(14) Fue Rubén en tiempo de la siega de los trigos,
y halló mandrágoras en el campo,
y las trajo a Lea su madre; y dijo Raquel a Lea:
Te ruego que me des de las mandrágoras de tu hijo.
(15) Y ella respondió: ¿Es poco que hayas tomado mi marido,
sino que también te has de llevar las mandrágoras de mi hijo?
Y dijo Raquel: Pues dormirá contigo esta noche por las mandrágoras de tu hijo.
(16) Cuando, pues, Jacob volvía del campo a la tarde, salió Lea a él, y le dijo:
Llégate a mí, porque a la verdad te he alquilado por las mandrágoras de mi hijo.
Y durmió con ella aquella noche.
Génesis, 30, 14-16
Respecto al simbolismo que subyace en los textos bíblicos y la necesidad de una exégesis:
Curiosa manera, esta de hablar para que no se entienda...
¿Por qué Dios, si quisiera ser escuchado y comprendido,
si quisiera realmente dirigirse a los hombres y mujeres
para señalarles un camino -el mejor camino-, prefiere el galimatías,
el doble y triple sentido, a lo que debiera ser exposición diáfana y unívoca?
¿Es por necesidad? ¿Le está ocultando la verdad -La Verdad Revelada-
al común de los mortales porque no confía en su buen sentido?
¿No será que quien ha transcrito esta verdad no lo ha hecho en nombre del Dios mismo,
sino en el de una casta sacerdotal -la única capaz de interpretar el mensaje oculto-
que se constituiría, así, en puente necesario para comunicar al Hombre con Dios?
Curiosa, repito, curiosa, manera esta de presentar lo diáfano,
lo límpido y luminoso, en un envoltorio de misterio y tinieblas.
Decididamente, el Ser Humano -y no solo el poeta pessoano- es un irredento fingidor.
Pensamientos impensables. Héctor Amado.
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Post 2
Raquel y Lea en el Purgatorio (una referencia a Dante)
La Trinidad Solanácea: Beleño, Belladona y Mandrágora
Poema: Raquel y Lea (2)
Música: Il Diluvio Universale. Michelangelo Falvetti
Iconografía 2
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En el anterior post sobre Raquel y Lea se lanzaron -con onda retórica- ciertas piedras hacia éste, por no desvelar allí lo que debiera ser tratado aquí -y que fue oportunamente anunciado en la distribución de contenidos. Pues bien, aquí estamos para proceder seguidamente a recoger aquellos tejos, ya en el lugar que les corresponde, y formar con ellos un mosaico que espero resulte, cuanto menos, además de bonito, de cierto interés. Esta será una entrada, si acaso, más mágica, más inclinada a lo fantástico, que la anterior, pues en ella se tratará del simbolismo entramado a los textos sagrados, y más expresamente en el hilvanado al episodio que es nuestro objetivo, y que provocará, a su vez, un contagio derivado a otros ámbitos culturales no menos tendentes a lo prodigioso y oculto, como son el medievalismo y lo esotérico asociado al poder telúrico de ciertas plantas psicotrópicas. El Poema Raquel y Lea, en su 2ª parte, concluirá la lírica expresión -en burlesco modo- suscitada por el episodio de marras. El tema musical será el mismo, Il Diluvio Universale de Falvetti, pero en otra compilación diferente y de gran utilidad, pues en las carátulas de los archivos vienen consignados los diferentes números o canciones de que se compone, y a los que se alude en la reseña laudatoria del apéndice de la anterior entrada. A estos contenidos se les unirá la parte ilustrativa contenida en Iconografía 2, que no necesariamente sirve de soporte a lo que aquí, ahora, se cuente.
Espero que sigan disfrutando. Y sean benevolentes con las opiniones, apreciaciones y pareceres que nuestro querido amigo Héctor Amado vierte en su ecléctica obra.
