domingo, 27 de febrero de 2011

Sobre el Poeta



Sobre el Poeta

1
Este acoso a la palabra,
este forzar su sentido,
este obligarla a decir
aquello que nunca dijo:
propósito es del poeta
en su constante delirio.

2
Perseguidor de entelequias
y cazador de artificios,
gastador de nuevas sendas
en arcanos laberintos
donde esperan los conceptos
más audaces y expresivos.

3
Depredador de emociones,
lince de agudos colmillos,
siempre apostado al acecho
de íntimos escalofríos,
de estremecimientos nuevos
y temblores inauditos.

4
Sátiro voluptuoso,
fauno que vaga, lascivo,
tras las ninfas más hermosas
en Helicones lingüísticos;
si venerador de Apolo,
idólatra de Dionisos.

5
Conquistador y hechicero,
seductor empedernido
-Adonís o Quasimodo-,
donjuán de sensible instinto
que concita en sí el amor
y el pavor a lo más íntimo.


6
Tejedor de amaneceres,
urdidor de sinsentidos
que dan sentido a la vida
cuando el sentido es esquivo;
de las costuras del alma
remendón de descosidos.

7
Apóstata y postulante,
piadoso y descreído,
religado siempre al otro
desde el fervor a sí mismo;
síntesis de santo crápula
y concupiscente místico.

8
Ángel de luz y tinieblas,
muñidor de paraísos,
empecinado demiurgo
de universos clandestinos;
Arquitecto de vocablos
al compás de propios ritmos.

9
Cadencioso surtidor,
venero de verbo fluido,
hontanar en donde abrevan
espíritus peregrinos,
si sedientos de Belleza,
hidrópicos de lirismo.

10
Pero también: trapecista,
malabarista de oficio,
funámbulo de prosodias
y acróbata de dactílicos,
titiritero retórico
y saltimbanqui de epítetos.


-o-o-


11
Dice el poeta lo que siente
con palabras disfrazadas,
-el disfraz, de sentimiento;
el sentir, en la palabra-,
y al decirlo lo transmite:
puente de noche y de plata.

12
Miente tanto en su verdad,
es tan verdad su mentira,
que va el poeta sembrando
perplejidad en la vida,
espejos de doble imagen,
suma de anfibología.

-o-


13
"¡Dime, mundo, tu verdad!
¡Dime, vida, tu mentira!"
...Y quedamente responden
-tenues voces sibilinas-,
al poeta, vida y mundo,
con palabras nunca dichas.

Y el poeta las escucha,
y con asombro descifra
lo que quisieron decir,
misteriosos, mundo y vida:
la mentira y la verdad
son razones relativas,

su sentir es lo que cuenta,
la intención que las suscita,
la emoción que intensa y bella
su discurso comunica.
El Poeta es un mendaz
que la verdad necesita.

-o-o-


14
La emoción en el sentido
busca el poeta en la palabra
que acertadamente exprese
el sentir que hay en su alma.

Y en ella un sentido encuentra
que, emotivo, no esperaba
dando así un nuevo argumento
al sentir que su alma embarga.

-o-

15
Entretejido estoy a un sentimiento
de terciopelo;
hilvanado a una dicha de moaré
-de seda el tiempo-,
con bramante de sensibilidad
y arrobamiento.

-o-


-o-o-

Imágenes
The Poet Gregory Eanes (Cabecera)
Le Poète nº 1 René Baumer
Poète Marc Chagall
The Uncertainty of the poet Giorgio de Chirico
El Genio y la Inspiración Julio Romero de Torres

Música
Nicola Porpora (1686-1768)
Notturno per i defunti (Primo, Secondo, Terzo)

-o-o-o-

miércoles, 23 de febrero de 2011

El Ángel Caído




El Ángel Caído

Posee, el Ángel Caído,
apariencia de hombre apuesto
que en su provecho reúne
bello rostro y cuerpo atlético
-torso fuerte, hombros anchos,
brazos firmes, muslos recios-,
manos diestras, pies veloces,
bermejo y fosco el cabello;
pero, también, en su espalda,
rasgo propio y pintoresco,
dos alas de negras plumas
le dan un aire siniestro.



Sus ojos semejan brasas:
dos ascuas de sangre y fuego,
que hacen de su mirada
revelador manifiesto
de seducción libertina,
de impúdico desenfreno;
quien bajo ellos gravite
víctima del embeleso,
quien no levante barreras
a su incitante deseo,
que dé por perdida el alma
y bien hallado su cuerpo.



