sábado, 25 de diciembre de 2021
miércoles, 9 de junio de 2021
La Nereida (ensoñación de una mañana de primavera)
La Nereida
yes: Tales from Topographic Oceans
-o-o-o-
miércoles, 18 de noviembre de 2020
Las Cuatro Estaciones (II)... a Max Richter
Max Richter
"Recomposed by Max Richter: Vivaldi - The Four Seasons"
Estructura de la obra
Discografía
o~o~o
viernes, 13 de noviembre de 2020
Las Cuatro Estaciones (I), de Antonio Vivaldi...
Génesis y Características de la obra
En torno a 1721 Antonio Vivaldi compuso los cuatro conciertos para violín, orquesta de cuerdas y bajo continuo, que componen el set conocido como Las Cuatro Estaciones. Estos cuatro conciertos fueron publicados/editados por Michel-Charles Le Cène en 1725, en Amsterdam, e integrados en la Op 8, junto a otros ocho conciertos para violín, bajo el nombre de Il cimento dell'armonia e dell'inventione (Concurso entre Armonía e Invención). Era habitual en la época agrupar los conciertos de 12 en 12 en cada Opus editado. Así ocurre, por ejemplo, con Vivaldi, en los casos de L'estro armónico (La Inspiración Armónica), Op 3 (cuatro conciertos para violín solista, y ocho en forma de concerti grossi), Doce Conciertos Op 7 (en forma de concerti solisti, diez de ellos para violín y dos para oboe, cuerdas y bajo continuo) o La Cetra, Op 9 (once conciertos para violín solista y uno para dos violines, cuerdas y b. c.).Estas tres opus también ilustran la evolución de la forma compositiva, desde el concerto grosso (pieza multi instrumental orquestal) de las últimas décadas del siglo XVII y primeras del XVIII, hacia el concerto solista (en el que la composición pivota sobre un instrumento solista; dando lugar, así, a los virtuosi). Así, la Op 3, L'estro armónico, data de 1711; la Op 7, de 1716-17; la Op 8, Il cimento dell'armonia e dell'inventione, de 1721; y la Op 9, La Cetra (La Lira), de 1727, son todas ellas conjunto de conciertos (12) para instrumento solista (frecuentemente violín, aunque también los hay para instrumentos de viento como flauta u oboe).
Estas piezas forman parte de la denominada "música programática" o descriptiva, que es aquella que tiene una intención narrativa; es decir, que tiene por objetivo evocar ideas, imágenes o diferentes situaciones reales en la mente del oyente. De hecho, Las Cuatro Estaciones tienen un soporte lírico en otros tantos sonetos dedicados a cada estación. Su autoría es discutida, aunque se suelen atribuir al mismo compositor. Lo que tampoco se sabe a ciencia cierta es si los sonetos glosaron la música a posteriori o precedieron a su composición, a modo de guía clave de los conceptos a desarrollar musicalmente.
En cuanto a la composición interna de las obras –en el caso de Las Cuatro Estaciones–, cada concierto consta de tres movimientos, de los que el primero y el último se corresponden con un tempo Allegro y/o Presto, mientras que el movimiento central suele ser Adagio o Largo (salvo en el Verano, en que combina el Adagio con el Presto).
Por su parte, los sonetos se atienen a esta triple disposición formal (tres movimientos), dando sustrato significativo a cada tempo, independientemente de su estructura estrófica (siendo, pues, unos sonetos canónicos en lo formal –dos cuartetos y dos tercetos–, pero no en la distribución textual significativa en relación a los diversos movimientos: las cuatro estrofas se dividen irregularmente entre los tres movimientos).
