viernes, 14 de junio de 2013

Historias sin Historia (1): La Frontera - GALERÍA: Edward Hopper (1)





Quedan fuera de la Historia las historias,
pero son ellas la savia nutricia, el soporte necesario,
que hacen que la Historia -sólo una entre tantas- sea posible.
De las certezas inciertas, Héctor Amado


1
La Frontera
.....Lo podía haber leído en una de esas revistas que tratan de temas paranormales, fenómenos UFO y todos esos (cuestionables) misterios que no se explican sino como producto de la insatisfacción que al hombre le genera la realidad ordinaria. Los seres humanos estamos dispuestos, en mayor o menor medida, a creer lo increíble, a descubrir otra realidad que trascienda ésta (y a ser posible que la explique, o en su defecto que haga innecesaria toda explicación). Está en nuestros genes, imagino que fruto del desgarramiento producido al sentirnos esencial e irresolublemente solos, cosa que ocurre desde el momento en que es cortado el cordón umbilical que nos une a la madre, quien nos proporciona una inconsciente --y ficticia-- sensación de unidad mientras nos alberga en su seno. También lo podía haber escuchado en uno de esos programas radiofónicos que se emiten en horario de madrugada, expresamente pensados para gente noctámbula e insomne, seres lunares ávidos de enigmas. Pero lo cierto es que más bien creo que lo imaginé o lo viví realmente. Y si hago esta disyunción aparentemente absurda, es porque en mí entre la realidad y la imaginación no hay solución de continuidad. Nunca sé cuándo me siento inmerso en la una o cuándo soy víctima de la otra. Desde este punto de vista, probablemente mi caso, es decir, mi vida, sí sería un tema para un artículo (o una serie de ellos) en una de esas revistas antes aludidas, o guión para uno de esos programas de noctívagas longitudes de onda en frecuencia modulada (acaso hasta podría realizar yo mismo la alocución, con voz intencionadamente misteriosa --de hecho, mi voz es naturalmente misteriosa, por lo que la intención estaría de más, ya que, de lo contrario, restaría verosimilitud al relato por resultar sobreactuada).
.....El caso es que lo que les voy a relatar es algo acontecido, aunque no podría asegurar si antes o después del actual momento narrativo (hasta ese punto mi imaginación y mi realidad se imbrican).
.
....Hay quien cree en puertas interestelares, agujeros en el espacio-tiempo o regiones donde seres y objetos desaparecen (como en el famoso Triángulo de las Bermudas). Yo creo que todo eso son sandeces para simples, para eternos adolescentes o para cándidos que están deseando cambiar la realdiad en la que viven por otra más agradable (al menos para ellos). Yo no necesito creer en lo increíble, pues vivo de continuo con ello. Todas esas majaderías que intentan explicar lo inexplicable de forma tan infantil no me interesan. En mi vida, lo inexplicable no necesita explicación, pues me acaece, forma parte de mi cotidiana realidad. A veces creo que a todo el mundo le sucede lo mismo, pero se oculta por vergüenza. Se prefiere dar a entender que uno se mantiene dentro de los límites de lo creíble para no ser tomado por lunático. A veces también creo, que la realidad, esa en la que vivimos todos, la que participa de lo creíble, es como la media aritmética en estadística: un valor inexistente, una abstracción, un puro convencionalismo, un punto en el vacío del diagrama donde sí están los innumerables puntos individuales, y, por tanto, en el fondo, en esencia, lo menos real que pueda haber. A lo que voy. Entre mis aficiones --tengo muchas más de las que logro satisfacer-- está la de pasear por la naturaleza, la salvaje, la no culturizada, a lo sumo, la que aparece surcada aquí y allá por senderos o trochas ya abiertos por quien, como yo, gusta de pasearse por ella. Así es que, cuando puedo (realmente debiera decir, cuando quiero, pues nada me impide hacerlo en cualquier momento), abandono la calidez del hogar acogedor, la grisura y suciedad de las calles, el contacto con la gente, los ruidos de la urbe, y me adentro en los espacios agrestes, es decir, salgo a la luz de lo no cultivado.

