sábado, 29 de septiembre de 2012

María Magdalena: Equívoco y Misterio (2)


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Y Jesús les dijo: "mi esposa..." 
Evangelio de la esposa de Jesús.

Uno de sus discípulos , el que Jesús amaba, estaba a la mesa  al lado de Jesús.
Jn, 13:23


Introducción
En diciembre de 2011 di comienzo a una serie sobre la controvertida figura bíblica de la conocida con el nombre de María Magdalena, María de Magdala, o, simplemente, La Magdalena. Entonces no sospechaba siquiera que diez meses después, por uno de esos caprichos del destino, sería motivo de candente actualidad (mitigada por la crisis, obviamente). He de precisar que cuando digo "controvertida" aludo al ámbito de la tradición cultural cristiana, ya que más allá, ese nombre y quien lo encarna, poco o nada diga (acaso en las vecinas culturas judías o islámicas, pero más por contagio o vecindad que por importancia). Sugerente como pocos, atractivo y misterioso a un tiempo, este personaje, al que la tradición historiográfica coloca en un lugar secundario en la vida de Jesús de Nazaret, goza de una espléndida salud hoy día. Si bien, en realidad, y como resultado de ese oscuro objeto de misterio que la envuelve, nunca ha dejado de estar en candelero. El enigmático halo que la nimba es demasiado ostentoso, demasiado clamoroso su silencio, asaz insidiosa la sugerente seducción que desprende. 
Hace una semana, el 18 de Septiembre pasado, una noticia saltaba a todos los medios informativos del mundo: se daba a conocer públicamente el descubrimiento de lo que tiene todos los visos de ser un antiguo evangelio cristiano procedente de Egipto. Unas pocas palabras en un fragmento de papiro hasta ahora desconocido parecen proporcionar la primera evidencia de que Jesús podría haber estado casado. El hallazgo fue anunciado por Karen Leigh King, prestigiosa profesora de la Harvard Divinity School, tras haber sometido el fragmento a las pertinentes pruebas de autenticación, durante la celebración del 10º Congreso de Estudios Coptos, celebrado este año en Roma y auspiciado por el Institutum Patristicum Agustinianum del Vaticano. 
Como era de esperar, esta "prueba" ya está siendo descalificada desde los más diversos ámbitos eclesiásticos. Es cierto que el fragmento (del tamaño de una tarjeta de visita) no contiene más que ocho líneas incompletas, escritas en copto (que era la lengua utilizada por las comunidades cristianas de raigambre griega en Egipto), pero no lo es menos que las referencias que allí se hacen están en línea, y corroboran, lo que ya se dice en otros evangelios, mejor conservados y más completos, considerados como apócrifos y/o gnósticosel Evangelio de María, El Evangelio de Tomás y El Evangelio de Felipe. Esta semejanza es la que aboga por una datación del documento original en torno al siglo II, siendo, ésta ahora encontrada, una traducción copta -del original griego- del siglo IV, muy probablemente formando parte del corpus textual de la doctrina de Cristo en una comunidad cristiana primitiva que defendía el papel activo de la mujer en la labor apostólica, reflejo -atestiguaban- del que el mismo Jesús otorgara, y que el cuarto evangelio -el atribuido a San Juan- recoge con profusión aunque con cierta confusión, en la persona de María Magdalena.
En el recién hallado y ya cuestionado fragmento se desarrolla, parece ser, una conversación de Jesús con sus discípulos, y en ella hay dos menciones a su madre y una a su esposa (se dice textualmente: "Jesús les dijo, mi esposa..."). Además, allí también los discípulos discuten si "...María es digna...", a lo que Jesús responde "...ella puede ser mi discípulo", por lo que puede especularse, con cierta verosimilitud, con la posibilidad de que se refiera a María Magdalena. Para más inri, Karen L. King y Anne Marie Luijendijk -colega suya en el Departamento de Religión de la Universidad de Princeton- han bautizado el hallazgo, a título de referencia, como El Evangelio de la Esposa de Jesús, pues creen firmemente que ésta no es sino una muestra de un nuevo evangelio.

