jueves, 28 de abril de 2011

Flores del Mal



Me decía que no creía tener derecho al desahogo; no le estaba permitido, a él no. Se negaba el privilegio del consuelo; se sentía culpable. Culpable sin eximentes, culpable sin atenuantes, culpable sin paliativos... Sí, totalmente culpable de Ser como era. De amar y de entregarse, a veces, con un cariño incisivo y afilado; su amor era, entonces, como un puñal que la víctima sentía penetrar poco a poco en su corazón, sin poder hacer nada para evitarlo... hasta que ya era demasiado tarde. Peor era retirar el puñal, pues, en ese caso, la sangre saltaba en pos de él con la fuerza de un surtidor, la muerte era inevitable. ¿Cómo no sentirse culpable? Cuanto más amaba, más profundamente hendía la daga; cuanto más se entregaba, cuando más generoso se mostraba... más cruel resultaba. Era inevitable, era su forma de Ser. Como en la fábula del escorpión, no tenía más remedio que hacerlo, estaba en su naturaleza.


Pero no siempre había sido así. No supo cuándo devino semejante monstruo. Solo recordaba un hecho que en su momento fue muy significativo -cuando comenzara a tener esa sensación de ser un matarife emocional-. Fue en plena primavera, cuando los palomos persiguen, encelados, a las palomas; siempre hay uno dominante que trata de emparejarse, solícito y chulesco, mientras los demás andan como bobos detrás de la pareja por si el dominante es desestimado. Vio pasar a los dos tortolitos por la calzada justo delante de su coche, pero no vio al que iba detrás... lo sintió. Nunca se le olvidaría el sonido, la sensación, de aplastar algo que no era inorgánico; su rueda pasó por encima de algo que crujió y estalló a un tiempo, con un ruido sordo, orgánico, complejo. En seguida supo que no había sido una caja de cartón, una botella o una bolsa de material plástico; nada de eso. Ese sonido fue el sonido que produce el aplastamiento de organismo sofisticado. Al mirar por el espejo retrovisor lo confirmó: uno de esos palomos que van ciegos detrás de la pareja encelada ni reparó en lo que se le venía encima cuando cruzó la calzada sin mirar. Allí quedó la mancha blanca de plumas en desconcierto. Cuando volvió a pasar, tras dar la vuelta a la manzana, la mancha, de un blanco incólume antes, remachada por otros vehículos, era ahora un amasijo sanguinolento de plumas, carne, vísceras y huesos machacados. El plumón más fino se expandía llevado por el aire como los vilanos y la borra de los álamos en época de floración. Por la tarde, varias horas después, no era ya más que una mancha húmeda en el pavimento.


Él tuvo la sensación de que aquello era premonitorio. Las palomas son el símbolo de la paz, pero también del amor. Había aplastado un símbolo, un emblema vivo, palpitante, de lo más sagrado que tiene la comunidad de los humanos, junto a la amistad. No olvidaría ya nunca aquel crujido-estallido que en un segundo acabaría con una vida y un símbolo a la vez. No tardaría en comprobar el alcance premonitorio del accidental acontecimiento: su naturaleza de escorpión. Había aplastado al palomo sin querer, sin percibirse de que se metía debajo de sus ruedas, sin ser consciente de que acabaría con una vida. Y así le iba a suceder, a partir de ese momento, en su vida sentimental. El mundo vuelto del revés. Cuanto más se esforzara en amar, más letal resultaría. Veneno de acción lenta, aguijón de filo agudísimo, su cariño, al penetrar en el objeto amado, anestesiaba su propia percepción del peligro; actuaba, incluso, de elixir, de sustancia euforizante que escondía un resultado fatal. Él no era consciente de ello, de esa homicida naturaleza de su amor; antes bien, él creía ciegamente que su entrega -que era total y aparentemente desinteresada- buscaba y procuraba la felicidad del otro. Pero se equivocaba; no sabía cómo, pero acababa por dañar a quien pretendía querer; en lugar de felicidad provocaba dolor... y más, cuanto más quisiera, pues más profundamente penetraba en los corazones, y el destrozo causado, por tanto, era mayor.


Tras relatarme aquel hecho me entregó un libro que estaba releyendo. Era un libro de poemas. Un libro maldito, un livre maudit: Les Fleurs du Mal -Las Flores del Mal-, de Charles Baudelaire, poeta maldito él mismo -término que tomaría el propio Paul Verlaine del primer poema, Bénédiction -Bendición- del citado libro, para su catálogo de poetas malditos. En el libro había varios poemas señalados; eran -según me dijo- los que mejor describían sus sentimientos; los que se acercaban a definir el estado de un alma atribulada que se veía impotente para modificar su naturaleza. Víctima de sí mismo, se sentía, a la vez, verdugo de aquel a quien quisiera. Contradiós irresoluble e inevitable que llevaba como una pesada cruz. A modo de Sísifo, acarreando pendiente arriba la roca que después volvía a caer al fondo del abismo, se veía a sí mismo impelido a amar por naturaleza, y, por naturaleza sobrevenida, a destruir el objetivo de su amor, para volverlo a intentar otra vez con la esperanza de romper el maleficio, maleficio que acababa por imponerse.
Como un estigma o una maldición estaba condenado a no amar, porque si lo hacía terminaría por dañar lo amado. Él, un ser hecho para el amor, con una sensibilidad altamente dotada, debía renunciar a lo que más ansiaba.
Estos son los poemas en cuestión. Los poemas que perfilan, como un claroscuro, a un Ser atormentado.



L'Albatros

Souvent, pour s'amuser, les hommes d'équipage
Prennent des albatros, vastes oiseaux des mers,
Qui suivent, indolents compagnons de voyage,
Le navire glissant sur les gouffres amers.

À peine les ont-ils déposés sur les planches,
Que ces rois de l'azur, maladroits et honteux,
Laissent piteusement leurs grandes ailes blanches
Comme des avirons traîner à côté d'eux.

