martes, 25 de febrero de 2014

Las mujeres de Lucas Cranach d. Ä.: (3) Lucrecia





La Mujer como Pulchritudo

.....Siguiendo el panteón romano, que considera a las Tres Gracias tres arquetipos diferentes de mujer, y habiendo tratado el correspondiente al primero,Castitas, en el post anterior, en el presente se tratará el segundo de estos arquetipos, el que representa la segunda Gracia: Pulchritudo, la esposa.
.....Mucho cabe decir de una tal figura, de un tal modelo, pero el espacio es breve y a él me debo. Digamos, no obstante, de entre lo mucho que cabría decir, unas pocas cosas. La esposa, antes que nada, por definición, es la compañera del hombre, quien ha de ser la madre de sus hijos, la legalmente capacitada para otorgar nombre y abolengo a la descendencia, la que otorga, pues, la legalitas hereditaria. Los hijos tenidos fuera de esta unión oficial, que en la esposa se anilla, serán considerados bastardos, sin derecho a heredar títulos ni heredades, más que los que el pater familia quiera otorgarles. Ya que ha de cargar con tan grave responsabilidad, a la esposa se le exige, cómo no, fidelidad (garantía de origen y autenticidad de la sangre del padre); pero no sólo esta virtud, con ser la más importante (legalmente), sino que también ha de observar una actitud de entrega y apoyo a su compañero (lo cual, dicho sea de paso, ha de ser recíproco, sancionado ya en la liturgia sacramental --para lo bueno y para lo malo). La esposa ha pasado, así, a ser como el alma del hogar, quien lo ambienta y da calor (en todo momento hablo de la esposa tradicional, incluyendo en tal término el cómputo temporal que se inicia con la instauración de la institución conforme a derecho, es decir, al menos desde el tiempo en que Roma creó el Derecho). También, sí, es el descanso del guerrero, su esposo (aunque a veces más nos parezca causa de sus fatigas), mas he de decir que no menos se debe exigir a la viceversa: el esposo ha de ser motivo y promotor del buen descanso y el relax de la esposa...

.....Pero, a lo que vamos. Pulchritudo, la esposa, se erige en la mujer por antonomasia, adulta, responsable, habitualmente madre (aunque no necesariamente, y menos hoy en día), a veces amiga y casi siempre cómplice del esposo, con quien forja un destino común (muchas veces truncado, pero ese siempre es el proyecto inicial). Esta, su determinante labor, no está exenta (como todo en la vida) de obstáculos e impedimentos que amenazan la adecuada culminación de tal proyecto conjunto, el correcto desempeño de sus funciones como mitad de un todo. Además, los tiempos influyen. Hay épocas de relajo y épocas de austeridad; épocas en que se extreman y afirman las estructuras de la sociedad basada en la familia, y otras épocas más laxas y permisivas en que las condiciones parecen amenazar esa estructura. Eso pasó en la Roma Republicana e Imperial. Cuando Augusto se proclamó César, promocionó una vuelta a la morigeración, ya que consideraba que comenzaban a estar amenazados los sólidos fundamentos estructurales de la sociedad romana. A este intento debemos probablemente la pervivencia de un relato verídico, acaecido en el siglo V a.C, que serviría de modelo de observancia a las leyes morales de una correcta --y excesivamente rigurosa, diríamos hoy-- aplicación de la virtud conyugal, en primera instancia, pero también social y gubernamental, como este suceso daría a entender. Me refiero al tan celebrado episodio de Lucrecia, noble romana violada por Lucio Sexto Tarquinio, hijo del rey Lucio Tarquinio el Soberbio; a resultas de cuya violación la violentada se suicidaría por celo virtuoso, lo que a la postre provocaría la caída de El Soberbio y pondría fin a la dinastía tarquina, y, por ende, a  la propia monarquía en Roma, dando paso a la República.

