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.....Releyendo lo hasta aquí escrito sobre mi pretendido vilamatismo literario, estilo caracterizado por una irónica mezcla de realidad y ficción, sustanciado en una de sus últimas obras, París nunca se acaba, en la que Enrique Vila-Matas plasma con desenfado y a veces burla unos hechos autobiográficos con la sana pretensión de restarle gravedad al insoslayable efecto del paso del tiempo (tiempo al que algunos, ilusos, niegan la existencia recurriendo a lo ilusorio de su percepción, a su naturaleza abstracta, como si la decrepitud o los achaques nos los inventáramos; claro, me contestan los negacionistas, lo que existen son los acontecimientos, no el tiempo. O sea que son los acontecimientos los que nos hacen desarrollarnos, crecer, madurar, envejecer y, finalmente, morir, pero no el tiempo; a lo que yo respondo: ¿y qué diferencia hay? Llaméselo como se lo llame al hecho incuestionable: cúmulo de acontecimientos o acción del tiempo sobre la materia corruptible, lo cierto es que nos sume en la perplejidad y, a veces, en la desesperación), releyendo, decía, los capítulos anteriores sobre el tema que me traigo ahora entre manos, llego a una terrible conclusión: cuanto más intento demostrar mi innato vilamatismo, menos lo consigo, algo que no logro entender, pues yo sé que escribo de la misma forma que lo hace Enrique (Vila-Matas), pero por alguna extraña razón que se me escapa, me releo y releo a Vila-Matas y constato que ambos estilos se parecen como una rosa a un pepino: ambos pertenecen al reino vegetal (la literatura), pero, mientras en una existe armonía y belleza en la conformación y fragancia evocadora en el perfume; en el otro, el aroma está ausente y la cilíndrica conformación es vulgar y anodina. Mas no me resigno. Si yo, al leer París nunca se acaba, he descubierto mi propio estilo, me he identificado con la idea de la forma en que está escrito, por algo debe de ser. Así es que seguiré intentando demostar lo que, con consternación pero sin desesperanza, a medida que me esfuerzo en probar lo que me parece obvio, más me demuestro a mí mismo (y, por tanto, espero que lo mismo le ocurra a quienesto lea) lo irremediablemente improbable de alcanzar el éxito......Si al menos yo pudiera glosar mis no vividos doce años en París con encuentros insospechados de mi madre con Picasso, o Juan Gris, o Cocteau, o Ravel, o Jacques Feyder, o la Misstinguett, entre muchos otros, que por aquel entonces contribuían al esplendor parisiense, quizá ganaría algo en credibilidad y fuerza probatoria mi pretendida semejanza vilamatiana, bueno, eso y que supiera narrar esos encuentros --reales o ficticios-- con un talento, genio y erudición equivalentes a mi modelo. Y no sé por qué, creo que es ahí donde radica mi cada vez más escéptica opinión sobre el éxito de mi empresa. Quizá lo que de verdad encierra y contiene ese estilo que se ha dado en llamar vilamatismo o vilamatiano (por más que yo lo identifique con el mío propio, como una vibración simpática en el diapasón de la sensibilidad y la emoción) es único e irrepetible, propio de Enrique Vila-Matas, al que los demás nos asomamos como a un espejo, que nos devuelve, no la imagen del espejo, sino la de quien en él se refleja, es decir, nosotros mismos. Mas este sesgo derrotista que aquí y ahora me asalta, y que, sospecho, no es sino fruto de la suma de mi connatural sentido autocrítico y mi proverbial falta de confianza en la propia valía, lo desecho con terca determinación por inconveniente para el fin que me propongo, que no es otro que demostrar mi vilamatismo esencial. Así pues, acosado y azuzado por las dudas --arpías necesarias que nos impelen a permanecer siempre con los ojos bien abiertos-- seguiré, al menos un post más, con mi empeño demostrador.
