viernes, 26 de octubre de 2012

Historias del Camino (3) - GALERÍA: Gótico. Les Très Riches Heures du Duc de Berry (3)





Traza el alma caminos (buscando, sin saber el qué): 
sendas en la tierra, vías en la estrellas, estelas en el mar.
Peregrina de sí misma, en sí misma, sin saberlo, busca
lo que ignora, sin saber dónde buscar.


Historias del Camino


El prodigio de Mostelares 
(2)
...Sale del benéfico albergue el peregrino pisando la aún dudosa luz del día, y fiado en lo claro del camino, serpenteando, del altozano desciende y el Poniente busca. En el cielo ya el claror va apagando las estrellas, salvo Venus que fiel se mantiene en el cielo que rosea. Va marcando los pasos el sonido del bordón sobre la tierra que, si vara de medir, al tiempo, en intervalos de tonante fresno, pendular gobierna. Además del Poniente, ahora lleva en los suyos los ojos de la bella, que si en sueños de infernal fuego lo sanó, en vigilia le ha prendido de celestial amor luciente hoguera.
Ya el alba le saluda cuando frente a sí el perfil de un alcor se levanta impresionante. Zurcido a su ladera, un blanco camino culebrea. Sierpe parece tendida entre la tierra que llanea y el cielo que de llamas se ilumina. A medida que se acerca, el infanzón, a la senda que se empina, henchido el pecho de musas y emoción, destellos ya del sol por miles, de la sierpe, como escamas brillantes, se adivinan.
No sabe Jacques si es senda lo que así rutilante a la vista se le ofrece, o es estela que, Escalera de Jacob, al cielo asciende. Maravilla ésta que el sol al cristal de cuarzo así revela con que el camino se tapiza: cicatriz abierta por los picos y los pasos en la veta cristalina, que han sembrado el suelo, si no de joyas, de translúcidas esquirlas. Viva parece la sierpe que rutila al ritmo de los pasos cadenciosos, reflejos irisados que se alternan, veleidosos, mientras el sol escala en el azur. Algún borrego aún pace en el celeste, pasado ya el tropel que un torrente liberara, de orines mil, la noche precedente. Mas el frío todavía está presente en el limpio aire matutino. A las suelas de los tenaces borceguíes se adhiere paso a paso el limo, peso de más que apenas siente el esforzado peregrino, como si alas de Mercurio ciñesen sus gálicos tobillos. Ya acomete la subida el infanzón que el bordón de fresno favorece, ya se detiene a contemplar los reflejos irisados que le envuelven, ya se agacha y toma en sus manos aquellas maravillas que talladas por Vulcano se le ofrecen, ya las más bellas --diamantes tal parecen--, al reclamo del bordón surgidas, guarda en su faltriquera con el poco dinero que le queda.

El alto de Mostelares al fin corona el dichoso peregrino, y desde allí contempla un horizonte inabarcable de campos amarillos, y el pueblo en media luna al cerro circunscrito, de donde, con el amanecer, pisando sombras, ha salido. Tras cruzar el teso, ya el alto desciende siguiendo la contraria escarpada vertiente, y hacia aquélla se encamina que llaman fuente del Piojo. Allí da a su boca el soso y frío sabor de su cristal fluyente, y a sus piernas descanso, y reflexión a su mente. Piensa el bueno de Jacques en todo lo acontecido el día anterior; y en la bella Âmar, blanca como la luna, y en su sueño poblado de prodigios y designios. Y también en la más reciente, maravillosa e increíble experiencia que acaba de vivir subiendo las cuesta de Mostelares. Y se echa mano a la faltriquera y saca aquellas hermosas tallas de cuarcita que parecen joyas, y las mira y las sopesa, y repara en que al sol parecen brillar con luz propia, una luz que, no obstante el áureo astro, tiene el blancor y la palidez argentina de la luna.
Llegado a Frómista cuando el sol está en lo alto, se dirige el infanzón a San Martín para rezarle al santo y agradecerle su intercesión el día antes (pues no duda de la intervención de Santiago en todo lo sucedido en casa del alarife). Allí, arrodillado ante el austero altar románico, repara en que un hombre, en la nave lateral, le observa. Por la apariencia parece alguien de buena posición: viste indumentaria de sobria factura pero de buen paño, en una de sus manos enguantadas refulge el brillo inconfundible de un ostentoso brillante, y, además, ocupa un sitial privado forrado de terciopelo carmesí. Cuando acaba sus oraciones sale Jacques de la iglesia y, ya afuera, es abordado por el desconocido, que cortesmente lo saluda. Dice llamarse Elías Martín, comerciante y banquero de la ciudad. El infanzón, a su vez, se presenta como Jacques de Feu, futuro Barón de Feu, con feudo en el Rosellón. Tras intercambiar generalidades de cortesía, por parte de Elías Martín, y motivos de peregrinación, por parte de Jacques, el comerciante y banquero invita al peregrino a compartir su mesa y su techo, a lo que éste accede agradecido.