Ce voyageur ailé, comme il est gauche et veule!
Lui, naguère si beau, qu'il est comique et laid!
L'un agace son bec avec un brûle-gueule,
L'autre mime, en boitant, l'infirme qui volait!

Le Poète est semblable au prince des nuées
Qui hante la tempête et se rit de l'archer;
Exilé sur le sol au milieu des huées,
Ses ailes de géant l'empêchent de marcher

-o-

Por divertirse, a veces, los marineros cogen
algún albatros, vastos pájaros de los mares
que siguen, indolentes compañeros de ruta,
la nave que en amargos abismos se desliza.

Apenas los colocan en cubierta, esos reyes
del azul, desdichados y avergonzados, dejan
sus grandes alas blancas, desconsoladamente,
arrastrar como remos colgando del costado.

¡Aquel viajero alado, qué torpe es y cobarde!
¡Él, tan bello hace poco, qué risible y qué feo!
¡Uno con una pipa le golpea en el pico
cojo el otro, al tullido que antes volaba, imita!

Se parece el Poeta al señor de las nubes
que ríe del arquero y habita en la tormenta;
exiliado en el suelo, en medio de abucheos,
caminar no le dejan su alas de gigante.


-o-


Élévation

Au-dessus des étangs, au-dessus des vallées,
Des montagnes, des bois, des nuages, des mers,
Par delà le soleil, par delà les éthers,
Par delà les confins des sphères étoilées,

Mon esprit, tu te meus avec agilité,
Et, comme un bon nageur qui se pâme dans l'onde,
Tu sillonnes gaiement l'immensité profonde
Avec une indicible et mâle volupté.

Envole-toi bien loin de ces miasmes morbides;
Va te purifier dans l'air supérieur,
Et bois, comme une pure et divine liqueur,
Le feu clair qui remplit les espaces limpides.

Derrière les ennuis et les vastes chagrins
Qui chargent de leur poids l'existence brumeuse,
Heureux celui qui peut d'une aile vigoureuse
S'élancer vers les champs lumineux et sereins;

Celui dont les pensers, comme des alouettes,
Vers les cieux le matin prennent un libre essor,
— Qui plane sur la vie, et comprend sans effort
Le langage des fleurs et des choses muettes.

-o-

Por sobre los estanques, por sobre las montañas,
los valles y los bosques, las nubes y los mares,
y más allá del sol, del éter, más allá
de los confines de las esferas de estrellas,

ágilmente te mueves, oh, tú, espíritu mío,
y cual buen nadador extasiado en las ondas,
alegremente surcas la inmensidad profunda
con voluptuosidad inefable y viril.

Vuela lejos, muy lejos, de estos miasmas infectos;
vete a purificar en el aire más alto,
y bebe, como un puro y divino licor,
ese fuego que colma los limpios espacios.

Detrás de los hastíos y los vastos pesares
que cargan con su peso la brumosa existencia,
feliz aquel que puede con vigorosas alas
lanzarse hacia los campos luminosos, serenos;

y cuyos pensamientos, tal las alondras, hacia
los matinales cielos un vuelo libre emprenden.
-¡Que sobre el ser se cierne, y entiende sin esfuerzo
la lengua de las flores y de las cosas mudas!


-o-


De Profundis Clamavi

J'implore ta pitié, Toi, l'unique que j'aime,
Du fond du gouffre obscur où mon coeur est tombé.
C'est un univers morne à l'horizon plombé,
Où nagent dans la nuit l'horreur et le blasphème;

Un soleil sans chaleur plane au-dessus six mois,
Et les six autres mois la nuit couvre la terre;
C'est un pays plus nu que la terre polaire
— Ni bêtes, ni ruisseaux, ni verdure, ni bois!

Or il n'est pas d'horreur au monde qui surpasse
La froide cruauté de ce soleil de glace
Et cette immense nuit semblable au vieux Chaos;

Je jalouse le sort des plus vils animaux
Qui peuvent se plonger dans un sommeil stupide,
Tant l'écheveau du temps lentement se dévide

-o-

Imploro tu piedad, única Tú a quien amo,
desde la sima oscura en que mi alma ha caído.
Es un triste universo de plomizo horizonte
donde en la noche nadan el horror, la blasfemia;

un sol apagado medio año se cierne,
y el otro medio año cubre al mundo la noche;
región es más desnuda que las tierras polares,
-¡ni animales, ni arroyos, ni bosques, ni verdores!

Pues no existe en el mundo horror que sobrepase
a la fría crueldad de este gélido sol
y a esta noche sin fin que al viejo Caos semeja;

y yo envidio la suerte de las bestias más viles
que pueden sumergirse en su estúpido sueño,
¡Tan lenta la madeja del tiempo se devana!


-o-


Le Vampire

Toi qui, comme un coup de couteau,
Dans mon coeur plaintif es entrée;
Toi qui, forte comme un troupeau
De démons, vins, folle et parée,

De mon esprit humilié
Faire ton lit et ton domaine;
— Infâme à qui je suis lié
Comme le forçat à la chaîne,

Comme au jeu le joueur têtu,
Comme à la bouteille l'ivrogne,
Comme aux vermines la charogne
— Maudite, maudite sois-tu!

J'ai prié le glaive rapide
De conquérir ma liberté,
Et j'ai dit au poison perfide
De secourir ma lâcheté.

Hélas! le poison et le glaive
M'ont pris en dédain et m'ont dit:
«Tu n'es pas digne qu'on t'enlève
À ton esclavage maudit,

Imbécile! — de son empire
Si nos efforts te délivraient,
Tes baisers ressusciteraient
Le cadavre de ton vampire!

-o-

Tú, que como una puñalada,
en mi pecho doliente entraste,
y cual rebaño de demonios
viniste loca, engalanada,

para de mi alma sometida
hacer tu lecho y tu dominio;
-infame a quien me encuentro atado
como el forzado a su cadena,

y el jugador tenaz al juego,
y como el borracho a la botella,
y a los gusanos la carroña,
-¡sí, maldita, maldita seas!