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Raquel y Lea en el Purgatorio (una referencia a Dante)
Es muy posible que Dante no eligiera de modo gratuito el lugar donde tuviera el sueño en la que aparecería la referencia a las dos hermanas que rivalizaron por el amor y el semen de Jacob: a la salida del Purgatorio, al pie de la escalinata que ascendía al Cielo donde, privado ya de la compañía de Virgilio que lo había conducido hasta aquí tras llevarlo por el Infierno, Beatrice le esperaría para ser su guía en el Paraíso Terrestre. Al fin y al cabo la competencia mantenida entre Raquel y Lea no es muy edificante, por más que sea cosa comprensible el que una mujer se resista a compartir amor y hombre con otra, por muy hermana que ésta sea. Así pues, el Dante tiene su visión a los pies del cielo -en zona de transición-, y es ahí donde contempla a Lea recogiendo flores...
Ne l'ora, credo, che de l'orïente
prima raggiò nel monte Citerea,
che di foco d'amor par sempre ardente
giovane e bella in sogno mi parea
donna veder andar per una landa
cogliendo fiori;e cantando dicea
"Sappia qualunque il mio nome dimanda
ch'i mi son Lia, evo movendo in torno
la belle mani a farmi una ghirlanda
per piacermi a lo specchio, qui m'addorno;
ma mía suora Rachel mai non si smaga
dal suo miraglio, e siede tutto giorno.
Ell'è d'i suoi belli occhi veder vaga
com'io de l'addornarmi con le mani;
lei lo vedere, e me l'ovrare appaga".
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A la hora, creo, que del Oriente
lanzaba al monte su primer rayo Citerea
que de fuego de amor parece siempre ardiente,
joven y bella en sueños parecíame
ver una dama andando por una landa
cogiendo flores, y cantando decía:
"Sepa quienquiera que mi nombre demanda
que soy Lía, y voy moviendo en torno
las bellas manos para hacerme una guirnalda.
Por placerme ante el espejo, me adorno;
pero mi hermana Raquel nunca se aparta
de su espejo, todo el día sentada.
Ella de ver sus bellos ojos está enamorada
como yo de adornarme con las manos;
a ella el mirar, y a mí el obrar nos aplaca."
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Y aquí se nos describe el carácter de ambas hermanas: una, Lea, activa, que ha de adornar su figura para sentirse -para placerse- bella; la otra, Raquel, contemplativa, absorta -y regocijada, enamorada- en la belleza que ya atesora. El símbolo está también presente en esta simple adscripción de caracteres y funciones, pues no otra cosa representa Lea que la vida cristiana activa, la vida física y comprometida con el obrar en mundo, que es su ornamento, con el cual puede complacerse ante el espejo -es decir ante sí misma-; en cambio, Raquel es emblema de la vida monástica, de la contemplación, de la vida espiritual, una vida deleitada en su mirarse del espíritu a sí mismo -con los ojos del alma. Rico pasto para una época imbuida en los símbolos (no olvidemos los códigos cifrados presentes in extenso en tiempos de románico y gótico, de libros miniados, códices y manuscritos ilustrados). Tiempos en que las historias bíblicas eran tomadas por los artistas y artesanos de la época para transmitir conductas morales ejemplares o punibles, apostando por ese repique de campanas a las conciencias que es la expresión del prodigio, lo maravilloso, lo fantástico, que como un venero subterráneo fluye bajo la aparente superficie del relato.
