sábado, 4 de abril de 2015

PASSIO (II): Rogier van der Weyden y La Pasión según San Mateo BWV 244, de Johann Sebastian Bach




Presentación 2

Sobre la Pasión revisitada

.....En estas fechas, en que se conmemora la pasión y muerte de Cristo, España en gran medida se vuelve procesional. Los días están marcados por una liturgia que los va desgranado desde el Viernes de Dolores previo, pasando por el Domingo de Ramos, hasta dar con los tres días de Pasión propiamente dicha —Jueves, Viernes y Sábado Santo— para culminar el Domingo de Gloria o Resurrección. Aunque en realidad la semana se extiende más allá, abarcando también el denominado Lunes de Aguas, como día de asueto y recuperación ante la exigente semana pasada.

.....Así como en Navidad es tradicional y secular que afloren las buenas intenciones y la necesidad de fraternal amor, en Semana Santa no todo el mundo siente la necesidad de someterse a penitencia, lo que antes, hasta hace total nada, pongamos inicios del siglo XX, era de rigor, ahora se ha convertido no más que en ocasión para procesionar, vacacionar y, en cualquier caso, descansar sometiéndose a una menos exigente entrega a la gastronomía propia de la época. Días, por tanto, de excesos que no de privanza y ayuno. Eso ya pasó a la historia. Ni los viernes de Cuaresma, ni los días de Pascua se respeta el precepto. Para muestra un botón: hace ya unos años, recién llegado yo a tierras levantinas e integrado en uno de los grupos que periódicamente allí se reúnen para concelebrar amistad, viandas y vino (algo semejante a los txocos vascos, pero en alicantino), entre los cofrades de la buena mesa había un cura, joven, de treinta y tantos años, alto, espigado, algo miope que suplía con grandes gafas cuadrangulares de montura negra, siempre invariablemente vestido con la preceptiva sotana (algo poco habitual en un sacerdote joven, precisemos de paso), lo que acentuaba aún más su elevada estatura... pues bien, este cura —al que todos llamábamos Jordi— el viernes previo a la Semana Santa, en que nos solíamos reunir antes de partir cada uno hacia nuestro lugar vacacional, si así se terciaba, él realizaba una especie de exordio y bendición que conllevaba una especie de bula o salvoconducto que resolvía el interdicto y así poder darse a las ricas carnes a la brasa, pescados, dulces, vinos y licores que se servían con generosidad propia de espíritus pantagruélicos. Ese es el espíritu de la Semana Santa hoy en día.

.....Recuerdo que de niño la liturgia se solía respetar más o menos fielmente: el Domingo de Ramos a ver la procesión de la borriquilla; el Miércoles Santo a asistir a la procesión de hombres, ya de madrugada (el martes se celebraba la de mujeres); el jueves por la tarde a recorrer todas las iglesias y capillas abiertas al público (incluso las de los monasterios de clausura, que en mi pueblo hay varios) y por la noche se salía en la procesión conjunta de hombre y mujeres; el Viernes Santo, obviamente a seguir —o a procesionar si uno pertenecía a una de las cofradías— la procesión más importante de todas; el Sábado Santo, por la tarde, nos reuníamos los chicos de más de catorce años (más o menos) a jugar a las cartas en locales ad hoc donde la radio (por orden gubernamental) sólo emitía música clásica y marchas militares (por su parte, todas las noches de la semana los adultos, tradicionalmente, organizaban timbas de chapas donde se jugaban incluso importante sumas de dinero); y el Domingo de Resurrección uno estrenaba una prenda de vestir, era obligado.

