sábado, 25 de diciembre de 2021

Felicitación de Navidad 2021


miércoles, 9 de junio de 2021

La Nereida (ensoñación de una mañana de primavera)

A Mermaid  John Williams Waterhouse

La Nereida


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Música para escuchar: 

yes: Tales from Topographic Oceans



The Fisherman and the Siren  Knut Ekwall

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miércoles, 18 de noviembre de 2020

Las Cuatro Estaciones (II)... a Max Richter


Max Richter

      Nacido el 22 de marzo de 1966, en Hamelin, Alemania, Max Richter es un pianista, compositor y productor germano-británico de música contemporánea y minimalista. Formado musicalmente en la Real Academia de Música de la Universidad de Edimburgo, completada con estudios de composición con Luciano Berio, en Florencia, se ha convertido con el tiempo en un prolífico compositor y poliédrico artista: ha publicado siete álbumes en solitario, colaborado ampliamente en bandas sonoras cinematográficas y escrito música para teatro, ópera y ballet.
     Muy temprano participó en la fundación de Piano Circus, una formación iconoclasta de música clásica a la que pertenecerían artistas como Arvo Pärt, Brian Eno o Philip Glass, entre otros.
     En los noventa se acercaría a la música electrónica –hecho de importancia capìtal en su obra posterior–, culminando en 2002 en su primer álbum en solitario "Memoryhouse", grabado con la Orquesta Filarmónica de la BBC. Al que le seguiría, en 2003, "The Blue Notebooks", su segundo álbum, que contaría con la contribución de Tilda Swinton a la lectura de textos. En 2006 editaría "Songs of Before", basado en textos de Haruki Murakami, leídos por Robert Wyatt. 2008 es el año en que compone "24 Postcards in Full Colour", obra experimental que recrea veinticuatro tonos para teléfono. "Infra" es el trabajo que ve la luz en 2010, y se trata de una composición para el Royal Ballet de Londres, elaborado conjuntamente con el coreógrafo Wayne McGregor y el artista visual Julian Opie.

"Recomposed by Max Richter: Vivaldi - The Four Seasons"

     Y, por fin, 2012 es el año de la obra que nos ocupa: Las Cuatro Estaciones, de Vivaldi, recompuestas por Max Richter.  Composición que vio la luz el 31 de agosto, bajo el amparo de Universal Classics and Jazz (Alemania), una división de Universal Music Group y Deutsche Gramophon; posteriormente, en 2019, se realizó una segunda grabación/edición en Rubicon Classics. 
     En la edición de Deutsche Gramophon, los intérpretes fueron la Konzerthaus Kammerorchester Berlin, dirigida por André de Rider, con Daniel Hope como violin solo, que para la ocasión dispuso de un instrumento excepcional: el violín denominado Ex-Lipinski, construido por Giuseppe Guarneri del Gesú, en 1742 (prestado para la ocasión por la familia propietaria del mismo, que prefirió permanecer en el anonimato).
     Para la edición de Rubicon Classics se contó con la Covent Garden Sinfonia (formalmente Orquesta de St. Paul), dirigida por Ben Palmer, y la intervención de Fenella Humpreys como solista, quien utilizaría otro instrumento exclusivo: un violín del círculo de Peter Guarneri, de Venecia, fabricado en 1727.

     Formalmente, se trata de una reinterpretación y recomposción completa de la celebérrima obra de Antonio Vivaldi, de la que, a decir del autor, conserva el 75% de su material original, como una urdimbre sobre la que el compositor germano-británico ha tramado el 25% restante, enfatizando en ella su singular visión posmoderna y minimalista.
     El disco tuvo una buena recepción por parte de la crítica de música clásica, recibiendo elogios generalizados, por lo que esta revisión moderna de un clásico puede ser considerada una perspectiva verdaderamente innovadora, si respetuosa con el espíritu de la obra original, que huye de esas horribles versiones trance efectuadas en los últimos años con las obras de Mozart o Beethoven. 
     Esta loable apuesta de Richter ofrece, en cambio, una traducción posmoderna de una obra barroca que, milagrosamente, no la desvirtúa, sino que la ilumina con unas nuevas tonalidades, apenas entrevistas/esbozadas en la original, y que solo algunas formaciones audaces, en los últimos años, se habían aventurado a desarrollar, siempre, eso sí, dentro de los límites estrictamente barrocos (véase, en el post anterior, lo dicho sobre la versión de Le quattro stagioni de I Barrocchisti, para corroborarlo).

