sábado, 18 de mayo de 2013

Los Duendes insólitos (1) - GALERÍA: Carlos Schwabe (1)






Los DUENDES INSÓLITOS

I
.....Aún no clareaba el día cuando el temido toc-cum lo despertó. Era este un ruido sordo y retumbante que en el silencio de la madrugada resonaba amplificado, como si el corazón del tiempo, precediendo al toque de diana del gallo, de repente, dejara oír su insistente latido: toc-cum... toc-cum... toc-cum... Contrariado, se dio la vuelta entre la acogedora calidez de las sábanas buscando retornar al seno del sueño... toc-cum... toc-cum... toc-cum... Tarea imposible, el suspendido hálito de morfeo ya no volvería. Máxime cuando a los toc-cum reiterados les siguieron otros ruidos menos cadenciosos y más chirriantes, como si ese corazón  temporal padeciera todo tipo de soplos, arritmias y horrísonas sibilancias. No sucedía todos los días, pero sí con desesperante frecuencia; excesiva, para ser calificada como accidental. Demasiado temprano para levantarse y demasiado contrariado para volver a conciliar el sueño, solía, en estos casos, realizar todo tipo de mecanismos y estrategias de relajación, que indefectiblemente estaban condenadas al fracaso. Lo que hasta cierto punto lograba distraerlo era maquinar mil y una maneras de cumplida y, sobre todo, justa venganza. Él mismo acababa sonriéndose ante las ocurrencias que a esas horas una mente, expulsada del descanso reparador, puede elucubrar. Sobre todo teniendo en cuenta que sus vecinos de arriba --el objetivo de sus vengativas elucubraciones--, eran dos ancianos, como quien dice, ya enajenados de la vida.

.....Matrimonio atrabiliario, él era un hombre de mediana estatura, que antaño tuviera robusta complexión y ahora parecía mermado, como encogido --sus chaquetas de hombros caídos, desmesurado corte y mangas largas así lo daban a entender--, con escasa cabellera plateada ocupando sus temporales y calvo en su zona parietal, caminaba algo encorvado con ayuda de un bastón, cuya punta de goma, ya gastada, había perdido su poder amortiguador --y que, como ya se habrá deducido, protagonizaba el "toc" con que el anciano anunciaba el "cum" con que el pie cojo se dejaba caer en el piso. Ella, su mujer, era de menudo tamaño, más recogida que enodrida, espástica más que nerviosa, que se desplazaba a pasitos cortos y apresurados, de orientación errática, llevaba una descuidada melena corta del color de la plata sin bruñir; posiblemente, como su marido, andaba ya vecina de los noventa. Hacían una pareja singular, una de esas extrañas asociaciaciones que suelen contemplarse con harta frecuencia en el tejido variopinto de la comunidad de los humanos.

.....Nuestro héroe nunca se cruzaba con ellos. Pese a tener que aguantar diariamente sus traqueteos y ruidoso deambular, parecía que alguna suerte de caprichoso azar evitaba el encuentro, ya fuese en el privado portal, ascensor o escalera, o en la pública calle. Sólo en una ocasión, y eso fue antes de saber que eran ellos los responsables de su insomnio matinal y su martirio diario, se topó con ellos. Fue en el portal, él entraba en el edificio, y como casi siempre se dispuso a subir por la escalera los tres pisos que lo separaban de casa. Allí estaban ellos, estáticos, hieráticos de cara al ascensor, pero tan cerca que bien se podía pensar que estuvieren examinando sus puertas metálicas a la busca de algún tipo de organismo microscópico, o bien fueran dos niños castigados cara a la pared. Por supuesto que no sólo no contestaron al saludo que nuestro héroe les dedicó, sino que a éste le dio la impresión de no ser siquiera percibido. Al menos, nada en ellos lo dio a entender. Cuando supo que era aquella pareja la causa del martirio chino al que se veía sometido día a día, no le extrañó. Parecían funcionar como seres de economía energética corporal distribuida en dos polos: debían  alternar periodos de inactividad total (como la observada ante el ascensor) con un frenético pulular que compensara los tiempos de pausa (o viceversa, a los periodos de frenético pulular debíans seguirse necesariamente otros dedicados a la pausa total). Sólo que el pulular lo realizaban en el interior de su casa, y la inactividad la reservaba en sus escasas excursiones al exterior.


