viernes, 30 de julio de 2010

Homenaje a las Musas (Hommage aux Muses)



DEDICATORIA
A la Musa Musa, zéfiro de estro apasionado
A la Poetisa Beatriz, alta como una estrella
A la Muse Personne, Calíope insospechada
A la Musa Félicitè, bello arcano infinito
Y a todas aquellas Musas que se apiadan de los mortales...

INVOCACIÓN
¡Cantad, Musas, alabanzas
a los dioses por mi boca,
y de los hombres hazañas
que merezcan fama y glosa.
Pero cantadme, también,
esos hechos cotidianos
-el heroísmo de ser-
que merecen ser contados!
(A las musas, Héctor Amado)

PREÁMBULO
Este es el tercer post que subo dedicado expresamente a las Musas. Y por ello, porque es el tercero y el Tres es un número perfecto, este post estará dedicado a la perfección de las Musas. Me explico, una Musa es perfecta en sí misma, una Musa nunca yerra, yerra el artista, el ingenuo inspirado que se cree más autor de lo que es de su obra, marrando el tiro, y no consiguiendo sino un artefacto -quizás voluntarioso- cuando pretendía una obra de arte. No, yo estoy convencido de la intervención y protagonismo de las Musas en la inspiración humana, y de que éstas, si son bien escuchadas, siempre, siempre, sacan lo mejor de cada autor.

Hubo un tiempo -tiempos de creación de los mitos- en que los hombres estaban materialmente poseídos por el espíritu creador, al que llamaron Musa; el aedo era, así, una especie de medium del más allá, un condensador de la épica de la Historia, donde quedaban destiladas y fijadas, con caracteres sagrados, las hazañas de dioses y de hombres. Estos caracteres sagrados fueron los hexámetros dactílicos, fáciles de recordar cuando los largos poemas se transmitían oralmente -el aedo subsumido en el trance.

Pero hoy, como es un homenaje, una ofrenda, a tanta bendición que de ellas recibimos, he querido explicitar, y dejar bien claro, que esas Musas que antaño eran prolongación de los dioses, hoy, sin dejar de serlo, y porque el espíritu de los tiempos lo demanda para que sean creíbles, precisan de su encarnación en cuerpos mortales de mujer (y quizás de hombre, a modo de íncubos sublimados), que se verán, de esta forma, revestidos y engalanados de todas las virtudes propias de las Diosas del Parnaso, inclusive, su inmortalidad, pues una Musa-mujer, nunca muere, como producto que es del espíritu del ser humano: cuando una mujer muere siendo Musa, el aura divino se separa del cuerpo mortal y permanece unido indisolublemente al alma del artista inspirado por ella, primero, y en la obra de éste, cuando éste muere, después.
Así pues, homenaje a la Musa, es, que habita en toda mujer, y que yo dedico a las mías.

El homenaje será triple: Imágenes (selección de lo mejor que sobre las Musas, y bajo su inspìración, se ha pintado), Música (unas sublimes piezas de quien fue uno de los más amados por ellas -y mimado del blog-, dedicadas especialmente a quien sin ninguna duda será férvida Musa algún día de algún afortunado), y Texto (una selección de obras que sobre ellas escribieron quienes, por ellas favorecidos, agradecidos fueron).
Espero disfruten este largo recorrido que, no por largo, espero y deseo, sea menos ameno.


*
INTRODUCCIÓN
Las Musas. Esos seres mágicos, esas deidades, que los dioses tuvieron la necesidad de crear para cantar sus alabanzas y celebrar sus hazañas y su olímpico medrar.
Parece que, primero, atendiendo a tradición Beocia, fueron tres (Meletea/meditación, Mnemea/memoria y Aedea/canto o voz), pero resultaron insuficientes, porque el medrar de los dioses se hizo abundante y tumultuoso, efervescente como el vino al fermentar, y de ahí que tuvieran la necesidad de ampliar el cupo acogiéndose a la tradición Tracia que, más espléndidos que los beocios, disponían de un Parnaso con nueve musas.