Jacob es el enviado de Dios, de hecho parece que será el mismo Dios quien, tras contender con él en una refriega que duró toda una noche hasta el alba, bendiciéndole, le cambió el nombre -Jacob = Suplantador- por el de Israel = El que lucha con Dios (Génesis 32: 25-29) (otra vez el misterio, el prodigio, la alusión). Y es por eso que las hermanas quieren acceder a él y tener descendencia suya, por verse así favorecidas por Dios mismo (banderín de enganche para el pueblo elegido). No hay que olvidar lo importantes que eran -y aún lo son- los hijos para aquellas gentes en que una familia numerosa era garantía de bienes y fortuna, «He aquí, herencia de Yahvé son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos.» (Salmos 127: 3-5). Ambas sabían (intuían, más bien; con esa intuición que solo la mujer, la madre, tiene) que Jacob era la piedra fundamental sobre la que Yahvé fundaría su pueblo, Israel (patentizado por el cambio del nombre), y ambas querían ser las elegidas del elegido. Jacob eligió a Raquel; pero Dios impuso, también, a Lea (es decir: acción y contemplación; lo físico y el espíritu; el amor y la responsabilidad). Esto, traducido a roman paladino, vendría a significar que no hay acceso a Dios -al cielo de los perfectos- sin antes pasar por la vida mundana, en la que se habrá de dar frutos; solo así se accederá a tenerlos en la vida espiritual (¿es en este supuesto en el que se basa ese pragmatismo, esa eficacia en los asuntos/frutos materiales del pueblo judío?).
Lea tuvo cuatro hijos mientras era aborrecida por Jacob (¡menos mal! -se imponía la responsabilidad). Mientras pretendía el amor de su hombre, que pertenecía a Raquel, Dios la amó sobre su hermana menor. Ella, la menos agraciada, la que tuvo que colar su padre para casarla (y a la que Jacob no rechazó -aunque no la amara, parece ser), era en cambio la elegida de Dios, y éste le concedió cuatro hijos, lo que provocaría el ten-con-ten con su hermana. Tras estos cuatro hijos, Dios la secó, lo que dio lugar a la utilización, como armas arrojadizas, a sus sirvientas (armas que no desdeñó Jacob, haciendo uso y entrando en ellas sin remilgos -también por responsabilidad), prosiguiendo así la guerra genésica por medio de intermediarios. La utilización de estas armas de creación masiva -Bilha y Zilpa- procurarían cuatro hijos más a la bendecida familia. Pero los celos, envidia e inquina entre las hermanas por la competencia del hombre no se apaciguaría nunca (nunca acaban por congraciarse vida activa y espiritual). Habría que imaginarse la convivencia del día a día en aquel guirigay familiar: cuatro madres, once hijos (pues el último, Benjamín, supondría la muerte de Raquel) y un padre, patrone y patriarcal, incapaz de contrariar la voluntad de sus mujeres (¿la de Dios mismo? No olvidar que en toda esta historia hay una presencia constante de Dios: varias apariciones, consejos y avisos). Con estos antecedentes se hace difícil entender que, a su muerte, Jacob dejara testado el ser enterrado en el mismo lugar donde descansaba Lea, muerta unos años antes: la cueva de Machpelá (una especie de panteón familiar donde yacían los restos de otras dos parejas ilustres, antepasados suyos: Abraham y Sara, e Isaac y Rebeca -sus padres-. Raquel, en cambio, quedaría en Belén, donde murió, y donde está su tumba conmemorativa, visitada anualmente por millares de personas). Otra vez el simbolismo: los restos mortales de la vida práctica y activa han de ubicarse, rendido el culto pertinente al ámbito en el que se desarrolla; Lea es la genealogía material. En cambio, Raquel, la vida contemplativa, no está sujeta a las dimensiones físicas; su genealogía es inmarcesible, más allá de tiempo y espacio, es aquí y ahora y siempre, es el espíritu, y como tal no necesita ubicación preeminente, le vale reposar en cualquier sitio, pues ese cualquier sitio estará conectado con todos los sitios.
Tenemos, pues, el Israel físico -Lea- y el Israel espiritual -Raquel- como representación de la guía vital que ha de seguir todo hijo de Dios, todo fiel a la Religión Verdadera, en la que está urdida la Verdad Revelada. Este parece ser el simbolismo que entraña toda esta historia, y esta pugna -a veces obscena- entre hermanas (¿no existe, a veces, esta misma obscenidad en la pugna que el Ser Humano ha de dirimir a lo largo de su vida entre su ser físico y el espiritual, esa contradicción que arrostra y arrastra desde que adquiriera su humanidad?). Quizás el libro de los libros no haga sino dar una de tantas lecciones imbricadas en la trama de sus aparentes historias de aventuras.
