miércoles, 22 de diciembre de 2010

Romance de Nochebuena 2010





Preámbulo

El hijo
Que viene, madre, que viene...
la noche ya está llegando;
abrázame fuerte, madre,
estréchame en tu regazo,
que las sombras me dan miedo
con su tenebroso manto.

La madre
No temas nada mi niño,
no temas, mi bien amado,
que en el amor de tu madre
hallarás siempre resguardo;
reposa sobre mi seno
tu corazón puro y cándido.

El hijo
Cuéntame un cuento, madre,
de esos que me gustan tanto,
donde valerosos niños
y personajes fantásticos
afrontan mil peripecias
llenas de magia y de encanto.
Viene tan negra la noche,
son tan negros sus presagios,
que a pesar de que la nieve
todo lo cubre de blanco
no podrá con la negrura
que, sin luna, está llegando.

La madre
No temas nada mi niño,
no temas, mi bien amado,
dispón tu espíritu inquieto
para escuchar un relato
donde un niño valeroso
colmó una noche de encanto.

El hijo
¿Y ese Niño pudo, madre,
vencer con valor su pánico?
¿Cómo era, madre, su aspecto?
¿Era fuerte? ¿Era sabio?
¿De qué color su cabello:
rubio, bermejo, castaño?
¿Sus ojos eran azules,
quizás verdes, o almendrados?
¿Tenía amigos valientes
y enemigos despiadados?
Cuéntame ese cuento, madre,
por ver si mi miedo espanto.



Parte

La madre
Era una noche de invierno,
como ésta, de negro sayo,
con escarcha por el suelo
y en el firmamento raso
mil estrellitas de hielo,
ateridas, tiritando.
Nada se mueve en la tierra
salvo el frío por el páramo
en ulular de cuchillos
cortando todo a su paso.
Mala noche en Palestina,
fecunda en tristes presagios.
De la negrura unas sombras
surgen con paso cansado:
un hombre de pasos mudos
y un ronco sonar de cascos;
sobre un pollino una joven
siente cercano ya el parto.
Buscan posada caliente
entre postigos cerrados
—nadie acoge a forasteros
que emergen del frío páramo—,
hasta que en Belén encuentran
aposento en un establo:
en él un buey les saluda
con mugido hospitalario,
brindándoles compañía
y su lecho de heno cálido;
allí dará a luz la joven
al Niño que está esperando.
Sobre el dintel de la puerta
un ángel vigila enviado
al divino nacimiento
de quien será soberano,
 no de reinos sino de almas,
rey sin trono y sin palacio.
Vigila porque el peligro
les viene siguiendo el rastro:
fieros chacales sombríos
de colmillos afilados
que van dejando una estela
de sangre, dolor y llanto.
Los enemigos son muchos
y los amigos escasos:
aquellos baten la noche
por las sombras amparados,
mientras estos le protegen
con su cuerpo y su cuidado;
buscan aquellos a un niño,
siguiendo un edicto infausto,
porque teme el rey Herodes
que le suplante en el cargo
un recién nacido insigne
que auspician gran soberano;
son estos pocos y humildes,
pues al noble buey y al asno
solo un ángel acompaña
en el portal, vigilando...
Mas, hete aquí que una estrella
acude brillando en lo alto
señalando así el camino
a tres poderosos Magos,
Reyes de lejanos reinos,
Señores de mil arcanos,
que a rendirle honores llegan
en camellos y a caballo.
No llevan con ellos armas
sino símbolos palmarios
de la triple condición
que atribuyen al neonato:
la divina, la real
y la de un mortal mesiánico.
Oro, incienso y mirra donan
los taumaturgos, postrados,
a lo que el Niño responde
con sus mejores regalos:
una sonrisa en su cara
y bendición en sus manos.

El hijo
¿Pero el Niño, entonces, madre,
es un héroe disfrazado?
¿Es el rey que teme Herodes?
¿Por qué no tiene palacio?
¿Por qué sus padres se ocultan,
deambulando, por el páramo?

