miércoles, 24 de octubre de 2012

Historias del Camino (2) - GALERÍA: Gótico. Les Très Riches Heures du Duc de Berry (2)





Pasos de un peregrino son, errante,
cuantos me dictó versos dulce Musa,
en soledad confusa,
perdidos unos, otros inspirados.
Soledades. Luis de Góngora

Historias del Camino

En Santo Domingo de la Calzada 
cantó la gallina después de asada
...Más de mil seiscientos kilómetros lo separan de su Baviera natal, y aún le faltan seiscientos para arribar a Santiago de Compostela. Hugonell, buen mozo teutón, rubio, alto, hermoso como un Sigfrido, pero infinitamente más ingenuo, camina llevando el Poniente en los ojos. Atrás quedaron las inhóspitas cumbres nevadas, los puertos de montaña encelados a las nubes, los bandidos emboscados, más peligrosos que las ventiscas. De las bien torneadas y fornidas piernas, fustes arquitrabados, los muslos, que bien soportan el humano arco sobre el que se levanta un templo aún inmaculado, son. Las calzas ceñidas, verde oliva desvaído, gastadas por las miradas ardientes del sol y las anhelantes caricias del viento, relamidas por la lluvia, que un tosco jubón de piel de carnero apenas cubre, pregonan la turgencia de los músculos, la del confín donde el placer, aún virginal, anida y se embosca. Hijo de Odín, un Walhala transporta en el robusto pecho que ofrendar pretende en el santo sepulcro del santo marinero y pescador. Lleva la inocencia entretejida a los rizos del cabello, ondeando entre los pliegues de la mirada, exhalada en el puro aliento. Camina, sostén de sus ancianos padres, como lo haría un sol permanentemente recién amanecido: brindando luz y calor y promesa, a su paso.

Se va acostando la tarde, el sol ya va dejándose caer en los ojos fatigados, cuando llegando están a un burgo que por nombre tiene el de un ilustre hijo suyo, santo pontonero y aparejador, llamado Domingo de la Calzada. Allí una posada a la vera del camino los recibe. Establo a la montura dan y a sus cuerpos descanso en los escaños. Allí reponen fuerzas y abrigo buscan ante la cercana noche. Frugal la cena, de pan candeal y queso de oveja y vino de la viñas que el Oja riega y prodiga, les sirve una agraciada posadera, hija, dicen, del Conde cuando se acogió al derecho de pernada que la ley le concede, ante la otrora hermosa mujer, ya madura, del posadero. Va la lozana moza sirviendo la mesa con sus manos, mientras con sus ojos se sirve a puñados las miradas del hermoso peregrino. Los viajes a la mesa los duplica por gozarse en la contemplación que está prendiendo --el corazón estopa-- intenso fuego en su pecho. Ajeno, el joven, devuelve las miradas con candor, que el furor de la joven, equívoca la traducción, malinterpreta. Ya se pueblan las mejillas de claveles rojos, ya el aliento se entrecorta, ya los labios, ávidos, brillo demandan que la lengua concede, ya rocíos fementidos por la luna humedecen flores ocultas. Es la llamada inconfundible del amor que en la carne abre surcos y goces siembra.

Cela la noche sombras y posibilidades brinda a los encuentros; busca la moza la ocasión propicia, deseosa de colmar su piel y sus entrañas de piel y entrañas de teutón. Dibuja la candela en su rostro filigranas que son señales de fuego cuando los lleva, ignorantes los tres, a sus aposentos, la posadera. Diríase que el diablo juega, mascarada en el rostro sesgadamente iluminado de la bella, con las almas desde las profundas calderas de magma incadescente, asomándose pícaro y salaz, en la mirada fugaz que lanza la bella inadvertidamente, a la vez que los favores, por lo bajo, pretende, del bello peregrino. Lo cita, dormidos los padres, en el pajar vecino, donde le ha de esperar anhelante la linda posadera. El joven tarde comprende lo que el diablo, por medio de la moza, sagaz intenta: de golpe, las miradas, los vaivenes, las atenciones solícitas, los gestos seductores, las sonrisas complacientes, juntándose, toman la figura tentadora de una arpía que con embelesos taimado lazo tiende a la inocencia en germanía encarnada. La rechaza resuelto, el teutón esbelto, con un vade retro que a la posadera pone en fuga. Va rumiando, ésta, la vergüenza y el despecho, la carne abierta en falso pide un escarmiento. Teje su tela la venganza, araña que es del descontento: caro ha de pagar el desgraciado, su puro proceder, su casto gesto. Todo el deseo se hizo llama de odio en aquel pecho despechado, arde Satanás, ahora sí, con despiadado fuego, donde sólo ansiaba erótico juego.

