EL PROYECTO
(IV)
James Earl Singleton (II)
No le era desconocido a nuestro protagonista el extraño caso de Arthur Rimbaud. Este precoz poeta francés, tan pronto simbolista como decadentista, capaz de copiar --y mejorar-- el estilo de cualquier poeta, que a los quince años comenzaría una meteórica, profunda y efímera carrera lírica, dejando en el mundo de las letras toda la impronta que muchos con más años de ejercicio nunca lograrían, y que a los veinte años abandonaría, para siempre jamás, el mundo de las musas para dedicarse a los negocios. Genio de talento descomunal, incomprensiblemente, cambió el Olimpo por el Parqué de la Bolsa; la lira por el ábaco; la cadencia, el ritmo y la retórica por la letra de cambio, los asientos y las relaciones comerciales. James Earl creía comprender las razones que llevaron al poète maudit a dejar las letras (las literarias, me refiero), el mundo de lo subyacente, de la belleza desgarrada y desgarradora, por una carrera hacia ningún sitio, que más parecía una huida que una opción. Pero ¿de qué habría huido Rimbaud? ¿Qué vio, o encontró, o le asustó, para dar un golpe de timón de ciento ochenta grados? Nuestro escocés emboscado creía adivinarlo, porque quizá él hubiera sentido algo semejante, aunque no idéntico. Se trataría de una especie de vértigo ante un vacío pletórico de nada, henchido de tanto que abrumaba hasta tal punto que, como el Buda ante la tentación de los demonios bajo el árbol sagrado, uno debía tocar tierra para no dejarse arrastrar, en vida, por él; es decir, para no caer en la locura. James Earl había sentido esa especie de vértigo en sus abstracciones, en sus visiones difíciles de evocar. Tampoco le era desconocida la tradición mística de un William Blake o un Milton: ambos habían tenido visiones que tradujeron a singulares obras pictóricas y poemas extraños. No otra manera existía para dar cuenta de lo inefable, más que por medio del arte, y aún así la locura no estaba conjurada. ¿No otra manera? ¿Seguro?James Earl, desde luego, no era creyente. Creyente de ninguna religión al uso, he de precisar; porque sí creía en algo, empezando por el mismo. Por supuesto, creía en algo más; sus experiencias, digamos "extrasensoriales", así se lo aconsejaban. Pero no sabía aún el qué era aquéllo en lo que debía creer. Nada ni nadie paternalista, salvador, redentor, ni, en fin, deidad personalista ejerciendo su poder omnímodo desde fuera. Nada, en todo caso, que tuviera al ser humano como modelo en versión mejorada, por otra parte. No era teísta pero tampoco ateo, de cualquier forma. Rebajando las pretensiones, también creía en las posibilidades que puede brindar un mundo abierto, ofrecido a la voluntad y el genio del ser humano. Si uno disponía de la suficiente capacidad de abstracción como para no dejar que los sentimientos o los prejuicios se interpusieran en el camino de la realización y el éxito, éste era relativamente sencillo obtenerlo. Tanto el éxito social como el económico, aclaro; otra cosa es llegar a sentirse plenamente satisfecho de sí mismo y la propia vida cuando se dispone también de una suficiente dosis de lucidez. De todas formas, James Earl, sabiéndose dueño de su futuro y queriendo ir a donde quería ir (esa corriente caudalosa que desde su interior lo impulsaba hacia su destino), trazó un plan y detalló un proyecto. Primero debía hacerse con la fortuna suficiente, que debía de ser mucha y capaz de autoabastecerse, regenerarse y crecer. No quería tener que renunciar otra vez a sus más íntimos anhelos, ni silenciar esa voz que desde su interior le formulaba preguntas y demandaba respuestas (aquel niño y aquel joven abstraídos, enajenados de una hermosa y apabullante naturaleza e inmersos en un no menos abrumador cosmos inconcebible, seguían con él, esperando). Una vez echa la fortuna, cosa que le llevaría algunos años, estaría en condiciones de crear y organizar la estructura necesaria para desarrollar el plan y llevar a cabo el proyecto.
Fue así como surgió la idea de la Fundación. Sería la tapadera perfecta para encubrir su verdadera intención: crear una red, a modo de tela de araña, donde, con un poco de suerte, atraparía lo que estaba buscando: un cómplice, un colega, un colaborador necesario, un compinche para perpetrar un osado propósito, del que no había podido alejarse desde que se vio obligado a renunciar a la búsqueda "directa". Quizá hubiera sido mejor así. Entonces ya dispondría de los medios necesarios y propios para no tener que depender de nada ni de nadie. Tendría libertad de acción y de experimentación.