Estructura de la obra

     La recomposición richteriana de Le quattro stagioni comienza por un  tema "0", un sampler bucólico –a modo de prólogo ambiental–, que da paso a los tracks correspondientes a los tres movimientos que constituyen cada uno de los conciertos: Primavera, Verano, Otoño e Invierno (tracks 1-13). Tras estos se incluyen cinco "paisajes electrónicos" (tracks 14-18), finalizando la grabación cuatro remixes del propio Max Richter (tracks 19-22).

Recomposed by Max Richter: Vivaldi - The Four Seasons

Discografía


Recomposed by Max Richter: Vivaldi - The Four Seasons
Konzerthaus Kammerorchester Berlin, André de Rider, Daniel Hope (violín solo)
Deutsche Grammophon

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Recomposed by Max Richter: Vivaldi - The Four Seasons
(+ Music from Infra)
LPR Ensemble, Tito Muñoz, Max Richter (piano)

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Recomposed by Max Richter: Vivaldi - The Four Seasons
Orchestre de l'Arte del Mondo, Daniel Hope (violín solo), 
Max Richter (teclado electrónico)

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Recomposed by Max Richter: Vivaldi - The Four Seasons
Polish Chamber Orchestra, Sayaka Shoji (violín solo, directora)

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viernes, 13 de noviembre de 2020

Las Cuatro Estaciones (I), de Antonio Vivaldi...


Génesis y Características de la obra 

         En torno a 1721 Antonio Vivaldi compuso los cuatro conciertos para violín, orquesta de cuerdas y bajo continuo, que componen el set conocido como Las Cuatro Estaciones. Estos cuatro conciertos fueron publicados/editados por Michel-Charles Le Cène en 1725, en Amsterdam, e integrados en la Op 8, junto a otros ocho conciertos para violín, bajo el nombre de Il cimento dell'armonia e dell'inventione (Concurso entre Armonía e Invención). 

          Era habitual en la época agrupar los conciertos de 12 en 12 en cada Opus editado. Así ocurre, por ejemplo, con Vivaldi, en los casos de L'estro armónico (La Inspiración Armónica), Op 3 (cuatro conciertos para violín solista, y ocho en forma de concerti grossi), Doce Conciertos Op 7 (en forma de concerti solisti, diez de ellos para violín y dos para oboe, cuerdas y bajo continuo) o La Cetra, Op 9 (once conciertos para violín solista y uno para dos violines, cuerdas y b. c.). 

          Estas tres opus también ilustran la evolución de la forma compositiva, desde el concerto grosso (pieza multi instrumental orquestal) de las últimas décadas del siglo XVII y primeras del XVIII, hacia el concerto solista (en el que la composición pivota sobre un instrumento solista; dando lugar, así, a los virtuosi). Así, la Op 3, L'estro armónico, data de 1711; la Op 7, de 1716-17; la Op 8Il cimento dell'armonia e dell'inventione, de 1721; y la Op 9, La Cetra (La Lira), de 1727, son todas ellas conjunto de conciertos (12) para instrumento solista (frecuentemente violín, aunque también los hay para instrumentos de viento como flauta u oboe).

          Estas piezas forman parte de la denominada "música programática" o descriptiva, que es aquella que tiene una intención narrativa; es decir, que tiene por objetivo evocar ideas, imágenes o diferentes situaciones reales en la mente del oyente. De hecho, Las Cuatro Estaciones tienen un soporte lírico en otros tantos sonetos dedicados a cada estación. Su autoría es discutida, aunque se suelen atribuir al mismo compositor. Lo que tampoco se sabe a ciencia cierta es si los sonetos glosaron la música a posteriori o precedieron a su composición, a modo de guía clave de los conceptos a desarrollar musicalmente. 

          En cuanto a la composición interna de las obras –en el caso de Las Cuatro Estaciones–, cada concierto consta de tres movimientos, de los que el primero y el último se corresponden con un tempo Allegro y/o Presto, mientras que el movimiento central suele ser Adagio Largo (salvo en el Verano, en que combina el Adagio con el Presto). 