Condenado por rebelde,
por artero y por soberbio,
quien del cielo arcángel fuera
-de los ángeles, primero-
el más querido de Dios,
del infierno es ahora dueño;
quien cultivara favores,
cosechando está tormentos;
quien foco fue del Saber
y luz del Conocimiento,
urdiendo está con tinieblas
breviarios para perplejos.




Como Legión conocido,
por las voces en tiberio
de los muchos que hay en él
habitando al mismo tiempo,
es: Belcebú y Belial,
Satán y Pedro Botero;
para el germano, Mefisto,
y Azazel, para el hebreo;
mas dos nombres, sobre todos,
destacan por ser más bellos:
Luzbel y Lucifer fulgen
como caídos luceros.



Portador de la Luz fuiste,
ahora lo eres del Misterio;
a Dios disputas el mundo
y al hombre el séptimo sello.
Si surgiste ser divino,
¿cómo viraste a maléfico?
Si ser puro, bueno y santo,
¿cómo un cambio tan extremo?
¿No será que de la historia
se nos hurtara el secreto:
ese que dice que el mal
lo lleva Dios en su seno?



El Ángel Caído no hizo
sino cumplir por decreto
una ley que le asignaba
la regencia del infierno.
Por ello fue el más capaz
elegido para el puesto:
aquel que mejor sabía
cómo gobernar tal reino;
alguien tan lleno de amor,
tan compasivo y honesto,
que cumpliera su misión
como Dios lo hubiera hecho.



-o-o-

Pusieron Imágenes:
Alexandre Cabanel
El Ángel Caído (1868)
Gustave Doré
Ilustraciones/grabados para el Paraíso Perdido de John Milton

Y La Música:
Johann Sebastian Bach
Fragmentos de los Ocho Grandes Preludios Corales "Leipzig" (BWV 651-668)
para Órgano y Coro a Capella
Ton Koopman (órgano Christian Müller, Leeuwarden)
Amsterdam Baroque Choir

-o-o-o-

martes, 22 de febrero de 2011

¿Qué cosa sea el amor?


¿Qué cosa sea el amor?

Cuando el Ángel Caído se dirigió a las Cosas
que pueblan el mundo,
lo hizo en modo interrogativo.
En el mismo momento de hacer la pregunta
las fuentes dejaron de correr
los vientos de soplar
los pájaros de cantar...
Se hizo un silencio tan grande, tan profundo,
como el que habita el fondo de los océanos,
o el inmenso espacio vacío interestelar;
todo calló;
no, más bien: todo escuchó...

"¿Que cosa sea el amor? "
Fue la pregunta que enmudeció al mundo,
y todo lo que corre, nada, vuela,
permanece, cambia o muere,
sopla, canta, bulle, gruñe, habla,
o se expresa con volúmenes y colores...
intentando dar cuenta de qué sea el amor,
sin conseguirlo,
sin atrapar su esencia, su ser,
su irrazonable razón;
todo, absolutamente todo,
se dispuso a escuchar la respuesta;
si es que había una,
si es que alguien podía tenerla,...



Mas todo lo que se escuchó fue una voz
que parecía provenir
de todos los sitios a la vez
y de ningún sitio en concreto:

"Hablad. Hablad todas las cosas,
manifestaos en vuestro ser,
haced patente vuestro palpitar;
una a una, todas a la vez,
dejad expresar la vida que late en vuestro interior.
Si escucháis atentamente,
oiréis la voz del amor desde cada una de vosotras:
a veces grita, a veces susurra, a veces canta,
pero siempre se deja sentir
si se escucha con atención.

Hablad. Hablad todas las cosas,
y oiréis la sinfonía del amor,
y la danza del amor,
y la canción del amor,
y el poema de amor
escrito en cada una de vosotras,
las cosas del mundo,
las manifestaciones del amor,
el mismo amor haciéndose y rehaciéndose
constantemente en un sin fin de ensayos,
porque el amor es el impulso vital,
es el ansia de ser y existir
que en un instante determinado
tomó consciencia de sí mismo.

Hay quien lo llama Dios,
y quien lo llama simplemente existencia;
quien solo contempla su lado romántico
y quien solo el religioso;
quien hace categorías con él
y quien lo considera mera locura;
quien en él ve una añagaza
de natura para perpetuarse
y quien lo sublima en fértil esterilidad.

