miércoles, 8 de mayo de 2013

Vilamatismo (1) - GALERÍA: La Vie Parisienne (1)





I
.....Aviso: estoy leyendo a Vila-Matas, y lo que sigue no es ajeno a la influencia de lo leído, mejor dicho, no sólo no es ajeno sino que es su causa. De hecho, lo estoy leyendo por primera vez, aunque ya lo conocía, tanto de vista como de haberlo escuchado ocasionalmente a través de la pantalla de televisión en alguno de los muchos programas dedicados a la cultura en el canal llamado, de forma apocopada y moderna, La 2. También había leído algunas crónicas y/o críticas acerca de él, meras reseñas, nada profundo. Siempre me pareció un personaje muy inteligente, pues lleva impreso, incluso en su semblante, el sello de la ironía. Sobre todo en sus ojos, algo chinescos; en su mirada, de vivaz a, por momentos, vivaracha, de lutin, penetrante aunque finja --mal-- distracción; pero también en su expresión, su hablar rápido y conciso, aunque finja --sin vacilación alguna-- duda y perplejidad; en esa manera que tiene de contar las cosas a lomos de un indisimulado humor, como si tuviera la certeza de que esa es la forma más jubilosa y astuta de afrontar la realidad (o las cámaras, o al entrevistador, o al simple oyente, o a la propia timidez). Resumiendo, conocía sólo someramente a Vila-Matas, este moderno heraldo de la ironía literaria, este chesterton mediterráneo, que para nada se parece a Hemingway, aunque su alter ego en París nunca se acaba se empeñe en lo contrario (sí, sí, sé que el parecido real, el subyacente por el aludido al eludirlo, es con una juventud definitivamente perdida; Hemingway sería el banderín de improbable enganche, que no reenganche). Y este somero  superficial conocimiento estaba ahí, arrumbado en una de esas parcelas dedicadas a la espera de un encuentro posible y azaroso. En su arrumbamiento, no obstante, figuraba a su favor el etiquetado con que aguardaba su momento: "Interesante y aconsejable profundizar en él. Permanecer atento".
.....Pues bien, le llegó el momento. Con él estoy, y, al segundo párrafo de uno de sus últimos libros, me he dado cuenta de que lo conocía más de lo que creía conocerlo, de que no era en modo alguno cierto mi desconocimiento de su obra. Nunca lo había leído, pero al leerlo he descubierto que lo leído ya existía en mí; y no me refiero sólo al tema, sino, sobre todo, al estilo. Pueda ser que yo haya sido siempre un vilamatiano sin saberlo (¿cómo iba a saberlo, si no conocía a Vila-Matas?), pero lo cierto es que desgranando su, a veces fina a veces gruesa, casi obesa, ironía, identificaba en mí una corriente que siempre ha bañado mis orillas, las de mi consciencia, las de mi probabilidad. No, no es una simple constatación de que me gustaría escribir como este insigne escritor barcelonés, es que yo escribo como él. Entiéndaseme, yo no dispongo de su erudición, ni mucho menos de su talento, pero aun así, escribo à sa guise. Mi modo de escribir vilamatiano es de trazo algo más basto, más simple, menos nutrido de imágenes y alusiones luminosas. Mi escribir vilamatiano tiene más de zurcido torpe, en la forma; más de entramado soso, en el fondo; pero el aroma, ése, pertenece a la misma familia odorífera, si menos penetrante, menos sutil y menos complejo. Mi aparente complejidad --donde allí, en mi modelo, es sabia y nítida sencillez-- adolece de alambicamiento, y no porque yo me empeñe en suplir mi menor talento y brillantez con aparente densidad y oscurantismo --que es el recurso de los pedantes ignaros--, es que me sale así: rebusco  en mis capacidades la forma adecuada para expresar mi alambicado sentimiento, y eso es lo que me sale. Cada uno tiene su manera de decir, su forma de expresarse, su estilo. Pero el mío, al menos uno de los míos --pues ya estoy en condiciones de apuntar que tengo varios--, es como el de Vila-Matas: impregnado de ironía; sólo que como yo no soy un mago de la palabra, ni domino el arte de los trucos --literarios--, me ocurre lo peor que le puede suceder a alguien que pretende hacer magia con las palabras, sin ser mago: en vez de asombrar con el truco inverosímil o la prestidigitación talentosa, hago reír --en el mejor de los casos-- con mi patético esfuerzo abocado al fracaso, al patinazo, a la caricatura desmañada.


