martes, 31 de julio de 2012

La decepción




El prosélito
...Lo que nunca perdona el prosélito es sufrir una decepción con el maestro, guía, modelo, héroe, o sea cual fuere la figura idolatrada. Si esto sucede (y sucede casi siempre), el más incondicional admirador se trocará el más furibundo adversario, se transformará en el más acérrimo enemigo. El prosélito, el acólito, el seguidor extremadamente entusiasta, el discípulo enfermizamente entregado, por definición, necesita el puntal firme, la seguridad y confianza en sí mismo de la que carece y que reconoce --o coloca-- en aquél que a sus ojos suple esas carencias. Infinitamente indulgente consigo mismo, con sus propias faltas, defectos y errores, no admite, en cambio, la más mínima mancha en el ídolo inmaculado que le sirve de fulcro vital. El carácter de esa decepción (su motivo, su causa), por otra parte, puede ser tan diverso como las debilidades más acusadas de los prosélitos: aquéllas que les hacen sentir inermes, inseguros, perdidos o abandonados; es decir, las que constituyen su mayor carencia, y a las que convierten en su peor pecado. Los prosélitos, por otra parte, no suelen entender --ni desean ni necesitan entender-- a su figura idolatrada, les basta con creer en ellos, en tener fe en la imagen que de ellos se hacen. Si tuvieran la capacidad para endenderlos no serían prosélitos sino alumnos o discípulos críticos y con criterio (tampoco necesitarían buscar fuera lo que sin duda intentarían hallar dentro de sí), y nunca se sentirían decepcionados de él, al menos no más de lo que lo puedan estar de sí mismos en sus horas más terribles. No atendiendo a razones, no subyugados por la categoría humana (o sobre-humana) de aquel a quien admiran, sino por su figura representativa (la que ellos necesitan tener de él, la misma que van inflando cada vez más en su coleto), los prosélitos son incapaces de aceptar la falla, la tara, el defecto, en quien se necesita inconcebiblemente impoluto, intachablemente impecable; y, de este modo, si la mancha aparece (a su entender), si el defecto o la tara se desvelan, mostrándose así el maestro tan humano como el que más, al prosélito le sobreviene la decepción y vuelven sobre el antes idolatrado toda la ira que contra ellos mismos no pueden volcar --pues con ellos mismos, ya se ha dicho, la indulgencia y el perdón son generosamente administrados.
...Judas traiciona a Jesús no por las treinta monedas, sino porque Jesús, haciendo gala de un amor que él --Judas-- es incapaz de poseer, está dispuesto a morir, a sacrificarse, a padecer los más horrorosos sufrimientos por aquello en lo que cree (la redención del género humano), en vez de erigirse en cabecilla, líder y azote revolucionario capaz de cambiar el mundo con su ultraterreno poder. Eso es lo que no perdona Judas, y si acaba colgándose no es por remordimientos sino por exceso de orgullo, porque es incapaz de vivir con la lacra que, a su miope y sesgado entender, supone haber creído en alguien hasta el punto de divinizarlo y que al final le ha decepcionado. El prosélito, pues, es un traidor en potencia que el tiempo en la mayoría de las casos acaba por revelar. Y esto lo sabe el "maestro, guía, modelo o figura idolatrada", si realmente lo es: solo los farsantes pueden llamarse a engaño, los que necesitan y requieren al adulador tanto como éstos a él. Jesús sabía que Judas le traicionaría porque reconoció en él al prosélito, al débil que necesitaba la fortaleza de otro para tener un proyecto, para conseguir lo que él solo no podría. Jesús se sirvió de él, por otra parte, para llevar a cabo sus planes: ser delatado para iniciar su pasión.
...César, en cambio, no se sorprendió de sus asesinos, pero sí del más honesto de ellos: Bruto. Es una excepción. Bruto no traicionó a César porque lo decepcionara, sino porque, honesto él mismo más que todos sus cómplices, fue el único que actuó para salvar a la República. En este caso, el ciego fue César que no fue capaz de detectar su propia deriva hacia el absolutismo; cegado también por su propia soberbia, que le impidió ver el descontento entre los senadores más honestos y fieles a la República, entre ellos su ahijado Bruto.
...No pocas caídas de grandes hombres se deben a prosélitos decepcionados. Gandhi sería un ejemplo de esto: su asesino había sido un extremadamente entusiasta seguidor suyo, hindú, decepcionado por la capacidad inequívoca de compasión y justicia del Mahatma, compasión y justicia que le llevarían a defender a los (enemigos) musulmanes de sus propios correligionarios hindúes, y, a la postre, a firmar su sentencia de muerte a manos de aquéllos que más lo idolatraban y menos le entendían, aquéllos que nunca le perdonaron el haber puesto al descubierto su cara más atroz, la que querían esconder y soterrar, pero que se reveló con nitidez y virulencia cuando el momento histórico, forjado por la fuerza de este solo hombre, les fue propicio.
...El prosélito nunca perdona haber creído equivocadamente. Por su propia seguridad no se lo puede permitir. El prosélito es un jugador de ventaja, un oportunista; siempre se le encontrará a favor de la corriente: ni puede, ni quiere, ni sabe nadar o sortear la corriente adversa, y cuando su maestro duda, o es vencido por esta corriente, el prosélito lo abandonará, e incluso tirará piedras contra él para hundirlo, intentando así hacer desaparecer toda huella de su anterior debilidad (haber creído en él).
...Tú que tienes el coraje, la fuerza y la virtud; tú que posees la confianza en ti mismo y la determinación; tú que has decidido hacer de tu vida una insobornable apuesta por la integridad y la plenitud; tú que a pesar tuyo te eriges en faro porque te conviertes en antorcha de tu propio fuego; guárdate de los aduladores, de los incondicionales entusiastas, de los prosélitos, pues ellos serán tu perdición.