Pero todos se equivocan
porque apenas se escuchan a sí mismos,
cuanto más la voz de los demás.
¡Es tan fácil obtener la respuesta!
Hablad. Hablad con vuestra propia voz,
y sabréis, si escucháis con atención,
qué cosa sea el amor"


Y las cosas todas permanecieron aún en silencio,
sin observarse entre sí abiertamente
sino de soslayo, como esperando,
una primera reacción,...
Hasta que se oyó el polifónico trino del ruiseñor,
que en sus melismas, arpegios y gorgoritos
parecía sentirse orgulloso de ser manifestación del amor.
A él le siguieron los sonidos aflautados
del viento en los cañaverales,
el chillar de las cigarras y el estrépito del trueno,
como si de una orquesta de cámara se tratase;
los arroyos de montaña, entonces, se dejaron oír
con sus matices de cristal líquido,
y las mansas corrientes inundaron de silencio
el silencio, ya, roto;
pero también el asno rebuznó, la vaca mugió,
el gallo cacareó y los perros ladraron;
las nubes pasaron arrastrando con parsimonia
su sonido de algodón lejano e inmenso;
hasta las piedras crujieron,
las hojas de los árboles sisearon,
y las abejas zumbaron libando
el sexo de las flores
que ofrecían sus abiertas corolas multicolores
exhibiendo impúdicamente el polen ...

Al poco, todo fue un tumulto de sonidos,
de acciones, de seres siendo.



Hasta que, por fin, se escuchó, tímido, un beso,
un beso de labios humanos sobre piel humana,
y el lene deslizarse de unas yemas de dedos
sobre el suave contorno de un seno,
y la densidad viscosa de las miradas con deseo,
y los alientos entrecortados y los gemidos placenteros,
y un chocar de piel contra piel
y un hender de turgencias las húmedas oquedades,
y un frenético frotarse de pétalos rosados,
y el desgarrador sonido de los espasmos
con vocación de plétora e infinito;

el perfume del amor, entonces, inundó el mundo,
y todas las cosas se amaron con deleite:
a sí mismas en su propia acción,
y entre sí por simpatía.
Una orgía de deseos satisfechos
recorrió, incontenible, la faz de la Tierra,
porque las Cosas ya sabían
que ellas mismas eran Amor,
y se amaron sin reparos, simplemente, siendo,
dejando patente su condición
de manifestación vital y amorosa.
No hubo ser que no se reflejara,
que no se reconociera en lo Otro,
que no copulara con el azar
para seguir existiendo...
Porque, qué cosa sea el amor,
acabó resultando ser: el mismo Ser, siendo.

El Ángel Caído sonrió
al ver el efecto de su pregunta
y desplegando sus negras alas
voló hacia el Séptimo Cielo.



-o-o-

Imágenes
Alexander Cabanel
El Ángel Caído
Antonio Canova
Psique revivida por el beso de Cupido (1787 -detalles)
François-Éduard Picot
L'Amour et Psyqué (1819)

Música
Marvin Gaye
Inner City Blues
Troubled Man
Distant Lover
God Is LOve - Mercy, Mercy, Mercy (The Ecology)
My Love Is Waiting

-o-o-o-

sábado, 19 de febrero de 2011

Lady Godiva





¿Puede un ser humano elegir voluntariamente ser privado de uno de sus mayores tesoros? ¿Puede aceptar quien basa su razón de ser, y su motivación primera en la vida, en el contemplar, admirar, recrear y revestir, vistiendo, la belleza de las formas y los colores,... puede aceptar, repito, apagar, en un acto de soberana decisión, la fuente luminosa de su dicha? La respuesta sin ser fácil no es difícil, si consideramos que la alternativa a esta cruel privación es una privación aún mayor: la de la misma vida.

