martes, 11 de junio de 2013

Leyendas del Sol (II) - GALERÍA: Joaquín Sorolla (2)




La armadura de Aquiles
.....Seguidamente, no muy lejos de la llama con que ardía la leyenda del Espejo Ustorio, en el mismo anaquel y apenas dos estantes por encima, llamó su atención una especie de fuego fatuo, una llama irreal que ardía de forma intermitente lanzando chiribitas al aire; peliagudo hubiera sido determinar el matiz preciso de la llama, pues a cada intermitencia cambiaba de tonalidad. Difícil no reparar en ella. El Invitado se acercó y fijó en ella su atención. Al instante, el núcleo del fuego fatuo, su capullo de fuego, se abrió y de su corola salió, triscando en el aire, la siguiente historia...

.....Si hemos de creer a Homero (y razón no hay para no hacerlo) en su relato sobre la cólera de Aquiles, más comunmente conocida por Ilíada, el rey de los mirmidones, hijo del mortal Peleo y la diosa del mar, Tetis, el de los pies ligeros, el hombre más hermoso que pisó las playas vecinas a Troya, el más irreductible, venció en duelo singular al más valeroso de los troyanos, el temible y aguerrido Héctor, hijo de mortales (Príamo de luenga barba y lóngevo reinado era su padre; la frigia y fértil Hécuba, segunda esposa de Príamo, su madre). Cuenta el poeta en su célebre relato que el hijo de Peleo, tras provocar el desastre entre las filas de sus propios aliados al retirarse de la batalla, por ofensa de Agamenón, decidió volver a la lucha cuando le trajeron el cuerpo exánime de su amado Patroclo (quien había acudido en ayuda de los aqueos vistiendo la armadura de su amigo el pélida). Nos sigue contando que fue tanto el dolor que sintió Aquiles, que pasó tres días con sus noches sin probar bocado llorando sobre el cuerpo de su amigo; tras los cuales, al conocer que su asesino no había sido otro que el mejor de los troyanos, ardió de furor e ira contra él, decidiendo ir en su busca para arrebatarle el aliento. Su armadura le había sido arrebatada a Patroclo por Héctor tras matarlo, por lo que el el hijo de Tetis le pidió a su madre una armadura nueva, que ésta encargó al dios herrero, Hefestos. El dios cojitranco le forjaría una panoplia como nunca se viera otra: coraza, ventrera, muslera y grebas de duro y ligero metal, casco indestructible coronado de un penacho de melena de león, y un aspis, un escudo, singular (el famoso escudo que según dicen cogió para sí Alejandro cuando visitó la tumba de Aquiles al inicio de su campaña en Asia contra los persas). No era éste un escudo cualquiera, pues al armazón del más duro bronce, se añadía un baño de una especial aleación de oro y plata tan dura como el diamante (sólo posible mediante la técnica y la fragua que Hefesto s poseía), y no menos reflectante.

.....Con esta armadura Aquiles volvió a la batalla, y como un segur de furia orgánica segó la vida de cuantos aqueos le salieron al paso (incluso pretendió matar al dios del río Escamandro, por reprocharle éste que llenara su lecho con cadáveres teucros y tiñera sus aguas de rojo), hasta que por fin se encontró con su odiado Héctor. Éste al verlo tan lleno de furia, a pesar de ser el más valeroso de cuantos guerreros combatieron en aquella famosa guerra, temió por su vida y huyó. Tres vueltas darían alrededor de las altas murallas de Ilión, sin ver Aquiles el momento de poderlo alcanzar. Hasta que la artera Hera urdió la estratagema de suplantar la apariencia de Deífobo, hermano del troyano e hijo como él de Príamo, haciendo detenerse al valeroso Héctor, que creyendo contar con la valiosa ayuda del hermano se dispuso a enfrentar al colérico mirmidón. Tarde se dio cuenta de la añagaza: la diosa desapareció en el aire, dejando sólo ante su enemigo al engañado héroe. No le quedó otra que enfrentarse a él. En lo alto de las murallas los troyanos, y en el campo de batalla los aqueos, se dispusieron a observar un tal duelo singular. Los dos colosos, frente a frente, se amagaron; fuego en la mirada de Aquiles, temor resignado en la de Héctor, en ambos, ríos de sudor corriendo por su cuerpo. Fue Héctor el primero en lanzar su jabalina, que Aquiles esquivo ágilmente. Por su parte, el poderoso y certero lanzamiento de Aquiles, en cambio, no pudo esquivarlo Héctor: la lanza atravesó por su parte más débil el escudo del dárdano hiriéndolo en el vientre. Homero relata que de la herida brotó la negra sangre, que es la irremisible rúbrica de la Parca. Hasta aquí el relato de Homero, la Historia, el Mito, la Leyenda.


