sábado, 30 de agosto de 2014

PARPADEOS DE ETERNIDAD (III): Jean Agélou: El encanto académico - GALERÍA: Jean Agélou: Le charme





Jean Agélou
Le Charme

.....Más que Julian Mandel es Agélou representante de la french postcard. Sus retratos de desnudos femeninos son más presentadores que representativos. Si aquél en todo momento intenta (y casi siempre lo logra) que sus instantáneas recuerden al más noble arte pictórico, éste, pese a considerarse a sí mismo como un artista académico, rara vez lo consigue. Las fotografías de Jean Agélou tienen el encanto propio de la naïveté (de la ingenuidad) de un arte que recién da sus primeros pasos. No es lo importante en Agélou (como lo era en Mandel) representar el cuerpo desnudo de la mujer desde el punto de vista onírico, sino que se limita a colocar la cámara delante de la modelo, en una composición más o menos sofisticada, pero siempre presentando de forma natural y neta la corporeidad material, la sensualidad desnuda, de la mujer. Pocas veces su obra logra elevarse del suelo y despegar del plano más terreno, pocas veces las presentaciones ofrecidas nos hacen imaginar o evocar algo más de lo que allí se ve (como ocurría en Mandel). Su estímulo es meramente físico, bello y limitado como un pajarillo enjaulado, pero sin alas para dar libertad a la imaginación. Con todo, sus instantáneas rezuman una sensualidad ingenua, sin complicaciones, directa: el protagonismo de las modelos prevalece sobre la creación.

.....Son, las de Agélou, fotografías con más carne —y, en el mejor de los casos, con más alma— que espíritu. Fotografías realizadas para excitar directamente a espíritus simples, sin grandes complejidades intelectuales. Bellas como lozanas campesinas, que en ningún momento pretenden (o queriéndolo no lo consiguen) hacerse pasar por ninfas. Hay en ellas —en sus presentaciones fotográficas— una sensualidad demasiado apegada a la realidad, sí, obviamente, idealizada, pero sin abandonar lo aparente, lo que se ve, lo que es. Mandel, en cambio apela a la imaginación del hombre aún más que a su sensualidad, o, para mejor decir, apela a la sensualidad que hunde sus raíces en lo irracional, en lo imaginativo, en lo posible. Agélou es el aquí te pillo, aquí te mato; Mandel, por el contrario, representa el cortejo, el acercamiento alambicado, hilvanado con puntadas de acasos a la trama de una sensualidad profunda. Agélou supone la satisfacción inmediata; Mandel la insatisfacción retroalimentada por satisfacción nunca completa. Agélou, digámoslo ya, presenta una sensualidad esencialmente masculina, simple —aparentemente— en la facilidad con que obtiene su inevitable resultado; Mandel, en cambio, representa la sensualidad femenina, mucho más compleja y sofisticada. Esta dicotomía no es sino una manera convencional de establecer dos maneras de enfocar el hecho fotográfico erótico; qué duda cabe que las cosas no son tan sencillas. Pero, creo, que el fondo de lo que se quiere (de lo que quiero) transmitir es fácilmente comprensible de esta forma.

.....Con Agélou uno tiene la convicción de asir lo real, lo posible, lo accesible, y, desde este punto de vista, sus postales pueden dar la impresión de resultar más sexualmente efectivas. El hecho de presentarnos a alguien tan real como una modelo conocida (y reconocible) abunda en esta tesis. Fernande Barrey, protagonista por sí misma de todo un catálogo de la obra de Agélou, nacida en la Picardía francesa (lo que imprimiría, sino carácter, sí curiosa alusión a su destino), se trasladó relativamente joven (contaba veinticinco esplendorosos años) a París, donde iniciaría una provechosa carrera como cortesana y modelo de artistas. Sin vergüenza para desnudarse ante las curiosas miradas afiladas como escalpelos, posaría para Modigliani, Soutine o Foujita (quien, perdidamente enamorado, se casaría con ella, viviendo a su lado una, en ocasiones, tormentosa y siempre libérrima relación);. También sería musa (quizás amante) de Jean Agélou, quien la retrataría desde multitud de ángulos y perspectivas (convencionales: de pie, sentada, recostada, de medio cuerpo, de cuerpo entero) en una larga serie de composiciones con marcado tono naïf.

.....Con un cuerpo nada espectacular, poseía miss Fernande una sensualidad fácilmente expresiva. Los cánones en cien años han cambiado, obviamente (entonces se gustaba más de los cuerpos abundantes en carnes y curvas, si bien siempre se admiró la armonía y la proporción), pero sigue habiendo algo entrañable en la (a ratos) oronda figura de Fernande, algo que va más allá de sus firmes y generosos senos, más allá de su alta y ancha cadera, más allá de su bien modelado culo, más allá de sus muslos tersos y libres de celulitis, más allá de su carita picarona. Quizás sea el conjunto, la impresión general que ofrece, una impresión que se va agrandando a medida que uno se concentra en los detalles de su anatomía y de las poses. Erotismo cándido que no pretende más de lo que muestra, ésta puede ser su gran virtud. La virtud implícita en la modelo, que poco deja al artista (fotógrafo), más allá de una sabia composición y elección, más allá de un excelente trabajo en el laboratorio, donde se trabajarán las texturas suavizadas, las pinceladas de luz, los contrastes precisos y preciosos que no endurezcan la expresión y que resaltarán las virtudes de la buena materia prima.

.....La gran virtud, reconozco, de Agélou es que nos muestra, reitero, a una mujer, si idealizada, accesible, una mujer que uno puede encontrar por la calle; no una ninfa, no un sueño, no un ideal inaccesible: una mujer de carne recubriendo generosamente convencional el hueso. Es este el punto de vista desde el cual mejor podemos apreciar la obra de Agélou: la mujer tal cual, d'habitude, ella es, y no una mujer especial, ni especialmente bella, sino una mujer representativa (en este caso lo es) de la mujer media de cualquier cultura. Las formas perfectas de la normalidad, eso es lo que retrata Agélou; su idealización consiste en eso: ofrecer la obra más acabada de la normalidad, la más fidedigna y reconocible. Desde este punto de vista, puede aludirse a la obra de Agélou, de manera figurada, como de una obra proletaria o pequeño burguesa. Pese a los escenarios que simulan una buscada, y nada natural, suntuosidad, la preeminencia netamente convencional de las modelos, su protagonismo y sus nada pretenciosas —o sublimes— anatomías, acercan la obra de Agélou a un público de gustos sencillos, nada complicados, quizás culto pero no intelectual, quizás sensible pero no delicado. De todas formas, obra estimable para cualquier público, incluso el más selecto, no más sea porque en todo hombre habitan todos los hombres, en todo ser todos los seres. Es Jean Agélou —en otra aproximación figurada— la mejor canción popular de la fotografía, mientras que Julian Mandel sería algo así como un representante soul, y Man Ray el free jazz fotográfico. (¿Y quién no se descubre un día tarareando machaconamente una tonada popular?).

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GALERÍA


Jean Agélou
1878-1921

LE CHARME

Miss Fernande
(vía Helmuth Schmidt)
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Otras Modelos


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