Villancico en claroscuro
Romance de Navidad 2011
Está la noche muy fría,
son espejos las aceras,
perezoso, el agua nieve,
según se tiende, se hiela.
En las calles solitarias
el silencio se pasea
a la luz de las farolas
que en el suelo reverberan.
Solo un coche, rezagado,
se apresura con cautela:
aunque tarde, llegar quiere
sin percances a su meta;
gira en la esquina, derrapa,
y al instante se endereza;
queda en susto, mete marcha,
y acelerando, se aleja.
Otra vez vuelve el silencio,
que impasible callejea,
con su ubicuo pasear,
por las aceras desiertas.
La borrasca se empecina:
el viento y el agua arrecian;
hace una noche de perros,
de fieros perros de presa...
...que con colmillos de hielo
al infortunado acechan,
a quien, flébil y olvidado,
peregrina en la indigencia,
al que no tiene cobijo,
ni nadie que se lo ofrezca:
víctima es, propiciatoria,
para una noche como esta...
Todo el mundo está en su casa,
en familia y en la mesa:
dice, mudo, el calendario
que esta noche es Nochebuena.
Mas, no es buena para todos,
ni de una misma manera,
que lo bueno para algunos
es para otros miseria...
En algún balcón las luces
de colores parpadean,
encaramadas a un árbol
de transitoria existencia;
y al compás del parpadeo
un villancico resuena
con soniquete insistente
de mecánicas corcheas.
Esperpéntica salmodia,
banda sonora grotesca
ambientando el vendaval
que en la noche, glacial, reina.
Estamos en Navidad,
tiempo de ensueño y quimera,
de pueril sensiblería
y de consumo sin tregua,
de canciones infantiles,
de zambomba y pandereta,
de milagros improbables
y de falsas apariencias.
Pero hay otra realidad
empeñada en ser muy terca,
que a la sombra del festejo
muestra su cara más fea...
En la noche fría hay quien
marcha con hielo en las venas,
arrastrando helados pies,
y una helada cruz a cuestas:
lleva corona de espinas,
la espalda sanguinolenta,
las rodillas descarnadas,
y estigmas que lo laceran;
en el rostro, sin embargo,
una sonrisa, que es mueca,
desmiente su atrabiliaria
y lastimosa apariencia.
Se diría que es locura
lo que al desdichado aqueja
-imposible es sonreír
con imagen tan patética-,
mas sonríe, en su dolor,
con sonrisa verdadera,
mientras avanza arrastrando
su carga de ajenas penas...
¡Quién diría que es el mismo
que en un pesebre naciera,
en una noche improbable,
para traer buenas nuevas!
Verlo aquí, ¡Válgame Dios!,
llevando las lacras viejas
que los hombres, obstinados,
en su confusión generan.
En el calor de las casas
las mesas están repletas,
los estómagos ahítos,
y vacantes las conciencias:
corre el champán, y el turrón
con fruición se paladea,
quedan pelados los huesos,
rebañadas las bandejas,
las lombardas y escarolas
rumiadas con competencia,
los mariscos engullidos,
succionadas las almejas,
el cascajo bien ronchado,
trasegado el rico néctar
de las uvas, y zampada
la dulce sopa de almendras...
Se celebra a Gargantúa
en nombre de la opulencia,
y en el de aquel Niño Santo
que en un establo naciera.
En la noche acerba y fría
los hogares hacen fiesta,
y de aquellos que tiritan
pocos son los que se acuerdan.
Despiadada, la ventisca,
da dentelladas de fiera
y zarpazos, con sus garras,
de afilada indiferencia.
Menos mal que un hombre ronda,
menos mal que un niño vela,
con una sonrisa cálida
y una helada cruz a cuestas:
con la cruz, el mal alivia;
con la sonrisa, calienta.
Los olvidados del mundo
no disfrutan Nochebuena,
pero tienen quien les ama,
y, compasivo, consuela:
al final todos, iguales,
yacerán bajo la tierra.
El Niño que nace es hombre,
un Hombre pura entelequia,
que de la cuna a la cruz
imagen de amor proyecta.
Ese amor es lo importante,
el motivo de la fiesta;
mas... no olvidéis que en la noche,
en la fría Nochebuena,
por las calles silenciosas
vaga también la pobreza.
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