Yo supliqué a la espada rápida
para ganar mi libertad,
y dije al pérfido veneno
que ayudara a mi cobardía.

Mas, ¡ay!, la espada y el veneno
me desdeñaron y me han dicho:
"No eres digno de redimirte
de tu maldita esclavitud.

¡Imbécil! -¡Si de su dominio
nuestros esfuerzos te librasen,
tus besos resucitarían
el cadáver de tu vampiro!"


-o-o-o-

viernes, 22 de abril de 2011

De dragones (3)



Los ojos del Dragón

Tierra en los ojos del Dragón:
la materia de una idea condensada;
Agua en los ojos del Dragón:
el fluir de la existencia derramada;
Fuego en los ojos del Dragón:
el furor de las pasiones habitadas;
Aire en los ojos del Dragón:
el espíritu que alienta Vida en Alma;
Éter en los ojos del Dragón:
la fecundante eternidad de la Nada.

Anonimous. Héctor Amado


Alguien con quien uno puede enrollarse... Es el dragón más solitario, el menos aterrador; probablemente también uno de los más desconocidos. Es un dragón demodé que pese a ello nunca pasará de moda. Es un dragón tan preñado de alegoría que se podría decir que él mismo tiene naturaleza alegórica en lugar de existencia real: mero bucle draconiano sin principio ni fin. A nadie le debe el ser (sino es al genio del Ser Humano que lo imaginó) y, en cambio, es reivindicación de todos los seres. No es una bestia abominable aunque lo pudiera parecer en ciertos casos en que el dolor se hace presente resistiéndose a su término; tampoco es un engendro infernal, aunque pudiera hacer gala de ello en atención a su apariencia; es, simplemente, un dragón que con su forma premeditadamente circular coquetea con el concepto de eternidad, y lo seduce abrazándolo y fecundándolo. Origen mítico, crecido sobre un hecho real, para un concepto metafísico: eso es este atípico dragón, si causante de temor lo es más por el vértigo de lo que sugiere que por su aspecto o su actitud.
¿Por qué dragón? ¿Por qué serpiente? ¿Por qué ese ser contradictorio que tan pronto dispensa genio benéfico como se erige representación tentadora del mal? La respuesta, como casi todas, quizás se halle en la simple observación: un hombre (o una mujer), un día, y otro, y otro, observó lo que sus ancestros ya le habían comunicado que venían observando durante generaciones: la serpiente muda de piel, cambia su epidermis por entero, renaciendo desde dentro, desechando la piel ya ajada por otra enteramente renovada; y cuando lo hace, mientras dura ese doloroso mudar, se vuelve peligrosa, temible, llegando a agredirse ella misma si no encuentra con quien desahogarse... Se muerde la cola.
De hecho, ahí mismo, en una impresionante mesa -colindante a la que ocupan Leviatán and his friends-, formada por una gruesa tabla redonda de espléndida madera sin descortezar, de color indescriptiblemente negro, casi grafito, procedente de un árbol ya extinguido del que se cuenta que albergó, bajo su inmensa copa de nueve gruesas ramas, el primer pensamiento de Dios, se encuentra Uróboros, pues tal es su nombre en castellano, cerrando sus fauces sobre la escamosa cola acabada en letal aguijón. En realidad, más parece estar mamando que mordiendo; de hecho, dada la significación que gira en torno suyo, le sería más apropiado esta actitud succionadora que la de morder o devorar.


Su cuerpo, además, cambia culturalmente de color. Es común hallarlo bicolor, ya alternando el maniqueo blanco y el negro: la luz y las tinieblas, el bien y el mal, el éter y la tierra, el ying y el yang -al decir de los orientales-; ya en el verde y rojo alquímico: el principio y la consumación del objetivo del Magnum Opus. Pero también se lo puede encontrar monocolor: enteramente rojo, cuando se siente ofuscado, entusiasmado, o... apasionado; azul turquesa, cuando es convocado en el equinoccio de primavera por los chamanes aborígenes en las miríadas de islas que pueblan la Polinesia de los mares del sur; o verde esmeralda, si son los manchúes quienes en petroglifos de jade lo representan.
Aquí, en la penumbra del Dragon Jazz, aparece ataviado con una informal camisa tenuemente fosforescente de impreciso tono -pues parece que su discreta fluorescencia se emita en todas las tonalidades a la vez-, pese a lo cual resulta fácil descubrir su presencia.
Siempre sentado en el mismo lugar, siempre solo (pues nadie se puede sentar con él, al ocupar todo el asiento circular que circunda la mesa), siempre con la mirada perdida en el horizonte circular de su propio cuerpo, mientras las narinas de su alargado y rectangular hocico delatan, con su rítmico movimiento de dilatación, que este ser anular respira el mismo aire viciado que todos nosotros.
Al estar condenado desde su advenimiento -que no nacimiento- a tener constantemente la cola introducida en su boca, en vez de beber o comer -cosa que le resultaría imposible si no quiere dejar de ser el que es- se limita a consumir con el olfato; sí, huele, pero no se trata de un simple olisquear, no, sino que es capaz de absorber de cualquier producto su esencia fundamental a través de la nariz, al modo como lo suelen hacer, de forma harto más somera, los catadores profesionales o los narices perfumistas, pero con tal intensidad en su caso que después de olfateado el producto objeto de su degustación resulta éste desprovisto de todo su olor, sabor, e, incluso color, quedando de él algo parecido a una sustancia translúcida, irreal, como un holograma de lo que fue.


