RELATO
Bettie
...¡Vaya, ahora va a resultar que soy una estatua...!, pero que respira, se mueve y posa... ¡Pues sí que...! ¿Y quién se ha creído que es este tipo para arrogarse el derecho a proponer títulos a la vida de los demás como si fueran sentencias? ¿Acaso me conoce? ¿Me conoció? ¿Sabe realmente de mi vida? ¿De lo que yo pensaba, de lo que sentía, de lo que tuve que afrontar? ¿En que se basa? En cuatro reseñas biográficas tópicas, constantemente repetidas, batiburrillo anecdótico y previsible. ¿Pero de mi vida? Nada, absolutamente nada. Algunos de los pocos amigos que tuve sí podrían hablar de mí, pero no lo hacen (no lo han hecho, ni con motivo de los varios homenajes realizados a mi muerte) más que desde el punto de vista profesional, extremo que agradezco, por algo fueron amigos. ¿Los otros? Dicen lo que les interesa decir, aquello que les viene bien para darse importancia (siempre hay quien se sirve de la cercanía a la gloria ajena para aprovecharse de su resplandor). Nadie sabe lo que pasa por la cabeza, y por el corazón, de alguien que, como yo, decide un buen día abandonar la seguridad del hogar dulce hogar (¡Ja!) para buscar su propio camino. Nadie... que no lo haya hecho, claro.
...Comprendo perfectamente, por ejemplo, a la pobre Marilyn. Tuvo el éxito mediático que yo hubiera deseado, en el cine me refiero. Su vida, en cierto modo, y hasta que logró despegar, tuvo grandes semejanzas con la mía, pero me alegro de no haber podido seguir sus pasos. Al final fui más afortunada que ella: pude hacer lo que yo quería, y al no pretender más de lo que podía, fui feliz, sí, lo fui; debí rebajar mis expectativas, mis ilusiones, me hice posibilista, dueña del diseño de mi papel, y me salió bien: pasé diez años maravillosos, no sin dificultades, pero maravillosos. Pero...
...Mejor será que no me adelante. En agradecimiento a este engreído (sí, sí, tú, quien está tecleando estas palabras a mi dictado) que se cree con derechos sobre la imagen de los muertos, y en atención al cariño y respeto con que lo ha hecho, voy a concederle el privilegio de escuchar de mi propios labios (¡tan deseados!), una historia que muy pocos conocen (en realidad nadie, tal y como aquí pretendo contarla). Esa historia que casi nunca se cuenta y que es determinante para la otra --la conocida y versada--, pues es causa y justificación de ella: me refiero a la historia de las emociones surgidas en momentos de desasosiego, de dudas y, por fin, de decisiones, que forjarán el camino a recorrer, la azarosa vida a realizar; de otra forma: las raíces ocultas de ese árbol que todos conocen.
...No quiero que sea nada farragoso. No será un diario, tampoco una apología de mí misma. Simplemente revelaré aspectos muy íntimos de las fases más críticas de mi vida. Sin querer (y sin dejar de quererlo, qué importa, ya), es posible que tienda a la autocomplacencia; espero que se me perdone por esta licencia --lógica por otra parte en alguien que pretende abrir el candado baúl de los secretos y mostrar parte de su contenido-- en compensación a los buenos momentos por mí propiciados.
1
(la vocación)
...Es cierto, desde muy niña sentí una pulsión hacia el exhibicionismo de mi cuerpo. Una fuerza que sentía en mi interior y que se traducía en afinidad por los espejos y cuantas superficies reflejaran mi imagen. Yo no es que fuera muy mona de niña, pero poseía mi encanto, un encanto que subyugaba a mis hermanas menores ante las que realizaba mis primeras poses. Cuando aún mi cuerpo no era lo que después sería, yo ya sentía un íntimo y placentero --ingenua y cándidamente placentero-- gusto en mirar mi silueta, en ejecutar posturas con las que mi cuerpo se me aparecía como más bello. He de confesar que antes de sufrir mi primera crisis de identidad (de la que luego hablaré), yo me gustaba; era un ser identificado totalmente con su imagen, y en ella me deleitaba. Desde que aprendí a leer lo hacía con fruición todas las revistas de moda, e incluso, algunas otras que mi padre guardaba debajo del colchón.
