lunes, 14 de noviembre de 2011

Susana: La Hija de los Lirios (3)




Surcan los poderosos mitos, las sugestivas leyendas, las fábulas aleccionadoras,
el océano del tiempo, con las velas henchidas y las proas incisivas,
hendiendo el transcurrir de las épocas, transportando
su valioso cargamento de significación
para enriquecer la cultura.



Post 3

La virtud de la azucena. Poema
Iconografía: obras comprendidas entre 1600 y 1820. 28 obras.
Música para Susana:
Domenico Scarlatti: Ottavia restituita al trono

.

File:Fotky květů (47).jpg


LA VIRTUD DE LA AZUCENA
(Historia de Susana)

Susana

Solo de virtud vestida
tomaba un baño la bella;
la piel tenía, y el alma,
del color de la azucena,
de los lirios que en el valle
adornan las fuentes frescas
y llenan de aroma el aire
de las líricas riberas.
Bajo el cielo babilonio
se desarrolla la escena,
en vergel que a Semiramis,
si no envidia, celos diera.
Paraíso es, no jardín,
de un príncipe de Judea
que, cautivo, está en la Corte
del gran rey de aquellas tierras
(Nabucodonosor dicen
al caldeo que gobierna
un imperio legendario
en un tiempo de leyenda).
El sol detiene su marcha
hacia el ocaso, que espera,
por engastar rayos de oro
al nácar de la princesa.
En la quietud de la tarde
un rumor tenue se orquesta
de brisa tañendo suave:
ramas, juncos, cañas, hierba...
y sobre el rumor un aria
que melódica se eleva:
es un ruiseñor que canta
su canción más dulce y tierna.
Todo en el jardín la ensalza,
todo en el jardín celebra
el esplendor que Susana,
en su desnudez, demuestra.



Los Viejos

Mas no todas las miradas
observan con inocencia:
emboscadas en lo verde
dos sierpes traman y acechan;
veneno de sus colmillos
como baba fluye densa
mientras, salaces, espían
la desnudez de la presa.
Viejos son que fácil mudan
la piel a su conveniencia:
en lo público, de armiño;
en privado, de vulpeja
(Mal eligiera aquel pueblo
a quien justicia impartiera
otorgando autoridad
a quien mal uso hizo de ella).
Cuando el momento es llegado,
y Susana sola queda,
alevosos y taimados,
los malos jueces se muestran:
con dedo en los labios, uno;
el otro, con la voz queda,
los dos se acercan despacio
con calculada cautela.
De palabras una red,
con maña, tejen artera
para evitar que se escape
la tan codiciada pieza:
alabando sus encantos,
sus virtudes lisonjean,
e intentan su vanidad
halagar con frases huecas;
previendo la ineficacia
de la falaz estrategia,
por si al final, con rigor,
se impusiera la decencia,
a la castidad conminan
-si de buen grado no acepta-
les entregue su virtud
o afronte las consecuencias:
la acusarán de adulterio
con la irrefutable prueba
del supremo testimonio
que su autoridad conlleva.


La infamia

Apenas recuperada
de la enojosa sorpresa,
Susana, duda y vacila,
sopesando su respuesta.
Malo será resistirse
a quien el poder detenta,
pero peor, a sus ojos,
es causar a Dios ofensa,
ser indigna ante sí misma
o desleal a la fuerza;
son momentos angustiosos
de congoja, rabia y pena...
Mientras en esto cavila,
a medio cubrir sus vergüenzas,
los sinvergüenzas procuran
sacar partido al dilema,
y la mano que no agarra,
con descaro, manosea,
la que no al pecho ya escala,
se aventura en la entrepierna,
la que las nalgas no explora,
el fino talle magrea...
Entre dos hienas, Susana,
se siente frágil gacela,
entre chacales voraces
una víctima indefensa.

La decisión

En un acto de coraje,
de decisión y entereza,
la acosada cervatilla
se zafa de las dos fieras;
ya que no a humana justicia
a la de Dios se encomienda:
prefiere perecer pura
que malvivir deshonesta.
Ante una casta Susana,
que tan segura se muestra
con el gesto, ya, los jueces
parecen dictar sentencia.


El juicio

Cumpliendo sus amenazas
ante el tribunal la llevan,
aquellos viejos, inicuos,
odres de concupiscencia.
Allí refieren su historia,
su difamación abyecta:
bajo un árbol del jardín
juran ver a la Princesa
entregada a un jovenzuelo
con quien goza satisfecha;
se regalan en detalles
-los que para sí quisieran-
relatando, así, el fornicio
con fruición calenturienta.
El Príncipe no lo cree,
y a su creencia él apela,
enfrentado al testimonio
de quienes justicia ostentan.
Susana, por descontado,
de la historia todo niega,
mas son dos ilustres hombres
contra el aval de una hembra;
dos ancianos elegidos
por la magistrada audiencia,
empeñando su palabra,
quienes imputan la afrenta.
El veredicto es rotundo:
por adúltera condenan
a quien defendió el honor,
víctima de su inocencia.