Mi nombre es Tom; mi oficio, el de sastre; viví a mediados del siglo XI, en el burgo de Coventry, la ciudad más alejada del mar de cuantas pueblan Albión; mi ventura y mi desdicha, el de ser conocido por una anécdota maldiciente de una bella leyenda que está indisolublemente unida a la historia de esta ciudad.
Estas breves notas biográficas apenas habrán suscitado interés; pero, si a lo dicho, añado que fui el sastre de Leofric, primer Conde de Mercia y Señor de Coventry, hijo de Leofwine, Ealdorman of the Hwicce, vasallo, por tanto, del vikingo Rey Knut, el Grande, conquistador danés de las Islas Británicas en las postrimerías del siglo X, quizás el interés, si moderadamente, aumente debido al momento histórico del que hablamos.
Sí añadimos, además, que el Conde Leofric era un hombre en extremo poderoso al haber sido designado gobernador de una de las cuatro provincias en que se dividió por entonces el centro de Inglaterra -Mercia era lo que correspondería a las actuales Midlands-, fundador y benefactor de monasterios -temeroso de Dios, pues-, y para el que confeccioné ropajes de gala, de caza y de batalla, el interés se incrementará algo más.
Pero si a los datos anteriores agrego que también fui el sastre de la esposa del Conde, la bella Godgifu -cuyo significado es "regalo de Dios"-, quien pasaría a la historia con el más reconocible nombre de Lady Godiva, el interés quizás, ya, se dispare.



Dotado excepcionalmente por Dios y la naturaleza para mi oficio con un gusto y sensibilidad exquisitos, fui pilar de lo que llegaría a ser una tradición en Coventry: su pujante industria textil.
Dichas cualidades -mi gusto y mi sensibilidad- llegarían a ser mi gloria y mi perdición. Gloria, en tanto me permitieron gozar de una posición privilegiada, no solo entre el gremio de artesanos, sino en la misma Corte; mis diseños eran apreciados, marcando la moda cortesana, y mis rentas, consecuentemente, eran altas.
Perdición, pues mi espíritu sensible y mi exquisito gusto hicieron que me enamorara de aquella que atesoraba ambas virtudes con generosidad, quien fuera mi más ilustre cliente: Lady Godiva.
Me sabía de memoria sus medidas, hasta los leves cambios que se producían en su cuerpo al ritmo de las estaciones. Era una mujer bellísima a pesar de ser ya viuda cuando se desposó con mi señor Leofric; de estatura mediana, cabellos dorados con reflejos rojos, hermosos ojos avellanados y facciones delicadas, se movía con la elegancia distintiva de las proporciones armoniosas: sus medidas -que no revelaré por decoro-, así lo atestiguaban.

En mis manos tuve los mejores patrones, los diseños más atrevidos, los tejidos más exclusivos: fueran damascos o sedas, linos trenzados o lanas cardadas, las más suaves gamuzas de marta o armiño o los algodones más blancos, todos ellos cosidos con selectos bramantes e hilos de oro y plata.
Mis creaciones eran celebradas y demandadas. Mi persona, también, pues a mis dotes de costurero unía las de buen conversador y latinista -facultad adquirida en el monasterio en que me crié hasta los doce años. Mis ojos de niño pudieron contemplar e interpretar esas maravillosas creaciones hechas por los hermanos escribanos: libros miniados, cantorales y facistoles, de bella factura e imágenes sugerentes, de abigarrados y armoniosos signos en letra carolingia llenos de sentido, portadores de magia y leyenda. A través de ellos se abrió en mi mente otro universo alternativo al de la apariencia: era el universo creado por la imaginación del ser humano; también se abriría en mi corazón otro universo diferente, pero relacionado, al registrado por los sentidos: a la belleza aparente, disfrutada por la vista, el oído, el tacto, el gusto o el olfato, se añadía el registrado en el ámbito abstracto del intelecto y la emoción. En aquellos libros se contaban historias que yo podía vivir como si sucedieran en realidad; mi corazón se aceleraba, o mi respiración se paraba, al ritmo de la lectura.
Aprendí a escribir y esto también se me reconocía: no pocas veces tuve que redactar notas y cartas de amor a instancias de mis amigos para sus amadas.


Tom the Tailor, me llamaban, y así firmaba mis obras -aquellos sencillos o costosos trajes que salían de mis manos: con dos "T" superpuestas bordadas con hilo de plata u oro en las bocamangas, dobladillos o pecheras, según el tipo de vestimenta.