Para un estudio sobre la significación e importancia de los nombres en el pueblo judío hacer click aquí (un sencillo, pero esclarecedor y didáctico trabajo sobre los nombres de los hijos de Jacob).
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La Trinidad Solanácea: Beleño, Belladona y Mandrágora
Ese gran pueblo, cuna de una de las civilizaciones más antiguas conocida, el egipcio, nos ha legado un caudal ingente de conocimientos... y de misterio. Pocos pueblos con tal cantidad de lo uno y de lo otro; y, precisamente, por este ingente acerbo acumulado a lo largo de miles de años y heredado solo en cantidad limitada, es por lo que únicamente me ceñiré a esta ínfima parcela como es su protagonismo en el presente post. Se debe al Papiro de Ebers -ese primer tratado médico, escrito hacia el 1500 a. de C, y en el que se citan más de 700 sustancias con fines farmacológicos, y más de 700 fórmulas magistrales para tratar todo tipo de enfermedades-, la primera cita recogida sobre las plantas protagonistas de este divertimento. Tanto el Beleño como la Belladona, allí aparecen portadoras de virtudes semejantes y prescribiéndose para algunas de las mismas afecciones que lo harían después, hasta hoy.
¿Cuáles son las virtudes de esta triada? Las tres, pertenecientes a la familia de las solanáceas (familia que contiene en su seno, si bien en la rama más glotona, insignes integrantes como son la patata, el tomate, la berenjena, o, en la rama más ociosa, otras como el tabaco, y, en la más glamurosa, a algunas más como la petunia), están adscritas al clan de las cabezas locas; un clan que ha hecho correr ríos de tinta, y torrentes de palabras (desde que los ríos fueron de tinta, y desde que las palabras, nutridas por una corriente vertiginosa de imaginación, tumultuosas, fluyeran como torrentes). Este clan, afamado por su temperamento y carácter fantasioso, exuberante, alocado, sí, pero, también, pendenciero y peligroso, tiene en común una misma sangre calenturienta. Sangre definida por sus alcaloides, que son quienes determinan la singular composición de sus entrañas. Verbi gratia, el Beleño, la Belladona, la Mandrágora, hacen soñar incluso antes de que puedan actuar sobre los organismos. Su fama las precede. Los alcaloides que las componen se encargan de mantener esa fama sin que disminuya un ápice.
Será en el medioevo (periodo, como ya se ha dicho antes, tan dado a lo fantástico y la superstición, empujada por epidemias y oscurantismo) cuando la tres, Trinidad Solanácea, adquieran toda su carga significativa. Las anécdotas se multiplican, las experiencias, con ellas -las plantas de la Trinidad-, también. En épocas en que el hombre, perdido, ha buscado y buscado, el ansia por encontrar le ha llevado a experimentar con todo, y a sumergirse allí donde la experiencia era más extremada, y fuera capaz de arrancarle de la cotidianeidad aplastante, de, si no darle respuestas, al menos, enajenarlo de la desagradable sensación de pérdida... Porque, efectivamente, estas tres plantas, con sus efectos psicotrópicos -entre otros no menos útiles-, son capaces de transformar la realidad, de amortiguarla o exacerbarla, pero, por fin, de modificarla, que, al fin y al cabo, era lo que se buscaba. Efectos orgánicos que se convierten así en virtudes. Pero estos efectos, precisamente por la entidad que poseen, pueden ser letales si no se utiliza la planta adecuadamente, si no se administra con cálculo o moderación (ateniéndose al adagio que dice que "lo que te sana, también puede matarte", simplemente en atención a la concentración con que se administre). Para considerar el alcance de este aserto realizaré una breve presentación de los tres componentes del clan, de la Trinidad Solanácea.