.....Aquel ávido lector solía recoger citas, citas ingeniosas, del pensamiento de otros. Esos destellos de lucidez que cualquiera puede ocasionalmente tener y que sólo los genialmente dotados pueden prodigar profusamente en sus obras, que resultan así luminosas y rutilantes. La calidad de un texto quizá no se mida por la cantidad de frases ingeniosas, pero sí por la sensación de luminosidad que de él irradie. Y esa luminosidad suele estar asociada a la capacidad de impresionar la inteligencia del lector, algo semejante a la agudeza que decía Gracián. Un texto mate, sin brillo, anodino, no nos impresiona, no nos asombra, no nos deslumbra, de él no quedará nada en nuestra memoria. En cambio, del texto radiante, del que estalla con toda su carga de fuego de artificio cuando los ojos pasan sobre las palabras escritas (activando el conmutador, detonando el sentido), de ése siempre conservamos el resplandeciente recuerdo del hallazgo y el asombro. Pues bien, este recolector de citas llegó a compilar una gran enciclopedia de citas, que es tanto como decir que coleccionó un monumental tratado de ingenio, una esplendorosa colección de fogonazos y destellos. Mas, a pesar de eso, el coleccionista de frases ingeniosas se dio cuenta que toda aquella fuente de luz, todo aquel firmamento de luminosas agudezas, no le servían para alumbrar sus más profundas tinieblas, su oscuridad más angustiosa. Concluyó que ello sólo debía ser posible desde los propios fogonazos.
.....Otro ávido lector, en cambio, se dedicaba a coger frases que ya eran citas famosas para transformarlas (mejorarlas, decía él). Exprimía las frases para sacales el jugo, las destilaba para obtener su esencia, en ocasiones hasta las sublimaba para atrapar su perfume, nada más que su perfume. Sabía, eso sí, que había citas que como las flores más delicadas no admiten ninguna manipulación, pues intentar hacerlo suponía destruirlas; esas eran las citas verdaderamente geniales, únicas, perfectas, verdaderos átomos constitutivos de la materia literaria más sutil, que es tanto como decir que eran unidades indivisibles del mundo.
.....Las citas, en cambio, vienen muy bien para glosar y avalar los pensamientos de uno, o para elucidar oscuridades genéricas, o para, por medio de su luz reconocible, recorrer sendas umbrosas, o para disparar sugerencias y alusiones capaces de iluminar un discurso. Las citas son un homenaje al acervo cultural del hombre, al proceso continuo que es su pensamiento. Una cita es un marchamo, una etiqueta de garantía, una marca de respetabilidad, y, por supuesto, un rasgo de erudición. Citar es reclamarse conocedor y continuador del desarrollo intelectual que a lo largo de la historia ha sido preceptivo del ser humano. Citar, aludir, realizar un guiño a lo que otro dijo antes que nosotros, es reivindicar la herencia de la especie. Y si esa cita, esa alusión, ese guiño, abre nuevas vías en el conocimiento a la luz de una evolución que significa cambio constante, se estará realizando el mayor homenaje al espíritu humano, pues con ella --con la cita-- se reconoce la contribución de cada individuo (citado) al devenir de toda la especie.
.....Ocurre que la cita ingeniosa, el epigrama, la agudeza, la sentencia, por su naturaleza de condensado sentido, por ser quintaesencia del pensamiento, tampoco debe de prodigarse con excesiva asiduidad, so pena de provocar el hartazgo, la plétora, la indigestión. Un sólo epigrama puede ser motivo de un tratado o explotar con el poder de una fisión nuclear y dar lugar a una epopeya, a un drama épico, a una tragedia. Sólo en la poesía admite una frecuencia que en otros géneros no es ni conveniente ni recomendable, y eso debido al carácter abierto, ilimitado y abstracto del verso, a su poder para generar universos con cada imagen, a su naturaleza fragmentaria y molecular.
Algunas citas, todas ellas recogidas y extraídas de París nunca se acaba, de Enrique Vila-Matas:
"El hombre no está hecho para la derrota. Puede ser destrozado, pero no derrotado"
(El viejo y el mar. Ernest Hemnigway).
"Ningún hombre sabe quién es, ningún hombre es alguien." (Macedonio Fernández)
"Aburrirse es comerse el tiempo" (París no se acaba nunca. Enrique Vila-Matas)
"La gente sin imaginación cree que los demás llevan también una vida mediocre" (Pnsan, E. V-M)
"La experiencia es como un peine para un calvo" (dicho popular)
"I saw Eternity the other night --He visto la Ternidad la otra noche--." (Henry Vaughan)
"Ganad las profundidades, la ironía ahí no desciende." (Rainer María Rilke)
"La ironía es el pudor de la humanidad." (Renard)
"La ironía es la forma más alta de la sinceridad" (Pnsan, E. V-M)
"Soy español sin ganas
que vive como puede bien lejos de su tierra
sin pesar ni nostalgia."