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domingo, 29 de julio de 2012

El Horror





A Cassandre Bouvier y Houria Moumni, 
Por ejemplo.

El dedo apuntador
(fábula)

El dedo señalaba hacia el horror, y todos los ojos miraron en aquella dirección (¿quién puede resistirse al poder conminativo de un dedo apuntador?). Pero, tras un primer momento en que los ojos se cebaron, ávidos, en la contemplación de lo horroroso, ahíta ya su curiosidad morbosa (pues al ser humano hasta el horror le llega a resultar anodino cuando se convierte en costumbre), se volvieron hacia el dedo que apuntaba y comenzaron a cuestionar su naturaleza: unos decían que era blanco, otros que negro; quien lo veía nervudo, y quien mantecoso; quien aducía su gesto autoritario, y quien lo consideraba indolente. Al cabo, los ojos habían obviado --sino olvidado-- el horror objeto de su previo interés, enzarzándose en una disputa acerca de la idoneidad del dedo apuntador: ¿Era más creíble por blanco, o menos veraz por negro?, ¿Más digno de crédito por austero, o menos por abotargado?, ¿Más verosímil por autoritario, o menos por indolente?. Tras horas de encendido debate, al final se llegaría a la conclusión de la necesidad de regular debidamente las condiciones que debe de tener un dedo apuntador (valga decir, acusador) para ejercer su función en cuestión tan grave como señalar el horror, pues la consideración de éste debería venir notoriamente determinada por la autoridad emanada de aquél. A tal fin se dedicaron ingentes cantidades de tiempo y energía en la elaboración de un complejo y abstruso marco regulador para dedos apuntadores del horror. Los ojos más penetrantes, los más agudos, los más clarividentes, definieron, calificaron, acotaron y precisaron, en Títulos, Capítulos, Artículos, Párrafos y Addendas, de modo exhaustivo, tanto la naturaleza, las funciones y los objetivos, como los derechos y los deberes de los dedos apuntadores del horror para poder ser dignos de crédito. 
El horror (al que apenas se dedicaba una línea de ambigua definición en el profuso reglamento), a todo esto, miraba atónito a los ojos humanos sintiéndose ninguneado, desvalorizado, privado de trascendencia. Herido su orgullo y cuestionado su prestigio, el horror se preguntó si no habría dejado de ser necesario para el hombre --quien lo habría creado--, vaciado ya de sentido, y, por tanto, incapaz de servir de aviso o alarma ante los hechos y conductas reprobables. Recordó con nostalgia lo mucho que llegó a significar, por lo sugerente y pavoroso de su simple enunciación, en los labios de un alucinado (o lúcido) Kurtz, allá en El Corazón de las Tinieblas; concluyendo que quizá sea, como diría otro ínclito y marginal personaje, el replicante Roy Batty, "Time to die"


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jueves, 26 de julio de 2012

Bettie Page: Escultura viva (2)






