jueves, 9 de agosto de 2012

Perseo y Andrómeda (2)





RELATO

La cabeza de Medusa

...Vano es ir contra el destino y estúpido ganarse la ira de los dioses; locura, hacer ambas cosas a la vez.  Casiopea y Cefeo, ensoberbecidos por la díscola buena fortuna creyeron situarse por encima del bien y del mal, a la misma altura de aquellos a quien se debe rendir pleitesía. Reyes de un efímero reino, engendraron una princesa bella como un lirio bañado por el rocío, como una blanca rosa levemente ruborizada, como el primer rayo de sol que alumbra el alba. Querían para ella lo mejor, como todos los padres; y, para ello, pretendieron introducirla en los círculos más selectos de la alta sociedad, codearla con todas aquellas señoritas distinguidas que nunca apresuraban el paso ni miraban fijamente a los ojos de sus interlocutores, y que levantaban con delicadeza el dedo meñique cuando se llevaban la taza de té a los lívidos labios. Buscaban para ella el mejor partido, el hombre más elegante y apuesto, también el más rico. Ya se sabe cómo acaban estos denodados, voluntariosos (más que eficaces) y esforzados intentos para quien, sin pertenecer a la más genuina nobleza, pretende a base de dinero ganarse el derecho de admisión entre las clases, no solo acomodadas, pero instaladas a perpetuidad en el Olimpo de los Grandes.
...Al principio se acogió con expectación su presencia, incluso su hermosura auguraba una plaza en el selecto club por derecho propio, mas su pertenencia a una familia de nuevos ricos, sin alcurnia, sin prosapia, sin nobleza de sangre avalada por heráldicos signos ganados en batallas ya olvidadas, una familia de meros burgueses enriquecidos a base de afanarse en ese dudosamente lícito y vulgar quehacer que es el comercio, no era suficiente credencial para ser aceptada como una igual. Se la invitaba a las fiestas como el que adquiere un ornamento hermoso para colocarlo sobre un pedestal de líneas dóricas en un lugar preeminente del salón: por su valor decorativo. Ella lo sabía, lo veía, lo sentía. Los jóvenes con los que bailaba, aquellos que la abordaban deslumbrados por su belleza, dejaban bien claro, pese a sus exquisitos modales, con sus descaradas y altivas miradas lo que pretendían de ella. Andrómeda nunca se sintió aceptada, aunque sí deseada, requerida, acosada. No compartía el afán de sus padres por introducirla a la fuerza (de dinero y oropeles) en aquella selecta sociedad donde parecía reinar la hipocresía y el culto a la apariencia, una sociedad para la que eran más importante las formas que los fondos, más la cortesía que el cariño, más la distancia displicente que la cálida cercanía; una sociedad en la que era considerado de mal gusto demostrar en público los sentimientos más nobles, los más humanos (y casi, se atrevería a decir, también en privado). Pero, como todas las jóvenes cuando tienen un corazón puro e inocente y un alma cándida e ingenua, esperaba ver un día aparecer al hombre de sus sueños, al heraldo de su felicidad, abriéndose paso entre aquella caterva de estirados maniquíes que se acercaban a ella con guante blanco bajo el que ocultaban unas nada puras intenciones.
...Mas la fortuna es veleidosa, y un mal día giró. Los negocios de Cefeo con fenicios y Pueblos del Mar quebraron y su fortuna voló aún más rápido de lo que tardó en forjarse. De la noche a la mañana el pequeño imperio, antes pequeño reino, acabó en gran nada. Aunque no todo estaba perdido: un rico hombre perteneciente a aquella rancia sociedad olímpica se ofreció a salvar la nave que se iba a pique a cambio de... la mano de Andrómeda. El quid residía en que el hombre en cuestión podría ser fácilmente el abuelo de la bella: encorvado, calvo y desdentado, más parecía sombra del averno que humano hijo de la luz; pero su fortuna era mucha (se decía que los cimientos de su mansión eran de oro puro) ya que descendía de una antigua familia de banqueros genoveses de origen judío emparentada tempranamente con la aristocracia florentina, y eso era razón suficiente para relegar a un segundo término las cuestiones meramente formales. Sólo en la vida, sin descendencia (conocida), quizá pretendiera quemar un último cartucho para dejar su inmensa fortuna a la sangre de su sangre; pero también se pensaba que lo único que pretendía era aprovechar la ocasión y hacerse con la flor más bella del jardín por una módica cantidad. Ni qué decir tiene que fue la comidilla de aquellas gentes que solo murmuraban dans les boudoirs privés. Todos vieron en ello una especie de castigo inmerecido infligido a la bella por la petulancia de sus padres. Andrómeda fue pábulo de conmiseración y cierto sarcasmo; Ceto (que así se llamaba el viejo ricachón y pretendiente crápula) lo fue de rijosa envidia.
Se prepararon los esponsales. Andrómeda, incapaz de contravenir la voluntad paterna, aceptó resignada su adverso y poco prometedor destino.

