miércoles, 30 de noviembre de 2011

Antonio Canova: Piedra idealizada. (1) Delicadeza



Delicadeza:
1. f. Finura, ternura, suavidad.
2. Elegancia, exquisitez de comportamiento.
3. Deferencia, obsequio o detalle delicado.

Supremo valor el del genio que es capaz de dotar a su obra
de la facultad de la armonía y del don del equilibrio
convirtiendo en virtud la relación entre opuestos:
delicadeza y poderío, gracia y severidad,
ternura y violencia, solemnidad y sutileza,
son así pares de fuerzas que se compensan
y se potencian; pues a lo uno responde, por contraste, lo contrario,
y es la tensión entre ambos, invisible, conseguida con pasmosa facilidad,
la que convierte a la simple manufactura en singular obra maestra.
Ars Gratia Artis. Héctor Amado.


Escultura prosopoética

¿Puede la piedra flotar; ondear, flamear, el éter surcar, cual aleve pluma? ¿Puede su consistencia mutar y, flotando, quedar, en la Tierra, suspendida como en cielo la luna? ¿Convertirse en vaporosa espuma? Si la respuesta no yerra, y, afirmativa, de ello, se puede aportar la objetiva prueba ¿Qué magia permite tal sorprendente prodigio? ¿Cómo es posible resolver el litigio que la Gravedad con la ligereza mantiene? ¿Cómo hacer que la piedra finja hiedra y al espacio se encarame? ¿Cómo puede abrazarse al aire y con donaire azotarnos la sonrisa cual la brisa hace? Nada es imposible para el ser humano, nada se resiste al poder de su mano, guiada, y sabiamente entrenada, por esa inteligencia que penetrando en las cosas las recrea esplendorosas, permutada su naturaleza, en el escenario de la apariencia, formando así un nuevo firmamento donde cada elemento no es lo que parece sino lo que sugiere, embebido de la imaginación emanada de la creatividad preclara del artista.
Mirad cómo la piel del mármol más piel que la piel se muestra, cómo la obra del genio amaestra la estructura, cómo despoja de veladura a la forma que subyace en lo informe, cómo, quitando lo que estorba, surge bella, más resplandeciente que una estrella, la definitiva obra maestra. Ya las alas aleteen, ya los pliegues ondeen, ya los dedos delicados, divinamente perfilados, expresen gestos sublimados; ya los músculos se enseñoreen del espacio, ya en minúsculos detalles, filigranas sometan lo reacio, ya a la misma verdad le roben el verismo, ya conviertan el espejismo en realidad; ya la proporción invite a la emoción; ya la vida detenida, en vida convertida, el movimiento sugiera incesante; ya la mirada penetrante de la piedra en el gesto se mire, excitante; ya todo ello juntamente proclame la superior grandeza de lo grande, cuando a la piedra, esquirla a esquirla, el escultor, la forma que contiene le reclame.
Y, aun con todo, la apariencia del mármol sugiere, en las gasas, en las plumas, en los velos, de alabastro, transparencia; y aun las hojas del laurel y del acanto, si de pálida verdura, de encanto tanto, que las hojas de nieve, sino de hielo, a la emoción te mueve sino al llanto. De piedra un cielo, un marmóreo firmamento, donde los astros son los cuerpos exaltados, a la nada arrancados por el genio que como un demiurgo su voluntad aplica, a lo oscuro, que luminoso, así, lo enaltece y reivindica.
Un discurso de retóricos golpes de cincel va construyendo, en la piedra, el movimiento de aquel que imitar pretende, y, consiguiéndolo, el vuelo emprende: argumento del espacio que en el espacio defiende su lógica de piedra transmutada, ya no piedra sino materia sublimada. Y queda, por fin, la obra duradera, hilvanada a la trama del tiempo, pregonando fama, proclamando ingenio, con sus bordadas formas, en el encaje de luces y sombras que al aire le dibujan los pulidos volúmenes y los primorosos huecos.
Si del espacio violentado, el gesto fiero, si del temor desesperado, el medroso gesto; si del círculo imbricado, el triángulo soberbio; si del torso poderoso, el delicado seno; si del plácido abrazo, al abrazo funesto,... si de pares la estructura, pareada la hermosura de lirismo manifiesto; si del arco el equilibrio entre los dos extremos, certera la saeta que al mirar le busca el centro; si en el jugar de los sentidos, las formas rotundas de lógicas profundas, honor hacen al juego;... si en la feliz confluencia de habilidad e inteligencia, la piedra, a ellas sometida, consigue la belleza que es debida, tendrá lugar la maravilla: la piedra cobrará vida, tendrá el valor de la existencia pretendida en el proyecto.
Émulo de Fidias y Praxíteles, de Lisipo y Policleto, pero del barroco Escopas, por lo trágico, algo menos. Es, su pathos, italiano, heredero de Cellini y Donatello, de Michelangelo y Bernini, de Giambologna y del Renacimiento. Renovador del clasicismo, superador de lo humano, taumaturgo dominador del mármol; es, Antonio Canova, modelador del aliento divino insuflado en la piedra idealizada, no ya más piedra, sino, por su mano, obra por siempre ya animada.