II
.....Era Domingo, pero les daba igual. Tras despertar a los gallos, se desplegó la consabida sinfonía de ruidosos sonidos: madera contra metal, percusión, y cuerda, mucha cuerda: no se sabía de dónde podían sacar ese derroche de energía. Había momentos en los que más parecían titanes escalando las laderas del Olimpo, desgajando árboles de cuajo y lanzando enormes piedras contra los dioses que allí, en lo alto, tenían su morada, que venerables y frágiles ancianitos deambulando por su casa. ¿Que si no estuvo tentado de subir y cantarles la cuarenta? En más de una ocasión lo hubiera hecho, sino fuera porque la panadera, aquella aún joven, delgada y amabilísima mujer rubia que como valor añadido regalaba constantemente halagos con el pan (¡hola, cariño! ¿Qué tal estás, guapo?), le había puesto al corriente de cuál era la circunstancia vital de aquellos dos. Parece ser que, como ocurre demasiadas veces, bajo una apariencia de suma modestia, casi pobreza, se ocultaba una riqueza no manifestada. Riqueza, eso sí, guardada a buen recaudo, como un tesoro escondido años ha del que ya no se recuerda la ubicación.

.....La viejecita, inquieta y espástica, estaba llena de achaques (como si la maquinaria, sometida a tal grado de frenética actividad, comenzara a fallar por varias partes a la vez), y el marido debía atenderla. A pesar de disponer de una situación económica más que holgada, no querían coger a nadie para que los atendiera. Tenían familiares, hijos, pero éstos tampoco querían saber nada de ellos (no estaba claro de dónde procedía el desapego: si por parte paterna o filial, pero el caso es que aquellos dos seres decrépitos estaban solos y enfermos, aunque hiperactivos). Además, el hombre, que había tenido un Bar en Segovia hasta que se jubiló (hacía de ello casi veinte años), estaba obsesionado con la limpieza. Todo su afán era levantarse pronto por la mañana (o de madrugada) y ponerse a limpiar. Unas veces someramente (el fragor era más liviano esos días), pero frecuentemente en profundidad (dado el traqueteo que se oía en el piso de abajo). Esto lo supo nuestro protagonista cuando puso en conocimiento de la Presidenta de la Comunidad su problema. Le informaría, la buena señora Presidenta, de que hacía tiempo ya les había transmitido la queja de algún otro vecino "lateral", y el anciano le habría respondido, de forma inconexa y errática, negando su culpabilidad --como lo haría un niño-- ante las acusaciones formuladas y defendiendo su celo higiénico. La misma señora Presidenta (una buena mujer de mediana edad), al volver del trabajo, de madrugada, cuando aún la noche es dueña de las calles, había constatado que en las ventanas correspondientes a la vivienda de los ancianos la luz encendida delataba actividad; actividad limpiadora, pues a veces los pillaba sacudiendo una alfombra o ventilando la casa.

.....Tal parecía que los dos viejecitos no aceptaran su decrepitud, y lucharan contra ella; cuanto más sentían el peso del tiempo aplastar sus frágiles cuerpos, más resistencia ofrecían. Esto lo dedujo nuestro torturado protagonista al comprobar, en carne lacerada propia, cómo el fragor había ido in crescendo en el último año, sobre todo en los últimos meses. Quizá la extraña pareja ya hubiera vislumbrado el reflejo de la guadaña asomar por su vida, e intentaba engañar a su portadora, demostrarle que aún no era la hora, que ellos, la extraña pareja, se sentían vitales, activos, enérgicos, para lo cual, como haría cualquiera que paseara por un bosque siniestro, metían todo el ruido posible para ahuyentar las alimañas; en este caso la alimaña que pretendían asustar tenía un nombre fatídico que no debía ser pronunciado.
.....Así pues, por un lado, torturado, molesto y contrariado; y, por el otro, compasivo, comprensivo e indulgente. Contradiós que no hacía sino aumentar su sensación de impotencia. No les deseaba la muerte (que le hubiera parecido compasiva), pero deseaba que se acabara cuanto antes aquella tortura diaría que no le dejaba concentrarse, y que le provocaba frecuentes dolores de cabeza (por falta de sueño suficientemente reparador y por tensión acumulada que le contraía el cuello y la espalda). Muchas veces salía a leer fuera de casa, caminaba hasta la playa o hasta la pinada (cada vez más exigua ante el imparable avance de la urbanización de la costa) y allí, con la sola banda sonora de las relajantes olas o el melódico canto de las aves, podía relajar su mente, sumergirse atentamente en la lectura, liberar los canales creativos que hacían que su imaginación se expresara de modo nítido y veraz, no mediatizada o condicionada.


