Génesis y Características de la obra
En torno a 1721 Antonio Vivaldi compuso los cuatro conciertos para violín, orquesta de cuerdas y bajo continuo, que componen el set conocido como Las Cuatro Estaciones. Estos cuatro conciertos fueron publicados/editados por Michel-Charles Le Cène en 1725, en Amsterdam, e integrados en la Op 8, junto a otros ocho conciertos para violín, bajo el nombre de Il cimento dell'armonia e dell'inventione (Concurso entre Armonía e Invención). Era habitual en la época agrupar los conciertos de 12 en 12 en cada Opus editado. Así ocurre, por ejemplo, con Vivaldi, en los casos de L'estro armónico (La Inspiración Armónica), Op 3 (cuatro conciertos para violín solista, y ocho en forma de concerti grossi), Doce Conciertos Op 7 (en forma de concerti solisti, diez de ellos para violín y dos para oboe, cuerdas y bajo continuo) o La Cetra, Op 9 (once conciertos para violín solista y uno para dos violines, cuerdas y b. c.).Estas tres opus también ilustran la evolución de la forma compositiva, desde el concerto grosso (pieza multi instrumental orquestal) de las últimas décadas del siglo XVII y primeras del XVIII, hacia el concerto solista (en el que la composición pivota sobre un instrumento solista; dando lugar, así, a los virtuosi). Así, la Op 3, L'estro armónico, data de 1711; la Op 7, de 1716-17; la Op 8, Il cimento dell'armonia e dell'inventione, de 1721; y la Op 9, La Cetra (La Lira), de 1727, son todas ellas conjunto de conciertos (12) para instrumento solista (frecuentemente violín, aunque también los hay para instrumentos de viento como flauta u oboe).
Estas piezas forman parte de la denominada "música programática" o descriptiva, que es aquella que tiene una intención narrativa; es decir, que tiene por objetivo evocar ideas, imágenes o diferentes situaciones reales en la mente del oyente. De hecho, Las Cuatro Estaciones tienen un soporte lírico en otros tantos sonetos dedicados a cada estación. Su autoría es discutida, aunque se suelen atribuir al mismo compositor. Lo que tampoco se sabe a ciencia cierta es si los sonetos glosaron la música a posteriori o precedieron a su composición, a modo de guía clave de los conceptos a desarrollar musicalmente.
En cuanto a la composición interna de las obras –en el caso de Las Cuatro Estaciones–, cada concierto consta de tres movimientos, de los que el primero y el último se corresponden con un tempo Allegro y/o Presto, mientras que el movimiento central suele ser Adagio o Largo (salvo en el Verano, en que combina el Adagio con el Presto).
Por su parte, los sonetos se atienen a esta triple disposición formal (tres movimientos), dando sustrato significativo a cada tempo, independientemente de su estructura estrófica (siendo, pues, unos sonetos canónicos en lo formal –dos cuartetos y dos tercetos–, pero no en la distribución textual significativa en relación a los diversos movimientos: las cuatro estrofas se dividen irregularmente entre los tres movimientos).
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Le quattro stagioni (Las Cuatro Estaciones)
Antonio Vivaldi
DISCOGRAFÍA SELECTA
Muchas son las grabaciones que sobre Le quattro stagioni se han llevado a cabo. El primer registro, a cargo del violinista Alfredo Campoli, procedente de acetatos grabados de una emisora de radio francesa, data de 1939. Pero la primera grabación discográfica como tal se realizó en 1942, interpretada por Bernardo Molinari en el sello CETRA, publicándose primero en Italia, y posteriormente, en 6 vinilos de 78 rpm, en EEUU. Esta primera versión, aunque reconocible, no cumple unos mínimos estándares de calidad.
Habrá que esperar a 1948 para que el violinista Louis Kaufmann, con la Orquesta de Cuerdas del Concert Hall neoyorquino, dirigida por Henry Swoboda, y asistidos por Edith Weiss-Mann al clavecín y Edouard Niels-Berger al órgano, grabasen la primera gran versión referencial. En tanto se estima su contribución y calidad que recibiría en 1950 Le Grand Prix du Disque francés, en 2002 fue elegida para formar parte del Salón de la Fama Grammy, y en 2003 fue seleccionada para el Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso de los EEUU.
