jueves, 29 de septiembre de 2011

La Fórmula. Capítulo 3


VIII

Le Procope

Ya naciera en Palermo, hijo de pescadores, y fuera bautizado piadosamente Francesco, Procopio de segundo nombre, de la humilde estirpe palermitana de los Cutó; o, según otros, en Aci Trezza, en las faldas del Etna e hijo del mismísimo Vulcano y, por tanto, de estirpe catanesi (lo que justificaría, así, la maledicencia de quienes, en un alarde de sincretismo religioso, hacían recaer la buena fortuna que le acompañaría de por vida en la impía venta de su alma al dios de los infiernos a cambio de la posesión de los secretos que rigen la transmutación de unas sustancias en otras, y que sería fuente de su dominio en la elaboración de esencias y extractos, y de su ingenio para construir máquinas sofisticadas que revolucionarían el delicioso mundo de los helados; pues es bien sabido que en este volcán existe puerta de entrada al Hades, y, por tanto al Tártaro, además de ser chimenea de la fragua donde Hefestos realiza todo tipo de proezas metalúrgicas, cuyo poder mágico excede la imaginación ¿Y quién mejor para conocer los remedios para el asfixiante calor que quien lo padece de continuo, aunque sea de manera olímpica?), lo cierto es que Sicilia lo alumbró -acaso producto de orgánica erupción volcánica- para deleite de la humanidad.
Muy pronto Francesco demostraría su espíritu inquieto e inconformista: horrorizado ante la perspectiva de un destino de horizontes tan limitados como el que venía soportando ancestralmente su familia, intuyó anticipadamente el futuro que le esperaba si, armado de coraje y fe en sí mismo, emigraba a donde pudieran reconocer y valorar suficientemente sus hallazgos y progresos en el campo de las bebidas refrescantes; algo que consiguió a partir de unas artesanales máquinas heredadas de su abuelo, con quien, en los tiempos libres, se dedicaba a tan peregrino menester, y que él había perfeccionado hasta el punto de permitir la elaboración de estos precursores del helado a gran escala. Helados que en aquel tiempo se componían de nieve prensada a la que se añadían extractos o esencias de frutos o especias (es paradójico, y digno de notar, cómo la materia prima base para realizar un remedio contra el calor -la nieve- procediera de neveros naturales de la que es considerada como chimenea de un inmenso horno), y que él revolucionaría al batir esa mezcla con una base grasa en unos artilugios de su invención denominados, en un exceso de originalidad e imaginación, heladeras.


Dotado de gran inteligencia práctica decidió aprender todo lo referente a la cocina de su tiempo -recalando para ello en Florencia- antes de proseguir su viaje hasta la que se propugnaba como capital hegemónica de Europa, y, por tanto, imán de cuantos emprendedores quisieran medrar y abrirse hueco, máxime en las proximidades de una corte tenida como la más suntuosa de aquel tiempo, una corte que rendía culto al cuerpo y los placeres con él relacionados, y que valoraba, celebrando, todo tipo de innovaciones en el terreno sensorial, por muy excéntricas que éstas fuesen: la Corte de Louis XIV, Le Roy-Soleil.
Así, le tenemos llegando a París hacia 1670, inscribiéndose en el gremio de Distillateurs-Limonadiers y entrando a trabajar, como aprendiz, en la tienda que el armenio Pascal -inmigrante como él- tenía en la calle Tournon, y en donde se vendían refrescos, limonada y café -brebaje recién llegado a las cortes europeas procedente del Imperio Otomano que a su vez lo había importado de Arabia-. Parece ser que al armenio no le iba muy bien el negocio y decidió seguir su particular hégira hasta Londres dejando la tienda en manos de su aprendiz. Éste vio su momento, la oportunidad para llevar a cabo su sueño de poner en práctica y desarrollar sus innovaciones. París, entonces, era un hervidero de estímulos, una esponja deseosa de absorber todo cuanto mereciera -o no- la pena mientras estuviese enfocado a satisfacer los gustos y deseos de sus habitantes, actitud gracias a la cual se empezaría a acuñar la expresión que sería santo y seña de la Ciudad de la Luz: la joie de vivre.


Francesco, seguro de sí mismo y dueño ya de su propio negocio, llevaría sus ideas a la práctica, y para ello se mudó a la rue des Fossés Saint Germain donde decidió abrir el local por el cual se haría famoso: Le Procope, en 1686, denominándolo con la versión afrancesada de su segundo nombre. Allí, y gracias a su contactos en el gremio de distillateurs -donde amplió sus conocimientos sobre extracción de esencias, elaboración de extractos y procedimientos físico-químicos para la modificación de sustancias primordiales- perfeccionaría la elaboración de helados y crearía una máquina para hacer café que sería la precursora de la cafetera italiana: una especie de pequeño destilador por medio del cual se hacía pasar vapor caliente a través de un filtro donde se colocaba la semilla tostada y molida, para posteriormente recoger el resultado de la condensación en otro recipiente superpuesto al filtro, obteniéndose de esta forma una esencia, o alma del café, de sabor mucho más agradable que el realizado de forma tradicional por decocción directa del grano en agua. Este innovador método tenía otra ventaja añadida a la simple infusión: el aroma desprendido en el proceso era infinitamente más intenso y sugestivo. El éxito fue total, y el Café, el tenido como primer Café de París, inició una larga singladura por la historia, favorecida, además, por diversos golpes de fortuna como la construcción, tres años más tarde, de la Comédie Française: Le Procope se convertiría en el primer café literario del mundo, pues a sus salones atrajo artistas de todo tipo: escritores, actores, músicos, pintores.


(Hay quien decía que tal buena suerte tenía mucho que ver con la invitación que Francesco solía realizar todos los 20 de junio -día en que inauguró Le Procope- en la que obsequiaba a sus clientes con Capones desangrados en pepitoria con trufas del Périgord; pues, según se decía, los capones eran de plumaje negro, siempre los sacrificaba en número par y los desangraba previamente a su cocción a fuego muy lento; por si fuera poco, se juraba y perjuraba haber visto a Procopio arrojar la sangre, mezclada con vino tinto, en un agujero abierto en el suelo bajo un ciprés, tras lo cual parecía pronunciar una jaculatoria... Pero no dejaban de ser meras habladurías, elucubraciones de quienes, envidiosos de la buena fortuna de los demás, siempre le buscan explicaciones sobrenaturales a lo que es fruto del esfuerzo y el talento; y nada tenían que ver, por tanto, con que ese día correspondiera a la festividad romana dedicada a Plutón, ni que en tal festividad se le sacrificaran animales de pelaje o plumaje negro, ni que las víctimas propiciatorias tuvieran que ser siempre en número par, ni que era preceptivo desangrarlas y ofrendar al dios esa sangre mezclada con vino negro, como tampoco tenía que ver el hecho de que el ciprés fuera el árbol dedicado a la divinidad del inframundo, ni, por supuesto, de que en las faldas del Etna hubiere ninguna entrada a ningún Reino Plutónico o que el tal volcán sea chimenea de fragua u horno alguno de Olímpico Herrero. Nadie, que no sea malintencionado, aventuraría una conclusión tan sesgada de lo que no son sino meras coincidencias...
Lo que sí es plausible es que en tal invitación -que no sacrificio ritual- pudiera estar el germen de la posterior ampliación de su oferta a restaurant, y de que le Coq au Vin "Ivre de Juliénas" sea uno de sus platos tradicionales, quizás, en recuerdo de aquellos capones; por cierto, le coq sacrificado hoy en día para el guiso sigue siendo, invariablemente, de negro plumaje...).