Ya en casa de quien dice llamarse Elías Martín (y que no es otro que Eliah ben Gurion, prestamista judío), éste se interesa por el bordón que lleva el infanzón (y al que no ha quitado ojo desde que lo viera en la iglesia). Jacques, sin saber por qué, no le cuenta la historia verdadera (quizá la siente demasiado íntima para compartirla con un extraño), y simplemente dice que es un regalo. El judío le pide el cayado para ver la empuñadura de cerca. Ya en sus manos, descubre el usurero que es una primorosa labor en plata de extraordinaria pureza y extraña procedencia. Nunca ha visto nada igual, aunque se cuida muy mucho de hacerlo patente. Piensa el judío (cuya primera actitud ante el prójimo es la desconfianza) que tiene ante él quizá a un ricohombre que viaja de incógnito; no sería el primero que se disfraza así para esquivar a los bandidos y amigos de lo ajeno que pululan por el Camino. Como la avaricia es ciega por muy prudente que intente ser, el judío, que quiere descubrir la verdad, indaga sobre la situación económica del infanzón. Éste que no es propenso a la mentira, le cuenta la verdad (que el judío, obviamente no cree; pues piensa que el joven actúa como actuaría él mismo en una situación similar).

En ese momento ocurre un hecho fortuito (no se sabe si propiciado por Lucifer o por Santiago): al peregrino se le cae al suelo la faltriquera de la que saltan algunas monedas y piedras talladas que parecen brillantes. Al judío se le pone una cara que a duras penas puede disimular: los ojos como platos, la boca como gruta de cíclope, el color huido, el cabello erizado. Jacques recoge la faltriquera, el judío le pide, sin disimulo, le deje ver las translúcidas piedras. El infanzón (no se sabe muy bien si a instancias del santo o del demonio), cuando iba a abrir la boca para delatar su procedencia, prudentemente se calla, y espera la reacción de Elías Martín. El prestamista coge una piedra y la acerca a sus ojos, después otra, y luego otra... Las manos le tiemblan. Le pide disculpas, se levanta de la mesa y sale a la estancia contigua de donde regresa con una lupa, un frasquito que contiene un líquido y una piedra tallada de buen tamaño. Acerca una palmatoria, coge las piedras de Mostelares y las coloca, una a una, bajo la lupa, a la luz de la vela; después, con el corindón las intenta rayar sin conseguirlo; por último, vierte una gota del líquido del frasco sobre el brillante más pequeño, la cual resbala sobre la superficie tallada sin dejar marca alguna.
El judío le pregunta a Jacques si querría convertir aquellas piedras en una pequeña fortuna que podría liberarlo de las estrecheces por las que dice pasar (y que él cree -está seguro- son mentira). Jacques está tan sorprendido que no acierta a decir nada, lo que interpreta el judío como una respuesta positiva. Sabedor de que los Señores con los que trata están dispuestos a deshacerse de sus joyas por mucho menos valor del que tienen, y considerando aquellos brillantes como los más puros diamantes que jamás viera, le ofrece a Jacques una suma tal que, si no hubiera estado éste ya tan acostumbrado a la sorpresa por todo lo que le lleva aconteciendo en el transcurso del último día, más creyera estar siendo objeto de una broma. "No se hable más", zanjó Eliah ben Gurión, alias Elías Martín.