Creo que me enamoré de ella la primera vez que la vi. Amor que guardé en secreto, pues a mi consustancial timidez hacia las mujeres se unía la condición de ser esposa de mi señor y la fama de piadosa dama que precedía a Lady Godiva; si bien yo creí ver, de modo fugaz y con ese presentimiento que como un sexto sentido desarrolla todo el que está enamorado, que las miradas furtivas o sostenidas que ella me dirigía portaban un sentido más amplio que el de la vista.
Así transcurrió el tiempo; pasaron tres años desde su desposorio y Milady florecía cada vez más hermosa. Además de su belleza física, se pudo comprobar que también era una mujer con carácter, si amable, firme, expresado con la más refinada cortesía que imaginarse pueda; pronto dio signos de que todo aquello que se proponía lo acababa consiguiendo. Sus dotes de persuasión, basadas en un encanto irresistible, comenzaron a tomar visos legendarios. Se llegó a decir que no pocas negociaciones políticas exitosas de mi Señor Leofric se debieron a la acción, entre bastidores, de su encantadora esposa.


Ese mismo carácter lleno de encanto y firmeza estaba, así mismo, forjado en la piedad, no solo religiosa, sino también social. A la ingente labor benefactora desarrollada en monasterios y abadías -es gracias a su intercesión que se debe la fundación de la maravillosa abadía Benedictina de Santa María, en Coventry-, cabe unir su preocupación por las condiciones vitales de sus súbditos y vasallos, ya fueran villanos, campesinos, artesanos o nobles. Fue este singular rasgo de su carácter lo que determinaría el hecho por el que se la conocería y reconocería posteriormente.
Sucedió que en aquellos convulsos tiempos de luchas por el poder -nunca del todo claro-, las levas eran constantes y las necesidades de financiación cada vez más elevadas, por lo que el Conde gravaba con tasas crecientes a la población. El pueblo, abrumado por los impuestos comenzó a soliviantarse; Milady, con una mezcla de conmiseración e inteligencia decidió interceder ante su esposo, mi Señor, para que redujera las cargas de sus vasallos; más él se negaba, aduciendo razones estratégicas, políticas y logísticas. Un buen día dos recaudadores de impuestos fueron asesinados en Worcester por la plebe harta y desesperada. Milady redobló esfuerzos, rogando el perdón para los asesinos y la liberación impositiva. Parece ser que mi Señor Leofric, fruto del hartazgo al que le sometía sus esposa constantemente, del juego al que era aficionado, o de vaya usted a saber cuáles peregrinos razonamientos, tuvo una singular ocurrencia: le dijo que si era capaz de pasearse desnuda sobre su montura de un extremo al otro de la ciudad, cruzando por el mercado y la plaza, y regresando a su castillo de igual modo, si hiciera esto, a su vuelta él redactaría el edicto liberando a Coventry de las tasas. Ella, ante la incredulidad del esposo, aceptó el reto si previamente él le otorgaba de buen grado el debido permiso; el permiso le fue concedido, la apuesta quedó sancionada.


Si debo ser sincero, ni yo creí entonces que la piadosa Lady Godiva fuera a hacer tal cosa. La noticia corrió como la pólvora, pues mi Señor accedió a condición de no ser ocultado tal paseo, es más debía dársele la suficiente publicidad. Fue la comidilla de los mentideros: en la plaza pública y en el mercado no se hablaba de otra cosa. Pero a la vez que se hablaba, comenzó a surgir un acuerdo tácito, una toma de postura de respeto del pueblo hacia quien ponía en juego su pudor y su dignidad por liberarlos de la presión de la miseria. De forma casi secreta se corrió la voz de una norma no escrita, pero de compromiso cuasi sagrado: cuando Lady Godiva recorriera las calles de la ciudad sobre su montura enjaezada de rojo y oro, con los emblemas del Condado de Mercia, lo haría al abrigo de miradas; los portones, postigos, troneras, tragaluces y ventanales permanecerían cerrados; nadie debería mirar la desnudez de su protectora.

Cuando llegó el día señalado, Milady, tras soltarse la larga cabellera y con ella cubrirse las partes más pudendas de su cuerpo, montó sobre su cabalgadura y, dirigidas las bridas por las diestras manos de dos caballeros, cruzó las calles desiertas y silenciosas de Coventry. No se escuchaba más sonido que el pausado resonar de los cascos sobre la piedra, de vez en vez contestado por el eco que devolvían las bocacalles que sin salida se abrían a uno y otro lado.
Nadie contravino el acuerdo popular. La dignidad de Lady Godiva estaría a salvo. Ella, que en un primer momento iba avergonzada con la vista baja, fue alzando los ojos y mirando complacida a su alrededor. Ya de vuelta, una amplia sonrisa inundaba su rostro. Mi señor la recibió con una tupida túnica de seda blanca con otra sonrisa en los labios: "Has ganado, querida" -le dijo.
Al día siguiente el edicto se promulgó, y los ciudadanos de Coventry se vieron libres de impuestos.