La polémica está servida, y a pesar de que son 17 siglos* de tradición apostólica y bíblica canónica en que se ha defendido, sancionado y promulgado el celibato de Jesús** y la exclusividad masculina del sacerdocio, el cuestionamiento de que es objeto hoy día la Iglesia*** favorece que cualquier noticia que ponga en tela de juicio el corpus que sostiene el entramado teórico en que se funda su tantas veces equívoca razón de ser sea acogida con interés y expectación, cuando no con regocijo. 
Ciñéndonos únicamente a este solo hecho (pues una exégesis o crítica pormenorizada de la doctrina católica ni cabría ni es el objetivo de esta serie sobre la figura de La Magdalena), el de la presencia e importancia de lo femenino en la vida de Jesús, su protagonismo y su función apostólica, podemos sostener que hay mucha tela que cortar y perspectivas plausibles que considerar. Entre ellas que María de Magdala fuera el discípulo que amaba Jesús, citado en el IV evangelio, quien fuera, además, figura preeminente entre los apóstoles (enfrentada a Pedro, que la cuestionaría como apóstol, tan judaico él, ceñido a la tradición... masculinista); o que la comunidad formada por Juan, María -la madre de Jesús- y María Magdalena, entre otros, tras la crucifixión y resurrección de Cristo, se desplazaran a Siria, primero, y Éfeso, después, donde fundarían la Comunidad Joánica (nombre tomado del Evangelio con el que se identificaban) que tantas diferencias tendría frente a la apostólica (la constituida por Pedro y el resto de los Once), tanto en la conservación como en la interpretación de la doctrina de Cristo; incluso que el mismo evangelio atribuido a S. Juan, en su origen, antes de adaptarse a las exigencias normativas canónicas de una Iglesia unificada, fuera un texto inspirado por María Magdalena. Es conveniente recordar que una mentira no se hace verdad por el solo hecho de ser repetida millones de veces, ni tan siquiera por hacerlo durante casi dos mil años.
A los escépticos, que puedan dudar (aquí sí) de las teorías conspirativas, les recordaría que el verdadero pilar de la Iglesia Apostólica (y, por tanto, cabeza fundamental en la orientación del corpus canónico de la misma), el converso Pablo de Tarso, decía lindezas de este tipo, en relación al papel de la mujer:

"Como es práctica habitual en todas las iglesias, las mujeres deben estar calladas en las asambleas. No les está permitido tomar la palabra, deben permanecer sumisas. Como dice también la Ley. Si quieren aprender algo, que pregunten a sus propios maridos en casa, pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea " (Cor, 14:34-36)
"La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio". (Tm, 2:11-12)

Con estos mimbres, ¿Qué se puede esperar de toda consideración hacia la mujer como ente activo dentro de la función evangélica y apostólica?
Otro dato curioso es que las mujeres, que en todo momento están presentes en la vida de Jesús, lo siguen, conversan con él, e incluso éste las privilegia, bien ante la deriva machista de una sociedad sexista que culpabiliza lo femenino (caso de la adúltera que está a punto de ser lapidada), bien en el momento de elegir a quién presentarse en primer lugar tras su resurrección -María Magdalena-, convirtiéndola así en apostola apostolorum (la apóstol de los apóstoles), cuando éste desaparece, también lo hacen ellas de la escena activa. No hay mención de la mujer en el papel activo de los hechos de los apóstoles. Habrá que esperar al martirologio para que su figura pueda ser reivindicada.
Se podría decir (y a la vista está) que la Religión Católica, amparada, fundamentada y fundada en la autoridad patrística, "goza" de una característica similar al de las otras dos religiones del tronco común (Judía e Islámica) en lo referente al trato y papel de la mujer: secundario y postergado. La Reforma de Lutero y Calvino vino a poner paños calientes a lo que es un contrasentido con la doctrina de Jesucristo (cuando no con el sentido común), tanto en ésta como en otras cuestiones Cristológicas.
Concebir y elevar a una mujer al rango divino -María, madre de Jesús- sólo podía hacerse desde su inmaculada concepción, un ser sobrenatural que es engendrado directamente por Dios, no mediante la sucia intervención fricativa del hombre, por eso se la haría Virgen y Madre. Sólo así podía ser madre del Hijo de Dios, sólo así podía tener el lugar de privilegio que tiene en el panteón Católico (que no genéricamente cristiano). Teniendo en cuenta este órdago a la grande ¿cómo aceptar la posibilidad de una esposa de Jesús? ¿Cómo aceptar la humanidad sin paliativos de Jesús? Ello sería herejía, y, como tal, merecería el selectivo trato otorgado por los Detentadores de la Verdad de la Iglesia ya aplicado a quienes así lo sostuvieron en el pasado. Si aún hoy día se niega a la mujer el derecho al sacerdocio -es decir a servir de intermediario entre Dios y los hombres-, en concordancia con leyes judáicas proto-históricas, defendidas fervorosamente por tantos santos y fundamentales varones como San Agustín o Santo Tomás, ¿cómo se va a admitir un papel activo y decisivo de María Magdalena como apóstol, tanto en vida de Jesús como en posteriores comunidades cristianas primitivas? Si el Redentor intentó enmendar en este punto la Ley (del Pueblo Judío), sus seguidores lo impidieron, abortando cualquier intento en este sentido.

