A Cassandre Bouvier y Houria Moumni,
Por ejemplo.
Por ejemplo.
El dedo apuntador
(fábula)
El dedo señalaba hacia el horror, y todos los ojos miraron en aquella dirección (¿quién puede resistirse al poder conminativo de un dedo apuntador?). Pero, tras un primer momento en que los ojos se cebaron, ávidos, en la contemplación de lo horroroso, ahíta ya su curiosidad morbosa (pues al ser humano hasta el horror le llega a resultar anodino cuando se convierte en costumbre), se volvieron hacia el dedo que apuntaba y comenzaron a cuestionar su naturaleza: unos decían que era blanco, otros que negro; quien lo veía nervudo, y quien mantecoso; quien aducía su gesto autoritario, y quien lo consideraba indolente. Al cabo, los ojos habían obviado --sino olvidado-- el horror objeto de su previo interés, enzarzándose en una disputa acerca de la idoneidad del dedo apuntador: ¿Era más creíble por blanco, o menos veraz por negro?, ¿Más digno de crédito por austero, o menos por abotargado?, ¿Más verosímil por autoritario, o menos por indolente?. Tras horas de encendido debate, al final se llegaría a la conclusión de la necesidad de regular debidamente las condiciones que debe de tener un dedo apuntador (valga decir, acusador) para ejercer su función en cuestión tan grave como señalar el horror, pues la consideración de éste debería venir notoriamente determinada por la autoridad emanada de aquél. A tal fin se dedicaron ingentes cantidades de tiempo y energía en la elaboración de un complejo y abstruso marco regulador para dedos apuntadores del horror. Los ojos más penetrantes, los más agudos, los más clarividentes, definieron, calificaron, acotaron y precisaron, en Títulos, Capítulos, Artículos, Párrafos y Addendas, de modo exhaustivo, tanto la naturaleza, las funciones y los objetivos, como los derechos y los deberes de los dedos apuntadores del horror para poder ser dignos de crédito.
El horror (al que apenas se dedicaba una línea de ambigua definición en el profuso reglamento), a todo esto, miraba atónito a los ojos humanos sintiéndose ninguneado, desvalorizado, privado de trascendencia. Herido su orgullo y cuestionado su prestigio, el horror se preguntó si no habría dejado de ser necesario para el hombre --quien lo habría creado--, vaciado ya de sentido, y, por tanto, incapaz de servir de aviso o alarma ante los hechos y conductas reprobables. Recordó con nostalgia lo mucho que llegó a significar, por lo sugerente y pavoroso de su simple enunciación, en los labios de un alucinado (o lúcido) Kurtz, allá en El Corazón de las Tinieblas; concluyendo que quizá sea, como diría otro ínclito y marginal personaje, el replicante Roy Batty, "Time to die".
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