También se supo que yo, Tom the Tailor, me quedé sorpresivamente ciego aquel día. Un creciente rumor fue tomando cuerpo: Tom, el sastre, había mirado a su señora desnuda, saltándose, así, el interdicto, por lo que Dios había castigado su felonía dejándolo ciego.
Yo no voy a decir más que lo que he dicho. Soy también un hombre piadoso, además de un hombre enamorado. Un hombre que ya no podrá volver a ver a su amada, ni ninguna otra cosa en el mundo, más que desde el recuerdo. Acepto mi castigo por haber sido un hombre feliz.
Tuve que dejar la corte. Viví pobremente en una casucha el resto de mis días y dediqué mi tiempo a recordar y a escribir algunos poemas, entre ellos uno dedicado a mi Señora. También he tenido que hacerme a la idea de disfrutar el dudoso privilegio de pasar a la Historia con el apelativo de Peeping Tom (Tom "El Mirón"). Poco importa ya; lo doy por bien empleado si con ello se me recordará, ya por siempre, ligado a la mujer que amé.

Sé que Ella me visitó en mi lecho de muerte por el delator perfume que acompañaba el sonido inconfundible del tafetán al rozarse.



Lady Godiva

Ajena a toda vergüenza,
Lady Godiva, desnuda,
a lomos cabalga, osada,
de engualdrapada montura.
Un torrente de cabellos
dorados el cuerpo inunda,
queriendo anegar las formas
que apenas sí disimula.
Apiadado teje el sol
sobre su piel una túnica
de fulgores tan intensos
que su desnudez ocultan.

Por las calles de Coventry,
Lady Godiva, desnuda,
cabalga con dignidad
ofrendando su figura.
No es su gesto exhibición,
ni revés de la fortuna,
ni castigo, sino apuesta
que elevado fin procura:
librar al pueblo vasallo
de una situación injusta
que esquilmando está su hacienda
dejándolo en la penuria.

El pueblo, en correspondencia,
discreto, se confabula
para librar a sus ojos
de cometer grave culpa;
en todos una certeza,
y en todos ninguna duda:
nadie expondrá su mirada
al paso de la hermosura.
Reciben, pues, a la Bella:
casas ciegas, calles mudas,
mas no sordas, que los cascos
con reverencia se escuchan.

Pero unos ojos cautivos
de amor al honor renuncian
y, embebiéndose, se ciegan,
ebrios de formas rotundas;
Lady Godiva, al saberlo,
al desdichado disculpa,
pues al ir vendado Amor
en sí ya lleva censura.
El cielo, no tan benévolo,
severo, pena la injuria
y lo condena, por siempre,
a la noche más oscura.

-o-o-

Imágenes
John Collier
Lady Godiva (1898)
Edmun Leighton
Lady Godiva (1898)
Jules Adolphe Lefebvre
Lady Godiva
John Thomas Maidstone
Estatua de Lady Godiva

Música, Arias de
A. Vivaldi (1, 3)
A. Porpora (2)
GF Haendel (4, 5)

-o-o-o-

jueves, 10 de febrero de 2011

Homeless




HOMELESS I
Maureles

Aquel hombre no era un hombre,
era sombra, era entelequia;
lo fue todo y no era nada
mas que ambulante miseria.
De niños nos asustaba
su amenazante presencia:
aquel sobretodo enorme
sobre su nada inmensa,
siempre porteando un saco,
a modo de cruz, a cuestas.
Nunca hablaba con nadie
ni a nadie causó molestias;
fue un espectro fantasmal,
investido de leyenda,
que a los niños daba miedo
y que se usó de advertencia:
"¡Cómete la sopa, niño!
¡Niño, ya no des más guerra!
Que si no, vendrá Maureles"
a llevarte en su talega"
Y al pobre niño la imagen
del pobre se le presenta,
y ya se ve en su talego
llorando como alma en pena;
así es que... apura la sopa,
y el trajín de su alma inquieta.


