Aquel hombre bueno que vivió toda su vida acunando las palabras
para que tuvieran su más excelsos sueños.
A Gabriel García Márquez. Héctor Amado & Rodrigo Martín.
Selva
.....Apenas un rumor lejano era todo lo que llegaba de la selva. ¡La selva! Sólo pronunciar su nombre suponía convocar de inmediato el horror de lo innominado: de lo que repta, de lo que acecha, de lo que husmea, de lo emboscado. Allí, bajo la interminable cúpula verdinegra, en medio de la sofocante y opresiva atmósfera de los trópicos, se daban cita Conrad, Kipling, Stevenson, London, Burroughs... García Márquez. Y sí, García Márquez, porque, a pesar de que en sus relatos la selva nunca fuera protagonista principal, siempre lo sería de reparto, escenario transversal, circo amenazador, frontera de lo posible.
.....No importa qué selva: amazónica, congoleña, polinesia... La lujuria de las sombras, el calor viscoso, las picaduras de lo invisible, los seres agazapados bajo el suelo o sobre las cabezas, la amenaza constante. Alguien dijo alguna vez que la selva es el desierto de los trópicos: engulle con avidez a quien en ella se adentra, sobre todo si es extranjero; a veces lo cautiva, se adueña de él, lo hace suyo, lo convierte en una sombra más, parte de la amenaza. No aplasta la selva con rayos sino con angustia. No reblandece el cerebro por ebullición, lo disuelve con su inoculado veneno de agobio. Supone la selva la feracidad de la vida sin control, allí donde la muerte comparte el trono con la vida, donde se demuestra parte necesaria, indispensable, de la vida. Digo: "selva", y un fragor de sonidos inquietantes se levanta, como una coral cósmica de mundos olvidados que viene a reclamar lo que es suyo: la presencia ominosa de lo imaginario. Porque, sí, efectivamente, cuando grito "¡Selva!", son los propios miedos quienes acuden, quienes son invocados mediante la palabra mágica, el abracadabra simbólico preciso; y Joseph, Rudyard, Robert Louis, Jack, Edgar Rice y Gabriel (y tantos otros) lo sabían, y por eso colocaron allí, o en sus aledaños, el escenario de su imaginación.
.....A Macondo se llega a través de la selva. Y ese hombre de letras e imágenes, al que ya todos conocen por "Gabo", se adentró en ella, y a través de ella, vagando entre su ámbito amenazador, descubrió un claro fantástico donde colocó los cien años de soledad de Aureliano Buendía. Cien años le pareció el tiempo transcurrido en la selva a Gabriel (llamado ya por todos, Gabo), en ese peregrinar por su imaginación. Peregrinaje necesariamente solitario en el que paso a paso se fue acercando gradualmente a su sueño: la culminación de la obra de las obras, el claro en la selva, un mundo nuevo y revolucionario flotando en el universo de lo fantástico.
.....Selva es, también, la que forman las palabras: fronda enmarañada donde sólo con esfuerzo penetra la luz. García Márquez forjaría su mundo imaginario en la soledad de las palabras, en la densa y pegajosa oscuridad de los sentidos figurados, en la maraña de conceptos por explotar, verdaderas enredaderas enroscadas a los troncos del lenguaje. Por ellas, por las palabras, vagó cien años, y al cabo regresó cargado con la obra de su vida: un mundo hecho de selva ordenada, con su órbita, su gravitación, sus días y sus noches, su danza en medio de unas estrellas que titilan maravillas, su pertenencia, ya, al firmamento eterno de la imaginación sutil pero portentosamente materializada.
.....Con los miedos que la selva le suscitó, trenzó una diadema de acasos, forjó una corona de azarosas posibilidades, tejió un laborioso y bello tapiz de albures impredecibles, compuso un variopinto mosaico de quizás inimaginables; conjurándolo y transformándolo, hizo del miedo coraje, empeño y alimento de su genio. Salió con bien de la selvática misión y apareció, cien años después (aunque quizá a él le parecieran mil o apenas dos suspiros), con un delirante jardín extramuros que llamó Macondo, en donde colocó a su Adán (o quizá Caín), que llamó Aureliano, origen de toda una estirpe de expulsados del paraíso, condenados a vagar en la selva de la existencia, ahora ya, si mágicamente real, ordenada... universo mundo que se inventaría aquel niño de Aracataca que absorbía con delectación las historias de fantasmas y supersticiones que le contaba su abuela Tranquilina, y a quien todos hoy conocen por Gabo.
.....Después vendrían otros reductos selváticos (rescatado un anterior boscaje tangencialmente autobiográfico, en el que contaba la historia de un coronel que no tenía quien le escribiese): magistrales relatos de náufragos, poéticos otoños de patriarcas, policíacas crónicas de muertes anunciadas, tenaces amores puestos a prueba en los tiempos del cólera, generales libertadores perdidos en sus propios laberintos, extraños amores endemoniados, gloriosas existencias vividas para poder contarlas, y aún, aún, en un casi postrero esfuerzo, rescatar de la memoria a unas putas tristes que ya no serán suyas sino de todos.
.....Porque Gabo fue (es) la selva misma, con su carga de atracción y de temeroso respeto, de siempre sugestiva llamada y de frecuentemente aleatoria visita: uno teme perderse en las sombras luminosas de sus mundos fantásticos, en los pasmosos destellos de las palabras talladas por él y por él engastadas en esas maravillosas joyas de la literatura que nos legó. Espíritu selvático, coraje de conquistador, curiosidad de descubridor, locura lopeaguirreana para buscar la quimera en cada paso que se da, son las virtudes que debe detentar el lector de García Márquez; como debe detentar algunos vicios que también están profusamente diseminados, aquí y allá, por toda su obra --esa selva de mundos--, pero del que cabe destacar la imprescindible tendencia a la ebriedad, al fácil enchispamiento del entusiasmo, al exceso de la ensoñación.
.....Fuésenos el hombre, nos quedó su obra; que es tanto como decir que el hombre ya nunca se irá de esta tierra mientras en ella haya memoria. Sus cenizas metáfora de lo eterno: lo efímero de la materia entregado al fuego, dado a los cuatro vientos, diseminado en las muchas tierras, naufragado en el solo mar. Reintegrado. Y vuelta a empezar...
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Los Pekenikes, más cerca de las estrellas
Los Pekenikes, más cerca de las estrellas
.....El mismo día que Gabo tomó posesión de su estrella en el firmamento, otro artista que las cantó se fue allá, cerca de ellas, a algún lugar donde seguir soñando excelente música. Alfonso Sáinz, cofundador de aquella banda irrepetible que fuera Los Pekenikes (forja de la que salieran algunos de los máximos protagonistas de la música pop en aquella España que despertaba al mundo, y que colmó de buena música los años sesenta y parte de los setenta de este país, aunque no sólo), ya se ha hecho eterno.
.....Prueba de la calidad y predicamento internacional de este mítico grupo, es su elección como teloneros de los Beatles, en el único y ya legendario concierto que el grupo de Liverpool realizara en Madrid, en 1965.
.....Sirva de homenaje a este miembro de los Pekes la lista de reproducción que amenizará la presente entrada del blog.
[Aquí se encontrará buena, exhaustiva y detallada información sobre el grupo: lafonoteca]
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