lunes, 19 de marzo de 2012

Tres calas en Kafka




Sobre Kafka

Solo hay un infierno peor que el ubicado en la Tierra --que es, no nos olvidemos, donde se encuentra un tal lugar, caso de hallarse en algún sitio--, y éste es el que abre sus torvas fauces en el interior del alma humana. Este infierno puede extenderse desde aquélla --el alma--, mediante una invisible galería, hasta el corazón, y a veces invade territorios de la mente. Del infierno al que me refiero no se puede escapar (salvo con el acabamiento, camino que algunos tomaron para librarse de él), imposible pretender huir: no hay adónde, por más que ciertas huidas parezcan contradecir el anterior aserto: esos seres que abocados en la locura parecen haber abandonado el cuerpo y la realidad común, me refiero a gentes especialmente sensibles o lúcidas como Nietzsche o Hölderlin. Los hay que se acostumbran a residir en él, a sentirse transportados a él periódica o cíclicamente (desde su interior hacia sí mismos, como en una especie de eclipse). Entre éstos está el paradigma de lo infernal, por turbador y extraño, incomprensible o alucinado, me refiero a Franz Kafka, de quien se adjetivaría su actitud y su expresión vital: kafkiano, puede emplearse así en aquellos casos en que se sobrepasa la realidad para hundir sus raíces --y sus ramas-- en lo irreal, no pocas veces infernal. En cierto modo era lógico --se dirá-- que un ser consciente de su fecha de caducidad, tuberculoso, hipocondríaco, de salud enfermiza (acuciado por dolores de cabeza e insomnio, y, probablemente, indigestiones), recree un universo pavoroso constituido por la sombra amenazante, no ya de la muerte, sino de la insanía: esa incapacidad vital para llevar una vida normal y saludable. Quien se preocupa constantemente de su salud física o mental, es porque ha nacido enfermo, afectado por una cruel patología: la culpa. Culpa por existir, por haber nacido, por una conciencia y una consciencia a la que le falta la capacidad salvífica del autoengaño y de la simulación. Franz Kafka fue, sin duda, uno de estos enfermos que se empeñó con todas sus escasas fuerzas en no claudicar. Se salió con la suya, tuvo que acabarlo una vulgar pulmonía complicada que exacerbaría su tuberculosis: una especie de virulencia vengativa de ese infierno interior que lo acompañó durante toda su vida.

A ese infierno debemos páginas inmortales en la literatura universal. Páginas escritas por un espíritu esencialmente turbado y frecuentemente atormentado (la labor de zapa constante de su propio averno), que expresaba su perplejidad combatiente al mundo, su irrefrenable ansia, más que deseo, por vomitar una bilis negra que le bajaba del alma hasta su vesícula. Lo que no quiere decir que en esas páginas no abunde la lucidez, mas donde se destierra la esperanza. Creador de un espacio propio, un hueco que él solo pudo llenar con sus obsesiones y delirios. Al fin y al cabo, quien esté libre de infiernos que tire la primera piedra. Claro que ¿quién reconoce sentirse habitante, cuando no directamente creador, de ellos? Es necesario mucho coraje, y un gran talento a modo de arma, para soportar la entidad ambigua y ambidiestra del ser humano: ángel y demonio a un mismo tiempo (quizá por ello, inconscientemente, el hombre opta por ser solo hombre --ni chicha, ni limoná--, sumergirse en la plana grisura de la mediocridad que no pregunta: solo animal humano, que se mueve por pulsiones primarias: hambre, sexo, cobijo, algo de reconocimiento, y nada más). Franz Kafka no lo hizo, no se conformó con ser solo animal-hombre al uso, quiso trascenderse, y optó por ser ángel y demonio: a ratos Eurídice, y a ratos Orfeo; otras Cancerbero, y algunas el mismo Plutón. Solo así se concibe la generación y encarnadura de su obra: catarsis acaso aliviadora, pero no curativa. Nunca curó su enfermedad existencial, tampoco la física: fueron gemelas, se desarrollaron al unísono: unos virus actuando en su materia y otros en su alma. Sus obras se pueden formular, así, como etapas críticas, catárticas, de un alma enferma que se deshace de las toxinas que la amenazan y debilitan. Recurso soberbio: hacer de la debilidad fortaleza. Eso hizo Kafka: tomó sus toxinas, su debilidad purulenta, y la expresó, sublimando --pero no neutralizando su ponzoña-- el contenido en belleza literaria. Belleza literaria tejida, como la capa de Neso, impregnada de un veneno más mortífero que el de la víbora, más que el de una de esas ranas de vivos colores de la febril cuenca amazónica: el tósigo de la realidad desnuda, privada de gasas, velos o mantos de nazareno. Se buscará en vano en sus relatos, en sus narraciones, un final feliz; ni tan siquiera el consuelo de una sonrisa, sino es irónica o sarcástica (las más de las veces, simple sonrisa congelada en un gesto inexpresivo y contradictorio con su manifestación).


