lunes, 9 de julio de 2012

El Guerrero de Uruk (4)




Creyó oír graznidos de cornejas
cuando lo que escuchaba era el lamento de su alma;
creyó oír melodiosos trinos de canoras aves,
cuando lo que sonaba era el júbilo de su alma;
creyó que lo rodeaba un desierto de silencio,
cuando, en realidad, sólo estaba muerto.
De los sentidos del Sentir. Héctor Amado

...Cuarta y última entrega de este poema que con el nombre de El Guerrero de Uruk da cuenta de otro gran poema primordial de la tradición sumeria: La Epopeya de Gilgamesh. En ningún momento quise con él trasladar estrictamente lo que allí se dice, que para ello mejor es leer el original (lo que se conserva, en las varias versiones y recensiones recogidas en doce tablillas de barro -la versión más completa-, en escritura cuneiforme, que tal era el soporte y la tipografía utilizados en aquel tiempo). 
Esta primera obra escrita es de tradición antiquísima (siglo XXVII a d C.), aunque las tablillas rescatadas pertenecen a la gran Biblioteca de Asurbanipal (siglo VII a d C), cuyos fondos eran ingentes, con decenas de miles de tablillas donde se acumulaba todo el saber existente.
...Mi objetivo era otro que un mero remedo, consistiendo más bien en una re-escritura enfocada en tres elementos conductores: Amistad, Amor e Inmortalidad, en atención al esquema que fácilmente se puede derivar del contenido del poema original, y al que está tejida la trama, por cierto. Después de seis mil años, el ser humano sigue moviéndose por las mismas motivaciones, gozando y sufriendo por las mismas causas, actuando por las mismas pulsiones. Esta trilogía -ya lo dije anteriormente- es un triángulo positivo de estos condicionantes, dentro de cuyos límites estaría enmarcada la actividad humana (incluidos sus opuestos: enemistad, violencia, crueldad, desamor, odio, dolor, horror, muerte, como negativos que dan valor y razón de ser a los positivos). Si el Amor mueve al mundo, la Amistad lubrifica ese movimiento, mientras que la Inmortalidad le supone tanto un horizonte, como un acicate o, cuando más, una recompensa. La Conciencia es el escenario donde se juega este grave juego que es la Vida. 
...La Inmortalidad, en esta segunda entrega, describe el Viaje iniciático que toda búsqueda de una solución implica (incluido el Viaje a Itaca). En él Gilgamesh, se adentra en el espacio de lo fantástico, en regiones fabulosas, puesto que hacia lo extraordinario se dirige. Tiene, sufre y sale con bien de cuantas aventuras le salen al paso -él, Gilgamesh, también es el primer héroe de la Historia-; en laguna de ellas, incluso, desapercibida e ignorantemente, mata a quien le podía proporcionar la solución que ansía (imagen muy gráfica, psicológicamente hablando, de lo que le suele acaecer al hombre en general: cuyo mapa representacional no coincide con el Verdadero, el Real, el que es, y que a él le incluye: puede el hombre considerar que ante sí tiene demonios, por lo monstruoso de su apariencia -monstruoso para su homínida condición-, cuando, en realidad, son ángeles; el hombre los elimina, creyendo deshacerse de obstáculos, cuando lo que hace es derribar los puentes que lo conducirían a su ansiado destino. Con ello se nos querría decir, que antes de ponerse en marcha -o mientras camina- el hombre debe desprenderse de prejuicios, debe de perder su apego al Yo, debe abrirse a lo Real, que abarca y supera su limitada condición, debe purificarse -eso está, así mismo, en todos los viajes iniciáticos: Gilgamesh adquirirá el más elevado conocimiento sólo al final, cuando cree haber fracasado).

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El Guerrero de Uruk
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3 (2)
La Inmortalidad

  A pesar de tal respuesta
Gilgamesh no se resigna:
emprenderá un largo viaje
en busca de medicina
que devuelva al ser mortal
la inmortalidad perdida,
y al amigo, que es hermano,
al seno de la familia.
Irá en busca de Utnapisthim,
hombre que, inmortal, habita
en una isla lejana
de ubicación imprecisa.
(el único hombre en la tierra
que al diluvio sobreviva,
quien por ser caro a los dioses
la vida eterna consiga).
Salva montes, cruza mares,
y en la oscuridad camina
por donde camina el sol
hasta que despunta el día.
Mata fieras y alimañas:
con su piel viste y abriga,
con su carne se avitualla,
con su ser se beneficia.
Tras mucho peregrinar
el lugar no localiza
donde Utnapisthim reside,
y a Siduri le suplica
(Siduri, la joven diosa
que fermenta las semillas,
llamada “la cervecera”
por inventar tal bebida).

Siduri, atendiendo al ruego,
le pide al rey que desista
de ir tras la inmortalidad
que para el amigo ansía:
Rey de Reyes yo te digo
que mucho mejor harías
valorando los placeres
que, si efímeros, dan vida,
en ellos está el secreto,
como una oculta semilla,
de una existencia feliz,
no en duración infinita.
Es la promesa de muerte,
la que la vida agudiza,
dotando de eternidad
la circunstancia más nímia.
Es la realidad del ser
la que a la muerte asimila,
no la muerte la que al ser
condiciona y esclaviza.
Goza, Gilgamesh, las cosas
en apariencia sencillas,
en ellas la eternidad
como un corazón, palpita.
Tañe, canta, baila, ríe,
besa, abraza y acaricia,
cada instante es un tesoro
que en el ser se inmortaliza.


