viernes, 30 de marzo de 2012

Historias de Sueño y Plata (2)




Historia Tres
De la Apariencia de la Luna y de su Realidad Transparente

I
Entre las Historias de Sueño y Plata, y en orden a hacer más inteligible y consecuente, más comprensible, esta exposición de relatos lunares, resulta del mayor interés (por no decir que pertenece al ámbito de lo fundamental; es decir: de lo que cimenta y sobre lo que se levanta una teoría o estructura), abordar seguidamente aquella que da cuenta de la verdadera naturaleza de la Luna, pues ahí es donde tiene su origen todo este plausible, si improbable, universo narrativo. Naturaleza que tiene, al menos, dos fuentes distintas y complementarias: la fisico-química y la, llamémosle, onírica. Las dos son percibidas por el hombre mediante vías diferentes, que, si paralelas, son inseparables: una, materialista, está sujeta a leyes experimentales; la otra, ideal, es eminentemente especulativa. Dicho en lenguaje iniciático: la doble naturaleza de la Luna hace que posea una Realidad Aparente y otra Transparente (según los Duendes de Plata, ambas realidades confluyen en una única e Integral Realidad demostrando así su Naturaleza Unitaria en lo Trino. Este complejo argumento, mitad ontológico, mitad fantástico --aseguran los duendes, y en ello no les falta razón-- posee el mismo derecho a la  veracidad que cualquier otra teoría). La Realidad Aparente, pues, sería aquella que  nos entra por los ojos y en la que se basa el conocimiento científico; la Transparente solo es posible experimentarla a través del Tercer Ojo y el conocimiento trascendente e intuitivo. La historia que da cuenta de esta cuestión fundamental, referente a la naturaleza de la Luna, es la que me dispongo a relatar.

Aunque parezca difícil, es no solo posible sino aconsejable establecer puentes y relaciones entre una y otra realidad; pues que ellos existen --los puentes--, y son tan reales como las palabras que emplearé para nombrarlos y describirlos. Además, como ya he dicho, no se puede entender una realidad sin la otra; no, al menos, desde una perspectiva integradora de lo sustancialmente humano. Puesto que lo humano no se resume a lo percibido por sus groseros y limitados cinco sentidos corporales, sino que se extiende, como una nebulosa en expansión a través del espacio infinito, desde su cerebro hacia una realidad que está más allá de lo que sus pobres registros sensoriales son capaces de percibir. Si el cuerpo está capacitado para registrar su propia realidad, para respirar su materialismo; lo que transciende la mente (alma, en una individual instancia; espíritu, en la entidad común) registra, capta, inspira, la esencia sutil de aquello de lo que la materia no es sino mera cáscara, su piel más superficial. Y lo mismo que no identificamos la cebolla únicamente con su tegumento exterior, de similar manera no deberemos hacerlo con todas las cosas solamente por su apariencia; incluida la Luna, que es la que ahora nos interesa.

Forest / Forêt. 1927

II
Andaba mi yo onírico en el tiempo que le es propio --es decir, el del sueño--, a la búsqueda de una respuesta a una de esas situaciones triviales que uno de sobra conoce, pero que por una fortuita analogía te dejan sumido en la perplejidad... Esa noche me había acostado arrullado por el solitario fulgor de las estrellas --noche de luna nueva, pues--; y con la última impresión en mi retina de una cúpula rendida de lentejuelas y ausencia de luna. En mi mente aún la imagen de un astro invisible en el firmamento y, a la vez, presente en la imaginación. Mis ojos miraban pero no veían, mas al cerrarlos  allí estaba: oronda, plateada, o creciente o menguante, pero allí estaba; mi imaginación la hacía posible. Gracias a mi experiencia y conocimientos sabía que si no la veía era porque nuestro maravilloso planeta azul se interponía entre ella y el sol. Pero no necesitaba verla para saber que estaba allí. "¡Vaya tontería!" --diréis. Pues no, no lo es; a veces la cosas más triviales nos asaltan cargadas de significación oculta, que, precisamente, por el prejuicio de su trivialidad nos pasa desapercibida. En las perogrulladas muchas veces se esconden más incógnitas que en los misterios eleusinos, y, por supuesto, más profundos significados que en complicados teoremas. Quien haya profundizado algo en el extraordinario y exacto (¿?) mundo de las Matemáticas sabe a lo que me refiero.

Pues bien, con este pensamiento de interrogadora especulación me dormí; y con este pensamiento acudió, convocado, mi yo onírico. Vagando en la negrura tachonada de puntos de luz lejanísimos flotaba, hacia ningún sitio, mi conciencia a bordo de un incorpóreo cuerpo hecho de sueño. Buscaba a la luna en esa bóveda fulgurante --la misma luna que no viera en el cielo antes de acostarme-- cuando sentí su presencia: primero como un punto de luz, una estrella más brillante que las demás; después, tras expandirse gradualmente (quizá se acercara desde la sideral lejanía o quizá desde una zona no visible del firmamento --un astro sumido en la oscuridad, por ejemplo), por fin apareció como lo que era: un Duende de Plata. Tenía un aspecto (dentro de la indefinible apariencia argéntea, como es consustancial en todos ellos) más que de de docto profesor de academia, de luminoso sofista: circunspecto y reflexivo, brillante, profundo y oracular, aunque de vez en vez (sobre todo al reparar en la impresión que en mi sueño causaba) no dejaba de esbozar diversos tipos de sonrisas a tenor de lo fantástico de su relato o de lo improbable de mi comprensión. Así, en su cambiante cara, sentí muecas risueñas: ya compasivas y benévolas, ya irónicas y burlonas. No obstante lo abstruso e increíble de su narración, nunca, este onírico ser argentino, dio la sensación de ser un lunático. Vosotros mismos lo comprobaréis, amigos míos en la siguientes líneas, que para algunos probablemente serán muchas y a otros, en cambio, les pueden parecerán escasas.
Con ese lenguaje sin palabras que es propio del mundo del sueño, capaz de transmitir información y conocimiento mediante el sutil trasvase de pura inteligencia sin necesidad de material articulación sonora, el Duende de Plata me abordó para hacerme unas asombrosas revelaciones.

