Tras la exaltación jubilosa de la 8ª Sinfonía, Mahler compuso Das Lied von der Erde en un momento crítico de su vida sobrevenido a la confluencia de una triple circunstancia: acababa de dejar la dirección del Hofoper vienés, su hija mayor recién falleció de una difteria fulminante y el médico de Maiernigg le detectó una afección cardíaca (una malformación valvular que aunque no ponía en peligro su vida le hizo sentir cercano el aliento de la muerte). No es de extrañar pues que esta composición esté impregnada de un cierto espíritu nihilista de la existencia, ni que encontrara en los versos de los poetas chinos Li-Tai-Po, Wang-Wei y Mon-Kao-Yen, de índole taoísta, cercana al existencialismo, cauce a la expresión que bullía en su turbado corazón. De hecho a estos poemas les insufló su propia impronta, matizando y añadiendo algunos versos --como en Der Abschied, El Adiós (canción 6ª).
Desconsuelo y aceptación, impotencia ante lo irremediable, dolor que busca la embriaguez de los sentidos para no ser consciente de las miserias de la existencia. Hay momentos en la vida de los seres singulares, enfrentados a o recogidos en sí mismos --instantes críticos, decisivas encrucijadas, forzados paréntesis--, en que la luz de la Realidad penetra en su consciencia iluminando lo insignificante de los sueños, lo fútil de las ilusiones, lo vano de los sentimientos y emociones; son momentos en los que el ser humano descubre de una forma desconsoladora que lo que él creía más importante, aquello en que reside su conciencia de individuo, su singular personalidad, es poco menos que nada, humo en el aire, brizna de hierba en la inmensa pradera del universo infinito; momentos en los que, rendido, se diluye en esa luz que lo alumbra y lo deslumbra, y, por un momento, comprende, comprende que no es más que una molécula indistinta entre otras tantas moléculas indistintas; y, en esos momentos, desde ese deslumbramiento interior, vuelve los ojos hacia afuera y el único consuelo que encuentra es el de una naturaleza ajena a su existencia que con una voluntad irrenunciable repite una y otra vez el ciclo de su terco perpetuarse. Es un descubrimiento capital pues sin él --sin esa conciencia de una existencia sin objetivo, empeñada y justificada solamente en su existir-- al ser humano, en esos momentos en que el suelo desaparece de sus pies, no le quedaría más opción que la locura o el acabamiento.
Es en esos momentos, también, cuando, como tercera y excepcional opción, en los espíritus especialmente dotados, surge la obra de arte, la creación, como salida, como escape, como globo de helio con el que sobrepujar el hundimiento. Mahler, en esa época en que todo se tambaleaba a su alrededor (quizá ya entonces, por añadidura, comenzara la desafección de su mujer, Alma, quien en 1909 iniciara una relación con el joven arquitecto Walter Gropius), en que ni aun el reconocimiento y la bien cimentada celebridad que ya disfrutaba le eran suficientes motivos para vivir, debió sentir algo así como lo descrito más arriba. Se aferró a lo único que podía salvarlo: su genio creador. Ésta fue la génesis de Das Lied von der Erde, como lo sería, después, de la 9ª Sinfonía.
El hallazgo de Die Chinesische Flöte (La Flauta China) de Hans Bethge, filólogo, poeta y traductor orientalista, fue, además, providencial (él, Mahler, creía firmemente en que las cosas no ocurrían porque sí, sino que había una inteligencia ordenadora, que ponía ante su genio los instrumentos necesarios para indicarle en cada momento la naturaleza de sus obras; con tal asiduidad le ocurrirían esos "hechos fortuitos" que a sus ojos iban más allá de la pura casualidad). En esta colección de poesía china de la Era Tang, y más concretamente, su Edad de Oro, encontró el sustrato textual que daría soporte a su queja a la vida, una queja que como no podía ser de otra forma en un genio musical como el suyo, tomaría la expresión formal de la canción: el grito, modulado; lo irracional, hecho medida y armonía. Mas una armonía en lo diverso, uniría oriente a occidente: el consuelo del tao donde Dios se mostraba despiadado; de este diálogo entre lo formal y lo informe, prodigiosa, surgiría esta obra, y, sobre todo, tras el camino preparado por las cinco canciones previas, ese milagro condensado en apenas media hora que es el Das Abschied --El Adiós-- con el que Mahler parece despedirse del mundo, y con el que nos brinda uno de los momentos más líricos de la historia de la música (aquí otra vez, pero desde otra perspectiva, el deslumbrante brillo de la alta cumbre ya reflejada en el Coro Místico de la 8ª Sinfonía).