...Fue en una de esas ocasiones en que aprovechaba que mis padres no estaban en casa para hurgar en esos lugares donde todos los padres guardan las cosas que no quieren que vean sus hijos (y más si se trata de una familia piadosa como la mía), cuando mi padre me sorprendió ojeando una de sus revistas de chicas ligeras de ropa. Yo, entonces, recién había cumplido los doce años, y, aunque con las hormonas ya desperezándose (eso se nota), estaba todavía por desarrollare, lo que no era óbice para que mi cuerpo de impúber ninfa ya anunciara las espléndidas curvas que más tarde serían tan admiradas. No sé si mi progenitor se aprovechó de la ocasión, si era un sentimiento que ya albergaba o se le despertara en ese momento, pero lo cierto es que en vez de la reprimenda esperada, me amonestó cariñosamente, demasiado cariñosamente. Diciéndome que no estaba bien eso que había hecho, que esas cosas no se hacen a escondidas, y que era una suerte que me hubiera sorprendido porque así, él, me podría guiar y aconsejar. Aunque recalcó de la inconveniencia de que mi madre se enterara de estas clases particulares de descubrimiento del cuerpo. Me dijo, abrazándome con ternura, que yo tendría un cuerpo más bonito que el de aquellas chicas y que él me ayudaría a descubrirlo. Contenta por no haber sido regañada, me quedé, no obstante, algo perpleja y confusa por este ofrecimiento que incluía caricias que hasta entonces nunca me había prodigado. En ese momento no fui consciente de lo que pasaba y lo acepté de una forma natural, incluido el ocultamiento a mi madre (que, por otra parte, era bastante pacata, todo hay que decirlo; por lo que encontré la actitud de mi padre, sino adecuada, si, al menos, lógica, en lo que respecta a mi madre).
...Lo cierto es que mi cuerpo comenzó a florecer al poco tiempo de aquello. Inicié mi carrera menstrual como mujer normal y un desarrollo físico que poco a poco iba sobrepasando la norma. Este florecimiento trajo consigo un incremento en la intensidad del propio disfrute ante la contemplación de aquella imagen reflejada que era la mía: las caderas se ensanchaban, los senos se desarrollaban (aunque me di cuenta, con inicial disgusto, que de forma asimétrica: el izquierdo más alto que el derecho), los mulos se hacían esbeltos y bien torneados, las nalgas cobraban una prominencia semiesférica casi perfecta, el vello púbico crecía,... En suma, me hacía mujer a marchas forzadas y bajo un patrón que parecía diseñado por un escultor clásico. Mis bondades anatómicas no pasaron desapercibidas para nadie, pero menos que para nadie para mi padre, que no perdía ocasión para deshacerse de mi madre y hermanas y quedarse conmigo a solas. Creo que al final comenzaba a sospechar algo, pero, si así fue, lo calló. Yo, en ningún momento tuve la sensación de abuso: ¡era mi padre! Aunque comencé a sentirme algo incómoda.
...Fui una buena estudiante. Me gustaba aprender. Sobre todo lo que tenía que ver con las artes. Pero el cine era lo que constituía mi gran pasión: yo deseaba actuar en una de aquellas glamurosas películas en las que las más maravillosas actrices rendían a sus pies a los más apuestos galanes. Pero sobre todo eran aquéllas en las que la protagonista lo era absolutamente, libremente, independientemente. Me encantaba la Garbo --no se cuantas veces vi su Reina Cristina de Suecia--, pero también me gustaba la gran Gloria Swanson (magnífica en su Sunset Boulevard), o sentía una extraña fascinación por el desparpajo y dominio con que Mae West se desenvolvía en escena ante los hombres, que parecían así juguetes en sus manos (eso me gustaba, me causaba un íntimo placer indefinible: después descubriría por qué). El caso es que cuando acabé mi etapa en el instituto quise matricularme en la Universidad de Vanderbilt, con una beca obtenida por mi buen rendimiento escolar, pero mi madre, la muy celosa, lo impediría., me privó de mi primera gran oportunidad en la vida. La odié aun más por ello; la verdad es qeu ella nunca me quiso, creo que porque, con ese sexto sentido que poseen las madres, barruntaba la femineidad libre y sin trabas que habitaba en mí. También por ello, quizá, comprendí y disculpé a mi padre, quien, realmente, tampoco me hizo ningún daño (aunque reconozco que no estuvo bien).