A la mañana siguiente, Jacques de Feu, futuro Baron de Feu, partía de Frómista con una bolsa de más y algunas piedras de menos. Siguió camino hasta Santiago de Compostela donde llegó quince días después.  Allí dio gracias al Apóstol por los bienes otorgados, compró una montura y tomó el camino de vuelta. Cuando pasó por Castrojeriz encontró la que fuera casa del alarife en ruinas, con toda la renegrida apariencia de haber sido pasto de las llamas. En el pueblo le dijeron que resultó quemada siguiendo un dictamen popular, refrendado y bendecido por la autoridad eclesiástica, al ser considerada morada del diablo. Al alarife y a su hija no pudieron encontrarlos. Se cree que morirían calcinados (aunque hay quien asegura --las mismas gentes maldicientes que los condenaran--, que escaparon por una puerta secreta del sótano al reino infernal al cual pertenecían). Jacques consternado, siguió camino hacia su castillo, con el mágico bordón y el más mágico recuerdo del día en que una doncella llamada Âmar llegó a su vida cabalgando sobre nubes para sanar su cuerpo y exaltar su ánimo.
Huelga precisar que cuando el buen hijo llegó junto al padre que yacía moribundo, éste al solo contacto del bordón con empuñadura de plata en forma de tau, sanó milagrosamente de su ardiente mal (si bien algunos defienden que el milagro más estaría ligado al cambio de fortuna, y a la sustitución en su dieta del pan de centeno por el de trigo). Además, la inesperada suma que el judío le entregara a cambio de unas esquirlas de brillante cuarzo prodigiosamente transmutadas en piedras preciosas, sirvió para iniciar la recuperación del antiguo esplendor de la familia. Esta historia así mismo aclara por qué a partir de Jacques de Feu, séptimo Baron de Feu, en el escudo de armas de la familia aparece una "tau" inserta en el ángulo del chevrón de plata sobre el campo de azur.
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El Paso Honroso 
Digan que fueron burlas las justas de Suero Quiñones del Passo
[...] con otras muchas hazañas hechas por caballeros cristianos,
tan auténticas y verdaderas, que torno a decir que el que las negase
carecería de toda razón y buen discurso.
Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes

Duélense los fresnos quebrados por la locura de los hombres. Ramas, las más enhiestas, crecidas en loor de rectitud hacia un cielo al que aspiran, aspiración y sueño de raíces retorcidas, hurtadas a su destino natural por el hacha asesina, y después descortezadas y pulidas, y lacadas y bruñidas, y engastadas al acero que en punta alevosa, o mocha, las convierte, cruelmente, en armas incisivas. Dóciles al guantelete, al fornido brazo que las encaja en la axila, a la voluntad resuelta y decidida. Trocado así el tronco vegetal por el humano, el brote verde que la nutre por el hierro gris que la embute, el anhelo de dulce savia que es elogio y promesa de vida por el ansia de amarga sangre que es afrenta y promesa de muerte. Triste fresno que por tu rectitud mereciste triste suerte, ahora yaces astillado en el suelo y serás, seguramente, pasto de la devoradora llama. Humo pues, quizá mañana, que llevará el viento para susurrar a otras ramas tu lamento. Mas conseguiste al fin, esencia de tu fibrosa alma, al éter elevar, de la tortuosa raíz, el rectilíneo sueño.