Copa de plata, la despechada, esconde en el morral del incauto, al que despide, de buena mañana, mentidamente sonriente. No bien lo deja, la posadera a la guardia advierte la desaparición del valioso cáliz, y acusa del latrocinio al huésped. Galopan los guardias tras él, y en el camino, sorprendido, lo detienen. Los padre, desolados, en llantos súplicas elevan, más la copa en el zurrón hallada lo inculpan. Por más que el desdichado se defiende, ante la justicia probar su inocencia no puede, del hurto, que más que probada, la de su alma se muestra en la mirada. Falla la vendada la culpabilidad del reo sin reparos. Nunca un fallo fuera más errado. Los padres, impotentes, solo rezar al Santo Apóstol pueden. Al día siguiente se cumple la sentencia (en la horca penderá por el cuello hasta perder el resuello). Ahora aquel efebo, aquel vástago de Odín, el Sigfrido ingenuo, de una soga pende y el cuerpo balancea. Los padres a sus pies se acercan para besarlos y despedirse con gran pena, mas he aquí que, la virtud de oración sazonada, es plato del gusto del Apóstol, quien agradeciendo el convite, al virtuoso con la vida premia y a los orantes con la alegría de verlo vivo. Corren éstos a casa del Corregidor que orondo y satisfecho a cenar se dispone aves de corral. Los padres le cuentan que, por gracia del Santo, su hijo pende, como un dije, vivito y coleando del cuello de la providencia. El Corregidor, con sorna, les responde que tan vivo está el ajusticiado como el gallo y la gallina que ante él asados, en bandeja con sabrosa guarnición, se le ofrecen. Y al punto, los asados, desasándose, de la bandeja se levantan, de angelicales plumas se revisten y con alegres cacareos entonan salmos de alabanza.