Habida cuenta de su circular condición, cuando quiere desplazarse, ante la imposibilidad de hacerlo sobre las patas, pues giraría sobre sí mismo, lo hace rodando, y es cosa digna de ver el malabarismo que ha de ejecutar al detenerse y pasar de la posición vertical a la horizontal: con qué gracia se alabea hasta quedar estático remedando ese juego que los humanos ejecutan con arandelas o anillos, y que al observador le produce la virtual impresión de que lo circular se convirtiera en signo de lo infinito: la circunferencia duplicada. Él dice que ésta debiera ser su auténtica seña de identidad, que realmente su forma circular tradicional debería revisarse y transformarse en esta doble curva cerrada de más sugerentes connotaciones, pues a las del círculo añade las del lazo, estéticamente más atractivo, por ende.
Si os dirigís a él alguna vez, no lo llaméis por su nombre castellanizado, Uróboros, pues él presume de su ascendencia greco-egipcia, y os reconvendrá dándoos una perorata sobre la conveniencia de conservar los patronímicos en su lengua original, para puntualizaros después que debéis de pronunciarlo según la traslación griega del término, es decir: Ouroboros (y al decir esto se le asoma a los ojos una especie de brillo homérico, y cree uno, entonces, contemplar en esos ojos escénicos el terrorífico rastro de Escila y Caribdis). He de puntualizar que al no poder articular palabra, el Ouroboros, se comunica directamente con la mente de su interlocutor, utilizando la expresión gestual, sobre todo la visual, para acompañar, matizando o enfatizando, su mensaje; facultad de la que alardea continuamente, modulando sus "palabras" como cualquiera que articule sonidos pueda hacer.

El gesto que lo define, ese engullir su propia cola, ilustra cuál es el significado que justifica su existencia: los ciclos sin fin de los fenómenos naturales, sí, pero también de toda la creación, así concebida como un eterno retorno: noche y día, vida y muerte, el incesante movimiento del oleaje, los anillos benzénicos, el Big Bang y la consunción final, el ciclo del agua, el de Krebs para la obtención de energía celular, el huevo o la gallina, etc. son algunos ejemplos de los millones de ciclos existentes en que el final de algo es a la vez su mismo principio; y este, es el alma de Ouroboros, el espíritu que destila, su razón de ser.
En lo personal es un buen tipo, un dragón sin aristas en su carácter; es, así mismo, alguien a quien le gusta andarse con rodeos; nunca irá al grano, por mucho que os esforcéis en demandarle brevedad. Para emitir cualquier juicio o reflexión comenzará a dar vueltas y vueltas a la idea que quiere expresar hasta resultar mareante, y, curiosamente, siempre finaliza su exposición... exactamente, por el principio ya enunciado, con lo que a uno le queda la sensación de no haberse enterado de nada.
La verdad, en cierto sentido, en un sentido muy humano, lo compadezco. Siento lástima de él, porque se debe de sentir así como un vehículo atrapado en una rotonda dando vueltas y más vueltas durante toda la eternidad, en la inmensa rotonda de la existencia sin fin. Posiblemente hasta sus pensamientos tengan condición circular. El círculo, no lo olvidemos es la representación de la perfección divina; es la forma en que se mueve el elemento divino por excelencia: el éter. La circunferencia es la imaginación de Dios plasmada en la materia. Ouroboros tiene conciencia de ello y lo deja traslucir en su mirada; una mirada profundamente caleidoscópica. La mirada del misterio.


En un plano más existencial, su eclecticismo musical es tal que lo mismo gusta de las canciones infantiles cuyo estribillo se repite sin cesar, y que pudieran tener por ello el carácter de música sin fin (Alouette, Frère Jacques, El Corro del Chirimbolo, Mi Burro; con cuya audición puede llegar a poner los ojos en blanco), como del rock sinfónico progresivo de un Jethro Tull o un Yes, la música repetitiva de un Michael Nyman, el free jazz de Ornette Coleman o Eric Dolphy, o, por supuesto, la atonalidad y el serialismo de Schönberg, Alban Berg o Penderecki, con cuya escucha los ojos, en este caso, y como no podía ser de otra manera, se le ponen a dar vueltas como tiovivos de feria.
Su pieza favorita es, no obstante, una composición inicial del Creador del Dodecafonismo; se trata de un tema con un registro aún influido por el post-romanticismo de Wagner o Mahler (de hecho cualquiera que la escuche puede descubrir en ella el rastro del genio de Bayreuth, o la del compositor de Das Lied von der Erde (La Canción de la Tierra, otra de sus piezas favoritas)), se trata de Verklärte Nacht (La Noche Transfigurada), compuesta en 1899, cuando Schönberg apenas contaba 25 años, y en apenas tres semanas, hallándose bajo los efectos del súbito enamoramiento por quien sería dos años después su esposa, Mathilde, hermana de su mentor musical, Alexander von Zemlisky. Verklärte Nacht (archivo que abre la selección musical que acompaña este post) es una composición inspirada en el poema homónimo de Richard Dehmel, en el que se describe el paseo de una pareja, hombre y mujer, por un bosque, y en el que ella le cuenta a él su oscuro secreto: se encuentra embarazada de un extraño; el clima emocional apasionado, los tintes psicológicos, los estados de lucha interior, el amor sobre toda otra consideración, la aceptación y el perdón, están recogidos en esta breve obra maestra de un joven Schönberg que ya comenzaba a prefigurar su gran talento y las líneas maestras de un inconformismo que le llevaría a renovar profundamente la música contemporánea.


Ouroboros no se cansa de repetir en la mente de quien lo quisiera escuchar que el caso Schönberg era el de un Picasso, un Klimt, o un Dalí, todos ellos excelentes dibujantes, que un buen día sienten en su genio inquieto el ineluctable impulso de un nuevo lenguaje, un nuevo código ordenado por el magma infinito de lo que es, el estro creativo, y transforman los trazos realistas, fácilmente reconocibles, en sugerencias, atisbos, impresiones, emociones, nuevas dimensiones coloristas, formas escondidas detrás de las formas, un nuevo modo, en fin, de contemplar y presentar lo real, un modo que, estando siempre ahí, hasta ese momento no ha demandado presencia. Todo esto lo sabe muy bien nuestro amigo, el dragón infinito, y por eso ama los puentes, los puntos de inflexión, el combado sinuoso de lo rectilíneo en busca del alma circular que en toda recta habita.
Dejarse penetrar por la música de las esferas, tan presente en estas composiciones, es como viajar a lomos de este singular dragón por los confines del universo... y más lejos aún: al núcleo de nuestro espíritu.