RELATO

Bettie
...¡Vaya, ahora va a resultar que soy una estatua...!, pero que respira, se mueve y posa... ¡Pues sí que...! ¿Y quién se ha creído que es este tipo para arrogarse el derecho a proponer títulos a la vida de los demás como si fueran sentencias? ¿Acaso me conoce? ¿Me conoció? ¿Sabe realmente de mi vida? ¿De lo que yo pensaba, de lo que sentía, de lo que tuve que afrontar? ¿En que se basa? En cuatro reseñas biográficas tópicas, constantemente repetidas, batiburrillo anecdótico y previsible. ¿Pero de mi vida? Nada, absolutamente nada. Algunos de los pocos amigos que tuve sí podrían hablar de mí, pero no lo hacen (no lo han hecho, ni con motivo de los varios homenajes realizados a mi muerte) más que desde el punto de vista profesional, extremo que agradezco, por algo fueron amigos. ¿Los otros? Dicen lo que les interesa decir, aquello que les viene bien para darse importancia (siempre hay quien se sirve de la cercanía a la gloria ajena para aprovecharse de su resplandor). Nadie sabe lo que pasa por la cabeza, y por el corazón, de alguien que, como yo, decide un buen día abandonar la seguridad del hogar dulce hogar (¡Ja!) para buscar su propio camino. Nadie... que no lo haya hecho, claro. 
...Comprendo perfectamente, por ejemplo, a la pobre Marilyn. Tuvo el éxito mediático que yo hubiera deseado, en el cine me refiero. Su vida, en cierto modo, y hasta que logró despegar, tuvo grandes semejanzas con la mía, pero me alegro de no haber podido seguir sus pasos. Al final fui más afortunada que ella: pude hacer lo que yo quería, y al no pretender más de lo que podía, fui feliz, sí, lo fui; debí rebajar mis expectativas, mis ilusiones, me hice posibilista, dueña del diseño de mi papel, y me salió bien: pasé diez años maravillosos, no sin dificultades, pero maravillosos. Pero...
...Mejor será que no me adelante. En agradecimiento a este engreído (sí, sí, tú, quien está tecleando estas palabras a mi dictado) que se cree con derechos sobre la imagen de los muertos, y en atención al cariño y respeto con que lo ha hecho, voy a concederle el privilegio de escuchar de mi propios labios (¡tan deseados!), una historia que muy pocos conocen (en realidad nadie, tal y como aquí pretendo contarla). Esa historia que casi nunca se cuenta y que es determinante para la otra --la conocida y versada--, pues es causa y justificación de ella: me refiero a la historia de las emociones surgidas en momentos de desasosiego, de dudas y, por fin, de decisiones, que forjarán el camino a recorrer, la azarosa vida a realizar; de otra forma: las raíces ocultas de ese árbol que todos conocen.
...No quiero que sea nada farragoso. No será un diario, tampoco una apología de mí misma. Simplemente revelaré aspectos muy íntimos de las fases más críticas de mi vida. Sin querer (y sin dejar de quererlo, qué importa, ya), es posible que tienda a la autocomplacencia; espero que se me perdone por esta licencia --lógica por otra parte en alguien que pretende abrir el candado baúl de los secretos y mostrar parte de su contenido-- en compensación a los buenos momentos por mí propiciados.


