miércoles, 22 de agosto de 2012

El Abismo - GALERÍA: Delphin Enjolras (2)





El Abismo

...Aquí le quisiera yo ver. Tanta metafísica, tanta especulación alucinada, tanta sarta de fruslerías retóricas... Pero aquí, sí, aquí quisiera yo verlo, hundido en el abismo. ¿Que en cuál? ¡Y yo qué sé! En uno, en éste que se me ha abierto bajo los pies; uno que no tiene nada que ver con Dios, ni el Otro, ni el Mundo, salvo porque yo estoy en él, y lo que a mí me pase sucede, por tanto, en el mundo. ¿Que cómo he caído en él? Tampoco lo sé, si lo supiera es muy posible que hubiera podido evitar la caída. Es lo que tienen estos abismos, se abren insospechadamente cuando menos te lo esperas.
Cuando caes en uno, todo lo demás casi como que desaparece, se vuelve anecdótico, lejano --aunque esté ahí--. Uno está en el abismo (uno de éstos) y todo es penumbra, silueta borrosa, consistencia inconsistente; todo aparece tamizado a través de una luz que no es luz sino veladura. ¿Todo?, no, todo no, ellos no; ellos se muestran en todo su plúmbeo esplendor, dotados de una presencia incontestable, más real que la realidad más luminosa. En este Reino de Sombras que el abismo es (un abismo así, de este tipo, semejante al que yo me encuentro) ellos son las formas imperantes, lo dominan todo (toda la amenazante penumbra); y aquel reino de luz, aquella realidad luminosa a la que se perteneció antes de caer en el abismo, poblada de belleza, no es sino un recuerdo vago, como un sueño del que una vez se vivió y formó parte.
Desde el abismo --este abismo-- lo demás (si es que alguna vez lo hubo; si, en realidad, no fue solo sueño lo que se cree vivido antes de caer) se contempla proyectado en la pantalla de la consciencia; pero el yo, éste desde el que me pienso y siento ahora (hundido, caído, desvalido), permanece ahí, sentado, o tumbado --en todo caso detenido--, como en el ámbito oscuro del patio de butacas, atosigado por ellos que no dejan de distorsionar horrorosamente lo sentido.

...Les voy a hablar de ellos, los habitantes del abismo. Algunos son masivas moles enormes como montañas, y, como ellas, poseen la cabeza crespa y canosa, erizada otras veces de agudos vértices afilados, que se mueven con la parsimonia propia a su tamaño: saben que no se puede escapar a ellos; otros son diminutos, apenas poco más que pulgas o chinches, y, como ellos, mordaces y fastidiosos; pero los más temibles, los más horrorosos, los que causan más espanto, esos son como nosotros, como otros quiero decir, parecidos a nosotros: seres humanos. Y digo parecidos porque no lo son, sin duda no lo son. Sus rostros son grotescos, sus figuras someramente perfiladas de límites difusos, se mueven apenas sin moverse, con la rapidez del pensamiento, sin utilizar unas extremidades que se presienten sin verse (acaso demasiado espantosas para ser vistas, como si la consciencia defendiera una última frontera de cordura y se negara a percibir sus ameboides miembros tortuosos sembrados de ávidas ventosas). Todos ellos, los habitantes del abismo, tiene su réplica en la realidad luminosa perdida, pero aquéllas, las réplicas, sugieren unas versiones idealizadas del espanto con que aquí aparecen.
Ellos viven de nosotros, los caídos; se nutren de nuestra pasividad, de nuestra desesperación, de nuestro fastidio, de nuestro desamor, de nuestro conformismo... quizá por eso tienen una apariencia tan abominable y asquerosa. A veces se ceban en nosotros como los gusanos de la descomposición en la carne de la que proceden, nos devoran la vitalidad, y cuanta más vitalidad devoran más inmarcesible es su presencia y dominio, a medida que nosotros nos debilitamos ellos se van haciendo más y más fuertes (alguno he visto que más que gusanos tenía lampreas y anguilas cebándose en su impotencia). De muchos caídos, que nunca lograron salir, no quedan ya sino restos disecados de lo que un día fueran seres vivos (alguno los definió como sepulcros blanqueados), ellos creen que siguen siendo seres vivos, pero no son más que objetos momificados, no más que fantasmas de lo que pudieron ser. Ellos, los habitantes del abismo --como es lógico por otra parte-- hacen todo lo posible para retenernos allí, entre las miasmas tenebrosas de su ámbito; y cuando alguien intenta escalar las viscosas y resbaladizas paredes hacia la luz que creen se encuentra arriba, siempre arriba, en alguna parte que no pueden ver (porque desde el abismo no se ve ni el más mínimo rastro de luz, de claridad, de día), ellos se tiran a él, lo sujetan, se cuelgan de su débil entusiasmo, de su nimia esperanza, e intentan impedir que salga... No son pocos a los que he visto caer cuando ya casi se habían perdido de vista: cuando alguien intenta la prodigiosa aventura de ascender, todos nos quedamos mirando hacia el héroe, algunos con un leve brillo de ilusión en los ojos, otros con un rictus de envidia, incluso quien con odio. Es una de las pocas cosas que se puede hacer ahí, uno de los pocos entretenimientos capaces de sacarnos de ese constante lamernos las heridas, rascarnos las inmundicias o arrancar gusanos de nuestra descomposición.