(de Díptico español, Luis Cernuda)
"D'ailleurs, c'est toujours les autres qui meurent --Por otra parte, siempre se mueren los otros-- (Epitafio sobre la tumba de Marcel Duchamp)
"Depend de celui qui passe que je suis tombe o trésor --Depende de quien pase para que sea yo tumba o tesoro--.(Inscripción en el Palacio de Chaillot, Paul Valéry)
"En la sordera del sueño eterno, no somos importunados por la Gloria" (Marcel Proust)
"El carácter se forma los domingos por la tarde". (Ramón Eder)
"La vida es corta y aun así nos aburrimos." (Jules Renard)
"La perdición del creyente es encontrar su iglesia." (René Char)
XII
.....Acabo este frustrado intento de demostrar mi vilamatismo incidental no con la sensación de derrota (me acojo a la cita de Hemingway) sino con la de una victoria colateral. Si no he podido demostrar un extremo --mi vilamatismo--, al menos el intento me ha proporcionado la oportunidad de recrear una circunstancia vital que me ha tenido creativamente entretenido durante unos días. Una circunstancia que, como todas las que se viven a la luz del asombro y el hallazgo, no puede ser sino feliz. He ejercido de vocero de un gran escritor, he llevado a cabo, humildemente, una labor de crítico informal, no exhaustivo, y a la vez me he puesto en relación. Como uno de esos educandos que expuesto en el estrado, ante toda la clase, imitan y hacen burla del maestro a espaldas de éste, tratando así de hacer reír a los aviesos compañeros. Perdóneme el mismo Vila-Matas, al que (un poco tarde, pero nunca lo es si la dicha... etc.) recién he descubierto, por tardar tanto en descubrirlo y por realizar este dudoso homenaje a su estilo y a su pluma. Con ello no he querido sino expresar el gran placer obtenido con su lectura (la del libro repetidamente citado, París no se acaba nunca)......Como no podía ser de otra manera, yo también he mezclado, aquí y allá, de palabra e intención, realidad y ficción. En ningún momento he intentado realizar una glosa del libro referido, ni una análisis crítico del mismo. La confección de estos tres posts ha sido sólo un entretien joyeux que me ha brindado gratos momentos, tanto de reflexión, como de evocación y, sobre todo, de labor de encaje, de redacción. Una labor ligera, de puntada gruesa en ocasiones, y en ocasiones de hilvane. No se pretendía otra cosa. La alta costura queda para modistos con más talento o para proyectos más ambiciosos. No era el caso, ya lo he dicho.
.....Sí que es cierto que la ironía es, en no pocos malos momentos, como un madero al que agarrarse cuando uno naufraga. Y para quien su manera de vivir es un naufragio perpetuo, la ironía es la tabla de salvación. Además tiene la ventaja de que siempre es agradecida. No conozco a nadie para quien la sonrisa regalada no sea motivo de regocijo y agradecimiento. Reírse de uno mismo es la más sabia manera para tender puentes hacia los otros. Es la forma que el hombre tiene de enseñar la panza a los otros lobos, y, con ello, ganarse su confianza, o cuanto menos, su respeto. Aunque esto es lo de menos, lo de más es que la ironía nos permite transitar por la vida más ligeros de equipaje, pues actúa de aliviadero por donde soltar lastre. Desde este punto de vista, sí podría reclamarme vilamatiano, aunque no siempre. Si el genio es consciente de sus propias limitaciones, y sufrir por ellas (sufrimiento que debe de mitigar, precisamente, a base de ironía) ¿qué habremos de decir del que no siéndolo es, en cambio, capaz de reconocer y gozar de la genialidad? Porque: ojos que no ven, corazón que no siente. Pero ¿y si los ojos ven y los oídos escuchan? Mejor dar cuenta de ello con ironía, porque la respuesta a esta cuestión sería demasiado triste.
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