~o~o~
Le quattro stagioni (Las Cuatro Estaciones)
Antonio Vivaldi
DISCOGRAFÍA SELECTA
Muchas son las grabaciones que sobre Le quattro stagioni se han llevado a cabo. El primer registro, a cargo del violinista Alfredo Campoli, procedente de acetatos grabados de una emisora de radio francesa, data de 1939. Pero la primera grabación discográfica como tal se realizó en 1942, interpretada por Bernardo Molinari en el sello CETRA, publicándose primero en Italia, y posteriormente, en 6 vinilos de 78 rpm, en EEUU. Esta primera versión, aunque reconocible, no cumple unos mínimos estándares de calidad.
Habrá que esperar a 1948 para que el violinista Louis Kaufmann, con la Orquesta de Cuerdas del Concert Hall neoyorquino, dirigida por Henry Swoboda, y asistidos por Edith Weiss-Mann al clavecín y Edouard Niels-Berger al órgano, grabasen la primera gran versión referencial. En tanto se estima su contribución y calidad que recibiría en 1950 Le Grand Prix du Disque francés, en 2002 fue elegida para formar parte del Salón de la Fama Grammy, y en 2003 fue seleccionada para el Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso de los EEUU.
Desde entonces se han realizado más de mil grabaciones de la obra, de las que se podrían destacar, sin pretender ser exhaustivos, un ramillete de ellas que, además de contar entre las versiones de referencia, darán una ajustada perspectiva de la interpretación que en diversas épocas y por diversos autores se ha llevado a cabo de esta celebérrima pieza barroca.
Será un grupo ya señero de la música de cámara, I Musici, quien comenzará, tan pronto como 1955, a registrar sus primeras grabaciones de la que será una de sus obras favoritas. Hay tantos registros discográficos de Le quattro stagioni de esta selecta formación como directores/violinistas solistas la han dirigido a lo largo de los años. Desde Félix Ayo (1955 y 1959) a Mariana Sirbu (1995), pasando por Roberto Michelucci (1969), Pina Carmirelli (1982) y Federico Agostini (1990); cinco versiones diferentes –que no agotan el total de las grabadas, pero que sirven como fiel panorámica– a lo largo de cuarenta años. Estas son:
~o~
A aquella primera grabación de I Musici, de 1955, le seguiría en orden cronológico otra excelente versión, la de I Solisti di Zagreb, bajo la batuta de Antonio Janigro, contando con Jan Tomasov como violín solista, grabada en 1957.
~o~
Tras esta última, llega la hora de los intérpretes británicos, y entre ellos hay tres versiones que destacan: la de 1969, de Neville Marriner dirigiendo a la famosa Academy of St. Martin in the Fields, con Alan Loveday como violín solista; la de Trevor Pinnock (1982) , conduciendo al no menos célebre The English Concert, formación que dispone de instrumentos originales para sus interpretaciones, con Simon Standage al violín solista; y en 1989 la de Nigel Kennedy con la English Chamber Orchestra, éxito de ventas en lo que a música clásica se refiere, con más de dos millones de copias. Estas versiones sajonas, sea como fuere, contribuyeron de manera determinante a la popularización definitiva de Las Cuatro Estaciones.
Cabe destacar otra versión historicista (con instrumentos originales), la de Sigiswald Kuijken, con La Petite Bande, de 1980 (RCA/Seon).
Por la calidad de intérprete solista, conjunto orquestal y director la siguiente versión, a cargo de Anne-Sophie Mutter, con la Wiener Philharmoniker dirigida por Herbert von Karajan, grabada en 1984, nos da cuenta de lo que es una versión formalmente academicista de la obra, donde no hay lugar a interpretaciones particulares de la partitura original, ni concesiones al sonido barroco.
Otra excelente versión academicista es la grabada en 1981 por la London Symphony Orchestra, con Claudio Abbado a la batuta y Gidon Kremer al violín solo. Excelente por lo prístina, tanto en la impecable interpretación solista como en el siempre bien medido acompañamiento, donde las cuerdas se comportan en ocasiones como verdaderos vendavales –ya azotando sonorosos, ya amainando el ímpetu–, y en ocasiones como auténticas brisas tonales –ora matizando el discurso del violín solista, ora contrastando su melodía.