Llevaba cubierta la cara
por una barba tan densa
que parecía pintada
con brocha de gruesas cerdas,
y por cejas tan copiosas
que dosel más parecieran
sobre los ojos profundos
abismados de experiencia,
y por hirsuta cascada
de su fosca pelambrera
cayendo sobre la frente
en aborrascadas greñas.
Ya fuera el piloso embozo,
ya su figura grotesca
de atrabiliario buhonero,
lo que indujera a sospecha,
es el caso que aquel ser,
aquel trasgo de novela,
portó siempre el Sambenito
de persona ruda y fiera.


Era Mauro un hombre rico,
en cariños y en hacienda:
tenía buen corazón,
casa grande y pingües tierras;
procedía de familia
de esas que dicen burguesas
en los pueblos de Castilla,
donde el burgués es emblema
de terrateniente culto
acomodado en su flema.
Incluía su fortuna
envidia en su parentela,
pues es siempre la codicia,
a lazos de sangre, ajena.
Liberal en su carácter,
y en su política apuesta,
acogió con regocijo
aquel abril la sentencia
que daba a luz la República
y a la Monarquía, puertas.
Esto acrecentó la inquina
que los suyos le tuvieran,
codiciosos, ante todo,
y soldados de carrera.


Pocos años la ilusión
alentó la insigne empresa:
los Abeles ya celaban
de los Caínes las gestas;
en las calles corrió sangre,
soflamas en las tabernas;
"¡Igualdad!" gritaban unos,
"¡Libertad!" otros contestan,
todos pedían lo mismo
y nadie daba respuesta.
Mauro siempre intercedía
entre opiniones adversas,
tendiendo amistosos puentes
entre enemigas riberas
-algo que la intemperancia
ni perdona ni tolera-.
Al fin, un día las ondas
escupieron una arenga
instando a la rebelión,
a las armas y a la guerra.
Caín y Abel se enfrentaron
con ferocidad dantesca:
en el frente, con denuedo;
en retaguardia, sin tregua.


El resultado es sabido:
ganó la mala conciencia.
Como tantos, perdió Mauro,
completamente la hacienda,
pero, además, la razón;
y la perdió por vergüenza,
pues fue su propia familia,
vencedores de carrera,
la que todo le quitó
dejándolo en la indigencia.
Desde entonces vagó solo
por calles y carreteras,
viviendo de las limosnas,
con su propia cruz a cuestas:
sueños rotos, sin valor,
en un saco de arpillera,
y un injusto sambenito
de persona ruda y fiera.
Una mañana de invierno
apareció en una olmeda
cubierto de escarcha blanca
y libre ya de sus penas.

-o-



HOMELESS II
Estupor

Ese hombre que camina
arrastrando su miseria
en un carro de la compra
de sucia loneta vieja
-piel cetrina, barba larga,
enmarañadas las greñas-,
es el mismo que hace tiempo
paseaba su soberbia,
-tez morena, bien cuidada,
y lustrosa cabellera-
en un coche deportivo
con asientos de piel crema,
chicas guapas entre risas,
y en su casa, mujer seria;
otrora el oro en la mano
y en el pecho billetera
le dieron seguridad
y una arrogante apariencia
de insolente triunfador
en la envanecida feria.

Mas...

Quiso un día la fortuna
girar su implacable rueda,
quitándole cuanto tuvo:
casa, familia y empresa,
hasta el coche deportivo
y la afectada soberbia.
Desde entonces vaga solo
con su maltrecha conciencia
cosechando mil preguntas
y ni una sola respuesta.
Con la mirada perdida
en su perdida riqueza
(no sabe qué le ha pasado,
dónde se fue la opulencia)
y la chaqueta raída
y el pantalón de estameña
camina, las botas rotas,
arrastrando su miseria,
pasos cortos, largo duelo,
por calles que no recuerda,
con un carro de la compra
de sucia loneta vieja.