Según esta tradición tracia, tras una sonada asamblea Olímpica a la que acudieron todos los dioses, se acordó que de nada les serviría toda esa eternidad e inmortalidad que tan divinamente gozaban en el Empíreo si no había nadie que lo cantara, que lo expresara en el eterno vaivén de la métrica canora, en el lenguaje infinito de los números convertidos en armonías sonoras, y sus divinos actos traducidos a bellos poemas, voz, palabra, ya por siempre repetida en los ecos de la historia. Y así fue como, con dedo acusador, todos señalaron a Zeus Tonante, el más poderoso entre ellos, el responsable de su linaje, para que transmitiendo ese su ilimitado poder se uniese a la mortal adecuada -que reuniese en sí las más excelsas cualidades, y apropiadas para el fin perseguido-, cosa que Zeus complacido (sabido es ya su afición al rapto de las mortales para satisfacer su desbordante concupiscencia) acató sin reparos.


Y se eligió a Mnemósine: bella, pero no en exceso, copiosamente culta, dotada de las mayores virtudes como mujer mortal, incluida la de la sabiduría, deseable por misteriosa... Y Zeus que, como omnipotente, se podía permitir acortar a voluntad los plazos, se unió carnalmente con Mnemósine, que lo gozó divinamente, durante nueve noches -se podía permitir el pleno, porque era Zeus, y Hera, su mujer, no le hubiera permitido una más, pues la obligación se habría convertido en deleite y eso, Ella, tan diosa consorte, no lo hubiera consentido-; al cabo, nacieron las nueve musas engalanadas de donosura y bella voz, amables y siempre sonrientes, complacientes en el cantar; y estas fueron: Calíope, Clío, Euterpe, Polimnia, Melpómene, Talía, Terpsícore, Urania y Erato.

Su divino Padre y la Asamblea de Olímpicos les asignaron dos tareas preferentes: cantar y alabar deleitando, en coro polifónico junto a las Gracias, los hechos y hazañas de los dioses; y atender, en los tiempos libres, las cosas de los mortales, a los que podrían inspirar siempre que fuera por una buena causa: a mayor gloria de los Olímpicos (algo que como es bien sabido se les acabaría yendo de las manos a sus gloriosas deidades, pues las más de las veces el canto que las Musas inspiran no tiene más fin que la humanidad misma).


Para atender sus necesidades se les otorgó tres residencias: el mismo Olimpo, sede de los dioses, al que debían acudir asiduamente; el monte Helicón en las cercanías del Monte Olimpo (zona residencial, fuera de la Ciudadela de los Inmortales), donde, en las riberas del Hipocrene y el Aganipe, se solazaban y atendían a las peticiones que desde el Olimpo llegaban; y el Monte Parnaso, residencia para recibir a los Eximios Mortales, donde se les imponía el laurel sagrado del consagrado, ceremonia que presidía el mismo Apolo; allí se les obsequiaba con cráteras del divino mosto de la fuente Castalia que hacía brotar en ellos la inspiración.

Este fue su origen, su evolución ha corrido pareja a la del ser humano, ese torpe mortal, juguete de los inmortales en aquel lejano tiempo, que se volvió tan habilidoso en el pensar que pudo llegar a prescindir de la presencia de aquellos Imprescindibles: los dioses olímpicos y, por extensión, todos los demás.
Pero a esta evolución las Musas se han adaptado con igual habilidad, y pueden continuar insuflando el estro divino pero ahora, ya, a través de ojos mortales, de labios mortales, de cuerpos mortales -siempre bellos, siempre lo son para el inspirado-, expresión gozosa de una deidad encarnada: la Musa-mujer.
A ésta se rinde hoy homenaje aquí, a ésta le ofrezco esta ofrenda de tiempo, amor y esfuerzo sublimado. Va por las imprescindibles Musas, y su exultante encarnación.


*

Paul Claudel
Preciosa y extensa Oda del polifacético poeta francés, hermano de la escultora Camile Claudel. Aquí extraigo la parte final, la dedicada a la Musa Erato (la Musa que aletea en mi corazón y aquella que se encarna en todas vosotras, mis musas encarnadas). Al final está el enlace a la Oda entera, en francés y español.