...Sí amigos míos (o enemigos, igual da), aquí --ahí, allí-- somos legión los caídos, y, como en toda legión, la diversidad cierta es tanta como la uniformidad contingente. Existe una especie de ritmo de reposición: unos caen, otros se levantan y suben hasta desaparecer, algunos, en fin parecen quedarse en él a vivir... Los hay que se reconcomen en su rincón del abismo, ajenos a todo cuanto acaece en derredor; los hay que se preocupan por los demás, aunque, los pobres, no pueden hacer otra cosa, dado su estado desvitalizado, que mirar con compasión, todo lo más esbozar una ligera sonrisa, que más parece ridícula mueca en un lugar como éste; otros parecen escudriñar nerviosamente hacia todas partes, como buscando algo que los saque de allí, o a alguien a quien desearían ver --o evitar--; quienes miran desconfiadamente, quienes lo hacen con pena, quienes con rabia, quienes con miedo. Da grima ver cómo se revuelcan unos; bracean espasmódicamente otros; dan desesperadas bocanadas al vacío, como peces fuera de su ámbito, los más asfixiados, o permanecen estatuarios, con la mirada perdida, la mayoría. El Dante, ése sí sabía de abismos, ¡qué clarividencia, qué visión, qué imaginación productiva! Ah, ¿que estoy identificando abismo con infierno? Bueno, pues qué ¿acaso no es acertada la comparación? ¿No es un infierno estar engullido en el abismo (en éste abismo)? ¿Acaso no se ha colocado siempre, en toda cultura, al infierno en algún lugar abismado en las profundidades, donde lo oscuro sólo es iluminado por el devastador fuego que allí habita? ¿No se ha utilizado hasta la saciedad el sinónimo "abismo" por infierno?
Aquí el dolor es ubicuo, pero un dolor que poco se parece al sentido en la realidad luminosa de la superficie; es, en realidad otra versión distorsionada más de lo que allí hay. El dolor aquí adquiere un matiz sordo e inconmensurable, como el incontenible mar de fondo de una marejada, como el tremolar telúrico de las entrañas de la tierra en un seísmo, como la engañosa calma de formidable y destructiva tensión del ojo de un huracán; así es el dolor aquí: un firmamento que se cierne sobre nosotros y nos penetra, nos disgrega, nos aplasta. Se podría decir que el dolor (ese dolor) es el éter i-respirable del abismo, el suero que nutre la depauperada sangre de los caídos. ¡Es tan difícil estar aquí y no sentir su anonadador abrazo! Pero, aún así, hay quien no lo padece: colgado de su extravío pasa del dolor tanto como pasaba del placer antes de caer (por más que lo buscase), su gesto es embotado, inexpresivo, impasible; éstos, lo más probable, es que acaben sus días aquí. De todas formas sentir el dolor es un primer paso para salir del abismo, es la oportunidad para rebelarse contra él, primero, y contra aquello que lo causa, después. Hay en el rebelarse contra este inhumano dolor el síntoma de la recuperación, de la pronta escalada hacia afuera, el atisbo de una esperanza (esa escala para salir...). Con la rebelión comienza la ascensión; si ésta tiene éxito dará lugar a la transfiguración, y si ésta es igualmente exitosa, la vuelta a la realidad luminosa es segura, mas no vacuna contra una recaída (en este u otro abismo similar).

