Las muchas vidas de Melquisedec
II
Melquisedec Salom del Sasso
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Melquisedec Salom del Sasso
.....Se le conocía por Melquisedec, a secas; o por el hipocorístico Mel, algo que él aceptaba con indiferencia. Nadie sabía sus apellidos, ni tan siquiera su nacionalidad. Se comunicaba por medio de monosílabos y por esquemáticos gestos, muy expresivos, eso sí. Solía vérselo todos los martes en el comedor social. Le encantaban las lentejas, y ese día se servían lentejas. Muy buenas, según su lacónica opinión y declarado gusto. Algunos, ante esta declaración de intenciones gastronómicas, lo miraban con conmiseración, otros con perplejidad, los menos con desprecio: como si un indigente no tuviese derecho a tener gusto o refinamiento sensorial; como si un indigente lo fuese de nacimiento, paria perteneciente a la casta de los intocables, sin derecho a nada, o, más bien, con el único derecho al disfrute de la nada.
.....Salvo en lo más crudo del invierno, en que por las noches se recogía en el albergue municipal, era habitual verlo ocupar el hueco de una sección de un inmenso colector desechado, a la vera del río, junto al puente románico de vetusta piedra invadida por los líquenes, a modo de un Diógenes moderno que hubiere cambiado la tinaja de barro por esta otra tubular residencia prefabricada de fibra de cemento, de no más de metro y medio de diámetro. Allí amontonaba las cuatro pertenencias que tenía.
.....Salvo en lo más crudo del invierno, en que por las noches se recogía en el albergue municipal, era habitual verlo ocupar el hueco de una sección de un inmenso colector desechado, a la vera del río, junto al puente románico de vetusta piedra invadida por los líquenes, a modo de un Diógenes moderno que hubiere cambiado la tinaja de barro por esta otra tubular residencia prefabricada de fibra de cemento, de no más de metro y medio de diámetro. Allí amontonaba las cuatro pertenencias que tenía.
.....Pero, en realidad, Melquisedec no siempre fue un indigente profesional. Antes bien, al contrario, hubo un tiempo en que gozó de una más que holgada fortuna y una muy respetable posición, y hasta de una amante familia, que incluía mujer y tres hijos. De eso hacía ya muchos años, quizás demasiados, tantos que había perdido la cuenta. Ni él recordaba ya dónde tuvo una vez una casa, en que calle, en qué ciudad, en qué país. Daba por cierta, en cambio, su pertenencia a un mundo, aunque si alguien le hubiera pedido que lo definiera, que lo describiera, no habría sabido cómo hacerlo, pues el mundo al que pertenecía se confundía con el que parecía contener a los demás, y que él ya no reconocía como enteramente propio. Pero hubo un tiempo en que vivió en el mundo de todos, tuvo los mismos afanes, luchó por las mismas cosas, le entusiasmaron semejantes empresas, es decir, que fue uno de tantos. Ahora ya no. Había sido una transición gradual, un proceso de lenta degradación, como el de un tejido expuesto al sol que poco a poco va perdiendo su color hasta que toma un tono indefinido e indefinible. A medida que iba saliendo del mundo --del mundo de todos-- se abismaba más en el propio, un mundo, visto desde fuera, sin color, desvaído, aún más anodino que el gris, pues tenía la tonalidad de la ausencia, del vaciamiento, de la supresión.
.....En otra época fue un artista de éxito: un escultor de reconocido taller donde nunca faltaban los encargos. La vocación por modelar la piedra le venía de lejos, de muy lejos. La tradición cantera de los Salom, a decir por ellos mismos, se remontaba a los tiempos bíblicos: ya un Salom anduvo canteando los sillares utilizados en el templo de Salomón. Lo cierto era que el árbol genealógico que obraba en su poder, con datos contrastados, añadidos generación a generación con artístico esmero sobre pergamino, hundía sus raíces, al menos, en el siglo XV, cuando Yohannan Salom tuvo que salir de España tras el Edicto de Granada, promulgado por los Católicos Reyes, que decretó la expulsión de los judíos. Yohannan, a quien el edicto le sorprendiera trabajando en el cerramiento de las últimas bóvedas de la Catedral de Toledo, pudo quedarse en la ciudad imperial hasta 1493, mediante una dispensa especial del Cabildo. Tras terminar su trabajo, partió hacia Francia donde sería recibido con los brazos abiertos, pues dentro del gremio su fama había saltado fronteras. Allí cambió de nombre y pasó a llamarse Jean Paix de la Pierre, y fue un maestro cantero reputado.