.....Pero nadie se pregunta cómo es posible que un guerrero tan avezado como Héctor no pudiera esquivar un arma arrojadiza lanzada desde varios metros de distancia, aunque ésta lo fuera por el fuerte brazo del guerrero más fabuloso de la antigüedad. Un análisis detenido nos lleva a concluir improbable este desenlace, así producido, tal y como Homero lo cuenta. Hay una verdad bajo la realidad aparente. Una verdad que Homero no cuenta porque quizá no le interese dar más protagonismo a los dioses del que tuvieron (con ser mucho). Esta verdad es la que aquí, ahora se desvelará. Para ello hemos de comenzar diciendo que la Guerra de Troya fue el producto o la consecuencia de un aciago Juicio: el que, como único juez, hubo de dictaminar el bello Alejandro --por otro nombre conocido como Paris--, hijo de Príamo y hermano de Héctor, ante la terna formada por tres diosas: Hera, Atenea y Afrodita. Se debía elegir a la más bella, y Paris eligió a Afrodita, lo que ocasionaría el enfado y la enemistad de las desairadas. Ya sabemos lo que puede una mujer despechada, poco cuesta imaginar la inquina generada si las despechadas son dos, y, por ende, diosas. Ese fue el germen de la guerra más famosa de los tiempos arcaicos: la cólera de las diosas hacia el juez causante de su oprobio.

.....Sabemos por Homero que los dioses se posicionaron con uno y otro bando. Con los troyanos: Afrodita, la diosa del amor (causante de la excusa para la guerra, al entregar a la mortal más bella, Helena --casada con el brutal Menelao--, a su juez benefactor, Paris, en correspondido favor por su decisión); Apolo, dios de la luz, del canto y la poesía, de la verdad y la profecía, ofendido con Agamenón por zaherir a uno de sus sacerdotes, Crises (padre de Criseida, a quien el rey de Micenas secuestró); y Ares, dios de la Guerra, quien, dubitativo en un principio, acabaría luchando a favor de los troyanos a instancias de Afrodita. Los dioses aliados con los aqueos fueron: Hera y Atenea, urdidoras de la venganza contra Paris, verdaderas muñidoras de la guerra; Hefestos, el dios herrero, quien a instancias de Tetis, forjaría la armadura de Aquiles, con la cual el pélida conseguiría la victoria ante Héctor; y Poseidón, quien guardaba rencor al trono de Troya por haber sido burlado con anterioridad por el rey Laomedonte, padre de Príamo. Zeus se mantuvo al margen; es más, exigió a todos los olímpicos estricta neutralidad, exigencia que, como sabemos, lejos de ser cumplida derivó en una disputa indirecta entre dioses. Estos eran, pues, los posicionamientos. Ahora ya estamos en disposición de conocer esa verdad subyacente a la realidad contada en el poema homérico.