La verdadera intención de James Earl Singleton al crear la Fundación y diseñar sus objetivos y funciones, digámoslo ya, era encontrar a quien, teniendo experiencias similares a las suyas, pero aún más intensas y vívidas, tuviera la convicción y la fe suficiente como para intentar ir más allá, sumergirse en ese más allá, explorar ese más allá, para descubrir qué se hallaba verdaderamente allí, donde le parecía que su alma accedía, como invitada, cuando desde niño padecía aquellos trances visionarios en la mágica atmósfera, cargada de misteriosas sugerencias telúricas, de su Highland natal.
Así, con un metodismo riguroso digno de un científico, llevó a cabo su plan. Esperó casi treinta años, en los que pasó por sus manos un sinnúmero de proyectos audaces, de ideas magníficas y originales, también de alucinados diseños,... Y cuando ya dudaba del éxito de su misión, demostrada inútil la espera, apareció la increíble solicitud de Enzo Taira, un japonés que respondía presumiblemente a lo que tanto había estado aguardando. Allí tenía, ante sí, la respuesta a una primera cuestión tantos años anhelada: la de encontrar a alguien con un nivel experiencial similar al suyo, que se había hecho las mismas preguntas, y que había viajado a lugares similares a los que él lo hiciera. También la respuesta a una segunda cuestión, sustanciada en un proyecto aparentemente sólido y solvente: la posibilidad de ir allá de una forma consciente y controlada, y regresar y poderlo contar y registrar. La respuesta a una tercera y definitiva cuestión era la gran incógnita; si el proyecto se demostraba factible, obtendría, así mismo, esta tercera respuesta. Por fin los dos proyectos confluían en uno solo: el de Earl James Singleton y el de Enzo Taira. Todo apuntaba a que, de ahora en adelante, serían un único proyecto. Nuestro filántropo aristócrata escocés concertó una entrevista con el becario aristócrata japonés. Quería conocerlo de primera mano, sabía que el proceso a que daría lugar el desarrollo del proyecto habrían de vivirlo juntos.
El encuentro
Llegó a Chicago tres días antes de la ceremonia. Estaba citado con el Presidente de la Fundación, un tal James Earl Singleton, aristócrata y multimillonario escocés afincado en estados Unidos. Apenas sabía de él lo que había podido recabar en notas biográficas y de prensa leídas aquí y allá, mientras preparaba apresuradamente la insólita entrevista. No era habitual que el Presidente se reuniera (y menos a solas) con ninguno de los candidatos seleccionados antes del acto de entrega de los galardones. Sí con el ganador de los Premios a la excelencia FS, pero siempre después de la ceremonia, nunca antes, y, de cualquier modo, no dejaba de ser un simple acto protocolario en el que el fundador tenía la ocasión de conocer y departir con los beneficiarios de su generosidad en un almuerzo de grupo al que asistían, además del premiado y el Presidente, los miembros del Tribunal de Selección, el Director del Departamento y el Consejero Delegado, Mr. Worldbridge, su mano derecha en la Fundación. Pero en esta ocasión se trataba de un encuentro privado, sin testigos ni acompañantes, sólo ellos dos. El bueno y protector Mr. Worldbridge le interpuso a James Earl algunas objeciones relativas a su seguridad personal, aunque, en verdad, estaban más motivadas por la curiosidad ante lo excepcional del caso que porque realmente temiera por la seguridad de su amigo y jefe. Objeciones que fueron amable pero firmemente rechazadas por éste.La ceremonia de entrega estaba programada en domingo. Los dos singulares aristócratas concertaron su encuentro para el viernes anterior. Celebrarían un almuerzo en el último piso del edificio de la Fundación, una especie de recoleto observatorio desde el que poder contemplar tanto el apacible Lago Michigan como la quebrada línea de rascacielos del skyline más reconocible de Chicago. Serían servidos por un camarero personal. Tras la comida pasarían a la biblioteca privada, sita en el mismo piso, donde, ya completamente solos, departirían sobre lo humano y lo divino, y donde tendría ocasión James Earl de poner a prueba la viabilidad del proyecto becado por la Fundación que él presidía. Él sí sabía de qué se hablaba en aquel aparentemente alucinante y presuntuoso empeño en traspasar barreras que nunca antes nadie había osado traspasar. Parecía tan fácil...