Esta leyenda se cuenta y rememora desde entonces; y, para que no se olvide, bula el Papa concedió al Santo Templo Catedral de Santo Domingo, para que en su interior, sobre la alta puerta de entrada, altar gallinero se erija. Ochocientos años ha de eso, y nunca faltaron las crestas en las misas. Los peregrinos que hasta allí se llegan asaetean de deseos la gallera esperando hallar la Gracia del Santo en forma de kikirikí, que el gallo, veleidoso, entona ad libitum cuando le viene en gana.
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El Poyo de Roldán
Lo cuentan los labrados capiteles románicos en palacios y templos de esta parte del Camino; y si ellos lo cuentan para la posteridad, en sede real o divina, su razón tendrán para hacerlo, que no es lícito dudar acerca de las historias sobre las que se levantan, firmes y orgullosos, los edificios a dioses y reyes dedicados. Si uno goza de buena vista, o dispone de escala o catalejo, podrá apreciar la filigrana con que los canteros del Camino escenifican el mencionado episodio: el duelo, en combate singular, entre el Caballero Roldán, Par de Francia, Conde de la Marca de Bretaña, brazo armado y sobrino -dicen- del Emperador de la Barba Florida, el gran Carlomagno, y el gigantesco Ferragut, de prosapia sirio filistea, al decir de las gentes que aseveraban que por sus venas corría la turbulenta sangre de Goliat.
Sabemos de la incursión de Carlomagno en ayuda de la Cruz que en España combate a la Media Luna, sabemos de sus razzias victoriosas que lo trajeron hasta Zaragoza y rindieron Pamplona, y también conocemos que hubo de volver grupas hacia Francia para defenderla del sajón que aprovechando su ausencia incursionaba alevoso y oportunista. De aquella presurosa retirada de las tierras hispanas ya hemos contado la leyenda del Paso de Roldán, que sitúa al Caballero del mismo nombre en el ibérico escenario para bien morir a mayor gloria de su memoria y los cantares de gesta. Y aquí lo tenemos otra vez, protagonista de otra aventura legendaria, anterior a la ya narrada en el post que antecede a éste.
Pero de cómo hubiere llegado a las riberas del río Najerilla un descendiente del monstruoso guerrero al que derrotara el cabrero, futuro rey, David con onda y tejo (en uno de los episodios más famosos relatados en el Antiguo Testamento y recreados excelsamente en mármol por los más insignes escultores) no sabemos nada, y el averiguarlo sería algo digno de un erudito esfuerzo indagador que no corresponde en este lugar hacer. Quedémonos con que se le hace al siriaco sentando sus reales en el castillo de Nájera, y allí, a la sombra y resguardo de las hogareñas almenas, vivía su vida plácida de gigante retador e invencible, azote de caballeros cristianos y peregrinos a Santiago. Hasta allí lo fueran a buscar los Pares de Francia, guerreros que acompañaban al gran Carlomagno, pretendiendo la gloria en justa victoriosa y la bendición del Apóstol. Y fue desde allí que saliera el Pavor de la Rioja, Ferragut, a hacerlos frente, de suerte que sus escudos hendiera, sus lanzas rompiera y sus yelmos abollara. Ninguno pudo inflingirle el menor rasguño, y el solo pánico que infundiera su terrorífica presencia bastaba para hacer flaquear la más férrea de las determinaciones y la más animosa de las voluntades. Montaba, el imbatible, negro caballo percherón, que los más pesados de silla no le aguantaran el peso, de crines como cerdas de jabalí y pezuñas como patas de elefante, tal es así que a su galopar por el valle los montes eco se hacían y la tierra toda el temblor repicaba. Uno tras otro, pues, todos fueron cayendo derrotados, los esforzados Pares de Francia, bajo la horrenda lanza tridentina del gigante, o bajo su descomunal maza de recio roble tachonada de agudos hierros. Uno tras otro, todos los Pares de Francia volvían del envite derrotados, más la vida salva para su ignominia.