...Deseaba salir de aquel ambiente familiar hipócrita y resueltamente deprimente, al menos para lo que yo quería hacer con mi vida. La ocasión se me presentó al irme a Peabody, sin salir de Tennesse, en cuya Universidad estudié magisterio y obtuve mi licencia. Pronto me di cuenta de que la enseñanza no era lo mío --no esa modalidad de enseñanza--, que mis alumnos estaban más pendientes de mí que de los conocimientos que quería transmitirles; esto me hizo reflexionar, no obstante, sobre el poder que ejercía mi físico sobre los demás. Si ya me miraba satisfecha conmigo misma, a partir de aquel periodo comencé a mirarme con mejores ojos aún. Intenté ponerme en el lugar de un hombre, en qué era lo que le podía gustar de mí. O sí, preguntas a los chicos con los que sales, pero ellos tienden a ocultarte la verdad, solo piensan en una cosa (sobre todo ante una anatomía como la mía), y los estudios de mercado o los ensayos sociológicos o filosóficos no les atrae lo más mínimo; así es qeu tuve que hacer una labor de introspección, por un lado, y de empatía, por otro: ¿qué me gustaría a mí, en caso de ser hombre (la experiencia con mi padre fue de gran ayuda), de una mujer como yo? Y la verdad, es posible que peque de vanidosa (¡he pecado de tantas cosas, y tantas veces!), pero yo me miraba y me gustaba todo lo que veía, incluso esa asimetría de altura y forma en los senos no dejaba de tener su atractivo. Quizá la frente muy amplia. No sé, era incapaz de encontrar un pero. Estaba encantada conmigo misma. No creo que hubiera en aquel momento una persona en el mundo con tanta confianza en sí misma que yo.
...Decidida pues a sacar partido de mi talento natural, y en la creencia de que no me costaría captar la atención del mundo del cine, dejé mi cargo de maestra y me largué a San Francisco. De momento, como medio de susbsistencia, me planteé trabajar como secretaria, pero el foco lo tenía puesto en Hollywood. Allí me esperaba el éxito, no me cabía duda (y eso me lo decían hasta los espejos que, creo, estaban enamorados de mí).
(la decepción)
...Una vez en San Francisco descubriría muy pronto dos cosas: la primera, que no me gustaba el trabajo de secretaria: todo el día detrás de una máquina de escribir, o delante del jefe --huyendo de él-- o cogiendo el teléfono, o aburriéndote soberanamente; la otra fue darme cuenta que el mundo del cine no es todo glamour como puede parecer desde fuera; hay mucho de sórdido en él. Es un mundo tremendamente competitivo y cruel, donde hay mucho listo a la caza de ingenuas llegadas a sus aledaños cargadas de ilusión. Si no tienes un gran talento o unos poderosos padrinos, o las dos cosas a la vez probablemente no obtendrás nada. Yo creí que tenía un talento natural para la interpretación, y me hicieron ver que mi único talento era mi espléndida figura, sobre la que exigían pasar para darte una oportunidad. Oportunidad que nunca llegaba claro. Eso lo supe enseguida y por ello no acepté ese juego. Lo más que hubiera logrado hubiese sido un puesto en la cama de algún productor de segunda, y con suerte una silla a la mesa de los restaurantes de medio pelo y los clubs nocturnos. Yo no quería eso. Cuando hice mi primera prueba para la Warner (¡nada menos!) solo obtuve buenas palabras y malas proposiciones. Mi acento sureño, decían, era un handicap insalvable. No me arredré. Seguí intentándolo. Ya por entonces hice alguna sesión de fotos a propuesta de técnicos de fotografía de los estudios cinematorgáficos, pero su intención era que realizase fanzines licenciosos, fotos guarras, y cortometrajes con escenas de sexo explícito, ya saben. Me volví a negar. Hasta el raro y exclusivo Howard Hugues anduvo detrás de mí (bueno, en realidad, una secretaria suya que me agobió con llamadas telefónicas intentado concertar encuentros con aquel magnate de los negocios y de la otrora exitosa productora RKO).