.....A partir de este hito, entre los descendientes de Yohannan/Jean siempre encontraremos, como poco, a un miembro de cada generación de Salom dedicado a tallar la piedra. Con el tiempo, algunos cambiarían la cantería y labores arquitectónicas por la más artística escultura, sobre todo entre la rama que a finales del siglo XVIII emigrara a Italia. Florencia, Roma o Nápoles acogerían a algún Salom, invariablemente escultor. Allí, italianizándose, su gentilicio pasó a ser Salom del Sasso. Así, Giovanni, Emanuele, Isia o Elia, del Sasso son nombres que figuran en el árbol familiar. Hasta la llegada de Melquisedec.
.....Nacido en Toledo, adonde sus padres habían acudido, desde su residencia en Nápoles, por un impulso romántico (intentar buscar noticias del primer antepasado que figuraba registrado en el cómputo genealógico), fue bautizado con tan extraño nombre, aun para un judío, por un antojo materno derivado de un extraño sueño en que, a modo de onírica anunciación, una especie de ángel flamígero le sugirió a la grávida madre, ya presta aparir, tal apelativo. Su formación académica y artística, no obstante, la realizó consecutivamente en Nápoles, Roma y Florencia (siguiendo el camino inverso al que la familia recorriera dos siglos antes), para terminar recalando en París. Allí se casaría con una linda e inteligente francesita que conociera en L'Écolde des Beaux Arts, y tendría a sus dos primeros hijos. Allí, pocos años después sintió la necesidad de viajar al sur, a España. A su mujer no le hizo gracia, pero la contumacia con que Melquisedec defendió su decisión, la convenció para, una vez negociado un honroso tratado (que incluía el regreso a París si las cosas no salían bien), probar la aventura española. Allí, en París, en su taller de Montmartre, también comenzó, de forma insidiosa, aquella extraña obsesión. Una obsesión que, al final, como un cáncer diseminado por su alma, cambiaría su vida.
.....Aunque hay quien piensa que la obsesión pudo comenzar en Toledo, donde se instaló a su llegada a España, lo cierto es que fue al detectar cómo aquella obsesión iba tomando forma, allí, en París, por lo que decidió cambiar de aires y huir de lo que amenazaba con socavar su cordura. Llegó a Toledo, pues, huyendo, pero aquello de lo que huía le habría de seguir como su sombra... Aunque, creo llegado el momento de intentar explicitar esa obsesión que de manera gradual fue adueñándose de la voluntad de Melquisedec.
.....Todo comenzó en el Petit Palais, como resultado de la observación secuencial de tres de las esculturas allí expuestas: la soberbia y sensual Bacchante Couchée, de Clèsinger; el Ugolino et ses fils, de Carpeaux; y, por último, Le premier funeral, de Barrias. Con La Bacchante... sintió cómo una llama le ardía en las entrañas; con el Ugolino... ese ardor le subió hasta quemarle el pecho; y con el grupo doliente del Premier funeral fue su alma la que ardería en llamas. Salió del museo convertido en tea viviente. Un fuego que ya no le abandonaría.
.....Un fuego que le incitó a buscar en la piedra el alma de la existencia: la mujer para él derivó en un secreto misterio que debía desvelar, un misterio que le había interpelado desde el cuerpo tendido y escorzado de aquella bacante ebria de vino y de sensualidad; la angustia existencial, con todo su bagaje de dolor, sufrimiento, privaciones, insatisfacción, se había trenzado al voluptuoso sentimiento anterior; y la muerte, por fin, se sobretejía a la trenza formada por las otras dos, de tal modo que las tres formaban un solo cabo.