.....Tengo varias alternativas, a saber: la playa, a la caída de la tarde, cuando ya los turistas o residentes de la tercera edad se han ido, dejando tras de sí las huellas de su paso (restos descuidados, boquetes y zanjas en la arena, castillos derruidos, pequeños terraplenes salva-mareas, etc), en ese momento en que la playa se vuelve sólo frontera entre el mar y la tierra (ya) de nadie, me gusta caminar por la blonda del borde, con el agua mojándome los pies a suaves oleadas, arrullado por el tozudo e incansable murmullo de las olas que, displicentemente, más que romper se disuelven antes de tocar la arena. Es un tiempo fuera del tiempo. Ese murmullo con que el mar parece susurrar sus secretos a quienes los quieran oír es el mismo que viene emitiendo desde hace millones de años, desde antes que el hombre fuera hombre, desde antes que la playa fuera playa --o acaso sí lo fuera, pero otra, más tierra adentro o más tierra afuera--; mas el murmullo no ha dejado de ser el mismo. Por eso yo, en ese tiempo de paseo por la playa, arrullado por el murmullo incansable y eterno del mar, es como si paseara fuera del tiempo, por un pasado inexistente (pues que no lo conocí) y por un futuro así mismo inexistente (ya que no lo conoceré), sólo presente condensado en arena, en brisa, en sol, en mar y en salmodia intemporal.

.....Otra alternativa es triscar como las cabras. Trepar por las laderas de Serra Gelada hasta encaramarme a las altas crestas que del otro lado caen a pico sobre un mar azul intenso, de zafiro y lapislázuli. Es un agradable placer ir viendo --y sintiendo, pues los sonidos de la urbe se van apagando a medida que asciendo-- cómo la ruidosa ciudad va quedando atrás. Los altos edificios, esas altas torres de más de cuarenta alturas, antes orgullosas sobre nuestra pequeñez, ahora muestran su erizada coronilla a mi mirada: ellos son los que se vuelven insignificantes, si no fuera por la aglomeración de en la qeu se refugian y mimetizan resultarían casi grotescos, así, en cambio, su cúmulo, lo que da a entender es lo que tiene de grotesco el ser humano. Una vez alcanzada la cumbre, se haga por el punto que se haga a lo largo de los más de dos kilómetros de empinado acantilado, uno ya está afuera. Allí sólo será visitado por curiosas gaviotas que milagrosamente suspendidas en el aire, sobre el vacío --aprovechando quizá las corrientes de convección que desde el mar ascienden--, te observan como a un intruso, o, en todo caso, como a un extraño o un extraviado. Es la frontera entre la tierra y el cielo; el mar, allá abajo, a lo lejos, se muestra como un testigo ahora mudo. Aquí arriba sólo habla el viento, el viento que susurra entre las matas arbustivas o murmura entre las ramas de algún pino bajo que ralea entre las peñas. En esta otra frontera, también el tiempo detenido me contempla: estoy ahora y estoy nunca, estoy siempre y estoy jamás; acaso quizá ni estoy, solo me imagino estando, mi cuerpo cómplice de la imaginación que escala acantilados.

.....Por fin, he dejado para el final la tercera alternativa, la que da pie al relato. A lo increíble que se trenza en mi vida y que, por ejemplo, hace difícil determinar si lo que se dirá en esta narración es algo sucedido o será algo por suceder (la verdad es que no sabría establecer con certeza en qué parte del tiempo ubicarlo). Allá va. Desde hace años --coincidiendo con mi afición por el pedestrismo sobre todo-- tomo el sendero que colindante con la zona deportiva municipal se dirige hacia el campo (cada vez menos abierto y cada vez más condicionado), allí me esperan una sucesión de parterres escalonados, antes tierras de cultivo --almendros y olivares--, ya abandonados, pinadas y trochas que se cruzan y descruzan en todas direcciones mientras el terreno se va elevando gradualmente a medida que la urbe va quedando atrás, y yo me voy acercando hacia Sierra Cortina. Un buen y ameno espacio para correr, o para caminar relajadamente bajo los pinos, acompañado por el trino de los pájaros y, de vez en vez, sorprendido por alguna liebre que nos sale al camino. Jaras, romeros, tomillos marítimos, tanacetos, lavandas, mejoranas y salvias, entre otra multitud de plantas, jalonan el camino y aromatizan el aire que lo envuelve. Es un lugar bucólico a escasos metros de la fragorosa urbe, lo que no deja de constituír una rareza más de las muchas que esta tierra alberga.