IX

-Bonjour! -saludó, Héctor, al entrar en aquel sancta sanctorum de la hostería parisiense.
-Bonjour monsieur! -le contestó un hombre de mediana edad, alto, delgado, de pelo castaño repeinado hacia atrás, mientras detenía su repulir una cafetera, ya resplandeciente, con un impoluto paño blanco.
-Un café noir, s'il vous plait.
-Expresso? -y, al decirlo, le garçon, alargó el acento de la segunda sílaba, como si la "s" fuese elástica, dando a la palabra una pronunciación afectadamente italiana.
-Bien sûr, monsieur -respondió Héctor, exhibiendo una sonrisa cómplice.
Con gestos mecánicos, pero elegantes, como si fuese un mago ejecutando uno de sus trucos, el camarero sirvió un café de forma impecable. Por el local comenzó a expandirse el aroma de aquel expresso recién hecho; en menos de un minuto el ambiente estaba tan saturado del grato efluvio que hizo pensar a Héctor en la tremenda potencia y velocidad de expansión de ciertos aromas. Parecía cosa de verdadera magia cómo de una cantidad tan pequeña de un producto podía difundirse un aroma de aquella manera -siete gramos de café molido, perfundido con agua hirviendo a 90º C, durante apenas veinte o treinta segundos-, capaz de saturar una superficie de varios metros cúbicos, salir por puertas y ventanas y seguir propalándose por la calle donde captar la atención y subyugar el ánimo de quien por ella pasase, provocando una refleja sensación de bienestar, cuando no el deseo, la excitación o la necesidad imperiosa de llevarse a los labios el preciado líquido que tal olor producía. Efecto emparentado, por cierto, con aquél que lo había llevado hasta allí, pues al fin y al cabo, el café, a veces entra a formar parte del corazón de algunos perfumes masculinos.
Lo tomó como debía tomarse un café tan bien servido y de la calidad que aquel tenía: de dos sorbos apuró los veinte mililitros escasos de tan preciado instilado y se quedó mirando en derredor contemplando la soberbia decoración del local al tiempo que disfrutaba con el retrogusto -era arábica cien por cien, por supuesto.
Notó que el camarero lo observaba disimuladamente mientras seguía sacando brillo a lo que ya brillaba como una patena.
Aquella decoración, sin ser recargada era de ese estilo tan clásicamente francés, tipo Imperio, con paredes de color crema dorada, con alternancia de grandes paneles rojos adamascados donde se encuadraban retratos de época al óleo; molduras en el techo, dividiendo el espacio regularmente en zonas cuadrangulares, rompían la monotonía y daban sensación de crear espacios bajo ellas; las mesas, vestidas de blanco marfil, aprovechaban bien la superficie útil, dando una ligera sensación de abigarramiento que aportaba calidez y familiaridad... En conjunto, un aspecto sobriamente elegante, sin caer en la incomodidad o la rigidez.


-¿Los retratos de las paredes a quienes pertenecen? -inquirió Héctor, con la intención de romper el hielo y coger confianza antes de abordar directamente la cuestión del local vecino, que al fin y al cabo es lo que le había llevado allí.
Es curioso cómo la fortuna juega sus cartas sin que nosotros, los sencillos mortales, podamos tener conciencia del alcance de lo que eso supone. De ello tendría buena prueba nuestro amigo en aquella mañana. Aquella mañana recordada mientras acudía, bajo la fina lluvia, en otra mañana semejante, a una cita que esperaba le aclarara al fin un misterio que llevaba semanas creciendo como una bola de nieve y agobiándolo como si al crecer lo hiciera a costa de su mismo espacio vital.
-Aquí hay muchos personajes, monsieur... -contestó el camarero, con un deje de indisimulado orgullo, al tiempo que dejaba de limpiar lo ya limpio y se colocaba ante su cliente, presumiendo que habría más preguntas, sobre todo tras la puntualización que estaba a punto de hacerle, lo que daba a entender su disposición al diálogo-; personajes que han tenido un gran protagonismo para la historia de Francia y del Mundo -continuó.
Así fue cómo Héctor se enteraría de que por aquellos salones habían pasado Voltaire y Rousseau, o que incluso la desgraciada Adrienne Lecouvreur, la primera diva teatral de la Edad Moderna,
desafiando toda convención, les honrara con su presencia antes de ser envenenada por la duquesa de Bouillon, su rival sentimental y pretendiente, como ella, a obtener los favores de Mauricio de Sajonia; o que el mismo Diderot concibiera entre sus paredes la Encyclopédie, con su amigo y colega D'Alambert; o que Benjamin Franklin redactara allí los primeros artículos de la Constitución de los Estados Unidos; o que se convertiera en un centro activo durante la Revolución Francesa, acogiendo a Danton y Marat
, como representantes del Club des Cordeliers, o siendo el lugar de donde partiera la orden para la toma de las Tullerías, o donde se hiciera la presentación del gorro frigio como símbolo de la libertad (usado con este significado por los libertos en épocas del Imperio Romano); o que Montesquieu hiciera alusión al local en una de sus Cartas Persas; o que, más tarde, en épocas tardo románticas y simbolistas, concitara a grandes escritores como Musset, Verlaine o Anatole France... Sus muros guardaban y rezumaban, pues, una parte de la historia de Francia.


Abandonando su lugar en la barra, el barman, mientras desgranaba como un consumado cicerone todo un caudal de detalles acerca de tal o cual personaje, le iba mostrando a Héctor las huellas que allí, en sus paredes, vitrinas o pedestales, se conservaba de su memoria: cuadros con retratos al óleo, o vistas de la antigua rue des Fossés- Saint Germain -edificio de la Comedie Française incluido-, o escenas que recogían diversos cruciales momentos de la Revolución; pliegos manuscritos en los que tal o cual revolucionario había plasmado sus invectivas, plumas de ave o cálamos con que se habían escrito -al menos eso rezaba un letrerito al pie del expositor- junto con el tintero empleado; dedicatorias de los ilustres clientes a Procope o sus descendientes; un busto de Voltaire, la mesa donde se sentaba y que sirvió de altar para oficiar sus exequias camino del Panteón; hasta uno de los sombreros bicornios de Napoleón allí se exhibía en vitrina-marco, como uno de sus más valiosos tesoros...
Al llegar a una zona de transición aneja al bar y la bella escalera de mármol que conducía al piso superior, reparó Héctor en una puerta que parecía formar parte de la pared -sin llegar a simular un trompe l'oeil- sobre la que figuraba, en metal dorado, el reconocible símbolo masón de la escuadra y el compás, en cuyo centro se inscribía una "L".
-Oui, monsieur, effectivament. Hubo un tiempo en que tuvo su sede en los sótanos del edificio una de las logias masónicas más antiguas de Francia -apuntó el camarero, adelantándose a la curiosidad del visitante-, aquella que contó con los ya citados Voltaire o Franklin entre sus adeptos. Pero aquello finalizó con la ocupación de París por las tropas alemanas, en 1940. Desde entonces no se ha vuelto a celebrar abajo ninguna reunión ni rito oficial... -volviéndose a adelantar a la curiosidad que estimaba debía sentir su oyente, continuó- parece ser que el motivo por el cual los sótanos de Le Procope sirvieron a tan extraño fin hay que buscarlo en... su mismo fundador, Francesco Procopio dei Coltelli, Procope-y pronunció nombres y apellido con el mismo afectado acento italiano con el que anteriormente había pronunciado la palabra expresso.


Ahora sí había excitado la curiosidad de Héctor.
-Vaya, vaya -se le escapó en voz alta mientras trataba de calibrar la importancia que para sus pesquisas podía tener el revelador dato que acababa de escuchar.
-Mais, oui monsieur. Muchos emprendedores comerciantes, burgueses, artesanos, o artistas, y no solo gremios de alarifes o canteros, intelectuales, militares, ricos-hombres o nobles eran seguidores de la vía del Gran Arquitecto.
Héctor se le quedó mirando de hito en hito. Para ser un simple camarero gozaba de una gran cultura; claro que tratándose de París uno podía esperar cualquier cosa: nobles ejerciendo de artesanos, príncipes rusos de mozos de hotel o generales exiliados de limpiabotas.
-¿Y la "L"? ¿Por qué una "L"? -preguntó, Héctor, sin confiar en obtener una respuesta precisa.
-¿No desconocerá, monsieur, que hay dos corrientes preponderantes en la masonería? La Regular que cree en un Dios Supremo, el Gran Arquitecto del Universo, representada por una G enmarcada por la escuadra y el compás; y la corriente Liberal, Adogmática o Irregular -que de las tres formas se la conoce-, que no exige esta creencia, al hacer prevalecer la libertad de conciencia de sus miembros sobre toda otra exigencia intelectual, cuya representación es el mismo símbolo de los constructores del Templo de Jerusalén, pero con una "L" en lugar de la "G". A esta corriente pertenecía la logia que aquí se reunía, y que estaba integrada en El Gran Oriente de Francia. Creo que no desconocerá la importancia que se le atribuye a la influencia de la masonería en el fin del Ancien Regime, y por tanto en el advenimiento de la Revolución que acabó con la monarquía absolutista. Uvd parece, monsieur, una persona culta a la que creo capaz de conocer todos estos detalles... -y, al decir esto, el diligente e impersonal cicerone había sido suplantado por alguien de gesto grave que había cruzado el Rubicón de la confianza y parecía hablar al Héctor curioso que había estado husmeando en la acera de enfrente, ante aquella puerta de madera repintada y cerradura y pomo de bronce envejecido.
Los dos hombres se miraron fijamente a los ojos durante unos segundos. Héctor aprovechó:
-¿Qué hay en el local de ahí enfrente? -señalando hacia atrás con el pulgar por encima de su hombro.
-¿A cuál se refiere? ¿A ese que parece transpirar esencias aromáticas? -preguntó el camarero mientras volvía detrás de la barra.
Ahora no le cabía la menor duda a Héctor de que había sido observado, probablemente a través de los ventanales traseros de Le Procope, por aquel hombre que tenía ante sí.
-Sí, ese mismo -contestó.
-Creo que ya le he contado bastante por hoy. Si me perdona, he de seguir con mi trabajo... Quizás otro día... Si vuelve por aquí.
En ese momento entró una pareja de jóvenes haciéndose arrumacos. Héctor, con un gesto de mano y una leve inclinación de cabeza, se despidió y salió de aquel lugar mascando más curiosidad que la que traía cuando entró.