-o-

En fin, desde la mesa contigua le llegan ocasionalmente furtivas llamaradas mezcladas con humaredas grises, lo que hace que gire sus ojos saltones hacia el origen de tales manifestaciones, que no es otro que un cónclave bastante bullicioso formado por Wyverns y Lindworms con patentes signos de hallarse bajo los efectos de considerables dosis de alcohol. Pero esto ya es tema para un siguiente post...


-o-o-o-

lunes, 18 de abril de 2011

De Dragones (2)



Tiene la realidad mil caras,
y la suma de todas ellas
no totaliza la Realidad.
Viste la realidad de escamas
y el reflejo de todas ellas
no es reflejo de la Realidad.
Brota la Realidad del alma
y cada alma da cuenta de ella
atendiendo a su cualidad.

Pensamientos poéticos. Héctor Amado

Frente a mí, al otro lado del local, en una zona ligeramente elevada respecto a la que yo me encuentro, iluminado accidentalmente por un cenital foco de luz roja empotrado en el verdín del irregular techo, se encuentra el que probablemente sea, con permiso de mis colegas orientales, el más viejo de todos nosotros; claro que ese término -viejo- entre quienes son inmunes al paso del tiempo tiene un relativo valor semántico: un día vemos la luz, y, por norma, a partir de entonces, permanecemos inalterables, con la misma apariencia de nuestro nacimiento, durante toda la eternidad...



Pues bien, frente a mí, digo, se encuentra el más vetusto de nuestra estirpe occidental -a pesar de su origen mesopotámico. Es un orgulloso, engreído y autocomplaciente, pero melancólico, dragón del género serpentiforme llamado Leviatán. Hay que reconocer que razones no le faltan para hacer gala de ese envanecido orgullo, ya que pese a su condición de bestia marina monstruosa, pese a haber sido asimilado en algún momento de su azarosa existencia a esos dulces mamíferos mastodónticos que pueblan las profundidades oceánicas, pese a haber infundido un pavor colosal a los valientes nautas que hacían de las onduladas estelas argentinas su líquido camino y fluido destino, pese a su nacimiento bíblico ("Allí [en el mar] andan las naves; allí este Leviatán que hiciste para que jugase en él". Sal 104:26); pese a todo ello, su impronta se ha extendido ampliamente por la cultura humana; así, en Los Miserables de Víctor Hugo (donde se asocia su intestino con la inextricable red parisina de cloacas), en el Léviathan de Thomas Hobbes (donde es el mismo Estado, devorador de sus súbditos/criaturas, el que se compara con la bestia), en el más reciente Léviathan de Paul Auster (ese mismo Estado de cosas oficial concretando su labor depredadora), en la asimilación con los cetáceos de la celebérrima Moby Dick de Melville, o en los poemas de un Rimbaud (Le Bateau Ivre), o un Apollinaire (La Synagogue), incluso se lo cita en Simbad el Marino o las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury.



Pero lo cierto es que su orgullo desmedido le viene por haber sido concebido como protagonista, no ya de cataclismos capaces de modificar la conformación del planeta, sino de heraldo y agente, al mismo tiempo, capaz de provocar el fin del mundo. ¿Cómo no envanecerse con tan gran poder?
La melancolía que le caracteriza, en cambio, está causada porque el Ser Humano, que lo alumbró, con todo, también le puso grilletes, fecha de caducidad: lo desactivó. Como criatura de Dios a Dios le debe de rendir pleitesía, permaneciendo por Él confinado en los abismos marinos hasta el Día del Juicio Final -El Armagedón-, en que será derrotado por su inmolado y glorioso Hijo, el Ungido, quien lo servirá en banquete a los bienaventurados, no sin antes despellejarlo y confeccionar con su piel inusitada carpa bajo la que celebrar el festín.
En fin, tiene él la impresión -la tenemos todos- que realmente fue creado con la única intención de atemorizar a las almas simples y crédulas; siendo, pues, su mayor enemigo la inteligencia, ante la que se siente inerme, a pesar de que esa misma inteligencia se haya servido de su figura para recrear imágenes alusivas al poder desmedido o terrorífico mediante su utilización metafórica o alegórica.




Hele aquí, pues, de francachela con sus dos amigotes (pues, a pesar del estricto derecho de admisión del Dragon Jazz, se permite a los dragones traer a sus amistades, en el inusual caso de que las tengan): Behemot, el monstruoso buey hipopótamo, surgido del agua para dominar la tierra, mas inocuo comedor de hierba, cuyo poder descomunal nunca será domeñado por el hombre; y Ziz, el no menos monstruoso pájaro gigante con forma de grifo capaz de oscurecer el sol con sus alas descomunales. No se escapa que estos tres seres representan lo más abominable de los tres reinos: acuático, aéreo y terrestre.
Los tres parecen charlar despreocupadamente mientras trasiegan, uno tras otro, vasos del extraordinario whisky blended de luxe que aquí se sirve; quizás estén comentando su culinario destino -pues Behemot seguirá el mismo fin que Leviatán-, haciendo observaciones sobre la manera en que serán cocinados y servidos a la mesa de aquel postrero y malhadado banquete celestial de Dios en comunión con los benditos; quizás se cuenten las estúpidas anécdotas de sus correrías por los oscuros inconscientes colectivos de las buenas e ignorantes gentes que creen en ellos, lo que explicaría que de vez en vez una estruendosa risotada de los tres al unísono haga volver la cabeza de sus draconianos vecinos.