1
(la vocación)
...Es cierto, desde muy niña sentí una pulsión hacia el exhibicionismo de mi cuerpo. Una fuerza que sentía en mi interior y que se traducía en afinidad por los espejos y cuantas superficies reflejaran mi imagen. Yo no es que fuera muy mona de niña, pero poseía mi encanto, un encanto que subyugaba a mis hermanas menores ante las que realizaba mis primeras poses. Cuando aún mi cuerpo no era lo que después sería, yo ya sentía un íntimo y placentero --ingenua y cándidamente placentero-- gusto en mirar mi silueta, en ejecutar posturas con las que mi cuerpo se me aparecía como más bello. He de confesar que antes de sufrir mi primera crisis de identidad (de la que luego hablaré), yo me gustaba; era un ser identificado totalmente con su imagen, y en ella me deleitaba. Desde que aprendí a leer lo hacía con fruición todas las revistas de moda, e incluso, algunas otras que mi padre guardaba debajo del colchón. 
...Fue en una de esas ocasiones en que aprovechaba que mis padres no estaban en casa para hurgar en esos lugares donde todos los padres guardan las cosas que no quieren que vean sus hijos (y más si se trata de una familia piadosa como la mía), cuando mi padre me sorprendió ojeando una de sus revistas de chicas ligeras de ropa. Yo, entonces, recién había cumplido los doce años, y, aunque con las hormonas ya desperezándose (eso se nota), estaba todavía por desarrollare, lo que no era óbice para que mi cuerpo de impúber ninfa ya anunciara las espléndidas curvas que más tarde serían tan admiradas. No sé si mi progenitor se aprovechó de la ocasión, si era un sentimiento que ya albergaba o se le despertara en ese momento, pero lo cierto es que en vez de la reprimenda esperada, me amonestó cariñosamente, demasiado cariñosamente. Diciéndome que no estaba bien eso que había hecho, que esas cosas no se hacen a escondidas, y que era una suerte que me hubiera sorprendido porque así, él, me podría guiar y aconsejar. Aunque recalcó de la inconveniencia de que mi madre se enterara de estas clases particulares de descubrimiento del cuerpo. Me dijo, abrazándome con ternura, que yo tendría un cuerpo más bonito que el de aquellas chicas y que él me ayudaría  a descubrirlo. Contenta por no haber sido regañada, me quedé, no obstante, algo perpleja y confusa por este ofrecimiento que incluía caricias que hasta entonces nunca me había prodigado. En ese momento no fui consciente de lo que pasaba y lo acepté de una forma natural, incluido el ocultamiento a mi madre (que, por otra parte, era bastante pacata, todo hay que decirlo; por lo que encontré la actitud de mi padre, sino adecuada, si, al menos, lógica, en lo que respecta a mi madre).
...Lo cierto es que mi cuerpo comenzó a florecer al poco tiempo de aquello. Inicié mi carrera menstrual como mujer normal y un desarrollo físico que poco a poco iba sobrepasando la norma. Este florecimiento trajo consigo un incremento en la intensidad del propio disfrute ante la contemplación de aquella imagen reflejada que era la mía: las caderas se ensanchaban, los senos se desarrollaban (aunque me di cuenta, con inicial disgusto, que de forma asimétrica: el izquierdo más alto que el derecho), los mulos se hacían esbeltos y bien torneados, las nalgas cobraban una prominencia semiesférica casi perfecta, el vello púbico crecía,... En suma, me hacía mujer a marchas forzadas y bajo un patrón que parecía diseñado por un escultor clásico. Mis bondades anatómicas no pasaron  desapercibidas para nadie, pero menos que para nadie para mi padre, que no perdía ocasión para deshacerse de mi madre y hermanas y quedarse conmigo a solas. Creo que al final comenzaba a sospechar algo, pero, si así fue, lo calló. Yo, en ningún momento tuve la sensación de abuso: ¡era mi padre! Aunque comencé a sentirme algo incómoda.
...Fui una buena estudiante. Me gustaba aprender. Sobre todo lo que tenía que ver con las artes. Pero el cine era lo que constituía mi gran pasión: yo deseaba actuar en una de aquellas glamurosas películas en las que las más maravillosas actrices rendían a sus pies a los más apuestos galanes. Pero sobre todo eran aquéllas en las que la protagonista lo era absolutamente, libremente, independientemente. Me encantaba la Garbo --no se cuantas veces vi su Reina Cristina de Suecia--, pero también me gustaba la gran Gloria Swanson (magnífica en su Sunset Boulevard), o sentía una extraña fascinación por el desparpajo y dominio con que Mae West se desenvolvía en escena ante los hombres, que parecían así juguetes en sus manos (eso me gustaba, me causaba un íntimo placer indefinible: después descubriría por qué). El caso es que cuando acabé mi etapa en el instituto quise matricularme en la Universidad de Vanderbilt, con una beca obtenida por mi buen rendimiento escolar, pero mi madre, la muy celosa, lo impediría., me privó de mi primera gran oportunidad en la vida. La odié aun más por ello; la verdad es qeu ella nunca me quiso, creo que porque, con ese sexto sentido que poseen las madres, barruntaba la femineidad libre y sin trabas que habitaba en mí. También por ello, quizá, comprendí y disculpé a mi padre, quien, realmente, tampoco me hizo ningún daño (aunque reconozco que no estuvo bien). 
...Deseaba salir de aquel ambiente familiar hipócrita y resueltamente deprimente, al menos para lo que yo quería hacer con mi vida. La ocasión se me presentó al irme a Peabody, sin salir de Tennesse, en cuya Universidad estudié magisterio y obtuve mi licencia. Pronto me di cuenta de que la enseñanza no era lo mío --no esa modalidad de enseñanza--, que mis alumnos estaban más pendientes de mí que de los conocimientos que quería transmitirles; esto me hizo reflexionar, no obstante, sobre el poder que ejercía mi físico sobre los demás. Si ya me miraba satisfecha conmigo misma, a partir de aquel periodo comencé a mirarme con mejores ojos aún. Intenté ponerme en el lugar de un hombre, en qué era lo que le podía gustar de mí. O sí, preguntas a los chicos con los que sales, pero ellos tienden a ocultarte la verdad, solo piensan en una cosa (sobre todo ante una anatomía como la mía), y los estudios de mercado o los ensayos sociológicos o filosóficos no les atrae lo más mínimo; así es qeu tuve que hacer una labor de introspección, por un lado, y de empatía, por otro: ¿qué me gustaría a mí, en caso de ser hombre (la experiencia con mi padre fue de gran ayuda), de una mujer como yo? Y la verdad, es posible que peque de vanidosa (¡he pecado de tantas cosas, y tantas veces!), pero yo me miraba y me gustaba todo lo que veía, incluso esa asimetría de altura y forma en los senos no dejaba de tener su atractivo. Quizá la frente muy amplia. No sé, era incapaz de encontrar un pero. Estaba encantada conmigo misma. No creo que hubiera en aquel momento una persona en el mundo con tanta confianza en sí misma que yo.
...Decidida pues a sacar partido de mi talento natural, y en la creencia de que no me costaría captar la atención del mundo del cine, dejé mi cargo de maestra y me largué a San Francisco. De momento, como medio de susbsistencia, me planteé trabajar como secretaria, pero el foco lo tenía puesto en Hollywood. Allí me esperaba el éxito, no me cabía duda (y eso me lo decían hasta los espejos que, creo, estaban enamorados de mí).