.....Es este un caso típico en el que se puede comprobar que no hay cólera peor que la de una mujer. El hombre puede ser más violento, pero la mujer siempre, a la postre, resulta más implacable. Hera y Atenea juntas formaban un tándem imposible de vencer, por mucha Afrodita, Apolo y dios de la guerra que se coaligaran. Hera, esposa de Zeus, detentaba el poder supremo entre las diosas; Atenea, hija directa del cerebro de Zeus, era la más inteligente, la más calculadora, la más fría. Hefestos no fue sino un simple pero capital colaborador necesario que, conocedor de misterios telúricos, pondría su saber al servicio de la ira de aquéllas: forjaría la panoplia que convertiría a un guerrero ya de por sí irreductible en invencible; pero sobre todo sería el artífice del escudo, un escudo muy singular cuyo fin no sólo era el defensivo, sino que estaba ideado para utilizar el poder de un dios aliado con el enemigo --los troyanos--, ese dios era Apolo, el dios de la Luz.


.....Ya tenemos a Héctor divisando a Aquiles. No es difícil imaginar el ánimo del esforzado hijo de Príamo al ver acercarse a aquel terrorífico guerrero segando enemigos como si fueran mieses, con su impresionante armadura que no parecía ofrecer resquicio alguno para el ataque. Viéndose sólo (los suyos huídos al ver llegar a aquel heraldo de la muerte), lo mejor que hizo fue correr hacia la ciudad. Pero los troyanos al ver al temible Aquiles aproximándose, seguido por el formidable Ayax Telamonio, y por Diomedes, y por Odiseo, y por un tropel más de aqueos envalentonados, cerraron precipitadamente las puertas, por lo que a Héctor no le quedó más remedio que fiar su vida a los pies. El heredero del trono de Ilión corrió alrededor de la muralla esperando que desde allí alguien alcanzara al rey mirmidón, cosa que no sucedió. Y aquí entra en juego la diosa Hera. La astuta cónyuge del dios de dioses supo elegir el momento en el cual detener a Héctor. Cumpliendo su plan, se hizo pasar por Deífobo, engañó a Héctor, sí, como dice Homero, pero lo que no dice es en qué momento, en qué situación eso ocurrió. La respuesta es que el plan de la esposa de Zeus era más artero de lo que el aedo ciego nos dice. Cuando Héctor se paró para enfrentarse a Aquiles (creyendo que a su lado estaba su hermano), tenía el sol a su espalda, es decir, que se podría considerar que gozaba de una ventaja añadida (pronto veremos cómo la ventaja se tornaría en desventaja fatal). El casco de Aquiles, forjado por Hefestos, contaba con esa contingencia, por cuanto disponía de una inusual visera que enmarcaba cada ojo, de modo que los rayos del sol no deslumbraran su mirada. Pero la fatalidad de Héctor no era su nula ventaja por tener el sol detrás, de frente, pues, a su enemigo. La fatalidad le vino, en el instante previo al lanzamiento de la lanza por parte de su oponente, causada por el reflejo del sol en el brocal reflectante del pélida, lo que le causaría una ceguera momentánea. Héctor, deslumbrado por el intensificado resplandor del sol en el especular escudo forjado por el dios herrero, no vio llegar la jabalina que le ocasionaría la muerte.

.....Esto fue lo que ocurrió en realidad. Toda la verdad de aquel episodio. Héctor nunca tuvo la menor posibilidad, no porque Aquiles fuera un más formidable guerrero (que quizá lo fuese, aunque eso nunca lo sabremos), sino porque Héctor tenía en su contra a las diosas más taimadas y sagaces, quienes utilizarían el poder del sol como arma inusitada y eficaz. A Héctor lo mataría el deslumbramiento.

