EL PROYECTO
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La Notificación
Ni en el mejor de sus sueños imaginó Enzo que su proyecto sería seleccionado, y lo que ello, a la postre, acabaría por suponer en su vida. No es que no creyera en sus posibilidades, en su talento o en su intuición, sino que las personas más proclives a buscar la verdad subyacente a la realidad de las cosas --y hacerlo con honestidad-- suelen ser, también, las más autocríticas. Este exceso de celo ya le había hurtado en el pasado más de un reconocimiento, del que otros con menos escrúpulos, y méritos, que él se habrían beneficiado espuria y envanecidamente. Esta vez, aunque la duda no dejaba de arrojar su sombra en todas y cada una de las decisiones que tomaba, había puesto, valga el modismo coloquial, toda la carne en el asador, y, además de presentar un trabajo solvente, estaba decidido a dar esa sensación de seguridad en sí mismo tan necesaria para que los demás crean en lo que uno hace, crean en las ideas que uno tiene, y, al fin, en lo viable de la posibilidad que uno promete.Como, por definición, un tal buscador de verdad es incapaz de tomarse nada absolutamente en serio, acostumbra poseer, en consecuencia, un alto sentido de lo dramático (bien dotado, pues, de las cualidades que adornan al histrión), por lo que a Enzo no le resultaría muy costoso representar un papel de hombre seguro, clarividente, sólido en sus creencias y eficiente en sus actuaciones; sólo necesitaba convencerse de ello, de que sólo se trataba de realizar una plausible representación de sí mismo. En una palabra: debía dar la sensación de ser un investigador serio, fiable, veraz y convincente, pero ante todo, capaz de conseguir objetivos que supusieran un beneficio para la institución que debía seleccionarlo y becarlo durante los dos próximos años: la Fundación Singleton.
La confirmación le había llegado, esa misma mañana, y al mismo tiempo, por partida doble: en su correo electrónico y en el buzón postal de su casa. El cómo diantres la institución Singleton había sido capaz de sincronizar la logística de entrega de ambos mensajes era uno de esos misterios que sin duda descubriría, cuando acudiera al acto de entrega formal de las credenciales y beca otorgados, una semana más tarde, en Chicago.
En resumidas cuentas, Enzo al fin tenía la oportunidad de desarrollar un anhelo largamente acariciado: probar no sólo la certidumbre teórica de sus intuiciones, sugeridas y avaladas una y otra vez por aquellas extrañas visiones que sufría con azarosa frecuencia desde su niñez --y que jamás compartiera con nadie--, sino comprobar de manera experimental su exactitud y verdadero alcance.
El proyecto llevaba el sugerente --y, hasta cierto punto, presuntuoso-- título de "Los Mundos Posibles:la Posibilidad como paradigma empírico". Se la jugó, y ganó. Sabía que rozaba el ridículo, o la frivolidad, pero también intuía (porque lo sabía) que muchas veces la frontera entre el cómico y lo trágico es mínima; él esperaba situarse en un equilibrado término medio: un dramatis persona capaz de excitar la curiosidad y al mismo tiempo de generar credibilidad. Lo había conseguido. Su proyecto fue seleccionado entre muchos, lo que ya era un premio para su autoestima; pero --reitero-- para un buscador de este tipo, la consideración y valoración propias pasan a un segundo plano: él sólo se consideraría satisfecho cuando pudiera probar sus teorías y, por medio de la experimentación, corroborarlas motu proprio. Lo que traducido a román paladino significaba poner en obra y hecho lo escrito y proyectado. Por delante tenía una semana para asimilar convenientemente la excelente noticia y para pergeñar el plan a seguir en lo referente a escenarios, laboratorios de pruebas, y tempo de los procesos. Cuando subiera a aquel estrado reservado a los elegidos, para recibir los pertinentes diploma y cheque, quería causar la mejor impresión a quienes habían apostado por él. Sería su primer agradecimiento; el segundo y más importante vendría con el desarrollo y culminación de un original proyecto que esperaba exitoso.
Pero antes de seguir quizá fuera conveniente (y hasta necesario) dedicar unas palabras a los dos protagonistas hasta aquí citados, y a su circunstancia (empleando este término en su sentido más orteguiano). Me refiero al feliz autor del proyecto, Enzo Taira, y a la entidad concesionaria de la beca, la Fundación Singleton. Sólo con este preámbulo bio-topográfico, y en aras de una mayor claridad, se estará en disposición de entender mejor y más completamente lo que habrá de suceder.