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2
(la decepción)
...Una vez en San Francisco descubriría muy pronto dos cosas: la primera, que no me gustaba el trabajo de secretaria: todo el día detrás de una máquina de escribir, o delante del jefe --huyendo de él-- o cogiendo el teléfono, o aburriéndote soberanamente; la otra fue darme cuenta que el mundo del cine no es todo glamour como puede parecer desde fuera; hay mucho de sórdido en él. Es un mundo tremendamente competitivo y cruel, donde hay mucho listo a la caza de ingenuas llegadas a sus aledaños cargadas de ilusión. Si no tienes un gran talento o unos poderosos padrinos, o las dos cosas a la vez probablemente no obtendrás nada. Yo creí que tenía un talento natural para la interpretación, y me hicieron ver que mi único talento era mi espléndida figura, sobre la que exigían pasar para darte una oportunidad. Oportunidad que nunca llegaba claro. Eso lo supe enseguida y por ello no acepté ese juego. Lo más que hubiera logrado hubiese sido un puesto en la cama de algún productor de segunda, y con suerte una silla a la mesa de los restaurantes de medio pelo y los clubs nocturnos. Yo no quería eso. Cuando hice mi primera prueba para la Warner (¡nada menos!) solo obtuve buenas palabras y malas proposiciones. Mi acento sureño, decían, era un handicap insalvable. No me arredré. Seguí intentándolo. Ya por entonces hice alguna sesión de fotos a propuesta de técnicos de fotografía de los estudios cinematorgáficos, pero su intención era que realizase fanzines licenciosos, fotos guarras, y cortometrajes con escenas de sexo explícito, ya saben. Me volví a negar. Hasta el raro y exclusivo Howard Hugues anduvo detrás de mí (bueno, en realidad, una secretaria suya que me agobió con llamadas telefónicas intentado concertar encuentros con aquel magnate de los negocios y de la otrora exitosa productora RKO).
...Estos reveses los contemplé por su lado bueno: siempre se salvaba mi cuerpo, de eso no cabía ninguna duda, que era admirado y deseado por todos. Pero yo no quería dedicarme a la pornografía. Yo quería ser actriz, alguien importante en el mundo del espectáculo, y no estaba dispuesta a caer tan bajo (porque entonces era caer bajo, no como ahora que una puede ser una actriz porno reconocida y valorada, toda una estrella del hardcore y los saltos de cama). Tampoco quería acabar como mera amante de cineastas y hombres de negocios. Nada de eso, yo quería ser independiente, tener mi propia carrera; sentirme orgullosa de mi misma. Y sabía que lo podía hacer, todo era cuestión de determinación y fuerza de voluntad.
Me casé con un hombre sin ambiciones y me separé cuando vi que el amor no lo es todo, ni puede solucionar problemas ajenos. Fue la decisión más acertada desde que dejé mi hogar de Nashville. Empaqueté mis cosas y puse rumbo a New York.