(continuará)





-o-o-o-

martes, 27 de septiembre de 2011

La Fórmula. Capítulo 2




V

Apenas había cumplido los tres años cuando les dio el primer susto. Su cuerpecito se abatió como el de una marioneta a la que se ha cortado los hilos. Gracias a que el episodio le sobrevino en la trona, justo antes de comer, no sufrió ningún golpe. Con la cabeza inclinada hacia adelante, sobre la bandeja de la alta silla, y los bracitos colgando a los lados, daba la impresión de haberse quedado súbitamente dormido. No tenía signos de rigidez, ni convulsiones; quedó como si alguien lo hubiera desenchufado. Lo zarandearon pero el niño no despertaba. Parecía estar ausente, como si su consciencia hubiese huido dejando allí el sustrato material al que pertenecía. Lo llevaron a la cama antes de llamar al médico. Le tomaron el pulso, su corazón seguía latiendo regularmente, aunque con latidos más débiles y espaciados; los ojos permanecían cerrados, los párpados relajados,... no perdió el color, pero sí el calor. El aliento empañaba el espejo de mano que le aplicó su hermana adolescente ante la naricilla, aún levemente respingona -tal y como había visto hacer en aquellos films de serie B, cuando se querían comprobar las constantes vitales: pulso, ojos y aliento, siempre en este orden, como una reiterada e invariable fórmula, como un infalible test vital.
Volvió en sí antes de que el doctor llegara. Miró a su alrededor y sonrió viendo todas las caras de preocupación en torno a él: su madre, que sentada en la cama le acariciaba una manita; su padre, que con ceño fruncido estaba de pie junto a la cabecera; el abuelo que lo miraba como si nunca hubiera visto un niño; sus hermanos mayores, que observaban curiosos; y la aya, que mostraba ojos y mejillas húmedas mientras con las manos mantenía una punta del blanco delantal tapándose la boca.
El médico, tras examinarlo, determinó que sin duda se había tratado de un prematuro episodio de epilepsia infantil atípica. Deberían enviarlo al hospital para confirmar su diagnóstico. De todas formas, no estaría de más -recomendó- que tomara baños de sol y un suplemento vitamínico, cuando la madre le hubo informado de su mal comer.


A partir de aquel día los episodios se sucederían con periodicidad variable: lo mismo estaba semanas sin padecer ninguno, que caía en la languidez dos veces seguidas con pocos días de diferencia. Ni qué decir tiene que en el hospital no hallaron causa ninguna que justificase esos estados de ausencia pasajera -nunca duraban más allá de unos minutos, o incluso segundos-, ni tras ese primer episodio, ni tras los que sobrevinieron después. Se le analizó el sistema nervioso, el hormonal, el centro del sueño, el del equilibrio, se le hicieron análisis de todo tipo,... sin ningún resultado; todo completamente normal. Tan solo el peso era un poco inferior a lo que correspondía, pero nada más. Tras las variadas pruebas y observaciones acabarían achacando tales episodios a alteraciones temporales, de origen bioquímico e impredecible, de la glándula pineal que provocaban en el niño episodios de oscurecimiento consciente, sumergiéndole en un estado semejante al del sueño profundo. No se encontró explicación a la bradicardia ni al descenso de temperatura durante las crisis, salvo el de un menor requerimiento metabólico en tal estado pseudo-catatónico; tampoco se la encontraron a la curiosa circunstancia de que al volver en sí lo hacia siempre con una radiante sonrisa iluminando su cara; como si regresara de una fiesta...
Dado que no parecía revestir gravedad, y que los episodios se anunciaban con una especie de ensimismamiento que permitía al niño detener su actividad y buscar el acomodo de un lugar seguro donde pasar el trance, su familia, amigos, maestros y conocidos en general, sin dejar de observarlo, se acostumbraron a las ocasionales ausencias, esperando su regreso para continuar con la actividad abruptamente abandonada.



VI

El niño creció: delgado, pálido, taciturno. Huía del sol incluso en invierno, por ello su piel siempre mostraba una palidez casi cristalina. Inteligente, tímido, pero audaz, no desdeñaba la compañía de familia y amigos, pero le gustaba jugar en soledad, y no era extraño verlo deambular por campos, jardines o ribazos entregado a una de sus distracciones favoritas: olisquear. Husmeaba todo lo que caía en sus manos, ya fuera del reino animal, vegetal o mineral. A veces, un determinado aroma le mantenía ensimismado, temiendo, quien con él estuviere, una de sus ausencias, pero este ensimismamiento era diferente al heraldo de la languidez; era una especie de recogimiento consciente, atento, que se producía con los ojos abiertos, estando de pie, sentado o tumbado, y parecía obedecer más a un proceso de asimilación cognoscitiva, de análisis, de atención, que de dejadez o abandono.
Ya en el colegio mostró un interés -y aprovechamiento, todo hay que decirlo- desmesurado por las Ciencias Naturales y Aplicadas, sobre todo la biología, la botánica o la geología; gran facilidad de comprensión matemática y un gran ingenio deductivo que lo hizo dominar la física y la química. Su memoria no se remitía al proceso por el cual se archivan conceptos e imágenes, aprendidos o vividos, ni al establecimiento de asociaciones entre las diversas materias, ni a la mera función de recuerdo que caracteriza a la experiencia, sino que su ámbito se extendía al terreno más impreciso de los olores, y las sensaciones relacionadas con ellos, con un poder de evocación tan asombroso, que lo convertía, a todas luces, en algo totalmente inusual. Se podría decir que en su alma cohabitaban dos universos: el convencional, compartido con todos, de apariencias sujetas a contingencias evidentes; y otro, propio, de astros que brillaban con toda la intensidad de soles aromáticos cuya radiación se expresaba en forma sensorial creando una especie de planisferio emocional de las cosas que le rodeaban, y que constituían aquel otro universo convencional, el de todos.
También demostró un interés nada común por la filosofía; por aquella ciencia -o arte- que basa su cometido en las preguntas sin respuesta, y que constituía -como aprendiera en clase- la más alta ocupación a la que un ser humano podía dedicarse, a decir de aquella sociedad envidiable que fuera germen de la democracia y fundamento de la cultura occidental. Su espíritu flotaba hacia la Academia que fundara Platón, o el Liceo de Aristóteles, donde asistía a aquellas sesiones magistrales que acababan o se continuaban en simposios privados, en que el ingenio se batía, excitado y estimulado por los restantes sentidos, hasta prevalecer o ser persuadido por las armas de la razón; pero, así mismo, no dejaba de sentir una íntima identificación con todos aquellos espíritus libres en el pensar, aquellos pre-socráticos y sofistas que ideaban justificaciones originales al universo y a la vida en él contenida, aquellos espíritus llenos de coraje intelectual que serían tachados de místicos -cuando no de locos, directamente- por los sesudos académicos atenienses.
De esta forma fue construyendo una personalidad acorde, por un lado, con los dos universos que, conciliados, percibía a través de los sentidos; y, por otro, con las dos corrientes, ortodoxa y heterodoxa, con que el mundo de las ideas, el intelecto soberano, interpretaba el lugar del hombre en el mundo.



VII

Se quedó con la mano en alto, a un palmo de la puerta; permaneció con ella así, dos o tres segundos, dudando..., al fin, siguiendo un impulso interior, la bajó. Su curiosidad no llegaba a tanto como para entrometerse tan directamente en un lugar desconocido. Dio un paso atrás, contempló la fachada... no se veía ni se oía nada... solo se olía. Se olía una mezcla de aromas, un perfume disgregado en sus notas singulares, sin llegar a fusionarse del todo en la sustancia compleja que constituye la razón de ser del perfume; era como si las diversas esencias, allí dentro, estuvieran por separado colocadas una al lado de la otra, sin mezclarse. Pensó que quizás se tratase de una especie de almacén de absolutos, de droguería perfumista, desde el cual se expendiesen, bajo demanda, hacia laboratorios donde se elaboran esas mezclas diluidas, eau de cologne, de bajo coste, que se pueden ver en los anaqueles de cualquier perfumería de barrio, o en los grandes almacenes.
Pero, si así fuera, los diversos frascos con sus esencias correspondientes deberían estar herméticamente cerrados... Bien está que hubiese un cierto olor indefinido, una mezcolanza aromática imprecisa, un batiburrillo de aromas solapados, pero lo que le llegaba a Héctor desde el otro lado de aquella puerta eran aromas de gran calidad, netos, limpios, puros, a esencias florales, vegetales, animales,... y a aquel matiz indescriptible que no podía reconocer.
Decidió realizar otras averiguaciones antes de llamar. Abordaría aquel misterio indirectamente.