Mas Gilgamesh es humano,
y, aunque de alma esclarecida,
metafísicas y lógicas
a la emoción subordina.
Siduri, viendo que es vana
la razón que reivindica,
abdicando en compasión,
al rey Gilgamesh auxilia:
tras vaticinar del viaje
los escollos y fatigas,
a buscar al inmortal
le será oportuna guía.
Urshanabi es el barquero
del mar que en la muerte abisma
a quien se moje en sus aguas
pues son de muerte ellas mismas.
Él le cruzará en su barca
a la prodigiosa ínsula
donde Utnapisthim disfruta
de su interminable vida.
Portentosa ciertamente
la tierra que el mar aisla:
de sus fuentes mana leche
cuando no mana ambrosía;
son las hojas de los árboles
joyas a cual más bonita,
y los panales de miel
labrados en cornalina;
cuernos de oro los cabritos,
sus balidos cancioncillas
que en el aire se demoran
al son de unas chirimías
tañidas alegremente,
y diestramente tañidas,
por el aire entre las cañas
como un virtuoso flautista.
Gilgamesh, la boca abierta
ante tanta maravilla,
ante el inmortal se encuentra
y ante él, cortés, se inclina.

Aquel hombre sin edad,
pero con amplia sonrisa,
inclinándose a su vez,
le obsequia su bienvenida:
Levántate, Gilgamesh,
Rey de Reyes, alma eximia;
Guerrero sobresaliente
ayuno de cobardía.
¿Qué te ha traído hasta mí
arriesgando así tu vida,
sorteando mil peligros
y aguantando mil fatigas?
Y Gilgamesh se levanta
-mientras a Enkidu destina
un recuerdo emocionado-
y, contestando, le explica:
“Oh, venerable inmortal,
vengo a ti porque me digas
cómo podría adquirir
el don de tu eterna vida.
Triste es el afán del hombre
que brilla como favila
para acabar siendo polvo
por más virtud que le asista.
No es justo que iguale a todos
la segadora de vidas,
que mismo premio coseche
quien done que quien delinca,
quien portador de virtud,
que quien virtud extravía,
quien modelo de excelencia
que quien colmo de perfidia.
Si por piadoso, Utnapisthim,
inmortal se regocija
¿por qué a Enkidu o a mí mismo
de tal premio se nos priva?”


Y Utnapisthim, al Guerrero,
probándolo solicita
que soporte sin dormir
durante seis largos días,
y si el objetivo cumple
gozará de eterna vida.
No más terminó de hablar
y Gilgamesh ya dormía.
Cuando despierta el Gran Rey
se duele de su desdicha,
pero más siente que Enkidu
en inframundo resida.
El Inmortal, compasivo,
revelándole, le avisa
de que en el fondo del mar
hay una planta mirífica,
que quien de ella se alimente
en su juventud persista.
Y diciendo esto el Bendito
con un gesto se retira.
Agradece, Gilgamesh,
a Utnapisthim la acogida,
y hacia el mar, con Urshanabi,
animoso, se encamina.
Con dos piedras en los pies
Gilgamesh, al mar se tira,
y deambula por su fondo
hasta hallar la susodicha
planta, que es en apariencia,
pese al agua, flor marchita,
pero que en manos humanas
recobra su lozanía.
Con ella vuelve a la playa
y en la arena la consigna
mientras el cuerpo desnudo
viste de ropa sencilla.
Entonces una serpiente,
que allí celaba, ladina,
la planta engulle y, al punto,
renueva la piel raída.

Gilgamesh retorna ahíto
con manos que están vacías,
lleva el corazón henchido
de ilusiones impedidas.
Pero al ver la alta muralla,
cuando la ciudad avista,
siente latir en su pecho
la inmortalidad querida,
aquella que a los humanos
la existencia les asigna:
esa diosa de ojos bellos
y mirada sugestiva
en la que todo se engendra
cada vez que se respira,
siempre dispuesta al abrazo
al beso y a la caricia,
ramera sagrada y laica,
amante sensual y lasciva,
capaz de satisfacer
el alma más vitalista...

El Guerrero se enaltece,
su mirada se ilumina:
la inmortalidad del hombre,
Gilgamesh, ¡está en la vida!

Fin del Guerrero de Uruk
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GALERIA
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Jean-Auguste-Dominique Ingres
1780-1867
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Self Portrait, 1804
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The Death of Leonard Da Vinci, 1818
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Jesus Returning the Keys to St. Peter, 1820
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Portrai of Napoleon Bonaparte, The First Council, 1804
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Portrait of Frédéric Desmarais, 1805
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Portrait of Monsieur de Rivière, 1805
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Portrait of François-Marius Granet
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Charles-Marie-Jean-Baptiste Marcotte (Marcotte d'Argenteuil), 1807
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Joseph-Antoine Moltedo, 1810
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Hippolyte-François Devillers, 1811
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Portrait of Edme Bochet, 1811
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Monsieur de Norvins, 1811-1812
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Portrait of the Sculptor Lorenzo Bartolini, 1820
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Portrait of the Count Nikolay Gouriev, 1821
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Portrait Monsieur Leblanc, 1823
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Amedee-David, The Comte de Pastoret, 1823
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Portrait of Louis-François Bertin, 1832
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Portrait of Luigi Cherubini, 1842
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Luigi Cherubini and the Muse of Lyric Poetry, 1842
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Portrait of Ferdinand-Philippe, Duke of Orleans, 1842
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Self Portrait at the Age of  79 years-old, 1859
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