II
.....Una de las diferencias entre Vila-Matas y yo, entre una multitud de ellas, es que yo nunca he vivido dos años en París (ni tan sólo dos días), en una buhardilla de tintes bohemios du Quartier Latin, ni he tenido de casera a Marguerite Duras, ni he ido, por tanto, al Flore a encontrarme con Roland Barthes, y a mezclarme con la corriente bohemia de una ciudad donde la bohemia es más que un título nobiliario. Sí, bueno, mi querido heterónimo, Héctor Amado, pasó precisamente dos años dedicándose a la bohemia desde su reducto de Montparnasse, pero ése no cuenta, porque las referencias que de su vida tengo son virtuales, y por tanto no sentidas a flor de piel, sino a fruto de intelecto. Yo, en cambio, en vez de buhardilla en la rue Saint-Benoit, vivo en un más que modesto tercer piso de un anodino bloque, adosado a otro bloque, y éste a otro, de un corrido colmenero del centro de Benidorm. Eso sí, sol tengo todo el que quiero. Pero ruido y vecinos vulgares y ruidosos, también. Ellos no tienen la culpa, son así. Soy yo el que está en el sitio equivocado --y a veces presiento que, también, en el tiempo equivocado. Es lo que tiene devenir bohemio sin buscar el escenario apropiado. Porque no es comparable irse a París con la intención premeditada de vivir una vida de pretendido escritor al albur de una hospitalidad casi siempre generosa con los pretendidos artistas (que sería algo así como ir de planta trepadora a la selva), que verse abocado a aceptar el irremediable rincón --árido y falto de estímulo creativo-- al que la propia inconsciencia, o la falta de fe, de reaños o de confianza, te acaba por remitir. Así es que, en vez de París, Benidorm; en vez de Vila-Matas, Rodrigo Martín. Creo que la comparación y equivalencia está ajustada a la realidad... sobre todo a la que cada uno se procura.
.....Pero, a pesar de todo, yo, erre que erre, sostengo que mi estilo es básica y fundamentalmente vilamatiano. Y no lo digo a la manera en que Vila-Matas, en el libro que de él estoy leyendo, pretende parecerse a Hemingway, pues que a la vista está, y no sólo porque así se lo parezca a su mujer y amigos, que no hay el menor parecido físico entre el ilustre escritor americano amante de la caza, el boxeo y San Fermín, y el irónico escritor barcelonés. No, mi convencimiento, mi seguridad, estriba, no en una ilusión, no en un rescoldo de un tiempo perdido (todo el tiempo acaba perdiéndose), sino que se apoya, con los codos bien firmes, en el alféizar de mi conciencia. Quizá mi perspectiva no sea más cierta que la de Vila-Matas al querer y creer su parecido con Hemingway --autor al que, dice allí, profesaba admiración en su juventud--, pero, por lo mismo, goza de idéntica legitimidad. Todo el mundo tiene derecho a creerse quien le dé la gana, aunque eso revele una sospechosa renuncia a la identificación consigo mismo. Nada ilógico o absurdo, por otra parte, ese sentimiento de abjurar de la propia personalidad para enfundarse en otra más conforme con lo que a uno le gustaría ser; sobre todo en esas épocas en que uno sufre de raptos de lucidez y puede contemplarse en el espejo descubriendo allí al estúpido que todo ser humano lleva dentro. No solamente es bueno, sino aconsejable, cubrirse las vergüenzas esenciales con el oportuno ropaje de alguien a quien admiramos, y al que consideramos que debió mirarse al espejo sin sentir vergüenza  de sí mismo. "Me parezco a fulanito, soy igual que zutanito, me siento merenganito", y parece que exorcicemos al sandio que sentimos que somos. No hay nada más poderoso que la capacidad del ser humano para disculpar las propias carencias, para borrar de la conciencia el propio ridículo. Está en su instinto de supervivencia, si no dispusiera de esta facultad auto exculpatoria y magnánimamente exoneradora, la humanidad ha mucho que se habría extinguido, más o menos desde que un día descubrió su figura en una superficie reflejante, es decir, desde el momento que tomó conciencia de sí mismo desde afuera, desde que adquirió, por tanto, su conciencia autocrítica.