[Previamente, no creo superfluo redundar aquí y ahora en el hecho de que los sentidos, durante el sueño, adormecidos ellos también, adolecen del nivel perceptivo que les son propios en la vigilia: así el oído, el gusto, el tacto y el olfato, aparecen como amortiguados y distorsionados, no reconociendo de ellos nuestra consciencia onírica más que la significación última que su sensación produce en nuestro sistema nervioso central, es decir, en nuestra inteligencia, y no su cualidad sensorial en sí (gritamos, angustiados; pero no oímos del grito más que la expresión de angustia; corremos huyendo de un peligro pero no sentimos las piernas, ni nuestra respiración agitada, pero sí somos conscientes del peligro, de la angustia --otra vez--; podemos experimentar el más intenso placer de un orgasmo, pero no será mediante nuestro pulsátil sentido de un tacto estimulado, sino, directamente, mediante una sublime y ubicua satisfacción). Es en esta singularidad donde reside y la que explica el hecho --cierto-- de la superior intensidad percibida en el sueño de algunas sensaciones oníricas: su percepción pura, en su más desnudo y pleno significado, sin la intermediación --filtro-- de la materia. El sentido de la vista en cambio, es el único que permanece casi idéntico en ambas realidades --soñamos en imágenes, se suele decir, no sin parte de razón; mas no toda--, si bien, la facultad visual se experimenta dotada de la amplitud del ojo compuesto: somos capaces de ver en diversos planos a la vez, en diversos niveles, en diferentes direcciones simultáneamente, como imágenes superpuestas en las que cada una sigue su propio guión, pudiendo nosotros desplazarnos de una a otra, con los mismos ojos, sin atender a los límites de coercitivas dimensiones --tiempo, espacio o lógica. Este recordatorio de cómo percibimos en sueños será capital para intentar entender las confidencias que me hiciera el Duende de Plata acerca de la sincrética Naturaleza de la Luna.]

The Eye of Silence. 1943/44

III
La Realidad Aparente de la Luna es la generalmente conocida. Hoy día el satélite terráqueo lo tenemos en nuestro salón, al alcance de un click y con todo el esplendor de una pantalla plana de 40". Todos recordamos aquel momento en que Armstrong daba saltitos por su, aparentemente, intacta superficie; en nuestra mente, impresa, la primera estriada huella del hombre en la luna (¿seguro?). Aquel paisaje desolado, árido, de polvo de talco gris renuente a la suspensión. Antes, nuestra imaginación ya se había familiarizado con aquellas imágenes, recogidas por satélites orbitales, que presentaban una superficie lunar horadada por cráteres de todos los tamaños: desde algunos centímetros hasta más de un centenar de kilómetros, de diámetro. Esa superficie plomiza (de poco blanco y un mucho negro rodeando el contrastado gris lunar) contradecía la tradicional visión idílica de un astro plateado, faro de la noche, lumbrera nocturnal... Desde la luna, no se ve la plata, no existe el reflejo. Esto, nos debería dar que pensar. Lo mismo que debería darnos que pensar la apariencia de un organismo complejo, como el humano, a la vista de un microscopio en relación a la imagen que de él tenemos. La perspectiva es capital para la idea que sobre algo nos hacemos (aquí vendría bien la historia del elefante que tratan de definir unos seres ciegos y estáticos que solo pudieran dar cuenta de la naturaleza del paquidermo en base a la experiencia de su inamovible situación particular, su perspectiva: quien estuviese al lado de una pata, definiría al elefante como una robusta columna cilíndrica; quien ocupara el lugar donde la trompa se haya, lo definiría como una especie de rugosa y elástica manguera móvil; quien en la panza, como una cúpula de inmenso cielo, etc...; siendo así que solo quien es capaz de tomar distancia podría observar con mayor certidumbre qué cosa es un elefante, y acercarse a la verdad que subyace en la apariencia "elefante").

Perspectiva pues. Se dirá que es en base a esa perspectiva, a esa lejanía, a esa imposibilidad para un acercamiento desenmascarador, lo que ha constituido el germen y raíz del corpus onírico de la luna, parte importante de su Realidad Transparente, fomentada a base de especulaciones y supercherías --dirán los doctos científicos--. Así, se la ha dotado --de igual forma que a los demás astros del firmamento-- de unas atribuciones filo-antropológicas que influirían en la vida del ser humano: influencias recogidas desde los orígenes de la Astrología (en la que se mezclaba hechos, datos experimentales y magia), hasta el advenimiento de la Astronomía. Una diferencia sutil: se cambió el logos (conocimiento), por el nomos (ley). Del conocimiento de los astros (integrado en un todo en el que nada escapa a la mutua influencia), al sometimiento de los astros al imperio de la ley, una ley que el ser humano va descubriendo a trancas y barrancas, que explica algunas cosas e ignora muchas más. Se ha pasado de la consideración de los astros como entes, a su fijación como objetos.
La Luna no ha escapado a este cambio: víctima de un cientifismo excluyente, ha visto rebajada su estimación en el corazón de los hombres; pero eso no significa que no siga siendo lo que siempre fue: el gran reservorio de sueños, la celosa centinela de la noche, la amazona vertiginosa que cabalga, dando trompos, incansable, las praderas siderales custodiando, fiel, a la Tierra. Cuando el ser humano siente temblar el suelo bajo sus pies (ese suelo aparentemente sólido que los científicos nos describen con todo lujo de detalles y muy pobremente de sentidos) entonces se acuerda de la Luna --y de los otros astros y entidades no sometidos a la férrea disciplina de lo experimental--, de su magia, de su misterio; y a ella acude buscando consuelo y respuestas; y por ella, como un niño asustado, se deja acunar y mecer; y de ella recupera sus sueños, que ella, celosa y maternal guarda; y, al fin, de ella obtiene el bálsamo pretendido, el que lo aliviará de la angustia y la zozobra de un vivir en la apariencia que descarta lo más importante, aquello que hace latir su corazón (no, no son los impulsos eléctricos de los nodos sinusales cardíacos): la atracción de Lo Posible.

Of This Men Shall Know Nothing. 1923

IV
Esa superficie millón de veces horadada no está inerte. Ese colador de polvo gris no es un simple cuadro puntillista de un pintor en blanco y negro. Y, sobre todo, las entrañas de la Luna no están hechas de magma solidificado (no sólo). Las entrañas de la Luna están pobladas de universos. En una historia anterior ya se ha hablado de los improbables Archivos Lunares, se ha descrito una geografía exacta y un escenario probable. Pero no es el único. La superficie lunar está plagada de grietas, de fisuras, de entradas (y salidas) que comunican el exterior --en gran parte conocido, pues pertenece a su Realidad Aparente-- con el interior --en gran medida desconocido, pues en él habita una buena parte de su Realidad Transparente. Pocos saben, reconocen o admiten, que por esos cráteres (infinitesimales, unos; gigantescos, otros) entran a la Luna gran parte de los sueños, ilusiones, y proyectos no cumplidos de los hombres: los sueños más chiquitos, por los cráteres más diminutos; los sueños más ambiciosos, por los más enormes. Todos ellos penetran en la luna, y lo hacen a través de diversos estratos superficiales, que los filtrará hasta llegar al gran Lago Circundante, que a su vez drena en el gran Mar de los Sueños Posibles, de donde los Duendes de Plata los recogerán para registrarlos, seleccionarlos y archivarlos (como ya se dijo en una anterior historia).
En este aparente simple sistema hay una particularidad: los sueños más enormes y los más diminutos, al filtrarse, dejan por el camino, tamizados por sabios filtros (Estratos Corticales de Criba y Triaje) que solo permiten el paso de las cosas auténticas, la parte menos valiosa, la más improbable, la eminentemente fantasiosa (que corresponde proporcionalmente a la vanidad de su autor), pudiendo darse el caso de que, al final, el sueño más enorme, apenas llegue al Mar de los Sueños Posibles con la mínima expresión, y más veraz, de su tamaño: su intención. En cambio, hay sueños diminutos que ha medida que pasan por los filtros de la Luna, se van haciendo más y más grandes, hasta llegar orondos y crecidos a su destino; y eso es debido a que en su interior portaban la fecunda semilla de los Sueños Admirables, semilla que germina en el interior de la Luna hasta archivarse como un Gran Sueño (éste puede, como ya se dijo, retornar a la Tierra, al sueño de otro ser diferente a aquél que lo soñó diminuto, pero ahora ya en todo su esplendor, buscando así el destino de todos los sueños: Lo Posible).

