domingo, 6 de febrero de 2011

Bucéfalo


Cuenta la historia legendaria, o la leyenda histórica, recogida en las crónicas del Pseudo-Calístenes, dada por buena y transmitida posteriormente por Arriano, Quinto Curcio y Plutarco, que aquel hombre singular que naciera y muriera, aún joven, en el siglo IV a.C -y que llegaría a ser el conquistador más formidable de la antigüedad- dejó constancia de la importancia capital que en su impresionante y rápida aventura en pos del primer intento de globalización (cosa que conseguiría póstumamente con eso que ha dado en llamarse "Helenismo") tendría la participación de su indómito pero noble caballo Bucéfalo, a lomos del cual libraría batallas decisivas (como las de Gránico, Issos y Gaugamela, o, según algunos, la última del Hidaspes contra el gigante Poros, a lomos, a su vez, de un gran elefante macho) y no menos resolutivas escaramuzas a lo largo de su periplo asiático.
Se cuenta allí, también, que el Gran Alejandro conmemoró la muerte de su compañero de tantas fatigas, y no pocas veces salvador de su propia vida, dando el nombre de Alejandría Bucéfala a una de las dos ciudades fundadas en las márgenes del Indo, límite y frontera oriental del Imperio que forjaría en los escasos 13 años de su reinado.


Así mismo, cuentan sus historiadores clásicos que era tal el cariño que El Magno tenía por su fiel montura que, ante el robo de ésta por unos bandidos cuando reposaba en las cuadras, proclamó que si le era devuelto sano y salvo perdonaría la vida de los ladrones e incluso los recompensaría, pero que si no era así, no solo les daría caza como alimañas, causándoles horrorosa muerte, sino que arrasaría las ciudades de donde procedieran y a sus familias con ellas. Ni qué decir tiene que el caballo apareció inmediatamente, lustroso y bien cuidado. Alejandro cumplió su promesa.
De las gestas bélicas del batallador equino relatan las crónicas la destreza que había alcanzado, pues se cuenta que era capaz de anticipar los deseos y movimientos de rodillas y pies de su hábil y heroico amo. Sin ir más lejos, en Gaugamela, la batalla decisiva contra el ingente ejército de Darío Codomano, parece ser que Bucéfalo vio antes que su dueño la brecha que se abría en el frente persa y por donde Alejandro inmediatamente dirigiría, realizando un ángulo forzadamente oblicuo, a sus hetairoi -su caballería de compañeros- directamente contra la posición del Rey de Reyes Aqueménida, desbaratando las posiciones de éste y haciéndole huir, lo que a la postre daría la victoria al joven rey macedonio cuando aún más de la mitad del ejército persa no había entrado en combate.


Desde aquel día en que Filipo, siendo ya Hegemon reconocido por todas las ciudades libres de la Hélade constituidas en la Liga de Corinto (antes Liga Helénica), observara en su palacio de Pella una partida de caballos adquiridos a un marchante tesalio, y viendo que había uno, por el que desembolsara una buena suma, tan indómito y salvaje que coceaba cuanto se encontraba a su alcance, no dejando que nadie le tomara siquiera por la brida, creyendo, así pues, que no serviría más que para el sacrificio, y ante la negativa de todos sus nobles generales al requerimiento para hacerse con él, viendo que su hijo, de apenas 12 años de edad, aceptaba el reto y le pedía intentarlo entre las risas de esos mismos nobles y experimentados guerreros, y aceptando, él, su orgulloso pero incrédulo padre, tan descabellada petición, prometiendo entregárselo en propiedad si lograba domarlo, y viendo que ese mozalbete altivo y seguro de sí mismo -sangre de su sangre y de la Epirota Olimpia, su esposa y reina consorte-, que estaba despuntando ya como un carácter singular bajo la ascética disciplina física de su ayo Leónidas y la recién iniciada formación intelectual con un joven filósofo llamado Aristóteles, se acercaba con cautela y el sol de cara al noble y piafante animal tomándole con sigilo de la brida, y con palabras suaves lo girara hasta colocarlo mirando al sol, por lo tanto ajeno a su propia sombra, para montarlo de un brinco ágil y diestro -desnudo sobre la piel desnuda y sudorosa del garañón-, y, acariciándole el cuello y las crines, lo llevara primero al paso, luego lo hiciera trotar, para, al final, lanzarlo al galope ante su padre, mientras emitía el grito de guerra de los caballeros al realizar la carga de combate, bajo el gesto demudado de todos, haciendo exclamar a su asombrado progenitor aquel profético comentario: "búscate otro reino, hijo, pues Macedonia no es lo suficientemente grande para ti". Desde aquel día, conquistador y caballo ya no se separarían hasta la muerte de éste tras la Batalla del Hidaspes, veinte años después, cuando contaba ya 30 azarosos años.


Bucéfalo se dejaría atender por los sirvientes de aquel sagaz y extraordinario hombre, genial estratega y soñador de grandezas, pero no permitiría ser montado por nadie más.
Debía el nombre al hecho de tener la cabeza redondeada y rotunda, y una frente ancha donde destacaba una estrellada mancha blanca. No era de mucha alzada, pero era robusto y resistente, de color castaño zaíno y un carácter de mil demonios, pero más noble que muchos hombres nobles.
Amaba su libertad y por ello solo admitió ser gobernado por alguien a quien reconoció como su equivalente, y con el que colaboraría en la conquista del más grande imperio conocido hasta entonces. Formaban un tándem perfecto, se podría decir que casi eran uno solo: una especie de centauro Alejandrobucefalino.
Ya he dicho que no pocas veces le salvaría la vida, comenzando por la forma segura y decidida con la que afrontó las escarpadas riberas del Gránico conduciendo a su ilustre jinete a la primera gran victoria contra los persas -en este caso mercenarios griegos bajo el mando de otro mercenario: el astuto y capaz general griego, Memnón de Rodas- que formaban empalizada en lo alto del margen opuesto del río. Después, lo haría en varias ocasiones más maniobrando con briosa agilidad para salvar a su amo de la espada, la lanza o la flecha enemiga. Para entonces ya sabía lo que era una victoria aplastante, pues en Queronea encabezó la ofensiva de los Compañeros, los hetairoi, la caballería de élite del ejército macedonio, contra las tropas griegas coaligadas de Atenas y Tebas -levantadas en armas contra Filipo II en un postrero y desesperado intento de parar a este invencible rey macedonio en sus ansias de expansión hegemónica sobre toda Grecia- cuyo flanco derecho, en la formación de combate, estaba formado por el temible Batallón Sagrado Tebano, unidad de élite constituida por avezados guerreros emparejados entre sí, al que derrotó completamente este joven émulo de Aquiles; Alejandro tenía solo 18 años, y ésta sería la primera de una serie de victorias que jalonarían el resto de su vida.


Quizás en la tierra que un día cubriera a aquel leal, esforzado y fatigado cuerpo de noble cuadrúpedo se halla conservado -en sus moléculas ya transmutadas por el tiempo- la memoria de las correrías que protagonizara portando sobre sí a uno de los más grandes hombres de la Historia.

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