Safo - Charles Auguste Mengin
Cántales, corazón, los líricos sones,
latidos y alientos de aquel pecho puro,
lanzados al viento, desde el sentimiento
de amores pasados, en versos futuros.
A Safo. Héctor Amado
Bueno, bueno. ¿Qué tenemos aquí? Una carpeta blanca, enteramente blanca, con un nombre en rojo, profundamente rojo:
SAFO
de Mitilene
Poeta
Sorpresa (relativa) en el archivo de heroínas de Héctor: una poeta (¿he de decir poetisa? ¿Tiene sexo la poesía?). La primera poeta de que se tiene noticia. Vaya, vaya, con nuestro amigo, amante del amor y la belleza. En realidad no podía imaginarse una relación tal que tuviera como objetivo la figura de la mujer sin la presencia de este paradigma (porque Safo es un paradigma, arquetipo, modelo, de un tipo de mujer). Paradigma equívoco y polémico (quizás artificialmente equívoco y fútilmente polémico), Safo no deja de ser una figura poderosa y atractiva, siempre agradecida a poco de cariño que se ponga en su tratamiento. Héctor nos la presenta con sus luces y sombras, perfilada en tenue claroscuro, a partir de los datos ciertos que sobre ella hay: su obra, sus versos, su poesía, su sentir lírico, su alma vertida en hexámetros y en versos nuevos, su frescura y honestidad en lo cantado, su cadenciosa voz de eterna amante. Pero, también, como en él es habitual, en un (¿ficticio?) ejercicio de acercamiento a su íntimo sentir: aquel que le llevara a ser la que fue, a escribir lo que escribió, a vivir como quiso vivir y a morir como, acaso, también quisiera hacerlo (hay siempre, incluso en los más humildes y honestos, una tendencia a la teatralidad en los espíritus excepcionales que les impele a la consecuencia en sus actos, consecuencia que no busca otra cosa que ser rúbrica de su ser. No otro fin buscaría, sin ir más lejos, Empédocles lanzándose al vientre incandescente del Etna). En este ejercicio (Latir de Musa. Safo por ella misma) nuestro amigo se hace voz (o pone la suya a disposición de la poeta) del mundo interior que bullía en el pecho de la Décima Musa, ese que es fuente y origen de su obra, de su fama, de su valor.
Antes de nada, transcribo, tal cual, el prefacio -Nota introductoria- que Héctor coloca al frente de su imaginario ejercicio, de una pequeña muestra de la obra de la poeta (3 poemas, incluidos: el último traducido, fragmentario, y el único completo, La Oda a Afrodita), de la iconografía sugerida (como siempre, exhaustiva) y de la banda sonora recomendada para tan excepcional personaje (¿cómo sonaría la voz de Safo? ¿Parecida a la de Eleftería Arvanitaki, quizás? ¿O a la de la diva por antonomasia, María Callas?. Valga como un homenaje al melos griego).
Con ustedes, la dedicatoria a la poeta que dijo: "lo más bello es lo que uno ama".
Antes de nada, transcribo, tal cual, el prefacio -Nota introductoria- que Héctor coloca al frente de su imaginario ejercicio, de una pequeña muestra de la obra de la poeta (3 poemas, incluidos: el último traducido, fragmentario, y el único completo, La Oda a Afrodita), de la iconografía sugerida (como siempre, exhaustiva) y de la banda sonora recomendada para tan excepcional personaje (¿cómo sonaría la voz de Safo? ¿Parecida a la de Eleftería Arvanitaki, quizás? ¿O a la de la diva por antonomasia, María Callas?. Valga como un homenaje al melos griego).
Con ustedes, la dedicatoria a la poeta que dijo: "lo más bello es lo que uno ama".