Ya se empieza a hablar de que el núcleo de la Luna es hueco, no compacto. A fuer de ser sinceros (todo lo sincero que puede ser un Duende de Plata, que lo es absoluta y seleníticamente), esto no es del todo exacto. Desde el punto de vista físico no cabe duda de que ese núcleo aún conserva el recuerdo del magma original, una especie de calor residual donde se guarda en moléculas etéreas impagables recuerdos de épocas arcanas (ya se dijo: hasta puede que allí esté registrado el sonido primordial con el que todo dio comienzo). Pero desde el punto de vista de su Realidad Transparente, el interior de la Luna es un inagotable universo de estructuras. Es más, ese interior es un magma cambiante en el que se crean y se transforman constantemente espacios y funciones. Estos cambios están promovidos, obviamente, por quien los sueña; es decir: los seres humanos, aunque ellos no son, salvo unos pocos, conscientes de esto. Con lo fácil que es... Comprobarlo, digo.
Un simple experimento: siéntese un humano, un día de luna llena, en una playa poco iluminada artificialmente, y mire hacia el mar: ese sendero de plata fulgente que desde el rompiente de las olas se dirige hacia el horizonte para, desde ahí, saltar en pos del luminoso disco lunar; y ahora, dígaseme: qué imágenes, qué sensaciones, qué sentimientos, qué pensamientos comienzan a poblar su mente: ¿acaso trivialidades como su tamaño, su distancia a la tierra, su constitución de polvo quieto, su núcleo macizo o hueco? o ¿Por qué gira incansable sobre sí misma, por qué lo hace entorno a la Tierra, hacia adónde va, se parará algún día?; ¿o más bien, el ser humano en cuestión, comenzará a sentir una dicha interior sin saber el motivo concreto, aunque barrunte que algo tiene que ver la imagen que contempla: la luna luminosa, lo mágico del momento, la maravilla con que la vida se presenta en ese instante, la atracción de la luz blanca fija y derramada, el reverbero en las olas negras, malla de luz y ensoñación, etcétera?. Espero y exijo respuesta.

Pues bien, estas son las dos naturalezas de la Luna, sus dos realidades: una compete al mundo de las apariencias, y es causa belli de los científicos; la otra compete al mundo de las transparencias, y es causa fértil de los poetas. Ambas son; ambas son necesarias; ambas coexisten y se interpenetran en el corazón del hombre, en su alma y en su Realidad. Negarlo es de necios, o de pobres ignorantes dignos de conmiseración.

Así me dijo, sin palabras, el Duende de Plata; y así yo, creo que acertadamente traducido a términos reconocibles por todos, lo he transcrito.

The Entire City/La Ville entière. 1935-37


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ILUSTRACIONES

Max Ernst (1871-1976)
(Título de la Cabecera: The Phases of the Night. 1946)

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miércoles, 28 de marzo de 2012

Historias de Sueño y Plata (1)




Me propongo contar una serie de historias que surgen de las fuentes más profundas, de las más profundas grutas de los abismos más recónditos que se hallan, al abrigo de las miradas, en la parte más ignota de la Cara Oculta de la Luna. Por ello mismo sé que cuento de antemano con el escepticismo como la más segura actitud de aquél que, distraído, despistado, o benévolamente interesado, pasee sus ojos por este espacio. 
¿Que cómo han llegado a mi conocimiento estas fabulosas e improbables historias? Muy sencillo: me fueron contadas, en sueños tenidos en noches de luna nueva, por los Duendes de Plata. ¿Qué? No, seguro que no soy el único a quien se las han contado, pero dado lo improbable de una positiva recepción por parte de una sociedad demasiado escéptica y descreída, es más que comprensible el silencio. Solamente, de vez en vez, alguien, a quien los Duendes de Plata relataran sus Historias de la Luna, se ha atrevido a transmitirlas, y aun así lo han hecho de una forma poco reconocible, digamos que "edulcorada", disfrazada con el atuendo de la poesía... o de la locura. Y, por supuesto, sin citar las fuentes. Quedaron así, las dichas Historias de la Luna, privadas de su posible cuestionamiento, de un más que probable rechazo en la cuerda, previsible, y científica opinión de la utilitarista Humanidad. 
¿Que por qué yo me atrevo a sostener lo que parece imposible, y, además, haciéndolo pasar por verídico, cuando tantas pruebas hay de la inhospitalaria naturaleza de nuestro satélite, y su más que segura ausencia de cualquier manifestación vital? Eso, amigos míos --mis muy queridos amigos, que estos escritos seguís-- lo habréis de determinar vosotros, una vez leído --agradezco de antemano la paciencia y el crédito-- el contenido de estas improbables, fantásticas e increíbles Historias, que unos probables, fantásticos y veraces seres --que a sí mismos se denominan Duendes de Plata-- me contaron durante los sueños tenidos en noches de luna nueva. Estas argentinas entidades, para realizar sus confidencias, eligen la nocturnidad más tenebrosa pues sin la luz plateada del faro de la noche se vuelven invisibles, lo que aprovechan para descolgarse por invisibles hilos desde la invisible luna hasta nuestros ilustrados sueños, y aquí, en el prodigioso espacio onírico, ya sin temor a ser delatados, contar a nuestro yo menos escéptico y más visionario todas esos relatos que dicen estar remansados en las grutas más profundas de los más profundos abismos que se abren en los rincones más recónditos de la Cara Oculta de su mundo (nuestro satélite), allí donde jamás penetra la reveladora luz del sol y donde las muy preciadas historias de Sueño y Plata se guardan más seguras que si lo estuvieran en cofres de regio guayacán cargados de cadenas de acero bajo cien candados de titanio.