Desde entonces se han realizado más de mil grabaciones de la obra, de las que se podrían destacar, sin pretender ser exhaustivos, un ramillete de ellas que, además de contar entre las versiones de referencia, darán una ajustada perspectiva de la interpretación que en diversas épocas y por diversos autores se ha llevado a cabo de esta celebérrima pieza barroca.
Será un grupo ya señero de la música de cámara, I Musici, quien comenzará, tan pronto como 1955, a registrar sus primeras grabaciones de la que será una de sus obras favoritas. Hay tantos registros discográficos de Le quattro stagioni de esta selecta formación como directores/violinistas solistas la han dirigido a lo largo de los años. Desde Félix Ayo (1955 y 1959) a Mariana Sirbu (1995), pasando por Roberto Michelucci (1969), Pina Carmirelli (1982) y Federico Agostini (1990); cinco versiones diferentes –que no agotan el total de las grabadas, pero que sirven como fiel panorámica– a lo largo de cuarenta años. Estas son:
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A aquella primera grabación de I Musici, de 1955, le seguiría en orden cronológico otra excelente versión, la de I Solisti di Zagreb, bajo la batuta de Antonio Janigro, contando con Jan Tomasov como violín solista, grabada en 1957.
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Tras esta última, llega la hora de los intérpretes británicos, y entre ellos hay tres versiones que destacan: la de 1969, de Neville Marriner dirigiendo a la famosa Academy of St. Martin in the Fields, con Alan Loveday como violín solista; la de Trevor Pinnock (1982) , conduciendo al no menos célebre The English Concert, formación que dispone de instrumentos originales para sus interpretaciones, con Simon Standage al violín solista; y en 1989 la de Nigel Kennedy con la English Chamber Orchestra, éxito de ventas en lo que a música clásica se refiere, con más de dos millones de copias. Estas versiones sajonas, sea como fuere, contribuyeron de manera determinante a la popularización definitiva de Las Cuatro Estaciones.
Cabe destacar otra versión historicista (con instrumentos originales), la de Sigiswald Kuijken, con La Petite Bande, de 1980 (RCA/Seon).
Por la calidad de intérprete solista, conjunto orquestal y director la siguiente versión, a cargo de Anne-Sophie Mutter, con la Wiener Philharmoniker dirigida por Herbert von Karajan, grabada en 1984, nos da cuenta de lo que es una versión formalmente academicista de la obra, donde no hay lugar a interpretaciones particulares de la partitura original, ni concesiones al sonido barroco.
Otra excelente versión academicista es la grabada en 1981 por la London Symphony Orchestra, con Claudio Abbado a la batuta y Gidon Kremer al violín solo. Excelente por lo prístina, tanto en la impecable interpretación solista como en el siempre bien medido acompañamiento, donde las cuerdas se comportan en ocasiones como verdaderos vendavales –ya azotando sonorosos, ya amainando el ímpetu–, y en ocasiones como auténticas brisas tonales –ora matizando el discurso del violín solista, ora contrastando su melodía.
Y para finalizar, una moderna perspectiva italiana de la pieza más famosa del compositor veneciano. Serán cinco formaciones musicales surgidas a finales del siglo XX, todas ellas dirigidas por violinistas italianos, casi siempre de corte historicista (disponiendo de instrumentos de la época o réplicas de los mismos), personales todos ellos, libres en su re-interpretación barroca, intentando siempre ofrecer y acercar una visión del barroco más genuino a nuestro tiempo. Las cuatro primeras son: el Concerto Italiano, de Rinaldo Alessandrini (2006); L'Arte dell'Arco, a cargo de Federico Guglielmo (2012); la Europa Galante de Fabio Biondi, de la que presentamos su versión en directo en el Festival de Nantes, de 2003; el Music Chapel Ensamble, dirigido por Giuliano Carmignola, actuación en directo en el Music Chapel Festival (Queen Elisabeth), también de 2003.
La quinta de estas versiones italianas más modernas es la de I Barocchisti, con Diego Fasolis, de 2003, que aporta aspectos diferenciales con las otras cuatro interpretaciones reseñadas anteriormente. Así: variaciones, embellecimientos y tempi propios, muy pura e intensamente barrocos, que en ocasiones nos hacen creer que nos hallamos ante una obra diferente. Curiosa versión, por libérrima, desenfadada, plena de encantador desparpajo, osada y audaz; es, cuanto menos, interesante de escuchar, y nos acerca, poco a poco, por lo desinhibida, a la original re-composición que hará diez años más tarde Max Richter.