.....Pero antes de acceder a la pinada, nada más abandonar la zona habitada (que aquí coincide con una zona de expansión dedicada a la actividad deportiva, donde se acumulan un par de campos de fútbol, una piscina, una pista de atletismo y varias pistas más polideportivas, amén del consabido frontón), hay que cruzar la senda de hierro de un antiguo tren de vía estrecha, uno de esos ferrocarriles de costa que discurren retorciéndose y amoldándose a las condiciones del terreno: es La Frontera. Una línea física, nada imaginaria, que separa el agitado hoy, medido a golpes de reloj y pautas cotidianamente repetidas, del tiempo sin tiempo en que se funden presente con ayer y mañana --perdido así, el tiempo, su sentido--, donde los relojes sobran y no hay más pauta que el acaecer sin medida de la naturaleza. Es un límite demarcador que separa ámbitos dimensionales diferentes, casi antagónicos  Por supuesto no hay paso a nivel, pues no hay carretera, sólo una senda de tierra que sirve tanto a peatones como a ciclistas y ocasionales aficionados al moto cross. Unas traviesas de madera marcan la zona de paso; aunque normalmente la gente cruza por donde le viene en gana. Cientos de veces he cruzado esta frontera: bien corriendo o bien andando, bien solo --las más-- o bien en exigua compañía --las menos. Hace años, este camino que conducía serpenteando hasta Sierra Cortina, lo hacía sin impedimento alguno hasta su cima (es, la Sierra Cortina, un collado que se alza abruptamente una treintena de metros sobre el nivel de la senda que traemos, siempre ascendente, desde la ciudad y que se extiende de Este a Oeste durante kilómetro y medio), pero que ahora, tras la construcción de un Parque Temático y una gran franja de equipamiento inmobiliario que incluye varios hoteles de semi lujo, urbanizaciones y campos de golf, se ha visto bruscamente interceptada. Ya es imposible, pues, encaramarse a la Sierra siguiendo la antigua senda, una carretera asfaltada que transcurre paralela a uno de los campos de golf (debidamente cercado por una alambrada) corta el acceso. En ese punto, por tanto, hay que dar la vuelta si uno quiere volver a sumergirse en el reducto del tiempo sin tiempo. Se podría concluír que éste reducto, antes abierto a una naturaleza apenas salpicada de aislados asentamientos humanos, antiguas alquerías ya abandonadas, en el presente está fatalmente delimitado, constreñido por un urbanismo voraz, resultando así un circuito cerrado, cercado su ámbito en forma de burbuja irregular.

.....Llegamos al suceso. Causó consternación. Al fin y al cabo yo soy una persona conocida (todo lo conocido que se puede ser en una ciudad de tamaño medio, eminentemente vacacional, por la que pasan cientos de miles de visitantes anualmente, y en la que uno se ha dedicado a la enseñanza durante más de veinte años). Pero sobre todo la consternación de debió a lo inexplicable del hecho en sí. Veamos. Me encontró un paseante madrugador que con el perro se dirigía hacia la pinada, probablemente como solía hacer todas las mañanas. Tras la llegada de la policía, el juez y el forense, y realizar las obligadas pesquisas en el lugar de los hechos, registrando visualmente cuanta información pudiera ser importante, se levantó mi cadáver. Ya en ese momento, por increíble que parezca, tanto las autoridades competentes --los servicios periciales de la brigada de investigación científica de la policía--, como las médicas --el forense--, estuvieron de acuerdo en que mi cuerpo presentaba todos los signos de haber sido atropellado de forma aparatosa por... un tren. Las magulladuras, la posición destartalada y retorcida de miembros y cabeza, sugerían haber sido golpeado y arrollado, incluso arrastrado bajo los vagones durante varios metros. No obstante se determinó realizar la pertinente autopsia. Había que explicar lo inexplicable y no sabían cómo hacerlo. Uno de los inspectores observó que cabría la posibilidad de que mi cuerpo hubiera sido trasladado allí desde el lugar del fatal atropello... Es decir, desde la nueva vía que transcurría a doscientos metros de la antigua, en dirección a la Sierra (y que hería como una grisácea cicatriz el reducto verde, en su mitad). Porque, efectivamente, he de precisar, que al tiempo que se construyó el Parque Temático y la zona de expansión urbana --de hoteles, urbanizaciones y campos de golf--, se decidió realizar un nuevo trazado al TRAM, alejándolo de la zona habitada, de aquel paso que entrañaba riesgos, apenas señalizado, que todo el mundo burlaba.