          Por su parte, los sonetos se atienen a esta triple disposición formal (tres movimientos), dando sustrato significativo a cada tempo, independientemente de su estructura estrófica (siendo, pues, unos sonetos canónicos en lo formal –dos cuartetos y dos tercetos–, pero no en la distribución textual significativa en relación a los diversos movimientos: las cuatro estrofas  se dividen irregularmente entre los tres movimientos).

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Le quattro stagioni (Las Cuatro Estaciones)

Antonio Vivaldi


"La Primavera". La Serenissima, Adrian Chandler (director/violín)

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"El Verano". La Serenissima, Adrian Chandler (director/violín)

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"El Otoño". La Serenissima, Adrian Chandler (director/violín)

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"El Invierno". La Serenissima, Adrian Chandler (director/violín)

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DISCOGRAFÍA SELECTA

          Muchas son las grabaciones que sobre Le quattro stagioni se han llevado a cabo. El primer registro, a cargo del violinista Alfredo Campoli, procedente de acetatos grabados de una emisora de radio francesa, data de 1939. Pero la primera grabación discográfica como tal se realizó en 1942, interpretada por Bernardo Molinari en el sello CETRA, publicándose primero en Italia, y posteriormente, en 6 vinilos de 78 rpm, en EEUU. Esta primera versión, aunque reconocible, no cumple unos mínimos estándares de calidad. 

        Habrá que esperar a 1948 para que el violinista Louis Kaufmann, con la Orquesta de Cuerdas del Concert Hall neoyorquino, dirigida por Henry Swoboda, y asistidos por Edith Weiss-Mann al clavecín y Edouard Niels-Berger al órgano, grabasen la primera gran versión referencial. En tanto se estima su contribución y calidad que recibiría en 1950 Le Grand Prix du Disque francés, en 2002 fue elegida para formar parte del Salón de la Fama Grammy, y en 2003 fue seleccionada para el Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso de los EEUU. 

Le quattro stagioni, Concert Hall, Louis Kaufmann, 1950. Portada del disco. 


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          Desde entonces se han realizado más de mil grabaciones de la obra, de las que se podrían destacar, sin pretender ser exhaustivos, un ramillete de ellas que, además de contar entre las versiones de referencia, darán una ajustada perspectiva de la interpretación que en diversas épocas y por diversos autores se ha llevado a cabo de esta celebérrima pieza barroca. 

        Será un grupo ya señero de la música de cámara, I Musici, quien comenzará, tan pronto como 1955, a registrar sus primeras grabaciones de la que será una de sus obras favoritas. Hay tantos registros discográficos de Le quattro stagioni de esta selecta formación como directores/violinistas solistas la han dirigido a lo largo de los años. Desde Félix Ayo (1955 y 1959) a Mariana Sirbu (1995), pasando por Roberto Michelucci (1969), Pina Carmirelli (1982) y Federico Agostini (1990); cinco versiones diferentes –que no agotan el total de las grabadas, pero que sirven como fiel panorámica– a lo largo de cuarenta años. Estas son:

Le quattro stagioni, I Musici, Felix Ayo, 1959. Portada del disco. 


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Le quattro stagioni, I Musici, Roberto Michelucci, 1969. Portada del disco.


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Le quattro stagioni, I Musici, Pina Carmirelli, 1982. Portada del disco.

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Le quattro stagioni, I Musici, Federico Agostini, 1990. Portada del disco.


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Le quattro stagioni, I Musici, Mariana Sirbu, 1995. Portada del disco.


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          A aquella primera grabación de I Musici, de 1955, le seguiría en orden cronológico otra excelente versión, la de I Solisti di Zagreb, bajo la batuta de Antonio Janigro, contando con Jan Tomasov como violín solista, grabada en 1957.

Le quattro stagioni, I Solisti di Zagreb, Antonio Janigro/Jan tomasow, 1957

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          Tras esta última, llega la hora de los intérpretes británicos, y entre ellos hay tres versiones que destacan: la de 1969, de Neville Marriner dirigiendo a la famosa Academy of St. Martin in the Fields, con Alan Loveday como violín solista; la de Trevor Pinnock (1982) , conduciendo al no menos célebre The English Concert, formación que dispone de instrumentos originales para sus interpretaciones, con Simon Standage al violín solista; y en 1989 la de Nigel Kennedy con la English Chamber Orchestra, éxito de ventas en lo que a música clásica se refiere, con más de dos millones de copias. Estas versiones sajonas, sea como fuere, contribuyeron de manera determinante a la popularización definitiva de Las Cuatro Estaciones.