Historia Una
De la Existencia de los Duendes de Plata

Gozan los Duendes de Plata de la facultad del polimorfismo; es decir: mutan su forma a voluntad de quien los sueña, de quien los ve. Podréis oír referirse a ellos como seres sin rostro, solo de luz, o de plata bruñida; pero habrá quien os diga que sus facciones son suaves y risueñas, o quien sostenga que tienen la mirada pícara y el brillo en los ojos de aquellos a los que les es dado contemplar la intimidad más voluptuosa de los cuerpos abrazados; algunos, incluso, podrán detallar hasta la exhaustividad pormenores de sus pestañas, de sus párpados, de sus tersas mejillas o sus finos labios,... cada uno los verá con la forma que su propia imaginación los revele, pero todos estarán de acuerdo en una cosa: su naturaleza plateada. Es común, así mismo, proveerlos de alas; pequeñas alas como las de los querubines, echas de plata y de luz blanca (pero no de esa blancura presente en la nieve, tampoco la de la clara cocida del huevo, sino la blancura pecosa del éter encendido, la del sol tamizado por la noche y reflejado en la materia oscura de los astros inertes); hay quien, imbuido de clasicismo y propenso a las mitologías, les coloca esas alitas en los pies, dotando a su naturaleza la imagen del Hermes griego o el Mercurio romano, lo que no es nada gratuito y sí muy oportuno, pues al igual que estos dioses improbables, los Duendes de Plata son mensajeros divinos, reveladores de secretos ocultos, intérpretes (o incluso sugeridores) de sueños, augurios y profecías; mas lo común es que estos pequeños apéndices símbolos de lo que vuela --como la imaginación-- estén colocados en su sitio: en la espalda, allí donde los omóplatos se engarzan al tronco por medio de una doble bisagra, que da lugar, también, a los brazos. Al resto del cuerpo suele prestarse menor atención, pero podría aventurar que lo común es verlos de forma antropomórfica, ni demasiado gruesos, ni delgados en exceso, y, aunque de talla indefinida, se tiende a sentirlos reducidos de tamaño (no de otra forma, por otra parte, podrían acceder a ciertos rincones de las zonas más inaccesibles de la Luna --ésas que, precisamente, albergan los Archivos donde se guardan las Historias de Sueño y Plata, amén de otros muchos documentos referentes a la Historia del Universo Posible, incluidos los Anales Especulativos y el Indice de Utopías. Pero de esto ya se hablará en la siguiente historia).

Si a sí mismos se llaman duendes se debe a su carácter travieso y juguetón, también a que les gusta verse como geniecillos portadores de lo maravilloso, otrosí a que ni ellos conocen su verdadera estirpe, siendo, su ascendencia, numinosa e imprecisa, atávica y misteriosa. Son imposibles de observar a simple vista, ni con la ayuda de los más potentes telescopios, pues se mimetizan perfectamente con el reflejo lunar, y al no proyectar sombra su inconsistente incorporeidad no puede delatarlos. Como se deducirá fácilmente, su presencia solo es detectable --ya lo he dicho o sugerido-- por el tercer ojo, ese  que se abre mientras soñamos (dormidos o despiertos), y siempre, eso sí, al amparo de la noche. Es posible que durante el día ellos duerman, y, ¡quién sabe!, quizá sus sueños sean nuestras realidades; este particular a mí nunca me lo han revelado (como siempre en estos casos, su respuesta es una evasiva sonrisa que desarma la cascada de preguntas a que se les sometería con la más leve respuesta, por muy ambigua que ésta fuese), y yo, discreto y cortés como soy, no les he insistido. 
Por cierto, hablo en plural porque es obvio que son varios, acaso muchos; su número es indefinido, no llegando a determinar si son los mismos quienes se aparecen a todos los que los sueñan/ven --demostrando así una especie de ubicuidad que les iría muy bien con su naturaleza fantástica-- o diferentes quienes se presentan a cada individuo. De todas formas lo de su cantidad es un detalle apenas importante (salvo para los estadísticos y aficionados al ábaco), pues lo verdaderamente determinante es lo que son --que lo son-- y lo que cuentan. Lo que son, ya lo voy diciendo; lo que cuentan ya se irá descubriendo. Sigamos. El por qué de la alusión al noble metal en su apelativo es una perogrullada o tautología que merece, no obstante, ser matizada. De los muchos calificativos que a lo largo del tiempo el ser humano ha vertido sobre el satélite que nos acompaña desde casi los orígenes del universo, el del símil entre su luz --y sobre todo el de su reflejo en una superficie líquida-- y el brillo de la plata es, posiblemente, el más repetido, el más utilizado, el más trivial. Pero no por común pierde su validez y su valor como imagen; lo mismo que asociar al sol con el oro tampoco pierde el suyo, por más que sea el lugar más trillado de su asociación con las cosas que el ser humano maneja. Antes he dado tres pinceladas con respecto al especial color blanco de las alas de estos duendes plateados, y es en esas pinceladas donde se halla el matiz distintivo de la analogía argentina: ese blanco impuro, delator del relieve de la superficie del astro apagado, es el que lo hace estar asociado a la plata, pues la plata también se empaña en su brillante reflejo (¡y hasta lo hace simultáneamente!: brillo blanco intenso e impureza de cráter y relieve abrupto). Los Duendes de Plata participan de esta constitución, de esta apariencia, incluso de este carácter: brillante y moteado, bruñido y tiznado. Siendo precisamente esa imperfección, esas manchas asociadas a la luminosidad, las que dotan a la Luna (y por ende, a sus Duendes), de la atracción y el misterio que le son propios y que tantos ríos de tinta han hecho correr.

Ellos son, los Duendes de Plata, los heraldos de la Luna y de sus secretos, de sus misterios y de sus historias; ésas donde, como veremos, es posible indagar y hasta hallar la respuesta a tantas preguntas que aquí, en la Tierra, se formulan; al fin y al cabo (según revelación confidencialísima de uno de esos Duendes, en un aparte onírico especialmente íntimo y sincero) todas esas Historias de Sueño y Plata nacen en el corazón y el alma de los hombres, y su trama está tejida con los deseos insatisfechos de éstos, sus sueños no cumplidos y sus proyectos eternamente aplazados. Ya lo he dicho.
Sin los Duendes de Plata, las historias... quedarían allí arriba, archivadas, remansadas, quizá apelotonadas, y, probablemente, perdidas;  pues son, también, ellos quienes se encargan de su ordenamiento y registro (según me han confesado, no sin dejar un ostensible sesgo orgulloso bordado a  su confidencia). Quizá sea bueno aclarar que no es que haya diferentes categorías de Duendes de Plata: unos archiveros y otros heraldos, en la Luna no suceden las cosas así. El mayor pecado del ser humano siempre ha sido mirar todo desde su propio punto de vista, juzgarlo todo con su juicio, situarlo todo respecto a sus propias referencias, considerar la Realidad y la Vida solo desde su propia experiencia. En cambio, casi nada de lo que ocurre allí arriba tiene una analogía con lo que aquí abajo conocemos. Y es, posiblemente, el lenguaje existente en el código onírico el único que podría dar cuenta, ya que no hacer más comprensible, de cómo son allí arriba las cosas. Los Duendes de Plata se distribuyen sus funciones de una manera a la vez voluntaria y debida (a pesar de la aparente contradicción, me han asegurado que no existe ninguna para ellos); y no solo eso, sino que, invariablemente, siempre hay un mismo número de archiveros que de heraldos. No reciben órdenes, no siguen ningún planning diario, ni mensual, ni eónico. Simplemente "saben" qué deben de hacer, así como cuándo, dónde y quién debe de hacerlo. Sí, se me olvidaba: se desplazan a mayor velocidad de lo que lo hace la luz, incluso a mayor velocidad que el pensamiento: uno, cuando los piensa es porque ya están ahí. En esta ubicuidad, rayana en la simultaneidad, puede ser donde se encuentre la respuesta a un sistema y método para el ser humano imposibles, no solo de llevar a la práctica sino de concebir, siquiera.
Solo me queda decir de estos geniecillos seleníticos --por si a alguien se le ocurre barruntarlo-- que no se les puede convocar a voluntad; no señor: ellos acuden a nuestros sueños (esas noches de Luna Nueva --preferente, pero no exclusivamente) cuando lo estiman oportuno, o por mero capricho, o a sugerencia de más altas estancias... Paciencia, que todo se andará, y encontrará su pertinente acomodo lo que ahora, en esta primera historia, pueda quedar confuso o insuficientemente explicitado.