¡Oh, amiga mía sobre el navío! (pues fue ese año
cuando comencé a ver el follaje descomponerse y comenzó el incendio del mundo,
para escapar en las estaciones la noche fresca me pareció una aurora, el otoño la primavera de una luz más fija,
la seguí como un ejército que se retira quemando todo tras de él, ¡Siempre
más adelante hasta el corazón del mar lúcido!)
¡Oh mi amiga! pues ya el mundo no estaba allí
para asignarnos nuestro sitio en la combinación de su movimiento multiplicado,
sino, desprendidos de la tierra, estábamos solos uno con el otro,
habitantes de esta negra migaja móvil, ahogados,
perdidos en el puro Espacio, allí donde el suelo mismo es la luz.
¡Y cada noche, detrás, en el sitio donde habíamos dejado la ribera, hacia el oeste,
íbamos a encontrar de nuevo la misma conflagración
nutrida de todo el presente atestado, la Troya del mundo real en llamas!
Y yo, como la mecha alumbrada de una mina bajo tierra,, este fuego secreto que me roe
¿No terminará por llamear en el viento? ¿Quién contendrá la gran llama humana?
Tú misma, amiga, tus largos cabellos rubios en el viento del mar,
no has sabido mantenerlos ceñidos sobre tu cabeza, ¡Se hunden! ¡los pesados mechones
ruedan sobre tus hombros, la gran cosa alegre
se retira, todo parte en el claro de la luna!
¿Y las estrellas no parecen cabezas luminosas de alfileres? ¿y todo el edificio del mundo no forma un esplendor tan frágil
Como una real cabellera de mujer lista a hundirse bajo el peine?
¡Oh mi amiga! ¡Oh musa en el viento del mar! ¡Oh idea cabelluda en la proa!
¡Oh queja! ¡Oh reivindicación!
¡Erato! ¡Me miras y leo una resolución en tus ojos!
¡Leo una respuesta, leo una pregunta en tus ojos! ¡Una respuesta y una pregunta en tus ojos!
¡El hurra que arde en ti por todos lados como el oro, como fuego en el forraje!
¡Una Respuesta en tus ojos! Una respuesta y una pregunta en tus ojos.


*
Charles Baudelaire
Del poeta parnasiano par excellence, y simbolista después, del poèt maudit de las letras francesas, quien abriría el camino a Verlaine y Rimbaud, estos dos sonetos a las musas, con su particular visión simbolista/realista (hiperrealismo mágico, a veces) de las cosas.

La musa enferma

Mi Pobre musa, !ay! ¿qué tienes este día?
Pueblan tus vacuos ojos las visiones nocturnas
Y alternándose veo reflejarse en tu tez
La locura y el pánico, fríos y taciturnos.

¿El súcubo verdoso y el rosado diablillo
El miedo te han vertido, y el amor, de sus urnas?
¿Con su puño te hundieron las foscas pesadillas
En el fondo de algún fabuloso Minturno?

Quisiera que, exhalando un saludable olor,
Tu seno de ideas fuertes se viese frecuentado
Y tu cristiana sangre fluyese en olas rítmicas,

Como los sones múltiples de las sílabas viejas
Donde, reinan Por turno Febo, padre del canto,
Y el gran Pan, cuyo imperio se extiende por las mieses.

.......................................

La musa venal

Tú que amas los palacios, oh musa de mi vida,
¿Tendrás, cuando el Bóreas
², sea el dueño de Enero,
Mientras cae la nieve en tediosas veladas,
Para caldear tus pies violáceos, un tizón?

¿Reanimarás acaso tus espaldas marmóreas
En los nocturnos rayos que filtran los postigos?
¿Socorrerás tu bolsa y tu garganta exangües
Con el oro que esplende en la bóveda azul?

Debes, para ganar tu pan de cada noche,
Agitar como niño de coro el incensario
Y salmodiar
Te Deums en los que apenas crees,

Reiterando tus gracias, como hambriento payaso
Y tu risa velada por lágrimas secretas,
Para ver cómo estalla la vulgar carcajada.


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Ilustraciones
Apolo y las Musas, Simon Vouet
La Musa Uranía y la Musa Calíope, Simon Vouet
La Reina de las Musas, Lorenzo Costa
El Festín de los Dioses, Henrik Van Balen
El Nacimiento de las Musas, Dominique Ingres
El Parnaso, Andrea Mantegna
Minerva y las Musas, Frans Floris
Minerva y las Musas, Jacques Stella

Música
Johann Sebastian Bach
Concierto para tres violines BWV 1064
Allegro - Largo - Allegro
Concierto para dos violines BWV 1043
Vivace - Largo ma non tanto - Allegro

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Links de interés:
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