Hasta que Roldán, el intrépido y corajudo Roldán, la gala de la Marca de Bretaña, armado con su leal Durandarte decide ir al encuentro del irreductible. Desde lo alto de un poyo lo divisa: está el enorme Ferragut sentado a la sombra del castillo, su morada. Roldán, montando un brioso alazán ricamente engualdrapado, con grandes voces lo cita, instiga y solivianta. El sirio se levanta y sobre su nefanda montura, blindado de armadura, se encarama.
Al encuentro el uno del otro van, lanza en ristre, jaleando a los nobles brutos ferozmente: los cascos del percherón arrancan chispas que de las piedras son lamentos; lises, la gualdrapa del alazán, regala, en cambio, al viento. A mitad de camino --media vara del castillo y otra media del cerro-- contemplarse pueden, ya, claramente los desiguales cuerpos. Los ojos de Ferragut son brasas; los de Roldán luceros. Las monturas piafan y relinchan, blancos de espuma tienen los belfos: el bruno percherón retumba, el alazán cocea resuelto. Hincan los caballeros las espuelas y al galope las monturas sobrevuelan el suelo. Los yelmos ajustados, los escudos prietos, el alma en el corazón y el corazón de acero. Chocan las lanzas, con gran estrépito, contra los escudos, quebrándose luego. De las monturas ya saltan los caballeros: con la maza, el gigante; con Durandarte, el intrépido. Resuenan los golpes en el valle, tal parece una tormenta formidable de truenos. Al cabo Ferragut, con golpe descomunal, a Roldán desarma del acero. Parece decidida la derrota, otra más, para los Pares de Francia. Mas del noble galo en ayuda acude, de David, el recuerdo, y cogiendo pétreo proyectil de dos arrobas de peso, contra Ferragut con fuerza lanza certero; éste la caliza saluda con la frente y la devuelve ensangrentada al suelo, tras lo cual, se desploma con fuerte estruendo.
En recuerdo de esta gesta nombre le pusieron al anónimo otero: Poyo de Roldán lo llamaron, y se quedaron tan contentos.
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El prodigio de Mostelares 
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Hay quien dice que el hecho venía registrado entre los Miraculi Sancti Jacobi, en folio tristemente desaparecido --si así fuese-- del original Codex Calixtinus que guarda el Museo Catedralicio de Santiago de Compostela. Se dice, y parece que a quien lo dice no le falta razón para afirmarlo, pues lo ha visto --asegura-- incluso en una copia manuscrita de dicho Codex, encargada y financiada por Louis IX de Francia, más conocido por San Luis, aprovechando sus lazos familiares con Fernando III el Santo, del que era primo hermano al ser hijo de Blanca de Castilla (hija de Alfonso VIII y, por tanto, tía del rey santo castellano), copia que, fechada en 1252, está ubicada en la Biblioteca de Manuscrits Enluminés de la Abadía de Vézelay, de donde nunca ha salido.
En ese infolio, parece ser (y digo "parece ser" porque el que esto escribe no hace sino dar cuenta de lo oído a quien, este sí, afirma haberlo visto), se cuenta una curiosa historia, ejemplar como otras tantas, en la que, como Pilatos, no encuentro culpabilidad alguna para una intencionada desaparición del original guardado en Galicia, como no sea un cierto grado de irreverencia; pero, siendo serios, sería un motivo harto injustificado, ya que el Camino está lleno de ellas (como, por ejemplo, llamar Lavacolla al lugar por donde transcurre el último arroyo antes de entrar en Compostela, por ser aprovechado para asearse antes de visitar al Santo, debiendo el topónimo su nombre a que dicho aseo incluía el valdeo de las partes pudendas --aunque hay quien se esfuerza en crear etimologías espurias y, nunca más propiamente dicho, peregrinas).
El motivo para tal ausencia (si es que presencia previa hubo) habrá que buscarlo, pues, en otro sitio. Y en este sentido, yo me declaro incompetente para tal rastreadora labor; habida cuenta, reitero, de que sin tener el documento delante, con el que poder establecer comparación, analogías o diferencias con el original, fútil resultaría una tal labor, que por más voluntariosa no resultaría menos especulativa.