.....Comenzó a trabajar sobre estas tres coordenadas. Poco a poco se fueron demorando los encargos. Tan centrado estaba en su búsqueda, haciendo, rehaciendo, destruyendo y reintentando formas de expresión de los cuerpos, de sus gestos, de su áurea armonía, que todo lo demás empezó a perder interés para él. En un momento de lucidez, todavía en París, se dio cuenta de lo que le pasaba e intentó salir de ello, de aquella sinrazón obsesiva que podía acabar con su carrera y destruyéndole a él. Es cuando decidió irse a España, a Toledo. En cierto modo no hacía sino buscar, de forma inconsciente, la protección de sus antepasados.
.....De momento pudo apagar el ardor. Tuvo a su tercer hijo, trabajó con eficacia y merecido reconocimiento y parecía que todo volvía a su ser. Espejismo creado por el cambio de escenario. Al cabo de dos años, y tras una noche en que una pesadilla lo despertó inundado de sudor -de un sudor abrasador que quemaba su piel-, la antigua obsesión volvió con renovada virulencia. Pasaba horas y horas encerrado en el taller, modelando, esculpiendo y destrozando a martillazos lo modelado y esculpido cuando comprobaba el fracaso de sus esfuerzos. No conseguía precisar ni expresar ese sentimiento que lo quemaba inmisericorde. Con cada fracaso la interna hoguera cobraba vigor: sentía hervir sus venas y volverse incandescentes sus nervios. Al menos, mientras trabajaba, la obligada concentración parecía hacerle olvidar aquel fuego que, no obstante, avanzaba sin control. La vida familiar fue la primera víctima. Su mujer le recordó el contrato alcanzado años atrás, antes de dejar París. Fue en vano. Melquisedec apenas sí la escuchaba. No se extrañó, ni puso la menor objeción cuando la madre y los tres niños regresaron a París, dejándolo solo. La esperanza de la esposa es que con tal decisión él reaccionara y les siguiera. Pero el tratamiento de shock no surtió efecto. Antes al contrario, ya sin el freno que suponía la realidad familiar, él se abismó aún más en la obsesión. Poco a poco los encargos demorados e incumplidos se acumularon. Como resultado, pese al prestigio alcanzado anteriormente, el trabajo escaseó cada vez más. Hasta que un día ya nadie volvió a llamar a su puerta. A él, la verdad, le afectó poco o nada. Más tiempo tendría para dedicarlo a su obsesión, que ya decididamente lo había trastornado. En pocos años lo perdió todo: casa, trabajo, familia (ya ni contestaba a las llamadas desde París). Familiares que lo visitaron e intentaron hacerle salir de aquel estado fueron despachados con cajas destempladas por Melquisedec. Al final se quedó solo del todo. Abandonaría Toledo sin destino conocido. Simplemente un día desapareció sin dejar rastro.
.....Y es en este punto, varios años después, cuando nos encontramos con el Melquisedec anunciado al principio el relato. Ubicado en una ciudad de tantas, donde nadie lo conocía, y donde ni él mismo podía dar cuenta de su identidad. Porque hasta eso había perdido... ¿Sí? ¿Seguro?
.....A partir de este hito, entre los descendientes de Yohannan/Jean siempre encontraremos, como poco, a un miembro de cada generación de Salom dedicado a tallar la piedra. Con el tiempo, algunos cambiarían la cantería y labores arquitectónicas por la más artística escultura, sobre todo entre la rama que a finales del siglo XVIII emigrara a Italia. Florencia, Roma o Nápoles acogerían a algún Salom, invariablemente escultor. Allí, italianizándose, su gentilicio pasó a ser Salom del Sasso. Así, Giovanni, Emanuele, Isia o Elia, del Sasso son nombres que figuran en el árbol familiar. Hasta la llegada de Melquisedec.