Le quattro stagioni, Academy of St Martin in the Fields, Neville Marriner/Alan Loveday, 1969


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Le quattro stagioni, The English Concert, Trevor Pinnock/Simon Standage, 1982


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Le quattro stagioni, The English Chamber Orchestra, Nigel Kennedy, 1989


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          Cabe destacar otra versión historicista (con instrumentos originales), la de Sigiswald Kuijken, con La Petite Bande, de 1980 (RCA/Seon).

Le quattro stagioni, La Petite Bande, Sigiswald Kuijken, 1980


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          Por la calidad de intérprete solista, conjunto orquestal y director la siguiente versión, a cargo de Anne-Sophie Mutter, con la Wiener Philharmoniker dirigida por Herbert von Karajan, grabada en 1984, nos da cuenta de lo que es una versión formalmente academicista de la obra, donde no hay lugar a interpretaciones particulares de la partitura original, ni concesiones al sonido barroco.

Le quattro stagioni, Wiener Philharmoniker, Hebert von Karajan/Anne-Sophie Mutter, 1984


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          Otra excelente versión academicista es la grabada en 1981 por la London Symphony Orchestra, con Claudio Abbado a la batuta y Gidon Kremer al violín solo. Excelente por lo prístina, tanto en la impecable interpretación solista como en el siempre bien medido acompañamiento, donde las cuerdas se comportan en ocasiones como verdaderos vendavales –ya azotando sonorosos, ya amainando el ímpetu–, y en ocasiones como auténticas brisas tonales –ora matizando el discurso del violín solista, ora contrastando su melodía.

Le quattro stagioni, London Symphony Orchestra, Claudio Abbado/Gidon Kremer, 1981


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          Y para finalizar, una moderna perspectiva italiana de la pieza más famosa del compositor veneciano. Serán cinco formaciones musicales surgidas a finales del siglo XX, todas ellas dirigidas por violinistas italianos, casi siempre de corte historicista (disponiendo de instrumentos de la época o réplicas de los mismos), personales todos ellos, libres en su re-interpretación barroca, intentando siempre ofrecer y acercar una visión del barroco más genuino a nuestro tiempo. Las cuatro primeras  son: el Concerto Italiano, de Rinaldo Alessandrini (2006); L'Arte dell'Arco, a cargo de Federico Guglielmo (2012); la Europa Galante de Fabio Biondi, de la que presentamos su versión en directo en el Festival de Nantes, de 2003; el Music Chapel Ensamble, dirigido por Giuliano Carmignola, actuación en directo en el Music Chapel Festival (Queen Elisabeth), también de 2003.

Le quattro stagioni, Concerto Italiano, Rinaldo Alessandrini, 2003. Portada del disco


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Le quattro stagioni, L'Arte dell'Arco, Federico Guglielmo, 2012. Portada del disco


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Le quattro stagioni, Europa Galante, Fabio Biondi, 1991, 2000. Portada del disco


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Le quattro stagioni, Music Chapel Ensemble, Giuliano Carmignola, 2003

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          La quinta de estas versiones italianas más modernas es la de I Barocchisti, con Diego Fasolis, de 2003, que aporta aspectos diferenciales con las otras cuatro interpretaciones reseñadas anteriormente. Así: variaciones, embellecimientos y tempi propios, muy pura e intensamente barrocos, que en ocasiones nos hacen creer que nos hallamos ante una obra diferente. Curiosa versión, por libérrima, desenfadada, plena de encantador desparpajo, osada y audaz; es, cuanto menos, interesante de escuchar, y nos acerca, poco a poco, por lo desinhibida, a la original re-composición que hará diez años más tarde Max Richter.

Le quattro stagioni, I Barocchisti, Diego Fasolis/Duilio Galfetti, 2003. Portada del disco


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jueves, 22 de octubre de 2020

La Belleza danza: música encarnada


Las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi –vueltas a lo moderno en una espléndida versión del compositor y pianista minimalista británico Max Richter– han servido de excusa para que Ilya Zhivoi, coreógrafo del Teatro Mariinsky, haya creado una maravilla de danzante música sustanciada en grácil y expresivo movimiento, recreando emociones al compás del significado estacional que ya Vivaldi insuflara en su composición original. 

