De Luz, en las Horas Peregrinas,
los tañidos son destellos;
los Pasos, en las Cuerdas de la Vida,
pulsan rítmicos arpegios.
De los Caminos y sus historias
...¿Es posible contar las estrellas del cielo? ¿Los granos de arena del desierto? ¿Las gotas de lluvia? ¿Las olas del mar? Igualmente imposible es dar cuenta de todas las historias surgidas a la vera de los caminos, adheridas a las desgastadas suelas de los peregrinos que los transitan, suscitadas por la fe y transportadas por el tiempo. Muchos son los caminos que el ser humano ha seguido desde que comenzó la búsqueda incansable de sí mismo. Leguas y leguas ya recorridas salvando valles y montañas, cruzando impenetrables bosques y caudalosos ríos, saliendo de unos y otros renovado, sin aún haber logrado dar consigo, siempre hurtado. Cuando un horizonte se hoya, revelando la fatal ausencia, los ojos de nuevo peregrinan hacia otro conduciendo los infatigables pasos en su pos. Innumerables, pues, los caminos, innumerables quienes los transitan, innumerables las historias que a su vera florecen, sembradas por la imaginación unas veces, por el interés otras y algunas más por la buena o la mala fe. Elegimos una de esas trochas en la que confluyen todos estos orígenes, todas estas diversas --y, a veces, antagónicas-- condiciones. Su itinerario está escrito en la estrellas (como tantos; original e inmutable mapa para no perderse), y coincide con el reguero de ellas condensadas entorno al diámetro mayor de nuestra galaxia, allí donde la espiral dibuja su sin-fin en el espacio ilimitado. Estoy hablando, como ya se habrá deducido, del Camino de Santiago. Su misma creación (pues es un camino creado sobre los caminos) ya participa, como toda creación que se precie, de lo fantástico y milagroso recubriendo, con su maravillosa pátina de intocable sinrazón, intereses más espurios. Ante tan singular fundamento no es de extrañar que se haya procedido a dotar de una cimentación igualmente fantástica la serpenteante calzada: habría de sobrevivir al paso de los siglos. Este origen es contado en un documento único escrito en la baja Edad Media, en el primer tercio del siglo XII, a instigación del Papa Calixto II, de quien tomaría el nombre.El Codex Calixtinus es un documento único por varias razones: porque en su Libro V y último --el más conocido-- se describe la primera guía de viajes del mundo occidental: la Guía del Peregrino a Santiago de Compostela; porque en él, en sus Libros III y IV (Traslación del Cuerpo [del Santo] a Santiago, Conquistas de Carlomagno) se construye una coartada perfecta para dar carta de naturaleza a la más increíble superchería y, no obstante, acabar siendo sancionada por el éxito más incontestable; porque en su Libro II (Libro de los Milagros) y en su Apéndice II se da cumplida relación de una colección de prodigios que, muchos de ellos, en nada tiene que envidiar (salvo en la extensión y lo más austero del lenguaje) las maravillas descritas en las Mil y Una Noches; porque en su Apéndice I reúne un ramillete de composiciones polifónicas que constituyen un incomparable panorama musical sacro de aquel tiempo. Documento astuto e inteligente donde se combina lo real con lo irreal, lo mundano con lo divino, lo sacro con lo pagano (en necesario contrapunto), con el fin de llegar a todas las conciencias concitándolas contra el enemigo, entonces, común: el Islam, quien amenazaba las fronteras meridionales del entonces Imperio Carolingio (ya Sacro Imperio Romano Germánico cuando se escribiera el Codex). Y lo consiguió. Las huestes sarracenas serían detenidas en la frontera natural que suponen los Montes de Fuego (Pirineos). Y no sólo eso, sino que sería banderín de enganche y motor, y estandarte milagrosamente enarbolado por el santo, para la Reconquista de la península ibérica tras ocho siglos de morar en ella los seguidores de la Media Luna. No ha de extrañar, por tanto, que la viva y calenturienta imaginación de aquellas gentes acosadas por el oscurantismo y la superstición, por la peste y la condenación, recreara, inventara, adulterara, exagerara y archivara todo tipo de leyendas, fuesen o no de dudosa certidumbre. Todo valía para consolidar el firme de tan necesaria Calzada.