Historia Dos
 De los Archivos donde se guardan las Historias de la Luna, 
también conocidas como Historias de Sueño y Plata.

Me describen los Duendes de Plata, entre grandes aspavientos y muecas de todo tipo, el arduo y peligroso itinerario que se debe de seguir para acceder al recóndito lugar donde se hallan los Archivos Colmenares Centrales de la Luna, lugar en que se registran, ordenan y guardan, entre otros diversos fondos, las Historias de Sueño y Plata.
Primero, se ha de acceder a la Cara Oculta del satélite, por lo que hay que adentrarse en una zona de sombra. Esta zona, salvo en las regiones más cercanas a las fronteras de la Cara Visible, es tan negra como el espacio infinito. Si no fuera por la estrellas, allí no podrían penetrar ni orientarse ni aún los más audaces pensamientos. Parece ser que incluso los mismos Duendes de Plata no pueden evitar un ligero escalofrío al transitar por este espacio tan lleno de angustiosa ausencia e infausta premonición.
Hay que alejarse, pues, de la frontera que limita la zona de penumbra y seguir el recorrido que señala en el cielo sin luz la senda de Orión, en dirección Rigel hacia Betelgeuse; es decir: hacia el Norte del Planisferio. Si uno, al cruzar este desolado lugar, oye ruidos extraños, sonidos amenazadores, silencios pasmosos o ahogados alaridos que nunca se dieron, no ha de hacerlos caso: ha de continuar como si nada, concentrado en el camino inexistente, sin salirse de él. Cuando estemos en la vertical de Alnilam (la Al Nizam árabe, el hilo de perlas) la gigante azul del cinturón de Orión (no tiene pérdida pues es la estrella central y más brillante de las tres que lo forman), habremos de andar con cuidado, pues allí mismo, en el centro de la Cara Oculta, se encuentra el borde aterrazado del gran cráter Daedalus.

Descenderemos por él con cuidado, ya que, aunque la ausencia de gravedad (que se añade a la ausencia de todo lo demás, salvo la congoja) no permitiría a priori una caída fatal, la oscuridad total nos puede hacer caer donde no deberíamos (me refiero, por ejemplo, a la Hendidura del Averno de Nuncajamás, o al Foso Sinfondo, o al más terrible Cenagal Delanada del que es imposible volver ya que su inconcebible lodo seco tiene la facultad de borrar, del modo más absoluto, incluso la memoria de la existencia de quien en él cae). La misma intuición, sino una especie de atracción magnética apenas perceptible, o la suave inclinación del ingrávido terreno, nos llevaría, una vez en el fondo del cráter, hacia su centro, donde se levantan, buscando el cielo, tres cónicas montañas cuyas cumbres, curiosamente, apuntan hacia las Tres MaríasAlnitak, Mintaka y, la ya nombrada, Alnilam, estrellas de las denominadas azules que juntas forman el cinturón de Orión; es por eso que este triple macizo recibe el nada imaginativo nombre de Espejo del Cinturón. En la base en que las tres unen sus faldas formando una raíz común se haya una grieta, tan vieja como los sueños de los hombres, que se abre a un pavoroso abismo del que sube un atípico viento gélido incapaz de alborotar la superficie polvorienta del regolito lunar. Por él deberemos descender, con ayuda de nuestra entereza y blindada disposición de ánimo, hacia profundidades nunca imaginadas.
Posiblemente, en el azaroso viaje hacia el interior de la luna nos asaltará, fragoroso, el más absoluto y ominoso silencio, ése donde duerme el fantástico sonido de la explosión primigenia. Buscaremos, siempre descendiendo y escoltados por la ausencia de temor, el frescor imperceptible de las fuentes más profundas, donde, remansadas, unas aguas que no son como las nuestras, que no mojan ni disuelven pero sí disgregan y descomponen, rodean una gran estructura semejante a una globular colmena de abejas. En ella, tantas celdas disformes como manifestaciones vitales, hay. Allí, una caterva de atareados Duendes de Plata, ejerciendo de Archivadores, registran, ordenan, y archivan miles y miles de sueños y esperanzas, millones de mundos posibles, trillones de Paraísos, innumerables infiernos inciertos,... que constantemente les llegan procedentes de la Tierra. Incluso se registran cosas tan insignificantes como sonrisas heladas, guiños gratuitos, gestos heroicos inservibles, gestas solitarias y vergonzosas, pecadillos de poca monta capaces de descabalgar a grandes caballeros sin montura, hasta nanas cantadas por mujeres estériles a hijos inexistentes,... tantas y tantas cosas se archivan allí que sería tarea imposible dar cuenta de todas...