Para alguien ajeno al mundo de los aromas le resultará fútil tomarse todas estas molestias por un simple olor; si uno, además, ha de preocuparse de su trabajo diario, de su familia, de sus estudios, en una palabra, de sus preocupaciones cotidianas, es posible que le dijera a nuestro amigo Héctor, si no tenía algo mejor que hacer. Pero cada cual es cada cual, y bien está que cada cual se cree sus propias preocupaciones. Nuestro recién descubierto aficionado a la gastronomía y al mundo del perfume llevaba tiempo investigando a cerca de la relación existente entre el aroma que ciertas sustancias ejercen sobre los estados anímicos de las personas que los portan o los sufren, es lógico que sintiera curiosidad por algo que le causaba extrañeza, referente al tema en cuestión. Solo quien haya experimentado el dominio de una obsesión puede comprender esto; y más, cuanto más se resista la satisfacción que uno espera obtener del objeto de su obsesión, ya sea éste el afán coleccionista, el amor de una mujer, o la resolución de un misterio.


Otro olor menos enigmático y más prosaico empezó a invadir aquel estrecho corredor empedrado. Héctor giró la cabeza y se dio cuenta de que al otro lado de la calleja -de donde provenía el aroma intruso- se encontraba el acceso trasero de un famoso café-restaurant de París, Le Procope. Este acceso daba directamente al café, que a esa primera hora de la mañana estaba aún vacío y con las puertas abiertas. Las cocinas comenzaban a funcionar: se preparaban los caldos, los fondos, las reducciones, las salsas, les pot au feu, la repostería,... el proceso de su alquimia, la transmutación de las materias primas en productos sofisticados dignos de degustación comenzaba a dejarse sentir en su forma más sutil: el aroma.
Pronto una troupe de proveedores tomarían el pasaje, y otra barahúnda de olores se añadirían a los de los fogones, enmascarando aún más aquellos que con delicada intensidad salían a través de aquella puerta cerrada. Resolvió abandonar el lugar y dedicarse a establecer una estrategia. De momento, le pareció buena idea tomar un café en Le Procope; quizás allí podía averiguar algo del local situado enfrente, algo más alejado del bulevar y, por lo tanto, más cercano a la rue Saint André des Arts.

(continuará)


-o-o-o-

domingo, 25 de septiembre de 2011

La Fórmula. Capítulo 1




I

Para cualquiera podría ser un día cualquiera. Un contumaz cielo gris plomizo, ya plomizo y gris desde el amanecer, con una contumaz llovizna que se deja caer vertical y displicente sobre el pavés de las calles espejadas... Gentes con paraguas desplazándose apresurada y mecánicamente de un lado para otro; miradas perdidas, gestos inexpresivos,... todos transportando sus mundos interiores con la mayor de las discreciones. Nada que no sea habitual en uno de tantos días de la incipiente primavera parisiense. Todo comme il faut; al fin y al cabo se trata de Paris.
Pero para Héctor no sería un día cualquiera. Él lo sabía. Lo intuía. Los acontecimientos, precipitados durante las últimas semanas, así lo anunciaban. Su mirada no parecía perdida, ni su gesto afloraba inexpresivo; su mundo interior bullía, y eso se reflejaba en su apariencia: en su rostro, con un cierto rictus de inquietud y preocupación; en su caminar, por el paso resuelto y al mismo tiempo vacilante, como si en su interior algo se negara a dar el paso que debía dar; en que iba sin paraguas, ajeno a la fina pero fría lluvia que acabaría por empaparle, cubierto únicamente con la gorra de oscuro tartán que disimulaba su incipiente calvicie...
Mientras cruzaba por Le Pont Neuf, contemplando el tranquilo transcurrir de la corriente salpicada de infinitesimales surtidores, y, al fondo, la familiar silueta velada de las chatas torres de Nôtre Dame, recordaba, en una fluida sucesión de imágenes encadenadas, todo lo acaecido en este último mes; ese extraño y, por momentos, onírico periodo en que su vida se había puesto patas arriba, y que, esperaba, tuviera un desenlace en las próximas horas. En Le Procope esperaba encontrar respuesta a las múltiples preguntas surgidas en los días anteriores, así como calmar una desazón que fue creciendo a medida que se desgranaban esos días hasta convertirse en un íntimo desasosiego que llegó a alterarle el sueño.



II

Como suele ser habitual cuando se produce lo fantástico, todo comenzó, por azar, en uno de esos paseos que Héctor realizaba al albur de su ánimo por calles poco concurridas, no solo de su Montmartre residencial, sino allende la otra orilla de La Seine. Propio del espíritu moderadamente curioso y discretamente aventurero con que le proveyó la naturaleza, se adentraba por toda vía que partiendo de los ajetreados boulevards le condujera hacia lo desconocido, lo nuevo, el hallazgo maravilloso o simplemente el detalle sorprendente: una fachada inusual, un balcón insólito, un jardín exótico, un portal misterioso, un color, un olor, un sonido, chocantes... eran suficientes indicios para atraer su atención y obligarle a cambiar de ruta en pos del reclamo.
En este caso había sido un olor. Mientras paseaba un domingo por la mañana temprano por le Boulevard Saint Germain, a esa hora tranquilo y silencioso, llegó hasta él un aroma vagamente familiar y agradable, a medio camino entre la sutileza floral del jazmín y la untuosa densidad animal del almizcle. Husmeó el aire. Desanduvo los pasos, volvió a girar, y determinó que el olor procedía de una calleja que se abría en medio de la línea de fachada traspasando un edificio de cinco plantas por medio de un pasaje con techo en forma de bóveda de cañón. Lo cruzó y se adentró por ella. No vio a nadie. Se trataba del típico espacio entre manzanas que, sin constituir calle, proporcionan luz a las partes más alejadas e interiores de los bulevares. Más corredor que paseo, a él suelen dar las puertas traseras de los locales cuya fachada mira al bulevar, y a él se abren otros locales, donde se ubican negocios más modestos, que buscan adrede mayor privacidad por muy diferentes motivos, o bien por ser locales cuya renta, obviamente, es más asequible.
Caminando por un suelo de pavés que más parecía calzada romana que calle adoquinada se detuvo ante una puerta donde no solo no desaparecía el olor que perseguía sino que ganaba en potencia y complejidad: al jazmín y al almizcle, se le unía ahora el matiz cítrico de la bergamota, junto a un ligero toque balsámico a... sí, a estoraque -inconfundible por ser ingrediente utilizado en ese bálsamo con el que se untaba el pecho de los niños resfriados-, y otro aroma raro e indescriptible que no pudo reconocer. La puerta en cuestión, de vieja madera rebarnizada mil veces, con cerradura y pomo de latón sin brillo y ligeramente oxidado, estaba inserta en un muro de ladrillo enlucido simulando piedra que hacia arriba se continuaba hasta una altura de dos pisos rematado por uno de esos canalones cóncavos de zinc que evitan que el agua de lluvia caiga directamente del tejado a la calle; en medio del muro, tanto en la planta de calle como en las plantas superiores, estrechos ventanales mal cerrados por cuarterones desvencijados daban la sensación de abandono; el umbral despejado y el perfume procedente del otro lado de la puerta lo desmentía. Allí adentro había algo o alguien que no guardaba relación aparente con el lugar, lo cual atrajo poderosamente la atención de Héctor.