.....Es a Lucrecia que debemos la ocasión de este post. Pues dentro de las mujeres de Lucas Cranach d.A., le corresponde el turno iconográfico a esta atractiva figura que ha atravesado las épocas del arte, más que el de la Historia o la Sociología. Pero no ahondemos mucho más, pues tengo tengo pensado dedicarle un espacio específico, con amplio tratamiento de su figura e influencia en el arte; así pues me detengo aquí. Sólo añadir que es el motivo al que nuestro pintor de Wittenberg dedicaría más representaciones, junto a las dedicadas a Venus. Aquí hay recogidas 25, probablemente falte alguna. En líneas generales las representaciones (que muestran el instante previo a su suicidio, la virtuosa con el puñal en la mano) son de dos tipos: de cuerpo entero y de medio cuerpo. En ambas Lucrecia muestra, al menos, el pecho desnudo; toda la figura en las ocho representaciones de cuerpo entero, donde, como único vestido, un velo translúcido más deja ver que oculta. Se constituye así en motivo para el desnudo, para la exhibición, para la demanda: el morbo está servido.
.....A partir de esta primera división formal (cuerpo entero-medio cuerpo), podemos, en cuanto al gesto, realizar una nueva división: allí donde Lucrecia aparece victoriosa, incluso sonriente, despreciando la próxima muerte auto-justiciera; y donde aparecerá con el gesto contrito, más que por la muerte, por el deshonor. Las hay, por último, de rostro y figura más agraciados, y otras que lo son menos. Los vestidos que muestran las figuras de medio cuerpo, presentan toda la riqueza de diseño que son características de Cranach, y que ya vimos en el post anterior.

.....Por último dos palabras para presentar el preceptivo romance que un tema tan singular ha sugerido al autor. Repito que en su momento ofreceré una más amplia información sobre la figura histórica de Lucrecia, y su tratamiento por el arte (pintura, literatura, música, escultura), pero no delato nada ahora si digo que, para este reto versificado de la ejemplar historia, he tomado dos fuentes, las dos romanas: Tito Livio (promocionado por Augusto) y Ovidio. En el espacio prometido, más adelante, se ampliará esta información. Aquí queda apuntado, no más por vergüenza torera del autor que no quiere adjudicarse autorías que no le son propias, más que como poética glosa.

-o-

LUCRECIA
o el triunfo de la virtud inmolada

"Veniam vos datis, ipsa nego"*

Advertencia
En la historia de los pueblos
hechos hay muy singulares 
que por su ejemplaridad
prueban ser determinantes.
Sucesos en que lo heroico
de lo cotidiano nace,
revelando así el poder
de los actos ejemplares. 
Díganlo sino los tantos
que sufrieron los embates
de una actitud decidida
mantenida con coraje.
Lo débil se vuelve fuerte,
valioso lo desdeñable,
si la voluntad persiste
con firmeza de diamante;
si la actitud, meridiana, 
a la duda no da margen;
si el acto es prístino y puro,
como un puñal, penetrante.
Es el caso que, seguido,
explicita este romance
sobre una virtud derrotada
que, inmolándose, triunfase.

A modo de epinicio
Llora loba el cruel destino
de la insigne monarquía
que en tus ubres alimento
en su origen hallaría.
Llora la arbitrariedad,
el antojo y la codicia
con que los reyes despóticos
ejercen su tiranía.
Llora, Luperca, y saluda,
con lágrimas de alegría,
que en la leche que donaste
buenos gérmenes había,
pues de ella la Roma ilustre,
republicana y magnífica, 
como un buen queso afinado,
al final fermentaría.

ACTO I
De como el destino teje sus mimbres.

Eran los tiempos que en Roma
Lucio Tarquinio el Soberbio
reinaba con malos modos
y sin muchos miramientos:
déspota con sus patricios,
tiránico con sus siervos,
con los enemigos cruel,
benigno con sus defectos.
Más de dos siglos llevaba
floreciendo el feraz reino
que con Rómulo iniciara
su monárquico proceso;
a los sabinos, raptores,
los tarquinios sucedieron,
y, con todos, Roma fue
constantemente creciendo.
Hasta que este rey despótico,
aplicando un mal gobierno,
gestara sublevación,
tras engendrar desafecto.