...Es lo que tiene ser humano, ser cumbre: uno está rodeado de abismos deseosos de tragársenos y hundir la cúspide que somos en lo más profundo de sus cóncavas entrañas. Es la tentación de todo lo que es elevado: la tentación de la oscuridad, la tentación de lo recóndito, la tentación de huir de la luz, la tentación del sensual y pecaminoso abismo donde cometer todos esos actos vergonzosos aplazados (y hurtados al ámbito de lo visible) sin ser por ello censurado, la tentación de la irresponsabilidad, del olvido de la pulcritud y el comportamiento aseado. Uno está en el abismo como un pecador empedernido en el más cómodo de los infiernos, sumido en una voluptuosa, masoquista y contemporizadora nonchalance enajenadora. Tentación, tentación... ya me estoy pareciendo a éste tipo que concibe los abismos como no sé qué entelequias salvadoras. No, si al final, hasta llegaré a encontrar nexos con él, complicidades, guiños. Pero una cosa sí tengo clara, el abismo salvador del que él habla en el anterior post no tiene nada que ver con éste, desde el cual estoy escribiendo estas notas, traduciendo a vuela pluma reflexiones que yo mismo me hago, mientras me debato aquí, pasmado, si lúcido, entre monstruosas y deformes distorsiones de una realidad vivida y a la que espero retornar pronto. Creo que hablamos de abismos diferentes: éste (los que son como éste) tiene ese carácter de lo infernal que el hombre suele concebir ex-profeso como anexo al tenebroso territorio del castigo, de la culpa a penar, del malditismo, del destino trágico. O eso, o... es que cuando uno está en él, preso en él, retenido por sus garras, es incapaz de situarse en otra perspectiva diferente a la de su inevitable padecimiento y asimilación al ámbito de la pérdida, de la falla, del desgarro, de la grieta abierta en la armonía por la que uno se precipita hacia el desequilibrio. En fin: el abismo.
¿No será él el ingenuo?
¿No es aquéllo una luz? ¿No he visto brillar allí arriba el inequívoco destello del sol? ¿Habrá llegado ya mi hora, la hora de volver a ver la luz? Voy a ver, ya les contaré...

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GALERÍA

Delphin Enjolras
(1857-1945)

2. Les Habillés

Orientale à la cigarette
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Lecture dans le Boudoir
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Jeune Femme à sa Coiffeur
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Le Deshabillé sous la Lampe
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Premiers Apprêts
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Young Woman Reading by a Window
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La Lecture au Claire de la Lampe
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Reading a Letter
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La Lettre (v 1)
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La Lettre (v 2)
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La Lettre (v 3)
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Une Lettre
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A Moment of Reflection
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Jeune Femme dans son Interieur
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Reading by Lamplight
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La Rêveuse
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The Bubbles
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Le Repos
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Femme en Rouge 
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Femme au Bouquet de Lilas
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La Leçon de Chant
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Sous la Neige
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Followers of Fashion
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La lecture, Trois Elegantes sur la Terrasse
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Soir sur la terrasse
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Hanging the Lanterns
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The Page
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