-o-


-o-o-o-

lunes, 7 de febrero de 2011

Bucéfalo: Un Homenaje en Romance




BUCÉFALO
Un Homenaje en Romance

¿Quién convoca mi memoria?
¿Quién recuerda mi existencia
cuando pasto, sosegado,
por ya olvidadas praderas?
¿Quién refiere mis hazañas
y cita mis nobles gestas?
¿Quién se atreve así a ensalzarme,
y en homenaje me muestra
más digno que muchos hombres,
sin conocerme siquiera?
¿Quién recoge con cariño
todo aquello que se cuenta
sobre mi vida pasada
en un mundo de leyenda?
¿Quién eres tú que te crees
las cosas que, sin ser falsas,
circulan ya como ciertas?
Quien seas, buen corazón,
con esta ofrenda demuestras,
al tratar como inmortal
a quien no tiene conciencia
-ya que bruto fui, brioso
caballo para más señas,
y a los brutos, ya se sabe,
no les cabe inteligencia-.
Pero aquí va el desmentido
de esa apreciación tan necia
pues quien dice estas palabras
relinchando las expresa.
Sé que habrá muchos incrédulos,
adictos a la extrañeza,
que pongan el gesto esquivo
de los hartos de quimeras,
pero también sé que habrá
quien mi relinchar se crea,
al intuir que hay un alma
tras toda simple existencia.


Disfruté de un privilegio
que a pocos caballos llega:
ser montado por un hombre
de incomparable grandeza.
Me conoció siendo un niño
de inteligencia despierta,
reconociendo yo en él
al instante su excelencia.
Fue eso que dicen flechazo
quienes conciben saetas
donde afectos se disparan
entre quienes se embelesan.
Yo, era corcel ya cuajado;
él, bosquejo de hombre, apenas,
pero de trazo tan firme
que su hombría manifiesta
en sus gestos perfilaba
con increíble destreza.
Seducido por su encanto
y por sus suaves maneras,
y por su firme carácter,
y por su mirada intensa,
me dejé montar por él:
su piel en la mía impresa,
sus caricias en mi cuello,
sus palabras en mi oreja
susurrándome alabanzas
como nadie antes hiciera,
y ciñéndome los lomos
aquellas poderosas piernas
que, si inmaduras aún,
maduras me parecieran.
Reconocí, en fin, a mi amo,
al Señor de mi collera,
a quien servir palafrén
y furia en la dura brega.



Fue una alianza sagrada
sin liturgias ni exigencias,
solo lealtad forjada
a golpes de mutua entrega.
Si yo le salvé la vida
él la mía defendiera,
pues ni un rasguño mi piel
sufrió tras muchas contiendas.
Quien dice que hallé la muerte
por las heridas sangrientas
sufridas en el Hidaspes,
en su manifiesto yerra,
pues mi dueño me guardó
como si fuese una gema,
toda vez que ya los años
me apartaron de la guerra.
Seis pajes bien me cuidaban
con manos como de seda,
pues disfrutaban los seis
esa edad de la inocencia
donde el sexo aún es ambiguo
y equívoca la Belleza;
servíanme buen forraje,
sal de roca y agua fresca,
y usaban sobre mi piel
cepillos de suaves cerdas;
al calor, me daban sombra,
y al relente, mantas persas;
un baño cada semana
y tras el baño unas friegas
con la esencia incomparable
de las rosas damascenas.


Lloré el día que mi dueño
sin mí marchó a la pelea
montando un pardo alazán
más joven y con más fuerza;
fue mi consuelo observar
cómo inclinó la cabeza
al pasar, ojos manando
lágrimas, ante mi tienda.
Ese día el corazón
que tan bravo antes latiera,
manso, dejó de latir,
entregándose a la tierra.
Quiso la dulce fortuna
que por mor de la leyenda
coincidiese mi deceso
con una victoria plena
de Alejandro sobre Poro,
y a mí como parte de ella;
de resultas de la cual
yo hallaría gloria eterna
muriendo de las heridas
en la violenta refriega
al acometer, resuelto,
contra colmilluda fiera.
Premie al aedo la historia
tomarse una tal licencia:
solo buscó dignidad
para quien digno viviera,
recreando heroica muerte
la que fue muerte serena...
¿Acaso no merecía
tan debida recompensa?
¿No expuse acaso la vida
en mil y una peripecias?
El valiente ha de morir
haciendo honor a su entrega,
y nunca, plácidamente,
pasto de la indiferencia.
Ya mi nombre siempre irá
ligado a una insigne empresa
que un Gran hombre llevó a cabo
a lomos de mi firmeza.


¡Que los dioses sean propicios
a cuantos cantan y aprecian
las hazañas valerosas
que operan hombres y bestias!
¡Gracias a ti que lo haces
y a todos los que esto lean
y sientan una emoción
latiéndoles por sus venas!


-o-o-o-