De este acerbo legendario extraigo algunos ejemplos que de seguido relataré. Entre ellos, algunos de los milagros consignados en el Códex; otros, escuchados en el mismo Camino. Pues que quien esto cuenta lo ha pateado más de una vez, dialogando, mientras lo hacía (al tiempo que porteaba, en diferentes proporciones, mochila, ilusión y pesadumbre), con piedras, plantas y nubes.
Historias del Camino
...En tres dividiría yo los ámbitos del Camino, del Camino Francés en España, me refiero, el primero, más popular y principal (el que describe Aymeric Picaud en su Guía del Peregrino, en el Codex Calixtinus) de los tres que andando la Edad Media serían seguidos tanto por peregrinos impulsados por la fe, como por reos persiguiendo indulgencia o simples curiosos tras experiencias y aventura, el que entrando en España por una doble vía, Somport y Roncesvalles, y tras confluir en Puente la Reina, busca en Poniente la puesta del sol allende el horizonte de Finisterre (los otros dos ramales o Caminos serían: el Del Norte que penetrando desde Francia por Bayona transcurre vecino a la costa cantábrica hasta enlazar en Arzúa con el principal, y el De la Plata, bastante posterior a los dos anteriores, que desde el Sur conecta Sevilla con el Camino Francés en Astorga). Camino que, por cierto, transcurre, como ya se apuntó más arriba, sobre caminos ya trazados, entre ellos alguna calzada romana, y, sobre todo, las sendas holladas por las diversas corrientes migratorias germánicas que en sucesivas oleadas, procedentes del centro de Europa, siguieron precisamente el cíclico recorrido que el sol traza en el firmamento. Así es como aquellas gentes adoradoras del roble y el muérdago, que no temían a nada salvo que el cielo se les cayera encima, llegaron a ese extremo continental donde el Astro Rey acababa por zambullirse, día tras día, en un ignoto y amenazador océano. Eso fue casi dos mil años antes de nuestra Era. Fueron los primeros celtas que se instalaron y poblaron aquella tierra que los romanos llamaran Gallaecia, latinismo del más arcano topónimo cético Kalekói (καλλαικoι). Después vendrían más que, sumados a los anteriores, sembrarían tan profundamente sus creencias y sus costumbres que su cosecha aún perdura.
Pues bien, estábamos en que tres ámbitos pueden ser diferenciados en el Camino Francés español, tres ámbitos íntimamente fundidos con la naturaleza presente en la orografía que recorre: en el inicio la zona montañosa de los Pirineos, hasta llegar a Pamplona; en la parte central, el mesetario y austero, de planicies interminables tachonadas por algún rocoso macizo calcáreo; y el final, también montañoso, en que las sierras de Los Ancares y El Caurel se imbrican sin solución de continuidad. A estos tres quizá se debería añadir, última expresión del Camino pronto ya a resolverse en tumba --del santo en la tierra, y del sol en el mar-- que es promesa de renacimiento, resonancia y eco de un pasado siempre presente trasudando ubicuo a cada paso, un cuarto ámbito netamente mágico e inherente al celtismo galaico: sus bosques, sus castros y sus gentes, donde uno, cuando allí se sumerge, parece encontrarse en un trasunto de la Tierra Media Tolkieniana.
Las historias legendarias circulan, pues, por este Camino acomodando su origen y carácter a este triple ámbito, como en seguida veremos. Pero antes, un repaso a las historias milagrosas que cimentaron las que, sobre ellas, se irían acumulando después, levantando así, poco a poco, historia a historia, un monumento a lo prodigioso, tan caro --y necesario-- al ser humano.