III
.....A veces, también, pensaba que todo aquello no era sino una prueba (como si el mundo, la vida, estuviera tan pendiente de nosotros, fuera tan paternalista o juicioso/a que nos pusieran pruebas como parte de un itinerario de realización existencial), una prueba ante la que cabía esperar una reacción: ¿tolerancia? ¿estoicismo? ¿cambio de vida? ¿cambio de orientación, de ambiente, de lugar? Alguien, esa inteligencia a la que apela quien no cree en nada, quizá le estaba señalando el camino. Pudiera ser que aquellos ancianitos no eran sino unos enviados, el dedo indicador que imperativamente advertía: ¡vete! ¡reacciona! ¡cambia! Cada cual suele interpretar los acontecimientos de la forma que mejor le conviene, de la manera más acorde para su equilibrio, para su armonía, para su adecuada perviviencia; de aquí el porqué ante un mismo hecho surgen diversas interpretaciones: cada uno ve lo que quiere ver, y sostendrá su punto de vista con el argumentario que crea oportuno. Nuestro protagonista estaba frecuentemente tentado, pese a ser persona lúcida y nada supersticiosa (y en las ocasiones en que admitía alguna consideración agorera lo hacía más como juego costumbrista, como figura literaria, que viendo en ello un sentido determinista), a creer que fuerzas ocultas, misteriosas e inescrutables, gobiernan las acciones humanas, a pensar que lo irracional es más determinante en la vida del ser humano (y de todos los seres, por extensión, en quienes se pueda suponer inteligencia) que lo racional, lo reflexivo o lo voluntario; estaba convencido que las cosas no suceden casualmente (aunque tampoco tenía claro que fueran producto de la causalidad), sino como producto de una intrincada y compleja interrelación de causas y efectos, a veces colaterales, no lineales, y a veces aleatorios (mas en ese su ser aleatorio, sometido a leyes que sólo la vida conoce, y que el hombre nunca sabrá, aunque sí sea capaz de intuirlas).

.....El caso es que esta deducción, en la que hacía recaer la consecuencia de aquellos molestos vecinos en una señal providencial para que moviera el culo y saliera por fin del impasse en el que se hallaba desde hacía ya varios años, cobraba cada vez más fuerza. Uno tiende a confundir frecuentemente las causas y los efectos, dependiendo de si vaya o venga, de si se encuentra escalando hacia la cima o despeñándose hacia el abismo, de si replegándose con la bajamar o pujando con la pleamar. Pero lo cierto es que la relación entre causas y efectos es la misma que entre huevos y gallinas. Nuestro protagonista, de todas formas, por lucidez sabía que es siempre primero la gallina, pero la gallina debía tener un origen... No era creacionista, ergo se supone que debira ser darwinista, o, cuando menos, causalista; pero no. No creía en las teorías de causa-efecto, pero sí en la de interrelación. Nada sucede de forma gratuita --pensaba--, todo sucede por algo, solo que ese algo nos es desconocido en su mayor parte. Tampoco creía en el karma, por demasiado justiciero: la naturaleza no actúa así --volvía a pensar--, la naturaleza no tiene intencionalidad ninguna, es eminentemente creativa, amoral, prodigiosamente mecánica; si la naturaleza está dotada de una inteligencia (algo en lo que él creía), esa inteligencia no está sometida al imperio de ningún corazón, de ningún principio ético rector; la naturaleza, simplemente es, nada más. Pero en ese su ser, un intrincado sistema de relaciones hacen posible su eterna marcha hacia adelante, su creatividad infinita; sistema que él intuía. así mismo, variando a medida que progresaba, que se recreaba a sí mismo, como si se estuviera evaluando y retroalimentando continuamente.

.....Estaba claro que aquellos ancianitos, a quienes nuestro anónimo protagonista se imaginaba como duendes que la naturaleza habría enviado para impulsarlo y sacarlo de esa especie de enajenada ingravidez en la que flotaba, tenían una inconsciente misión muy concreta: salvarlo a él. Inconsciente, en tanto que en su ya gastada mente no podían siquiera imaginar que el vecino de abajo se hacía semejantes cábalas como resultado de su, para ellos, rutinaria e intrascendente, si ruidosa, actividad vital. Y misión, pues tal parecía ser, a ojos de nuestro sufrido protagonista, el carácter de su objetivo sobrevenido; una misión que de esa forma pertinaz, aunque para ellos inconsciente, llevaban a cabo con indudable y envidiable eficacia. Labor de zapa que paso a paso, toc-cum a toc-cum, trasteo a trasteo, estaba desarrollándose con elevadas probabilidades de alcanzar el éxito.