III
.....Así es que yo (me empecino en sostener) tengo todo el derecho a considerarme un escritor vilamatiano, si así me viene en gana, si así lo necesito. Y como ese es el caso, pues heme aquí, escribiendo esto y sintiéndome, con todas las salvedades antes enunciadas, tan vilamatiano como Vila-Matas, o más --según el empeño, el ímpetu o la inspiración que me asistan en un determinado momento. Porque, por ende, como yo creo, creencia que me viene de mi concepción spinoziana de la existencia, que nuestra alma --la de todos, no sólo la de Vila-Matas y la mía-- está de alguna manera conectada, estoy convencido de que puedo deslizarme entre las diferentes personalidades, entre las otras almas, como el que se descuelga de una rama a otra de un mismo árbol. De este modo no tengo más que, cual póngido arborícola, desplazarme por la frondosa copa del árbol dendrítico conformado por el espíritu humano, trabazón de sus almas, hasta la rama correspondiente al alma de Vila-Matas, y una vez allí, instalarme en un acodado nudo de su complejidad para captar el íntimo fluír de su savia, y captándola hacerla mía, y haciéndola mía volver a mi propia rama con ella, y desde allí, desde mi yo, ya, expresarme, sentir, imaginar, de forma vilamatiana, mas con mis peculiaridades, es decir: menos inteligente, menos agudo, menos erudito, más estúpido, más romo, más ignorante; pero, en lo demás, convertido en todo un auténtico y genuino vilamatiano.
.....Además, puede suponerse, siguiendo con la analogía del árbol como esquema del Espíritu Universal (General, Único, como quiera que le podamos llamar), que si la savia que nutre a la rama/alma de Vila-Matas es la misma que nutre al alma/rama de Rodrigo Martín, nada tendría de extraño que, diferencias aparentes, de conformación, aparte, yo (es decir, Rodrigo Martín), sintiera en mí latir el alma --y por tanto su estilo, su carácter y su personalidad-- de Vila-Matas, al menos una especie de eco o resonancia. Bien está que cada rama da los frutos en proporción a su capacidad, a su disposición para darlos. Hay ramas muy fructíferas, cargadas de espléndidas promesas maduras, y las hay secas, incapaces de dar siquiera una mínima flor, cuanto menos de acoger el más ínfimo fruto. El alma que yo tengo, la que soy, algo da. No puedo decir (aunque, en ocasiones petulante, a tanto no llego) si mucho o poco, si mejor o peor --presumo que más bien la productividad y la calidad es escasa--, pero el mismo hecho de estar ahora, aquí, dictándome a mí mismo este texto, es prueba suficiente de ese algo fructífero que mi rama/alma da. Y, me empeño, lo que ahora está dando es vilamatiano, básica y fundamentalmente vilamatiano. Sólo, quizá, porque ahora mismo estoy leyendo por primera vez al escritor barcelonés Enrique Vila-Matas, y me siento profundamente identificado con su estilo, con su personalidad, con su forma de plantarse ante la página en blanco y emborronarla, o sembrarla, de ironía y talento.