Ekaterina Kondaurova y Roman Belyakov se encargan, de forma sublime, de dar aleve cuerpo protagonista a un elenco de soberbios bailarines del celebérrimo cuerpo de baile petersburgués. Pura belleza danzante, evocadora de arcanos tiempos arcádicos, cuando gráciles ninfas y ágiles faunos encarnaban el más esbelto canon de belleza clásico que los helenos pudieran soñar desde sus apolíneas mentes. 

Vivaldi-Richter-Zhivoi-Kondaurova/Belyakov-Mariinsky, son los lados de un poliedro artístico de inconmensurable belleza. Integral armonía fluyendo cual río de notas musicales encarnadas en espléndidos cuerpos expresivos. Torrente de emociones de un lirismo portentoso, donde las cadencias vivaldianas están interpretadas de modo orgánico con una fidelidad intachablemente evocadora e, incluso, seductora.



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jueves, 20 de diciembre de 2018

Romance de Navidad 2018




Recuerdo que cuando niño
me parecía mi pueblo
una blanca maravilla,
un mundo mágico, inmenso...
[...]
¡Cuántas veces, entre lágrimas
con mis blancos días sueño,
y reconstruyo en mi mente
la visión de aquellos tiempos!
Remembranzas. Juan Ramón Jiménez

Mañanicas floridas
del frío invierno,
recordad a mi niño
que duerme al hielo.
«Mañanicas floridas...». Lope de Vega

Réplica en miniatura, la memoria
es un trasunto mortal de lo eterno.
Vivir suspirando por lo ya pasado
impide respirar plenamente el presente
y limita las aspiraciones de futuro.
Acercarse a la memoria
como a una fuente de dicha,
no como a un pozo de nostalgia.
Pavesas. El autor.


Romance de Navidad

2018


Remembranza

1. El escenario


.......El ambiente (Contrapunto)
Ya está aquí el severo invierno
con su terno gris y blanco:
densa niebla por las calles,
fría escarcha por los campos.
Imposible ver el cielo
y aun el suelo al dar los pasos:
lo que no lo encubre el hielo,
de la bruma lo hace el manto.
Sombras, las gentes, emergen
y se hunden en el espacio
sin referencias visibles
de este contexto oceánico.
Los sonidos, de la nada
a la nada van, sonando:
voces y ruidos mensajes
de anónimos emisarios.
Vacilantes, los olores,
entre la niebla extraviados,
buscan narices a tientas
donde dar fin a su rastro.
Los días cortos expiran
en noches de aliento largo:
la incertidumbre en aquellos,
en estas un cierto espanto.
Todo es sombrío y difuso,
tenebroso y enigmático,
este inclemente diciembre
con que se despide el año.
Un ambiente fantasmal
en el pueblo mesetario
donde, puntual a la cita,
se desarrolla el relato...


...El ámbito (Mi pueblo)
Villa que en otro tiempo
fuese señora del llano,
niñera de varios reyes
y cuna de un infantado
—hay mortecina memoria
de aquel esplendor de antaño
en el soberbio castillo
que corona un altozano—;
caudal exiguo, recorre
de sur a norte, reptando,
un río venido a menos,
hoy poco más que regato;
gran plaza soportalada
—irregular cuadrilátero—:
estepa rusa en invierno,
desierto libio en verano;
mentidero secular,
punto de encuentro obligado
en las fiestas y domingos
y aun en los días de diario;
magna iglesia colegial
levanta su mole a lo alto:
sobria corona de hierro
ciñe a despecho del rayo.
cinco cenobios de monjas
—islas de un piélago urbano—
son de visita obligada
las tardes del Jueves Santo;
dos centros de religiosos,
escuela de ferroviarios,
instituto laboral
y tres colegios privados;
dos cines de sesión doble
con nombres del mundo clásico:
uno al heleno remite,
el otro lo hace al romano.
altos hornos por industria,
por comercio buen mercado
y cien bares por servicio
para el ocio y el descanso;
nudo de ferrocarril
y estación de primer rango:
de trenes de mercancías
y de viajeros de paso;
un cuartel de artillería,
doblemente centenario,
insufla vida a la villa
por vía de sus soldados;
San Antolín, visigodo
mártir por culpa de Arriano,
migró de Francia a la villa
dándole su patronazgo;
en campo de azur bezantes,
en su timbre coronado,
lema en bordura de plata:
el escudo legendario.