.....Nacido en Toledo, adonde sus padres habían acudido, desde su residencia en Nápoles, por un impulso romántico (intentar buscar noticias del primer antepasado que figuraba registrado en el cómputo genealógico), fue bautizado con tan extraño nombre, aun para un judío, por un antojo materno derivado de un extraño sueño en que, a modo de onírica anunciación, una especie de ángel flamígero le sugirió a la grávida madre, ya presta aparir, tal apelativo. Su formación académica y artística, no obstante, la realizó consecutivamente en Nápoles, Roma y Florencia (siguiendo el camino inverso al que la familia recorriera dos siglos antes), para terminar recalando en París. Allí se casaría con una linda e inteligente francesita que conociera en L'Écolde des Beaux Arts, y tendría a sus dos primeros hijos. Allí, pocos años después sintió la necesidad de viajar al sur, a España. A su mujer no le hizo gracia, pero la contumacia con que Melquisedec defendió su decisión, la convenció para, una vez negociado un honroso tratado (que incluía el regreso a París si las cosas no salían bien), probar la aventura española. Allí, en París, en su taller de Montmartre, también comenzó, de forma insidiosa, aquella extraña obsesión. Una obsesión que, al final, como un cáncer diseminado por su alma, cambiaría su vida.
.....Aunque hay quien piensa que la obsesión pudo comenzar en Toledo, donde se instaló a su llegada a España, lo cierto es que fue al detectar cómo aquella obsesión iba tomando forma, allí, en París, por lo que decidió cambiar de aires y huir de lo que amenazaba con socavar su cordura. Llegó a Toledo, pues, huyendo, pero aquello de lo que huía le habría de seguir como su sombra... Aunque, creo llegado el momento de intentar explicitar esa obsesión que de manera gradual fue adueñándose de la voluntad de Melquisedec.
.....Todo comenzó en el Petit Palais, como resultado de la observación secuencial de tres de las esculturas allí expuestas: la soberbia y sensual Bacchante Couchée, de Clèsinger; el Ugolino et ses fils, de Carpeaux; y, por último, Le premier funeral, de Barrias. Con La Bacchante... sintió cómo una llama le ardía en las entrañas; con el Ugolino... ese ardor le subió hasta quemarle el pecho; y con el grupo doliente del Premier funeral fue su alma la que ardería en llamas. Salió del museo convertido en tea viviente. Un fuego que ya no le abandonaría.
.....Un fuego que le incitó a buscar en la piedra el alma de la existencia: la mujer para él derivó en un secreto misterio que debía desvelar, un misterio que le había interpelado desde el cuerpo tendido y escorzado de aquella bacante ebria de vino y de sensualidad; la angustia existencial, con todo su bagaje de dolor, sufrimiento, privaciones, insatisfacción, se había trenzado al voluptuoso sentimiento anterior; y la muerte, por fin, se sobretejía a la trenza formada por las otras dos, de tal modo que las tres formaban un solo cabo.
.....Comenzó a trabajar sobre estas tres coordenadas. Poco a poco se fueron demorando los encargos. Tan centrado estaba en su búsqueda, haciendo, rehaciendo, destruyendo y reintentando formas de expresión de los cuerpos, de sus gestos, de su áurea armonía, que todo lo demás empezó a perder interés para él. En un momento de lucidez, todavía en París, se dio cuenta de lo que le pasaba e intentó salir de ello, de aquella sinrazón obsesiva que podía acabar con su carrera y destruyéndole a él. Es cuando decidió irse a España, a Toledo. En cierto modo no hacía sino buscar, de forma inconsciente, la protección de sus antepasados.