La madre
Héroe será, hijo mío,
de destino extraordinario;
mas ahora es solo un niño
que sonríe, sin cuidado,
a la noche tenebrosa
que intenta asustarlo en vano.
Rey de reyes le dirán,
mas de espinas coronado;
ahora ciñen su sienes
mechones de pelo ralo.
Si ha nacido en un pesebre
en vez de en nogal tallado,
si retoza entre las pajas
y no en telas de Damasco,
es porque su majestad
ajena es a lo mundano.
Y si sus padres se esconden,
si deambulan sin descanso,
es por rehuir el acoso
de quien pretende encontrarlos,
prevenidos por un ángel
que les va franqueando el paso.
Bien verás, hijo querido,
que el Niño de mi relato
es cualquier niño del mundo,
del presente o del pasado:
un héroe siempre en potencia
y un adalid necesario.



2ª Parte

El hijo
Continúa el cuento, madre,
¿Sabes que me está gustando?
¿Qué va a pasar con el Niño?
¿Saldrá al final bien librado?
¿Vencerá a sus enemigos,
y a ese Herodes tan tirano?

La madre
Escucha atento, hijo mío,
escucha mi bien amado,
pues del cuento aquí comienza
su segundo y mejor acto,
aquél en dónde se cuenta
cómo el Niño salió salvo.
Rompe el silencio en la noche
un alboroto lejano
que poco a poco se acerca
inquietándoles el ánimo...
...mas, no son fieros chacales
sino pastores cantando
que avisados por un ángel
comparecen al reclamo
pertrechados de canciones
en honor del Niño santo:
son tropas de alegres gentes
que acuden a celebrarlo.
Portan consigo la bulla,
el jaleo y el fandango;
tocan palmas y panderos,
y crótalos de castaño,
y zambombas bien tensadas,
y caramillos de cálamo.
Ya la noche se hace día,
lo gélido, ambiente cálido;
las caras lucen sonrisas,
y en los cuerpos los halagos
se suceden mientras bailan
los zagales más galanos.
En sus hombros traen corderos,
cestas de mimbre en sus manos;
unos preparan fogatas
y otros extienden en paños
manjares, vinos y dulces
con que ofrendar agasajo.
El Niño ríe contento,
el Niño se muestra ufano:
ya la noche tenebrosa
luminosa se ha tornado,
pues junto a los reyes goza,
jubiloso, el pueblo llano.
Mientras tanto los chacales,
cobardes, pasan de largo;
no se atreven, temerosos,
en la fiesta a entrar a saco;
no desean ir por lana
y resultar trasquilados.
Herodes desde el castillo
otea hacia todos lados,
y se tapa los oídos
para no escuchar los llantos
provocados por su edicto
y sus viles mercenarios.
El clamor de los lamentos,
el rigor de los sudarios,
le seguirán de por vida,
por la noche, atormentando;
su crueldad tendrá el castigo
que merecen los malvados.

El hijo
-¿Sabes lo que pienso, madre?
Que si Herodes fue tan malo,
debió ser porque no tuvo
a su madre entre sus brazos.
¡Que pena me aflige, madre,
por un rey tan desgraciado!

La madre
En el establo la fiesta
ya a la cena cede el paso.
En el aire los aromas
intensos de los asados
se mezclan con el perfume
del heno y el monte bajo:
romero, tomillo y jara
serán de las llamas pasto
para nutrir con su esencia
los cabritos y lechazos
que en mil vueltas se cocinan
sobre el fuego moderado.
Colgando de férreos trípodes,
en calderos, cuece el cardo
junto a coles y lombardas
que, en metálico cedazo,
a dos dedos del hervor,
al vapor, se van guisando.
En densa leche de cabra,
con lima y canela en ramo,
hierven almendras molidas
y trocitos de pan ácimo,
al trun-trun de un fuego leve,
hasta quedar confitados.
De almendrucos y avellanas,
de piñones y pistachos,
se elaboran los pasteles,
amasados sin reparos,
con miel y clara de huevo
y harina de trigo majado.
Dátiles en rama y uvas

