¡Pero —si hubiera podido darse un palmetazo en la frente lo hubiese hecho—, si no tenía más que dirigir sus antenas para corroborar qué estaba sucediendo realmente! Intentó enviar la orden, una orden que habitualmente se transmitía aún con mayor rapidez que las emitidas hacia sus extremidades. No encontró sino el más absoluto silencio. La orden se ahogó en su mente. De allí no salió. No había manera de convertirla en señal eléctrica para su sistema nervioso, que la procesara y diera curso. ¡No podía ser! ¿Y sus antenas? ¿Habrían desaparecido igual que su par de patas intermedio? Lo intentó una y otra vez. Nada. Silencio. Inactividad. Quizás se tratase de una enfermedad que había alterado su sistema nervioso. Quizás el culpable habría que buscarlo en la acción de algún veneno gaseoso inodoro e indoloro que hubiese penetrado hasta allí y le hubiera afectado mientras dormía. Ahora sí que le entró pánico: allí se encontraba, sin posibilidad de moverse, víctima de una opresión creciente y cada vez más insoportable y, por si fuera poco, sentía un frío atroz por todo el cuerpo; la incapacidad para reaccionar completaba el funesto cuadro. Intentó pedir ayuda. Chascar y vibrar las alas, pero... ¡tampoco pudo sentir las alas! ¡Ninguno de los dos pares! El pánico se convirtió en un insidioso desasosiego que, unido a la sensación de asfixia, parecía anunciar el principio del fin: de su fin.

.....De pronto sintió como cosquillas en su costado, también en la parte inferior de su vientre, y en su cabeza, y en dos de sus patas, las que podía apenas mover con grandes esfuerzos (las otras dos, dedujo, estaban aprisionadas contra el suelo). Eran sensaciones vagamente familiares, casi entrañables, pero que ahora, en esta nueva situación sobrevenida, le sumían en el desconcierto. Al fin pudo deducir qué provocaba y de dónde provenía ese cosquilleo: las antenas de sus congéneres estaban analizándolo. Sintió en su recién sensibilizada piel cómo aquellas antenas le dejaban mensajes en forma de sustancias químicas que, no obstante, en esta su nueva constitución, le laceraban la débil epidermis. Apenas pudo traducirlas, pues parecía, así mismo, haber perdido la capacidad para entender convenientemente las señales químicas (que eran el lenguaje usual entre ellas, las cucarachas). Le preguntaban —lograba con esfuerzo descifrar— que quién era, que qué hacía allí, que qué había hecho con su compañera, porque, a pesar de reconocer en ella la huella química de quien un día fue cucaracha de la colonia 27F (perteneciente al territorio autónomo del fregadero), no podían reconocer ni su forma artrópoda ni su olor químico de forma nítida. Le transmitieron su inquietud por su presencia en el interior de la colonia, y se preguntaban si no sería una nueva arma enviada contra ellas por los humanos, aunque esto les parecía improbable pues parecía inerme, allí, encajada como estaba en tan estrecho habitáculo para su estructura, que en todo semejaba la de los humanos, aunque mucho más pequeña, casi como una réplica en miniatura.

.....Una de las varias cucarachas que la rodeaban y la auscultaban —creyó entender nuestra protagonista— aconsejó devorar a tan extraño ser —¡es decir: a ella!. Cosa que, felizmente, causó división de opiniones: unas se mostraban a favor y otras en contra. Éstas, haciendo gala de más edad y mayor experiencia, aconsejaban no hacerlo, pues si se trataba de una nueva arma humana, una especie de apetitoso intruso-veneno, estarían condenadas y el objetivo de los humanos (que tradicionalmente era exterminar a todas las cucarachas y demás insectos, sólo por el mero hecho de serlo) se vería así cumplido. No les pareció descabellada la conclusión a las más belicosas y voraces (solía existir, además, un gran respeto por la opinión de los miembros más experimentados de la colonia, que eran quienes mejor podían decidir las acciones a realizar en cada momento, dado su más profundo bagaje existencial), y se determinó dejar al extraño allí, abandonado a su suerte, aunque bajo vigilancia La colonia tomaría una distancia prudencial, por si la acción exterminadora de aquel ser podía propagarse de alguna manera. Se encargó a las más guerreras y eficientes la observación y custodia constante, tanto del ser en sí, como de las modificaciones que pudieran producirse  de su naturaleza.