Enzo Taira
Era Enzo uno de esos japoneses descendiente de antiguos clanes adscritos por derecho propio (y de las armas) a la más alta aristocracia nipona, aquélla que hundía sus raíces en la esplendorosa y mítica Era Heian, Edad Dorada donde se forjara el carácter de un pueblo singular. Clanes famosos y respetados, como los Minamoto, los Fujiwara, o aquel al que pertenecía nuestro protagonista, los Taira, cuyos miembros participarían del esplendor de la corte del Emperador, cuando no directamente aportando su sangre a la familia imperial. Nada quedaba ya de aquél esplendor, salvo el debido y devoto recuerdo y las referencias, glosadas con veneración y letras de oro, en los archivos y los textos de historia. La sangre de Enzo, pues, diluida ya por el tiempo y cien mezclas, poco conservaba de aquélla que irradiara orgullo y honorabilidad a la idiosincrasia del Japón. Pero el orgullo que anima el alma de las diversas estirpes que aquilata el Sol Naciente es mucho orgullo, y no se encontrará heredero de rancias prosapias, por muy lejano que se oiga el original latido de su sangre, o diluida que ésta esté, que no respire y sienta un orgullo similar al que podría sentir uno de aquellos gloriosos antepasados. Ser de elevada familia samurai en Japón equivale a ser un miembro de la nobleza en Europa. Serlo de un clan imperial --por mucho que tal rango lo perdiera hace mil años-- es tanto como ser Par en Francia, Lord en Inglaterra, Uradel en Alemania, o Grande en España.Pero lo cierto es que Enzo no ejercía ese orgullo familiar. Ni lo ejercía, ni lo exhibía, ni lo pregonaba (por más que hubiera podido hacerlo). Mas algo había en él que exhalaba aún el aroma de la más auténtica de las noblezas: la de su delicado espíritu. En efecto, si algo quedaba en Enzo de aquella sangre ilustre, ello era una constitución modelada a lo largo de los años, y varias generaciones, por una vida orientada a la más refinada liturgia, a la más elevada y exigente educación, a unos modos cortesanos suaves y mesurados, donde el esfuerzo se consideraba de mal gusto (cosa de sirvientes, es decir, samurais, o personal de rangos inferiores), a una vida sino muelle, sí pautada hasta el mínimo detalle, exasperantemente ralentizada. Como si en aquel ambiente se intentara modificar de forma artificial el ritmo del tiempo. Lo cierto es que, según todos los testimonios existentes de aquella época, en la Corte Imperial, e incluso en las Cortes de los Señores Feudales, Gobernadores de Provincias incluidos, parecíase vivir en otra dimensión que poco se parecía a las que sometían al resto de los mortales. Ni el tiempo ni el espacio se medían allí de igual forma ni tenían idéntica consideración. Así, un instante nimio podía dilatarse durante una eternidad, y una eternidad constreñirse en un simple verso (a los que siempre fueron muy aficionados), entre los pétalos de una flor de cerezo (a los que también rendían gran admiración), o en un codificado y elegante ademán.
Para aquellas gentes enfocadas a la excelencia y a la magnificencia, cuyo sentido estético nada tenía que envidiar al más exquisito de los dilettanti florentinos del Renacimiento, preocuparse por las cosas de este mundo era poco menos que una grosería, por más que ellos medrasen en él. Gentes que consideraban su paso por esta existencia como un paseo por una especie de Jardín del Edén (privilegiada concepción de un escenario reservado para ellos y su disfrute, obviamente). El dolor les parecía indecoroso, y el sufrimiento se consideraba posesión maléfica (es decir, un aristócrata víctima de enfermedad se consideraba poseído por un espíritu maligno que actuaba en él como un demonio, víctima gozosa del indigno dolor. La curación significaba la derrota y huida del demonio y el regreso, al cuerpo restablecido, del espíritu que lo habitaba antes de enfermar, su verdadero propietario). Todo esto subyacía en la genética de Enzo. Iba con él, aunque él lo ignorase. Y quizá esta carga cultural y familiar sería determinante para explicar aquellas visiones que comenzó a experimentar cuando aún era un niño. Visiones que forjarían en él la adopción de unas creencias muy particulares, aunque íntimas, nunca comentadas a nadie.
