martes, 9 de junio de 2015

La disparatada historia de la cucaracha que quiso ser Kafka - GALERÍA: La belleza de las cucarachas





Lo bello no radica en la cosa bella en sí,
sino que es florescencia del ojo que la mira.
Si la belleza fuese absoluta, todo el mundo
la reconocería como tal allí donde cualquiera la percibiese,
y nadie podría negarme, por ejemplo, lo mucho que de bello
yo encuentro en las denostadas y perseguidas cucharachas.
Tractatus Evidentiorum. Héctor Amado


La disparatada historia de la cucaracha que quiso ser Kafka
(Las imágenes que acompañan el texto son instantáneas de Blat)

.....Quien crea que el pensamiento, la reflexión, la imaginación, el entendimiento en suma, y aun el alma donde éste reside, es privativo de los humanos, de nada le ha servido a él aparentar que lo posee. Mírenme a mí, una vulgar cucaracha, aquí, dirigiéndoles estas palabras, comenzando un relato que no tiene otro escenario que el mundo oscuro, húmedo y casi lóbrego donde mis congéneres vivimos habitualmente. Sí, bueno, realizamos excursiones (mejor debiera decir, incursiones, pues la intención no es resultado del ocio sino del interés) incluso a plena luz del día: hay entre nosotras un desarrollado espíritu de aventura que prueba que el valor tampoco es virtud privativa de los humanos. Bien. Dando pues por sentado que todos los seres vivos, por el mero hecho de estarlo —y de serlo—, poseen, cada uno en su medida, las más altas capacidades ligadas al intelecto, y las más sentidas emociones ligadas al corazón, ya se estará en disposición de poder leer o escuchar la narración que sigue.

.....Le estamos muy agradecidos toda la Clase de los insectos —y no sólo las cucarachas, especie a la que me honro pertenecer— al señor Franz Kafka, aquel imaginativo, hipersensible y torturado judío checo, nacido en Praga, que con su muy dotado talento tuvo a bien realizar una obra que reivindicaría nuestra existencia, no sólo entre los humanos, sino en todo el reino animal. Pero, por acotar un ámbito más abarcable, ciñéndonos a la influencia que esa obra tuvo entre los de mi especie, me dispongo a contar el notorio caso de un extraordinario espécimen de nuestra familia: una cucaracha empeñada en revertir el proceso citado en la referida narración kafkiana, con el ambicioso (e inaudito) objetivo de transformarse en el propio señor Kafka, aunque de las cucarachas, obviamente. Tal fue el impacto que la obra le produjo que no paró hasta devorar una a una todas las páginas de un ejemplar del libro, una edición barata de bolsillo, mal guardado en un desvencijado depósito de una biblioteca de provincias ubicada en los bajos del edificio donde nuestra colonia reside. Él mismo eligió su seudónimo artístico: en homenaje a su ídolo decidió llamarse Franz Blatta. En el curioso apellido hay que ver un erudito guiño taxonómico a la Orden a la cual pertenecemos las cucarachas domésticas —su verdadero nombre, con el que es conocido entre nosotros, sería irreproducible en este lenguaje hecho de signos gráficos y fonemas, ya que en nuestra cultura (pues poseemos una cultura) los nombres vienen codificados mediante impulsos quimio-eléctricos, la forma que tenemos de comunicarnos (algo, sino complejo de entender, sí abstruso para un humano).