Dentro de los milagros como Dios manda, podemos referir al reseñado en el Capítulo III, en que el Apóstol, ejerciendo de taumaturgo, devuelve a la vida a un niño, arrebatándoselo al dominio de los muertos, en los Montes de Oca; o aquel otro narrado en el Capítulo IV, que supone poderes de teletransportación, y por el que treinta lorenses y un muerto (no se sabe si lorense, también) son transportados en una noche desde el imponente e iracundo monte Cize (Ibañeta, puerta de entrada pirenáica al territorio de navarros y bascones, y donde se levanta, celosa y vigilante, la cruz de Carlomagno) hasta su monasterio; especial atención nos merece el relatado en el Capítulo VI, donde el Apóstol nos dará muestra de gran paciencia (pero también sadismo) al sostener por los talones a un ajusticiado en la horca durante treinta y seis días, salvándolo así de la muerte; más evocador de verneana facundia nos parecerá el del marinero frisón rescatado por el Apóstol del fondo del mar con su armadura, casco y escudo, adelantando así lo que serán las futuras escafandras (y anunciando al futuro Nemo); otro caso de teletransportación oficiada por el Apóstol lo tenemos en el Capítulo XI donde un tal Bernardo será extraído de la cárcel a través de los muros y las rejas, no sabemos si por un proceso de desintegración molecular u otro de sublimación de la materia; más entrañable y peregrino, que entronizaría símbolo y emblema del santo, es el que cuenta cómo sanó de su enfermedad un caballero al solo contacto de una venera (allí se cuenta que fue por el toque de una concha, pero para evitar malos entendidos y/o cierta rijosidad picarona en las australes tierras americanas, prefiero utilizar el sinónimo que es, por otra parte, más propio), esto tuvo lugar en Apulia, Italia, y está narrado en el Capítulo XII; en el Capítulo XVI, más elaborado, avalado por San Anselmo, Arzobispo de Canterbury, se nos informa de un complejo caso de recompensa providencial, por un lado, y de expulsión de demonios, por otro, obra del Apóstol en la persona de un caballero que ayudó con el hatillo a una peregrina y descabalgó para subir a su montura a un mendigo enfermo, todo lo cual ejemplifica el cómo debe de ser la conciencia y el talante del peregrino, pues que éste en recompensa a sus buenas acciones se verá libre de los demonios que quieren abducirlo; igualmente elaborado, e igualmente avalado por el Arzobispo de Canterbury, es el consignado en el capítulo siguiente, el XVII, en el que un peregrino llevado hasta el extremo por su amor al Apóstol se mató a instancias de éste (quien no era tal sino el diablo travestido, que aprovechando un pecadillo de coyunda propio de incontinencia juvenil, logró estafarlo y arrebatarlo el alma), siendo devuelto a la vida por intersección del Santo ante la Madre de Dios; la capacidad taumatúrgica del Ápostol es la índole del descrito en el Capítulo XX, en el que inviste la piel de Guillermo, un justo caballero infausto al que se pretendía ejecutar por degüello, de invulnerabilidad ante la espada del verdugo, que no podrá hendirla; y, por último, ejemplar donde los haya, el caso del varón Guiberto, caballero de Borgoña, quien lisiado desde los catorce años, y tras peregrinar trabajosamente al santo sepulcro, se vio libre de su mal mientras reposaba en el Hospital de Peregrinos anexo a la Iglesia donde se guarda el cuerpo del Santo.
Todos los milagros incluidos en este Liber Miraculi siguen un plan escrupulosamente trazado para animar e inducir a los creyentes a seguir aquel camino de peregrinaje; para lo cual necesario era dejarlo completamente expedito y a salvo de las incursiones sarracenas (moabitas). Otra vez la cruz en ayuda de la espada, o erigiéndose brazo articulado que la blande. Una vez más, el tufillo de la cruzada; al fin y al cabo lo que el avisado de Calixto II pretendía era crear una alternativa a Jerusalén, en poder de las huestes de Saladino. El Camino de Santiago podría catalogarse, pues, como cruzada encubierta permanente, insidiosa, donde no se buscaría la derrota militar del infiel sino impulsar y dar soporte a la fe y las motivaciones del fiel.
Pues bien, estábamos en que tres ámbitos pueden ser diferenciados en el Camino Francés español, tres ámbitos íntimamente fundidos con la naturaleza presente en la orografía que recorre: en el inicio la zona montañosa de los Pirineos, hasta llegar a Pamplona; en la parte central, el mesetario y austero, de planicies interminables tachonadas por algún rocoso macizo calcáreo; y el final, también montañoso, en que las sierras de Los Ancares y El Caurel se imbrican sin solución de continuidad. A estos tres quizá se debería añadir, última expresión del Camino pronto ya a resolverse en tumba --del santo en la tierra, y del sol en el mar-- que es promesa de renacimiento, resonancia y eco de un pasado siempre presente trasudando ubicuo a cada paso, un cuarto ámbito netamente mágico e inherente al celtismo galaico: sus bosques, sus castros y sus gentes, donde uno, cuando allí se sumerge, parece encontrarse en un trasunto de la Tierra Media Tolkieniana.