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El aliado de Alejandro (Magno)
.....Del fuego fatuo con que llameaba la historia troyana del fin de Héctor, ya había observado el Invitado cómo alguna de las chiribitas que la llama de tal fuego desprendía, tras caer flotando cual pavesas de artificio, venían a ser absorbidas por otra llama que ardía en un estante situado en un nivel inferior. Ahora reparó que era ésta una llama intensamente dorada, brillante como ninguna, cuyas lenguas de fuego surgían formando espirales antes de hacerse éter. El ígneo capullo de su núcleo semejaba al de una rosa de Ispahan, que al abrirse tomó la apariencia de una diadema de oro encendido. De ella brotó con fulgor incomparable esta breve historia, más recensión que relato, más síntesis que narración descriptiva, más apunte que pormenorizada efeméride.

.....Son muchos los que han escrito sobre el hombre más singular de todos cuantos poblaran la Tierra. Y forzoso es que entre lo mucho escrito, y la categoría de los hechos allí relatados, la realidad, como un eco que asciende por el valle, haya ido amplificando, magnificando, exagerando, a través de los tiempos, los acontecimientos vividos por aquel hombre irrepetible. La historia, cuando alcanza ciertos niveles de excelencia en la actitud de sus intérpretes, tiende a dornarse con ropajes legendarios. Esto resulta muy humano, ya que el hombre es proclive a divinizar lo que en él hay de excepcional, como si lo más sublime, lo que sólo ciertos elegidos pueden llevar a cabo, perteneciera a otra esfera, a otro contexto dimensional, no ya mortal, caduco o efímero, sino a lo que exhala aroma a eternidad; es decir, propio de quienes los mismos hombres consideran y definen como dioses. A Alejandro III, calificado como el Magno, hijo de los mortales Filipo II de Macedonia y de la epirota Olimpia, hubo que buscarle ascendencia divina para justificar una gloria que no podía admitirse como mortal. Así se le hizo descender de Zeus-Amón, de Heracles, de la misma estirpe de Aquiles. Todo era poco para justificar la extraordinaria, aunque corta, vida de este hombre que en manera alguna podía ser mortal. Su  mismo desprecio del miedo y la muerte, así lo hacían deducir.
.....Era pues, no cabía duda (no se la cabía a sus contemporáneos), de estirpe divina; su sangre, si roja, portaba en su viscosidad material la luz propia de los astros incandescentes, que se manifestaba en el ardor y la pasión con que lo vivía todo. Su carne, sus huesos, sus nervios, todo su cuerpo, estando hecho de los mismos materiales que todos los mortales, irradiaba un aura inmaterial capaz de subyugar las voluntades. Era Alejandro un ser luminoso. Lo fue desde el mismo momento de su alumbramiento (nunca se empleó esta palabra con un significado más propio). Los hombres no han dejado nunca de imaginar que existe otra realidad detrás de las apariencias. Otra realidad en la que moran seres más perfectos, cúmulos de pura energía, espíritus sin mácula. A estas especulaciones, a esta inherente humana tendencia se la ha dado el nombre de religiosidad: creer que hay algo eterno, perdurable, infinito, en lo que uno, tras la muerte, puede subsumirse; y aun en la vida, participar de su gloria. Eso pensarían los contemporáneos de Alejandro: que la misma naturaleza de Alejandro participaba en vida de la dicha de los seres perfectos. ¿Y quién podría contradecir este aserto?.