.....Blat —pues, al final, por seguirle la corriente, nos referímos a él con este apelativo cariñoso—, en apariencia, no tiene nada de particular (hablaré de él como si aún correteara entre nosotros; de esta forma lo sentiremos más próximo y, por tanto, nos será más asequible su experiencia). No es ni más grande ni más pequeño, ni su cutícula más clara ni más oscura, ni posee las antenas más ni menos desarrolladas, que las demás cucarachas de su especie, pero desde su nacimiento, siendo aún una preciosa ninfa albina, se le notaba un plus de curiosidad que obligaba a los centinelas a extremar su cuidado sobre ella. En esa delicada fase infantil —en la que, en los recuentos diurnos, casi siempre faltaba y había que salir a buscarle— uno se lo podía encontrar en los lugares más peregrinos, y diríase que era consciente de que su color se mimetizaba perfectamente con los mosaicos y alicatados comunmente claros de las cocinas o baños, ya que no dudaba en salir y recorrerlos a cualquier hora del día o la noche. Así, las batidas en su busca, además de peligrosas para los expedicionarios rescatadores, tomaban el cariz de verdaderas aventuras, en las que se llegaron a descubrir no pocos territorios nuevos. Los horizontes de la colonia se ensancharon gracias a la inquieta infancia de Blat. He aquí otra de las razones por las cuales se le haya permitido ser una especie de excepción entre nosotros, siendo incluso relevado de algunas ingratas tareas —como las de limpieza y mantenimiento de los cubiles— y premiado, además, con algunos de los mejores bocados hallados, por otra parte, allí donde él sugiere buscar. Podría decirse que Blat es un portento en el mundo cucarachil. Si hubiese sido humano es probable que estuviéramos hablando de un premio Nobel (aunque no sabría determinar en qué campo, pues sus inquietudes son tan vastas que desborda el ámbito de multitud de disciplinas diferentes, poniéndolas en contacto de manera harto fácil y natural; no sería exagerado afirmar que Blat fuese algo así como un verdadero espíritu renacentista de las cucarachas).

.....¿Cómo se le ocurrió la tan disparatada idea de pretender llegar a ser Kafka? Hasta entonces todo su proceder, si sorprendente por lo curioso de sus intenciones y fabuloso por los beneficios que aportó a la colonia, se mantuvo dentro de unos cauces digamos que normales, aun dentro de lo excepcional; pero, a partir de esta delirante idea, de manera insidiosa, como una enfermedad taimada que progresa imparable hacia su objetivo, todo se le ha ido escapando de las manos. Víctima él mismo de su alucinado empeño, ha comenzado a desorientarse, a no saber en qué mundo realmente vive (o, al menos, eso tememos, aunque él lo niegue). Es unánime —y patente— la opinión de que lo mezcla todo: las necesidades con las ilusiones, la realidad con la fantasía, su imaginación con sus emociones. Él dice, sostiene, que no hace sino seguir el guión que le obliga a un proceso de deconstrucción  de sí mismo y de la realidad de su entorno, pues para llegar a ser Kafka está obligado a dejar de ser —y de sentirse— la cucaracha que es. Este proceso de metamorfosis —Blat es consciente de ello con una entereza que asombra— puede ser mucho más doloroso que la metamorfosis sufrida durante el paso de la fase de ninfa a la de imago que todas las cucarachas forzosamente hemos de sufrir (y asevero que ésta es extremadamente dolorosa, por más que el resultado sea, en cambio, enormemente placentero); pero aun así está dispuesto a seguirla llevando a cabo, pues en esa labor está desde hace ya dos meses (un lapso de tiempo suficientemente largo para una cucuracha). Es como si se hubiese impuesto una tortura, un martirologio, un proceso interno de cremación del que espera salir triunfante como un ave Fénix convertido en Kafka.

.....Estos son sus presupuestos, la teoría de su alucinante pensamiento: si todos los seres vivos (él se obstina en mantener que estas premisas también valen para la materia inorgánica) están formados por los mismos materiales, por idéntica materia prima, y sus diferencias, cabe deducir, sólo residen en la proporción y asociación o distribución de los mismos, debería ser posible, mediante un laborioso proceso, eso sí, de reestructuración, redistribución y transmutación de esos mismos materiales, transformarse en otro ser, saltar de una especie a otra, migrar entre las diversas Familias y aun los diversos Reinos que pueblan éste o cualquier otro mundo que disponga de los mismos componente fundamentales. Es una teoría descabellada —máxime para una cucaracha, por muy inteligente que esta sea—, y el Gran Consejo de Experimentados así se lo ha hecho ver. Pero él, erre que erre, no piensa desistir. Está seguro de poder demostrar su fantástica —y peregrina— teoría, y en su ayuda convoca a Spinoza, y a Darwin, y a Wittgenstein, y a Einstein, y a Mandelbrot y a Julia, y a un sin fin de ilustres y sonoros nombres que han dado pistas —parece ser— en el mundo de los humanos que avalarían tal concepción de la metamorfosis abierta y permanente (así lo llama Blat), aprovechando los inersticios que ofrece el caos ordenado que mantiene todo en continuo movimiento. La verdad, cuando cuenta estas cosas —y fue preciso que las contara ante el Gran Consejo para obtener los pertinentes permisos— nadie logra entenderlo, pero lo cuenta tan bien, es tanto el entusiasmo que pone en ello, tanta su fe, que todos, incluidos los más adustos y escépticos ancianos, acaban por rendirse a sus pretensiones y, sino aprobándolo (pues no sabrían realmente qué es lo que de forma explícita estarían aprobando), le dejan hacer.