...Pero los dioses, que además de veleidosos son compasivos con la belleza, estaban tramando torcer ese destino aún no rubricado. En esos días estaba de viaje en la ciudad un joven taumaturgo. Era uno de esos hombres para los que no existen barreras ni fronteras. Descendiente de buena familia, abandonado por su abuelo junto a su madre al haber sido engendrado por padre desconocido, había logrado labrarse un incipiente y prometedor porvenir de científico heterodoxo y hábil artesano de instrumentos y artilugios ópticos. Su inteligencia parecía rivalizar con su habilidad y coraje. Se decía de él que era capaz de convertir el plomo en oro, y el cristal en diamante; pero no eran más que habladurías sin ningún fundamento digno de crédito. Lo cierto es, sin embargo, que se le asociaba a las tesis de Roger y Francis Bacon, Tycho Brahe y otros famosos alquimistas y escrutadores de las estrellas. Se decía también que su afán de conocimiento no conocía límites y que viajaba constantemente --y con inusitada rapidez-- buscando ampliar su ya enorme caudal de sabiduría (se llegó a murmurar que era capaz de absorber la sabiduría de los pueblos y sus culturas con un artilugio de su invención que aplicaba a su cabeza como un casco, mediante el cual inoculaba el saber absorbido por los ojos directamente en su cerebro donde se condensaba y archivaba en pequeñas cápsulas activas de masa gris obedientes a la voluntad). Pese a su juventud, se aseveraba que cielo y tierra no tenían secretos para él. Aunque había quien defendía --huelga decir que sin base crítica alguna-- que esa pletórica juventud de que hacía gala era obra de su taumaturgia, y que en realidad era un sabio, acólito del Trismegisto, de edad tan provecta que se desconocía su origen, el que con artes mágicas lograba conservar milagrosamente su vigor y lozanía sin marchitarse.
...Lo cierto es que Perseo (que así se llamaba el joven), requerido y agasajado en todas las cortes de Europa, conoció fortuita y oportunamente a Andrómeda estando presente en el fasto en que se hizo público su compromiso con el contrahecho Ceto. Este joven audaz, si sabio, misterioso trotamundos, no podía creer que aquella beldad fuera a ser desposada por tal engendro, por muy ricachón que le cupiera ser, ni muy necesitados que estuvieran sus padres. Sobra apuntar que Perseo cayó irremediable y absolutamente enamorado de Andrómeda, por lo que decidió convertirse en adalid y salvador de su venerada amada. Se cuenta que mediante sus artes alquímicas creó un espejo; pero no un espejo corriente que sólo devolviese la imagen física o la apariencia, enmendada o enaltecida, de quien en él se reflejara, sino uno que revelaría la imagen del horror que habitaba el alma del reflejado. Lo llamó: espejo de alma, aunque también se le conocería como La Cabeza de Medusa. Se sigue contando que con este espejo, guardado en un zurrón del más extraño cordobán que se pueda imaginar (se cree que procedente de la prodigiosa piel de un cabrito parido por la cabra Amaltea), se presentó en casa del viejo Ceto; que con el ardid de que quien se mirase en él todas las mañanas recobraría el vigor de la juventud --y apoyado en la capacidad sugestiva que su fama alimentaba-- se lo entregó como obsequio por su pronta boda; que Ceto lo admitió de muy buena gana y mejor talante, imaginándose ya los ardientes abrazos con la bella; y que a la mañana siguiente el viejo apareció muerto en su gabinete con el cuerpo petrificado, los ojos saliéndosele de las órbitas y un inenarrable gesto de horror en su rostro, a sus pies yacía el espejo roto en mil pedazos (quien se llevó alguno de los fragmentos del que no parecía más que pulido cristal relataría que, extrañamente, no reflejaba nada cuando uno se miraba en él...).
...Perseo pidió la mano de Andrómeda a sus padres, Cefeo y Casiopea, quienes se la concedieron sin dudar, no se sabe si llevados por un súbito arranque de compasión y amor filial o por miedo a tan singular y peligroso personaje. Aunque aquella encumbrada sociedad olímpicamente aristocrática abrió sus puertas a la radiante pareja, ellos prefirieron morar lejos de allí, recabando en algún lugar de las costas del Egeo, donde vivieron felices una vida sencilla en consonancia con la belleza del entorno: procreando con deleite una pingüe estirpe que daría lugar a grandes talentos de las artes, las ciencias y la política.

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GALERÍA

Perseo y Andrómeda: Perspectivas
(1800-Actual).

Jean Auguste Dominique Ingres (1819)
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Jean-Auguste-Dominique Ingres
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William Blake Richmond (1826)
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William Blake Richmond (¿?)
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Theodore Chasseriau (1840)
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Eugene Delacroix (1847)
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Eugene Delacroix (1852)
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Eugene Delacroix (1853)
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William Etty - (1787-1849)
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William Etty (1787-1849)
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William Etty (1787-1849)
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William Etty (1787-1849)
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Gustave Doré (1869)
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Edward John Poynter (1869)
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Gustave Moreau
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Gustave Moreau (1870)
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Gustave Moreau (1867-1869)
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Henry-Pierre Picou (1874)
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Arthur Hill (1875-76)
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Frederic Lord Leighton (1891)
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Frederick Leighton (s XIX)
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Charles Napier Kennedy (1890)
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Edward Burne Jones
Cycle of Perseus (1875-90)
Perseus Perseus and the Graiae  Perseus and the Sea Nymph
The Call of Perseus - Perseus and the Graiae - The Arming of Perseus (Perseus ant the Nymphs)
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  The Finding of Medusa   The Death of Medusa 
The Finding of Medusa - The Death of Medusa - The Birth of Pegasus and Chrysaor
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  The Rock of Doom The Doom Fulfilled The Baleful Head
The Rock of Doom - The Doom Fulfilled - The Baleful Head
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The Arming of Perseus (Perseus and the Nymphs) - Edward Burne Jones (1875-90)
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The Rock of Doom - Edward Burne Jones (1875-90)
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The Doom Fulfilled - Edward Burne Jones (1875-90)
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Lovis Corinth (1900)
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The Rescue - Vereker Monteith Hamilton (1856-1931)
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Odilon Redon (1912)
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Tamara de Lempicka (s XX)
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The Lovers Reversed - Christos Neofotistos
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