.....Nuestra protagonista, mientras tanto, intentaba en vano moverse o comunicarse con quienes eran su familia. Le resultaba dolorosamente imposible emitir señales químicas, con lo que la comunicación con sus antiguos congéneres se antojaba improbable. Y, además, qué les diría: «No sé qué me ha pasado, pero soy yo, yo, la de siempre, vuestra compañera». ¿Podrían creerle? ¿De qué serviría? La sensación de ahogo crecía y crecía. Ahora ya apenas podía respirar. Eran tan poco el aire que penetraba en sus tráqueas, que se maravillaba por encontrarse con vida aún. «¿Así es que es eso lo que me está pasando, lo que me ha pasado?». «¡Me estoy metamorfoseando en un humano!».
Y su desolación fue total. No por su metamorfosis, sino porque se sabía condenado. Allí, en aquel exiguo reducto ¿cómo podría vivir? Además, parecía crecer constantemente mediante un proceso de expansión descontrolada e imparable, mero cáncer integral de sí misma. Su fin sería perecer aplastado por la acción de su mismo cuerpo contra las paredes que lo cercaban. Realizó un postrero intento por averiguar a qué se debía este proceso de metamorfosis, más que nada con la esperanza de poder invertirlo de alguna manera que ahora no vislumbraba.

.....A pesar de que el frío lo atería, a pesar de que no conseguía introducir aire en sus pulmones, a pesar de que estaba inmovilizado, su mente aún permanecía lúcida, dándose cuenta de su lenta progresión hacia el fin. Esto era inhumano... «jajaja...», estalló en una carcajada mental (física le era imposible pues los músculos respiratorios no le habrían obedecido por falta de espacio para expandirse). ¡Inhumano! ¡Y tan claro! ¡Era una cucaracha! Posiblemente, sus padecimientos eran los de una cucaracha, una atrapada en una de esas trampas que los humanos tienden a las cucarachas para exterminarlas. Inevitablemente, por su cabeza pasaron las imágenes de su vida, una vida que ya había superado sobradamente su ecuador y que alcanzaba la provecta edad de siete meses y medio; sus azarosas correrías nocturnas, las milagrosas esquivas ante suelas de zapatos con fatales intenciones, la alegría del hallazgo de una nueva fuente de alimentos en un plato dejado sobre la encimera de la cocina con los restos de la cena... Tampoco era tanto, ni tan variado, lo que podía recordar, lo que constituye la vida para toda cucaracha, por lo que pronto agotó la proyección evocadora de su registro existencial y no tuvo más remedio que repetir una y otra vez la serie de recuerdos, como si se hubiera establecido en su mente una suerte de bucle evocador.
.....Aún sobrevivió varios días. De vez en cuando una de aquellas guerreras custodias se acercaba hasta ella —quién sabe si compadeciéndose— y la toqueteaba tímida y temerosamente con las antenas para detectar algún cambio químico en su estructura, pues el físico era más que aparente: aquella criatura digna de lástima estaba horriblemente aplastada entre las paredes del fregadero y el muro, su cuerpo deforme —incluso para una réplica de humano en miniatura— parecía pronto a estallar, pero se resistía a hacerlo, como si en el proceso de constante expansión la piel que contenía aquel horrible organismo creciente adquiriera, así mismo, renovada capacidad elástica, lo que no dejaba de incrementar innecesariamente, de forma despiadada y cruel, la tortura.