* Desde el Concilio de Nicea, del año 325, que sancionó la divinidad de Cristo.
** Y, por ende, el de los ministros de la Iglesia.
*** Debido a: su tendenciosa e hipócrita interpretación de la doctrina de aquel hombre, que, parece ser, nació y vivió pobremente, predicó una doctrina de amor y pobreza y murió en la cruz -por ello; su pasado histórico nada halagador, en que las tortuosas sombras arrojadas por las llamas de la intolerancia, las luchas de poder y la beligerancia son más negras que luminosas las luces de su labor pastoral y ecuménica; unido todo ello a un presente en que han proliferado las corruptelas financieras y comportamientos socialmente reprobables de quienes debieran ser ejemplo y modelo, que han socavado enormemente la autoridad ética de la Santa Institución.
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RELATO: El Discípulo Amado

Me encontraba en un punto muerto. Un año y medio después de haber comenzado mis investigaciones estaba en un callejón sin salida, de bruces contra un oscuro muro que se levantaba hacia lo alto y se perdía a uno y otro lado. Fue entonces cuando llamaron a la puerta de mi habitación del hotel en que me hospedaba en Alejandría. Un rapaz con más pinta de adolescente que de hombre, con los rasgos característicos de aquella milenaria raza de piel cobriza y cabello negro ensortijado, nariz recta y larga, boca grande, de labios carnosos, y ojos de un negro más profundo que un hermético misterio, me miró de arriba abajo antes de preguntar;
--¿Es usted quien busca papiros antiguos?
Tras contestarle afirmativamente, me dijo que tenía algo en su poder que podía interesarme. Desde el umbral me enseñó ese algo que llevaba en una bolsa: era un pequeño ato de fino lienzo de algodón, lo desplegó y apareció un trozo de lo que parecía un papiro. Lo invité a entrar. Examiné el fragmento a la luz del sol con una lupa, mientras el muchacho me miraba con una mezcla de curiosidad y desconfianza. No parecía una de esas burdas copias con que los desaprensivos intentan engañar a los buscadores de tesoros poco avisados. Quien lo hubiera enviado sabía que yo no era uno de ellos. Aquel pedazo de papiro tenía toda la apariencia de ser auténtico; en él había consignado un texto inconfundiblemente copto. El carácter desvaído de los caracteres lo hacía casi ilegible en un primer vistazo, pero, a pesar de ello, la palabra María era perfectamente distinguible.
--¿Hay más? --le pregunté a mi vez.
--Oh, sí. Muchos más, en pliegos enteros. Esto es una muestra --me contestó aceleradamente, abriendo mucho los ojos. Se le notaba el entusiasmo; atisbaba ya el posible negocio.
Me remitió a una tienda de antigüedades sita en una de las varias callejuelas enclavadas alrededor de lo que fueron las catacumbas de Kom el Shukafa. Allí me enseñarían el resto.
Antes de ir llamé a la Universidad; les puse al corriente de la posible oferta y sondee su disponibilidad financiera. Me respondieron que si confirmaba su autenticidad no habría problemas, salvo si la cifra pedida fuera disparatada.