2. El protagonista


Tiene nuestro personaje:
ojos verdes, piel morena,
flequillo sobre la frente,
de soplillo las orejas,
cuerpo chico, manos grandes,
un poco zambas las piernas
y los pies planos de andar
sobre sueños y entelequias.
También tiene, semiocultas:
turbada delicadeza,
timidez sin cobardía,
valentía con prudencia,
sensibilidad sobrada,
imaginación despierta,
determinación dormida
y atención en duermevela.
Su mente es jaula de grillos,
fantástica pajarera,
fuente de contradicciones,
palestra de controversias,
proyector de mil historias,
pantalla de mil leyendas,
muñidora de sofismas
y cedazo de certezas.
Niño vemos a Rodrigo
allá en los años sesenta:
cuenta seis años cumplidos
con incierta suficiencia;
es su mundo el de los cuentos
ilustrados con viñetas
y el de las muchas historias
que sus textos ya le cuentan.

3. El Belén


I
Es veintiuno de diciembre,
último día de escuela:
en el ambiente repican
campanillas navideñas.
El adorno de las aulas
es la exclusiva tarea:
las guirnaldas de colores,
las bolas y las estrellas
de metálicos reflejos
el espacio escolar pueblan;
y en lugares preferentes,
junto al paso de las puertas,
sobre mesas guarnecidas,
los Portales de corteza
con el Misterio y el ángel,
el asno, el buey y el cometa.
Suena el timbre en el colegio,
las vacaciones comienzan,
y ya salen los chavales
en turbamulta caterva:
gritan, se empujan y agitan
desdeñosos las carteras;
huyen de la calidez
y en la gelidez se adentran,
surgen de la claridad
para hundirse en las tinieblas:
apenas es media tarde
y parece noche entera;
las farolas iluminan
pobremente las aceras
con difuminada luz
que en la niebla amarillea.
Pero el frío no entumece
la infantil efervescencia,
ni los gélidos rigores
pueden con la escandalera:
arden las mentes febriles
atizadas por las fiestas,
pasto de eufóricas llamas
sus corazones se incendian...
...Se dispersa el griterío,
la algarabía se aleja,
la condensada humedad
se traga las estridencias.


II
De la mano de su hermano,
a casa —y a la carrera—,
tras cruzar la inmensa plaza
y el puente del río, llega
un Rodrigo emocionado
porque sabe qué le espera:
en el sobrio comedor
se hará un hueco a la leyenda,
a la rutina ordinaria
se le unirá la quimera,
y, con ellas, fantasía
entrará en la convivencia.
Es su hogar lo que se llama
una casa molinera,
anteriormente hostería
y hoy nada más que vivienda.
Tiene una zona habitada
que comprende varias piezas
y un corral con gallinero,
dos cuadras y una escalera
que conduce, a cielo raso,
a otra zona ya desierta:
un desván desocupado
y una galería abierta
que da acceso a cuatro estancias
en desuso y decadencia.


III
Entra al comedor Rodrigo,
mira detrás de la puerta...
y allí está, como otros años,
forrada de hule la mesa
donde, con fidelidad,
se recreará la escena
del Nacimiento de Cristo
en la Belén de Judea.
Ya imagina el niño, absorto,
cómo el vacío se llena,
cómo la nada se colma,
cómo el espacio se puebla:
cómo el cielo azul se extiende,
brillando en él las estrellas;
cómo se dispone el río,
cómo la mullida hierba,
cómo el negro roquedal
y sobre él la fortaleza,
cómo el pardusco trazado
de las sinuosas veredas,
cómo las dispares casas
de la variopinta aldea,
y, en fin, cómo las figuras
y el Portal allí se asientan.
De la ensoñación Rodrigo
súbitamente despierta,
su madre le está llamando
para tomar la merienda.
Mientras la toma, su mente
ya el momento saborea
en que, hacedor de su sueño,
demiurgo de su quimera,
junto a su padre y su hermano
vaya a buscar las materias
precisas para crear
el mundo en que se recrea.