Pobre Leviatán, otrora tan influyente y ominosamente célebre, y mírale ahora, olvidado hasta por quien debiera promocionarlo (¡Ah, qué lejos queda aquella Edad Media en que su imagen aparecía y se prodigaba en historiados capiteles románicos y hermosos libros miniados para llevar el cristiano temor a las almas descarriadas y prevenir en las pías la tentación pecadora!). Ni tan siquiera su presencia literaria es excusa para devolverle a la actualidad. No me extraña que cada vez que viene por aquí necesite ayuda para salir y reintegrarse al limbo donde ahora malvive, pues es tal la borrachera que coge que hasta suele hacerse un nudo con su sinuoso cuerpo, y da grima ver lo patético de su irrisoria situación, pues a pesar de sus denodados esfuerzos no consigue avanzar ni retroceder; menos mal que no está entre sus facultades la de arrojar fuego por sus fauces, limitándose a emitir un ininteligible balbuceo gutural, como si se estuviera ahogando en su mismo líquido elemento, mientras su boca se cubre de fétidos espumarajos y por las comisuras de los belfos destila pútrida baba viscosa.
A pesar de todo, Leviatán, cuenta con el respeto de todos nosotros, puesto que entre los dragones nos tomamos muy a coriáceo pecho la jerarquía en orden a la antigüedad, los méritos o el poder de cada cual. Corren malos tiempos para la fantasía y no es difícil disculpar la nostalgia enajenadora. Cuanto más alto se ha subido, más cruel es la perspectiva de la caída.
En el ambiente suenan, por cierto, mientras cuento todo esto, los acordes dodecafónicos del Concierto para Piano Opus 42, de Schönberg, y las seriales Dimensiones del Tiempo y el Silencio, de Penderecki, petición de nuestro decano amigo, como reza el letrero luminoso que colocado sobre la cabina del Dj tiene a bien recoger, por riguroso orden de preeminencia, las peticiones de la melómana clientela. Quizás esta música de difícil digestión para oídos acostumbrados a más armónicas melodías le recuerde al desgraciado monstruo el caótico y anárquico medio donde ha de pasar su inicua y ya insignificante existencia.


En la mesa de al lado, ocupando toda su circular bancada tapizada en grueso terciopelo rojo jaspeado en negro, se encuentra mi amigo Uróboros. Alguien con quien uno puede enrollarse sin dificultad. Pero de él ya hablaré en el siguiente post...

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viernes, 15 de abril de 2011

De Dragones (1)



Poema 45
Este alado dragón que oficia
de custodio
que expele sus humores violentos
por narices
y lacrima al devorar lo deseado
creció bajo faroles de mercurio
y en cubos de alquitranes
se vacía
de todas las huellas fabulosas
que inventa por insomnio
en las crecientes de la Luna.
Ayer bajó hasta manteles y abstraído
se hizo porcelana de una taza.



Aquí estoy, sentado en un apartado rincón de este oscuro y lúgubre tugurio atestado de humo, sumergido en un denso olor a azufre y sudor, inmerso, pues, en una atmósfera casi irrespirable... para cualquier organismo que no tenga nuestra extraordinaria e irreductible constitución.
Se supone que no podría estar sentado, me lo debería de impedir mi fisionomía reptilesca... Aún así, lo estoy; he logrado, con gran habilidad no exenta de gracia, acomodar mi coriáceo trasero sobre la cola enroscada en espiral, a modo de retráctil cojín espinoso, hasta lograr una airosa posición sedente que es la admiración de mis colegas; de hecho todos me imitan, si bien, no todos lo logran con mi grácil soltura. Tanto tiempo con los humanos es lo que trae: acaba uno por adquirir sus costumbres, por más imbéciles que éstas sean.
Este mismo local, en el que ahora me encuentro, no es sino un remedo de esos clubes nocturnos donde ellos, los humanos, se recluyen por las noches para olvidar lo que no hicieron por el día... y lo que tampoco harán durante la noche. Suelen ser antros de luz escasa, como grutas de murciélagos, acogedores de almas en pena y con cierto aire clandestino; llenando el ámbito sonoro, invariablemente, suena música de jazz o blues, o melodías underground de atrabiliaria inspiración urbana; su ambiente: el humo del tabaco, ya condensado y fraguado en pátina que reviste como una segunda piel las paredes y el ajado mobiliario, mezclado a un odorífero y pastoso cóctel de alcohol y miasma humano en estado de putrefacción.




En nuestro caso, el Dragon Jazz es un establecimiento en muchos aspectos bastante original.
Como su nombre indica, el jazz es su santo y seña musical, aunque las notas melancólicas y tribales del Memphis o el Chicago blues también tienen su lugar en las noctámbulas sesiones. Esto sería lo normal; en cambio, a estas dos afro-americanas propuestas, se suman frecuentemente los sonidos minimalistas y las melancólicas corales de un Arvo Pärt o un Górecki, o, incluso, el dodecafonismo de un Schoenberg, o el micropolifonismo de un Ligeti, sin olvidar, huelga decirlo, al dramático Wagner de Der Ring des Nibelungen, lo que no deja de ser, cuanto menos, una singular extrañeza; extrañeza demandada por la no menos extraña clientela que frecuenta el local.
Otra singularidad es la ubicación, pues el Dragon Jazz es ubícuo. Sí, sí, se encuentra en cualquier lugar de cualquier tiempo; lo mismo en la Quinta Avenida neoyorkina durante el Crack del 29, que en el Soho londinense de los 60, en el parisino Bulevar Saint-Germain en Mayo del 68, o en el Madrid de los Austrias en tiempos de la movida madrileña; en los barrios que concitaban salones de opio del Shangai británico en el siglo XIX, en las brumosas marismas de Edo del Shogunato Tokugawa, o en un suburbio del Teotihuacan pasmado por aquellos centauros de oriente que llegaron cabalgando los mares. ¿Cómo es eso posible? Lo es si uno está familiarizado con la Teoría Unificada, cóctel formado por el solapamiento de la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica, y gracias a la cual podría explicarse y determinarse la existencia de diversos planos dimensionales en un mismo "punto espacio-temporal".