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3
(el éxito)
...Las decisiones, cuando son acertadas y en total sintonía con los más íntimos anhelos, tienen la capacidad de mover las cosas, de hacer que todo gire a favor de esa decisión. Fue lo que me ocurrió en New York. Me contraté de secretaria para salir del paso, como en San Francisco, como trampolín para dar el salto hacia mi sueño. El encuentro ocasional con Jerry (Jerry Tibbs), un policía de Coney Island que quedó prendado de mi figura, y que resultaría, a la sazón, fotógrafo ocasional, fue crucial. Con él hice mis primeros port-folios en serio. Creo, sinceramente, que fue uno de esos cruces trascendentales: él amaba el mundo de la fotografía, yo quería ser modelo (si no podía ser actriz); así es que nos apoyamos mutuamente. Desempolvé y aproveché los conocimientos en costura de unos cursos realizados allá en Nashville, cuando aún estaba estudiando. Ahora se demostrarían valiosos. Diseñé mis propio vestuario, toda una línea de bikinis y ropa interior para ser mostrada. Yo misma elegía las telas y cortaba los patrones. Jerry se esforzaba en sacar de mí los mejores perfiles, las poses más atrevidas y originales. Fue en una de esas sesiones cuando hayamos remedio a la faceta menos fotogénica de mi figura: mi frente. Si bella al natural, en un plano resultaba excesiva, restaba fuerza a mi cuerpo, desviaba la mirada y la diluía en aquella inmensidad craneal sin significado alguno. Probamos diversos peinados, hasta que en un momento de hartazgo metí la tijera: ¡cielo santo! Allí nació Bettie Page: el flequillo no solo ocultaba la frente sino que daba a mi mirada, a mi rostro, un sesgo poderoso y original. Hicimos pruebas y no gustaron tanto que decidimos (lo decidí yo, claro) que esa sería una especie de signatura, como la firma de un autor de una obra de arte. 
...Al poco ya disponíamos de una buena serie de colecciones que propusimos  a los "clubs de fotografía" y a las revistas burlescas. Las aceptaron de inmediato. Ello contribuyó a crear un clima de euforia entre nosotros que se transmitía, a su vez, a nuestro tabajo, dotándolo de entusiasmo que se trasladaba a las mismas instantáneas. Se pretendía, en mi caso, aprovechar mi talento innato para mostrar lo mejor que la naturaleza puede crear en cuerpo de mujer, y, además, con una sonrisa sugerente, que transmitiera alegría, ganas de vivir, en una época como aquélla que acaba de sufrir y superar una espantosa guerra. Vi realmente lo que yo podía ofrecer: vitalidad, jovialidad, deseo, belleza,... todos impulsos positivos, a una sociedad que venía de estar sumida en la peor de las negatividades: la del horror y la muerte.Ya tenía una misión. Y, además, me gustaba. Era feliz en las sesiones fotográficas; ya fueran íntimas o multitudinarias. El éxito fue rotundo. Mi imagen comenzó a poblar las portadas. Se empezó a hablar de mí. Me llamaban, me reclamaban, me rogaban. Yo creí vivir un sueño.
...Fue cuando me ofrecieron ampliar mi horizonte, trabajar en una línea "algo especial", lo denominaban con un término francés: bondage. Se trataba de escenas de sexo no explícito, con componente sado-masoquista, algo parece ser, muy demandado por una sociedad paranoica como aquella. Como a mí me permitía desarrollar mi faceta de diseñadora y me parecía divertido, no solo no me negué, sino que creo que aporté una nota de frescura e ingenuidad, restando gran parte de su contenido aparentemente violento. Qué duda cabe que el ser humano (eso ya lo estaba aprendiendo) es un ser paradójico, contradictorio, y, sobre todo, juguetón, le encanta dramatizar, representar papeles que lo enajenan de la realidad (no otra cosa es el cine). El bondage permitía esto: la creación de ficciones; en cierto modo, un sucedáneo cinematográfico. Comencé, pues, a realizar películas con esta temática que tuvieron un éxito fulminante. De hecho s eme considera la primera actriz de films bondage de la historia. Yo estaba entusiasmada porque descubrí una faceta mía como diseñadora que ignoraba. Fue muy, muy, divertido. Aunque, al final, ocasionara mi desgracia. Pero eso es otro asunto. 
Otro momento capital en mi vida fue en Florida, aprovechando uno de mis constantes viajes a la costa para la realización de fotos con decorados naturales. Allí conocí a Cadwell, Hannau y Bunny Yaeger, extraordinarios fotógrafos que me auparían hasta la cumbre de mi carrera. Producto de una de estas sesiones con la buena de Bunny fue mi siguiente hito. Estamos en 1954, y me quedé petrificada (ahí sí que pude parecer una escultura) cuando recibí la llamada de Hug Hefner, de Playboy: querían hacerme una sesión de fotos, con la intención de salir en portada como Playmate de Enero del año siguiente. 1955 fue mi gran año. Fui Playmate de Enero, y posteriormente declarada Miss World Pin-Up. Mi vida iba viento en popa, mi carrera en constante ascenso. A pesar de mi edad (34 años para la gran mayoría de las modelos es una edad de absoluta decadencia) yo era cada vez más demandada. Y ocurrió. 