Al grano. Esa curiosa historia habla de una inusitada elevación del terreno en medio de la extensa meseta castellana cuya empinada senda de ascenso, cuando el sol incide en determinado ángulo,  parece empedrada con diamantes; y habla de un prestamista judío, converso para más señas, amante del brillo de las gemas sobre todo otro fulgor; y también lo hace de una bella hija de un alarife mudéjar que argentaba su juventud suspirándole y cantándole a la luna; y otrosí de un infanzón que recorría el Camino por ganar la indulgencia y la salud para su anciano padre y Señor, quien allá, en su castillo del Rosellón, más parecía tendido sobre parrilla que postrado sobre mullido catre, soasándose, como San Lorenzo, víctima del ardiente Fuego de San Antón; y, por último, como poderosos artistas invitados, pues que mueven a su antojo los hilos de la trama, el siempre tentador Ángel Caído y el siempre milagrero Apóstol. Con estas mimbres está tejida la historia.
El escenario donde confluyen azarosamente todos los protagonistas es el demarcado entre Castrojeriz y Frómista, tierras cerealistas y parameras, planas como la palma de la mano, sin accidentes reseñables mas que los dos cerros de Castrojeriz (sobre uno se alza, impresionante, su castillo; en torno al otro se abraza el castro), y el teso de Mostelares, tachón que surge de improviso del llano. Más cerca de Frómista que de Castrojeriz una fuente de agua excepcionalmente sosa y fría, que llaman Del Piojo, ofrece leve consuelo al caminante.
El infanzón, cuya noble familia conociera épocas mejores, lleva en el pecho la llama de una fe inquebrantable y en la faltriquera el dinero justo para llegar a Santiago (empobrecidos por los años de malas cosechas y la mortandad producida por la peste que despobló los campos, el castillo del Barón de Feu no es ni la sombra de lo que fue, y poco a poco la ruina va dando dentelladas a los antaño orgullosos muros).
La bella Âmar hace honor a su nombre y pasa los días ejerciendo de bella durmiene, despertando cuando el sol se oculta para suspirarle a la luna; tiene la piel blanca como la nieve y los ojos negros como la noche; la gente lenguaraz y maliciosa, tan dada a las falsedades y murmuraciones, achacan la naturaleza de la hermosa joven a su origen demoníaco, engendrada bajo la influencia de un rito de magia negra --al que son tan aficionados los infieles (las mismas chismosas gentes aseguran). Su padre, alarife reconocido, levantó con sus propias manos la bonita casa de ladrillo con patio interior donde viven, allí arriba, en lo alto del cerro al que se enrosca Castrojeriz. (Aunque los mismos maldicientes perjuran que el mudéjar es un oscuro taumaturgo que oficia ritos paganos y tiene tratos con el diablo, llegando a asegurar que los cimientos de su morada están afirmados sobre las mismísimas bóvedas del infierno).
El prestamista judío, que prefirió renunciar a su fe antes que a su hacienda, bien medra y prospera prestando a los Señores feudales con problemas de liquidez para asegurarse los mercenarios, las armas y las vituallas necesarios para mantener la guerra en que constantemente se ven inmersos; préstamos de los que obtiene pingües beneficios producto del cobro de intereses fronterizos con la usura, riesgo que conjura entregando el correspondiente arancel a las arcas de la Iglesia. Afincado en Frómista, lleva una vida sobria y aparentemente austera, aunque es bien conocida su afición a las piedras preciosas de las que se cuenta posee tesoros fabulosos (obtenidos, en su mayor parte, del empeño que los Señores se han visto obligados a realizar).
El demonio que como es bien sabido, además de ser un excelente jugador de ajedrez, gasta su infinitud ociosa maquinando enredos para asegurarse buenas cosechas de almas, prepara con esmero su jugada.
Santiago, a todo esto, vela.