Pero la sección que más nos interesa, aquella que se conserva como platino en paño, la dedicada a Las Historias de Sueño y Plata, ocupa una zona muy especial que tiene en su haber el ser la más hermosa de todo el Archivo: sus celdas están labradas con una plata blanca que solo allí se encuentra (no, no es el mitril que el genial Tolkien nombrara en su celebérrimo Señor de los Anillos), se trata de una plata tan pura que parece formada de la inmaterial idea misma del concepto plata; una plata que no necesita ser ni más ni menos dura que cualquier otra plata, ni más o menos brillante, ni más o menos dócil a la filigrana del buril; no lo necesita porque su naturaleza es la de las joyas imposibles, aquellas que sueñan los poderosos y eternos Dioses Improbables, dotadas pues de la incorruptibilidad de la inexistencia. De este raro y valioso mineral están formadas las celdas donde se guardan estos nada ordinarios relatos, formando así un todo coherente con la excepcionalidad de aquello que contienen.
De aquí salen las historias que nos son contadas, en sueños, las noches de luna nueva, por los heraldos Duendes de Plata. Y al contarlas a quienes no son sus protagonistas cumplen una función esencial para el ordenamiento y congruencia del universo. Hay, en ese su contar, la intención de una Verdad Revelada: la Unidad de la Inteligencia, el Todo en lo Uno, la inconsistencia de las apariencias con que se muestra lo que es disgregado en múltiples partes. Pues estas Historias de Sueño y Plata están tejidas con el hilo común con que se tejen todas las historias que nunca se realizan; todas las que imaginan, sueñan y anhelan todos los seres que fueron, son y serán: el mismo hilo, el mismo tejido, la misma inteligencia, expresándose desde la multiplicidad de la apariencia; historias que son y conforman el infinito núcleo puro de Lo Posible, aquél gracias al cual, en un ínfimo instante, tan ínfimo que no pudo pertenecer siquiera al cómputo del tiempo, mediante un acto de Voluntad Inmanente, se originara lo que conocemos como Realidad Total, suma y sumum de todos los universos posibles, magma exuberante de todo lo existente: la Potencia en tránsito sempiterno hacia el Acto.

Este Archivo existe, está localizado en el lugar referido, mas sus fondos son transmitidos, como he reseñado, sólo a quien se interesa por su existencia, a quien busca incesantemente respuestas a las eternas preguntas, a quien, como yo, no se conforma con una vida --legítima, por otra parte-- lanzada a la inercia de la satisfacción de unas necesidades meramente materiales y emocionales, a quien mira y ve: Duendes de Plata, Archivos Lunares, Historias de Sueño y Plata...


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lunes, 26 de marzo de 2012

El duelo




.....El sol había recorrido ya más de las dos terceras partes del arco que desde el alba describe en la bóveda celeste hasta su ocaso. Apenas retazos diseminados de nubes altas sobre el fondo azul celeste no enturbiaron la luminosidad de aquel día primaveral. Eso quería decir que los rayos habían incidido durante todo el día, primero desde un lado y luego desde el otro, en sus rostros: Kojiro, empuñando su gran espada nodachi, al Norte; Musashi, con la espada y la daga habituales en él, al Sur. Cada varios minutos de inmovilidad total, los ojos clavados en los ojos, intentando traspasar la coraza impasible de que ambos hacían gala, cambiaban, muy len-ta-men-te, de posición. Para ello, los pies, más que trasladarse de un sitio a otro elevándose del suelo, se deslizaban sin apenas perder contacto con él, como si al hacerlo  —perder contacto con el suelo— hubieran mostrado un signo de debilidad; como si de la tierra les viniera —como a aquel lejano Gigante de la mitología griega— la fuerza y el dominio. Ninguno de los dos demostró el menor resquicio en su guardia, la más mínima rendija en su atención vigilante. Basculaban mesuradamente su peso de uno a otro pie, al tiempo que los brazos bajaban de una posición alta a una baja, o de una adelantada a otra retrasada. Las curvas espadas, sutilmente ceñidas con los dedos meñiques de ambas manos, describían sus propios recorridos sinuosos sin apenas hendir el aire. El sol se bañaba en aquellos feroces filos mansamente, y ferozmente salía de ellos con destellos que no hacían parpadear los impertérritos ojos de aquellos hombres. Si dijera que llevaban varias horas privados del necesario parpadeo quizá mintiera, pero lo cierto es que nadie que contemplara la escena con atención lo hubiera podido captar. Parpadear podría ser fatal: la señal que disparara el ataque definitivo... pues aquellos dos ronin acostumbrados a jugarse la vida en duelos singulares sabían que solo habría una acometida, a resultas de la cual uno de los dos (o quizá ambos) rodaría por el suelo fatalmente herido.

.....En su mente se libraba la verdadera lucha, pues su corazón hacía ya mucho tiempo que lo tenían completamente controlado, sino no se encontrarían ahora allí, manteniendo el duelo que sabían les estaba destinado. Los dos llevaban en su cuenta más de dos docenas de estos encuentros de los que habían salido airosos sin el más somero corte que comprometiera sus vidas; eso sería del todo imposible sin un control absoluto sobre sus emociones (y no lo digo por el miedo, por supuesto, sino por otras emociones más determinantes para un samurai: la impaciencia, la ira, la compasión, el desdén, el orgullo desmedido, la vanidad,... Todas ellas sembraban asiduamente las palestras de cadáveres).
.....Sasaki Kojiro, apodado Ganryu, unos años más joven que Musashi (y más alto también), poseía, a primera vista, un carácter agradable fundamentado en una cortesía natural, no forzada, que brindaba siempre con una bella sonrisa. Samurai sin señor —es decir, ronin— vagabundeaba por los caminos y las ciudades buscando perfeccionar su arte y su alma (es decir, su espada).
.....Miyamoto Musashi, en cambio, más bajo de estatura pero más fornido, era el prototipo de hombre impasible, de gesto duro y frío, pero con una chispa en los ojos que demostraba un atisbo de intensa pasión (controlada con no poco esfuerzo) tras ellos. Allí adentro, en el poderoso pecho contra el que se habían estrellado las más poderosas espadas de aquel tumultuoso Japón de la Era Momoyama (que a la postre finalizaría con la unificación de Ieyasu Tokugawa, en el periodo Edo) latía la determinación y la seguridad de quien se sabe nacido para no morir a manos del hombre: como un Aquiles o un Sigfrido oriental, pero sin talón u hoja fatales que propiciaran un punto débil, sabía que el punto débil afloraría en el mismo momento que perdiera aquella absoluta confianza en sí mismo.

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.....Esa era la lucha que ahora mantenía. En frente se encontraba alguien que conocía perfectamente su alma irreductible. Kojiro sabía qué táctica emplear, qué estrategia desarrollar; con ello le mostraba que era un buen luchador, quizá el más fenomenal contra el que se hubiere topado hasta ese momento. Ganryu, el iluminado, poseía lo que nadie le había mostrado antes: ausencia de motivación. No es que le diera igual ganar que perder, no deseaba morir, por supuesto, pero no temía a la muerte. Y no solo eso, se enfrentaba a él, a Miyamoto Musashi, del poderoso clan Harima, el más famoso espadachín y vencedor de más de treinta combates, por la única razón de que debía hacerlo. No tenía un motivo concreto, no buscaba fama, tampoco prestigio, ni venganza. Nada le había hecho, ningún perjuicio, ninguna ofensa, aquel formidable luchador: combatía con él porque debía seguir aprendiendo, conociéndose, indagar en el fondo de su mente y de su alma cuáles eran sus límites, hasta dónde era capaz de llegar en la progresión de su arte. Se enfrentaba a quien podía matarlo porque ya no quedaba nadie más con quien hacerlo. Esta ausencia de motivación, esta disposición completamente libre de prejuicio, era lo que le hacía parecer a los ojos de Musashi como el más peligroso de cuantos contendientes éste había conocido. Sin motivación, sin esperanza en lograr un objetivo, era mucho más difícil hallar un hueco, una rendija, una zona endeble en su guardia. Por eso llevaban varias horas sin apenas moverse, cambiando la guardia intentando descubrir la oportunidad para el ataque letal. Aún no la habían encontrado. Aquellas dos almas no ofrecían fisuras, pese al sol en los ojos, pese al viento ocasional, pese a las moscas que de vez en vez se posaran en sus rostros nimbados por el sudor.

