"...Le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían
sido curadas de espíritus malignos y enfermedades:
María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios..."
(Lc, 8:2)
"Una vez que el alma anuló de ese modo a la tercera Potestad celestial,
remontó su camino y vio a la cuarta Potestad. Tenía siete formas:
La primera forma es la tiniebla; La segunda, el deseo; la tercera, la ignorancia;
la cuarta, el arrebato de la muerte; la quinta, el dominio de lo carnal;
la sexta, la imprudente sabiduría de la carne; la séptima, la sagacidad del iracundo.
Éstos son los siete signos de la Ira."
(EvMaría, 9:16-25)
Introducción
Hasta qué punto las coincidencias sean meros frutos inocentes del azar, y hasta qué punto obedezcan a una interacción o relación oculta y desconocida entre los hechos que acaecen, es algo que siempre, a mí, me ha intrigado, y que constituye, así mismo, motivo y coartada para las muchas teorías conspirativas que el ser humano es proclive a tejer con asiduidad. Mas, me arrimo a la mayor... de la corriente siempre sabia, si polivalente, de nuestro refranero para advertir que cuando el río suena, agua lleva (aunque no más sea como eco de una acequia vecina). Las dos entradillas de este post van en esa dirección. ¿Coincidencia? ¿Códigos ocultos que se repiten en fórmulas fraguadas por el uso en una misma cultura? ¿Justificación consecuente, aunque desconozcamos el nexo que a los hechos une?
Qué tenga que ver el canónico evangelio de Lucas, delicado y literario, si fiel a las fuentes (Marcos, fuente Q), con el gnóstico de María (de Magdala), esotérico y didáctico, que pretende trasladar literalmente lo vivido/transmitido por el Salvador, es algo que, a la vista está (para quien tenga la molestia de leer y comparar ambos), se contesta fácilmente: poco o nada, más allá del empleo de algunas fórmulas comunes a todos los evangelios (el que tenga oídos, que oiga, de Mateo, Lucas y Juan). Pero lo cierto es que la introducción de María Magdalena en Lucas se produce a través de este signo exorcizante: la expulsión de siete espíritus malignos (demonios) de su ser, lo que devuelve la salud perdida, pues se considera la posesión diabólica como manifestación de enfermedad. De la otra parte tenemos que, en el tenido como evangelio apócrifo de María (Mgdalena), de carácter, contenido y expresión gnóstica, se habla, en el capítulo 9, correspondiente al Ascenso del Alma, de las Potestades, que son Poderes de signo negativo, maléfico, por cuanto intentan abortar la tendencia y el proceso liberador del alma hacia su raíz que es el Espíritu del Bien, y allí se dice que cuando el alma, tras superada la tercera Potestad (limitación, tentación, o como quiera que llamemos al espíritu maligno), se encuentra con la cuarta, la más compleja por cuanto se manifiesta de siete formas diferentes, formas que abarcan todos los ámbitos que unen el alma a la materia (considerada parte más grosera y alejada del Espíritu; algo que pone de acuerdo no solo a todos los evangelistas, canónicos y apócrifos, sino también a creyentes del Corán y a budistas --aunque en éstos de una forma menos negativa), sólo al superar esta cuarta Potestad el alma puede reintegrarse al reino al cual pertenece; algo que se antoja una labor de zapa colosal, pues ahí están recogidos todos los cantos de sirena y las válvulas de escape de un materialismo que es inherente, por esencial, al ser humano.
Así pues, según San Lucas, y admitido por la doctrina oficial de la Iglesia de todos los tiempos, María Magdalena fue captada mediante una actuación luminosa del Señor sobre la oscuridad en que el alma de la poseída se hallaba, enfrascada en esa batalla de siete frentes de la que no veía el fin. Se podría decir que el talismán victorioso que lo hizo posible fue el amor y la fe (la fe en el amor). El Salvador actuó sobre los poderes malignos/demonios/Potestades inoculando en María la confianza en la verdad de su mensaje: la verdadera esencia del hombre es el Espíritu del Bien (la verdadera Criatura de la Humanidad, el Hombre Perfecto --sic. evMaria), no siendo la materia más que un estadio necesario pero superable, y, por supuesto, por ninguna razón debe de ser limitante ni exclusivo. En el momento que Jesús, con su Palabra, luz del mundo, penetra en el alma de María (Magdalena), las tinieblas en que su alma se encuentra se disipan, y puede ver el camino que conduce a su liberación.