III

La adicción de nuestro amigo por los aromas le venía de lejos. Ya en la niñez el mundo accedía a él a través de su fino olfato. Criado en un viejo y amplio caserón de pueblo, antigua casa de postas, enseguida asoció los diferentes ámbitos con su marco odorífero específico: ya fuesen las antiguas cuadras, donde se alojaban las caballerías, se encerraban los cerdos, y donde se ensilaba el heno; ya los desvanes donde se acumulaban polvorientos muebles y cachivaches de muy diversos materiales; ya el corralón de suelo empedrado donde crecía orgullosa una parra y a dónde daban el gallinero y el retrete; ya las habitaciones del piso superior, ahora vacías, de lo que fuera hostería; ya las estancias interiores de la vivienda: el largo portal que comunicaba la calle con el corral y que servía de almacén ocasional, el salón comedor con su caldera de cisco o piñón, la cocina con sus fogones de hierro fundido, la despensa con anaqueles de obra colmados de mercancías, los húmedos dormitorios, la luminosa y aireada salita de recibir; todo tenía su sello aromático, su gama de matices fácilmente reconocibles. Podría decirse que el mundo del Héctor niño fue un mundo misterioso, únicamente revelado a través de sus aromas. Muchas veces jugaba a explorar aquél caserón con los ojos cerrados orientándose por el único sentido del olfato.
Más de una vez su madre lo reñía, censurando su manía de oler todo lo que comía. Algo de razón no le faltaba a la buena mujer, pues fue un mal comedor -lo que se llama un tiquis miquis-, y no pocas veces se resistía a ingerir la comida del plato solo por el olor que desprendía; aunque no lo hubiera probado nunca antes. Olía los alimentos antes de cocinarlos, incluso los que para el común de los mortales no tienen olor, como las legumbres secas o la pasta de trigo duro, el arroz blanco o las patatas sin mondar; por supuesto, las verduras, las frutas, las carnes, el aceite, las especias... todo, absolutamente todo pasaba por el filtro de su nariz. Hasta la tierra, las distintas tierras por las que jugaba o pasaba, ya fueran arcillosas, calizas, humus rico en aromas amoniacales o los cañaverales donde se dedicaba con los amigos a cazar ranas en aguas estancadas cubiertas de verde légamo; el musgo que cubría el centenario mortero de los restos amurallados de su pueblo, las escorias que se hacinaban en los depósitos de la estación, las pinadas que cercaban el castillo, los árboles a los que se subía -olmos vetustos, álamos temblones, falsas acacias, nervudos plataneros, cada uno con su olor singular-; la lluvia al caer, el pelo húmedo, la ropa mojada -y sus distintos matices, ya fuera algodón, lana, cuero o tejido sintético-. Llegaba al punto de olisquear incluso el agua que bebía -y esto antes de que se potabilizara al agua de grifo-, identificando la época del año a la que correspondía, ya fuera por la mayor o menor densidad de materia en suspensión, o por el recuerdo de los lodos que tuviera antes de su filtración: el sabor terroso de primavera, el deje levemente corruptible de verano, el aromático de otoño, el insípido de invierno.



IV

No es extraño que con el tiempo acabara atraído por una de las dos misiones a las que una nariz sensible pueda destinarse: el mundo del perfume o el de la gastronomía. La vida le abocaría al segundo de ellos, si bien no de manera profesional sino por simple gusto de sistematizar y desarrollar una capacidad innata que le hacía disfrutar sobremanera y que le provocaría no pocos momentos de éxtasis sensorial.
Accedió al mundo del vino muy temprano y de la mejor manera posible, pues el primer caldo que saboreó su paladar fue el más prestigioso de los que por entonces se elaboraba en las riberas de un río, el Duero, famoso por criar en sus aluviales terrazas varios de los mejores vinos del mundo. Era costumbre que, cuando en la casa familiar la economía ya lo permitió -y eso sucedió cuando Héctor abordaba la adolescencia-, en los ágapes Navideños, una botella de este preciado mosto fermentado acompañara los corderos, pavos o capones que arribaban a la mesa pascual. El agradable efecto ensoñador que le proporcionaba la degustación de aquel corpulento y redondo elixir amoratado actuó de acicate para adentrarse cada vez más en el descubrimiento de un inmenso caudal de sensaciones organolépticas. No pudo tener mejor introductor al mundo dionisíaco... y, por medio de él, al de la percepción ultrasensorial que la sutileza de determinados aromas le proporcionarían.
No obstante enfocar su capacidad sensitiva hacia la gastronomía, no dejó de sentirse atraído por el inagotable universo de los perfumes. Gozó, como tantos, con la lectura de aquella pequeña maravilla que escribiera Patrick Suskind, narrando las vicisitudes de un portentoso Jean Baptiste Grenouille obsesionado con la elaboración del perfume definitivo que concitara la seducción irremisible de quien lo oliese, hasta el punto de hacerse perdonar los más execrables crímenes. Indagó en las entrañas de la composición y elaboración de sustancias aromáticas: la extracción de los absolutos, las diluciones que permitían obtener aromas agradables de las concentraciones caústicas, las compatibilidades olorosas,... Empero, lo que más le atraía era el poder de los aromas sobre las emociones, más allá de su efecto seductor o repulsivo, su capacidad para influir en los estados de conciencia. Ello le indujo a consultar en archivos y bibliotecas textos referentes al tema, antecedentes históricos de lo que para él era obvio; pero todo lo que encontró fueron, en el mejor de los casos, ensayos de contenido alquímico que ofrecían poca credibilidad, entre ellos algunos apuntes de Nostradamus, quien combatiera eficazmente epidemias (la del carbón provenzal, verídicamente documentada) o revocara infertilidades (la de Catalina de Médicis, quien tras once años sin conseguir concebir, tras la administración de la triaca tuvo diez hijos de seguido) a base de fórmulas magistrales -mejunjes imbebibles, al decir de algunos, obtenidos de las más diversas fuentes minerales, vegetales o animales-; no dudó, Héctor, incluso en escribir a la patria del perfume, Grasse, en busca de datos sobre esta relación aroma-espíritu que barruntaba no solo posible, sino segura. Poco obtuvo de sus pesquisas con el rigor suficiente para satisfacer su académico escepticismo. Hasta que... aquel día, de modo fortuito, siguió un aroma que le conduciría ante una enigmática puerta sita en una calleja aledaña al Boulevard de Saint Germain.

(continuará)

-o-o-o-

viernes, 23 de septiembre de 2011

Crucifixión e Ignominia










.


Crucifixión
(A tantos Troy Davis)

Lo han vuelto a hacer,
han vuelto a hender mi carne,
con saña han remachado el clavo,
me han lanceado el costado
con impiedad,
coronado de espinas afiladas
amoladas con prejuicios
por jueces fariseos,
me han cargado con su cruz,
me han vejado con infundios,
con testimonios falsos
me han condenado,
¿O ha sido su orgullo
acorazado, impenetrable?
Sordos al clamor,
mudos a la demanda,
ciegos a la evidencia,
con látigos de silencio
y de noche eterna,
con gélidos flagelos
y legajos desalmados,
con fustas de animadversión
y despiadado encono,
han descarnado mis costillas
y me han arrojado al lodazal;
con hiel han mojado
mis cuarteados labios,
con vinagre han untado mis heridas
y con sal las han hurgado;
me han ungido la frente
con sus excrementos,
y lo han llamado justicia.


II
¿Puede el hombre erigirse en juez
de una vida que no le pertenece?
¿Puede el hombre enmendar a Dios?
¿A la Naturaleza? ¿Al Destino?
¿En nombre de qué instancia
aniquila universos?
¿Con qué derecho ejecuta
la negación de la vida?
¿Puede la norma absolver
las conciencias fratricidas?
¿Quién dictamina el Bien,
quién sanciona el Mal?
¿Qué eres tú que nada haces?
¿Cómplice, secuaz, compinche?
¿O solo alguien que sobrevive
en la miseria de un alma sumisa?
¿Se puede conciliar el sueño
bajo cielos putrefactos?
¿Se puede obviar el hedor?
¿Qué es el hombre que ajusticia
con impunidad soberbia
su misma razón de ser?
¿No es acaso un contrasentido?
¿Una paradoja cruel
del infierno que abomina?


III
Lo han vuelto a hacer:
ajusticiándome,
se han vuelto a ajusticiar
a sí mismos.
No hay salvación para el hombre,
ni Redentor
que lo devuelva al Paraíso
en el que nunca estuvo.
Por eso le sueñan,
por eso me resucitan,
una y otra vez,
arrepentidos de su crimen.
No, no es una bestia;
el hombre es Hombre:
el postrero ensayo fallido
de un Dios inexistente,
por más que los verdugos
enarbolen mi cruz ensangrentada
llamándola símbolo de Dios,
cuando no es más que emblema
de su impotencia.

¡Usurpadores!
No habléis por mí,
no os arroguéis legitimidad
en mi nombre.
El cielo que habéis creado
no es mi cielo, no puede ser el cielo.
Al cielo no se accede
talando el Árbol de la Vida.

Lo habéis vuelto a hacer...
Y no os dais cuenta.


IV
Protégelos, Señor, Dios Inexistente,
Padre y Madre de todas las cosas,
con un velo de consuelo,
ya que no de misericordia.
Perdónalos, pues, sabiendo lo que hacen,
están impelidos a mentirse
para sobrellevar su naturaleza.
Ten compasión de ellos,
y, ya que no la paz,
otórgales el olvido
para que puedan seguir construyendo
sus castillos en el aire
con conciencias purificadas.
Vuélvelos como niños,
protégelos con tu velo,
oscurece su clarividencia,
apaga su lucidez,
para que no mueran de vergüenza.
Condenados a su humanidad,
la seguirán ejerciendo
hasta que se inmolen
como bonzos inconscientes
o superen, por fin, su condición
de paradógica perplejidad.

Bájate ya de esa cruz,
Señor, Dios Inexistente,
hazla añicos,
y súbete triunfante
al Árbol de la Vida;
que sea tu símbolo
sangre exultante en las venas,
y no derramada
en mil heridas.
Muéstrate ante el hombre,
con rosas en las manos
y lirios en la boca;
deja el ojo en el ojo,
y el diente en el diente,
tiende los labios y besa,
tiende la piel y acaricia;
derrama tu corazón de ternura
sobre los rincones oscuros
de los verdugos,
anega sus desiertos,
ahoga sus gritos de odio.
Salva al hombre, Señor,
Dios Inexistente,
no derramando tu sangre
sino entregando tu alegría.