No me resultó difícil hallar el lugar pese al laberíntico trazado: una gran estela jeroglífica sobre el dintel de la puerta hacía las veces de rótulo del local. Sendas plantas de Cyperus Papyrus flanqueaban la entrada a un antro oscuro que daba paso a una fresca y amplia sala, leve y mágicamente iluminada por exiguos tragaluces abiertos en el techo abovedado. La atmósfera allí dentro no podía ser más irreal. Un denso perfume a bálsamo y tiempo detenido le hacían sentirse a uno como si hubiera penetrado en el interior de un mausoleo o accedido a una de esas cámaras mortuorias insertas en el interior de una pirámide. Al poco, y cuando mi vista se hubo acostumbrado a la penumbra, me vi rodeado por una ingente cantidad de objetos diversos aparentemente acumulados de forma desordenada: ánforas, palanquines, candiles, herramientas y aperos de labranza, máscaras mortuorias, mesas y sillas lacadas, piezas de armadura metálica entramada a lino trenzado, arcos y carcajs con flechas, estatuillas representativas de los muchos dioses antropomorfos del panteón egipcio... En fin, todo un cúmulo de cachivaches dignos del más fantástico bazar.
Del fondo de aquella penumbra surgió una figura grande y pesada. Su apariencia se antojaba la de uno de aquellos eunucos al servicio personal del faraón: el chambelán de palacio, el jefe de la guardia o un cortesano sacerdotal. Tras saludarnos (aún recuerdo sus manos regordetas y sudorosas) me invitó a seguirle. Desanduvo el camino que había traído y ambos accedimos a una especie de despacho, mejor iluminado que la sala que habíamos dejado atrás. Me ofreció un té helado al tiempo que me señalaba la mesa que ocupaba el centro de la estancia. Él se volvió hacia la pared, accionó un resorte oculto y lo que parecía una superficie de estuco desvencijada se convirtió en un mural compuesto de anaqueles rebosantes de legajos apilados. Extrajo uno y lo puso delante de mí sobre la mesa. Parecía una especie de códice; tenía las pastas de cuero reseco que se cerraban con tiras del mismo material con dos lazadas; sus hojas eran indudablemente de papiro, un papiro muy antiguo a simple vista, y muy semejante a la muestra que el rapaz enviado me mostró en el hotel. Lo abrí: el texto, obviamente copto, en este caso era más legible, estaba mejor conservado. Saqué la lupa y me dispuse a leer...

La paz sea contigo
TEXTOS FUNDACIONALES DE LA COMUNIDAD CRISTIANA ALEJANDRINA
La Palabra y las obras del Hijo de Dios
Testimonio del discípulo a quien amaba Jesús

No pude evitar el sobresalto. Allí lo tenía, ante mí, lo que tanto había estado buscando. Solo faltaba comprobar su autenticidad. A simple vista, por el tipo de material, la grafía y el estilo, su semejanza lo asimilaba a los textos descubiertos, en 1945, en Nag Hammadi, 760 km corriente arriba del Nilo, a menos de 50 km, en línea recta, de Luxor. Pregunté al hombretón si procedían de allí. Me lo negó con la cabeza, añadiendo que no me podría precisar la procedencia. Volví, no sin cierta contrariedad al texto...

"En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella nada se hizo. Lo que se hizo en ella era la vida, y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron." 

¡Esto era el evangelio de Juan! No me lo podía creer. ¿"Comunidad Cristiana Alejandrina"? ¿Textos Fundacionales? ¡Calculando por lo bajo este texto pudiera ser una copia copta de un original griego, datado pues, aproximadamente, hacia el siglo II! El hombretón, calvo, con el cráneo como una bola de billar, exhibiendo una extraña sonrisa se acercó y me indicó una página hacia el final del códice. Leí:

"Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero".

Es decir, el penúltimo párrafo del evangelio canónico, que aquí... ¡era el último!. Lo más sorprendente es que debajo de este párrafo figuraban unos nombres a modo de firmas en un acta notarial:

María  -  María de Magdala  - Juan, hijo de Zebedeo  - Juan el presbítero

Esto era demasiado bueno para ser cierto. Mi gratificante sorpresa no pasó desapercibida para aquel negociante grandullón, pues cuando lo miré la sonrisa se había estirado de oreja a oreja y en su ojos se podía escuchar el tintinear del dinero.
Sopesé la certidumbre de aquel descubrimiento. Allí estaba la prueba de la constitución de la Comunidad llamada Joánica, la formada por los arriba firmantes, entre los que se encontraría al que debe el nombre, el Apóstol Juan. Mas el misterio de la identidad del "discípulo a quien Jesús amaba" aún no estaba aclarado: ¿Sería Juan mismo? ¿Acaso María de Magdala? ¿Una figura inexistente, un modelo, una representación mistérica de significado gnóstico ?
Por lo visto hasta aquí (inicio y final) un hecho era indiscutible: la presencia, implicación e importancia de las mujeres en aquella primitiva comunidad.
Pero eso no parecía ser todo. Mi anfitrión volvió a dirigirme hacía otra página, esta vez del interior del texto (las tenía marcadas con pequeñas cañas de paja). Volví a leer:

"Jesús se turbó en su interior y declaró: 'En verdad, en verdad os digo, que uno de vosotros me entregará'. Lo discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: 'Pregúntale de quién está hablando'. Ella, recostándose sobre el pecho de Jesús, le preguntó: '¿Señor, quién es?'.

Me quedé petrificado. ¿Ella? ¿Ella? Volví a leer... No cabía duda, el pronombre era femenino. ¿Se trataría de una errata? Demasiado ostentosa para dejarla ahí. A la primera lectura se hubiera descubierto el error y se habría enmendado. No, no. Si el pronombre era femenino, era porque... el discípulo a quien amaba Jesús era... ¡una mujer! ¿María Magdalena? ¿Habría más discípulas que el corpus canónico había silenciado? ¿Como se explicaba sino la preeminencia y privilegio concedidos por Jesús a la de Magdala, sustanciados en el hecho de ser a quien primero se apareciese tras su Resurrección? Y no sólo esto, sino que la erigiese en heraldo de su buena nueva, es decir de apóstol de los apóstoles? 

"Jesús le dijo: 'María'. Ella se volvió y le dijo en hebreo: 'Rabbuni' --que quiere decir "Maestro"--. Replicó Jesús: 'Deja de tocarme'*, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios'. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: 'He visto al Señor', y les repitió las palabras que Jesús había dicho.
* Noli me tangere

--Es suficiente --me dijo, al fin, el hombre, cogiendo el legajo y devolviéndolo a su lugar en el anaquel y cerrando después aquel trampantojo.
La cifra pedida fue desorbitada. Le contesté que no podría adquirirlo. Me contestó que sería una lástima, pues había más compradores. No lo podía creer. Lo había tenido en las manos, la prueba que llevaba años buscando. Al menos para realizar un estudio más pormenorizado y confirmar o descartar la verosimilitud de aquel documento y su cotejo con una realidad aún, y a pesar de todo, envuelta en el misterio. Un tesoro como aquél, aunque se tratara de un apócrifo, uno más, como documento histórico poseía un gran valor. Además, quizá en aquellos anaqueles hubiese otros tesoros por descubrir.
Lo más extraño de todo es que cuando al fin encontré financiación y volví a Alejandría, no pude encontrar aquella tienda de antigüedades. Parecía haberse disuelto en el insalubre aire de aquel laberinto de callejuelas. Ni la estela jeroglífica, ni las plantas con las que se elabora el papiro. Nada. Pregunté y nadie conocía a un hombretón corpulento, calvo, con la cabezota como una bola de billar. Se había esfumado sin dejar rastro. A veces dudo si realmente existió o todo fue un sueño. Si no fuese por aquella caña de paja que apareció en el bolsillo de mi camisa...

Fin de El Discípulo Amado
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GALERÍA

María Magdalena. Iconografía 2
(1510-1575)