.....La que fuera su hermana, además de compañera de aventuras y fatigas, fue la última que lo visitó. Estaba convencida que, de alguna forma que ella, una simple cucaracha, ignoraba, su hermana seguía allí, dentro de aquel tortuoso y torturado ser, réplica de un humano. Y aunque las cucarachas no son dadas al sentimentalismo, no es descartable que esta última visita tuviera toda la intención de una despedida. Tras pasar delicadamente las antenas por aquel abultado cogote de la muy deformada cabeza (si es que a ese horrible huevo aplastado, a punto de reventar, podía llamárselo cabeza), se dio media vuelta y se fue. Abandonaría la colonia para aventurarse en un nuevo territorio: un hueco recién descubierto en el baño, tras la taza del retrete, donde se habría abierto una fisura en la parte inferior del panderete de rasilla enlucida y alicatada que cubría los tubos de la ventilación.

.....Días después, cuando se tuvo la completa seguridad de que el intruso estaba muerto (cuando ya no emitía ninguna señal, ni física ni química, salvo la muy reconocible por cualquier cucaracha procedente de la podredumbre de la materia orgánica en descomposición), se procedió a sacarlo de allí para limpiar el lugar. La colonia crecía y el espacio era necesario. No sin precauciones, fue debida y meticulosamente troceado y sacado al exterior. La prohibición de comer sus restos fue respetada. Nadie hizo, ni se hizo, preguntas; nadie lo echó de menos: en el reino de las cucarachas eso sería una debilidad imperdonable y fatal. Además, en poco más de un año, de nuestra protagonista no quedaría ni el recuerdo, pues es bien sabido que las cucarachas, en el mejor de los casos, no guardan en su memoria más que lo imprescindible para su supervivencia, y el caso aquí narrado, a todas luces, para tan alto fin era totalmente prescindible. 

Fin





GALERÍA


Giuseppe Arcimboldo
1527-1593

METAMORPHOSE

Elementos


 Air, 1566
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 Earth, 1566
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 Fire, 1566
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Fire (2)
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Water, 1566
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Water (2)
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Estaciones


 Spring, Summer, Autumn, Winter (1573, Louvre)
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 Autumn (1) (1573, Louvre)
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Autumn (2) (1572, Denver)
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 Autumn (3)
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 Spring (1) (1573, Louvre)
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 Spring (2) (1563, RABASF)
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La Primavera (2) (1563, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)
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Spring (3)
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Spring (4)
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 Spring (5)
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 Summer (1) (1573, Louvre)
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 Summer (2) (1563, Kunsthistorisches Museum)
.
Summer (3) (1572, Denver Museum)
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 Summer (4)
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 Summer (5)
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 Winter (1) (1573, Louvre)
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 Winter (2) (1563, Kunsthistorisches Museum)
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 Winter (3)
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 Winter (4)
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 .
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 The Seasons. Pic 1
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 The Seasons. Pic 2
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 The Seasons. Pic 3
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The Seasons. Pic 4
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Summer
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 The Four Seasons in One Head
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The Four Seasons in One Head (alternate take)
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Pares de Alegorías

 Air/Spring (up) - Summer/Fire (down)
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 Earth/Autumn (up) - Winter/Water (down)
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Cabezas Reversibles

Reversible Head with Basket of Fruit
.
Head with Basket of Fruit
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Reversible Cook
.
Cook
.
Reversible Vegetable Gardener
.
Vegetable Gardener
.


Profesionales

 The Librarian
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 The Librarian (alternate take)
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 The Admiral (1)
.
 The Admiral (2)
.
 The Admiral (3)
.
 The Jurist
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 The Jurist (1), alternate take)
.
 The Jurist (1), detail
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 Jurist (2)
.
The Waiter
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Otras Alegorías y Retratos

 Flora, 1589
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 Flora Meretrix, 1590
.
 Flora
.
 Flora (alternate take)
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 Head of Herod
.
 Adam
.
 Eve with the Apple
.
 Whimsical Portrait
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The Sense of Smell
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 Portrait of Rodolfo II
.
 Portrait of Rodolfo II (alternate take)
.
Portrait of Rodolfo II (alternate take), detail
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