...Estos reveses los contemplé por su lado bueno: siempre se salvaba mi cuerpo, de eso no cabía ninguna duda, que era admirado y deseado por todos. Pero yo no quería dedicarme a la pornografía. Yo quería ser actriz, alguien importante en el mundo del espectáculo, y no estaba dispuesta a caer tan bajo (porque entonces era caer bajo, no como ahora que una puede ser una actriz porno reconocida y valorada, toda una estrella del hardcore y los saltos de cama). Tampoco quería acabar como mera amante de cineastas y hombres de negocios. Nada de eso, yo quería ser independiente, tener mi propia carrera; sentirme orgullosa de mi misma. Y sabía que lo podía hacer, todo era cuestión de determinación y fuerza de voluntad.
Me casé con un hombre sin ambiciones y me separé cuando vi que el amor no lo es todo, ni puede solucionar problemas ajenos. Fue la decisión más acertada desde que dejé mi hogar de Nashville. Empaqueté mis cosas y puse rumbo a New York.
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3
(el éxito)
...Las decisiones, cuando son acertadas y en total sintonía con los más íntimos anhelos, tienen la capacidad de mover las cosas, de hacer que todo gire a favor de esa decisión. Fue lo que me ocurrió en New York. Me contraté de secretaria para salir del paso, como en San Francisco, como trampolín para dar el salto hacia mi sueño. El encuentro ocasional con Jerry (Jerry Tibbs), un policía de Coney Island que quedó prendado de mi figura, y que resultaría, a la sazón, fotógrafo ocasional, fue crucial. Con él hice mis primeros port-folios en serio. Creo, sinceramente, que fue uno de esos cruces trascendentales: él amaba el mundo de la fotografía, yo quería ser modelo (si no podía ser actriz); así es que nos apoyamos mutuamente. Desempolvé y aproveché los conocimientos en costura de unos cursos realizados allá en Nashville, cuando aún estaba estudiando. Ahora se demostrarían valiosos. Diseñé mis propio vestuario, toda una línea de bikinis y ropa interior para ser mostrada. Yo misma elegía las telas y cortaba los patrones. Jerry se esforzaba en sacar de mí los mejores perfiles, las poses más atrevidas y originales. Fue en una de esas sesiones cuando hayamos remedio a la faceta menos fotogénica de mi figura: mi frente. Si bella al natural, en un plano resultaba excesiva, restaba fuerza a mi cuerpo, desviaba la mirada y la diluía en aquella inmensidad craneal sin significado alguno. Probamos diversos peinados, hasta que en un momento de hartazgo metí la tijera: ¡cielo santo! Allí nació Bettie Page: el flequillo no solo ocultaba la frente sino que daba a mi mirada, a mi rostro, un sesgo poderoso y original. Hicimos pruebas y no gustaron tanto que decidimos (lo decidí yo, claro) que esa sería una especie de signatura, como la firma de un autor de una obra de arte.
...Al poco ya disponíamos de una buena serie de colecciones que propusimos a los "clubs de fotografía" y a las revistas burlescas. Las aceptaron de inmediato. Ello contribuyó a crear un clima de euforia entre nosotros que se transmitía, a su vez, a nuestro tabajo, dotándolo de entusiasmo que se trasladaba a las mismas instantáneas. Se pretendía, en mi caso, aprovechar mi talento innato para mostrar lo mejor que la naturaleza puede crear en cuerpo de mujer, y, además, con una sonrisa sugerente, que transmitiera alegría, ganas de vivir, en una época como aquélla que acaba de sufrir y superar una espantosa guerra. Vi realmente lo que yo podía ofrecer: vitalidad, jovialidad, deseo, belleza,... todos impulsos positivos, a una sociedad que venía de estar sumida en la peor de las negatividades: la del horror y la muerte.Ya tenía una misión. Y, además, me gustaba. Era feliz en las sesiones fotográficas; ya fueran íntimas o multitudinarias. El éxito fue rotundo. Mi imagen comenzó a poblar las portadas. Se empezó a hablar de mí. Me llamaban, me reclamaban, me rogaban. Yo creí vivir un sueño.
...Fue cuando me ofrecieron ampliar mi horizonte, trabajar en una línea "algo especial", lo denominaban con un término francés: bondage. Se trataba de escenas de sexo no explícito, con componente sado-masoquista, algo parece ser, muy demandado por una sociedad paranoica como aquella. Como a mí me permitía desarrollar mi faceta de diseñadora y me parecía divertido, no solo no me negué, sino que creo que aporté una nota de frescura e ingenuidad, restando gran parte de su contenido aparentemente violento. Qué duda cabe que el ser humano (eso ya lo estaba aprendiendo) es un ser paradójico, contradictorio, y, sobre todo, juguetón, le encanta dramatizar, representar papeles que lo enajenan de la realidad (no otra cosa es el cine). El bondage permitía esto: la creación de ficciones; en cierto modo, un sucedáneo cinematográfico. Comencé, pues, a realizar películas con esta temática que tuvieron un éxito fulminante. De hecho s eme considera la primera actriz de films bondage de la historia. Yo estaba entusiasmada porque descubrí una faceta mía como diseñadora que ignoraba. Fue muy, muy, divertido. Aunque, al final, ocasionara mi desgracia. Pero eso es otro asunto.