.....Que el ilustre macedonio fue un hombre en extremo religioso, nadie lo pone en duda; está en todos los anales, en todas las referencias: las más apologéticas y las más críticas. No dejaba pasar una mañana sin sacrificar y ofrendar a los dioses, sobre todo a Apolo, y a Poseidón, y a Atenea, y a su padre, Zeus. Lo hacía investido como un hierofante, tocada su testa con la túnica sagrada y mirando hacia levante: saludando el sol cuando aparecía por el orto. Día tras día, nunca dejó de cumplir con los dioses, y cuando olvidó hacerlo con alguno en particular (a Dionisos, por ejemplo, en un aciago día, ya conquistada Persia, con ocasión de una fiesta entre los Compañeros --su guardia de corps y más leales generales), la tragedia se cernió sobre él (en una aciaga discusión sobredimensionada, perdida la cordura por efecto de las libaciones, sumido ya en una continua desconfianza debido a un creciente estado conspirativo a su alrededor, en una fatal noche sin luna, mataría a su fiel Clito, quien salvara su vida en la batalla del Gránico).
.....Lo que no dicen los anales, lo que se olvidan de citar, porque Alejandro no lo mencionó ni hiciera nunca alarde de ello (quizá mantenido en secreto para no desvelar su proberbial sentido táctico y estratégico, quizá por simple devoción a los dioses que le otorgaban su favor), es la fundamental relación que mantuvo con Apolo, el dios de la Luz, el dios sol (asociado al arcaico Helios). Verdaderamente, Alejandro poseía mucho del carácter de este dios solar. Si de la estirpe de Zeus, el macedonio podría reclamarse hermano del divino musageta. Al análisis atento, podría rastrearse en los hechos del macedonio, sobre todo aquellos capitales en los que apostando su vida ganó la gloria, la presencia del luminoso dios olímpico. Nadie ha reparado hasta ahora en la estrategía fundamental que guiaba todas sus tácticas particulares adecuadas a cada una de las batallas y acciones de armas que llevaría a cabo. Siempre, siempre, procuraba lanzarse al ataque con el sol protegiendo su espalda --e hiriendo la vista del enemigo: es decir, utilizando al sol como aliado. De hecho, una de las frases más célebres que se le atribuyen es la contestación que dio al jefe de su Estado Mayor, Parmenión, cuando éste le sugirió ante la decisiva batalla de Gaugamela (y ante la insuperable superioridad numérica del ejército persa de Darío, que algunos autores cifran en la proporción de diez a uno, a favor de éste) que aprovechara la noche para sorprender al enemigo, a lo que el divino Alejandro respondió: Eso sería robar la victoria. Pero lo cierto es que el Magno nunca combatió de noche.


.....Y es en la citada última batalla contra el emperador de los persas donde se demuestra esta relación suya con el dios solar, esta estrategia fundamental que consistía en enfrentar al enemigo con el sol a sus espaldas. Habiéndose adelantado Darío a los movimientos de Alejandro (quizá permitido por éste, en un exceso de confianza, tras haber obtenido ya dos victorias incontestables sobre los persas). En Gaugamela, la disposición de las tropas en relación a la posición del sol, sin ser ventajosa, al menos era neutral para el ejército aqueménida. El inmeso ejército se desplegó de Este a Oeste, Alejandro quedaría al sur, Darío al norte. ¿Cómo lo solucionó el genial estratega macedonio? Al amanecer, cuando el sol comenzaba a levantarse sobre las colinas de Levante, él, con su caballería de los Compañeros, el batallón de élite del ejército macedonio, desde su ubicación habitual en el centro de la formación, adyancente al costado derecho de la temible falange, comenzó a desplazarse hacia la derecha, es decir, hacia el Este, buscando el encuentro del sol. Los persas, viendo esta maniobra, comenzaron a desplegarse siguiendo los movimientos de Alejandro. Su centro se extendió. Este desplazamiento continuó durante un par de kilómetros, hasta casi rebasar la formación de ambos ejércitos por el Este.
.....Llegados a este punto, Alejandro viró repentinamente dando un giro de 180º, buscando el Oeste, hacia el centro del extendido éjército persa, allí donde Darío se hallaba. De esta forma acometió con el sol a su espalda, desde el flanco, al enemigo. Al mismo tiempo el resto del ejército (Parmenión, con la selecta caballería pesada de los hetairoi, por el flanco izquierdo; y la imbatible falange, por el centro) cargaba de frente contra los sorprendidos persas. El desconcierto en las filas aqueménidas no tardaría en producirse. Alejandro que estuvo a punto de alcanzar el puesto de mando donde se hallaba un atónito Darío, tuvo que renunciar de mala gana a su captura para auxiliar a Parmenión que le demandaba ayuda. Darío aprovechó para huír. La suerte estaba echada. El inmenso ejército persa comenzó la desbandada. Batallones completos en formación del ingente ejército de Darío, sin haber entrado en liza, se retiraron ordenadamente, pero otros lo hicieron con precipitación acosados por los macedonios. La victoria fue total, y la más grande obtenida hasta entonces. Otra vez el luminoso genio de Alejandro había triunfado... con la valiosa colaboración del sol, siempre sobre él, protegiendo su espalda, aliándose a su fulgurante mirada, sumando sus rayos a las fuerzas alejandrinas.
.....Como éste se podrían referir multitud de ejemplos en la vida del más grande de los guerreros. La alianza de Alejandro con el dios Apolo duró hasta su temprana muerte. Incluso, cuando ésta se produjo, el impresionante catafalco que llevó sus restos en solemne procesión desde Babilonia hasta Alejandría (quien lo vio así lo refiere) más parecía un sol en la tierra, por el brillo del oro y las piedras preciosas que lo recubrían. El imponente mausoleo que Ptolomeo levantó en su honor, así mismo recubierto de oro, estaba coronado con un radiante sol de oro blanco con la efigie de Alejandro en su centro. Según el mismo faraón, creador de la dinastía ptolemaica, y amigo de la infancia del ilustre macedonio, el simbólico sol que coronaba el monumento funerario era una indicación del mismo Alejandro, recogida en su testamento
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GALERÍA