Nota Introductoria
Es Safo la primera en sacar al exterior la lava ardiente de su volcán interior, y lo hace con una sensibilidad impropia en una sociedad tan aparentemente primitiva como la Grecia del siglo VI a.d.C. La profundidad y delicadeza con la que expresa sus sentimientos hizo no solo que fuera admitida, posteriormente, en el canon de los nueve poetas líricos fijado en la Alejandría helénica, sino que ocupó un lugar preeminente en él. Poeta del corazón, desde el corazón. Poeta del amor y para el amor. Poeta de la pasión sublimada, de la carne atormentada, de la sutileza y de la palabra acariciada.
Creadora del verso sáfico (un personal endecasílabo de cinco pies, que en la poesía española viene a completar el propio -cuyo acento rítmico cae en la sexta sílaba-, creando ese otro, aún más melodioso, acentuado en la cuarta y octava), y, por ende, de la estrofa sáfica (estrofa de cuatro versos en la que los tres primeros son endecasílabos sáficos y el cuarto un pentasílabo adónico -acentuado en la primera sílaba). En este verso sáfico -endecasílabo con acentuación rítmica en cuarta y octava sílaba- se han escrito algunos de los mejores versos de la literatura italiana y española (Petrarca, Góngora), y no se concebiría la belleza de ese fluctuar armonioso en el ritmo del soneto o de la octava real sin su presencia. Solo por esto, sino bastara, además, la riqueza lírica de las imágenes vertidas en su poesía, Safo de Mitiliene debe de ser honrada, cantada y ensalzada. ¿Lo demás? Bueno, está bien como venero de leyendas, como fuente de imaginarios que hagan brotar lo bello de la nada sugerida, pero ahí se acaba el interés (y no es poco, dar pasto a la creación de paisajes inexistentes). Las alusiones vertidas en sus poemas a un amor homosexual (¿realmente el amor tiene sexo? ¿aún es creíble tal simplismo?), la palpitante pasión destilada, su muerte trágica, han sido y son, ocasión para una amplia y sugerente iconografía, y una no menos amplia y sugerente producción literaria. Catulo y Horacio en ella se inspiraron, Baudelaire, Byron o Virginia Wolf no ocultaron su admiración por esta poeta que accidentalmente fue, de un modo maravilloso, mujer (¡!). Yo, aquí, le rindo un sentido -por más que merecido- homenaje. Recíbalo ella allá donde se halle; y que todos los que lo lean, al hacerlo, a él se unan, si no con su sentir, si, al menos, con su -por mí, agradecida- atención.
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Latir de Musa
Safo por ella misma
¿Pues qué si digo que frecuentemente no se me ha entendido? ¿Que aquellas -que aquellos (¡qué cansino esto de la lucha de sexos!)- que me utilizan, no como estandarte que sería admisible, sino como arma arrojadiza y como baluarte, o aquellos otros para los que no soy sino objetivo de imprecaciones, no hacen sino abundar equidistantes en lo que yo abomino? ¿Le falta sentido común al ser humano? Ya, ya sé, que no son todos; ya sé que he encontrado espíritus afines en todas las épocas, desde aquélla en la que ya viví (en la que continúo viviendo, proyectada hacia el futuro dejando tras de mí la huella siempre viva del presente) hasta ésta en la que me reflejo. ¡Pero me cansa tanto este malentendido! Quizás en esa razón se base éste escrito, estas memorias críticas, esta diatriba contra el tiempo de la dentellada y el conflicto que busca hacer sangre. Espero, albergo esa esperanza -quizás vana-, que quien esto lea ajuste su percepción de mí a la realidad: la que yo viví, no la que me han hecho vivir a mi pesar. Mi alma está en mi obra, no hay más que leerme como se debe, y apareceré prístina, tal cual fui. ¿Con qué ojos, a qué luz, con qué disposición de ánimo, bajo que enfoque del entendimiento, ese "como se debe" cobra sentido? Con los ojos limpios, a la luz de la verdad, con el ánimo justamente enardecido pero de amable entusiasmo, bajo el enfoque que todo alma, por el hecho de serlo, merece. Intentaré acercarme, no obstante, en lo que sigue, por ver si así, a más corta distancia, se me aprecia mejor.