.....Blat no para de someterse a todo tipo de disciplinas, entre las que ocupan un lugar preferente el meterse en la piel de todos y cada uno de los protagonistas kafkianos de todas y cada una de las obras del polémico escritor bohemio. Sí, por supuesto, el papel nuclear, el que más le subyuga es el de Gregorio Samsa, eso se da por descontado, y hasta es lógico. Lo que nos parece excesivo —y peligroso— es que se empeñe en ser también Georg Bendenmann (La Condena), y Karl Rossman (El desaparecido), y K el agrimensor (El Castillo), y Josef K (El Proceso), y una multitud de personajes menores que protagonizan todo ese férvido mundo kafkiano: el roedor de La madriguera, el chimpancé de Un informe para la academia, la informe criatura denominada Odradek de Las preocupaciones de un padre de familia, un Médico Rural, El pasajero,... etcétera. No hacemos más que avisarle que de este modo no conseguirá otra cosa más que volverse loco y no Kafka. Pero, por toda respuesta (consciente que sus razones sobrepasan nuestro normal entendimiento), nos sonríe, y lo hace de esa manera displicente y altiva a un tiempo con que sonríe quien está seguro de hallarse en una senda de verdad que aquellos que intentan advertirlo desconocen; nos sonríe con conmiseración, aunque es posible que con esa sonrisa no quiera expresar otra cosa que la convicción de que nuestros intentos serán vanos. Se le ve tan seguro, incluso en su sufrimiento, en esa su maravillosa locura que ninguno entendemos, que acabamos por dejarlo sumergido en su denodado esfuerzo.

.....En su afán metamórfico ha cambiado sus hábitos higiénicos. En todo intenta imitar a los humanos, su objetivo es llegar a sentir como ellos, nos dice. Su alimentación, de esta forma, ha de ser en base a productos frescos y no la carroña o los desperdicios, muchas veces ya podridos o corruptos, con que nos solemos alimentar. Esto supone un problema añadido, pues las recolectoras deben exponerse más. El índice de víctimas se ha duplicado respecto a lo habitual desde que Blat ha iniciado su proceso, lo que está provocando una cierta corriente de malestar en la colonia (¿por qué arriesgarse por un loco?, se dicen), pero los múltiples y satisfactorios servicios prestados durante sus primeros seis meses de vida parecen haberlo provisto de un salvoconducto para hacer su voluntad; es tanto lo que se le debe que incluso los servicios estadísticos del Gran Consejo han calculado el número de víctimas permisible, en relación al número de vidas favorecido o salvado por las beneficiosas y oportunas actuaciones de Blat: teniendo en cuenta las migraciones que han debido hacerse en estos seis meses de sobrepoblación, aun pereciendo toda la colonia actual, compuesta por 37 miembros, su saldo de vidas sería positivo. Así es que ese malestar no pasa de ser un run-run de desahogo sin visos de alcanzar el grado de revuelta. O eso al menos se pensaba al principio del descontento. Pero...