Esto lo dice San Lucas de una manera alegórica (expulsó siete demonios), y lo explicita el evangelio de María de otra más didáctica (como corresponde a su naturaleza gnóstica --no por ello falible). Tanta revelación puede haber en la forma parabólica de expresión de la Palabra (dirigida al corazón), como en su despliegue didáctico gnóstico (apuntado al conocimiento). Lo importante es la orientación y el destino, ya que el camino para llegar al fin pretendido no será más que anecdótico, mero objeto de elección atendiendo a consideraciones culturales o (más negativamente) sociales.
He traído aquí esta curiosidad para ilustrar el matiz conciliador que llevo exponiendo durante todos estos posts dedicados a aquella mujer que, después de María la Virgen, más descolla en la vida de Jesús. Soy de los que piensa que el mensaje del tenido como Salvador no sólo se encuentra (y no siempre) en el corpus canónico de una Iglesia que sobradas veces a mostrado su falibilidad como garante de ese mensaje; por tanto, esa falibilidad, me libera del sometimiento a su caprichosa elección de aquello que debe considerarse la Palabra (del Señor, y la verdadera). Sobre todo cuando esa elección lo que propugna es una frontera, fuera de la cual la Salvación no existe; y no sólo eso, sino que la discrepancia puede ser objeto, incluso, de castigo, que en las épocas de mayor fervor (¿más fe, o más dudas?) llegó a tomar la forma de tortura y/o muerte. Éste no es el mensaje de aquel hombre que se auto proclamó Hijo Unigénito de Dios (como todos, ¿es que no se ve? ¿no está claro que ése, y no otro, es el mensaje: la conciencia cierta de nuestra más auténtica esencia?), y que enarbolaba la bandera del amor y la no violencia para combatir las añagazas del maligno (Deseo, Ignorancia, Temor a la muerte, Ira). Un hombre que, siendo consciente del poder que portaba en sí mismo, se inmoló para poner el broche de oro a la veracidad de la doctrina contenida en su mensaje. Como si Dios, en caso de atribuírle facultades humanas (¿puede tener otras?), no se arrepintiera de su obra y amara tanto al mundo, que fuera capaz de sacrificar al modelo más acabado del Hombre Perfecto, su propio Hijo (emanación pura de la esencia de su propia esencia), para sancionar la Creación.
Yo, además, como creo que todo no es más que un producto de la imaginación del ser humano (en la que incluyo la intuición de otros mundo posibles), atribuyo a la sustancia de Dios todo lo existente, y a su esencia ese universo de las ideas que consideramos más puro y donde colocamos esa entidad que llamamos Espíritu. ¿Por qué es tan difícil considerar que la vida, este mundo, todo lo existente y lo no existente (es decir, lo factible de ser imaginado pero improbable de materializarse), forma parte de un único y mismo Todo? ¿Que lo que cabría hacer es intentar que lo considerado contrario al éxito de nuestra especie (y de todas las especies, pues el ser humano, à mon avis, no debe de tener prerrogativas existenciales), es decir, contrario a una evolución enriquecedora del mundo, es lo que debe de ser combatido y superado (incluso, erradicado); pero que ésta opinión no es --no puede ser--, a pesar de todo, sino una visión subjetiva --como todas-- de lo que yo considero acertado?
El revolucionario mensaje de Aquél es el amor, el amor a Dios antes que a nada, porque amando a Dios, es decir al Espíritu del cual venimos (y al hacerlo así reconoceremos nuestra original estirpe divina), amaremos todas sus manifestaciones, y solo después, y con esta premisa esencial, es posible amar, ya, al prójimo tanto como a uno mismo, porque al hacerlo nos estaremos amando a nosotros mismos (al amar al Espíritu, que compartimos). ¿Y qué es ese amor? La conciencia clara, el conocimiento cierto, de nuestra naturaleza: de que todos somos uno. María Magdalena, estimo, así lo vio. En los evangelios canónicos solo Juan lo reconoce, en los apócrifos casi todos los expresan, no solo el atribuido a María (Magdalena), sino también el de Tomás y Felipe.
Por resumir y haciendo un ejercicio de consecuencia, El discípulo al que Jesús amaba, quizá no quiera decir más que ésto: aquél que mejor comprendía su mensaje, identificando amor con sintonía, cercanía, afinidad. ¿Es descabellado? Defiendo que en absoluto. El amor así conceptualizado no sería sino la forma más bella y menos egoísta de considerar un sentimiento puro que menos se oponga a su función, pues al fin y al cabo ¿cuál es el paradigma del amor sino la unión, la unión perfecta? ¿Y qué unión más perfecta que la producida entre seres que obvian una separación inexistente, solo aparente, para considerarse manifestaciones de una misma esencia, de un único Epíritu que en el juego y escenario de la vida se diversifica eternamente, como si un mismo actor, con capacidad ubícua, representara al mismo tiempo innumerables papeles no ya de seres humanos, sino de todas las criaturas habidas y por haber? ¿Da vértigo? ¿Y qué otra cosa da más vértigo que la misma existencia?