Niña fui con suerte, nacida de familia noble en todos lo sentidos. Mi patria es Mitilene, en la isla de Lesbos, Provincia Eolia de la Grecia dilatada hacia lo que se ha dado en llamar Asia Menor. Siempre tuve el genio vivo y el corazón ardiente. Es más, creo que no se podría entender mi genio sin la influencia y el protagonismo de mi apasionado corazón. Me eduqué en el mejor sitio de aquella Hélade que venía fraguándose como foco del mundo para el pensamiento y el arte. Gracias al carácter insular, es decir, con esa impronta de lo excepcional que aboca a la autosuficiencia y a la autonomía, y a la feliz confluencia de buena sangre y honestos gobernantes, Lesbos llegó a ser un lugar privilegiado. Favorecida por los dioses en grado sumo, era cuna de bellas mujeres (ya el insigne Homero nos había elogiado casi dos siglos antes) y de gentes dotadas especialmente para el arte, ya fuera música, danza o poesía, de espíritus devotos de la buena vida en el sentido de vida bella que yo haría mía, y de ciudadanos tolerantes, pero altivos y orgullosos -lo que me valdría, años después, el destierro en Siracusa. En tan favorable ambiente crecí y me hice mujer, al tiempo que me hacía poeta, que dominaba la técnica del canto y me convertía en avezada citarista; mis ligeras piernas y mi cuerpo pronto al ditirambo favorecieron mi habilidad en las danzas rituales -mi corazón bailaba con ellas, no debía sino seguir su ritmo-. Tomé marido, y tuve una hija a la que amé. Tras el destierro, volví a esta mi patria y fundé una academia "La casa de las Servidoras de las Musas", donde puse mi talento al servicio de la comunidad, creando un lugar excepcional para educar mujeres excepcionales. Creado bajo los auspicios de la diosa Afrodita, a quien consagré mi vida, allí las doncellas vírgenes aprendían música, canto y danza, pero también el arte de componer guirnaldas ceremoniales, a tejer vestidos suntuosos, a crear adornos y peinados; en fin, a ensalzar la Belleza por medio del refinamiento artificioso que surge del sentimiento más natural.
Allí también amé. Mi corazón, como una laboriosa y aplicada abeja, libaba y libaba, saltando de flor en flor, incansable. El amor prendía en mí con la facilidad de la llama en la estopa. ¿Qué podía hacer yo, la consagrada a Afrodita? como decían aquellos versos que, agradecida a la Vida, una vez compuse:
"Yo amo la delicadeza...
y se me ha concedido el amor, la luz del sol y la belleza"
¿Que es el amor? Aún no lo sé, salvo para referirme a él por lo que de él gocé y sufrí. No fui una casquivana, mi lecho no era palestra donde coleccionara cuerpos entregados. Qué lejos quien esto piensa está de la realidad. Los que me adjudicaron cien amantes, hembras o varones, no saben lo que el amor de Afrodita significa. Ella, mi Diosa, no hace distingos. Para ella da igual entre quien se dé el hecho amoroso: cuenta el amor en sí. ¿Qué da que sea homosexual, heterosexual o bisexual? El sexo no es más que un accidente fortuito acaecido al alma humana; el que ve en él un carácter exclusivo ante el amor, una especie de papel determinado y rígido ligado unos caracteres físicos yerra de parte a parte. O eso, o es reo de moralina. A Afrodita el sexo no le importa, le importa el hecho, la pérdida en el otro, la enajenación jubilosa de la individualidad que se proyecta hacia el ser amado. El amor no es una droga, es más potente que una droga, pues atañe no solo al cuerpo sino también al alma. Se ha dicho -con manifiesta maledicencia- que mi academia era una especie de falansterio orgiástico, donde las mujeres nos dedicábamos a darnos placer mutuo, y, en parte, no andan muy descaminados, pues nos