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4
(la debacle)
...En 1957 todo se vino abajo como un castillo de naipes. ¿La culpa fue del bondage? No lo sé. Lo que sí sé es que fui objeto de un ataque furibundo de todas las instancias puritanas de Tennesse (¿de EEUU?). Dijeron que se nos fue la mano en una de las películas, que si había costado la vida a un pobre chico. ¡Mentira! Todo fueron mentiras. Pero hicieron bien su labor. Me afrentaron, me quitaron la alegría, sembraron la duda en mí. Todos los fantasmas de la niñez volvieron: aquella pacata religiosidad, aquel sentimiento de culpa, actuaron en mí como tijeras cortando mis alas. Me precipité. Caí en un estado de confusión tal, que donde antes todo eran luminosas certezas aparecieron enormes agujeros negros por los que mi cordura se precipitaba. Intenté buscar asidero en esa misma religiosidad que me flagelaba. Pero lo hice a conciencia y con conciencia. Quise dedicarme a los demás; si hubo culpa en mí quise enjugarla mitigando el sufrimiento de quienes lo padecen. Ya que mi cuerpo escultural no serviría, como imagen, para ese cometido ya nunca más, lo haría como instrumento de ayuda y consuelo. No creo en esa piedad de oración y obra de caridad. No creo en la moral religiosa, creo en la ética social. Quise irme a África, a misiones, pero hasta eso se me negó. El resto es demasiado sórdido para ser contado, y de eso, de sordidez, ya tiene bastante el mundo. Solo desearía una cosa: que se me recordara como imagen de la exuberancia de la vida, de uno de sus momentos (y monumentos) culminantes: Bettie Page, una diosa escultural, sí, de acuerdo, pero, sobre todo, una mujer que fue feliz haciendo felices a los demás.

[Parece ser que acompañando este sucinto relato de mi vida se van a exhibir, además de una serie de bonitas fotos en color, aquéllas otras más "comprometidas", donde muestro sin ningún tipo de traba ni vergüenza mi pubis. Fueron las fotos, sino más divertidas, sí más liberadoras. Me sentí inconmensurablemente libre haciéndolas. Creo en el amor, creo en la naturalidad, creo en que es inmensamente más pecaminosa la violencia, la envidia, la usura, la avaricia o cualquier tipo de injusticia que la lascivia o la lujuria. De todas formas, estas fotos no fueron hechas desde una perspectiva provocadora, sino enteramente desmitificadora. Había que derribar ese tabú, y me encontré a mis anchas haciéndolo. Felicito a este admirador que así quiere homenajearme y espero que quien las observe vea en ellas un gesto de libertad desinhibida antes que un mero objeto de vulgar excitación].

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GALERÍA

Bettie Page 
(1923-2008)

Portfolio 2
Coloridamente Bettie
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Una jovencísima Bettie
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Portada de Playboy, Enero de 1955
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Portfolio 3
Desinhibidamente Bettie
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Corte de pelo
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