Aquí lo dejo, siempre las preguntas tienen la última respuesta...
El poema que sigue nos habla y sugiere todo esto, lo concreto y lo genérico, imbricado y trenzado, porque, como ya se ha dicho, Todo es expresión de lo inmarcesible de lo Uno.
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María (de Magdala)
Romance
I
En la sombra de la luna
busca María, y no encuentra,
aclaración a sus dudas;
a sus preguntas, respuesta.
En la noche más oscura,
cuando el tiempo más se adensa,
cuando un desierto, la noche,
parece de arenas negras,
hacia los cielos María
su perplejidad eleva,
esperando allí encontrar
seña y luz en las estrellas.
Que en lo profundo del pecho,
cargado con mil cadenas,
padece su amor, cautivo,
cumpliendo firme sentencia...
La que dictó un juez severo
a instancias de una querella
presentada por quien da
del amor reproche y queja.
Es, el juez, el corazón;
y, quien los cargos presenta,
es el alma, violentada
por pasiones gigantescas,
que la agitan y la afligen,
que la angustian y vulneran,
que la desgarran con saña
y, explosivas, la disgregan.
Pugnas son que, si interiores,
se libran con gran crudeza,
las que el alma y las pasiones,
dirimen en la conciencia.
Mala cosa esta de ser
juez y parte en la contienda,
escenario del delito,
tribunal, banquillo y celda.
II
Siente María el amor
bullir con efervescencia,
en la profunda prisión
celada por níveas rejas.
Mas no sabe cómo y cuándo
expirará su condena,
ni quién portará la llave
que abrirá la férrea puerta.
Lo que sabe, sin saberlo,
investida de certeza,
es que esta noche del alma
en la que vaga sin tregua,
este presidio nocturno
al que su vida asemeja,
dará paso a un nuevo día
de luz clara, pura e intensa:
de preguntas contestadas
y de dudas ya resueltas;
de pasiones contenidas
que en sosiego se resuelvan;
de un amor que libre brote
--la prisión ya fuente vuelta;
venero, por fin, el pecho
de un caudal de dicha inmensa--,
y brotando fertilice
aire, fuego, agua y tierra;
de vida toda entusiasmo,
de misión segura y cierta,
de un destino luminoso
fundado en piedad y entrega,
que, surgiendo de las sombras,
sólo luz y llama sea.
María todo esto sabe,
y siente que ya está cerca
el día tan esperado
en que el que ha de venir, venga.
III
Del desierto sale un hombre
pletórico de riquezas;
simple túnica y sandalias
son sus solas pertenencias.
Todo el orbe en la mirada,
todo el cielo en su conciencia;
dicen que nació en pesebre
quien sobre los reyes reina.
Avanza, paso seguro,
a encontrarse en Galilea
con quien, heraldo, le anuncia
sin conocerlo siquiera.
Es Palestina un enclave
donde abundan los profetas,
donde se esperan mesías
que al parecer nunca llegan.
Mas, quien bautiza con agua,
asegura su presencia
inminente, pues presiente
en el ambiente sus huellas.
Llegado el día aparece
quien bebió de las arenas,
manantial de la Palabra,
él mismo hontanar y aceña,
y al Bautista pidió el agua
con que ungirse las creencias
que en el Libro de aquel pueblo
se recogen y condensan.
No viene a romper con todo
sino a unir verdad dispersa,
en un mensaje de amor
y de paz, que a Dios revela.
Hijo del Hombre, proclama
su divinidad paterna,
que es la suya y la de todos
los que su Palabra atiendan.
El Bautista reconoce
en él la naturaleza
de quien bautiza con agua
que es vida imperecedera.
Día éste en que, glorioso,
el ministerio comienza
del que pretende traer
al mundo conciencia nueva.
IV
En casa de un fariseo-
está sentado a la mesa
aquel que opera milagros
por dar de Dios buena prueba;
aquel mismo que predica,
y con sus actos refrenda,
que el amor es mandamiento
que sobre todos gobierna:
amor a Dios y a los hombres
--quienes comparten esencia--,
y a todas las criaturas
que son, de Dios, la materia.
María cuando lo ve,
y en sus ojos se refleja,
sabe llegada la hora
en que su noche amanezca;
y a sus pies, pronta, se arroja,
y de bálsamo los riega
secándolos con mechones
de su propia cabellera.
Lo que tanto presentía,
aquello que tanto sueña,
se convierte en realidad:
¡por fin se acabó la espera!