Das Lied von der Erde / La Canción de la Tierra
1. Das Trinklied von Jammer der Erde (Canto báquico del dolor de la tierra)
2. Der Einsame im Herbst (El Solitario en Otoño)
3. Von der Jugend (De la Juventud)
4. Von der Schönheit (De la Belleza)
5. Der Trunkene in Frühling (El borracho en primavera)
6. Der Abschied (El adiós)
El porqué Mahler eligiera poemas chinos viene explicado en los mismos textos: esa aceptación inquisitiva tan cara al espíritu del tao, fuera de toda duda y prejuicio racional (¿cómo habría de buscar consuelo en lo racional ante lo que no era sino --a sus ojos-- producto de la más obscena irracionalidad?). Solo el carácter oriental --implícito en el tao-- es capaz de preguntar a la existencia sin esperar respuesta, como si por el mero hecho de darse por enterado, aceptando la limitación que impide variar el rumbo de las cosas, actuase de exorcismo, de consuelo, para el alma sufriente, sintonizando su latir con el de la misma vida, que es la de esa primavera que siempre vuelve a teñir las canas del invierno, a reverdecer las ramas secas, a iniciar un nuevo ciclo sin motivo, sin más motivo que exaltar la vida, una vida incomprensible, tantas veces, para el hombre. Pero de ésto, el espíritu oriental no hace sistema, no filosofa con un objetivo científico, el espíritu oriental acepta, comprende sin argumentos, se siente, en el sentido más amplio --y menos sensorial-- posible, uno con lo que le rodea, no busca explicaciones hilvanadas a la razón, encuentra respuestas entramadas a la propia naturaleza. Cuando Li Tai Po se sumerge en los vapores de la embriaguez, no lo hace para huir de una realidad que no le gusta, nada de eso, él se embriaga porque de esa forma las férreas barreras de la limitación consciente, la que nos ata a las cosas contingentes, se disuelven en la alegría proporcionada por el brebaje euforizante.
Como dice la 5ª canción, El borracho en primavera:
Si la vida no es más que un sueño,
¿Porqué tanta pena y fatiga?
¡Bebo a más no poder
el día entero!
Pero no hay que ver en esto una incitación a la ordinaria evasión de la realidad, sino una personal inmersión en su sinsentido. Además, los poetas chinos nunca intentan aconsejar, ni sugerir siquiera: exponen su actitud, su opción, que al fin y a la postre, acepta sin resignarse, se rebela en su conformismo, por eso finaliza este poema que da tema a Der Trunkene in Frühling:
...Y cuando ya no puedo cantar
vuelvo a dormir
¿Qué tengo que ver con la primavera?
¡Dejadme estar ebrio!
Esta ebriedad se expresa en Mahler --como defendería espléndidamente Charles Baudelaire en sus Paraísos Artificiales-- en el enajenamiento creador, suerte de embriaguez que no necesita sustancias psicotrópicas para arrebatar el alma de las miserables garras de lo necesario, del sufrimiento que envilece y priva al ser humano de su luz, elevándolo, desde ese lóbrego muladar donde lo arroja la desgracia, hasta las puras alturas donde brotan las flores luminosas. Flor luminosa --esta Das Lied von der Erde-- que resplandece, en su insumisa aceptación, con ese sobrecogedor, por lo mayestáticamente simple, canto de insospechada esperanza con que se cierra la canción del Adiós:
De nuevo la tierra amada
florece y reverdece
por todas partes en primavera,
¡Por todas partes y eternamente
brillan luces azules en el horizonte!
Eternamente... eternamente...