.....Los hototogitsu (que en occidente llaman cuclillos) dejaban oír su monótono sonido aflautado desde el cercano pinar centenario. El Bosque de Hachiman se encontraba  a menos de doscientos pasos del campo de duelo; un bosque que ya había visto otras muchas veces guerrear a los hombres, y que aquel día, cuando el viento se levantaba, parecía comentar con sordos murmullos tan singular combate.
.....El sol estaba a punto de tocar el horizonte. Pero los dos ronin no cejaban. Seguían disputando un pulso de mente contra mente. Aquellos cuerpos hábiles, diestros como ninguno, capaces de moverse con la velocidad de la cobra, con la implacable precisión de una mantis, permanecían casi inmóviles, o moviéndose con la parsimoniosa cadencia de un improbable mundo al ralentí. Su respiración tenue y profunda, inmanente a su tremenda fuerza interior, unida indisolublemente a su concentrada voluntad, era imposible de detectar. Nada mostraba agitación allí: en aquellos pechos, en aquellas narinas; hubiera sido otra señal de debilidad. Por la respiración se penetraba en el contrincante mejor que a través de un portalón en una fortaleza soberbiamente defendida. Para la destreza a la que habían llegado aquellos dos hombres, un latido a destiempo, una sístole más potente que otra, una leve dilatación de las fosas nasales, un ligero temblor en la mejilla, un tic en la comisura de los labios, sería suficiente: el destello se produciría, los cuatro metros que los separaban se neutralizarían como si nunca hubieran existido, y el reconocible sonido del tajo y de la carne hendida se produciría, señalando el fin. Y vuelvo a repetir: no era el temor a la muerte lo que impedía la acometida, sino la maestría, la perfección, la búsqueda de la culminación a toda una vida entregada a domeñar la debilidad de un alma que se sabe efímera y mortal. Se quería, se buscaba, la obra definitiva, la perfecta acción, la más pura: una, la del que se lanzara al ataque tras entrever la oportunidad (quizá la debilidad, quizá la treta); otra, la del que, a pesar de perder la iniciativa (o concediéndola), extrajera del atacante el momento de debilidad de su ataque, y con seguridad, con precisión, descargara el golpe fatal desde el bucle vertiginoso de la esquiva.


.....Las dos mentes en blanco. Sin consentir la más mínima distracción, sin permitirse un pensamiento que los sacara de la actitud concentrada. La mente como la luna, la mente como el lago. Solo la más tranquila superficie del lago es capaz de reflejar hasta el mínimo detalle el rostro de la luna. Solo una mente aquietada puede leer en otra mente la más mínima fluctuación. Esto era algo que, también, ambos sabían. Estaban combatiendo: cuerpo contra cuerpo, en la relajada tensión y el sigilo; mente contra mente, en la activa quietud y el enfoque concentrado; pero también se encontraban fundidos en una recíproca meditación, una especie de danza de las almas oficiando su sacrificio en el altar de la existencia: la muerte solo era un invitado más que acudiría cuando fuese convocado.
.....Existe una leyenda que habla del destello verde del sol (ese extraordinario y raro último rayo emitido por la estrella al ocultarse tras el horizonte) como una puerta por medio de la cual se accedería a otra dimensión, a otro plano de la existencia, donde el mismo astro rey se mostraría de un color entre azul turquesa y esmeralda, y donde las cosas todas están allí reflejadas como carencias de las que se producen en el mundo real de las apariencias; otros hablan, en cambio, de las mismas puertas del Paraíso que al abrirse dejan entrever la luminosidad de los bosques celestiales.
.....El hecho es que el desenlace del duelo se desarrolló en el lapso de apenas dos segundos, y fue de la siguiente manera: cuando ya las sombras, de tanto estirarse, comenzaban a desaparecer y los dos duelistas se preparaban para aguzar sus sentidos a la luz de luna —una luna que en ese momento ya aparecía, en un cielo aún azul, con su disco de bruñida plata—, el sol, antes de despedirse, envió su destello verde a los ojos de Kojiro, quien fue deslumbrado momentáneamente por la belleza del rayo, su mente bañada repentinamente por una luz esmeraldina. En ese preciso instante otro rayo —este argentino— se descargó ante él, silencioso, mortífero. Aún impresionado por el inusitado y bello deslumbramiento verde Kojiro respondió... sus manos se movieron con la velocidad de la luz: su golpe secreto, el corte de la golondrina giratoria —Tsubame Gaeshi (de arriba abajo, y, quebrando el aire, otra vez hacia arriba) se descargó hacía aquel rayo que se le venía encima...

.....Kojiro sintió cómo, sin solución de continuidad, aquel cielo verde, aquella puerta hacia la eternidad, comenzaba a teñirse poco a poco de rojo: un pulsátil velo carmesí se corría sobre sus ojos e iba cubriendo su conciencia. En su boca se hizo presente el sabor acre de la consumación. Un instante después la tierra le golpeó la cara, y entonces, solo entonces, escuchó el trueno —terrible bramido de naturaleza sobrehumana— emitido por aquel rayo tras golpearlo con la precisión y la eficacia mortal de un dios guerrero. Kojiro sabía que aquel rayo verde era un camino hacia su destino, pero la vida, antes de abandonarle, aún le reservaba su recompensa, el merecido premio a una existencia entregada a la búsqueda de la perfección pura, incontaminada de interés, solo enfocada en la belleza del gesto sublime, en la asunción de la muerte inherente a la vida como una etapa más de su desarrollo... Cuando, en un postrero intento por registrar la imagen de las cosas de este mundo, apareció ante él el rostro de su rival, de su compañero en la búsqueda, del hombre que le había proporcionado su última enseñanza, y contempló el corte de su frente que había sajado su cinta del pelo —el hachimaki— y por el que fluía un hilo de roja sangre, comprendió que había alcanzado su objetivo: al fin, el intocable fue tocado; el invencible, herido. Él, Kojiro Sasaki, Ganryu, el iluminado, había alcanzado la más alta excelencia que un hombre podía alcanzar en el Arte de la Espada; la herida en la frente del Semidiós de la Guerra, así lo demostraba. Solo Amaterasu —el sol— decidió que no ganara aquel combate; algo que podrían atestiguar tanto Tsukuyomi —la luna— como Susanowo —el viento—, quienes contemplaron los pormenores del desenlace desde sus tronos forjados en éter e imaginación.
.....Para Shinmen Musashi no Kami Fujiwara no Genshin, más conocido como Miyamoto Musashi, y tenido por semidiós, aquel fue su último duelo. Abrazó la fe budista, con la que sin duda coincidía su sentir, y se retiró a una vida de meditación y estudio en las montañas, habitando la Cueva de Reigendo. Allí escribiría su famoso tratado de estrategia y táctica, el famoso Go-rin no sho —El Libro de los Cinco Anillos—, donde explicitaría sus conocimientos en el Kenjutsu, y que tan valioso llegaría a ser en toda disciplina y arte de combate posteriores. En él se enseña que el hombre más fuerte es aquel que no tiene necesidad de demostrarlo, y que el enemigo más feroz lo lleva cada ser humano en su propio corazón.