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Se estrecharon las manos de manera franca mientras exhibían una sonrisa que, además de cortesía, dejaba entrever un alto grado de empatía. Mentiría si dijese que al juntar sus manos se hubiera producido un chispazo, pero sí que puedo sostener que una corriente de mutua simpatía fluyó de una a otra mano, de unos ojos a los otros, ¿de una a otra alma?. Se reconocieron al instante, pese a no haberse visto nunca antes. Estaba claro que algo más poderoso y profundo que el simple reconocimiento corporal había establecido comunicación. Las diferencias a simple vista eran notorias entre ellos, mas todas de carácter aparente, fisonómico. Enzo, que aún no había cumplido los veintiséis años, podría haber sido hijo del escocés, que ya no cumpliría los sesenta; éste le sacaba la cabeza a aquél, y sus complexiones, siendo ambas enjutas, podrían compararse a las de un peso medio y otro ligero; además, la cabellera pelirroja y notoriamente ensortijada del Highlander contrastaba con la lisa cascada de pelo negro del nipón. Cualquier parentesco, más allá del debido a la pertenencia a una misma especie, se aventuraba pura entelequia. Pero la energía que sutil, mas evidente, vibraba entre uno y otro desmentía este lógico dictamen. Pudiera antojarse impensable, para cualquiera que contemplase la escena desde fuera, que aquellos dos hombres no se conocieran --y entrañablemente-- desde mucho antes, ya que la atmósfera reinante entre ambos era la propia que suele envolver a los grandes amigos. No se atropellaban las palabras, antes bien hablaron poco, muy poco; la comunicación, de forma patente, se estaba estableciendo a otro nivel. Comieron, de forma ligera pero exquisita, verduras de temporada en ratatuille y pescado; bebieron, con la misma moderación y exquisitez, un Chablis de Valmur; y culminaron la comida con un no menos exquisito Blue Mountain de cultivo orgánico. Concluida la comida, se levantaron de la mesa y pasaron a la coqueta biblioteca privada donde el intenso aroma del papel se fundía admirablemente al perfumado de la madera de arce rojo con que estaban confeccionadas las soberbias librerías. Se sentaron cómodamente en sendos sillones de enea forrada de mullida cretona adamascada.Comenzaron hablando de sus respectivas familias, evocando su alcurnia aristocrática tan diferente y tan similar; de la tierra que los viera nacer, de agreste y bella naturaleza, así mismo tan afín; pero, sobre todo fueron, poco a poco, como dos arroyos ladera abajo que desde vertientes diferentes acaban confluyendo en el fondo del valle, convergiendo hacia el tema que más los unía, y por el que estaban allí: su común experiencia visionaria, y lo que ella implicaba. Llegados a este punto sucedió algo extraño: las palabras se fueron espaciando, como si fuesen interferencias más que códigos comunicativos. Al final acabaron por permanecer en silencio, con los ojos entreabiertos, mirándose. Seguían el diálogo, pero de otra forma. Los cuerpos parecían ajenos, estatuarios, inertes; pero una corriente poderosa fluía entre ellos, nadie con un mínimo de perspicacia y sensibilidad lo hubiera puesto en duda. Era un estado de atención vigilante en el que dos almas se estaban comunicando en otro plano, invisible para quien no tuviese acceso a él.
Epílogo
Mr Worldbridge fue el primero en hallarlos. Parecían inermes, allí, sentados y recostados sobre el respaldo de los sillones, como dormidos o muertos; pero no lo estaban, ni lo uno ni, por supuesto, lo otro. Fueron ingresados en el Northwestern Memorial Hospital. Sus constantes vitales, aunque débiles, eran normales. Según los especialistas, y tras diversas pruebas que corroboraron su estado semi-suspendido, tal y como les ocurre a ciertas variedades de úrsidos cuando han de afrontar crudos inviernos, aquellos cuerpos parecían estar sufriendo una especie de hibernación inducida --o sobrevenida. Su cerebro presentaba, no obstante, una actividad moderada con ondas de frecuencia y amplitud anormalmente elevada. Ambos parecían soñar el mismo sueño, aunque, extrañamente, las ondas típicas que sólo aparecen en las fases REM, propias de los estados oníricos, estaba ausentes en los electroencefalogramas.Su caso se sigue actualmente estudiando. Tres meses después, ambos continúan en el estado en que fueron encontrados. La explicación oficial es que sufren una rara e infrecuente variedad de coma lúcido, en el que la mente continuaría con su actividad como si estuviera en fase de vigilia. Con todo, lo que más desorienta a los investigadores es que, no importa cuán distanciados se encuentren el uno del otro, presentan una insólita y persistente sincronicidad en las áreas activas de su cerebro.
Fin de El Proyecto
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GALERÍA
Carlo Carrà
1881-1966
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The Horseman of the Apocalypse (1908)
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Leaving the Theatre (1909)
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Piazza Beccaria , Milan at Night (1910)
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Swimmers (1910)
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Horse and Rider (1910)
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Retrato de Marinetti (promulgador del Movimiento Futurista) (1910-11)
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What the Tram Told Me (1910-11)
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Sobbalzi di Carrozza (1911)
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The funeral of the anarchist Galli (1911)
The Galleria in Milan (1912)
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Concurrencia: Donna al Balcone (Ragazza alla Finestra (1912)
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Il cavaliere Rosso (1913)
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The Child Prodigy (1914)
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Manifestación Intervencionista (1914)
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Omaggio a betuda Futurista (1915)
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Pintura Metafísica
Il Gentilhuomo ubrico (1916)
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La Musa Metafísica (1917)
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Madre e figlio (1917)
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Solitude (1917)
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L'Ovale delle Aparizzioni (1918)
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L'amante dell'ingegnere (1921)
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APÉNDICE MUSICAL
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