Pero... lo que dota de esencial originalidad al Dragon Jazz no es su ecléctica oferta musical, ni su ubicación, ni su arquitectura; lo que de verdad hace único este mítico lugar es su increíble y misteriosa concurrencia, entre la que me cuento. Nuestra existencia tiene un origen diverso, múltiple, multicultural; nuestra estirpe ha ido creciendo al mismo tiempo que el hombre se ha ido diversificando, cultura tras cultura, época tras época. Ya lo he dicho, los destinos están indisolublemente unidos, el nuestro al del Ser Humano, a quien debemos -digámoslo ya- nuestra fantástica razón de ser. Efectivamente, somos... Dragones. Los míticos, legendarios y tópicos dragones.
Entre nosotros los hay pendencieros y benefactores, larguiruchos como serpientes, o mastodónticos como elefantes; los hay alados y sin alas, lampiños y con ralas y largas barbas canosas; casi todos portamos garras afiladas y una dentadura que envidiaría el mismísimo Tiranosaurus Rex; nuestra piel puede ser córnea, formada por escamas, o rugosa y gruesa como el desierto cuarteado; habitualmente gozamos de un aspecto de lo más terrorífico, pero algunos sabemos sonreír con lo que nuestras facciones se dulcifican y adquieren la desconcertante dimensión de la caricatura. Además, muchos podemos arrojar llamas por la boca y humo por las narices sin necesidad de beber alcohol de alta graduación, al que, no obstante, solemos ser bastante aficionados -también nuestra conciencia necesita olvidar, sobre todo cuando la propia existencia peligra, pues parece que hayamos perdido ya todo interés para nuestros creadores.


Mas, a pesar de las adversas expectativas, aún hay quien se atreve a evocarnos, o quizás debiera decir, convocarnos, pues nos nombra para que acudamos al ensalmo cargados de sentido; un sentido que solo nosotros podemos aportar, sugerir, inspirar.
Tomemos el ejemplo del Poema 45 que abre este post. En él, la Dama Beatriz nos convoca para transmitir una imagen que habita en su mente, que a su vez es reflejo de un estado emocional emitido por su alma, que a su vez es movimiento primordial e indeterminado de su espíritu. ¿Cómo realiza ese trabajo de revelado espiritual sin emplear mil palabras, para, a pesar de ello, no poder siquiera asirlo? Pues, elige una metáfora, una alegoría, que tiene por protagonista a uno de nosotros, a nuestra estirpe personificada en uno solo, que aportará la riqueza significativa que, ésta sí, dará cuenta de aquel íntimo escalofrío. Habrá, no obstante, que seguir la estela ondulante de sus versos, sus cesuras, su métrica irregular, su estilo de cascada consecutiva, para hallar el sentido detrás de lo no dicho. Y lo hace, además, con un brindis humorístico -hay dragones a los que les encanta el humor, son los dragones jocosos, que decimos-.
En fin, puede que todo haya sido simplemente producto de uno de esos momentos de duermevela tras una sustanciosa comida, al que ha seguido, final merecido, un aromático café de Colombia servido en una vajilla de porcelana china decorada con un dragón estampado en oro.
De todas formas, ahí está la alusión, la invocación, el conjuro que nos hace aparecer y con él nuestra divulgación, cabe decir, nuestra pervivencia. Gracias, Dama Beatriz por rescatarnos del inmerecido olvido.

-.-


Volviendo al Dragon Jazz. Siendo como es hoy un día señalado, una especie de fiesta party a la que están convocados todos los dragones que en el mundo son, han sido o serán (Teoría Unificada habemus), es una ocasión inmejorable para pasar lista y, al menos someramente, realizar una semblanza que dibuje un mapa realmente fantástico de nuestro legendaria existencia.
En el periférico y privilegiado lugar en que me encuentro, desde el que domino la vista de todo el local -siempre de espaldas a la húmeda y enmohecida pared-, y mientras escucho el hipnótico minimalismo sacro de Tabula Rasa, de Arvo Pärt, iré enfocando mi atención sobre cada uno de estos, mis, congéneres para, a pesar de que su ominosa presencia habite el humano inconsciente colectivo, alumbrar facetas de su fabulosa personalidad quizás no suficientemente conocidas.
Pero eso será en un siguiente post...

-o-o-o-

domingo, 10 de abril de 2011

Primavera (5): Poemas de la Consagración. 2ª Parte




La facultad de crear nunca se nos da sola. Va acompañada del don de la observación.
El verdadero creador se conoce en que encuentra siempre en derredor, en las cosas
más comunes y humildes, elementos dignos de ser notados.

Un compositor preludia de igual modo que un animal hurga. Uno y otro hurgan
porque ambos ceden a la necesidad de buscar. ¿A qué responde esta
investigación en el compositor? ¿A la regla que lleva en sí como
penitente? No: es que anda en busca de su placer.

La facultad de observar y de sacar partido de sus observaciones
no pertenece sino a aquel que posee, al menos en el orden de su
actividad, una cultura adquirida y un gusto innato.

Poética Musical. Igor Stravinsky

Culmina esta serie dedicada a la más original, influyente y polémica obra maestra de Stravinsky con la 2ª Parte de los Poemas de la Consagración. En ella, Héctor Amado, abandonando el estilo cuasi onomatopéyico o imitativo de la versión original, más ceñido a la partitura y la coreografía de la 1ª Parte, nos presenta una sucesión de imágenes que intentando describir figuras musicales y evoluciones del ballet enfoca su atención en el significado del mito, en la emoción de la sugerencia, procurando crear un mundo de sensaciones, en lo posible, análogo al que la música en acción nos describe.
La estructura, así, en esta ocasión, se ordena en estrofas -sextetos- en las que se procura crear, con cada verso, una imagen significativa, a modo de pizzicato sugerente; otra forma de honrar el estilo de la obra con sus armonías inarmónicas, disonancias, síncopas, efectos tímbricos irregulares, compases encabalgados, tonalidades abruptas.
Deliberadamente constante el metro, de vez en vez la rima aparece para dar sensación de melodía... para desaparecer después engullida, de nuevo, por el verso libre. Solo al final, en la Danza Sacra de la Elegida, hay un intento, en la barahúnda de la convulsión, de juego de asonancias y consonancias, de un ordenamiento del desorden aparente, culminando de esta forma, lo que Stravinsky nos ha venido diciendo -y consignado en la magistral obrita Poética Musical, que recomiendo vivamente-, a cerca del orden necesario, si bien invisible, donde se encontraría la verdadera libertad del ser humano. Sólo en base a la cultura adquirida y al gusto innato -pero entrenado- este demiurgo, hacedor de universos y mitologías, puede crear desde la libertad.
La música sería el caso más paradigmático, pues su sistema tonal y de escalas y su preceptiva armónica así lo demandan. En la aparente confusión de notas solapadas de la Consagración se halla, quizás mejor que en ningún otro lugar, un modelo de ese otro que, oculto, está determinado por las leyes que ordenan el universo.