IV
A la mañana siguiente
salen los tres por la puerta,
bañándolos fríamente
la bruma helada y espesa.
La mirada alcanza a ver
un par de metros apenas,
mas lo inclemente del tiempo
en su ánimo no hace mella.
Tras recorrer campo y pueblo,
de lo preciso se agencian
para montar el Belén
que a todos más les deleita:
un papel de estraza azul
de cielo dará apariencia,
papel plata de colores
las estrellas que destellan;
el musgo aterciopelado
que cubre el suelo y las peñas
de las zonas más umbrías,
la verdinosa pradera;
la escoria de los fogones
que vomitan las calderas
de hambrientas locomotoras,
la abrupta y negra roqueda;
tiras de argentado espejo,
sobrantes de cristalera
con el diamante cortadas,
la corriente que refleja;
de un taller de carpintero
el serrín que será tierra
—remedo limpio y ligero—
de las onduladas sendas.
Como un tesoro guardado
en cofre de madreperla,
envueltos en suaves pliegos
de fino papel de seda:
varias casitas de corcho,
un castillo con almenas,
un puente curvo de un ojo,
un pozo con su polea,
el Portal con su pesebre
y las figuras diversas:
dos soldados con sus lanzas
—del castillo centinelas—,
un pastor con su cachaba,
otro con cordero a cuestas;
seis vacas y tres terneros,
seis borregos, siete ovejas,
dos cabras, tres cabritillos,
un perro de orejas tiesas,
seis conejos, tres gazapos,
un berraco con seis cerdas,
cuatro cisnes, siete patos
y varias aves domésticas;
una yunta de dos bueyes
y un labriego que la lleva;
tres mujeres campesinas
en diferentes faenas:
una que acarrea leche,
otra, pulcra, es lavandera,
la tercera, como Cloto,
devana hilo en una rueca;
cada Rey Mago de Oriente
en camello, de una pieza,
y tres pajes que conducen
las monturas de las riendas;
el buey y el asno, tendidos,
que en el Pesebre se albergan,
María, José y el Niño
tumbado en mullida cesta,
el Ángel Anunciador
que desde el pórtico cuelga
y la estrella de Belén
con su curvilínea estela.

Es veintidós por la tarde,
y el Nacimiento ya muestra,
como así estaba previsto,
dispuestas todas sus piezas.
Sólo faltan luminarias
con que resaltar la escena
—para este sacro teatro
oportunas candilejas—.
Pronto un cable se dispone
con esmero y diligencia
hasta el juego de bombillas
que irisadas parpadean.
Ahora sí que la labor
finalmente está completa:
con compás intermitente
el Belén late y destella.

4. El Despertar de los sentidos


Sensaciones
Mira Rodrigo, encantado,
de lejos la obra maestra,
y después, dando unos pasos,
la examina más de cerca:
al acercarse percibe
aroma a humus y a hierba,
a humedad y sotobosque
con un toque de madera:
son el musgo y el serrín
lo que su nariz detecta;
pero hay más, otros olores
a corcho y a goma vieja
—sutiles pero presentes—
se suman a la paleta;
sigue aspirando y distingue
del cielo el olor a imprenta
y cierto aroma a quemado
que la escoria aún libera.
Después, cerrando los ojos,
de modo alterno, olfatea
cada parte del Belén,
hasta que en su mente, impresa,
la imagen de cada olor
como en un mapa se ordena.
Al disfrute de la vista
el del olfato se agrega;
la satisfacción es doble,
inmensa la recompensa.
A partir de ese momento
en su memoria sincrética
cada olor tendrá su historia,
cada materia su esencia.
En Rodrigo los sentidos
poco a poco se despiertan,
tras la vista y el olfato,
se estira el tacto y bosteza:
de repente las texturas
adquieren preeminencia.
Curioso todo lo toca,
lo acaricia y aun lo besa,
ligando la sensación
al alma de la materia:
lo algodonoso del musgo,
de la escoria su aspereza,
lo pulido del espejo
o del corcho su adherencia.
Mano y labio tribunales
dictando jurisprudencia
sobre formas y texturas:
las sensaciones, sentencias.