Antes, Mahler, nos propone un viaje por esos cantos de la Tierra donde se recoge, en gruesas pero poderosas pinceladas, el carácter de la humana existencia. Así Das trinklied von jammer der Erde (El Canto Báquico del Dolor de la Tierra), en el que se nos expresa repetidamente lo sombría que es la vida y la muerte, a modo de declaración de intenciones:
...Cuando llega la pena
el jardín del alma se torna yermo
Y pese a las maravillas del mundo, de la vida, de la Tierra, que la naturaleza nos muestra continuamente,
El firmamento será siempre azul
y la Tierra reverdecerá en primavera...
no bastan para consolar al ser humano consciente, pese la conciencia de infinito, de su finitud y la de todas las cosas que ama, incluso las más bellas --que por su carácter efímero no contempla ya sino como vanas e irremediablemente sometidas a putrefacción,
Pero tú, hombre, ¿Cuánto viviras?
¡No tienes ni un siglo para gozar
de todas las vanidades putrefactas
de esta tierra.
Por eso, la solución, es la embriaguez, la enajenación jubilosa provocada por el vino --léase el rapto de la conciencia por cualquier procedimiento capaz de traspasar el mundo de las apariencias,
¡Ahora el vino!
¡Es el momento amigos!
¡Vaciad las copas áureas hasta el fin!
Sombría es la vida y la muerte.
El compositor hace, de la queja del corazón Solitario en Otoño, exaltación de lirismo; del lamento germinado en soledad, belleza sutil, prodigioso brocado de imágenes rutilantes, estrellitas arrimadas al sopor taciturno del duende amodorrado:
...como si un artista hubiera rociado
con polvo de jade las delicadas flores
dando consuelo al corazón cansado, hundiéndolo en el sueño, desde donde regresará, quizá por pistas siderales o estelas ignotas, hacia la amada morada donde espera encontrar la paz. A pesar de todo, de la soledad, del otoño, del corazón abandonado, aún queda margen para inquirir a una improbable esperanza:
Sol de amor,
¿No brillarás nunca más
para secar dulcemente
mis lágrimas amargas?
Aquí, Mahler expresa patente y dramáticamente su estado sentimental --la pérdida de su hija, el desamor que asoma en Alma--, pese a la cual, aún, quizá,...
Ese corazón atormentado y solitario pasa, entonces, a hacer un repaso de las cosas amables, mas vanas y efímeras de la vida; acaso las más aparentes, las más deseadas, deseables y vanas de todas las cosas de la vida: De la juventud y De la belleza. El lirismo vuelve a rezumar en la representación descriptiva de estas, las más arteras y embaucadoras, vanidades:
En medio del pequeño estanque
hay un pabellón
de verde y blanca porcelana.
Como el dorso de un tigre
se comba el puente de jade
hacia el pabellón.
En la casita unos amigos sentados,
bien vestidos, beben y charlan...
algunos escriben versos.
Para pasar a describir el reflejo de la escena en el agua del estanque: ese mundo "patas arriba" en el que el puente es luna, mundo de apariencias con referencias platónicas, en el que los jóvenes se comportan con la inconsciencia de la edad y el escudo de la inocencia ante la realidad.
Unas muchachas recogen flores
de loto en la orilla del río...
[...]
El sol brilla sobre sus cuerpos
y los refleja en el agua clara.
El sol refleja sus delicados miembros,
sus dulces ojos.
Y el céfiro hincha con su caricia
la tela de sus mangas,
llevando la magia
de su perfume por el aire.
[...]
Resplandeciendo como los rayos de sol,
entre las ramas de los sauces verdes,
cabalgan los jóvenes gallardos.
[...]
Y la más bella entre las muchachas
le sigue con una mirada de deseo.
Su orgullo no es más que fachada:
en la chispa de sus grandes ojos,
en la oscuridad de su ardiente mirada,
vibra aún la quejosa agitación
de su corazón.
Apariencia, disimulo, juego de la belleza y la vida, y la juventud, que tiene todo el tiempo del mundo, y toda la expectativa de lo que ha de cumplirse siguiendo el trazo curvo de los lazos ardientes. Pero esto no dura, la experiencia ha de mostrar al ser humano que todo es apariencia, que el tiempo es un suspiro de una bestia dormida que sueña. Y, al fin, todo acaba, y pasa, y se repite, una y otra vez, la misma ilusión, idéntica frustración, concluyente decepción,... La vida juega su juego de apariencias reales subsumida en un engaño creado por quién sabe que cruel y despiadado ente. Así la conclusión en forma inquisitiva:
Si la vida no es más que sueño
¿Por qué tanta fatiga y pena?