.....De momento pudo apagar el ardor. Tuvo a su tercer hijo, trabajó con eficacia y merecido reconocimiento y parecía que todo volvía a su ser. Espejismo creado por el cambio de escenario. Al cabo de dos años, y tras una noche en que una pesadilla lo despertó inundado de sudor -de un sudor abrasador que quemaba su piel-, la antigua obsesión volvió con renovada virulencia. Pasaba horas y horas encerrado en el taller, modelando, esculpiendo y destrozando a martillazos lo modelado y esculpido cuando comprobaba el fracaso de sus esfuerzos. No conseguía precisar ni expresar ese sentimiento que lo quemaba inmisericorde. Con cada fracaso la interna hoguera cobraba vigor: sentía hervir sus venas y volverse incandescentes sus nervios. Al menos, mientras trabajaba, la obligada concentración parecía hacerle olvidar aquel fuego que, no obstante, avanzaba sin control. La vida familiar fue la primera víctima. Su mujer le recordó el contrato alcanzado años atrás, antes de dejar París. Fue en vano. Melquisedec apenas sí la escuchaba. No se extrañó, ni puso la menor objeción cuando la madre y los tres niños regresaron a París, dejándolo solo. La esperanza de la esposa es que con tal decisión él reaccionara y les siguiera. Pero el tratamiento de shock no surtió efecto. Antes al contrario, ya sin el freno que suponía la realidad familiar, él se abismó aún más en la obsesión. Poco a poco los encargos demorados e incumplidos se acumularon. Como resultado, pese al prestigio alcanzado anteriormente, el trabajo escaseó cada vez más. Hasta que un día ya nadie volvió a llamar a su puerta. A él, la verdad, le afectó poco o nada. Más tiempo tendría para dedicarlo a su obsesión, que ya decididamente lo había trastornado. En pocos años lo perdió todo: casa, trabajo, familia (ya ni contestaba a las llamadas desde París). Familiares que lo visitaron e intentaron hacerle salir de aquel estado fueron despachados con cajas destempladas por Melquisedec. Al final se quedó solo del todo. Abandonaría Toledo sin destino conocido. Simplemente un día desapareció sin dejar rastro.
.....Y es en este punto, varios años después, cuando nos encontramos con el Melquisedec anunciado al principio el relato. Ubicado en una ciudad de tantas, donde nadie lo conocía, y donde ni él mismo podía dar cuenta de su identidad. Porque hasta eso había perdido... ¿Sí? ¿Seguro?
.....Mas, detengámonos un momento. ¿Estamos seguros que el ser que uno es viene determinado por todo el relleno con que aparece? Es decir, que ¿lo que uno es, lo es en base a lo que representa?, ¿uno es importante, merece una alta consideración, disfruta de un ser más denso o más profundo o más eminente o más corpóreo, cuanto más se reviste del producto de lo que se conoce y es convencionalmente admitido como una experiencia exitosa?
.....¿Y si sucediera al revés? Es decir, que el ser que uno es, y en base a la experiencia vital, se fuera invistiendo y revistiendo de capas y más capas de convencionalismo ocultando, sepultando, eliminando, cualquier tipo de manifestación pura y fidedigna de ese ser que así, de esa forma individualizada, toma cuerpo en cada individuo? La manifestación del ser individual, su peculiaridad, su esencia, su personalidad ¿la determina la apariencia que va tomando a medida que vive y actúa? Un ser, individuo, que tomara como elección vital la inacción (llamada por los orientales "búsqueda del no-ser"), que se negara a actuar, y, por tanto a revestirse con capas y capas de gestos, actitudes y actuaciones, ¿estaría negándose como ser existente o afirmándose como ser esencial? Por sus frutos los conoceréis, dicen que dijo el Cristo, ¿quiere eso decir que quien no da frutos es incognoscible? ¿Anónimo? ¿Invisible?. ¿Es función y obligación del ser individualizado dar frutos? ¿Darse a conocer? Para que toda estas preguntas no resulten ociosas y fútiles, no estará de más recordar y tener presente el mundo en el que vivimos, y objetivar la posición del ser humano en él, atendiendo a sus características de ser consciente, consciente incluso de su propia futilidad. Porque no se me discutirá que no hay incongruencia mayor que la que supone poseer consciencia de la infinitud y no obstante estar sometido, de continuo, a la amenaza de lo efímero; conocer la felicidad, y estar expuesto, de forma perpetua, al riesgo del dolor y el sufrimiento; saberse eterno y al mismo tiempo tener fecha de caducidad. Contradicciones todas ellas que están en el núcleo de este ser individualizado con que el Ser se manifiesta en cada cosa.