.....En cambio hoy en día de aquel rigor poco queda, poco del meollo de la cuestión y sí mucho de su Pompa y Circunstancia: permanecen las procesiones (donde es menos patente la sincera fe y la profunda creencia que el ansia de socializar y de pertenencia a un clan: la cofradía), permanece el aparato y la parafernalia, la liturgia marca los días para una parte de la sociedad civil (no toda, y cada vez menos, no siendo por lo ya apuntado de confraternización/tribalización por medio de la hermandad cofrade), en las mesas aparecen los productos típicos, pero no ya por precepto, sino por gusto y una cierta querencia hacia lo tradicional (torrijas, bacalao y limonada se erigen en productos estrella). Pero de las pasadas abstinencias y penitencias poco queda; del duelo por Cristo, casi nada. Semana Santa es, hoy en día, más que nada una ocasión para la vacación; de hecho es la época en que más se concentra el asueto: las zonas turísticas de la costa y el interior se pueblan de gente vacacional: unos a celebrar festivamente (sin compromiso personal alguno) las diversas y más o menos liturgias procesionales de los lugares más emblemáticos (así: Sevilla o Málaga, Valladolid o Zamora; y muchos otros pueblos menos importantes pero más típicos), otros a regalarse unos días de descanso y/o marcha en las zonas costeras; todos a disfrutar de la buena mesa y la buena bebida, a disfrutar, en una palabra, algo que poco tiene que ver con la Pasión que es ocasión. Se ha quedado en eso, en ocasión. Nada que ver ya con lo religioso, y lo poco que tiene que ver (procesiones y otras liturgias) lo es al sesgo, sin implicación verdadera, en la inmensa mayoría de los casos (que alguien habrá que así lo celebre, digo yo).

.....Bien está: el signo de los tiempos. El mundo se seculariza gracias a la Ciencia y la Tecnología, el prodigio está a la vuelta de un microchip y levitar, lo que se dice levitar, no tardará mucho en hacerse realidad. Poco espacio se le deja al milagro. Aunque la muerte sigue así, pero ya asusta algo menos. Demasiado imbuidos en el vivir frenético, demasiado preocupados en disfrutar, escaso es el tiempo para dedicarlo a pensar en la muerte. De todos modos, creo yo, la gente ha relativizado en gran medida el fatal tránsito, dando el paraíso por perdido o innecesario (el paraíso está aquí: gran ganancia que nos ha traído finalmente el fundamental impulso que supuso la ilustración). Existe el miedo, cómo no, al acabamiento, pero casi más al dolor o al sufrimiento, y este cada vez está más controlado (mediante, otra vez, la ciencia). Se nos tiene demasiado ocupados como para sentir el aliento de la Parca en la nuca. Se necesita menos —parece ser— el consuelo. Las iglesias se quedan sin acólitos o se fanatizan (pero eso es debido a otra casuística, más compleja de la que no cabe hablar, ahora, aquí). De la tradición, en el Primer Mundo, queda la cáscara, la apariencia, aquello que contribuye al bienestar, al disfrute, lo demás se deja a un lado. Se defiende y valora lo tradicional, pero ya desde la ausencia del sentimiento armado de razones: sólo desde la resonancia hueca del eco dejado en las liturgias. Tramoya y procesión, poco más. Es el signo de los tiempos.
.....Lo que no quita para que nos sigamos solazando con las obras de arte a que también ha dado lugar tanto la pasión como cualquier otro episodio del corpus litúrgico religioso. El medio/motivo bien vale el fin/la obra de arte. Nada puede ni debe objetarse a las razones del arte para ser, mientras sea, y lo sea por añadidura con tanta excelencia como la aquí mostrada, tanto en pintura como en música. La sensibilidad es orgánica y universal, las creencias, en cambio, son cosa del interín de cada cual. Disfrutemos del arte y respetemos las creencias... si éstas no van contra el sentido común ni la Declaración Universal de Derechos Humanos.

[Nada más execrable que la destrucción de las obras de arte por diferencias religiosas o políticas, algo que un espíritu superior jamás haría: a Alejandro se le criticó por arrasar Persépolis, a César y, después, con empecinada reiteración, a Teodosio el Grande por quemar la Biblioteca de Alejandría; hoy en día las hordas salafistas no paran de perpetrar desmanes contra el arte heredado de la antigüedad, patrimonio de la humanidad entera... triste, muy triste. ¿Cuándo se enteraran de que el arte es patrimonio de la especie y no de ninguna cultura, credo o facción?]