Villancicos y cantatas
Por el aire, persistentes,
los villancicos resuenan:
en las casas y en las calles
zambombas y panderetas;
tonadas con estribillo,
populares cantinelas
que animan la Navidad
y aportan magia a las fiestas...
Arre borriquito, arre burro arre,
anda más deprisa que llegamos tarde.
Arre borriquito vamos a Belén,
que mañana es fiesta y al otro también.
Rodrigo también descubre
en su oído sutilezas,
afinidad por la música
y su rítmica cadencia...
Hacia Belén va una burra, rin,rin
Yo me remendaba, yo me remendé,
yo me eché un remiendo, yo me lo quité.
Cargada de chocolate...
Más le emocina el sonido
que el sentido de las letras:
goza más la melodía
que el texto con que se expresa...
que ha nacido el rey de los angelitos. ♫
Son el ritmo y la armonía
los que arroban y embelesan,
sobre el modo melodioso,
su alma sensitiva y tierna...
Campana sobre campana,
y sobre campana una,
asómate a la ventana,
verás al Niño en la cuna.
Cancioncillas facilonas
que machaconas penetran
el corazón de las gentes,
sacando lo mejor de ellas...
Canta, ríe, bebe que hoy es Nochebuena
y en estos momentos no hay que tener pena
dale a la zambomba, dale al almirez
y dile a tu suegra que lo pase bien.
Disfruta también la música
que algunos tildan de seria
(aunque no sabe el por qué,
ya que a él tanto le alegra).
Oratorios y cantatas:
solistas, coros y orquestas,
jubilosas alabanzas,
esperanzas y promesas.
Mundo sonoro al que accede
por instintiva querencia:
barrocas composiciones
son de ese mundo la puerta.
Andando el tiempo sabrá
que aquella excelsa belleza
con un tal Sebastian Bach,
sobre todo, estará en deuda.
J.S. Bach, Cantata BWV 140]
...
Vista, oído, olfato y tacto
de repente se revelan
como fuentes de un placer
que inundará su conciencia.
Sensaciones florecientes
—¡en Navidad, primavera!—:
es el alma de Rodrigo
una sensorial floresta.

5. De la cocina al comedor


Llega el día veinticuatro:
zafarrancho en la cocina.
Tras el toque de dïana
el trajín pronto se inicia:
cena para Nochebuena;
para Navidad, comida;
la función de los fogones
será de sesión continua...
La económica se ceba
de madera con resina
y carbón de ovoide coque
o poliédrica antracita.
Se disponen las cazuelas,
las sartenes y vasijas
donde cocinar las viandas
en la secuencia prevista.
Las carnes que irán al horno
y a la cazuela, se aliñan:
—pollo del propio corral
y lechazo de Castilla—;
se preparan los pescados
y los moluscos se limpian
—darán fondo sustancioso
a la sopa consabida—;
Ya los vapores ascienden
y al momento se disipan,
ya los olores se expanden
dando de su ser noticias;
Rodrigo todo lo observa,
lo olisquea y analiza,
sus sentidos son esponjas
que absorben cuanto asimilan.
Al cabo llega la noche,
la mesa grande se avía:
se colocan los cubiertos,
se dispone la vajilla.
Sobre el viejo aparador,
señalando la vigilia,
los dulces de Navidad
formados para revista:
en un cestillo el cascajo
tostado en panadería;
en otro los polvorones,
piñones y peladillas;
en una fuente el turrón,
de dos variedades típicas
—de Alicante y de Jijona—,
con los higos se combinan;
mazapanes y almendrucos
cubiertos de oblea fina,
en otra fuente, alternados,
la colación finiquitan.
Agua fresca en una jarra
y en botella fresca sidra
(que a Rodrigo cosquillea
la nariz inquisitiva)
serán, por toda bodega,
simples y austeras bebidas,
si no se cuenta, a los postres,
la especiada y dulce quina.
(Faltan aún unos años
para que acuda a la cita
—fachada azul la etiqueta—,
ínclito, el Vega Sicilia).


Epílogo
El palpitar del Belén
—latidos de luz polícroma—
y el sonar de villancicos
vuelven navideño el clima.
En el comedor la noche
es menos oscura y fría:
la magia de Nochebuena
da calidez e ilumina.
..........................Mientras...
En el pueblo el frío arrecia,
la espesa niebla porfía,
la escarcha todo lo cubre
con su nívea mantilla.
Un aterido silencio
vaga por calles vacías:
en su memoria de hielo
los sueños mudos tiritan.

Fin




¡¡¡Feliz Navidad
a mujeres y hombres
de Buena Voluntad!!!