.....Por tanto, ¿El ser-individuo, es más ser o menos individuo en la medida en que recubra de atributos esa su esencia ontológica? ¿A más atributos, más ser, más individuo? ¿No serán los atributos formas de huida, de escape, de desviar la mirada del abismo que se abre ante la contradicción que supone la existencia humana; un mero material de relleno con que colmatar ese vertiginoso vacío?. Porque los atributos, esos sí, son efímeros, desaparecen cuando se exhala el último aliento, sólo quedan, más o menos presentes, en la memoria de aquellos con quienes el individuo interaccionó, individuos que al fin y al cabo no son sino caducos a su vez. Las obras realizadas, en todo caso, productos de su más noble esencia espiritual, poseen algo más de pervivencia, de aroma a eternidad, pero sólo en cuanto pertenecientes a una cultura. En el momento que ésta desaparece, se acabó todo. La memoria sólo habita entre los vivos. Mas la conciencia del ser humano, tomada en sí, como hecho inmanente, aislado del tiempo y el espacio, va más allá de la simple consideración cultural. Su conocimiento traspasa culturas, mundos y eones, formas y vacíos. Sólo se detiene ante la imposibilidad de imaginar. Y eso da mucha holgura, eso confiere mucho radio de acción, tanto que el ámbito que abarca es capaz de saltar dimensiones y posibilidades inimaginables.
.....Cerremos el excurso --y el relato-- volviendo con Melquisedec. El fuego que antaño ardió en él, que lo consumió hasta dejarle desnudo de atributos, cuando acabó con todo el material inflamable representativo de su personalidad, cuando consumió todo el oxígeno indentitario, se apagó, cesó. Lo que quedaron fueron las cenizas de Melquisedec, pero con las cenizas, también, su extracto. Extracto que no era otra cosa sino el Ser, un Ser limpio de impurezas vitales, de caducidades, de ambages, de relleno; un Ser liberado del sometimiento al imperio de la materia, liberado, a su vez, de las contradicciones en que cae la conciencia lastrada por el cuerpo (y que, no obstante, no concebimos sin un cuerpo). Sin objetivo, sin horizonte, sin apegos, sin compromisos, su Ser se mostraba tal cual era: invisible, evanescente, transparente, pura voluntad aleve al pairo de cualquier brisa que tuviera a bien soplar. Pese a las más que austeras condiciones en que vivía, Melquisedec nunca perdió la luminosidad ni la viveza en su mirada. Es más, a medida que sus ojos se hundían más y más en sus cuencas, el brillo iba aumentando su intensidad, como si se estuviesen acercando a una fuente luminosa, a un magma incandescente, a un masivo núcleo estelar. Un brillo que aún permanecía cuando lo encontraron, tras una noche especialmente fría del mes de Febrero, fuera de su hogar tubular, tumbado en la hierba de la ribera que le servía de improvisado colchón. Tenía los ojos abiertos dirigidos hacia un firmamento que, a su vez, se reflejaba en su convexa superficie. La escarcha que lo cubría lo hacía parecer una estatua de blanco mármol de Carrara yacente. Una de esas esculturas que decoran los panteones de los hombres eminentes.
.....Nadie se explicó cómo no había acudido, como otras ocasiones en semejantes circunstancias, al albergue municipal.
-o-o-.....¿Y si sucediera al revés? Es decir, que el ser que uno es, y en base a la experiencia vital, se fuera invistiendo y revistiendo de capas y más capas de convencionalismo ocultando, sepultando, eliminando, cualquier tipo de manifestación pura y fidedigna de ese ser que así, de esa forma individualizada, toma cuerpo en cada individuo? La manifestación del ser individual, su peculiaridad, su esencia, su personalidad ¿la determina la apariencia que va tomando a medida que vive y actúa? Un ser, individuo, que tomara como elección vital la inacción (llamada por los orientales "búsqueda del no-ser"), que se negara a actuar, y, por tanto a revestirse con capas y capas de gestos, actitudes y actuaciones, ¿estaría negándose como ser existente o afirmándose como ser esencial? Por sus frutos los conoceréis, dicen que dijo el Cristo, ¿quiere eso decir que quien no da frutos es incognoscible? ¿Anónimo? ¿Invisible?. ¿Es función y obligación del ser individualizado dar frutos? ¿Darse a conocer? Para que toda estas preguntas no resulten ociosas y fútiles, no estará de más recordar y tener presente el mundo en el que vivimos, y objetivar la posición del ser humano en él, atendiendo a sus características de ser consciente, consciente incluso de su propia futilidad. Porque no se me discutirá que no hay incongruencia mayor que la que supone poseer consciencia de la infinitud y no obstante estar sometido, de continuo, a la amenaza de lo efímero; conocer la felicidad, y estar expuesto, de forma perpetua, al riesgo del dolor y el sufrimiento; saberse eterno y al mismo tiempo tener fecha de caducidad. Contradicciones todas ellas que están en el núcleo de este ser individualizado con que el Ser se manifiesta en cada cosa.