Un día que estaba el rey
en palacio, un portento
sucedió que provocó
gran preocupación y miedo:
una serpiente terrible
se deslizó hasta el suelo
por una de las columnas
que sujetaban el techo,
poniendo a todos en fuga
los que a su paso salieron.
Ya ida la sierpe, el rey,
por su familia temiendo,
consultar el hecho quiere
al oráculo de Delfos,
y allá que envía a dos hijos
y a su sobrino materno:
a aquéllos, por confianza;
y a éste por pasatiempo,
pues a Junio Lucio Bruto
todos consideran lerdo,
objeto de burla y chanza
sujeto a divertimento
(éste, con toda intención,
pasar pretende por ello,
al ver cómo su cruel tío
hiciera, a base de muertos,
del camino hacia el poder
un recorrido sangriento).

Llegados que son a Grecia,
donde Apolo tiene el Templo
más famoso, consagrado
a interpretar lo agüeros,
los jóvenes el futuro
quisieron saber del reino:
quién de entre ellos, en el trono,
tomaría real asiento.
A lo que la voz repuso,
de la Pitia, en grave verso:
"Obtendrá, de entre vosotros,
de Roma el poder supremo,
quien en besar a su madre
sea, en orden, el primero".
Ocultan los dos hermanos
el oráculo al tercero,
que quedó allá en Roma
por nacer el primogénito,
y ver si así lo descartan
para ser el heredero.
Todos se confabulan
en mantener el secreto,
y dejan al puro azar
la suerte del primer beso.
Bruto, desmintiendo el nombre,
sabe el sentido supuesto
que las píticas palabras
insinúan, encubierto:
simulando una caída
causada por un tropiezo,
da con sus labios en tierra,
madre del humano género.
Dejando atrás el santuario
se aprestan para el regreso
a Roma, donde Tarquinio
se empeña en su mal gobierno.

Prepara el rey ambicioso
muy belicosos proyectos,
por llenar arcas vacías
tras onerosos dispendios.
Con la fuerza de las armas
mal codicia el bien ajeno:
 a los rútulos hostiga
y a su capital un cerco
pretende para rendirla
y someterla a su imperio.
Hasta allí manda a sus hijos
porque asistan el asedio.
Durante el sitio, los jóvenes
patricios, matan el tiempo
en festines, francachelas
y los más diversos juegos.
Allí se apuesta por todo,
todo es motivo de reto,
mientras dan en beber vino
especiado de Salerno.

Un día, estando reunidos
en dependencias de Sexto
Tarquinio, hijo del rey,
el mayor y primogénito,
se dan a polemizar
por quién posea en su lecho
la esposa más virtuosa,
de más fiel comportamiento.
Todos ponen, sin dudarlo,
a la propia como ejemplo,
mas Colatino Tarquinio
pone en ello más empeño,
y tanto que, a comprobarlo,
les propone estar dispuesto.

Deciden, pues, visitar
sus hogares en secreto,
abandonando, del sitio,
por un día, en él, su puesto,
por ver cómo sus mujeres
pasan el tiempo sin ellos:
si guardando las ausencias
o aprovechando el momento.
Espolean los caballos
y al crepúsculo, ligeros,
 confundidos con las sombras,
del fin alcanzan su término.

ACTO II
Violación de Lucrecia

En el lar de Sexto encuentran
a su mujer en festejo,
celebrando bacanal
muy bien provista de efebos.
Mas en el de Colatino
a la suya en más honesto
menester hallan: hilando
la borra de los borregos,
junto a sus siervas sentada
y extremándolas el celo.
Pese al hábito sencillo,
que le aporta un aire austero,
su belleza resplandece
como flor en prado ameno.
A la luz de los pabilos
su rostro danza, y el fuego
desata en Sexto Tarquinio
el más ardiente deseo.
La hermosura revestida
de castidad es un cebo
cautivador para quien
predador es de lo ajeno.
Lucrecia no sólo es fiel,
sino adorable en extremo,
y el hijo del rey, que al rey
ha salido en lo soberbio,
ya pergeña, astuto, un plan
despreciable, por lo abyecto.

De vuelta en Ardea, al sitio
que a los rútulos es cerco,
tras unos días monótonos,
con excusas, parte Sexto
hacia un destino fingido
por disimular el cierto.
Y allá va, con un sirviente,
quien de su apetito es siervo:
Sexto Tarquinio, el retoño
de Lucio Tarquinio el Soberbio.