Presentación. Plan

Es Antonio Canova el tercer vértice de este triángulo equilátero de espléndidos escultores que, paridos por el Renacimiento Italiano, formaron parte de ese cíclico renacer del arte clásico en que ya quedó dicho todo, y de una vez, en los tres siglos de clasicismo griego. De hecho El Apolo de Belvedere, La Venus de Milo o el grupo de Laocoonte -hallado en tiempos del Papa Julio II, e identificado por Sangallo y el mismo Miguel Ángel- fueron modelos en los que todos ellos se fijaron e inspiraron: desde la sobria belleza y estática armonía del Apolo, a la delicadeza idealizadamente carnal y admirables proporciones de la Venus, y de la contenida sensualidad de ésta al dramatismo barroco -compendio ella misma, en una única obra, de todo un estilo- del grupo del trágico sacerdote troyano, víctima junto a sus hijos, de las serpientes marinas que enviaran los dioses, según unos, como castigo o, según otros, para evitar que impidiera la entrada del mentido Caballo en la ciudad.
Claro que ha habido varios escultores más, y geniales, casi tanto como esta trilogía; pero ninguno brilló con su intensidad, influenció con su imperio, grabó tan indeleblemente su impronta con tanta profundidad. Miguel Ángel en el Cinquecento (s XVI), Bernini en el siglo XVII, Canova a caballo de los siglos XVIII y XIX, recobrarían, continuarían e impulsarían el clasicismo griego, idealizador y humanista. Miguel Ángel a Fidias, Bernini a Escopas, Canova a Praxiteles, es una relación nada descabellada, pero inexacta, pues que los tres "modernos" algo tienen de los tres antiguos, si bien en proporciones diferentes. Además, cada uno de ellos poseía el suficiente talento, el singular genio, como para, sin margen para innovaciones decisivas en lo que ya estaba inventado, sí, al menos, dotar, un arte preexistente, de la necesaria distinción, del imprescindible marchamo de originalidad.
Todos, los tres, son reconocibles y diferentes entre sí. Pero, de los tres, es Canova el más clásico, el más canónico, y eso sin dejar de ser original. Privadas sus esculturas de escorzos forzados, de dramatismos exagerados, incluso en las obras más poderosas (como el grupo de Hércules y Licas, con cuya contemplación no dejo -yo- de experimentar una sensación afín a la sentida con el Laocoonte, o con el rapto de Proserpina) todo es expresión clásica, armonía, belleza delicada o movimiento contenido, emotividad fluida en la suavidad de los perfiles. Canova es un griego redivivo, porta el vigor elegante y la sutileza minuciosa del Academismo ateniense, coquetea a veces con Policleto, otras con Lisipo, alguna más con el patetismo de Escopas, pero es, ante todo, Praxiteliano (anunciado ya en el elegante y gracioso contraposto de Teseo en su Teseo Sul Minotauro). Sus torsos parecen sacados del siglo IV a.d.C, cuando Atenas era faro del mundo.

Esta serie ahora dedicada al gran maestro de Possagno, subtitulada Piedra Idealizada, constará de tres partes o capítulos. He decidido establecer esta taxonomía en base a tres palabras clave, a modo de denominador común o cualidad, que unificara las obras reunidas bajo cada una de ellas. Así: (1) Delicadeza, (2) Fuerza y (3) Solemnidad, son epígrafes en los que incluiré una serie de obras que tendrán a tenor responder preferentemente al significado de dichos términos. Bajo el epígrafe/ término Delicadeza se incluirán las esculturas que tengan esta cualidad como la más representativa -no excluyendo, obviamente, otras cualidades reseñables- (en este capítulo están englobadas casi todas las representaciones femeninas -individuales o en grupo- y algunos dúos); lo mismo pasará con el epígrafe/término Fuerza (que abarcará todas aquellas esculturas más enfocadas a la acción, y expresamente la acción violenta, ya sea en el momento de suceder o inmediatamente posterior, aquí estarán casi todas las esculturas masculinas, dúos y algún grupo); por último, bajo el epígrafe/término Solemnidad se expondrán los trabajos funerarios que dada su singularidad e importancia merecen clasificarse en un grupo propio, y que, en su mayor parte, son grandes conjuntos escultóricos con varias figuras en su ámbito específico.
Como siempre, al contenido esencial, puramente iconográfico en este caso -las esculturas-, acompañarán diversos contenidos literarios: críticos, líricos o narrativos; y, por supuesto, obras musicales que crearán la ambientación adecuada; una serie de oportunos enlaces servirán para ampliar, matizar o soportar lo que en cada capítulo se diga.
Esta será, pues, la distribución de posts y contenidos.