El día es frío, de lluvia y ventisca; los densos nubarrones con que el cielo se cubre, además de agua, arrojan oscuridad a raudales. Un hombre camina pesadamente, empapado hasta los huesos. Es el infanzón, cuyo nombre es Jacques, iniciando la cuerda interminable de la sirga que bordea y ciñe la loma que preside Castrojeriz, la misma a la que se encarama la casa del alarife. No obstante el frío reinante, siente el joven arder su cuerpo, y en su rostro se confunde la lluvia con el sudor en llamas que lo arrebola. Va llamando a las puertas buscando refugio y acomodo, que no posada que no puede pagar. Las puertas no se abren, y cuando lo hacen, tras echarlo una ojeada y descubrir en él el mal que tanto temen, se vuelven a cerrar en sus narices, mientras en el interior de la casa se oyen, alejándose, jaculatorias y vade retros. Se dirige el desdichado hacia el Hospital con la esperanza de encontrar allí más caridad. Pero allí tampoco es bien recibida su presencia; sí le informan, al menos, --y a través de la puerta-- de que retrocediendo, a una hora de buen paso, se halla el monasterio de San Antón donde sería convenientemente acogido y sanado por los monjes antonianos. Descubre Jacques entonces, con pavor, que el ardor que siente es de la misma naturaleza que el que mantiene sobre ascuas a su padre. No sintiéndose con fuerzas para retroceder y aventurar sus fatigados pasos en la ya negra noche durante otra hora de caminata, y observando una débil luz en lo alto de la loma, hacia allí se encamina encomendándose a Santiago. Llama al portón y una dulce voz de plata le inquiere intenciones; el infanzón, que informa de su mal, suplica cobijo, así sea en el establo con los animales. Se oye hablar tras la puerta: la voz de dulce acento y otra más grave, propia de varón. Al cabo, suena el cerrojo y la puerta se abre. Un hombre con luenga barba y una hermosa joven lo reciben, y con un gesto lo invitan a entrar. Lo conducen a un pequeño cuarto cuyo suelo participa de la gloria que calienta toda la casa. Allí lo acomodan ofreciéndole un jergón de paja y borra, ropas secas y una escudilla con caldo caliente, queso curado y un pedazo de pan de trigo. El joven, mientras come, se deshace en cumplidos y gestos de gratitud, después, preso de la fiebre, se desvanece entre alucinaciones.
Esa noche tiene sueños agitados. Se ve a sí mismo como un caballero andante que ha de cumplir una sagrada misión: peregrinar a Santiago en busca de una panacea para su padre moribundo. En el camino se ve atacado por una legión de demonios guarnecidos de llamas, con los cuales pelea. Presto a sucumbir calcinado acude en su ayuda, descendiendo del cielo, una doncella que cabalga sobre nubes. Es bella como un Hada y blande una espada de hielo con empuñadura en forma de tau. Los demonios son derrotados, el infernal ardor apagado por la espada triunfante de la doncella. Libre ya de los engendros del averno, Jacques se postra a los pies de la divina presencia. La doncella mesa dulcemente su cabellera y con una sonrisa le entrega la espada que ya no es de hielo ni tiene filo, sino que es un bordón de blanco fresno con empuñadura de plata labrada en forma de tau. Con él deberá seguir el Camino, pues su poder le ha de librar de todo mal y le ha de procurar todo bien.
Cuando a la mañana siguiente despierta, lo primero que ve Jacques son los ojos de su bella anfitriona. De su cuerpo ha desaparecido el calor. Âmar le sonríe y él devuelve la sonrisa. Un tazón de leche caliente infunde fuerzas al cuerpo milagrosamente sanado del infanzón. Sobre su cabeza, pintado en la pared, descubre un signo que reconoce al instante: es una tau, el emblema de los monjes antonianos, también adoptado por los seguidores del de Asís. Ante la mirada inquisitiva de Jacques, la doncella nada dice, sólo sonríe. Él no pregunta, cree comprender. Viste sus ropas, ya secas, y se dispone a proseguir la marcha tras agradecer encarecidamente a sus benefactores el trato recibido. Âmar, entonces, le entrega un bordón de fresno con empuñadura plateada en forma de tau. Le dice que con ese bordón llegará salvo a Santiago, y le ruega que de regreso lo devuelva. Jacques, recordando el sueño y sorprendido por tan extraña demanda, demudado, no sabe qué contestar. Inclina la cabeza y azorado reemprende el camino del Camino.

(Continuará)




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GALERÍA

Les Très Riches Heures du Duc de Berry (2)
(Le roi des manuscrits enluminés)

Limbourg Brothers
Gebroeders van Limbourg (Herman, Paul and Johan)
1385-1416

Virgin Series

La Vierge à l'Enfant, la Sybille et l'Empereur Auguste (F 22v)
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La Anunciación 
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 La Adoración de los Magos - La Huida a Egipto
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The Annunciation (Folio 26r)
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The Visitation (Folio 38v)
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The Nativity (F 44v)
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The Anunciation to the Sepherds (F 48r)
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The Meeting of the Magi (F 51v)
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The Adoration fo the Magi (F 52r)
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The Purificatión of the Virgin (F 54v)
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The Flight into Egypt (F 57r)
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The Coronation of the Virgin (F 60v)
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The Presentation fo the Virgin (F 137r)
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The Visitation (F 59v) 
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Madonna and the Child (191v)
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The Presentation in the Temple
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The Christmas Mass (F 158r)
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Heavenly Host
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God reigns Over All the Earth (F 39r) - God in Majesty (F 41v)
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File:Folio 34v - Christ in Glory.jpg File:Folio 34r - The Last Judgement.jpg
Christ in Glory (F 34v) - The Last Judgement (F 34r)
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APÉNDICE MUSICAL



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