IV
.....Aunque bien mirado no debiera dejar traslucir este ligero tufillo a frustración que de mi vilamatismo parece desprenderse. Sé perfectamente que yo no soy Vila-Matas, lo mismo que sé que París no es Benidorm. Por más que en esta turística capital del mediterráneo levantino, mezcla de abigarrado esnobismo kitsch y paradísíaco geriátrico vacacional, al igual que en la cité lumière, exista un Exilio, aunque sea de diferente signo, más ocioso y menos cultural, menos revolucionario y más conformista. París huele a eternidad, Benidorm a antesala de la misma. La alegría que infunde París, esa alegría efervescente y champenoise, tiene en Benidorm una correspondencia más popular, de gaseosa y agua mineral. En algo, creo, Benidorm puede ganar comparativamente: si París dispone de la Seine, el intenso e inmenso azul mediterráneo lame la doble sonrisa benidormense. Ya, ya, sé que no hay color, que en Benidorm no hay Ponts-Neuf desde los que despedirse de la vida para entrar en la leyenda parisina, ni románticos bateaux-mouches en los que deslizarse, en uno de esos fantásticos días de la primavera parisien, río abajo o río arriba, soñando que uno vive --si no la vive realmente-- una de esas historias de amor que sólo son posibles en París (y seguro, también, en Venecia). Pero en Benidorm hay una amplia y quebrada balconada colgada sobre el mar, donde, si uno quiere (y más de uno lo ha querido), si no alcanzar la leyenda parisina en el pertinente salto a la fama, sí al menos, salirse con total seguridad con la suya: trescientos metros de desnivel lo avalan; pero, además, desde ese impresionante balcón sin balaustrada, uno puede oír el murmullo de civilizaciones perdidas traído desde levante por la brisa, y contemplar la maravillosa fusión de los azules: el del cielo y el del mar, en un horizonte donde uno cree ver, en los días más luminosos, la vela de un navío cuyo capitán, héroe artero causante de la destrucción de Troya, ofendió a los dioses, y por ello sería condenado a vagar sin rumbo durante siete años lejos de su destino, Itaca. Sé que no hay comparación posible entre los muelles del Sena y el pequeño puerto de Benidorm, y porque lo sé no cometeré la estupidez añadida de enaltecer lo que no admite ser enaltecido. Jean Vigo no hubiera podido hacer nunca L'Atalante en Benidorm. Pero tampoco hay que picar tan alto en el ejemplo, pues el pequeño puerto de Benidorm apenas sí hubiera dado para una intranscendente comedieta de Louis de Funes (ni tan siquiera una de Tati).
.....Definitivamente, Benidorm no es comparable a París; como tampoco Rodrigo Martín lo es a Enrique Vila-Matas. Pero al igual que el sol que alumbra París es el mismo bajo el cual se tuestan los veraneantes en Benidorm; y las estrellas que titilan sobre las cabezas de los enamorados, los bohemios y los suicidas en París, son las mismas que palpitan sobre los enamorados, los jubilados y los suicidas en Benidorm; así también, de la misma forma, el entusiasmo o la satisfacción, la alegría o el dolor, el esfuerzo o la laxitud, son equivalentes, se viven con semejante fortuna o disgusto, en Enrique Vila-Matas y en Rodrigo Martín. La ironía, en nuestro caso, reside en que el escritor barcelonés, dotado de más inteligencia, talento y erudición que yo, a resultas de su ya bien conseguido prestigio, puede acuñar --y de hecho ha sido acuñado-- un título a su estilo, un nombre a su personal modo de expresión; mientras que yo, que escribo de semejante manera, pero con menos inteligencia, talento y erudición, siendo un completo desconocido, he de conformarme con denominarla, en referencia a él, con el derivado de su apellido; así he de decir y sostener que siendo una de mis propias formas de escribir, el estilo vilamatiano, con ello no quiero sino apuntar que escribiendo a mi manera, ésta, si quiero hacerme entender, he de definirla en relación a una ya existente, que casualmente es la de Vila-Matas.


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GALERÍA

LA VIE PARISIENNE (1)
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La Vie Parisienne (1926)
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Armand Vallee
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Armand Vallee
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En Voyage le Suplice de l'etiquette - Léonnec
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Poker de Dames - Leonnec (1910)
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Fabulosity
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