en racimos desecados,
tortas de higos y anises,
arropes y dulces varios
se disponen, repartidos,
en grandes fuentes de barro.
Y completando el banquete,
quita-penas necesario,
fruto del sol en la tierra,
vinos recién fermentados:
plenos de fuerza y vigor,
secos, intensos y ásperos.
Al cabo ya comen todos,
todos de todos los platos,
nadie se queda con hambre,
nadie sin quedar saciado;
allí reyes y pastores
comparten risas y tragos.
Ya las sombras se hacen luces,
los temores, entusiasmo;
es el establo verbena
que codiciara un palacio.
El Niño ríe que ríe
El Niño está disfrutando.
Cuando María a su pecho
acerca los santos labios
mama, Jesús, blanca leche
de pecho no menos blanco,
mientras José les contempla
en silencio, embelesado.
Así transcurre la noche,
riendo, cantando y bailando;
a nadie le viene el sueño,
a todos un arrebato:
festejar al Niño Rey
en su trono de heno blando.



Epílogo


A la mañana siguiente,

antes que el cielo esté claro,
parten, con destino a Egipto,
adentrándose en el páramo,
un hombre con pasos mudos
y un ronco sonar de cascos:
sobre un pollino una joven
lleva a un niñito en sus brazos,
le canta una nana dulce
que versa sobre tres magos,
una hermandad de pastores,
un ángel, un buey y un asno...
...que brindan amparo a un niño
nacido en humilde establo,
porque lo quiere matar
un Herodes despiadado
que en el corazón habita
de un ser demasiado humano.
Y así termina la historia
de este cuento esperanzado
donde se narra la Noche
en que nació un Niño Santo;
un Rey, sin trono y sin cetro;
un Dios, sin pompa y sin rayos.


El hijo
¿Sabes que te digo, madre?
Que ya no estoy asustado,
si Jesús superó el miedo
también yo puedo lograrlo.
Ya no temeré las noches
ni sus adversos presagios
porque sé que hay siempre un ángel
que, oculto, está vigilando,
dentro de los corazones,
al ser perverso y malvado
que, cruel Herodes del cuento,
pretende siempre asustarnos.

Fin de la Romanza de Nochebuena 2010


***
Imágenes
Sandro Boticelli: Natividad Mística (1501). National Gallery, Londres
Peter Paul Rubens: Adoración de los Magos (1624). Museo Bellas Artes, Amberes
**
Música
Georg Friedrich Händel: La Resurrezione, Oratorio HWV 47
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domingo, 28 de noviembre de 2010

Friné I









Este post surge con motivo de la contemplación de una imagen poderosa procedente de un cuadro que aun sin grandes pretensiones, una de esas expresiones románticas del academicismo francés de la segunda mitad del siglo XIX en que se representa una escena clásica o mitológica, logra impactar en la mirada descuidada pero atenta de la sensibilidad anhelante de belleza.
Se trata de Friné ante el Areópago, de Jean-Leon Gerôme. Una tela de mediano tamaño (80 cm x 128 cm) que esconde mucho más de lo que muestra a simple vista.
La primera vez que supe de esta obra fue gracias a Héctor Amado, gran amante de todo lo que tenga que ver con el clasicismo, pero, sobre todo, con su expresión artística y nouménica; así: filosofía, mitología, teodicea, escultura, arquitectura, poesía, épica, historia, etc., son temas en los ques e sumerge con delectación y, a veces, embeleso.


Pues bien, recuerdo un día, en que discutíamos o charlábamos sobre la belleza y sus atributos, a la vista de una de esas representaciones pétreas de alguna de las Venus clásicas que decoran hornacinas de los centros de placer que discretamente se ubican en la Cité Lumière. Él me señaló entonces la revelación que tuvo la primera vez que observó esta representación, parece que histórica -aunque siempre hay quien la tilda de legendaria-, acerca de una hetaira (o hetera) nacida en Tespias, Beocia, en 328 AdC, cuya belleza extrema sería causa de admiración y animadversión, quien, acusada de asebeia (o impiedad; el mismo delito que causó la desgracia de Sócrates) por un amante despechado, tuvo que someterse a juicio ante los heliastas (magistratura de Atenas inmediatamente inferior al Areópago, que celebraba sus sesiones a cielo abierto).
Friné, que, a la sazón, era amante y modelo del escultor Praxíteles (se especula que la Venus de Cnido, no es otra que la famosa tespiana), fue defendida por Hipérides, discípulo de Platón y gran dialéctico, que ante lo infructuoso de su hábil alegato, recurrió a un golpe de efecto subrayando su impecable discurso con los argumentos incontestables de la extraordinaria belleza de quien había sido modelo repetida para la más bella de las deidades, Afrodita: despojando a su defendida del peplo que la cubría, mostró a los jueces el tributo vivo que para la diosa era la belleza de semejante mujer, mostrando, así, lo que sería un delito aún mayor al privar a la sociedad ateniense de quien tan bien representaba a la más querida deidad de su panteón religioso.