.....Por tanto, ¿El ser-individuo, es más ser o menos individuo en la medida en que recubra de atributos esa su esencia ontológica? ¿A más atributos, más ser, más individuo? ¿No serán los atributos formas de huida, de escape, de desviar la mirada del abismo que se abre ante la contradicción que supone la existencia humana; un mero material de relleno con que colmatar ese vertiginoso vacío?. Porque los atributos, esos sí, son efímeros, desaparecen cuando se exhala el último aliento, sólo quedan, más o menos presentes, en la memoria de aquellos con quienes el individuo interaccionó, individuos que al fin y al cabo no son sino caducos a su vez. Las obras realizadas, en todo caso, productos de su más noble esencia espiritual, poseen algo más de pervivencia, de aroma a eternidad, pero sólo en cuanto pertenecientes a una cultura. En el momento que ésta desaparece, se acabó todo. La memoria sólo habita entre los vivos. Mas la conciencia del ser humano, tomada en sí, como hecho inmanente, aislado del tiempo y el espacio, va más allá de la simple consideración cultural. Su conocimiento traspasa culturas, mundos y eones, formas y vacíos. Sólo se detiene ante la imposibilidad de imaginar. Y eso da mucha holgura, eso confiere mucho radio de acción, tanto que el ámbito que abarca es capaz de saltar dimensiones y posibilidades inimaginables.
.....Cerremos el excurso --y el relato-- volviendo con Melquisedec. El fuego que antaño ardió en él, que lo consumió hasta dejarle desnudo de atributos, cuando acabó con todo el material inflamable representativo de su personalidad, cuando consumió todo el oxígeno indentitario, se apagó, cesó. Lo que quedaron fueron las cenizas de Melquisedec, pero con las cenizas, también, su extracto. Extracto que no era otra cosa sino el Ser, un Ser limpio de impurezas vitales, de caducidades, de ambages, de relleno; un Ser liberado del sometimiento al imperio de la materia, liberado, a su vez, de las contradicciones en que cae la conciencia lastrada por el cuerpo (y que, no obstante, no concebimos sin un cuerpo). Sin objetivo, sin horizonte, sin apegos, sin compromisos, su Ser se mostraba tal cual era: invisible, evanescente, transparente, pura voluntad aleve al pairo de cualquier brisa que tuviera a bien soplar. Pese a las más que austeras condiciones en que vivía, Melquisedec nunca perdió la luminosidad ni la viveza en su mirada. Es más, a medida que sus ojos se hundían más y más en sus cuencas, el brillo iba aumentando su intensidad, como si se estuviesen acercando a una fuente luminosa, a un magma incandescente, a un masivo núcleo estelar. Un brillo que aún permanecía cuando lo encontraron, tras una noche especialmente fría del mes de Febrero, fuera de su hogar tubular, tumbado en la hierba de la ribera que le servía de improvisado colchón. Tenía los ojos abiertos dirigidos hacia un firmamento que, a su vez, se reflejaba en su convexa superficie. La escarcha que lo cubría lo hacía parecer una estatua de blanco mármol de Carrara yacente. Una de esas esculturas que decoran los panteones de los hombres eminentes.
.....Nadie se explicó cómo no había acudido, como otras ocasiones en semejantes circunstancias, al albergue municipal.