La intervención

A morir de muerte atroz
llevan atada a la rea,
en comitiva solemne,
camino de la cantera:
allí será lapidada,
lacerada con mil piedras,
por el gentío erigido
en justiciera conciencia.
Pero un niño sale al paso,
que al tribunal interpela,
lo hace con sabiduría
impropia de edad tan tierna:

"Oh, eruditos magistrados,
dechados de diligencia,
para quien lo justo es fuente
de armonía y de grandeza,
escuchadme atentamente
antes de dar rienda suelta
al furor que, justiciero,
ha de cumplir cruel sentencia."
(El tribunal reconoce
a Daniel, que ya comienza
a revelar cualidades
de consejero y profeta).
"Ilustrísimos señores,
arquetipos de prudencia,
muchas veces la mentira
viste toga verdadera,
precisamente allí donde
no se espera ni sospecha.
La palabra de estos jueces
habéis dado bien por buena:
más por jueces que por hombres,
más por digna que por cierta.
Vedlos aquí tan ufanos,
tan pagados de soberbia...
satisfechos por creerse
que son lo que representan.
Oh, sabios hombres de leyes,
os solicito licencia
para interrogar a quienes
del delito son la prueba.
Su palabra ha de brillar
si verídica se muestra,
mas si hubo engaño que paguen
cara su maledicencia.


La Verdad

A Daniel el Tribunal
le permite hacer la encuesta,
y por separado a ambos
la indagación cumplimenta.
Pronto, la contradicción,
la falsedad manifiesta:
si una acacia el uno dice,
una encina el otro mienta
(refiriéndose al lugar
donde el delito ocurriera);
si, para uno, rubio el joven,
para el otro negras trenzas
(quien folgara con Susana
y al adulterio asistiera);
si hacia el norte uno precisa,
hacia el sur el otro expresa
(la dirección del mancebo
cuando tras verlos huyera)...
Desvelada la verdad
a la Princesa exoneran,
y a los viejos los castigan
a cumplir igual condena.

File:Fotky květů (47).jpg

Conclusión

Desde aquel día, Daniel,
de buen juicio se hizo emblema;
y Susana ya sería,
por siempre, casta azucena.

Hay Justicia en la justicia
que antes o después impera,
y una Dignidad más digna
más allá de la apariencia.

-o-

ICONOGRAFÍA
Obras comprendidas entre 1600 y 1820. 28 obras.




56. Escuela Francesa s. XVII


57. Jacques Blanchard (1600-1638)
.


58. Guido Cagnacci (1601-1663)
.

59. Círculo de Pietro Liberi (1605-1687)
.
60. Rembrandt Van Rijn (1606-1669) (I)
.
61. Rembrandt Van Rijn (1606-1669) (II)
.

62. Salomon Koninck (1609-1656)
.

63. Mattia Preti (1613-1699)
.

64. Jan Both (1618-1552)
.


65. Johann Spillenberger (1628-1679)
.



66. Johann Carl Loth "Carlotto" (1632-1698) (I)
.



67. Johann Carl Loth "Carlotto" (1632-1698) (II)
.

68. Daniel Seiter (1649-1705)
.
69. Jean Baptiste Santerre (1650-1717)
.


70. Giuseppe Chiari (1654-1727)
.


71. Sebastiano Ricci (1659-1734)
.

72. Studio Willem Van Mieris (1662-1747)
.

73. Giovanni Antonio Pellegrini (1675-1741)
.
74. Jean François de Troy (1679-1752)
.
74-bis. Jean François de Troy (1679-1752)
.
74-tris. Jean François de Troy (studio) - Susanna and the elders
.
75. Giovanni Battista Piazzetta (1683-1754)
.


76. Giovanni Battista Tiepolo (1696-1770)
.

77. Pompeo Batoni (1708-1787)
.

78. Francesco Hayez (1791-1882)
.

79. Piotr Vasilievich Basin (1793-1877)
.
80. Grigory Ignatievitch Lapchenko (1801-1876)
.

81. Jean-François Millet (1814-1875)
.

82. Théodore Chassériau (1819-1856) (I)
.


83. Théodore Chassériau (1819-1856) (II)

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Obras Complementarias:

83-c. Joseph Marie Vien (1716-1809)

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