De actividad narcótica gracias a una tríada de alcaloides bloqueadores o amortiguadores de la acetilcolina (una de las sustancias responsables de la transmisión nerviosa), que son: la atropina, la escopolamina y la hiosciamina, suelen actuar tanto a nivel del Sistema Nerviso Central (cerebro y médula espinal), como del Periférico (Sistemas Simpático y Parasimpático, encargados del percibir y transmitir las señales dolorosas y cinestésicas del organismo). Esta actividad narcótica, a concentraciones moderadas de los alcaloides que la producen, tiene acción benéfica y farmacológicamente útil para el tratamiento de trastornos asociados con dolencias en que tiene lugar una exacerbación de las manifestaciones espásticas del sistema nervioso.
El Beleño, utilizado por su acción sobre la musculatura lisa de las paredes musculares de los órganos internos (cólicos, espasmos), se usaría para aliviar trastornos gastrointestinales, también como calmante (en homeopatía), en ciertas patologías psicóticas (delirium tremens, alucinaciones, terrores), como broncodilatador en bronquitis y asma, incluso para el tratamiento de la epilepsia. Su uso como afrodisíaco es de tradición popular, así como el alucinógeno, necesitando una sabia medida de la concentración de principios activos, pues a concentraciones elevadas, su acción narcótica es poderosa y produce el efecto contrario: alucinaciones visuales, gustativas y olfativas, euforia, expresiones afectivas exageradas, ingravidez,... Esta planta formaba parte de la fórmula magistral de la pomada de las brujas (un ungüento mágico que éstas utilizaban en los akelarres, así como para untar con él un bastón -o palo de escoba- sobre el que montaban para poder viajar a donde quisieran...).
La Belladona, es llamada así a causa del efecto midríatico que la atropina ejerce sobre los músculos encargados de contraer y dilatar la pupila (provocando la dilatación), ya que una mixtura hecha con un extracto de esta planta la usaban las damas ya en Roma para embellecer su mirada, apareciendo más intensa, por más negra. Esta dilatación es, por otra parte, de gran utilidad ya que facilita la observación del fondo de ojo en las exploraciones oftalmológicas. También se utiliza farmacológicamente en el tratamiento de afecciones gastrointestinales y bradicardias, pues tiene una potente acción antiespasmódica, y también en afecciones broncoespásticas, como el asma. Así mismo se ha usado su extracto en el tratamiento del Parkinson con relativo éxito, y como tranquilizante o anestesiante a dosis moderadas. Incluso como antídoto en casos de armas químicas depresoras del sistema nervioso. Obviamente, también formaba parte de la triaca de las brujas, en la pomada teletransportadora.
La Mandrágora es el caso más singular de las tres, pues siendo su composición similar a las dos anteriores -y por tanto su efecto, semejante- posee una singularidad: su raíz bulbosa y bifurcada puede aparecer remotamente parecida al cuerpo humano (un sabio tratamiento de poda adecua aún más el parecido). Esta singularidad es la que ha dado lugar a toda su legendaria historia de prodigios y maravillas. Comenzando con su propia génesis, pues se defendía que crecía bajo los patíbulos debido a la fecundación de la tierra por el semen producto de la eyaculación post-mortem de los ahorcados, y siguiendo por el modo de extracción, pues se jura que al arrancar la planta, ésta, prorrumpe en un grito o en gemidos tan lastimeros que envían directamente al que la arranca al jardín de Pedro Botero, cuando no los vuelve locos sin remedio (¿por creer en semejantes tonterías? -apunto), por lo que se prescribe la utilización de un perro para recolectarla, perro que habrá que atar fuertemente a la planta y alejarse de allí como alma que lleva el ángel para que, precisamente, no te coja el diablo cuando el perro salga corriendo perseguido por la doliente mandrágora. Su uso en la Edad Media fue ambivalente: tanto para magia blanca -medicina curativa: con efectos semejantes a los descritos más arriba para el Beleño y la Belladona-, como magia negra -filtros de amor, venenos, droga alucinógena, pócimas milagrosas-. El efecto que más nos interesa aquí -y al que se debe todo este discurso- es el de antídoto contra la infertilidad, favorecedor de la libido y afrodisíaco. Imagino que según el sexo que la necesitara debía de elegir una planta con la raíz en forma del sexo opuesto (¿! eso lo digo yo, por decir). Lea negocia con Raquel el alquiler de los favores de Jacob a cambio de unas mandrágoras que Rubén, el primogénito del patriarca, había recolectado (no se dice nada de que utilizara perro para ello) en un trigal (¡cielos! no bajo un patíbulo). Todos sabemos que cuando el río del empirismo suena, agua de fe lleva, de creencia popular avalada por experiencia contrastada.