Presento hoy aquí tres relatos cortos --dos, cortísimos-- que prueban todo lo antes dicho. Los tres están extraídos del volumen 17 de la Biblioteca de Babel que Jorge Luis Borges seleccionara, por encargo de Franco María Ricci, para aquellas primeras y ambiciosas ediciones de la Editorial Siruela. Éstos son: El Buitre, Una Cruza y Prometeo. No son más que unos leves estremecimientos --apenas escalofríos-- de un ser que debió sufrir durante toda su vida las más violentas convulsiones interiores, pero que supo transmutar ése su dolor en obras de extraña y sublime belleza. Como siempre, la Belleza al servicio de la embriaguez, erigiéndose en antídoto contra la angustia, calmando y redimiendo el sentido de culpa.
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Ilustrando musicalmente, por alusiones, Má Vlast de Bedrich Smetana, compositor checo como el autor del Proceso. Bajo la cabecera inserto una de las interpretaciones de referencia, la dirigida por otro compatriota de los anteriores, el bohemio Rafael Kubelik, en 1990, en este caso con la Czech Philarmonic Orchestra, mas solo en versión audio. Al final ofrezco una versión alternativa a la anterior, ésta en vídeo, a cargo de la Real Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, dirigida por el inefable director austriaco Nikolaus Harnoncourt. Se podrá apreciar una primera diferencia en el tempo, o cadencia, pues la de Harnoncourt es más lenta (casi se podría decir que excesivamente lenta para un oído acostumbrado a oír, por ejemplo, la más vigorosa y dinámica de Kubelik --10 minutos de diferencia de una a otra). Ambas son dos interpretaciones magistrales. Habrá quien sintonice más con el dinamismo del checo y quien sienta preferencia por la del austriaco, pero el disfrute está garantizado con las dos (la del Concertgebouw, además, apoyándose en una espléndida imagen).

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TRES CALAS en FRANZ KAFKA
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Franz Kafka (1883-1924)
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El Buitre

Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
--Estoy indefenso --le dije--, vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos.
--No se deje atormentar --dijo el señor--, un tiro y el buitre se acabó.
--¿Le parece? --pregunté--, ¿quiere encargarse usted del asunto?
--Encantado --dijo el señor--, no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?
--No sé --le respondí , y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí--: por favor, pruebe de todos modos.
--Bueno --dijo el señor-- voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que lo había comprendido todo: voló un poco lejos, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.
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Una Cruza
Tengo un animal singular, mitad gatito, mitad cordero. Lo heredé con una de las propiedades de mi padre. Sin embargo, sólo se desarrolló en mi tiempo, pues antes tenía más de cordero que de gatito. Ahora participa de ambas naturalezas por igual. Del gato, la cabeza y las uñas; del cordero, el tamaño y la figura; de ambos, los ojos salvajes y encendidos; el pelo suave y bien asentado; los movimientos, ora saltarines, ora lánguidos. Al sol, sobre el antepecho de la ventana, se hace una bola y ronronea. En el prado corre como enloquecido y apenas es posible alcanzarlo. Huye de los gatos y pretende atrapar a los corderos. En noches de luna son las tejas su camino predilecto. No puede maullar y le repugnan las ratas.
Es capaz de pasar horas enteras al acecho ante el gallinero, pero hasta ahora no ha aprovechado jamás la ocasión de matar. Lo alimento con leche dulce, es lo que le sienta mejor. La bebe sorbiéndola a largos tragos por entre sus dientes feroces. Naturalmente, es todo un espectáculo para los niños. El domingo por la mañana es hora de visitas. Pongo el animalito sobre mis rodillas y los niños de todo el vecindario se paran a mi alrededor.
Entonces son formuladas las preguntas más maravillosas, ésas que ningún ser humano puede contestar: por qué hay sólo un animal como ese, por qué lo tengo precisamente yo, si antes que él existió ya otro animal así y cómo será una vez muerto, si se siente muy solo, por qué no tiene cría, cómo se llama, etcétera.
No me tomo el trabajo de contestar, y me contento con mostrar, sin más explicaciones, aquello que poseo. A veces, los niños vienen con gatos y una vez, hasta trajeron dos corderos. Pero contrariamente a sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraban tranquilamente con ojos animales y consideraron sin duda, recíprocamente, su existencia como un hecho divino.
Sobre mis rodillas, este animal no conoce ni el miedo ni deseos de perseguir a nadie.
Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Está apegado a la familia que lo crió. Esto no puede ser considerado, por cierto, como una muestra de fidelidad extraordinaria, sino como el recto instinto de un animal que en la tierra tiene innumerables pariente políticos, pero quizá ni un solo consanguíneo, y para el cual, por lo mismo, resulta sagrada la protección que ha hallado entre nosotros.
A veces me hace reír cuando me olfatea, se desliza por entre mis piernas y no hay manera de apartarlo de mí. No contento con ser gato y cordero, quiere ser casi perro. Sucedió una vez que, como puede ocurrirle a cualquiera, no hallaba solución para mis problemas de negocios y para todo lo relacionado con ellos, y pensaba abandonarlo todo; en tal estado de ánimo me hundí en la silla de hamaca, con el animal sobre las rodillas, y al mirar hacia abajo advertí casualmente que de los larguísimos pelos de su barba goteaban lágrimas. ¿Eran mías? ¿Eran suyas? ¿Tenía también aquel gato con alma de cordero ambición humana? No he heredado gran cosa de mi padre, pero esta herencia es digna de mostrarse.
Tiene ambas inquietudes en sí, la del gato y la del cordero, por distintas que sean una y otra. Por eso la piel le es estrecha. A veces salta sobre el asiento, ami lado, se apoya con las patas delanteras en mi hombro y pone el hocico junto a mi oído. Es como si me dijese algo y entonces se inclina hacia adelante y me mira hacia la cara para para observar la impresión que la comunicación me ha hecho. Y para ser complaciente con él, hago como si hubiese comprendido algo y asiento con la cabeza. Entonces salta al suelo y empieza a bailotear a mi alrededor.
Tal vez el cuchillo del carnicero fuese una liberación para este animal, pero como lo he recibido en herencia debo negárselo. Por eso tendré que esperar a que el aliento le falte de por sí, a pesar de que, a veces, me mire con ojos humanamente comprensivos, que incitan a obrar comprensivamente.
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Prometeo
Cuatro leyendas hablan de Prometeo.
Según la primera, Prometeo fue encadenado al Cáucaso porque había traicionado a los dioses en favor de los hombres. Los dioses enviaban águilas para que le devorasen el hígado, que siempre volvía a crecerle..
La segunda nos dice que Prometeo, atormentado por el dolor de los picotazos, se arrimó cada vez más a la roca, hasta que se hizo una sola cosa con ella.
La tercera afirma que con el paso de los milenios su traición fue olvidada. Todos se olvidaron: los dioses, las águilas, él mismo.
Según la cuarta, cansado de sí mismo, ya no tenía ninguna razón para existir. Los dioses se cansaron, la cansada herida se cerró.
Quedó la inexplicable montaña rocosa.
La leyenda intenta explicar lo inexplicable. Ya que proviene de un fondo de verdad, debe de terminar en lo inexplicable.
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ILUSTRACIONES
Kafka según Andy Warhol
(Cabecera y retrato final)
Prometeo Encadenado de Peter Paul Rubens

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