Ni qué decir tiene que la hetera fue absuelta. Pero no por algo tan trivial como la contemplación de la belleza física, ni tan ordinario como la humana concupiscencia, sino porque el diestro alegato del magistrado estuvo enfocado continuamente hacia la abstracción que debiera hacerse del cuerpo de Friné, más allá de su estructura física, para enmarcarse en el ámbito de lo sagrado, de lo divino, aquello mismo que había sido la base y fundamento de la denuncia con que se la acusaba. Si Hipérides lograba persuadir a los magistrados que estaban ante la representación de la divinidad, éstos no podrían condenarla por impiedad; si por revelar los secretos eleusinos (segunda falta que se le atribuía), derecho tendría a hablar de ellos quien era poco menos que una delegación de la diosa en la tierra.


Héctor me dijo que había hecho un viaje exprofeso a Hamburgo para ver la tela en su ubicación actual: la KunstHalle. Me dijo que allí se pasó una hora contemplando el cuadro. Abstraído y atraído por ese foco luminoso que es el cuerpo de Friné, sobre el que están todas las miradas, mientras que ella misma, la observada, se cubre el rostro con el brazo en un gesto medido y quizás estudiado, para privar de identidad mortal a quien era reconocida como representación de Afrodita. Aquellos ojos fijos en la Belleza, en lo incontestable, en lo argumentado sin necesidad de argumento, aquellas púrpuras -rojo pasión- sorprendidas y prendadas de la nívea y ebúrnea piel -casi marmórea- que aparece como una súbita visión bajo el peplo azul -signo de inteligencia, color de Hera- impactando sus mentes y sus corazones, e inundándolos de una piedad capaz de sobreseer las denuncias de impiedad vertidas sobre ella. Todo esto está en el cuadro de Gerôme, pero no contento con eso, Héctor se puso a indagar sobre esta interesante mujer que ne su época ocupaba el escalafón más alto de libertad a la que una mujer podía optar. Dueña de sus cuantiosos ingresos, pues una hetera era mucho más que una simple prostituta de lujo, esta casta especial de mujeres libres poseían una cultura elevada y unos modales y educación que las permitían ser reclamadas en simposios y banquetes de las familias más ricas e influyentes de Atenas (Se dice de Friné que quiso reconstruir con su dinero las murallas de Tebas que fueron destruidas por Alejandro, haciéndolo constar así en ellas; parece ser que este deseo suyo fue desestimado por las autoridades).


El caso es que la curiosidad se acomodó ya entonces en mi mente y ha sido un cuadro, una historia, recurrente en mi bagaje artístico. Hoy, por fin, ha llegado el momento de rendirle homenaje. Pero la labor de preparación y recopilación de documentación, felizmente, ha sobrepasado mis expectativas y dado el abundante material aparecido, deberé dividir su exposición en más de una entrega (quizás dos o tres).
En esta primera, lo presento (valga para ello, esta breve introducción de su causalidad), y aporto el poema que le dedicara Héctor, escrito en aquel su abuhardillado retiro parisino.
Acompaño los textos, con dos representaciones de la protagonista, la que ha originado todo esto y otra de una supuesta copia de la Venus de Tespias, de Praxíteles, encargada por Friné.
La música elegida no podía ser otra, para celebrar la exaltación de la Belleza, que una cantanta del genio de Eisenach, del músico de músicos, del que es expresión máxima de la belleza musical, tanto coral, como instrumental: Johann Sebastian Bach; se trata del Psalm nº 51, BWV 1083 Tilge, Höchester, meine Sünden.