Joaquín Sorolla
1863-1923
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Sol y Mar (2)
(1905-1920)


Lighthouse walk at Biarritz, 1906
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Maria at the Beach, Biarritz, 1906
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Rocks and the Lighthouse, Biarritz, 1906
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Setting sun in Biarritz, 1906
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Snapshot at Biarritz, 1906
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The Arrival of the boats, 1907
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Beach at Valencia, 1908
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Beaching the Boat, 1908
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On the Sand, Valencia Beach, 1908
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Sailing Vessels on a Breezy Day, Valencia, 1908
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After the Bath, 1908
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Boys on the Beach, 1908
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Return from Fishing, 1908
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Running along the Beach, 1908
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Sad Inheritance Study (Beach Rascals), 1908
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Sea Idyll, 1908
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To the Water, 1908
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Valencia Beach in thje Morning, 1908
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Valencian Boats, 1980
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The Young Yachtsman, 1909
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Washing the Horse, 1909
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Strolling along the Seashore
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Promenade by the Sea, 1909
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Las dos hermanas, 1901
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Before the Bath, 1909
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Boats on the Beach, 1909
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Monte Ullia, San Sebastian, 1909
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Strolling along the Seashore, 1909
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Wounded Foot, 1909
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Children on the Beach, 1909
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Afternoon Sun, Playa de Valencia, 1910
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Beneath to Canopy, 1910
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Children Bathing in the Afternoon, 1910
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Maria on the beach, Zarauz, 1910
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On the Beach at Valencia, 1910
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Valencia, 1910
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Fisherwomen, 1910
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In Hope of the Fishing, 1910
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Coast in Santa Cristina, 1914
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Just Out of the Sea, 1915
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Beached Boats, 1915
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Fishing Boats, 1915
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The Weaves at San Sebastian, 1915
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Pescadora Valenciana, 1915
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Afther the Bath, Valencia, 1916
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Children on the Beach, 1916
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Inquisitve Child, 1916
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Mother and Daughter, Valencia Beach, 1916
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On the Beach of Valencia, 1916
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Oxen at the Beach, 1916
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Sacando la Barca, 1916
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Child Siesta, 1917
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Coast near San Sebastian, 1918
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Playa de Valencia, Pescadoras, 1919
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Elena in Cove, San Vicente at Mallorca, 1919
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Looking for Shellfish, 1919
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The Smugglers, 1919
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The Tunny Catch, 1919
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Boy on the Sand, 1919
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Niños en el mar (boceto)
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