Los DUENDES INSÓLITOS
IV
.....Otras veces su apariencia tomaba la forma cuadrúpeda de nerviosos canes, de vociferantes cánidos que parecían advertirle que su presencia allí no era de su agrado, quizá que no era ni aconsejable. Como si se tratase de un extraño ser invadiendo un ámbito que le fuera impropio. No pocas veces uno de ellos, con pinta de acanelado y enjuto pastor ibicenco, lo sobresaltaba al subir o bajar las escaleras, como si quisiera someterlo a un tercer grado sorpresivo (él, pese a la presencia del joven y azorado dueño que con suaves palabras reprendía cariñosamente al puto chucho mientras lo sujetaba fuertemente por la correa, soltaba improperios y maldiciones mientras continuaba subiendo o bajando, con la misma ágil cadencia pero más alterado). Otras veces se cruzaba con verdaderas jaurías, pues más de un vecino alojaba a tres o más chuchos en su casa; se cruzaba con ellos en los largos corredores de cada piso, o en los ascensores, o en el portal, o saliendo o entrando al edificio......Miembros complementarios de las familias, gozaban, sin excepción, de un trato privilegiado. Eran, indefectiblemente, verdaderos reyes de sus casas: paseados todos los días, aseados periódicamente, bien alimentados (puede ser que incluso mejor que sus mismos dueños)... ¿Cómo dudar de que se trataba de verdaderos duendes tomando el control de las vidas de los míseros mortales a su cargo?. Algo que él no podía entender, que lo descorazonaba, haciéndole perder la fe en la especie humana, en su posición, como ser inteligente, en la cúspide de la pirámide evolutiva, era esa servil costumbre que obligaba a los "amos" (más bien siervos) a salir pertrechados de bolsas para recoger los excrementos que los peludos duendes tuvieran a bien depositar en la vía pública (los veía, en ocasiones, limpiarlos el culo como si fuesen bebés o meros congéneres impedidos). Esta actitud sólo podía ser entendible bajo el peregrino e incomprensible prisma de que unos seres, los perros, abducían la voluntad de otros seres, los humanos, para hacerse servir por ellos, compartir sus comidas, sus sofás y sus camas, en fin, su cariño, convirtiéndose en una más de sus preocupaciones, y no la menos importante... Uno más de la familia, vamos.
.....Pero él --nuestro protagonista-- sabía que no eran mascotas, nada de eso. Eran duendes, duendes despiadados que desde su apariencia irracional sometían a voluntad a aquellos seres racionales, logrando poner su razón --la de los humanos-- al servicio de sus intereses --los de los chuchos-duendes--, y que ahora mismo, en el momento relatado, lo acosaban a él, que se negaba a entrar en su juego, que nunca sería víctima de sus maquinaciones dominadoras, acusándolo de injerencia inadmisible --y peligrosa--, haciéndoselo saber mediante sus perpetuos y exasperantes ladridos (que sus amos soportaban como si se tratase de música celestial) o su insolente comportamiento llevando con correa de forma presumida a quienes decían --y creían-- ser sus amos. Lo acusaban a él diciéndole "estamos aquí"; y acusándolo le estaban trasmitiendo un mensaje: "márchate, no te queremos en nuestro espacio".
.....Los guaus inmisericordes lo tenían frito, pero también aquellos desplantes, aquella chulería y desparpajo inconscientes, aquel dominio, sobre todo aquel dominio, sobre mentes hechas para razonar que parecían haber perdido tan elevada capacidad, poniéndola al servicio de los brutos. ¿Habría algo de inconfesable debilidad en la capacidad de razonar? ¿Un déficit emotivo, quizás? ¿Una incapacidad vital de la razón para asumir la vida, para asumirla sin muletas que la ayudaran a superar la aparente invalidez que parecía a todas luces aquejarla?. Estas reflexiones le casuaban vergüenza, vergüenza ajena, aunque propia de la especie; algo que un can jamás sentiría y de ello parecía valerse.
.....Prefirió pensar en duendes; duendes enviados para rescatarlo, pensó. Pero no por medio de una labor de colaboración o de apoyo, sino intentando expulsarlo de su contemplativa actitud, de su conformista opción, de su resignada y estéril disposición --por más que volcada en una frenética actividad creativa, que no pasaba de ser un mero entretenimiento, y que en ningún momento estaba dotada de la entidad necesaria para ser considerada verdaderamente una obra, una obra que lo redimiera de una vida enajenada.