-o-o-o-

miércoles, 21 de septiembre de 2011

The Thin Red Line: la Reflexión del Ser





¿Qué significa esta guerra en el corazón de la Naturaleza?
¿Por qué la Naturaleza compite consigo misma... como la tierra hace con el mar?
¿Hay una fuerza vengadora en la Naturaleza; o no solo una, dos?"
(Reflexión del Ser) [00:01:40]


Aclaración

¿Es lícito llevar la metafísica al cine? ¿Se puede desarrollar un discurso filosófico al hilo de las imágenes? Y es más, ¿Es posible hacerlo sin traicionar la esencia narrativa de un género eminentemente visual? En mi humilde opinión creo que la película que hoy es el motivo de este post -hilvanada a su soberbia banda sonora- viene a contestar estas cuestiones de una forma harto ilustrativa y concluyente. No, no es la única que lo podría hacer, pero sí -creo- es la que más bellamente lo hace.
Habitualmente se ha establecido una absurda dicotomía entre los que piensan que el cine es ante todo un fenomenal medio de entretenimiento, cuyo fin primordial, sino objetivo único, es la diversión o, incluso, la evasión -un a modo de oasis mirífico al que acudir para aislarse de la cruel o desagradable realidad-; y aquellos que -como yo- defienden que su máximo valor como Séptimo Arte radica en la versatilidad de propuestas y fines que puede perseguir. Para ello se establecieron los géneros, es decir, la sistematización del cine atendiendo a su temática: negro, policíaco o thriler, de aventuras, melodrama, comedia, cine de animación, cine comprometido, social, reivindicativo, etc.
Para mí, el cine es la modalidad artística más completa, la que permite gozar de todas las demás, simultánea o consecutivamente. Por lo que esa casposa dicotomía, que solo defienden quienes apenas rascan con la uña la superficie de un medio inabarcable e impermeable a la definición escueta, unilateral o simple, se me antoja fútil e inexacta, y, sobre todo, carente de rigor.
El cine lleva a cabo su función de múltiples formas, todas válidas -pues todas tienen su público- en las que es vano establecer categorías. El mal llamado, ordinariamente, cine de "pensar" no es superior a una comedia de "destape" español de los setenta, ni a un film de aventuras, ni tan siquiera a uno de animación. Yo establecería una sola división: la del cine bueno y el mal cine. Sea de pensar o de despertar, sea de reír o de llorar, sea de entretenimiento o de arte y ensayo, al menos que lo haga de la mejor manera posible, la más bella, la más eficaz, la más original -si cabe- pero siempre de la forma más excelente posible.
Mas... que no cunda el pánico, la película que aquí presento no es una de esas catalogadas, pomposamente, para pensar -solo-, no, ni tan siquiera para despertar -solo-, sino que su mayor virtud reside en que es una película para sentir -sobre todo.



Introducción


The Thin Red Line (La Delgada Línea Roja) es una obra realizada, en 1998, por Terrence Malick (un filósofo reconvertido en cineasta tras su visita de post-grado a Alemania, a mediados de los 60's, y asistir allí a las clases magistrales de Martin Heidegger, del que traduciría al inglés una de sus obras: Vom Wesen des Grundes, como The Essence of Reasons -La Esencia de las Razones), en la que el filósofo-director intenta -y lo consigue- enfocar las grandes cuestiones del ser humano (la Vida, la Muerte, el Amor, la Lealtad, el Destino) de una forma original, en la que a la fuerza de unas bellíssimas -y a veces duras- imágenes se une, como protagonista (cuestionado por algunos), la voz en off; una voz en off que no es utilizada con un fin socorrista, o lazarillo, de las imágenes -que es lo que sería censurable- sino como una parte esencial de la acción: son las reflexiones interiores que todos nos hacemos cuando nos ponemos en juego, y que no pocas veces contradicen la misma acción llevada a cabo, las que el director pone a nuestro alcance, como si nos dotara de un poder extrasensorial para penetrar las mentes de aquellos que evolucionan en la pantalla y poder enterarnos de lo que allí ocurre más allá de las apariencias.
Se podría decir que hay dos películas en una: la de las imágenes, convencional, de grandísimo nivel visual, narrativo y escenográfico; y la de las reflexiones, original, que provocan en el espectador, a su vez, una íntima conmoción, una toma de postura, un cuestionamiento de los grandes valores en que se basa nuestra sociedad, no solo la occidental -pero sobre todo- sino la sociedad humana en general, en esencia; y ambas películas-en-una se desarrollan soberbiamente trenzadas a una banda sonora excepcional, una de las más emotivas de su insigne compositor, Hans Zimmer.

Es una película, pues, que basa su razón en el Ser. Un Ser existencialista, heideggeriano, que no vuelve la cara ante las cuestiones trascendentes, más bien las interroga, las convoca: ante la religión, ante el animismo de una Naturaleza presentada como un dios, omnímoda y omnipresente, en la que todo se da, y tiene lugar ("¿Quién eres tú que adoptas tan diferentes formas?" [..] "Eres la fuente de todo lo que ha de nacer"), ante la espiritualidad, ante los símbolos, ante la inmortalidad...
Película del Ser, en el Ser y sobre el Ser. Película donde se nos cuenta una historia que son muchas historias, y la misma historia, pero narrada desde diversas perspectivas, como una imagen caleidoscópica que nos permite ver cómo un mismo hecho afecta a los diversos seres implicados en él: animales, plantas, seres humanos -aborígenes inocentes, guerreros culpables, civiles afectados-, artefactos y máquinas sofisticadas -de juego o de matar-; pero también desde las potencias elementales: fuego, agua, tierra, aire, y sus manifestaciones: lluvia, brisa, lodo, llamas, con toda su carga significativa: el río que siempre fluye y es, a un tiempo, marco y testigo de la acción; el suave mecerse de la alta hierba por el viento mientras avanzan a gatas los soldados, quizás hacia su muerte, tal vez hacia su gloria, siempre hacia su dolor; la tierra que un día será seno al que retornen todos los seres, los incendios provocados por el hombre en su afán destructivo, salvífico para unos, mortífero para otros).
El Ser en un continuo hacerse, deshacerse y rehacerse; magma vivo, en constante movimiento, que a veces emerge desde los más oscuros rincones de lo Posible proyectado en una explosión de vida y muerte incontenibles. Las cuitas de ese Ser -individualizado en esquirlas humanas de su todo- sometido a situaciones límite, es de lo que trata esta obra. Nada mejor para resaltar las facciones de un rostro que la caricatura; por ello mismo, nada mejor que situar a diversos y distintos seres ante una situación extrema -en que la misma vida corre peligro- para explicar y/o justificar sus actos más determinantes.
Esto es The Thin Red Line: un bello mosaico escenográfico convertido en Reflexión del Ser.

Desarrollo del post
Primera Parte: a una breve introducción histórica, que servirá para desvelar la razón del título y la temática del film, le seguirá una breve reseña del mismo y un esquema tipo de los caracteres del reparto.
Segunda Parte: Poema propio compuesto al hilo de uno de tantos destellos del film.
Tercera Parte: citas textuales del protagonista voz en off y de alguno de los diálogos entre los actores, en los que se contiene gran parte del mensaje metafísico de la película. Añado el momento justo en que están expresados, tomando como referencia la película en que me he basado y a la cual, al final, enlazo. Todo ello en resalte crema de fondo.
Cuarta Parte: La magnífica banda sonora original, como soporte y transporte en el cual viajen todas esas citas, ordenadas de modo secuencial, siguiendo el desarrollo en que aparecen en el film y que en muchas ocasiones sirven de fondo a la voz en off. Separando mis textos, canciones melanesias que estando presentes en la película no forman parte de la banda sonora.
Quinta Parte: enlace a la película; sin dejar de recomendar su adquisición en DVD, sobre todo en su formato Blu-Ray, para gozar plenamente de unos bellos paisajes y encuadres prodigiosos con una fotografía impresionante.



Antecedentes


El 25 de Octubre de 1845 tenía lugar —y dentro de las operaciones de la Guerra de Crimea—, uno de los episodios de la que se conoce como Batalla de Balaclava; en el cual, apenas 500 casacas rojas del 93º Regimiento de Higlanders -cuerpo de infantería del Ejército Británico-, formados en una estrecha y larga línea de dos en fondo, contuvieron y rechazaron una carga de 2.500 jinetes de la caballería rusa —lo que según los cánones tácticos era del todo insostenible, pues se consideraba eficaz un mínimo de cuatro de fondo, o la formación en cuadrado cerrado, para poder contener con éxito, con infantería, una carga tan poderosa como la de caballería.
Según el reportero de The Times, William H. Rusell, que seguía la evolución de las hostilidades desde los cerros cercanos al teatro de operaciones, no había nada entre la caballería rusa y el campamento británico, base de las operaciones del Alto Mando, salvo "la delgada línea roja, hecha acero, del 93º Regimiento de Higlanders". Desde entonces esta expresión se utilizó para ejemplificar la sangre fría británica.