EL JUICIO DE FRINÉ

¿Quién es esta Friné que hasta aquí llega
vestida nada más que de hermosura,
toda vez que el peplo azul la mano diestra
de Hipérides alzó tan oportuna?
¿Quién es ésta que luminosa se muestra
esplendorosa hija de la blanca espuma?
¿Quién es que los ojos de los jueces ciega
y la razón a su emoción vincula?

Acusada de impiedad hacia los dioses
por un ingrato amante despechado,
la que fuera modelo de escultores
y tributo al amor y su retrato,
la que a Venus brindara cuerpo y honores
y a los hombres placeres y agasajos,
ante un jurado está, inmisericorde,
que pretende condenarla sin reparos.

Muestranse fríos los jueces al discurso
del amante que abogado es de la rea,
pese al calor que en la arenga éste dispuso
y a la pericia de que hizo evidencia;
es la impiedad el delito más impúdico
de aquella impúdica y clásica Atenas,
el mismo crimen que a Sócrates supuso
dar fin a su filosófica carrera.

Mas he aquí que la Belleza conmueve,
donde no pudo el arte de Sofía
invocando razones de la mente,
con argumentación más disuasiva:
sagaz golpe de efecto, el velo leve
quitó del bello cuerpo de la ninfa,
el defensor que astuto la defiende,
mostrando las razones de Afrodita.

Jueces los ojos de quienes, tan severos,
justicia bajo la luz del sol observan,
deliberan y sentencian, muy abiertos,
de formas tan rotundas la inocencia,
pues no conciben cuerpo tan perfecto
sin mediar la divina providencia:
de impiedad, unánimes y circunspectos,
absuelven a deidad tan manifiesta.


***
LInks de Interés:
http://es.wikipedia.org/wiki/Prax%C3%ADteles

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lunes, 22 de noviembre de 2010

Día de Santa Cecilia





Felicidades a todos los marplatenses,
en el día de su patrona.

Ocasión para celebrar, la música, no necesita, pues se celebra cada vez que suena una melodía: una canción, un silbido modulado, un compás de palmas, un tararear descuidado, un tamborilear de dedos sobre un cordobán tensado, un tañir de cuerdas bien ritmado que vibrando sobre un vientre de cedro laqueado ponga voz al éter y música al arcano instante en que el vacío parió un universo melodiosamente temperado, un viento medido y ordenado que a su paso por angostos tubos calibrados exprese melodioso su atributo matemático...

¿Patrones la música? Necesita voces e instrumentos, necesita voluntades, sentimientos, sensibilidades, emociones jubilosas y melancólicos lamentos, necesita, sobre todo, ser tocada y escuchada por espíritus atentos, por corazones receptivos, por oídos sensitivos y dispuestos al gozo indescriptible del vibrar inconfundible del armónico universo.

A Santa Cecilia hacen patrona de un infinito, guardiana y protectora del sonar inaudito de la materia, y, así, el veintidos de noviembre su figura se celebra, una imagen tan difusa, la suya, que es cosa de leyenda: virgen y mártir pura, mujer de gran hermosura y de virtud manifiesta que abrazada a la fe de aquél que crucificado fuera acabaría sus días torturada pero entera, no pudiendo ser ahogada ni escalfada de ruin manera y al negarse el filo a hendir el sostén de la gorguera.
¡Viva Santa Cecilia, pues! ¡Viva y que nunca muera, mientras se escuche en el aire la Música de las Esferas!




Oda de JOHN DRYDEN a SANTA CECILIA
(Letra de la Oda a Santa Cecilia de G.F. Haendel)


De la armonía, de la armonía celestial,
Surgió este marco universal
Cuando la naturaleza yacía

Bajo un montón de discordantes átomos,

Y no podía levantar su cabeza,

Una melodiosa voz se oyó desde lo alto:

«Levantaos, vosotros, que sois más que muertos»:


Entonces, el hielo y el calor, la humedad y lo seco,
brotaron para tomar sus lugares,
obedeciendo el poder de la música.
De la armonía, desde la celestial armonía,
Surgió este marco universal,
fluyó por todo el ámbito de notas,
y se cerró el diapasón, completamente en el ser humano

¿Existe pasión que la música no pueda provocar o calmar?
Cuando Jubal tocó el caparazón con cuerdas (la lira),
sus hermanos que escuchaban le rodearon,
y asombrados cayeron de bruces
para alabar aquel sonido celestial.
Ellos creyeron que sólo podía ser un dios lo que habitaba ahí,
dentro de la cavidad de aquel caparazón
que hablaba tan dulcemente y tan bien.
¿Existe pasión que la música no pueda provocar o calmar?