dábamos placer ¡cómo no! ¿Acaso no es un placer compartir la búsqueda de la belleza? Ayudarnos unas a otras en la adquisición de la excelencia en el refinamiento artístico y social ¿No es un placer? ¿No es una satisfacción ver cómo un alma adquiere la perfección que le es propia, día a día, bajo tus auspicios y enseñanzas? ¿Y qué si surge el amor espontáneo? ¿Y qué si Afrodita nos concede la dicha del embeleso? ¿Hemos de sentirnos culpables de ello, o habremos de darle gracias por tal regalo? Yo, me quedo con lo segundo, así lo he hecho siempre. Y si he utilizado retóricamente la queja ante la dicha del enamoramiento no ha sido sino con la intención de darle el valor que posee: una tal dicha que se convierte en gozoso dolor. Solo quien ha estado verdaderamente enamorado sabe esto. Y no me refiero a vulgares celos, no a dudas y desconfianza, no a posesión egoísta, sino a no poder gozar todo y de una vez lo que se siente, debiendo una conformarse con las pequeñas dosis que los parcos límites del tiempo y el espacio nos permiten; no poder arder intensamente como se siente y, a la vez, sentir con la misma profunda intensidad, eso es lo que nos duele, ahí está el motivo de la queja. ¿Pues, no se ha dicho lo dulce que es la muerte de amor? Ese es el tránsito más gozoso, pues se muere así de un agudo cólico de vida -que es el amor-. ¿No se ha dicho también (¡Cuánto me hubiera gustado haber podido crear yo esa expresión!) que el éxtasis de la pérdida, ese que registra el cuerpo con temblores y rubor, y huida hacia la nada, y entrañas que se abren en la unión, ése, no es una especie de pequeña muerte?Hablando de la Parca, sobre ella -mi muerte-, poco he de decir. Casi prefiero que se siga creyendo lo increíble, que se me siga representando en una caída infinita hacia el amor. ¡Dios santo, nada menos que desde la roca Leucadia!, el sanctasanctórum de los enamorados enfermos de desamor. No me disgusta que se me represente así, y menos que se haga en la flor y nata de mi juventud, con ese cuerpo esplendoroso -que lo tuve-. ¿Se me permitirá este arranque de coquetería? ¡Pintores, artistas, poetas, permiso mío tenéis para representarme como os plazca, mientras ensalcéis a Afrodita con ello! Mal haría si me enojara, y prueba sería, entonces, de que predicaría una cosa sintiendo otra. Representadme abismada en el océano, enajenado mi sentido, sumergido en las profundidades donde surgiera mi Diosa, con ello rendís homenaje a aquella a quien adoro, y por quien conocí la mayor dicha en esta vida. Si amé la vida con toda la fuerza del amor ¿cómo habría de acabar con ella por él? En todo caso hubiera podido hacerlo al envejecer y serme privada una tal dicha (ya lo dije en mis versos). Pero, es tan dulce que se me recuerde así, saliendo de esta vida, hermosa, enamorada, entregada a las rocas donde baten las espumas, aquellas mismas, de las que surgiera la diosa de las diosas...
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POEMARIO
Oda a Afrodita
¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina,
Hija de Zeus, inmortal, dolosa:
No me acongojes con pesar y sexo
Ruégote, Cipria!
Antes acude como en otros días,
Mi voz oyendo y mi encendido ruego;
Por mi dejaste la del padre Jove
Alta morada.
El áureo carro que veloces llevan
Lindos gorriones, sacudiendo el ala,
Al negro suelo, desde el éter puro
Raudo bajaba.
Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: ¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?
—me preguntabas—
¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?
Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte.
Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.