Magdalena en un paisaje. Adriaen Isenbrandt (1510-1525)
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Santa María Magdalena. Maestro de la Magdalena Mansi (1525)
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Santa María Magdalena. Maestro de la Magdalena Mansi (1525)
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La Lamentación de Cristo. Maestro de la Magdalena Mansi (1505-1530)
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María Magdalena. El Maestro de la Magdalena Mansi (Atribuido)
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Mary Magdalene. Netherlandish, 1530 (National Gallery. London)
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María Magdalena llorando. Anónimo Flamenco (s XVI)
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Magdalena leyendo. Anónimo Flamenco s XV-XVI
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María Magdalena leyendo. Maestro de la Mujer de Medio-Cuerpo (s XVI)
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Noli Me tangere. Correggio (1489-1534)
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La Magdalena.  Correggio (1489-1534)
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María Magdalena Leyendo. Ambrosius Benson(1490-1550) (1)
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Mary Magdalene Reading. Ambrosius Benson(1490-1550) (2)
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Mary Magdalene. Ambrosius Benson (1490-1550) (3)
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Mary Magdalene Reading. Ambrosius Benson(1490-1550) (4)
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Amor Sagrado y Profano (María Magdalena). Tiziano (1490-1576) (1)
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Noli me Tangere. Tiziano (1490-1576) (2)
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Mary Magdalene Repentant. Tiziano Vecellio (1490-1576) (3)
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Mary Magdalene Repentant. Tiziano Vecellio (1490-1576) (4)
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Saint Mary Magdalene. Domenico Puligo (1492-1527)
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María Magdalena. Francesco Bacchiacca (1494-1557)
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La Virgen y el Niño con María Magdalena y un clérigo. Lucas Van Leyden (1494-1533)
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Asunción de María Magdalena. Giovanni Pietro Rizzoli Giampietrino (1495-1549) (1)
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Maria Magdalena. Giampetrino (1495-1549) (2)
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Repentant Mary Magdalene. Giampietrino (1495-1549) (3)
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St. Mary MagdaleneGiampietrino (Giovanni Pietro Rizzoli) (1495-1549) (4)
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St. Mary Magdalene. Giampietrino (Giovanni Pietro Rizzoli) (1495-1549) (5)
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Mary Magdalene. Jan van Scorel (1495-1562)
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Maria Maddalena. Michele Tosini Ghirlandaio (1503-1577)
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St. Mary MagdalenePseudo Granacci (1510)
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Christ in the House of Martha and Mary. Jacopo Tintoretto (1518-1594) (1)
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Magdalene. Tintoretto (1518-1594) (2)
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Triptyque de l'abbaye de DieleghemMaestro flamenco (1518)
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Maria Magdalena. Bernardino Campi (1522-1590)
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Mary Magdalene. Unknown Artist (Style of Andrea Solario ) 1524
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Magdalene. Master of Parrot (1525-1550) (1)
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Magdalene. Master of Parrot (1525-1550) (2)
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Magdalene. Master of Parrot (1525-1550) (3)
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Conversión de María Magdalena. Paolo Veronese (1528-1588)
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Magdalena Penitente. Paolo Veronese (1528-1588) (1)
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Magdalena Penitente. Paolo Veronese (1528-1588) (2)
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La Última cena. Juan de Juanes (1523-1579) (1)
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La Última cena. Juan de Juanes (1523-1579) (2)
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La Última cena. Juan de Juanes (1523-1579) (3)
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Saint Mary Magdalene at the Sepulchre. Giovanni Girolamo Savoldo, 1521 (Collezione Conti-Bonacossi)
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Saint Mary Magdalene at the Sepulchre. Giovanni Girolamo Savoldo, 1530 (Getty Museum, Los Angeles)
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Saint Mary Magdalene at the Sepulchre. Giovanni Girolamo Savoldo, 1535-40 (National Gallery, London)
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Saint Mary Magdalene at the Sepulchre. Giovanni Girolamo Savoldo, 1530-39 (Gemäldegalerie Berlin)
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María Magdalena Penitente. El Greco (1541-1614) (1)
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María Magdalena Penitente. El Greco (1541-1614) (2)
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María Magdalena Penitente. El Greco (1541-1614) (3)
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María Magdalena Penitente. El Greco (1541-1614) (4)
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María Magdalena Penitente. El Greco (1541-1614) (5)
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Magdalena Penitente. Annibale Carracci (1560-1609)
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María Magdalena. Jan Nagel (1560-1602)
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Santa Maria Maddalena. Piero di Cosimo (1562-1622)
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Saint Mary Magdalene in Penitence. Orazio Gentileschi (1563-1639) (1)
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Maddalena Penitente. Orazio Lomi Gentileschi (1563-1639) (2)
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Mary Magdalene. Orazio Gentileschi (1563 - 1639) (3)
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Noli Me Tangere. Abraham Janssens (1567-16432, Figures) y Jan Wildens (1585-1653, Paisaje)
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Marta y Maddalena. Caravaggio (1571-1610) (1)
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Maddalena arrepentida. Caravaggio (1571-1610) (2)
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Maddalena desvanecida. Caravaggio (1571-1610) (3)
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Mary Magdalene at the Tomb. Antiveduto Grammatica (1571-1626)
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