El fuerte estruendo de la trompeta
nos llama a las armas,
con notas estridentes de rabia
y de mortal alarma. El redoble del estruendoso tambor
grita, ¡oíd! viene el enemigo;
¡a la carga, a la carga! ya es tarde para la retirada.
La flauta de suave lamento
en agonizantes notas descubre
las aflicciones de los enamorados desesperanzados,
cuyo canto fúnebre es susurrado por el trinar del laúd.


Los ásperos violines proclaman
sus celosos dolores y la desesperación,
furia, indignación desesperada,
dolores profundos y pasión elevada,
por la hermosa, dama desdeñosa.
Pero, ¡oh! ¿qué arte puede enseñar,
qué voz humana puede alcanzar
la alabanza del órgano sagrado?
Notas que inspiran amor santo,
notas que toman su rumbo celestial
para unirse a los coros allá arriba.

Orfeo podía conducir la raza salvaje;
y los árboles se desraizaban dejando su lugar,
seguidores de la lira.

Mas la resplandeciente Cecilia provocó un milagro mayor:
Cuando a su órgano se le dio el respiro de la voz,
un ángel lo oyó, y apareció de pie,
confundiendo la tierra con el cielo.
A partir del poder de las canciones sagradas,
las esferas comenzaron a moverse;
y para todos los benditos del cielo:
cantaron la alabanza al Gran Creador,
Entonces, cuando la hora final y terrible,
consuma esta procesión decadente,
la trompeta se oirá en lo alto,
los muertos vivirán, los vivos morirán,

y la música entonará el firmamento.
***


-o-

HENRY PURCELL
Hail! Bright Cecilia!



Aquí la Oda a St Cecilia de Henry Purcell, completa:

http://www.youtube.com/watch?v=EoFCPpDZSG4&feature=BF&list=PLF4F003369143CDC2&index=1
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domingo, 21 de noviembre de 2010

La Voz de lo Eterno





Alleluiah!
Hildegard Von Bingen
Alleluia!
O virga mediatrix,
sancta viscera tua
mortem superaverunt
et venter tuus
omnes creaturas illuminavit
in pulcro flore
de suavissima integritate
clausi pudoris tui orto.

*
¿Qué lleva el aire?

¿Qué lleva el aire, qué lleva?
Ese son, esa soflama,
esa voz que me desvela,
ese himno que reclama
mi pasión y la subleva;
dime, corazón dichoso:
¿Qué lleva?

¿Hacia donde se dirige?
¿por qué en mí se demora?
¿por qué mi delirio exige
y obtenido lo enamora?

¿Que quiere de mí, qué quiere?
Si me rindo a su hermosura
hasta amarla con locura
¿por qué tan honda me hiere?

¿Que lleva el aire, qué lleva?
Una voz que me reclama
cuyo ardor de suave llama,
inflamándome, me eleva.





O Vis Aeternitatis
Hildegard Von Bingen
Vis aeternitatis
que omnia ordinasti in corde tuo,
per verbum tuum omnia creata sunt
sicut voluisti,
et ipsum verbum tuum
induit carnem
in formatione illa
que educta est de Adam.
Vis aeternitatis
Vis aeternitatis.
*

Ay, Poder de lo Eterno

Ay, Poder de lo Eterno,
qué dulcemente hieres
poblándome el infierno
con cielo de mujeres.

Potencia Femenina,
Eterno Paradigma:
es vuestro alma divina
del hombre grato estigma.

Ay, Poder de lo Eterno,
la herida que me infieres
un gozo es sempiterno
nutrido por mujeres.

*****