Otro momento capital en mi vida fue en Florida, aprovechando uno de mis constantes viajes a la costa para la realización de fotos con decorados naturales. Allí conocí a Cadwell, Hannau y Bunny Yaeger, extraordinarios fotógrafos que me auparían hasta la cumbre de mi carrera. Producto de una de estas sesiones con la buena de Bunny fue mi siguiente hito. Estamos en 1954, y me quedé petrificada (ahí sí que pude parecer una escultura) cuando recibí la llamada de Hug Hefner, de Playboy: querían hacerme una sesión de fotos, con la intención de salir en portada como Playmate de Enero del año siguiente. 1955 fue mi gran año. Fui Playmate de Enero, y posteriormente declarada Miss World Pin-Up. Mi vida iba viento en popa, mi carrera en constante ascenso. A pesar de mi edad (34 años para la gran mayoría de las modelos es una edad de absoluta decadencia) yo era cada vez más demandada. Y ocurrió.
(la debacle)
...En 1957 todo se vino abajo como un castillo de naipes. ¿La culpa fue del bondage? No lo sé. Lo que sí sé es que fui objeto de un ataque furibundo de todas las instancias puritanas de Tennesse (¿de EEUU?). Dijeron que se nos fue la mano en una de las películas, que si había costado la vida a un pobre chico. ¡Mentira! Todo fueron mentiras. Pero hicieron bien su labor. Me afrentaron, me quitaron la alegría, sembraron la duda en mí. Todos los fantasmas de la niñez volvieron: aquella pacata religiosidad, aquel sentimiento de culpa, actuaron en mí como tijeras cortando mis alas. Me precipité. Caí en un estado de confusión tal, que donde antes todo eran luminosas certezas aparecieron enormes agujeros negros por los que mi cordura se precipitaba. Intenté buscar asidero en esa misma religiosidad que me flagelaba. Pero lo hice a conciencia y con conciencia. Quise dedicarme a los demás; si hubo culpa en mí quise enjugarla mitigando el sufrimiento de quienes lo padecen. Ya que mi cuerpo escultural no serviría, como imagen, para ese cometido ya nunca más, lo haría como instrumento de ayuda y consuelo. No creo en esa piedad de oración y obra de caridad. No creo en la moral religiosa, creo en la ética social. Quise irme a África, a misiones, pero hasta eso se me negó. El resto es demasiado sórdido para ser contado, y de eso, de sordidez, ya tiene bastante el mundo. Solo desearía una cosa: que se me recordara como imagen de la exuberancia de la vida, de uno de sus momentos (y monumentos) culminantes: Bettie Page, una diosa escultural, sí, de acuerdo, pero, sobre todo, una mujer que fue feliz haciendo felices a los demás.
[Parece ser que acompañando este sucinto relato de mi vida se van a exhibir, además de una serie de bonitas fotos en color, aquéllas otras más "comprometidas", donde muestro sin ningún tipo de traba ni vergüenza mi pubis. Fueron las fotos, sino más divertidas, sí más liberadoras. Me sentí inconmensurablemente libre haciéndolas. Creo en el amor, creo en la naturalidad, creo en que es inmensamente más pecaminosa la violencia, la envidia, la usura, la avaricia o cualquier tipo de injusticia que la lascivia o la lujuria. De todas formas, estas fotos no fueron hechas desde una perspectiva provocadora, sino enteramente desmitificadora. Había que derribar ese tabú, y me encontré a mis anchas haciéndolo. Felicito a este admirador que así quiere homenajearme y espero que quien las observe vea en ellas un gesto de libertad desinhibida antes que un mero objeto de vulgar excitación].
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Portfolio 2
Coloridamente Bettie
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Una jovencísima Bettie
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Portada de Playboy, Enero de 1955
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Corte de pelo
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