jueves, 29 de mayo de 2014

Alma de Bronce - GALERÍA: Edward McCartan






Alma de bronce

Asociación
.....Se quedó mirando la galleta introducida en el café con leche hasta la mitad de su circunferencia. Cuando levantó, segundos después, la otra mitad, que permanecía seca, atenazada entre las yemas de los dedos índice, medio y pulgar, observó cómo la mitad sumergida allí quedaba, flotando, primero, en el líquido parduzco, para después, poco a poco, desleírse y precipitarse al fondo de la taza. La mitad que mantenía entre sus dedos seguía estando dura y quebradiza al ser apretada, crujiente al ser mordida. Ante sus ojos se acababa de hacer explícita una analogía metafísica: la media galleta empapada en el café con leche, era subsumida por él, disgregada, perdía su condición de galleta para pasar a ser materia coloidal, ya parte del líquido que la rodeaba; la otra mitad, que había permanecido al margen del líquido, a salvo de su acción solvente, quedaba inalterable; sólo la zona de ruptura, aquella que señalaba la ausencia de la otra mitad de la oblea que formaba la galleta íntegra, mostraba una imprecisa zona humedecida, ya no dura, ya no crujiente, tampoco desleída ni, por tanto, desintegrada. Las fronteras participan todas del mismo carácter: todas son víctimas de la permeabilidad, de la imprecisión con que delimitan los espacios que separan.

.....Pero la reflexión que aquella simple experiencia, a fuer de ser trivial, le indujo, cambiaría su vida, clarificaría su futuro, alumbraría el oscuro callejón sin salida en que se encontraba desde hacía meses; no, más bien años. Desde que se decidió a estudiar Bellas Artes, desde que se decantara por adquirir la formación técnica básica para elegir, después, su propio método de expresión. Durante aquellos cuatro años había adquirido conocimientos, sí, pero no había llegado a ninguna conclusión sobre su vía personal. Intentó la pintura, el diseño gráfico, la fotografía, hasta el cine. Aunque melómano, la carencia de un verdadero talento musical, le disuadió de optar por el arte de Orfeo; aunque de cuerpo flexible y obediente al ritmo, la danza no lo subyugó hasta el punto de entregarse a su fugaz lenguaje. La escultura le parecía demasiado anquilosada, demasiado dependiente del medio; aunque siempre le atrajo, la consideraba una manifestación artística sólo al alcance de un genio poderoso, un genio que poseyera conexión con lo telúrico que la materia informe contiene, y que, mediante esa conexión, por medio de ese su genio, genio de demiurgo, pudiera transformarla en forma con significado, portadora ya de sentido, convertida en obra de arte. Algo que se le antojaba fuera de su alcance. Cuan fútil resultaría este análisis, cuan superficial y equivocado. Una galleta en una taza de café con leche se lo mostraría, una asociación peregrina tenida lugar allí, en el caótico barullo sináptico del cerebro, en su imaginación, hasta ese momento titubeante e indecisa.

.....La reflexión fue del siguiente tenor: lo blando tiende a ser digerido, disgregado, descompuesto; lo duro, en cambio, tiende a permanecer, y más cuanto más duro sea; el contenido en agua -se decía-, eso es lo que marca la diferencia; el agua es la vida, pero también uno de los causantes primordiales del cambio, de lo efímero, de lo frágil; cuanto menos agua, menos corruptibilidad, menos tendencia a la descomposición; si la estructura molecular constitutiva del objeto en cuestión, además, tiende a ser cristalina y a replicarse de forma regular, cuanto más regular e interconexionada, más dura, más perpetua, más duradera será; no había más que mirar alrededor: el Reino Mineral es el más abundante, el menos alterable, sus cambios son mínimos y lentos; incluso allí donde no hay atmósfera, donde no existe el imperio de la fluidez (sea acuática o magmática), el tiempo parece pasar sobre la materia mineral con mano de terciopelo, de pluma, de nada; la materia mineral cristalinamente estructurada es la más duradera, la menos efímera, también la más hermosa, pero la más delicada de manejar: se deja tallar, pulir, y, con la suficiente habilidad, modelar; la piedra, el mármol o el alabastro, poseen esta cualidad, pero tanto la piedra como el mármol y el alabastro, si duros, acaban mostrándose frágiles: un golpe, una caída, y la talla quedará hecha pedazos.