.....Sólo el fragor del tráfago rodado (que superaba con mucho los decibelios aconsejables y admisibles por la OMS) lo rescataba del machacón y unánime ladrido admonitorio, de esa reiterada reconvención sonora en forma de ladrido, convirtiéndose en verdadero Séptimo de Caballería que acudía a él con toques de claxon, derrapar de caucho sobre el asfalto y rugir polifónico de motores.
V
.....El tráfago rodado... Era increíble cómo se había acostumbrado a él; y no sólo acostumbrado, sino que llegó a constituír una especie de salvavidas, un reducto, o un canal por el cual dejarse arrastrar (como si el sonido estrepitoso de autobuses, camiones de reparto o motos con el tubo de escape recortado, tuvieran el carácter de fluidos sedantes: hilo musical por medio del cual su mente se aislaba de todo lo demás y lograba concentrarse en la escritura, la lectura, la escucha creativa o la meditación trascendental). Situada su vivienda en el tercer piso de una calle ancha y luminosa, de trazado principal, paso obligado entre Poniente y Levante, también lo estaba al cabo del cruce más congestionado de la ciudad. Los semáforos se abrían y cerraban al ritmo del ruido de los motores. De vez en vez, parado allí, ante los semáforos en rojo, algún descerebrado con un equipo de sonido en el utilitario capaz de enajenar las neuronas del más pintado, con los graves martilleando no sólo el pobre y tumefacto cerebro del imbécil al volante sino el de todos cuando nos halláramos en un radio de acción de, como mínimo, cincuenta metros......También el tráfago, pues, participaba de un carácter encantado, feérico, materializado por el sonido nemoroso del bosque urbano --demasiado urbano--, que se obstinaba en señalarle el camino, cual ángel expeditivo, indicando la puerta de salida de ese paraíso en negativo donde se obstinaba en permanecer. Duendes del sonido horrísono, sincopado, desagradable, que en él, paradójica y milagrosamente, se transformaba en salmodia aislante, impensable música de fondo que actuaba en forma de pantalla protectora frente a todo tipo de agresiones más incisivas, más directas, más personales. Ya que no podía mantener la mente en silencio o el alma tranquila como la superficie de un lago a la luz de la luna, había logrado, al menos, servirse del atronador tráfago urbano como si de un amortiguador se tratara, un aislante acústico, un escudo forjado con truenos, con el que mitigar otras injerencias sonoras más cercanas, más personalizadas, más molestas.
.....Duende, pues, con aviesas intenciones que él acabaría convirtiendo en aliado.
VI
.....Suelen los duendes, a veces, reunirse hasta altas horas de la madrugada en el bar Bigotes, local sencillo, con clientela de barrio, ubicado en un bajo frente a la vivienda de nuestro protagonista. Fuera por la especial ubicación, exactamente frontal a la ventana de su dormitorio, o fuera por mediar la distancia idónea a la fachada de la vivienda, el caso es que facilitaba que las voces de estos vociferantes duendes encarnados en taxistas o clientes trasnochadores se oyesen con la nitidez que ya quisiera el más acústico de los teatros romanos. En invierno, o en el otoño avanzado, o al inicio de la primavera, con las ventanas cerradas, aún, aún, era soportable. Pero en verano, cuando era preciso abrir las ventanas para que la casa se "refrescase" (es un decir) con la madrugada, el más leve susurro realizado a la puerta del bar o desde su terraza (de tres mesas), llegaba prodigiosamente amplificado hasta su almohada, con lo que conciliar el sueño se volvía una tarea especialmente difícil. En ocasiones no le quedaba más remedio que marcar el número de teléfono que le conectaba con la policía local para que acudiesen a reconvenir la falta de consideración de los duendes noctámbulos (aunque él bien sabía que estaban ahí, que hablaban inusitadamente alto, no más que para fastidiarlo, para enervarlo, para hartarlo y hacer que moviera el culo de una vez, huyendo como alma que lleva el diablo)......La última encarnación de duende insólito, enviado con la sola función y el único objetivo de hacerle salir del torpor ensimismado, tomó la naturaleza de un alicatador espúreo, uno de esos operarios pluriempleados que trabaja fuera de horas, cobra en negro --sin declarar a hacienda, por tanto, el rendimiento de su trabajo-- y suele realizar su subrepticia labor los fines de semana, contraviniendo las más esenciales reglas de urbanidad y consideración por el descanso de los demás. En este caso era sábado. Los golpes lo despertaron a las ocho en punto de la mañana. Imaginó al malandrín con la piqueta levantada esperando a que la manecilla larga alcanzara su zénit. Con el primer tic del segundero, una vez sobrepasada la hora en punto, se dejó oír el primer pom de la piqueta desalicatando el baño del piso medianero inferior. A este primer pom le siguieron tantos pom como segundos tiene una hora, o quizás más, pues a veces el reloj piquetero parecía entrar en taquicardia, un frenesí de pom-pim-pom ante, quizá, un azulejo renuente a dejar la pared. Hasta las ocho de la tarde, los pim-pom-pom se sucedieron, con un leve intervalo para el tentempié de mediodía. Él podría haberse evitado la tortura saliendo de casa, pero no lo hizo: estaba decidido a imponer su férrea voluntad sobre la voluntad de aquellos --duendes o no-- que parecían desear su marcha. No permaneció allí por desidia o indolencia, nada de eso, permaneció en su puesto por deber, como un soldado que se niega a bandonar la trinchera ante una tempestad de morteros. Y aguantó. Salió poco antes de las ocho de la tarde a darse el acostumbrado paseo por al playa. Cuando volvió, los ruidos habían cesado. Los duendes se habían retirado, derrotados, del campo de batalla.