(continuará)
GALERÍA
Varios artistas
MÁRMOL DE MUJER (1)
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Dancer with a Tambourine, Charles Adrien Prosper d'Epinay
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Berenice's Tresses, Ambrogio Borghi
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Mina, Henri Allouard
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Phryne, Ercole Rosa
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La Vanità, Pietro Guarnerio
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Nude with a Tortoise, Jacques de Braekeeler
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Mamma ce ne una sola (You Only Have One Mother), Silverio Martinoli
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A circasian slave in the Market-place at Constantinople, Raffaelo Monti
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Kneeling Nude , Julien Dillens
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Fior del Pensiero, Cesare Lapini
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Fior del Pensiero (detail), Cesare Lapini
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La Sorpresa (The Surprise), Cesare Lapini
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Baigneuse, Alfred Boucher (front view)
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Baigneuse, Alfred Boucher (front-side view)
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Baigneuse, Alfred Boucher (side view)
Mamma ce ne una sola (You Only Have One Mother), Silverio Martinoli
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A circasian slave in the Market-place at Constantinople, Raffaelo Monti
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Kneeling Nude , Julien Dillens
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Fior del Pensiero, Cesare Lapini
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Fior del Pensiero (detail), Cesare Lapini
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La Sorpresa (The Surprise), Cesare Lapini
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Baigneuse, Alfred Boucher (front view)
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Baigneuse, Alfred Boucher (front view)
.Baigneuse, Alfred Boucher (front-side view)
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Baigneuse, Alfred Boucher (side view)
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La Source (The Stream), Emmanuel Hannaux
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Seated Nude, Emile Louis Jespers
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Dancer with Cymbals, Italian Mid 19th Century
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Venus, Carlo Pancetta (After Berthel Thorvaldsen)
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Aurora, Antonio Frilli
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Zephyr dance with Flora, Giovanni Maria Benzoni
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Zephyr dance with Flora (back view), Giovanni Maria Benzoni
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Zephyr dance with Flora (back view), Giovanni Maria Benzoni
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Amore e Psiche, Giovanni Maria Benzoni
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Le Repos (Sleeping Girl), Alfred Boucher
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Marbre de jeune fille
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Marbre de jeune fille
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Marbre de jeune fille
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La jeune tarentine, Alexandre Schoenewerk
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La jeune tarentine, Alexandre Schoenewerk
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La jeune tarentine, Alexandre Schoenewerk
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Nymph Salmacis, François-Joseph Bosio
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Suzanne, The Huntress, Reinhold Begas
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Susanna, Scipione Tadolini
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Esmeralda, Antonio Rosetti
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The Sleep of Sorrow and the Dream of Joy, Raffaelle Monti
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Memory, Daniel Chester (MET)
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Memory, Daniel Chester (MET)
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Memory, Daniel Chester (MET)
Seated Nude, Emile Louis Jespers
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Dancer with Cymbals, Italian Mid 19th Century
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Venus, Carlo Pancetta (After Berthel Thorvaldsen)
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Luca Madrasi
First Secret Entrusted to Venus, François Juffroy.
Aurora, Antonio Frilli
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Zephyr dance with Flora, Giovanni Maria Benzoni
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Zephyr dance with Flora (back view), Giovanni Maria Benzoni
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Zephyr dance with Flora (back view), Giovanni Maria Benzoni
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Amore e Psiche, Giovanni Maria Benzoni
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Le Repos (Sleeping Girl), Alfred Boucher
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Woman on Hammock, Antonio Frilli
.Marbre de jeune fille
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Marbre de jeune fille
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Marbre de jeune fille
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La jeune tarentine, Alexandre Schoenewerk
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La jeune tarentine, Alexandre Schoenewerk
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La jeune tarentine, Alexandre Schoenewerk
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Nymph Salmacis, François-Joseph Bosio
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Suzanne, The Huntress, Reinhold Begas
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Susanna, Scipione Tadolini
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Esmeralda, Antonio Rosetti
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The Sleep of Sorrow and the Dream of Joy, Raffaelle Monti
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Memory, Daniel Chester (MET)
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Memory, Daniel Chester (MET)
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Memory, Daniel Chester (MET)
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