.....Esta digresión, realizada en el ámbito de la durabilidad, le condujo inevitablemente al núcleo de su parálisis, al motivo real de su indeterminación sobre el medio en el que volcar sus anhelos creativos. En resumidas cuentas, todo se refería a la necesidad que sentía, en su fuero interno, de perdurar, de que su huella permaneciera el mayor tiempo posible inalterada, siendo emisaria perpetua de quien la creara (lo que en cierto modo significa no morir del todo ni para siempre, sino permanecer en la obra, como un alma resonando a través de los eones). En realidad lo que él quería era algo más consistente, más resistente al paso del tiempo y a la acción de los agentes destructivos. Algo que ahora se le revelaba con claridad. El ejemplo de la galleta le había alumbrado: el medio de elección no debía ser frágil ni desmenuzable, pero sí duro, muy duro, y a la vez manejable. Quizá un elemento que no poseyera la belleza del mármol o la sutileza del alabastro, que, quizá, tampoco permitiera un tan amplio grado de variable significación como los pigmentos sobre un lienzo, pero que sí fuera capaz de portar el mensaje, la idea, la creación, a través del tiempo, más que cualquier otro material. Es por eso que concluyó que un tal medio sería el metal más noble de cuantos se sirve la escultura. Su medio de expresión sería el bronce, así su alma seguiría resonando en el bronce como una campana sujeta a la melena del tiempo.

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Proyección
.....¿Cuánto de él infundía en el metal? ¿Qué proporción de su ser quedaba fundido y fusionado a la forma creada? Porque era impensable concebir la obra acabada, moldeada y modelada, labrada, lustrada o patinada, como un objeto ajeno a él mismo, con entidad autónoma y propia, extraña a la mano y el alma fundadoras. No, la entidad se la había proporcionado su genio, su habilidad, su pasión, su entusiasmo, su emoción, facultades todas ellas humanas. Era imposible no determinar la naturaleza híbrida del objeto convertido en obra de arte: una aleación de materia inerte y orgánico imaginario. La obra de arte escultórica seguía siendo bronce, pero no sólo era ya bronce: ahora, en su forma concreta, con significación y sentido cultural, participaba también del alma del ser humano, era parte de su ser, imaginación materializada, soplo vital preñado de mensaje. Un soplo perdurable, sólo amenazado por el fuego, por un fuego demasiado intenso como para sentirlo como amenaza real. Sólo las entrañas de la tierra, su núcleo magmático, atanor capaz de fundir cualquier materia, podía poner en peligro la obra realizada en bronce. O la mano de los hombres, el afán destructivo, la voluntariedad, el desandar el camino andado hasta forjar la obra: la fundición. La fundición sería algo así como la condena a muerte del bronce, el aniquilamiento de su memoria. Algo sólo al alcance de los hombres o de las entrañas de la tierra (por más que de cuando en cuando estas entrañas sean extrañadas, vomitadas a la superficie). Se sabe de algunas culturas que condenaban los bronces de ciertos artistas especialmente malditos (o bien porque las imágenes representadas lo fueren) arrojándolos a los conos volcánicos activos. Con ello la sentencia era definitiva y total: eran los dioses del mundo subterráneo quienes los recibían como una ofrenda, y como tal los devoraban.

.....Confabula el artista no ya al genio modelador, no ya al inspirado alfarero, al demiurgo labrador de la piedra, sino al mismo dios herrero, el cojitranco Vulcano, para que con su divino fuego domeñe el duro metal, lo licúe, lo convierta en dócil fluido que se adaptará a la cóncava forma. En la fecunda fragua, a golpes de ingenio, la obra toma forma, se fragua la hirviente colada portadora del hálito creador, se llena de sonoro metal el vacío ideado, hasta que alumbra un tropel de ninfas, sátiros, diosas, dioses, mujeres hermosas y hombres poderosos. El bronce será encarnación de significado en la imagen representada, pero también será embajador del alma creadora que la hizo posible. ¿Cuánto tiene del artista la obra de arte? Cuánto realmente, no en sentido figurado: ¿cuánto inseparablemente unido a las moléculas ordenadamente dispuestas que en el espacio dibujan la figura creada? ¿Nada se infunde, del ser que crea, en la cosa creada? ¿Es el ser, el del artista por tanto, intransferible, impermeable? ¿Los seres interactúan entre sí sin trasvasarse nada de sí mismos en la interacción? ¿Cuando un artista crea algo desde lo informe conforme a una idea que en su mente se impone, esa idea, que es suya, no pasa a lo que, antes informe, ahora se ha convertido en forma por él ideada? ¿No es, esa idea condensada en forma, un reflejo, una emanación de su ser creador? El artista, por tanto, pervive en su obra; su ser, trasvasado, continúa actuando desde la obra creada, cuando su cuerpo, su existencia individual, ya ha desaparecido. Nos sigue hablando, se comunica con nosotros, un artista desde su obra, así hayan pasado siglos que desapareciera materialmente de entre los vivos.