Las historias legendarias circulan, pues, por este Camino acomodando su origen y carácter a este triple ámbito, como en seguida veremos. Pero antes, un repaso a las historias milagrosas que cimentaron las que, sobre ellas, se irían acumulando después, levantando así, poco a poco, historia a historia, un monumento a lo prodigioso, tan caro --y necesario-- al ser humano.
De miraculi sancti Jacobi
...Los Milagros consignados en el Codex vienen avalados, disparmente, por algunos eruditos de entonces (Anselmo de Canterbury avalará dos; Beda el Venerable, uno; y Mizer Huberto, otro) pero, sobre todo, por el sello papal, y la voluntad calculadora, de Calixto II (los dieciocho restantes). Los hay de poca enjundia, en los que cabe dudar sobre la necesidad de ser atribuidos a intervención milagrosa; y los hay, como Dios manda, prodigiosos e increíbles. Entre los primeros, milagrillos de andar por casa en los que cabe suponer poco esfuerzo al santo, está el caso narrado en el Capítulo I del mencionado II Libro del Codex: la liberación, por parte del Apóstol Santiago (en adelante El Apóstol), de veinte hombres que sufrían cautiverio en poder de los moabitas (estirpe incestuosa de Lot, y, por tanto, parece ser, emparentada con los infieles); o el reseñado en el Capítulo II, en que se da cuenta de cómo le fue borrada, por disposición divina, la mención de un pecado a un hombre sobre el mismísimo altar de Santiago; o el que refiere el Capítulo VIII sobre un obispo salvado del mar, quien agradecido compondría un responsorio en honor y deogratias al santo; o el del Capítulo IX que nos cuenta cómo el Apóstol dio poder a un soldado de Tabaria (Galilea, Palestina) para vencer a los turcos, además de librarlo de la enfermedad y de la cólera del mar; o ese bien humilde milagro que supuso el sostener por la nuca a un peregrino caído al mar, por más que el sostén lo aplicara durante tres días hasta llevarlo a puerto sano y salvo, narrado en el Capítulo X; y mucho menos creíble, como milagro, es el que cuenta el Capítulo XIV, pues allí se asegura necesaria la intervención del santo para librar a un negociante de la cárcel (¿?); o, por último, ese otro tan mecánico, en que el santo actuaría de cerrajero abriendo las puertas de hierro de su oratorio al piadoso conde de San Gil. Todos estos hechos, si considerados milagros por la forma en que pudieran llevarse a cabo, no lo son de forma absoluta, pues bien pudieran atribuirse a causas naturales o conocidas, que el imaginarium papal (interesado), juzgó oportuno asignar al cómputo de la intervención del santo.Dentro de los milagros como Dios manda, podemos referir al reseñado en el Capítulo III, en que el Apóstol, ejerciendo de taumaturgo, devuelve a la vida a un niño, arrebatándoselo al dominio de los muertos, en los Montes de Oca; o aquel otro narrado en el Capítulo IV, que supone poderes de teletransportación, y por el que treinta lorenses y un muerto (no se sabe si lorense, también) son transportados en una noche desde el imponente e iracundo monte Cize (Ibañeta, puerta de entrada pirenáica al territorio de navarros y bascones, y donde se levanta, celosa y vigilante, la cruz de Carlomagno) hasta su monasterio; especial atención nos merece el relatado en el Capítulo VI, donde el Apóstol nos dará muestra de gran paciencia (pero también sadismo) al sostener por los talones a un ajusticiado en la horca durante treinta y seis días, salvándolo así de la muerte; más evocador de verneana facundia nos parecerá el del marinero frisón rescatado por el Apóstol del fondo del mar con su armadura, casco y escudo, adelantando así lo que serán las futuras escafandras (y anunciando al futuro Nemo); otro caso de teletransportación oficiada por el Apóstol lo tenemos en el Capítulo XI donde un tal Bernardo será extraído de la cárcel a través de los muros y las rejas, no sabemos si por un proceso de desintegración molecular u otro de sublimación de la materia; más entrañable y peregrino, que entronizaría símbolo y emblema del santo, es el que cuenta cómo sanó de su enfermedad un caballero al solo contacto de una venera (allí se cuenta que fue por el toque de una concha, pero para evitar malos entendidos y/o cierta rijosidad picarona en las australes tierras americanas, prefiero utilizar el sinónimo que es, por otra parte, más propio), esto tuvo lugar en Apulia, Italia, y está narrado en el Capítulo XII; en el Capítulo XVI, más