Aquellos pies que bendice,
acaricia, mira y besa,
conducirán ya sus pasos
hacia una luz que es eterna.
(Poco importa que una cruz,
alevosa y truculenta,
intente apagar el faro
que a un tal destino orienta,
pues ella misma será
señal, símbolo y emblema
que ha de mostrar el camino
a todo aquél que lo quiera).
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GALERÍA
María Magdalena. Iconografía 5
(1650-Actualidad)
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María Magdalena. Giovan Gioseffo Dal Sole (1654-1719)
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María Magdalena. Giovan Gioseffo Dal Sole (1654-1719)
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María Magdalena. Francesco Trevisani (1658-1746)
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Magdalena Penitente. Francesco Trevisani (1658-1746)
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Magdalene Penitent. Victor Honoré Janssens (1658-1736)
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Magdalena Penitente. Willem Van Mieris (1662-1747)
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The Repentant Magdalene. Pieter van der Werff (1665-1722)
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Magdalena Penitente. Donato Creti (1671-1749)
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Frans Bartholomeus Douven (1688-1726)
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Maria Magdalena Penitente. Marcantonio Franceschini (1700-05)
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The Penitent Magdalen. Corrado Giaquinto (1703-1766)
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Magdalena en una cueva. Pompeo Battoni (1708-1787)
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Magdalena en una cueva. Anton Raphael Mengs (1728-1778)
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Magdalena Penitente. Anton Raphael Mengs (1728-1779)
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Magdalena Penitente. William Etty (1787-1849)
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Magdalena penitente. Francesco Hayez (1791-1882) (1)
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Santa María Maddalena penitente. Francesco Hayez (1791-1882) (2)
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Magdalena penitente. Francesco Hayez (1791-1882) (3)
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Noli Me Tangere. Alexander Ivanov (1806-1858)
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Magdalena en el desierto. Honoré Daumier (1808-1879)
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María Magdalena. John Rogers Herbet (1810-1890)
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Magdalene Penitent. Josef Neugebauer (1810-1895)
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Magdalena. Georges Tattaresku (1820-1894)
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St. Mary Magdalene in the Cave. Hugues Merle (1823-1881)
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Marie Madeleine. Alfred Stevens (1823-1906)
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Magdalena en el desierto. Puvis de Chavanes (1824-1898)
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Magdalene Penitente. Pierre Puvis de Chavannes (1824-1898)
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Magdalena Penitente. Arnold Böcklin (1827-1901)
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Magdalena Penitente. Arnold Böcklin (1827-1901)
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Mary Magdalene. Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)
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Magdalene. Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)
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Mary Magdalene. Anthony Frederick Augustus Sandys (1829-1904)
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Mary Magdalene. Anthony Frederick Augustus Sandys (1829-1904)
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Liseuse (Marie Madeleine). Jean Jacques Henner (1829-1905)
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Madeleine en Pleurs. Jean Jacques Henner (1825-1905)
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Madeleine en Pleurs. Jean Jacques Henner (1825-1905)
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Madeleine en Pleurs. Jean Jacques Henner (1825-1905)
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Madeleine en Pleurs. Jean Jacques Henner (1825-1905)
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Madeleine en Pleurs. Jean Jacques Henner (1825-1905)
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Madeleine en Pleurs. Jean Jacques Henner (1825-1905)
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Madeleine Penitente. Jean Jacques Henner (1825-1905)
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Maria Magdalena antes de la Conversión. James Tissot (1836-1902)
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María Magdalena con el tarro de valioso ungüento. James Tissot (1836-1902)
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Magdalena arrepentida. James Tissot (1836-1902)
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María Magdalena en el desierto. Emmanuel Benner (1836-1896)
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Mary Magdalene in the cave. Joseph Jules Lefebvre (1836-1911)
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María Magdalena. Sir Lawrence Alma-Tadema (1836-1912)
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Cristo y los pecadores (primer encuentro con María Magdalena). Henryk Siemiradki (1843-1902)
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La Madelaine. Adolphe Lalire (1848-1933)
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Santa María Magdalena en la casa de Simon el Fariseo. Jean Beraud (1849-1935)
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Magdalena en penitencia. Valenzuela Puelma (1856-1909)
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Magdalena Penitente. Hans Heyerdahl (1857-1913)
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María Magdalena. Hans Heyerdahl (1857-1913)
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María Magdalena. Julio Romero de Torres (1874-1930)
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Magdalene. Frank Herbert Mason (1875-1965)
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Maria Magdalina. Julia Bekhova (1964- )
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María Magdalena. Alexander Seliverstov (2010)
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APÉNDICE MUSICAL
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APÉNDICE MUSICAL
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