Sobre su iconografía

.....El ser humano, desde hace dos mil años, se recrea en la representación de esta efemérides; y lo hace, de continuo, además, plasmando por medio del arte sus momentos más álgidos: una especie de secuencia iconográfica sobre los últimos días de Jesús recogida en numerosas manifestaciones y múltiples formas por todas las bellas artes: arquitectura, artes escénicas, escultura, música, pintura, literatura, cine... Todas las expresiones del Arte están impregnadas con sus imágenes, con su influencia; han sido colaboradoras necesarias e imprescindibles para propagar el mensaje que la tal Pasión conlleva. El arte, por otra parte, gracias al tremendo poder evocador y mediático (social) de los mensajes inherentes a la Pasión, ha tenido en su temática e inspiración una copiosa fuente que ha regado de grandes creaciones el mundo occidental durante todo este tiempo.
.....La iconografía sobre la Pasión es extensa, y está marcada sobre todo por las escenas que determinan el Viacrucis (desde la condena a muerte del Cristo y su camino del Calvario con la Cruz acuestas hasta el momento de su resurrección), pero también por los momentos previos, tanto a su condena como a su tránsito hacia el Gólgota: la agonía del Monte de los Olivos, el Prendimiento, el Juicio ante Pilatos, el Escarnio, la Flagelación, la Imposición de la corona de espinas; todas ellas de un alto contenido simbólico, por lo que suponen de postura del hijo de Dios —y del hombre— ante un destino, cuanto menos, cruel y despiadado.

.....La imagen más representada, obviamente es la crucifixión, icono, emblema y símbolo del cristianismo, por ser el último episodio del martirologio, el que sellaba la muerte física del Cristo hijo del hombre y daba paso al Cristo hijo de Dios. Tras la Crucifixión quizás sea la Pietá la obra más representada (el dolor de la madre ante el hijo muerto); la Resurrección y la Ascensión, en el aspecto positivo (y más mágico de toda la historia/leyenda), serían las escenas más frecuentadas. Cristo cargando con la Cruz camino del Calvario o la Flagelación, son episodios también muy del "gusto" de los pintores y sus patrocinadores (por lo que tiene de morboso e impactante para las mentes proclives al sentimiento de culpa y a la subsiguiente penitencia). No hemos de olvidar que en occidente el arte en general, pero la pintura en particular, ha estado muy condicionada por el hecho religioso (allí donde el arte se encuentra en su salsa: la representación de lo maravilloso, del prodigio, de ese mundo taumatúrgico que raya la ficción —si es que decididamente no lo es—, susceptible, por tanto, de recreación artística y de fecunda imaginería), y este condicionamiento a lo largo de dos mil años ha marcado profundamente gran parte de la temática pictórica.

.....En esta serie de dos posts sobre la Pasión he elegido dos formas de expresión artística y tres autores, y los he puesto en relación para alumbrar así nuevos sentidos. Pintura y música son las artes elegidas; dos pintores y un músico, sus representantes. Rogier van der Weyden y Matthias Grünewald, por un lado; Johann Sebastian Bach, por el otro. Todos los cuadros que en los primeros nos acercan gráficamente la Passio, haciendo especial hincapié en sus dos recíprocas obras maestras: El Retablo de Isenheim y El Descendimiento de la Cruz; dos composiciones que del segundo nos la glosan musicalmente: la Pasión según San Mateo y la Pasión según San Juan, cada una asociada a uno de los autores. Según mi propio criterio, más emotivo que técnico o artístico, la de San Mateo puesta en relación con el pintor flamenco; la de San Juan, con el alemán. Si uno, el flamenco, es soberbio puente entre el Gótico y el Renacimiento (aún más que Jan Van Eyck); el otro, el alemán, está ya inmerso totalmente en el movimiento procedente de Italia, pero poseedor de un estilo tan propio y singular que igual traza puentes hacia el expresionismo que hacia una suerte de realismo barroco, casi caricaturesco.
.....En la asociación me he dejado guiar por mi sensibilidad y por la afinidad electiva que de ella ha resultado. Definitivamente, la más profunda y melódica Pasión según San Mateo se aviene mejor con esa maestría dulcificada que pese al dolor que allí expresa, lo expresa matizado, por las formas idealizadas, los colores vivos y las composiciones equilibradas de las obras de van der Weyden. En cambio la Pasión según San Juan, si menos ambiciosa en sus pretensiones musicales y descriptivas, si menos compleja en esencia, se muestra más trágica y directa en varios de sus pasajes —empezando por el inicio: Herr, unser Herrscher...!—, confabulándose mejor con el más descarnado y torturado, cromáticamente denso y abigarrado universo de Grünewald.
.....En este segundo post de la serie le toca el turno a Rogier van der Weyden y La Pasión según San Mateo BWV 244. En el primero ya se trató de Grünewald y La Pasión Según San Juan BWV 245.