Más tarde sería James Jones el que utilizaría la expresión como título de su cuarta novela, que versa sobre la Batalla de Guadalcanal: The Thin Red Line (1962). Jones fue combatiente en la Guerra del Pacífico, y ya había tenido un remarcable éxito con su primer trabajo, De aquí a la eternidad (1951), llevada, así mismo, con éxito al cine con el mismo título (Fred Zinneman, 1953). En esta cuarta novela de Jones se basa el guión que el mismo Malick escribiera como soporte de su recreación cinematográfica de los hechos allí narrados, aunque ahora con un tratamiento diferente de personajes y situaciones a como aparecen en la novela.
Guadalcanal fue una de esas batallas que, como la de Midway o la del Mar de Coral, se demostró decisiva para la suerte de la Guerra del Pacífico, librada entre Japón y EEUU-aliados.
Esta pequeña isla del Archipiélago de las Salomón, a medio camino entre país del Sol Naciente y Australia, y, lo que es más importante, clave para condicionar las rutas de aprovisionamiento de los ejércitos aliados en Oriente, fue elegida por el Alto Mando japonés para servir de atalaya y trampolín, construyendo un aeropuerto en ella para controlar todo el Pacífico Sur. Los EEUU decidieron abortar ese intento y entablaron batalla en el archipiélago. Esta batalla tuvo diversas fases, una por cada isla del archipiélago ocupada, y una gran batalla naval. Acabarían ganando los EEUU, como se sabe, pero no sin grandes sacrificios, en hombres y naves (aunque mucho mayores fueron las pérdidas para los japoneses que, peor pertrechados, y habiendo perdido la supremacía naval, resistieron hasta morir).
Terrence Malick, huyendo de enfoques maniqueos, no toma partido, aunque sí punto de vista. La historia se cuenta desde el bando americano (al fin y al cabo lo que él quiere contar se atiene a una perspectiva occidental, tanto filosófica como socialmente). Se cuida muy mucho de tratar a los perdedores como seres humanos categóricamente equivalentes a los ganadores -como no podía ser de otra forma- e, incluso, les da voz -la protagonista voz en off-, en una escena memorable que recomiendo revisitar.
Después, la Delgada Línea Roja se utilizaría, urbi et orbe, para significar una marca fronteriza que separa o delimita zonas de riesgo o peligro.

Efectivamente, es un film profundamente antibelicista, pues desprovee de toda grandeza al arte de la guerra (salvo por el heroísmo, patente una y otra vez, con diversas expresiones). Grandeza que quizás tuviere en otro tiempo, pero ya ausente en este. Otro tiempo en que había una ética en el arriesgar la vida, unas reglas del guerrero y de la Guerra, eso que se llamó honor, y que está sublimado en nuestros cantares de gesta o en la tradición del Bushido japonés. Nada de esto hay en la visión que Malick nos ofrece.
Antes que Malick otros ilustres han cuestionado la guerra como escenario de grandeza: desde Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930), Adios a las Armas (Frank Borzage, 1932; que inspiraría a Picasso el Guernika), Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957) o Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971), enmarcadas en la 1ª Guerra Mundial; El Cazador (Michael Cimino, 1978), Apocalypse Now (FF Coppola, 1979), o Platoon (Oliver Stone, 1986), en la Guerra de Vietnam; hasta la simultánea, Salvar al Soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), ubicada en la 2ª Guerra Mundial -y la menos antibelicista y más patriota de todas-, por citar las más conocidas, han realizado apuestas en el sentido de desnudar el acto bélico de todo prestigio, anteponiendo y subrayando el superior valor de la vida sobre el de un honor que ya está más que cuestionado en la mismo declaración del acto bélico.



La Película. Los Personajes

Del fundido en negro con que finalizan los títulos de crédito iniciales se abre el objetivo a una zona umbría, una ribera selvática, y en ella un primer plano de un enorme cocodrilo penetrando en un lago cubierto por verdes ovas; el animal avanza un corto trecho asomando parte del hocico, y se sumerge... solo se ven las ovas esmeraldinas... debajo de la bella e inocente vegetación acuática viaja el cocodrilo...
Así da comienzo una película que desde el inicio establece su marco: la Naturaleza, así, con mayúsculas, una naturaleza paradisíaca, pero que no obstante parece competir consigo misma, en continuo conflicto. La voz en off habla por boca del Ser, interrogando a la Naturaleza. Aparece el hombre, en dos versiones: el soldado desertado y el aborigen en equilibrio con su medio. El soldado -son dos- se encuentra como en un paraíso viviendo inmerso en ese equilibrio humano-natural; hay calma, apacibilidad, juegos y alegría.


Los desertores son descubiertos y reintegrados a la disciplina militar. El soldado es Witt (Jim Caviezel), representa al místico, al ser espiritual (el héroe por convencimiento, por entrega a los demás), solidario pero inquisitivo, rebelde pero leal; conversa con el Sargento Primero Welsh (Sean Penn), el existencialista, el materialista avant la lettre, quien está ya de vuelta de todo, menos de su obligación, su deber y el cuidado de los soldados que comanda (el prototipo de héroe calculador al que sin embargo le puede traicionar el corazón); le recrimina a Witt -al que admira profundamente- su actitud, aquél le replica,... comienza un diálogo que se reproducirá a lo largo de la película... Son los actores principales.
A ellos se une un tropel de tipos, representando cada uno un carácter definido, con la intención nada disimulada de desplegar un panorama coral que sea reflejo de una sociedad como la americana, sí, pero no olvidando dar un reflejo, a modo de bosquejo, del tipo japonés y del aborigen a modo de contrapunto. Así, a Witt y Welsh, se añaden: Bell (Ben Chaplin), el enamorado, quien fuera capaz de renunciar a una carrera militar por no separarse de su mujer (él será quien introduzca una y otra vez el tema del amor romántico en la película); El Coronel Gordon Tall (Nick Nolte), el que comanda el cuerpo de ejército que debe tomar la iniciativa en la toma de Guadalcanal, representa el deber, la responsabilidad, la sumisión a los generales, el perro fiel; el capitán Staros (Elías Koteas), líder y mando de la compañía Charlie, es el compasivo, el padre, quien intenta no exponer gratuitamente a sus soldados/hijos, aunque para ello deba desobedecer las órdenes de sus superiores (el héroe anónimo); Doll (Dash Mihok) el héroe que lo es por superar una y otra vez el pánico en los momentos difíciles; el teniente Gaff (John Cusack), valiente y profesional, que se ofrece voluntario para comandar una acción decisiva; Fife (Adrien Brody), el bueno, el tranquilo, el compañero; el sargento Storm (John C. Reilly), duro y cumplidor, también se hace preguntas; el desafortunado sargento Keck (Woody Harrelson), que hace del coraje su bandera; Maty Bell (Miranda Otto), la mujer del soldado Bell, el enamorado, ejerciendo de lo que es: de mujer; Quintard (John Travolta), un relativamente joven, inteligente y ambicioso General de Brigada; un religioso sargento McCron (John Savage) que perderá la razón en combate; el capitán Bosche (un efímero George Clooney), que arenga a sus hombres con palabras mil veces repetidas... a los que se añaden aún otros varios protagonistas, con intervenciones más o menos importantes pero todas como pinceladas, como matices que dan cuerpo y profundidad al cuadro; además, los japoneses que aparecen como reflejados en un espejo empañado, los aborígenes que lo hacen como imágenes virtuales (pasmosa la escena en que pasa un aborigen, de frente, al lado de la columna de soldados americanos mientras se adentran por la isla y parece no verlos, como si fueran fantasmas irreales, pertenecientes a otro plano de existencia). Y el Ser en todos ellos, un ser que, como dice más de una voz en off, quizás sea el mismo, manifestándose de múltiples formas -como reflejos de diamante- en todo lo existente.
La película se va desarrollando en este vaivén de muchas preguntas y pocas respuestas, de imágenes bellísimas y de imágenes duras, de gestos heroicos y ruines, de bondad y de crueldad, de Naturaleza exuberante y de humanidad inquisitiva; pero, como siempre en Malick, con un poso de esperanza aun en la derrota. Estamos, en fin, ante una obra maestra.