.....Díganme si no es extraño, increíble e incomprensible. Por supuesto, las autoridades concluyeron que el accidente se produjo in situ, que el cuerpo no había sido trasladado desde lugar alguno posterior al accidente. Aquella masa informe que fuera mi cuerpo presentaba todas las señales de haber sido arrollado allí mismo, y haberlo sido con encono, como si un tren fantasma se hubiera ensañado con aquel ser tan expuesto a lo increíble (yo), aprovechado ésa su capacidad para lo improbable, haciendo sangre en ella (¡y tanto así!). ¿Cómo podía ser ello posible? El trazado de la antigua vía había sido rellenado de zahorra caliza y servía de itinerario verde desde hacía ya cinco años antes de producirse el accidente. ¿Cómo explicar lo sucedido? El cuerpo se halló allí, sobre la zahorra ensangrentada, de eso no cabía duda, pero... ¿Cómo? No faltó quien en seguida quiso dar explicaciones sobrenaturales al suceso. Acudieron reporteros de las revistas que suelen tratar esos temas; incluso apareció un artículo de fondo en una de las de más tirada bajo el título de El Tren Fantasma, en el que se hablaba de una intencionalidad por parte de un tren con alma, que se habría cobrado una víctima en venganza por haber sido suprimido su recorrido tradicional (infantil expresión de la eterna lucha entre el pasado --o la tradición-- y el futuro --o la innovación), hasta se atrevieron a decir que no se descartaban nuevas muertes, como si este tren fantasma fuera a actuar como un asesino en serie (lo cierto es que mucha gente evitaría en lo sucesivo cruzar o circular por la zahorra que ocultaba el antiguo trazado de aquel tranvía asesino). El caso se trató durante un par de días en los medios televisivos y radiados, como parte de la información luctuosa, noticiable, de actualidad, por las emisoras nacionales en horas de máxima audiencia; pero su resonancia se propagó durante algún tiempo más en esos otros programas de madrugada en que se habla de lo misterioso a horas tan proclives para ello. De hecho se convirtió en uno más de los casos más inexplicables que nutren de verosimilitud a lo inverosimil, y que da pábulo a toda esa fauna buscadora de entelequias.

.....Qué quieren que les diga. Yo ahora estoy aquí, escribiendo el relato de este suceso. Sé que es real, estoy convencido de ello, aunque no sé si ya ha sucedido o está aún por suceder (lo que no creo es que haya acontecido en otro plano dimensional). Lo que sí les digo es que cada vez que cruce (porque no dejaré de hacerlo) la antigua vía del tren no dejaré de tener la sensación de que quizá se trate de la última vez que lo haga.

-o-o-o-

GALERÍA



Edward Hopper
1882-1957

1
1906 -1929
.
Stairway at 48 rue de Lille Paris, 1906
.
The Bidge of Art, 1907
.
Railroad, 1908
.
The El Station, 1908
.
Tramp Steamer, 1908
.
Valley of the Seine, 1908
.
Bistro, 1909
.
Summer interior, 1909
.
The New Bridge, 1909
.
American Village, 1912
.
Gloucester Harbour, 1912
.
Squam Light, 1912
.
Quensborough Bridge, 1913
.
Bluenight, 1914
.
Road in Maine, 1914
.
Elizabeth Griffiths Smith Hopper, The Artist's Mother, 1915-1916
.
Blackhead Monhegan, 1916-19
.
Evening Wind, 1921
.
New York Restaurant, 1922
.
Apartament Houses, 1923
.
Deck of a Beam Trawler, Gloucester, 1923
.
Houses of Squam Light, Gloucester, 1923
.
The Mansard Roof, 1923
.
Gloucester Mansion, 1924
.
House at the Fort, Gloucester, 1924
.
New York Pavements, 1924
.
Rocks at the Fort Gloucester, 1924
.
Adobe Houses, 1925
.
Adobes and Shed, New Mexico, 1925
.
D. & R. G. Locomotive, 1925
.
House by the Railroad, 1925
.
The Botleggers, 1925
.
Davis House, 1926
.
Eleven A.M., 1926
.
Sunday 1926
.
Automat, 1927
.
Drug Store, 1927
.
Light at Two lights, 1927
.
Lighthouse and Buildings, Portland Head, Cape Elizabeth, Maine, 1927
.
Lighthouse HIll, 1927
.
Reclining Nude, 1924-27
.
The City, 1927
.
Two on the Aisle, 1927
.
Adam's House, 1928
.
Night-Windows, 1928
.
Manhattan Bridge Loop, 1928
.
Chop Suey, 1929
.
Lighthouse at Two Lights, 1929
.
Railroad Sunset, 1929
.
Burly Cobb Hen Coop and Barn, 1930
.
-o-o-o-