.....Debía salir de allí. La señal estaba clara, los designios del destino no podían ser más evidentes. La vida, su vida, como una instancia superior a su propia alma, atronaba sobre él, disgustada e indignada, lo martilleaba, lo zarandeaba, lo conminaba a salir de aquel ensimismamiento anonadador, y lo hacía encarnándose en aquellas dos almas inocentes que el destino puso en el piso de arriba, justo sobre el suyo. Luego estaba la estúpida excusa que nuestro héroe enarbolaba como una profunda justificación, muy poética ella, eso sí, pero que en fondo no escondía sino su impotencia para llevar una vida normal: el objetivo de mi existencia es sentir pasar la vida, y dar cuenta de ello, rezaba su lema. Valiente tontería. Claro, soltaba esa inconsistente memez --las pocas veces que lo hacía, pues sabía que no sería bien entendido, cuando no, directamente, malentendido-- y provocaba un más que significativo silencio. No sería demasiado aventurado adivinar qué tipo de reflexiones estarían detrás de esa, por otra parte cortés, por compasiva, callada por respuesta: tú problema es la pereza, amigo mío; o aún peor: tienes un morro que te lo pisas; menuda jeta le hecha el mozo... Él era consciente de estas reflexiones provocadas al hilo de su máxima existencial, parecía escucharlas al otro lado de la respetuosa reserva. Pero nada podía hacer para evitarlo, sino sentirse aún más impotente, y por ello, más seguro de que no hacía sino hacer caso a su más profundo sentir, a su naturaleza verdadera. Estuvo tentado muchas veces por obviar aquella voz que desde su interior parecía empujarlo a ese estado de activa contemplación, mas no pudo. Todo su afán era dar cuenta de la vida a través de su sentir. Podía dedicar horas y horas a una intensa labor prospectiva, creativa, expresiva, para que ese dar cuenta, adquiriera el carácter de lo bello. No era un problema de pereza, pues, eso estaba claro, sino de orientación existencial, de llamada, de eso que antaño de forma rimbombante, pero certera, se llamaba vocación. Había descubierto cuál era la suya --al menos eso creía-- y no estaba dispuesto a abandonarla. Sólo existía un pequeño problema: debía antender a las necesidades de subsistencia, y todo ese trabajo contemplativo-creativo no le resolvía esa cuestión, pues el producto, el fruto, de esa contemplación, de ese dar cuenta, no lo sometía al arbitrio del mercado, ni tan siquiera de la crítica. Daba cuenta de su existencia de manera gratuita. Toda aquella ingente labor prospectivo-creativa se podría decir, en el sentido más intrínseco y lato de la expresión, que la realizaba por amor al arte, por amor a la vida... no sometida a la servidumbrede lo necesario.
.....Pero los ancianitos, con su fragorosa e insospechada vitalidad, estaban poniendo en riesgo esa apuesta, esa labor, ese dar cuenta de la vida, pues su constante y machacona irrupción distorsionaba la exigida disposición vigilante para la contemplación y la tranquilidad precisa para la creación... ¿O no?

(continuará)

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GALERÍA



Carlos Schwabe
1866-1926

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Ange d'Esperance, 1895
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Les Champs Elysés (Elysian Fields)
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Les Champs Elysés
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Femme au Berceau Parmi les Fleurs ou la Parque, 1900
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Femme Lyre
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Femme Lyre
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The Lyrist
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La Femme au Luth
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Femme Tenant Lyre, 1905
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Fervaal (Poster)
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Fervaal
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Hommage à Charles Meunier
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Les Noces du Poéte avec la Muse ou L'Ideal
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La Passion
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Silence Intérieur
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Three Wise Virgins
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Printemps
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The Jade Ring
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La Vierge aux Lys, 1899
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La Vierge aux Lys, 1899
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La Vierge aux Lys
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Jour de Morts
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Le Destin, 1894
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Le Faune, 1923
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Lotte, 1908
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Lotte, 1908 .
Medusa, 1895
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Young Woman in Aesthetic Style Dress Holding a Sphere
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Poster of the First Rosicrucian Exposition, 1892
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Poster of the First Rosicrucian Exposition (Litographie), 1892 
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La Mort et le Fossoyeur (The Death of  the Grave-Digger), 1895
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Vierge aux Colombes
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La Douleur, 1893
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La Douleur, 1893
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L'Espoir levant l'Amour Blessé
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Maternity
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Série: Pelléas et Mélisande


Pelléas et Mélisande
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Pelléas et Mélisande
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Pelléas et Mélisande
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Pelléas et Mélisande
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