.....Sonora, la forma broncínea añade una facultad a la piedra que ésta no posee: a su naturaleza mineral se añade la musicalidad. A la forma sólida, la música etérea. Uno llama a la puerta de la forma de bronce y ésta responde con su sonido metálico, con su voz reverberante. Es la noble aleación un regalo de los dioses, ecuación de telúrica proporción en cuyo resultado puede escucharse la voz de la creación. No en balde los platillos, címbalos y gongs con que se celebra y convoca lo divino están realizados en bronce; y los mejores añaden, a la básica aleación de cobre y estaño, plata u otros minerales aún más valiosos que les confieren la virtud de comunicar el éxtasis, el trance de unión divina. Es su resonancia el vibrar mismo del acto creador con que la materia celebra y expresa la creación de que ha sido objeto. ¿Podría decirse que en esa vibración del bronce se transmite, también, el vibrar originario del ser creador que lo modela? ¿Y por qué habríamos de pensar lo contrario? Vibra el bronce desde la forma dada, y lo hace con su propia voz, una voz inconfundible e irrepetible: ninguna forma (ninguna obra de arte realizada en bronce) vibra con la misma frecuencia. Cada forma posee su voz, y esta voz nos habla o nos transmite secretos pertenecientes a su génesis, incluso de cuando no era sino sustancia amorfa, obra aún increada. A poco que se agudice el oído uno podrá oír: el mineral silencio; el fluir hirviente de su aleación; el solidificarse en forma significativa, y, al hacerlo, capturar en esa su figura significante la idea del demiurgo, su propia impronta imaginativa, su intención. Y todo esto lo contará la forma de bronce, al ser tañida, a quien sepa escucharlo, a quien posea sensibilidad auditiva suficiente para entender su voz.


Delectación
.....Parece menor el prodigio. Digo, del bronce respecto del mármol. Más fácil su factura, menos trabajada, menos meticulosa y hábil, menos esforzada. Cosa de titanes, de todos modos, antes que de artistas. El escultor en metal, que utiliza el fuego, que funde minerales y los alea, que utiliza moldes y estratagemas que juegan con lo cóncavo y lo convexo, con lo lleno y lo vacío, está más cerca de la labor del Titán que de la del artista imaginativo y sutil. Gigante, el escultor monumental (pienso en un Michelangelo, un Bernini, un Giambologna o un Canova), que es capaz de arrancar a la ennoblecida piedra una de las infinitas formas que contiene (o quizás no, quizás sólo abocada a la forma que al final será), taumaturgo creador de Golems, demiurgo que insufla a la arcilla y al mármol una vida detenida, pero vida siempre viva en su estática proclama, está más cercano al ideal del artista que con su destreza investida de genio trabaja sobre la obra, golpe a golpe, esquirla a esquirla, sutileza a sutileza, como el pintor pincelada a pincelada, o el músico nota a nota, o el arquitecto trazo a trazo, o el bailarín movimiento a movimiento. Si ciclópeo, el escultor en piedra realiza su obra de un modo similar a cualquier otro artista la suya, pero el escultor del metal, del bronce, ha de emplear una técnica que lo acerca más al Titán que al Gigante, más al dios primordial que al moderno dios. Su necesidad del fuego lo revela y lo confirma. Un tal escultor-Titán ejerce su poder sobre los elementos primigenios y los maneja como un alquimista: determina proporciones, sigue procesos de transmutación, modifica el estado de sus moléculas, las hace coaligarse unas con otras para producir algo nuevo, un producto original (no ya el mármol o la arcilla dada, sobre la que se trabaja sin modificar más que su forma). Su patrón, Vulcano/Hefestos, lo bendice en cada obra que realiza, pues ésta, la obra realizada, detenta una belleza así mismo primordial, cercana al origen de la estirpe de aquellos dioses arcanos que disputaron a Zeus la primacía, con lo que la obra así creada porta también la memoria de lo arcano, alude al recuerdo del Titán derrotado.

.....Prometeos del arte, los escultores del metal, utilizan el fuego sagrado para forjar sus obras, unas obras cuya belleza deleita de distinta manera a como lo hace una escultura de piedra (o sus primas hermanas, las de arcilla, yeso o madera -conocida como imaginería). El deleite que provoca la contemplación de una escultura de bronce (por extensión, de cualquier metal) tiene menos de delicado y más de imponente que el de una escultura de mármol. En un principio, la escultura de bronce es más callada (siendo más musical), más hermética. El mármol, con su blancura inmaculada, con su azaroso veteado, con su grano y su textura, parecen proclamar a voces el prodigio de su hermosura. El bronce no. El bronce, con  su pátina oscura o verdinegra, o desde su bruñido oro viejo, parece un libro sin abrir, una partitura sin tocar. Otra cosa será si se los pregunta. Ante la pregunta, el mármol permanece mudo, lo que tiene que decir lo dice sin que se le reclame; pero el bronce, en cambio, al ser preguntado resuena con su voz inconfundible, el de su alma metálica. La delectación producida por una escultura de bronce vendrá tras la reflexión, tras la interpelación. El asombro es sobrevenido, consecuente y subsecuente a la interacción. El mármol se mete en nuestras vidas sin preguntar, penetra nuestra conciencia desde su luminosidad alba o policromática. Al bronce, en cambio, hay que introducirlo, y una vez introducido (interpelado, interaccionado), nos hablará del fuego primigenio que habita en él, de su origen divino, primordial, arcano. Nos contará cosas que sólo las entrañas de la tierra y las estrellas conocen, cosas que atañen al origen del mismo universo. Es por eso, tal vez, por lo que la escultura de bronce se muestra más hermética, es más misteriosa, que la de mármol. Es por eso, tal vez, por lo que la delectación inherente a la escultura de bronce es menos espontánea y más reflexiva, menos producto de la belleza aparente y más consecuencia de su encanto subyacente.