.....Los ancianitos también se fueron. Parece ser que a un piso de la sierra de Segovia a pasar el verano. Pero él sabía la verdad, él estaba convencido de que eran duendes, duendes insólitos que el destino, la vida, vaya usted a saber qué o quién, le había enviado por su propio bien, para obligarlo a cambiar, a salir de su resignación. Duendes que no dejaban de advertirle, de amonestarle, de conminarle, pero que una y otra vez veían cómo sus esfuerzos resultaban vanos. Aquel hombre no estaba resignado, no era un conformista, no sufría ningún tipo de depresión encubierta... Simplemente era un resistente.
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GALERÍA
Carlos Schwabe
1866-1926
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Série: La Rêve (Emile Zola)
Le Rêve (Emile Zola)
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Le Rêve (Emile Zola)
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Série: La Vague
La Vague (The Wave), 1907
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Study for La Vague (1)
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Study for La Vague (2)
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Study for La Vague (4)
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Study for La Vague (3)
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Study for La Vague (7)
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Study for La Vague (8)
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Study for La Vague (5)
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Study for La Vague (6)
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Série: Les Fleurs du Mal
Fleurs du mal - Titel, 1900
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Fleurs du mal - Destruction, 1900
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Fleurs du mal - L'Ame du vin, 1900
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Fleurs du mal - Albatros, 1900
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Fleurs du mal - Horloge, 1900
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Fleurs du mal - St Pierre, 1900
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Fleurs du mal - Tonneau de la haine, 1900
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Fleurs du mal - Tonneau de la haine, 1900
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Fleurs du mal - Bénédiction, 1900
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Les Fleurs du Mal, Le Crépuscule du Soir, 1900
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Fleurs du mal - Le Crepuscule du Soir, 1900
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Fleurs du mal - Don Juan, 1900
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Fleurs du mal - Femmes Damnées, 1900
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Fleurs du mal - Femmes Damnées, 1900
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Fleurs du mal - Les Cloches du Soir, 1900
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Fleurs du mal - Remords Posthumes, 1900
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Fleurs du mal - Hymne, 1900
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Fleurs du mal - L'Ame du Vin, 1900
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Fleurs du mal - Révolte, 1900
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Fleurs du mal - Révolte, 1900
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Fleurs du mal - Spleen et Idéal, 1900
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Fleurs du mal - Spleen et Idéal, 1907
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Fleurs du mal - Spleen et Idéal (aquarell), 1907
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Fleurs du mal - Mort, 1900
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Fleurs du mal - Mort, 1900
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Série: Paroles d'un Croyant
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Étude de Nu Aspiration, 1910
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Ange à la Lyre
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Femme Agenouillée
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Femme Drapée
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Le Fils de l'Etoile
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L'Art et l'Idée
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Les Larmes d'Hubert
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