La Pasión según San Mateo BWV 244
Johann Sebastian Bach

1. Philippe Herreweghe, Collegium Vocale Gent, 2010
2. Ton Koopman, Amsterdam Baroque Orchestra , 2003
3. Peter Dijkstra, Concert Köhln, Chor des Bayerischen Rundfunks, 2013
4. Karl Richter, Münchener Bach Orchestra and Choir, 1971
5. Eugen Jochum, Royal Concertgebouw Orchestra, Nederlands Radio Koor & Boys' Choir of St. Willibrordskerk, 1965
6. Rudolf Mauersberger & Erhard Mauersberger, Dresdner Kreuzchor & Thomanerchor Leipzig / Gewandhausorchester Leipzig, 1970
7. Nikolaus Harnoncourt, Concentus Musicus Wien, Tolzer Knaben Chor and soloists, 1985






El pintor y su obra (2)

Rogier van der Weyden
1399/1400-1464

El Descendimiento de la Cruz

.....Prodigio de equilibrio, en el Descendimiento... nada se ha dejado al azar, ni lo más nimio. Equilibrio y armonía, de la mano en la honda impresión que sentimos al contemplar la obra maestra. La congoja, el sufrimiento, el dolor, la pasión que nos refiere el tema de qué trata y que sirve de motivo queda en un segundo término. Al contrario que los crucificados de Grünewald (tanto el de Retablo de Isenheim como los otros tres que pintara en tablas singulares), donde lo primero que nos impacta es el horror, el encarnizamiento y la violencia del cuerpo torturado, aquí lo inmediato es la armonía y el equilibrio; sólo después reparamos en lo que nos cuenta la escena en sí. Armonía en los colores de increíble pureza de los primarios: ese lapislázuli irrepetible del vestido de María; el rojo de la túnica de Juan el evangelista, el de las mangas de la Magdalena, el de las calzas de José de Arimatea; el verde dorado del terno de la santa que sujeta, junto a Juan, a la Virgen; el azul violáceo de la falda de María Magdalena; el amarillo dorado del fondo en que se enmarca la acción; hasta la gama de ocres del traje de Nicodemo... todo este policromatismo está tan bien distribuido, tan compensado, sus tonos son tan vivos y/o ajustados, que no podemos dejar de sentir su acción armoniosa sobre nuestra sensibilidad.

.....Por otra parte, el equilibrio de las formas, la composición de la escena, la calculada geometría que como si de una proporción áurea se tratase logra dar la sensación de una soberbia arquitectura de los cuerpos: las triangulares diagonales alineando las cabezas a izquierda y derecha, las paralelas diagonales de Cristo y la Virgen María, con el cuerpo en semejante disposición de desfallecimiento: lo paralelo de sus brazos, de la expresión de sus manos, el rostro de ella aún más lívido que el cuerpo ya muerto de él, la pasión finalizada del hijo y la de la madre que se exacerba (hasta la pérdida del sentido, unida a él hasta en el gesto exánime —llévame, hijo mío, contigo; tras de ti yo voy... En cada extremo Juan Evangelista y María Magdalena, con sus cuerpos en forma de similar arco (paréntesis dentro del cual sucede la escena): los ojos llorosos de él, el llanto desconsolado de ella (en ademán de taparse la cara con el brazo). En el extremo opuesto al que ocupa la Magdalena, la efigie llorosa de otra santa que nos recuerda a una monja (quizás en representación de todas ellas).