.....Llegamos así a la conclusión de que la delectación es una emoción placentera que implica no sólo a la percepción sensorial (visual, sonora, táctil, gustativa u olfativa) sino, también, a la significación que la cosa bella ofrece. Si la significación aportada tiene largo recorrido, más capacidad para el deleite. Si la significación se agota en la forma bella, en su mera condición estética, el deleite, aunque pueda ser intenso, será más efímero. Hay en la significación de una cosa bella una carga de profundidad respecto a la satisfacción que es capaz de comunicar. La estética se alía en este caso a la razón, hunde en ella sus raíces, extrae de ella su gozoso alimento. Un bello paisaje puede ofrecer una gran carga de deleite en sí mismo: su armonía, su diversidad desordenadamente ordenada, su colorido, etc., pero a ese deleite aparente, sensorial, se añade lo que nos sugiere: una evocación paradisíaca, el escenario de una leyenda, el teatro de una historia feliz, etc. El deleite se multiplica con la significación. Esto que es una realidad en todos los órdenes de la estética, también lo es en el de la escultura. Todas las esculturas tienen, en mayor o menor medida, su carga significativa; pero es respecto a su esencia donde el bronce (por extensión, cualquier metal) da un paso más allá y suma, a la significación formal, otra de orden constitutivo: ésta es la que, subyacente, hace enmudecer su apariencia, y, en cambio, se muestra tan locuaz al ser interpelada. La delectación, pues, es proporcional a la complejidad significativa del objeto que la produce, y no sólo a relativa a su belleza formal. Necesita, para ser gozada convenientemente la escultura de bronce, de una elaboración intelectiva, de una alusión a significados implícitos, esenciales, ocultos, fundidos a su constitución, y eso requiere tiempo, introspección, recogimiento e interpelación. A la escultura de bronce hay que preguntarla y esperar su respuesta con atención; la de mármol no lo requiere, mucho más dicharachera, no hace más que sentir los ojos sobre ella para inundarnos de belleza lenguaraz; poco o nada deja a la reflexión: lo que hay, ahí está, sin tapujos, belleza desnuda. En el bronce, en cambio, la belleza se ofrece revestida con una pátina de aparente dureza y muda sonoridad. 

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GALERÍA


Edward McCartan
1879-1947

ESTATUARIA

Dionysus

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Brookgreen Gardens
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Brookgreen Gardens
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Brookgreen Gardens
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Brookgreen Gardens
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Brookgreen Gardens
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National Gallery of Art, Washington DC
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National Gallery of Art, Washington DC
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National Gallery of Art, Washington DC
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NGA

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Isoult (Isolde)
National Gallery of Art, Washington DC

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Isoult
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Marble

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Diana with Hound

Originals: Bronze and Marble (MET)
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Brookgreen Gardens
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Chazen Museum of Art
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Chazen Museum of Art
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Chazen Museum of Art
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MET
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Canajoharie, NY
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Plaster
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Diana: Replicas

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Replica MET version
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Girl Drinking (or Water Life )

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Plaster
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Plaster
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Hermitage Foundation Museum (Northfolk)
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Hermitage Foundation Museum (Northfolk), detail
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Girl Drinking from a Shell (Fountain)
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Girl Drinking from a Shell (Fountain), detail
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 Girl Drinking (Water Life ): Anatomy Studio of Favio Paiva

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Click on image for a 3D view (CGFeedback page)

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Artemis (or Diana)

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Marble
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Nymph and Satyr

National Museum of Art (Washington)
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Plaster
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A Pair of Cast Bronze Candlesticks (after E. McCartan)

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Dream Lady
Eugen Field Memorial

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The Helmsey Building's Clock
Gods Mercury and Ceres

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The Spirit of the Woods
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Nymph and frog (A Fountain)
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Pan
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Bather
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Bather (detail)
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Dancer
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Dancer (Marble)
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Bacchante
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Dancing Faun or Satyr with Grapes
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Girl with Goat
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Garden Figure
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Sundial
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Boy and Girl playing Hide and Seek
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