Quizá porque el reclamo es tan maravilloso, más que el más bello canto de sirena resplandece la canción de la tierra en la primavera:
¿Qué es lo que oigo al despertar? ¡Oíd!
Un pájaro canta en el árbol.
Le pregunto si ha llegado ya
la primavera, me parece un sueño.
¡El pájaro gorjea, sí!
¡La primavera llegó durante la noche!
Lo escucho con gran atención
¡El pájaro canta y ríe!
El ser humano asiste, testigo de excepción, a esta llamada de la belleza, de la alegría inocente: "el pájaro canta y ríe", inocente ante la tragedia que está teniendo lugar en la conciencia culpable de este humano espectador excepcional en su existir miserable. Hasta quizá se ría de ese sentimiento de culpabilidad, de esa conciencia trágica. El pájaro canta y ríe imbuido de la magia de la inconsciencia. Y al ser humano, perdida su inocencia, la ingenuidad que unos dicen tenía en un arcano paraíso perdido, no le queda otro remedio que volver a llenar su vaso de vino y apurar hasta la última gota, para poder cantar todo el día hasta que la luna aparezca en el negro firmamento, y poder así sumergirse en otro sueño... Dejadme estar ebrio (suena como una reivindicación a la eutanasia de una vida miserable)...
Hasta que llegue el día del adiós. Pero éste es mejor escucharle, sentirle hendiendo las entrañas de una sensibilidad agradecida. Dulce daga de melódico filo que terminará con una vida gris y mortecina, pálida y demacrada, para abrirnos el alma a una experiencia inefable de dicha en armónicos erigida.
Con todos ustedes Das Lied von der Erde, en las dos mejores propuestas halladas en la red YouTubeana:
1. La de (otra vez) Leonard Bernstein, en esta ocasión dirigiendo a la Orquesta Filarmónica de Israel, con una soberbia Christa Ludwig como protagonista insuperable de las canciones 2ª (Der Einsame in Herbst), 4ª (Von der Schönheit), y, sobre todo, la fantástica Der Abschied final ya elogiosamente aludida más arriba. René Kollo da cumplida réplica, en su difícil papel de tenor al límite, en la complicada 1ª canción (Das trinkled von Jammer der Erde), la festiva 3º (Von der Jugend) y la descreída 5ª (Der Trunkene in Frühling). (sita en la cabecera)
2. Una feliz grabación del gran Bruno Walter --discípulo y protegido del mismo Mahler--, increíble por la calidad sonora, que nos permite apreciar con cercanía cómo sería la interpretación ideal de esta obra, por alguien que, además de formarse con él, admirara al compositor. Además dirige una orquesta señera como la Wiener Philarmoniker. Y todo ¡Antes de la 2º Guerra Mundial! Grabación de 1936 que da cuenta de la calidad de los registros empleados entonces --cuando se quería, claro. Kerstin Thorborg y Charles Kullman nos sirven de espléndida muestra del tipo de intérpretes vocales en una era dorada para los solistas dramáticos.
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ILUSTRACIONES:
Frank Dicksee
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ENLACES DE INTERÉS:
Das Lied von der Erde. Sinopsis: en Wikipedia.
Das Lied von der Erde. Artículo: excepcional página francesa sobre Mahler en general: discografía completa, cronología, extraordinarios comentarios.
Das Lied von der Erde. Textos. En Kareol.
Das Lied von der Erde. Textos: Los cambios literarios. Comparativa entre los textos originales chinos, la traducción francesa del chino, la alemana de ésta de Bethge y las alteraciones introducidas por Mahler.
Li-Tai-Po: en WikipediaDas Lied von der Erde. Textos: Los cambios literarios. Comparativa entre los textos originales chinos, la traducción francesa del chino, la alemana de ésta de Bethge y las alteraciones introducidas por Mahler.
Wang-Wei: en Wikipedia
Bruno Walter: en Wikipedia
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