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Conceda el medrar a mi boca…
Velad vosotras por los bellos dones de las Musas ceñidas
de violetas, muchachas, y por la dulce lira de los cantos,
pero mi piel, en otro tiempo suave, de la vejez ya es presa,
y tengo blancos mis cabellos que fueron negros,
y torpes se han vuelto mis fuerzas, y las piernas no me sostienen,
antaño ágiles cual cervatillos para la danza.
He aquí mis asiduos lamentos, pero ¿qué podría hacer yo?
A un ser humano no le es dado durar por siempre.
A Títono, una vez, cuentan que Aurora de rosados brazos
por obra de amor lo condujo a los confines de la Tierra,
joven y hermoso como era, mas lo encontró igualmente al cabo
la canosa vejez, a él, que tenía esposa inmortal.
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Poema 2D
Me parece que es igual a los dioses
el hombre aquel que frente a ti se sienta,
y a tu lado absorto escucha mientras
dulcemente hablas
y encantadora sonríes. Lo que a mí
el corazón en el pecho me arrebata;
apenas te miro y entonces no puedo
decir ya palabra.
Al punto se me espesa la lengua
y de pronto un sutil fuego me corre
bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban,
me invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz.
el hombre aquel que frente a ti se sienta,
y a tu lado absorto escucha mientras
dulcemente hablas
y encantadora sonríes. Lo que a mí
el corazón en el pecho me arrebata;
apenas te miro y entonces no puedo
decir ya palabra.
Al punto se me espesa la lengua
y de pronto un sutil fuego me corre
bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban,
me invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz.
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ICONOGRAFÍA
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Safo y Alceo - Lawrence Alma Tadema
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Safo y Erina en un jardín en Mitilene - Simeon Solomon
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Safo y Homero - Charles Nicolas Rafael Lafond
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Safo - Virginie Ancelot
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Safo tocando la lira - Léopold Burthe
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Safo en el acantilado - Gustave Moreau
Safo y Erina en un jardín en Mitilene - Simeon Solomon
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Safo y Homero - Charles Nicolas Rafael Lafond
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Safo - Virginie Ancelot
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Safo en el acantilado - Gustave Moreau
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Safo en las rocas - Gustave Moreau
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Safo en Leucadia - Gustave Moreau
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Safo en Leucadia - Gustave Moreau
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La muerte de Safo - Gustave Moreau
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Safo en el promontorio de Leucadia - Antoine Jean Gross
Safo en las rocas - Gustave Moreau
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Safo en Leucadia - Gustave Moreau
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Safo en Leucadia - Gustave Moreau
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La muerte de Safo - Gustave Moreau
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Safo - Andrea Gastaldi
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Safo - Pierre-Narcisse Guérin
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Safo en el acantilado Leucadio - Pierre-Narcisse Guérin
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Safo en el Promontorio Leucadio - Théodore Chasserieu
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Safo en el Promontorio Leucadio - Théodore Chasserieu
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Safo - Rafael Sanzio
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Safo abrazando su lira - Jules Elie Delauney
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Safo - Arnold Böcklin
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Safo en Leucadia - Stückelberg
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Safo - Amanda Brewster Sewell
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Safo - Julius Johann Ferdinand Cronenberg
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Safo (estudio) - Gustav Klimt
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Safo - Gustav Klimt
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BANDA SONORA
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Safo - Pierre-Narcisse Guérin
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Safo en el acantilado Leucadio - Pierre-Narcisse Guérin
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Safo en el Promontorio Leucadio - Théodore Chasserieu
.
Safo en el Promontorio Leucadio - Théodore Chasserieu
.
Safo - Rafael Sanzio
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Safo abrazando su lira - Jules Elie Delauney
.
Safo - Arnold Böcklin
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Safo en Leucadia - Stückelberg
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Safo - Amanda Brewster Sewell
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Safo - Julius Johann Ferdinand Cronenberg
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Safo (estudio) - Gustav Klimt
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Safo - Gustav Klimt
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BANDA SONORA
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Enlaces de Interés:
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