Solo añadir que estoy con Héctor en la predilección por la 1ª versión, la original de Nijinsky, en lo referente a la ilustración coreográfica de la composición musical. El hecho de que la partitura siga estimulando la creatividad de los coreógrafos se debe más al valor intrínseco de una música que es heraldo y reflejo de una época que a las motivaciones que llevaron a su autor a componerla. Como dice una querida amiga -y que tan bien señala el Cartero a Pablo Neruda en la película de igual nombre-: el creador, en el momento que realiza una obra y la lanza a las procelosas ondas de la humanidad deja de ser su propietario, cediendo sus derechos de exclusividad significativa en favor de la interpretación que cada cual le otorgue según su criterio, momento o necesidad, donando su creatividad a la creatividad ajena, con lo que la humanidad se verá, así, enriquecida.

Por tanto, ya la Primavera Consagrada, florezcamos a su sombra -luminosa- con el ímpetu que en su discurso nos muestra, con la exuberancia conque sus notas germinan y con la voluntad de su incontenible impulso creador.



PARTE II
El Sacrificio

Introducción
Tras la exaltación, el crepúsculo
llega en sonoro cortejo
de sombras alargadas;
ya el carro de fuego
se aleja, ofreciendo
firmamento a la luna
que bañará de plata
el sagrado escenario.

Moles en mágico circo,
telúrico altar figurado,
se abren al oculto sentido.
Testigos de piedra, los dioses,
estarán convocados
al expiatorio ritual.

Es teatro de arcanos oficios,
donde lo humano se entrega
al culto divino inventado.
Las estrellas asisten,
testigos de fuego, al drama
de la danza votiva.

Se acercan, silenciosas,
sombras de luz en la noche
palpitando temores;
se disponen a la ofrenda
con alas en sus pies
y teas en sus frentes.



Círculos Misteriosos de las adolescentes
Dispuestas giran en círculo,
bacantes de la noche,
las vírgenes pisando lindes.
Al trémolo responden,
del fagot, con grácil latido
de sus cuerpos sutiles.

Dibujan en la luna signos
de un código arcano
escrito en senderos elípticos;
el girar de los astros
en círculos misteriosos
proclama su cifrado fluir.

Orbitan los sentidos
-siderales infinitos-
en cuerpos de mujer.
Núbiles nebulosas
donde el mito se remansa
preñado de leyenda.

Los cornos indican
la vuelta al eterno girar
de cuerpos adolescentes;
las turgentes formas
describen el ámbito
de la catártica escena .



Glorificación de la Elegida
De lo indistinto arrojada,
radiante estrella Elegida,
al centro de la ceremonia
sujeta quedará a golpes
de retumbante timbal
sobre el ara del sacrificio.

Le sirvan los cantos de gloria
para enjugar la desdicha
de ser pábulo del dios,
concubina de su lujuria,
al que llegará, danzando,
virgen bañada en sudor.

Por la aclamación embriagada,
mira, mientras le bailan
girando, siempre girando;
al ritmo vivo los saltos
se suceden sin sosiego
de compases sincopados.

Marcan acordes de viento,
secundados por las cuerdas,
de la invocación el momento:
aquellos que nunca mueren,
memoria de todos los vivos,
citados serán al rito.



Evocación de los Ancestros
Capullo abriéndose en la noche,
la tradición convoca
a los venerados ancestros.
Flor de rayos luminosos
divergen de la Elegida
percutiendo el dintel del tiempo.

Se abre el círculo en sus ángulos
delineando sobre la tierra
más apacibles cuadrados;
geometría de una cultura
que rinde culto a los muertos
y a los vivos reza ensalmos.




Acción Ritual de los Antepasados
Acuden al reclamo,
testigos necesarios,
los ancestros al ritual;
a reiterados acordes
de staccatos aparecen:
pulso atávico y tribal;

con alma de oso tocados
y las barbas de ceniza
de hogueras ha tiempo extintas,
forman corros cuando danzan
mientras escarban el suelo
en simbólica señal.

El viento modula designios:
gorjean fagots y oboes,
silban flautas y flautinos,
cantalean clarinetes,
y truenan tubas y trompas,
en disonante armonía.

Vuelve el pulso a percutir,
con medida parsimonia,
el girar de los ancestros.
A contemplar se disponen,
ojos ávidos de fuego,
la danza de la Elegida.



Danza Sacra (La Elegida)
Timbales, cuerdas y viento
elevan a la Elegida;
piruetas en el aire
traza el cuerpo de la ofrenda:
junco de esbelto talle
cimbreando las miradas...

Con la mano toca el suelo,
caricia al dios ofrecida,
mientras la otra al cielo eleva;
después, agita sus alas
como brazos encantados
ciñendo en vano la vida .

Danza de muerte sagrada,
de vida para los vivos,
desdichada afortunada:
brinca, ondula, gira, el mito
representa, enajenada,
con acordes compulsivos.

Al dios por fin ya se entrega,
y el aliento exhala al ritmo
de movimientos convulsos;
fecundado está Jarilo
con la savia de la virgen
culminándose así el rito.



-o-o-o-