elaborado, avalado por San Anselmo, Arzobispo de Canterbury, se nos informa de un complejo caso de recompensa providencial, por un lado, y de expulsión de demonios, por otro, obra del Apóstol en la persona de un caballero que ayudó con el hatillo a una peregrina y descabalgó para subir a su montura a un mendigo enfermo, todo lo cual ejemplifica el cómo debe de ser la conciencia y el talante del peregrino, pues que éste en recompensa a sus buenas acciones se verá libre de los demonios que quieren abducirlo; igualmente elaborado, e igualmente avalado por el Arzobispo de Canterbury, es el consignado en el capítulo siguiente, el XVII, en el que un peregrino llevado hasta el extremo por su amor al Apóstol se mató a instancias de éste (quien no era tal sino el diablo travestido, que aprovechando un pecadillo de coyunda propio de incontinencia juvenil, logró estafarlo y arrebatarlo el alma), siendo devuelto a la vida por intersección del Santo ante la Madre de Dios; la capacidad taumatúrgica del Ápostol es la índole del descrito en el Capítulo XX, en el que inviste la piel de Guillermo, un justo caballero infausto al que se pretendía ejecutar por degüello, de invulnerabilidad ante la espada del verdugo, que no podrá hendirla; y, por último, ejemplar donde los haya, el caso del varón Guiberto, caballero de Borgoña, quien lisiado desde los catorce años, y tras peregrinar trabajosamente al santo sepulcro, se vio libre de su mal mientras reposaba en el Hospital de Peregrinos anexo a la Iglesia donde se guarda el cuerpo del Santo.
Todos los milagros incluidos en este Liber Miraculi siguen un plan escrupulosamente trazado para animar e inducir a los creyentes a seguir aquel camino de peregrinaje; para lo cual necesario era dejarlo completamente expedito y a salvo de las incursiones sarracenas (moabitas). Otra vez la cruz en ayuda de la espada, o erigiéndose brazo articulado que la blande. Una vez más, el tufillo de la cruzada; al fin y al cabo lo que el avisado de Calixto II pretendía era crear una alternativa a Jerusalén, en poder de las huestes de Saladino. El Camino de Santiago podría catalogarse, pues, como cruzada encubierta permanente, insidiosa, donde no se buscaría la derrota militar del infiel sino impulsar y dar soporte a la fe y las motivaciones del fiel.
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El Paso de Roldán
...Hay un lugar señalado por una losa de granito en lo más profundo del profundo bosque pirenaico, en la vertiente hispana de la cordillera levantada en túmulo sobre el cuerpo yacente de la princesa Pirene por su amante Hércules, que la costumbre y la imaginación han dado en llamar el Paso de Roldán. Hay más Pasos repartidos entre Roncesvalles y Mezkiritz que se atribuyen protagonismo como escenario de la gesta, pero éste al que me refiero, en las estribaciones del monte Erro, jalona el Camino --aquí apenas trocha-- que serpentea por la ladera entre robles, castaños, hayas y serbales. Esta losa granítica señala el susodicho paso que quedó así grabado en la retirada del héroe tras ser derrotado por vascones y navarros en la Batalla de Roncesvalles. El hecho está recogido en uno de los más famosos cantares de gesta galos: La Chanson de Roland, un poema de más de 4000 versos, pero allí, en el poema, se cambia la historia por leyenda interesada (otra vez). En lugar de aguerridos y justicieros vasco-navarros vengándose del saqueo de Pamplona por un joven Carlomagno (quienes atacarían su retaguardia cuando éste hubo de retirarse hacia Francia para defenderla de un ataque sajón), la leyenda coloca a numerosas y fieras huestes sarracenas; en lugar de una simple escaramuza, en la que unos lugareños emboscan a la comitiva de cierre de las tropas imperiales, comandada por el conde de Bretaña, Roldán (Roland en galo), y algunos nobles más, el Cantar describe una impresionante y desigual batalla, en la que el héroe, junto con los Doce Pares de Francia (¿es gratuita la analogía con los Doce Apóstoles?), defiende denodadamente, cual Leónidas y su batallón de espartanos, el paso del desfiladero pirenaico de Roncesvalles ante los susodichos sarracenos, para dar tiempo a su rey y señor, Carlomagno (que el poema, a la sazón, convierte sin fundamento en tío suyo), a salir de tierra tan indómita. En esa leyenda se dice, incluso, que es gracias a esta desesperada y heroica gesta de Roldán que los infieles desistieron de traspasar los Pirineos.