Corre el año 1434. Cautivo de amor por una Dama, Doña Leonor de Tovar, Don Suero de Quiñones, caballero leonés de la familia de los Luna, pide, y le es concedido, permiso a su rey, Juan II de Castilla, para celebrar unas justas y liberarse así del compromiso a que tal cautiverio le obliga (parece ser que la Dama lo había rechazado). Se compromete Don Suero a quebrar 300 lanzas en un mes, en nobles justas con cuantos caballeros deseen aceptar el reto, tras lo cual quedará libre y peregrinará a Santiago para ofrendar la gargantilla de oro que, a modo de argolla, cuelga de su cuello en señal de esclavitud.
El escenario donde se montará la liza, paso obligado y punto crucial del Camino a Santiago, no es otro que la campa en que se resuelve el puente de piedra más largo de España (y, posiblemente, del mundo), con sus diecinueve arcos, tras salvar la otrora caudalosa corriente del Río Órbigo. 
El rey cuando recibe la petición se encuentra en su feudo de Medina del Campo, acompañado de su condestable D. Alvaro de Luna. Es Medina ocasión de disputa, y palenque, entre el rey (y su condestable) y los Infantes de Aragón (Enrique y Juan, hermanos de Alfonso V de Aragón "El Magnánimo", a los que pertenece la villa en concepto de realengo). Señalo este dato porque es posible deducir un trasfondo político en el permiso concedido por el rey para la realización de tal hecho de armas (que lo era, ya que por muy caballeresco y reglamentado que quisiera ser, el peligro de salir herido o muerto era elevado). De hecho, estos torneos tenían una Reglamento de Caballería, consagrado por la costumbre, mediante el cual debían de publicitarse urbi et orbe con la suficiente antelación como para que fueran informadas todas las naciones de Europa y poder acudir, de esta forma, cuantos caballeros desearan participar en los mismos. Pues bien, al conocido como Paso Honroso, acudieron 68 caballeros, de los cuales ninguno era castellano, tres eran europeos no españoles, y el resto procedentes del Reino de Aragón (aragoneses, valencianos y catalanes). La especulación está servida. 
A Don Suero de Quiñones lo acompañarían en la realización de su envite y promesa otros nueve caballeros, familiares unos y amigos otros. Las justas comenzaban al alba y finalizaban con el ocaso, tras el cual se celebran generosos y cumplidos banquetes. El 10 de Julio de 1435 comenzaron los singulares duelos, y fue el primero un caballero alemán llamado Arnald Rotenwald. El 9 de Agosto finalizaron, con Don Suero herido, pero salvo. Hubo un caballero catalán "fortuitamente" muerto, Asbern de Claramunt, al ensartársele la lanza desviada por la adarga en un ojo, y al que la Iglesia negó entierro en lugar sagrado al considerar su muerte producto de acción ilegítima ante los ojos de Dios (las justas debieran serlo, por ser resultado de la caprichosa voluntad del hombre; no así las cruzadas, que lo serían al ser inspiradas a la piedad de los hombres directamente por Dios). Se rompieron 166 lanzas, y no las 300 comprometidas, pero los jueces lo dieron por válido. El caballero Don Suero de Quiñones se dio por liberado y peregrinó a Santiago para cumplir su promesa; una vez allí hizo donación de la gargantilla/argolla de oro al santo (en su relicario aún se encuentra) y de una cinta azul que de la Dama poseía (en gesto simbólico de negación y olvido). Con la gesta probó su valor, y con el gesto enterró su amor.
Allí sigue el hermoso puente, como en los días que vieran el trajín de caballeros ir y venir, montados con bien enjaezados caballos, armados de lanzas y espadas, celados de lorigas y armaduras, seguidos de comitivas a pie y recibidos con músicas y cantos. Los peregrinos, a todo esto, testigos de excepción del singular espectáculo, si no portaban armas tenían el paso franco (si las tuvieren debían rendirlas o disputar su paso). Santiago seguía bendiciendo, velando y acrecentando el acerbo legendario.


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GALERÍA

Les Très Riches Heures du Duc de Berry (3)
(Le roi des manuscrits enlimunés)

Limbourg Brothers
Gebroeders van Limbourg (Herman, Paul and Johan)
1385-1416

The Baptism de Christ
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The Temptation of Christ
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The Canaanite Woman
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The Raising of Lazarus
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The feeding of the Multitude
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Curing a Possessed Woman
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The Entry into Jerusalem
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The Communion of the Apostles
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Christ in Gethsemane
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Christ Leaving the Praetorium
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Christ Led to Preatorium
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The Flagellation
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The Road to Calvary
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The Crucifixion
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The Death of Christ
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The Depositión
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The Entombment
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The Man of Sorrows
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The Resurrection
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The Ascension
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The Revealing of the True Cross
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The Exaltation of the Cross
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Chist Blessing the World
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APÉNDICE MUSICAL



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