(Nota del Autor: este relato está basado en hechos reales; los personajes lo son y el duelo entre ellos también. Solo se han re-interpretado detalles referentes al escenario y las armas, alejándose en mayor o menor medida de la leyenda canónica; la que, de todas formas, no deja de ser una leyenda. Quizá haya más verdad en este relato que la transmitida hasta la fecha).


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GALERÍA
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Arte Ukiyo-e
(grabados polícromos en madera)
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Representaciones de Miyamoto Musashi (1584-1645)
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Miyamoto Musashi, from the series Biographies of Our Country's Swordsmen (Honchô kendô ryakuden). Utagawa Kuniyoshi.
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Musashi en fantástico combate singular con una ballena - Utagawa Kuniyoshi
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Miyamoto Musashi, from the series Five Heroic Men (Eiyû gonin otoko). Utagawa Hiroshige
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Musashi defendiendo a una Dama - Kuniyoshi (¿?)
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Musashi luchando con Bokuden (Miyamoto Musashi, from the series Lives of Remarkable People Renowned for Loyalty and Virtue (Chûkô meiyo kijin den)Utagawa Kuniyoshi
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Un monje budista pone ante el espejo a Musashi - Ichiyusai Kuniyoshi
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Miyamoto Musashi con el boken - Utagawa Kuniyoshi
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Miyamoto Musashi como Niten (dos espadas) - Utagawa Kuniyoshi
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The famous swordsman Miyamoto Musashi battling with a mountain hermit 
who has turned into a monster (BM). Utagawa Kuniyoshi
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The famous swordsman Miyamoto Musashi battling with a mountain hermit
who has turned into a monster (MFA)
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Miyamoto Musashi Subdues a Pack of Wolves in the Mountains of Hakone in Sagami Province, Displaying His Marvelous God-given Ability, and Meets Sekiguchi for the First Time (MFA). Utagawa Kuniyoshi
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Musashi matando un monstruo con forma de cocodrilo - Utagawa Kuniyoshi
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Misho Gonnosuke retando a un duelo a Miyamoto Musashi - Kunichika
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Musashi luchando con un monstruoso murciélago - Utagawa Kuniyoshi
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Musashi derrotando a varios rivales con los dos boken (espadas de madera) - Yoshitaki Tsunejiro
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Bingo Province: (Arashi Kichisaburô III as) Ijin and (Kataoka Nizaemon VIII as) Miyamoto Musashi, from the series The Sixty-odd Provinces of Great Japan (Dai Nippon rokujû yo shû) (MFA). Utagawa Kunikazu
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Kataoka Nizaemon VIII and Ichikawa Danjuro VII as Kasahara Shinzaburo and Miyamoto Musashi (FAMSF). Utagawa Toyokuni
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Musashi vs Bokuden - Tsukioka Yoshitoshi
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Miyamoto Musashi Masana and the Old Man of Kasahara (Kasahara okina), from the series Modern Parodies of Genji (Imayô nazorae Genji) (MFA). Ochiai Yoshiku
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Woodblock print, chuban tate-e. Miyamoto Musashi stepping on the head of a crocodile-like creature (yamazame).
Musashi luchando con un cocodrilo (BM). Utagawa Yoshitoshi
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Musashi luchando con Shirakura Dongoemon - Utagawa Kuniyoshi
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Musashi cortando las alas a una criatura llamada bake Yamabushi - Kuniyoshi
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Musashi "cortando" a un tengu (demonio) - Tsukioka Yoshitoshi
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Miyamoto Musashi, from the series One Hundred Ghost Stories from China and Japan (Wakan hyaku monogatari) (MFA). Tsukioka Yoshitoshi
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Musashi matando a un murciélago - Tsukioka Yoshitoshi
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Miyamoto Musashi y el murciélago gigante, U. Kuniyoshi
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Clearing Weather (Seiran): Miyamoto Musashi, from the series Selected Eight Views of Combat (Mitate hakkei) (MFA). Utagawa Kuniyoshi
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At Ganryûjima in Kyûshû, Miyamoto Musashi Fights Sasaki Ganryû (Kyûshû Ganryûjima ni oite Miyamoto Musashi Sasaki Ganryû shiai zu) (MFA). Utagawa Yoshitora
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Actors Mimasu Baisha I as Sasahara Shinzaburô and Arashi Rinosuke I as Kiso no Dôji (R), and Arashi Rikaku II as Miyamoto Musashi (L), in the play Ganryûjima. (MFA). Kinoshita Hironobu I
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Miyamoto Musashi. Kunisada
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Sanyushi, Minamoto Musashi 三勇士,宮本武蔵 / Koto nishiki imayo kuni zukushi 江都錦今様国盡 (Modern Style Set of the Provinces in Edo Brocade). Utagawa Kuniyoshi
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Shinano Province: Miyamoto Musashi Masana, from the series The Sixty-odd Provinces of Great Japan (Dai Nihon rokujûyoshû no uchi). Utagawa Kunisada
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 Actor Arashi Rikan as Miyamoto Musashi, journeying through the snow with his boy attendant (BM). Utagawa Kunihiro
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View of the Seacoast at Kokura in Buzen Province: Ganryûjima, Grave of Miyamoto Musashi (Buzen Kokura ryô kaigan kei, Ganryûjima, Miyamoto tsuka), from the series One Hundred Famous Views in the Various Provinces (Shokoku meisho hyakkei)(MFA). Utagawa Hiroshige II
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View of the Seacoast at Kokura in Buzen Province: Ganryûjima, Grave of Miyamoto Musashi (Buzen Kokura ryô kaigan kei, Ganryûjima, Miyamoto tsuka), from the series One Hundred Famous Views in the Various Provinces (Shokoku meisho hyakkei)(BM). Utagawa Hiroshige II
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Explicación de las siglas:
MFA: Museum of Fine Arts (Boston)
BM: British Museum
MFASF: Museum of Fine Arts of San Francisco (Legion Honor)
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