Post 1
Antonio Canova: Piedra idealizada. (1) Delicadeza
Escultura prosopoética
Presentación. Plan
(presentación, contenidos y distribución)
Iconografía 1
Música: Allegrezza del nuovo Maggio. Biagio Marini

Post 2
Antonio Canova: Piedra idealizada. (2) Fuerza
Relato: Biografía de una mujer ausente
Iconografía 2
Música: La Nemica d'Amore fatta amante. Giovanni Bononcini

Post 3
Antonio Canova: Piedra idealizada. (3) Solemnidad
Poema: De los Sepulcros. Ugo Foscolo
Iconografía 3
Música: L'Orfeo. Claudio Monteverdi
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File:8815 Milano - Via Manzoni - Palazzo Brentani - Antonio Canova - Foto Giovanni Dall'Orto 14-Apr-2007.jpg

ICONOGRAFÍA 1

Esta primera entrega dedicada a la obra escultórica de Antonio Canova he querido dedicarla, adrede, a sus creaciones más conocidas y reconocidas; todas ellas están dotadas de una característica que les es común: La Delicadeza. Este es uno de los atributos más destacados del trabajo del escultor veneciano. Una Delicadeza que impregna toda su obra, incluso la aparentemente más poderosa, pero que aquí, en estas realizaciones, está presente de manera superlativa. Desde la archiconocida Psique y Eros, o El Abrazo de Psique y Eros, o Psique reanimada por el beso de Eros -que con todos estos nombres se la conoce- a las menos conocidas Dirce o Ninfa dormida, se realiza un recorrido bastante cuidadoso y detallado por estas maravillas, que cualquiera diría sean de mármol. No hay más que fijarse en los pormenores, en el pulido, en el grano de acabado, semejando la piel humana -pero embellecida, si fría, desprendiendo el calor de la sugestión-. Aquí están Las Tres Gracias -insuperables de armonía, belleza y proporción-, Hebe con esa sensación de estar flotando mientras escancia el divino licor a Zeus (de quien será copera, sustituyendo a Ganímedes), una hermosísima, en lo patética, Magdalena llena de sentimiento y laxitud, de abandono y dolor (esta será, a parte de los monumentos funerarios, la única ocasión en que se exprese en la mujer un sentimiento semejante); Paolina Borghese Bonaparte como Venus Victrix (Venus Victoriosa), bellísima y delicada, distante; la otra versión alternativa al abrazo, Psique y Eros de pie, en la que todo rezuma ternura, desde el brazo de Cupido que rodea los hombros de Psique, hasta la cara inclinada, recostada sobre el divino hombro, y, sobre todo, ese foco de atención que es la mariposa -representación de Psique- que tiene sobre la mano la divinidad que es personificación del alma, y que un bello, andrógino y eternamente adolescente Eros sujeta de las alas con todo el cuidado del mundo; esa réplica a la Venus de Médicis que es la Venus Itálica, tan mujer, menos diosa en su púdico gesto; las formas rotundas de la Ninfa Durmiente, ausente en su perfección regalada; la no menos airosa, si más recatada, Náyade; la infortunada y cruel Dirce antes de serlo, en su esplendorosa belleza; la musa de la música, Terpsícore, música ella misma de proporción clásica; y las bailarinas, tan airosas, tan llenas de gracia, una con los címbalos, otra bailando con las manos en la cadera, y la más graciosa realizando un gesto pícaro con el dedo en el mentón mientras baila; para acabar, los cupidos, tres de los que realizara, Canova, con esos cuerpos que más que idealizados exudan divinidad, la perfección de los serafines.
Casi todas las obras son de corte mitológico; para aquellos que puedan sentir curiosidad por la acción o la identidad representada, es por lo que he vinculado el nombre; con un click, nos enteraremos quién fue Dirce, qué representa el abrazo-casi beso de Eros a Psique, por qué Hebe sustituyó a Ganímedes, etc. De varias de las esculturas existen diversas versiones que el propio autor o su escuela realizara, ello está precisado en el epígrafe correspondiente cuando al lado aparecen reseñados dos o tres lugares (relativos al lugar donde están las diversas copias). Recrearse en los detalles, contemplar diversas perspectivas, ahondar en el conocimiento de la obra de Canova, es lo que pretende este intento de exhaustiva exposición iconográfica. Que lo disfruten.

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1. Psique reanimada por el beso de Eros (Louvre, París)




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2. Las Tres Gracias (San Petersburgo, Londres, Woburn Abbey)



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3. Hebe (Possagno y San Petersburgo)






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4. Paolina Borghese Bonaparte (Venus Victrix. Roma)




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5. Psique y Cupido (San Petersburgo, París)




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6. María Magdalena (Génova y San Petersburgo)






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7. Venus Itálica (Palacio Pitti, Florencia)




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8. Ninfa dormida






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9. Naiade reclinada




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10. Dirce

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11. Terpsicore



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12-14. Bailarinas

 
  

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15-17. Cupidos (Hermitage, Castello)




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17-bis. Adonis y Venus


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