Lo que sí es cierto es que al pasar por aquellas oscuras y frondosas sendas, y pisar la ya repulida losa de más de dos metros de largo que representa la memoria de aquel hecho, uno no deja de sentir la posibilidad y plausibilidad que encierran historias como ésta. Como si uno, a pesar de saber que no son ciertas (no al menos tal y como se cuentan), sintiera que merecerían serlo; y, sobre todo, que quien aquellas umbrías laderas hoya se cree merecedor de pisar donde el héroe --el legendario-- pisara, o recostarse donde, quizá, allí mismo, el héroe se recostara, víctima ya de herida fatal, mientras a su lado, mellada y rota yaciera Durandarte, y él, en un último y desesperado intento, mezcla de llamada y rugido amenazante, hiciera sonar el labrado olifante. Uno hasta parece oírlo aún en la memoria del aire. Es algo que impresiona, por más escéptico que se sea. Como si aquellos árboles fuesen parte del alma de los héroes caídos. Aunque nunca hubieran estado allí, solamente el que exista una historia, una leyenda, que allí los coloque, engarzadas sus ejemplares hazañas a los bosques y las peñas, es suficiente, nuestra imaginación hará el resto. Como me gusta a mí decir: uno cree en lo que necesita creer, no en lo que debería creer.
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GALERÍA
Les Très Riches Heures du Duc de Berry (1)
(Le roi des manuscrits enluminés)
Hermanos Limbourg
(Le roi des manuscrits enluminés)
Hermanos Limbourg
Gebroeders van Limbourg (Herman, Paul and Johan)
(1385-1416)
Labors of the Monts
Enero: Escena de Banquete - Febrero: Escena de campesinos en la granja - Marzo: Campesinos trabajando en un Feudo
Abril: Cortesanos en los terrenos del castillo - Mayo: Celebración de mayo cerca de Reims, Auvergne - Junio: Siega del Heno
Julio: Cosecha y pastores esquilando - Agosto: De caza con halcón - Septiembre: Vendimia
Octubre: Siembra del grano de invierno - Noviembre: Cebo de los cerdos con bellotas - Diciembre: Caza del jabalí
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The Earl of Westmorland with His Twelve Children
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The Duke on a Journey
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The Departure de Jean de France, Duke de Berry
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The Horseman of the Death
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The Fall of the Rebel Angels
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The Fall and the Expulsion from Paradise
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The Paradise
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The Purgatory
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The Hell
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David Series
The Earl of Westmorland with His Twelve Children
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The Duke on a Journey
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The Departure de Jean de France, Duke de Berry
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The Horseman of the Death
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The Fall of the Rebel Angels
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The Fall and the Expulsion from Paradise
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The Paradise
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The Purgatory
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The Hell
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David Series
David's Victory
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David Plays the Arp
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David Entrust a Letter to Uriah - David and Nathan - Prayer of David
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The Penance of David
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The Building of the Jerusalem Temple - Prayer of David
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David foresee the coming of Christ
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David imagines Christ elevated above all others beings - David foresees the mystic marriage of Chrsit and the Church
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David foresees the preaching of the Apostles - David beseeches God against Evildoers
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The Three Hebrews Cast into the Fiery Furnace - The Ark of God Carried into the Temple
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Psalms
VII - VI - XXI
XXIV - XXVI - XXXVII
XXXIX - XLI - XLII
LVI - LXIV - LXVIII
CXXV - CXIX - CXXVI
CXXVII - CXXVIII - CXXX
CXXXVII - CXLII - CXLV
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APÉNDICE MUSICAL
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David Plays the Arp
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David Entrust a Letter to Uriah - David and Nathan - Prayer of David
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The Penance of David
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The Building of the Jerusalem Temple - Prayer of David
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David foresee the coming of Christ
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David imagines Christ elevated above all others beings - David foresees the mystic marriage of Chrsit and the Church
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David foresees the preaching of the Apostles - David beseeches God against Evildoers
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The Three Hebrews Cast into the Fiery Furnace - The Ark of God Carried into the Temple
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Psalms
VII - VI - XXI
XXIV - XXVI - XXXVII
XXXIX - XLI - XLII
LVI - LXIV - LXVIII
CXXV - CXIX - CXXVI
CXXVII - CXXVIII - CXXX
CXXXVII - CXLII - CXLV
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APÉNDICE MUSICAL
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