Nicolás Maquiavelo escribiría una obrita dramática titulada así, La Mandrágora, una especie de comedia de enredo en la que esta planta usada en un ungüento contra la esterilidad, provoca unas situaciones cómicas proporcionales a las leyendas que circulaban por ahí de las prodigiosas virtudes de la mandrágora y las liturgias que acompañaban su tratamiento.
Resumiendo, he de añadir: el nombre de uno de los tres alcaloides más determinantes del efecto narcótico de la Trinidad Solanácea, la atropina, tiene sustrato mitológico, pues Linneo la llamó así por Atropos, la inexorable o inevitable, Aisa, la mayor de las Tres Parcas, y encargada de cortar el hilo de la vida de todo mortal. Y esto fue así por el tradicional uso que se hizo de la Belladona (rica en este alcaloide) desde tiempos antiguos para envenenar de modo lento a quien se quería quitar de en medio de forma discreta (el emperador Claudio, o el padre de Hamlet, murieron así).
Relacionando este tema con el anterior sobre el simbolismo en el relato bíblico, la mandrágora jugaría allí el papel de facilitadora de los frutos que ha de dar el hombre en la tierra (la mandrágora proviene de la tierra, de la Gran Madre). Y es por eso que Raquel, en un momento de debilidad (harta de su espiritualidad: "Dame hijos porque sino me muero...", Génesis 30:1), quiera tener hijos materiales de Jacob, no le basta con su amor, con su entrega, quiere hijos de carne y hueso, porque no está segura de poder retener a su amante amado; por eso pretende las mandrágoras de Lea, como diciendo: "yo te alquilo parte de lo mío, lo que me pertenece a mí, mi amor, mi hombre, a cambio de lo tuyo, lo que te pertenece a ti, la capacidad para engendrar hijos". Esta sería la lectura simbólica, exegética del texto.
(para ampliar detalles sobre las tres plantas hacer click aquí -teniendo precaución, pues hay algunas pequeñas incorrecciones en ciertos términos y datos).
-o-
RAQUEL Y LEA (2)
(Burlesque)
Lea
Era Lea una muchacha
más esforzada que bella,
más hacendosa y activa
que soñadora y coqueta.
Sin ser fea, no era guapa,
sin ser bizca, no era tuerta,
sin ser chica , no era grande,
sin ser gorda, no era esbelta.
Ningún rasgo resaltaba
en su anodina apariencia;
era, si fuera guarismo,
cero arrimado a la izquierda.
Más que tierno, su mirar,
mirar era de ternera:
dos redondos ojos grandes
flotándole en ambas cuencas,
que a menudo rebosaban
crecidas por las tormentas
de emociones encontradas
y perdidas, sin respuesta.
Por hacer honor al nombre
-pues que a vaca representa-
desde la aurora al ocaso
pasa rumiando sus penas...
...para pena de su padre,
que a la desdicha no encuentra
solución que solucione
el mal de la insatisfecha.