-o-



In Paradisum

Yo quise ir tras un paraíso,
tantas veces entrevisto
entre niebla y espejismos.
Toda mi vida fue un tender,
un caminar, hacia él:
paso a paso,
risa a risa,
lágrima a lágrima,
silencio a silencio;
reclamándolo:
con gritos ahogados
en pozos sin fondo
abiertos a mis pies,
con torrentes de palabras
salvando los abismos
y las emboscadas del no ser,
con ilusiones entretejidas
a la sordidez de lo cotidiano
y a la imitación de la vida...
Y el paraíso me fue llegando:
tímido, en auroras silenciosas,
alevoso, en noches mudas,
sonriente, en días grises;
anunciado, como una primavera
que llega sin sentir,
por un no sé qué del aire
y un si sé de mi sentir sosegado.
Ahora que ya lo tengo a mi alcance,
plantado ante su umbral,
no sé qué hacer con él;
no sé si realmente lo quiero
o prefiero quedarme así:
viviendo un purgatorio
de sombras evanescentes
adormeciendo el deseo.
Un hombre en sí no es nada...
y es compendio de todo.



THE THIN RED LINE: LA REFLEXIÓN DEL SER
Metafísica y música


-En este mundo, un hombre, en sí, no es nada.
Y no hay más mundos, sólo este. (Srgt Welsh)
-Se equivoca, Primero, yo he visto otro mundo;
aunque a veces creo que solo lo imaginé. (Witt)
-Bueno, eso nunca lo sabremos...
Nuestro mundo se hace pedazos más rápido de lo que podíamos imaginar,
y la gente en tu situación se limita a cerrar los ojos
para que nada les afecte; solo piensan en ellos. (Srgt Welsh)
(Conversación entre el Sargento Welsh y Witt) [00:12:13]
...

"Recuerdo a mi madre en el momento de morir:
había encogido, y su piel se volvió gris;
le pregunté si estaba asustada; dijo "no", con la cabeza.
Me dio miedo la forma en que llegó su muerte,
no vi belleza ni esperanza cuando ella se reunió con Dios.
La gente suele hablar de la inmortalidad, pero yo no la vi."
(Witt) [00:04:00]
...

"Me preguntaba cómo sería mi muerte.
Qué se debe de sentir al comprender que ese será tu último aliento." [..]
"Espero saber afrontarlo del mismo modo que ella,
con la misma serenidad porque ese es el secreto,
ahí se oculta la inmortalidad."
(Witt) [00:05:38]
...



"He trabajado como un burro; les he lamido el culo a los generales,
me he degradado por ellos: por mi familia, por mi hogar."
(Coronel Gordon Tall) [00:15:47]
...

"Todo lo que sacrificaron por mí se perdió como el agua sobre la tierra,
lo que yo podría haber dado por amor...
Pero ya era tarde, mi corazón había muerto lentamente."
(Crnl Tall) [00:17:41]
...

"Cuanto más cerca estás del César, mayor es el temor"
(Crnl Tall) [00:18:58]
...



"¿Por qué iba a tener miedo a la muerte? Te pertenezco a ti.
Te necesito ahora"
(Bell, pensando en su mujer antes de desembarcar) [00:23:57]
...

"¿Quién eres tú que adoptas tan diferentes formas?
De tu muerte nadie escapa, pero también eres la fuente de todo
lo que ha de nacer. Eres gloria, misericordia, paz, verdad.
Aportas calma al espíritu, comprensión, valor, y colmas los corazones."
(Reflexión del Ser) [00:29:34]
...

"Tal vez los hombres posean una sola alma de la que todos formamos parte;
todos los rostros son el mismo hombre, un único ser.
Todo el mundo busca la salvación por sí mismo,
como un ascua separada de la hoguera."
(Witt) [00:35:00]
...

"No dejes que te traicione, ni que traicione a mis hombres;
en ti deposito mi confianza."
(Capitán Staros) [00:38:57]
...

-Eos rododáctilos (Ηώς ῥοδο-δάκτυλος) Aurora de dedos rosados.
¿Usted es griego, verdad Capitán? ¿Ha leído a Homero?
Nosotros lo leímos en West Point,.. en griego.
(Crnl Gordon Tall) [00:39:40]
...



"He matado a un hombre, no hay nada peor; es peor que la violación,
pero nadie me condenará por ello."
(Cabo Doll) [00:50:48]
...

"Enterrados en una tumba de la que no pueden salir;
interpretando un papel que no han elegido."
(Crnl Tall) [1:08:30]
...

"Enséñame a ver las cosas como tú las ves. Muéstrame tú el camino.
Somos polvo, solo polvo"
(Sgt McCron) [1:10:01]
...

"No hay otro mundo después de este en donde todo sea perfecto,
sólo éste, este pedazo de tierra."
(Srgt Welsh) [1:19:19]
...

"Has visto muchas personas muertas,
un montón, pero es como ver perros muertos,
cuando te haces a la idea; también son carne."
(Fife) [1:39:54]
...



"¿Eres honrado¿ ¿Amable? ¿En esto se basa tu confianza?
¿Todo el mundo te quiere? A mí también me querían.
¿Acaso tu dolor será menos intenso porque amabas la bondad o la verdad?"
(soldado japonés muerto) [1:40:26]
...

"¿Esta terrible crueldad de dónde sale? ¿Cómo ha arraigado en el mundo?
¿De qué semilla, de qué raíz ha brotado... y de quién es obra?...
¿Quién nos mata...? Nos arrebata la vida y la luz,
se burla de nosotros mostrando lo que podíamos haber conocido...
¿Acaso nuestra destrucción beneficia a la tierra?
¿Ayuda a que crezca la hierba o que luzca el sol?...
¿También en ti hay esta oscuridad; has vivido esta negra noche?"
(Reflexión del soldado coral) [1:46:00]
...



"Habéis sido mis hijos. Sois mis hijos, mis queridos hijos.
Vivís dentro de mí, os llevaré donde quiera que vaya."
(Cpt Staros) [1:59:50]
...

"No hay nada que te haga olvidarla aunque vuelvas a empezar de cero.
La guerra no ennoblece a los hombres,
los convierte en bestias; corrompe su espíritu."
(Doll) [2:00:45]
...

"¿Cómo podemos llegar a otras orillas, a las colinas azules?
¿El amor, de dónde proviene? ¿Quién aviva su llama?
Ninguna guerra podrá apagarla, ni robarla.
Yo estaba prisionero y tú me liberaste."
(Bell) [2:02:50]
...

-Miro a ese chico moribundo y no siento nada. Ya no me importa nada.(Srgt Storm)
-Eso es la felicidad. Yo, ya no siento ese aturdimiento. (Srgt Welsh)
[2:04:35]
...



"Querido Jack:
He conocido a un capitán de las FFAA; me he enamorado de él.
Quiero el divorcio para que podamos casarnos [..]
Perdóname, me sentía demasiado sola, Jack. Algún día volveremos a vernos,
las personas que han estado tan unidas siempre vuelven a encontrarse [..]
Mi amigo durante tantos años de dicha... ¡Ayúdame a abandonarte!"
(Maty Bell) [2:07:40]
...

"Nos arrebatamos la luz unos a otros.
¿Cómo perdimos la bondad que nos fue otorgada?
La dejamos escapar, la desparramamos sin miramientos.
¿Qué nos impide extender la mano y alcanzar la gloria?"
(Witt) [2:11:32]
...

-Una casa solitaria, ¿No se siente solo? (Witt)
-Solo cuando hay gente (Srgt Welsh)
-Solo cuando hay gente... (Witt)
-¿Todavía crees que hay algo bueno en la gente, verdad?
¿Cómo lo consigues? Para mí eres un mago (Srgt Welsh)
-Aún veo un destello en su interior (Witt)
[2:16:11]
...

"Un hombre contempla un ave moribunda y piensa que solo existe el dolor,
que la muerte tiene la última palabra, y se ríe de ella...
Otro hombre ve la misma ave y siente la Gloria: le recorre una sensación de bienestar."
(Srgt Wels) [2:17:19]
...


"¿Dónde está ahora tu destello?"
(Srgt Welsh) [2:30:29]
...

"Todo es mentira. Todo lo que oímos, lo que vemos.
Cuántas mentiras escupen! (...)
Nos quieren muertos o viviendo su mentira.
Lo único que puede hacer aquí un hombre es encontrar
algo que sea suyo, crear una isla para él solo"
(Srgt Welsh) [2:30:58]

...


"Si no llego a conocerte en esta vida déjame sentir tu presencia.
Una mirada de tus ojos y mi vida será tuya."
(Reflexión del Ser) [2:32:33]
...

"¿Dónde estuvimos juntos? ¿Quién eres tú, que estuviste a mi lado?
¿Quién caminó conmigo? El hermano,... el amigo.
La oscuridad tras la luz, el conflicto tras el amor,
¿son el producto de una sola mente, o las facciones de un mismo rostro?
¡Oh, alma mía, déjame entrar en ti; mira a través de mis ojos,
contempla las cosas que creaste, mira como brillan!"
(Doll) [2:34:25]
...





THE THIN RED LINE

PELÍCULA EN ESCENAS