Las Visiones
Se iniciaron muy temprano. Apenas con la consciencia del mundo en derredor. Podría aventurarse que Enzo flotaba entre la realidad y sus visiones sin solución de continuidad. Para él, como niño cuya mente comienza a formarse, ambas constituían una sola y única realidad; capaz, por tanto, de asimilar e integrar las dos realidades con la facilidad con que cualquiera lo haría con experiencias tenidas en el ámbito del hogar y otras vividas en la calle. Al fin y al cabo, para Enzo era lo que suponía ese cambio de ambiente. Al principio, como he dicho, el niño Enzo no veía diferencia alguna; acaso fuera el desarrollo de su percepción sensorial --física--, y la actitud de los demás en relación a ese desarrollo perceptivo, la que determinaría que comenzase a diferenciarlas: el cuerpo material sujeto a sensaciones de placer o dolor provocados por otros agentes materiales (congéneres, otros cuerpos y cosas); y el cuerpo etéreo sólo sujeto a sensaciones sutiles, agradables o desagradables (pero de otra forma distinta al uso convencional de estos términos), provocadas por agentes igualmente sutiles (formas y apariencias etéreas).En un pueblo como el japonés, tan dado a creer en espíritus y fantasmas pululando entre los vivos (y habitando un lugar indeterminado en el que también moran los muertos), no tendría nada de extraño este tipo de visiones. En un pueblo así, el alma parece predispuesta a imaginar e interpretar lo incomprensible de esta forma, algo similar a lo que sucediera a griegos o a romanos; pero en el japonés, esta manera de vivir la irrealidad de la realidad es consustancial y va mucho más allá que en las culturas mediterráneas (en este sentido, sólo podría compararse, pero en un sentido más conceptual y alegórico y menos formal, la manifestación Trágica de la existencia en el teatro griego). En Nipon el universo de los espíritus --malignos y benéficos-- y fantasmas es tan amplio o más aún que el de los dioses, quizá como producto de un reflejo en la conformación idiosincrática de su estructura cerebral, o a su especial e intensa relación con una naturaleza tan asombrosamente hermosa y omnipresente que parece mágica; el caso es que en su vida todo, absolutamente todo, cualquier manifestación vital visible o invisible, está imbuido de fuerzas imperceptibles que gobiernan desde el otro lado, un lado que no es éste (se justifica así lo frecuentemente incomprensible de su acción), y que, no obstante, es tanto como éste.
El caso de Enzo era aún más extraño y original, pues no es que viese o conviviese con espíritus, fantasmas y otros seres irreales y mantuviera con ellos una relación de proximidad --sin palabras-- compartiendo un mismo ámbito (como un testigo de excepción al que se invita como observador a un escenario del que no es protagonista), sino que, a medida que crecía y su consciencia se iba haciendo más compleja, esos seres que pudieran ser considerados de concepción pueril (tan bellamente representados en la iconografía artística nipona) mutaban sus formas, preferentemente antropomorfas y zoomorfas, por ideas abstractas que conservaban su significación.
Las experiencias visionarias ocurrían mayormente por la noche, sin mostrar predilección o influencia por las fases lunares, cuando su espíritu se aquietaba y su mente entraba en una especie de trance, que él mismo describiera como "el de una puerta que se abre y por la que la conciencia sale a visitar ámbitos ignotos". Las visitas tenían una duración aleatoria y desigual: tan pronto estaba fuera minutos, como horas (computadas en tiempo real, de reloj terrestre; ya que la sensación experimentada no estaba sujeta a los parámetros habituales).
Poco a poco, a medida que su conocimientos fueron incluyendo un alto contenido --y dominio-- de matemáticas y física, de química y biología, de astronomía y filosofía, de teorías de redes complejas y especulaciones sobre desarrollos fractales, así como la atrevida concepción de un caos ordenado gobernando y fundamentando la vida, sus visiones pasaron a tener un carácter menos orgánico e imaginativo para adquirir uno más elevado e intelectual: las formas se tornaron impresiones; las percepciones, ideas; los conceptos, puro significado; la palabra, silencio explícito y sugerente. Las incursiones fuera de la realidad se diversificaron: ya no se trataba de un mundo paralelo, sino de varios, muchos, los que tenía la impresión de visitar. Más que por un indeterminado o abstracto espacio, le parecía desplazarse durante sus visiones por planos de energía, de espíritu condensado en significados conceptuales, cada uno de ellos con su propio paisaje. Fue de esta manera como empezó a conformar un mapa. Lo Llamó El Mapa de lo Ámbitos.
(Continuará)
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GALERÍA
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(1882-1916)
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Materia
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States of Mind: The Farewells (1911)
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States of Mind: Those Who Go (1911)
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States of Mind I: The Farewells (1911)
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States of Mind II: Those Who Go (1911)
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Satates of Mind III: Those Who Stay (1911)
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The Laught (1911)
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The City Rises (1911).
The Strenghts of a Street (1911)
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The Stret Enters the House (1911)
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Horizontal Volumes (1912)
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Simultaneous Visions (1912)
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The Antigraceful (1912)
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Woman in a Cafe: Compenetrations of Lights and Planes (1912)
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Dynamism of a Cyclist (1913)
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Dynamism of a Human Body (1913)
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Dynamism of the Human Body (1913)
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Dynamism of a Man's Head (1913)
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Dynamism of a Woman's Head (1914)
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Dynamism of a Soccer Player (1913)
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Nude (Complementary Model of Form-Color) (1913)
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Dimensional Shapes of a Horse (1913)
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Plastic Dynamism: Horse+House (1914)
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The Drinker (1914)
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Under the Pergola at Naples (1914)
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Charge of the Lancers (1915)
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Abstract Dimensions (1912)
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Study of a Feminine Face (1910)
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Modern Idol
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Unique forms of Continuity in space (1913)
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APÉNDICE MUSICAL
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APÉNDICE MUSICAL
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