Pero Dios, que es compasivo,
en su infinita indulgencia,
le envía una solución
sobre dos bienquistas piernas:
un esbelto mocetón
aparece por la puerta
bebiendo, borracho, vientos
por su hermanita pequeña.
Lo que parece aguijón,
fusta, látigo y espuela,
será por fin el remedio,
pero tras jugada artera:
aprovechando, Labán,
que el mozo ciego se encuentra
-vendado, como cupido,
con una alelada venda-
en el día de la boda,
por mil velos toda envuelta,
a su hija la mayor
por la menor le encasqueta.
¡Albricias!, le canta el vientre,
que el mozo Jacob jalea
-sin saber que en su jaleo
equivoca monta y meta-.
(ya se sabe que en la noche
pardos los gatos se muestran,
y que en su ansia, el garañón,
ninguna grupa desdeña).
Poco importa, a la mañana,
que se descubra la treta:
la yegua, ya cabalgada,
no volverá a la pradera.
La infeliz lo será menos,
que en otro pecho apacienta
-aunque acabe compartido-,
y no en soledad incierta.
De comercio, tratos y alquileres
Labán bien juega sus cartas,
y, por una, dos entrega;
Jacob acepta la baza,
aprovechando la oferta:
por la promoción ofrece
catorce años de siembra...
...Y sembrando en cuatro campos
obtendrá pingüe cosecha
(que a Raquel y Lea suma
el monto de las dos siervas,
las llamadas Bilha y Zilpa,
remitido por aquéllas).
Como, de las dos hermanas,
Raquel es la predilecta,
volverá a rumiar la Vaca,
pero una yerba más tierna...
pues el pastor de la casa,
cumplidor, la pastorea,
y aunque no ponga entusiasmo
sí eficacia en la faena:
cuatro blancos en su centro,
con otras tantas saetas,
que Jacob, si displicente,
flechador, muy bien acierta.
Raquel será quien, ahora,
balará como una oveja
(pues es lo que significa,
Raquel, en la lengua hebrea),
reclamándole a Jacob
eficacia tan certera.
Éste, no bien la reprende,
a Dios deriva la queja.
Raquel, rumiando, decide
actuar por la tremenda:
si ella no puede engendrar
engendrará su sirvienta.
Dicho y hecho, el flechador,
endosa dos nuevas flechas
en aquel prestado blanco
que fértil diana se muestra.
Ya Raquel mira a su hermana
con sonrisa satisfecha,
y ésta, de envidia, rumia
una cumplida respuesta:
si de sirvientas se trata
cursará debida réplica:
a la suya, Zilpa, envía
como blanco a la palestra...
El flechador, con pericia,
otros dos dardos la asesta
en su centro, vertical,
y a la horizontal manera.
Seis a dos está el tanteo
y la partida se engresca,
las dos hermanas disputan
y de ello, Jacob, devenga
beneficios en su lecho
sin aventurar apuesta
-Dios distribuye las cartas
y el hombre tan solo juega-.
Un día, de entre los trigos,
Rubén a casa regresa
con mandrágoras cogidas
sin perro que lo proteja.
Raquel que lo ve, ansiosa,
se las solicita a Lea,
y ésta aprovecha el momento
para negociar la renta:
allá se haga una ensalada
con la verdura hechicera,
si, en alquiler, el marido
por una noche le presta.
La prestación acordada,
a cobrarla, Lea, espera,
y en vano no ha de esperar,
pues Jacob el trato acepta.
No es oprobio el alquiler
si beneficio dispensa,
si, en el uso, va el placer,
del alquilado, en la empresa.
La historia aún continúa
siguiendo la misma senda,
pero yo aquí la concluyo
por no hacerla más extensa.
Ya dije lo que quería;
si lo prometido es deuda,
bien he pagado la mía,
cumplida está la promesa.
-o-
ICONOGRAFÍA
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