En la casa se presenta
de Colatino (¡ay! ingenuo),
y Lucrecia, hospitalaria,
por lo primo y por lo regio,
a Sexto muy bien acoge
en muy gratos aposentos.
Lo colma con atenciones,
mas lo trata con respeto;
bien sabe que estando sola
no ha de extremar el afecto:
la discreción es escudo
de virtud, y parapeto,
y tras ella se acomoda,
la virtuosa, sin recelos.

Bien haría en recelar,
del huésped, el fin rastrero
que persigue en la visita
urdida tan a destiempo.
Mas la virtud, luminosa,
no admite sombra en su seno,
no recela ni sospecha,
del mal, el taimado acecho.
Mientras todos duermen, sale
Tarquinio de su aposento,
lleva la espada en la mano
y la lujuria en su pecho;
con ambas entra en la alcoba
do Lucrecia está durmiendo;
la contempla, y, excitándose,
una mano acerca al cuerpo,
que acaricia suavemente
con sus temblorosos dedos...
lo que a Lucrecia despierta
con asombro y desconcierto...
a la vista del puñal,
además, añade el miedo
a la confusión que siente
de aturdidos sentimientos.
Sexto Tarquinio conmina
a guardar mortal silencio
a la bella que no sabe
qué más teme en tal suceso:
si por su vida o por su honra,
sometidas a igual riesgo.

Trata el indigno con súplicas
de amor vistiendo el deseo
que Lucrecia se doblegue,
dando su consentimiento
a cometer de buen grado
lo que no es sino adulterio.
Mas, ni la súplica taimada,
ni el chantaje con apremio
consiguen lo que pretende,
lascivo, el innoble Sexto.
Recurre, entonces, el ruin,
a un subterfugio rastrero:
amenaza con meter
en su cama a un bello efebo,
previamente degollado,
para deshonrarla luego,
haciendo correr la voz
de que habiendo descubierto
la infidelidad, sentencia
ejecutó, justiciero.

Ante el deshonor, Lucrecia,
no ve escape ni remedio,
su resistencia doblega
y entrega al traidor su cuerpo...
Que éste hace suyo al salto
con ardiente hostigamiento:
allí sus manos escalas,
allí arpones sus dedos,
allí su lengua saeta
allí un ariete su miembro.
Varias veces acomete
sin sentirse satisfecho,
una... y otra.... y otra vez,
sin cejar en el esfuerzo:
cada cima conseguida
ocasión de nuevo ascenso.
Así transcurre la noche
entre ayes y jadeos,
hasta que por fin el alba
pone fin a tanto asedio:
ya saqueada la plaza,
la abandona, ahíto, Sexto.

ACTO III
Del suicidio de Lucrecia y de la ulterior venganza

Queda Lucrecia, asaltada,
abandonada en su lecho,
sintiendo el cuerpo saciado
por la sed del gozo ajeno.
Algo le inquieta y le espanta
de un oscuro sentimiento
que palpita, estremecido,
en su tembloroso cuerpo;
algo que nunca antes sintiera
que confunde el buen criterio:
sensación de plenitud
y vacío al mismo tiempo;
junto a carne enardecida
turbación y abatimiento;
junto a entrañas satisfechas
desengaño y descontento.
Y ante este sentir confuso,
que confunde dos extremos,
otro distinto se impone
desde la virtud: desprecio.

Ya del campo se levanta
que acogió el sometimiento,
dejando intactas las huellas
que han de probar el encuentro,
para escribir dos mensajes
por convocar a sus deudos,
esposo, padre y amigos
que se encontraran con ellos.
Éstos, no más los reciben,
a la cita acuden prestos,
y allí encuentran a Lucrecia:
anárquicos los cabellos,
descuidada en el vestir
y desencajado el gesto.

Junto al ilustre romano,
su padre, Espurio Lucrecio,
ha acudido su marido,
Colatino, y un tercero,
que no es otro que aquel Bruto
que se hace pasar por lerdo,
quien siendo del rey sobrino
primo, por tanto, es de Sexto,
el mismo que dio al oráculo
significado certero,
al dar a la madre tierra
un determinante beso.