.....Otra de las innovaciones, consecuencia de la metamorfosis de Blat, ha sido la creación de un departamento nuevo a instancia suya: el de Higiene y Salud Pública, encargado tanto de conservar la zona de residencia de la colonia con una pulcritud inusual en el reino de las cucarachas, como de velar por las recién implantadas normas de higiene personal. Esto no es que suponga un gran problema, pues al estar ubicados tras el fregadero, el agua necesaria para la limpieza y el aseo personal es fácil de obtener, y lo cierto es que, de esta forma, el paro es una lacra desterrada de nuestra sociedad (algo nada baladí, por otra parte). Pero dado que a las cucarachas lo que más nos gusta es —después de comer y dormir— corretear por ahí todo el tiempo, aunque sea sin rumbo fijo, esta división del trabajo, con la subsecuente redistribución y ampliación de las tareas, nos deja poco tiempo para nuestra afición favorita, lo que redunda en soterrado malestar.

.....En los últimos días se ha logrado detectar —con horror— conversaciones en las que se llegaba a desear la muerte del Blat para que todo volviera a sus cauces normales: «al fin y al cabo —se ha podido escuchar— la locura es suya; no es justo que las demás la debamos de sufrir también. Si quiere vivir como un humano —añaden sin que les falte razón— que se vaya con ellos, que salga a la luz y se presente ante ellos, que a ellos les dé la murga; y si lo aceptan, nosotras seremos las primeras en congratularnos». Parece que el frío balance estadístico de los méritos comienza a hacer agua, y no es improbable que la revuelta se produzca antes o después. Como se suele decir entre los humanos, "sólo se acuerda uno de Santa Bárbara cuando truena". Así, si la colonia goza de estabilidad y armonía, si disfruta de una riqueza nunca antes conocida, si es envidiada por las demás colonias del edificio —y aun más allá—, el hecho de que eso sea debido a la proverbial intervención de Blat les trae sin cuidado, entre otras motivos porque muchos de los jóvenes levantiscos no han conocido otra cosa que un excelente estado de bienestar, y no están dispuestos a renunciar a lo beneficios derivados de él por la locura de un individuo, por muy inteligente y excepcional que éste sea. 

.....Hoy ha ocurrido lo que se temía que ocurriese: la Revuelta ha estallado. Cansadas de atender a un aseo personal que ninguna cucaracha fuera de aquí realiza, cansadas de realizar una labor de limpieza y mantenimiento que ninguna otra colonia lleva a cabo, cansadas de tener que someterse a un programa de vida que sobrepasa con mucho las obligaciones del tradicional triduo formado por comer-dormir-corretear, dos tercios de la población de la Colonia han hecho valer su fuerza para obligar a Blat al destierro. La Asamblea lo ha expulsado sine die, es decir, a perpetuidad. El Gran Consejo no ha tenido otra opción que refrendar la decisión de la asamblea. De nada han servido las estadísticas, de nada el glorioso pasado, de nada las llamadas a la consideración del valor de poseer en la Colonia un individuo tan excepcional. Han debido claudicar. La orden ha de hacerse efectiva inmediatamente. Se le da de plazo lo que queda del día para salir indemne de la que hasta ahora ha sido su casa y para abandonar a la que hasta hoy ha sido su familia. Si así no lo hiciere sería ajusticiado de forma sumarísima.

.....Un mes después de su expulsión nos han llegado noticias de que Blat se ha instalado en el sótano de la biblioteca sita en los bajos del edificio (un lugar muy querido y visitado por él). Se dice, se murmura, aunque son informaciones no expresamente oficiales ni suficientemente contrastadas, que allí ha tomado contacto con los humanos. Parece ser que uno de los bibliotecarios, un tipo bastante taciturno y extraño, que tiene debilidad por los autores fantásticos y profesa verdadera veneración por Kafka, un día lo sorprendió devorando una hoja de una antigua edición de bibliófilo (ya sin pastas y bastante deteriorada) de la Muralla China. Este hombre no sólo no lo mató, sino que —según cuentan— entabló contacto con él (no se concreta de qué insospechada y misteriosa forma). Y han debido hacer buenas migas porque —según estas mismas fuentes— ahora Blat vive con todo confort en una espléndida, aunque desconchada, casa de muñecas arrumbada en un rincón del trastero del depósito de la biblioteca. Añaden los rumores que Blat se ha convertido en algo así como un artista de circo promocionado por el bibliotecario. El número que realiza ante los muy curiosos espectadores (compuesto por amigos y conocidos de este bibliotecario metido a promotor) consiste en el reconocimiento instantáneo e inequívoco de las obras de Kafka.