.....La tríada rige por todas partes uniendo y reuniendo varios grupos a un mismo tiempo (el triángulo de vértice inferior que forman Juan y las dos santas que se encuentran tras él; el que forman Juan —ejerciendo de vértice externo— junto a María y la santa que la sostiene; el que forman Jesús —como vértice inferior—, José de Arimatea y la santa que sostiene a la madre desfallecida; en el otro lado, el triángulo formado por Nicodemo, Magdalena y el hombre del fondo como vértice superior. Y sigue la simetría triangular: en el lado izquierdo dos de los personajes inclinan la cabeza hacia la derecha (Juan Evangelista, que ejerce de vértice inferior, y la santa llorosa ubicada tras él) y uno a la izquierda (la santa que sostiene a la Virgen desfallecida); en el lado derecho, en cambio, son dos los personajes que inclinan la cabeza hacia la izquierda (María Magdalena y Nicodemo) y uno a la derecha (el hombre del fondo, que hace de vértice superior); en la zona central, en la vertical de la cruz, el hombre encaramado a la escalera que ha ayudado a descolgar al crucificado muerto, inclina la cabeza hacia la derecha, mientras debajo José de Arimatea (única cabeza que se mantiene enteramente vertical, paralela a la cruz, equilibrando el eje de la escena) resuelve la tensión entre aquél y la cabeza de Cristo totalmente dirigida a la izquierda. María casi desvanecida en el suelo mantiene no obstante la cabeza erguida, aunque girada hacia la izquierda respecto al cuerpo semi-tendido.
.....Todo son tensiones triangulares que se compensan mutuamente, todo prodigio de composición, incluso de arriba hacia abajo, dando una sensación de gravedad a la escena: la madre, viva, ya casi tendida en el suelo; el hijo, muerto, que pronto yacerá en la tumba, suspendido en el aire como en vuelo detenido...

.....El milagro de la profundidad de campo conseguido con tan poco espacio, con tan escaso fondo: la perspectiva se diluye en los cuerpos abigarrados, pasa desapercibida, aunque está presente y contribuye a mostrarnos la escena con una pasmosa verosimilitud y ajustado realismo. 
.....Pero no nos engañemos: es tal la pureza del trazo y del rasgo, tal la armonía del color, tal el equilibrio de las formas, tal la perfección de la pincelada, tal su limpieza, tal su suavidad, que las figuras aparecen como idealizadas, sublimado su dolor en belleza (que parece mitigarlo).
.....Todo esto lo consigue el maestro de Tournai con su extrema habilidad y su dotado genio. Y ante una obra así, de tan aquilatada virtud plástica, no puede uno sino admirarse antes que sobrecogerse, y si se diese el sobrecogimiento lo sería en todo caso por la impresión de tal grado de perfección estética, antes que por el tema representado. Después, sólo después, lo representado va calando en nosotros, nos empapa desde la belleza que anega nuestro alma y nos habla de lo que quiere hablarnos, de lo que es el motivo y la causa de la génesis de la obra maestra: nosotros, entonces, escuchamos con recogimiento, pero también con delectación.


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El Descendimiento de la Cruz en vídeo
Audio Guía del Museo del Prado



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Otros cuadros sobre la Pasión, de van der Weyden

Crucifixion Triptych, 1445 (Kunshistorisches Museum, Vienna, Austria)
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Crucifixion Triptych Abegg, 1438-1440
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Seven Sacraments Triptych, 1440-1445
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Altar de Nuestra Señora o tríptico de Miraflores, 1442-1445
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Triptych Sforza, 1450-1460
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Crucifixion, c 1440 (Staatliche Museen, Berlin)
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El calvario (Crucifixion of Sheut), 1454-55 (Nuevos Museos, El Escorial). Antes de la restauración.
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El calvario (Crucifixion of Sheut), 1454-55
(Nuevos Museos, El Escorial). Tras la restauración (color verdadero, saturación media).
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El calvario (Crucifixion of Sheut), 1454-55
(Nuevos Museos, El Escorial). Tras la restauración (color verdadero, saturación baja).

Vídeo del proceso de restauración



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Crucifixion Diptych, c 1460 (Philadelphia Museum of Art). Color verdadero, saturación medio-alta
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Crucifixion Diptych, c 1460 (Philadelphia Museum of Art). Color verdadero, saturación media
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Crucifixion Diptych, c 1460 (Philadelphia Museum of Art). Color verdadero, saturación baja
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Pietà, 1450-1464
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Pietà, 1450 (Museo del Prado)
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Lamentation and Entombment of Christ, 1450
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Lamentation of Christ, 1464 (National gallery)
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Lamentation over the Death Christ, 1455-64
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