Alarmados a la vista
de tan deplorable aspecto,
presienten que haya ocurrido
algo terrible y funesto.
Lucrecia pronto les habla,
demandándoles silencio;
y sin ocultar detalles
refiere al punto el suceso.
Ya los gestos se demudan,
ya se contraen coléricos,
a medida que la bella
relata el proceder pérfido
de quien, por sangre y alcurnia,
debiera ser un ejemplo.
El huésped, un vil ladrón;
el príncipe, ruin y abyecto;
y el familiar, un parásito
que se nutre de lo ajeno.
Así describe Lucrecia
a quien violara su cuerpo,
porque su alma, sostiene,
salva fue del atropello,
pues su firme voluntad
no consintió el adulterio,
más que cuando la amenaza
el honor pusiera en riesgo.

Y allí les hace jurar,
si son hombres verdaderos,
venganza por el oprobio,
castigo para el rastrero.
Ella, por su parte, añade:
"Aunque de culpa me absuelvo,
no me eximo de castigo;
que nunca, en lo venidero,
una mujer deshonrada
en Lucrecia tome ejemplo
para continuar con vida".
dicho lo cual, del atuendo
saca un agudo puñal
que hunde profundo en su pecho.

Consternación en los rostros,
en las gargantas lamentos,
todos se duelen y Bruto
extrae el puñal sangriento,
lo eleva en el aire y jura
por el humor casto y denso
que tiñe de rojo vivo
aquel mortífero acero,
no descansar hasta que
al ultraje dé remedio,
"Los dioses sean testigos
--exclama un Bruto muy cuerdo--
que perseguiré a Tarquinio,
bien apodado el Soberbio,
hasta que el trono abandone,
y con él todos sus deudos,
porque ninguno ya reine
en Roma en lo venidero."

Y cogiendo el cuerpo inerme
de Lucrecia, salen luego
en comitiva hasta el foro
porque lo contemple el pueblo.
Allí incita a rebelión,
elocuente y con denuedo,
un Bruto que se revela
más sagaz y hábil que el resto.
Tarquinio será desterrado,
y con él todos sus deudos,
y allí morirá, exiliado,
víctima del desafecto.
Roma será una república,
finiquitándose el reino,
y Bruto elegido cónsul
como ya augurara Delfos.

Fin
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*Veniam vos datis, ipsa nego: el perdón que vosotros me dais, yo misma me niego (Ovidio, Fastos II, v 830)

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GALERÍA


Lucas Cranach der Ältere (d. Ä.)
1472-1553
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LUCRECIA




1509-1510. Sotheby's (2012)

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1510-1513. Private Collection
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1518. Museum Schloss Wilhelmshöhe, Kassel
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1525. Private Collection
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1520-1540. Monogrammist I. W. (Cranach Studio). Sotheby's
.
1529. Museum of Fine Arts, Houston
.
1529. Anonymous Master from the Cranach Workshop. 
Staatsgalerie im Schloss Johannisburg, Aschaffenburg
.
1530. Sinebrychoff Art Museum
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1530. Royal Collection of the United Kingdom, London
.
1535. Bonnefantenmuseum, Maastricht
.
1535. Copy after Lucas Cranach the Elder. Museum Nischni Nowgorod in Russia
.
1537. Museo de Bellas Artes Bilbao
.
1537. Private Collection
.
1537. Lucas Cranach The Elder and Lucas Cranach The Younger
.
1538. Neue Residenz, Bamberg, Germany
.
1538. Neue Residenz, Bamberg, Germany (detail)
.
1538. Muzeum Narodowe w Warszawie (Varsovia)
.
1550. Muzeum Narodowe w Krakowie (Cracovia)
.
1518. Kunstsammlungen der Veste Coburg, Coburg
.
1525. Kunstmuseum Basel (Basilea)
.
1530. Follower of Lucas Cranach The Elder. Staatsgalerie im Schloss Johannisburg, Aschaffenburg
.
1528. Nationalmuseum, Stockholm
.
1530. Alte Pinakothek, Munich
.
1532. Akademie der bildenden Künste Wien (Vienna)
.
1533. Gemäldegalerie der Staatlichen Museen zu Berlin
.
Sotheby's, London (2013)
.
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