.....Este prodigio se realiza de la siguiente forma: alrededor de una amplia mesa se disponen una serie de espectadores y el bibliotecario, ante cada uno un lápiz, un taquito de hojas de papel en dieciseisavo y un listado-catálogo de obras de Kafka (que incluye novelas, cuentos cortos, relatos breves, diarios o comunicaciones epistolares —las Cartas a Felice, las Cartas a Milena y la Carta al Padre); sobre la mesa —que hace las veces de escenario— hay una pequeña capilla románica de cartón hecha de forma artesanal —bastante fielmente representada; lo que dice mucho y bien de las dotes artísticas del citado promotor-bibliotecario—, y, frente a ella, a un palmo de distancia, una fila de libros de Kafka alineados de canto con los lomos apuntado hacia el pórtico de la capilla —realizado, por cierto, con extraordinario detallismo, con sus columnas rectas, sus capiteles historiados y su arcada de medio punto—; uno de los espectadores —lo harán por sorteo y por turno— escribe en una de las notas el nombre de una obra del escritor de entre las que figuran en el catálogo; esta nota, con el título elegido inscrito, se introduce por la parte superior —un tejado abatible— de la capilla románica en cuyo interior se encuentra Blat; a los pocos segundos de introducida la misiva, y supuestamente leída o reconocida por la prodigiosa cucaracha (pues eso es lo que es para los humanos), ésta sale de la caja a través del pórtico y se dirige hacia la fila de libros alineados; ante el asombro de todos, Blat recorre los lomos de los libros hasta que da con el título de la obra demandada e, indefectiblemente, se para sobre él —igual que haría un perro de muestra ante la invisible presa descubierta—, ocasionando el impresionado regocijo de los espectadores; pero hay más, y esto es lo que causa mayor estupor (que ya es decir), si la referencia corresponde a un relato breve incluido en un volumen que contiene otros varios (caso de Un médico rural, El artista del hambre, o La Muralla China), Blat, identificado dicho volumen, en vez de detenerse se pone a corretear a lo largo de su lomo hasta que el bibliotecario lo coge y lo abre sobre la mesa, y, una vez abierto, mientras el promotor —que ahora hace las veces de asistente— va pasando las hojas, Blat inicia su liturgia de reconocimiento, acercándose y alejándose de cada hoja mostrada, hasta que ante los ojos de todos aparece la que contiene el título demandado, y entonces, maravilla de maravillas, la cucaracha prodigiosa realiza una estatuaria muestra digna de un pointer o un setter inglés, colocando sus antenas abiertas a modo de subrayado bajo el título reconocido, lo que, como es natural, provoca el asombro y entusiasmo de la concurrencia, jaleando el portento con vítores y encendidos aplausos. Más de una vez alguien ha sugerido, medio en broma, medio en serio, si no podría tratarse del espíritu del mismísimo Kafka encarnado en la cucaracha.

.....Eso se cuenta, y el cuento está alcanzando proporciones legendarias, no sólo en nuestra Colonia, ni aun sólo en las otras muchas que pueblan el edificio donde ésta se halla, sino entre las innumerables Colonias diseminadas por toda la ciudad. A fin de cuentas, poco importa lo que haya o no de verdad en este prodigioso exilio de Blat, lo realmente importante es que está aportando a nuestra especie una fama insospechada. Y todo gracias al genio de este sólo individuo, a su empeño, a su fe, a su determinación. ¿Saben qué creo? Que no sé si al fin habrá podido conseguir su sueño de convertirse en Kafka, pero lo que sí aseguro es que entre nosotras las cucarachas el prestigio de Blat alcanza, cuanto menos, el nivel que el de Kafka en la cultura occidental de los humanos. Aunque para nosotras el único, entrañable y genial Blat no es un ser monstruoso digno de lástima o generador de asco, antes bien sería algo así como una imagen positivada de la ofrecida por el escritor bohemio en su obra inmortal.

Fin






GALERÍA

LA BELLEZA DE LAS CUCARACHAS












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