Y para finalizar, una moderna perspectiva italiana de la pieza más famosa del compositor veneciano. Serán cinco formaciones musicales surgidas a finales del siglo XX, todas ellas dirigidas por violinistas italianos, casi siempre de corte historicista (disponiendo de instrumentos de la época o réplicas de los mismos), personales todos ellos, libres en su re-interpretación barroca, intentando siempre ofrecer y acercar una visión del barroco más genuino a nuestro tiempo. Las cuatro primeras son: el Concerto Italiano, de Rinaldo Alessandrini (2006); L'Arte dell'Arco, a cargo de Federico Guglielmo (2012); la Europa Galante de Fabio Biondi, de la que presentamos su versión en directo en el Festival de Nantes, de 2003; el Music Chapel Ensamble, dirigido por Giuliano Carmignola, actuación en directo en el Music Chapel Festival (Queen Elisabeth), también de 2003.
La quinta de estas versiones italianas más modernas es la de I Barocchisti, con Diego Fasolis, de 2003, que aporta aspectos diferenciales con las otras cuatro interpretaciones reseñadas anteriormente. Así: variaciones, embellecimientos y tempi propios, muy pura e intensamente barrocos, que en ocasiones nos hacen creer que nos hallamos ante una obra diferente. Curiosa versión, por libérrima, desenfadada, plena de encantador desparpajo, osada y audaz; es, cuanto menos, interesante de escuchar, y nos acerca, poco a poco, por lo desinhibida, a la original re-composición que hará diez años más tarde Max Richter.
jueves, 22 de octubre de 2020
La Belleza danza: música encarnada
Las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi –vueltas a lo moderno en una espléndida versión del compositor y pianista minimalista británico Max Richter– han servido de excusa para que Ilya Zhivoi, coreógrafo del Teatro Mariinsky, haya creado una maravilla de danzante música sustanciada en grácil y expresivo movimiento, recreando emociones al compás del significado estacional que ya Vivaldi insuflara en su composición original.
Ekaterina Kondaurova y Roman Belyakov se encargan, de forma sublime, de dar aleve cuerpo protagonista a un elenco de soberbios bailarines del celebérrimo cuerpo de baile petersburgués. Pura belleza danzante, evocadora de arcanos tiempos arcádicos, cuando gráciles ninfas y ágiles faunos encarnaban el más esbelto canon de belleza clásico que los helenos pudieran soñar desde sus apolíneas mentes.
Vivaldi-Richter-Zhivoi-Kondaurova/Belyakov-Mariinsky, son los lados de un poliedro artístico de inconmensurable belleza. Integral armonía fluyendo cual río de notas musicales encarnadas en espléndidos cuerpos expresivos. Torrente de emociones de un lirismo portentoso, donde las cadencias vivaldianas están interpretadas de modo orgánico con una fidelidad intachablemente evocadora e, incluso, seductora.
-o-
jueves, 20 de diciembre de 2018
Romance de Navidad 2018
me parecía mi pueblo
una blanca maravilla,
un mundo mágico, inmenso...
con mis blancos días sueño,
y reconstruyo en mi mente
la visión de aquellos tiempos!
Remembranza
1. El escenario
| 
Ya está aquí el severo invierno 
con su terno gris y blanco: 
densa niebla por las calles, 
fría escarcha por los
    campos. 
Imposible ver el cielo 
y aun el suelo al dar los
    pasos: 
lo que no lo encubre el
    hielo, 
de la bruma lo hace el
    manto. 
Sombras, las gentes, emergen 
y se hunden en el espacio 
sin referencias visibles 
de este contexto oceánico. 
Los sonidos, de la nada 
a la nada van, sonando: 
voces y ruidos mensajes 
de anónimos emisarios. 
Vacilantes, los olores, 
entre la niebla extraviados, 
buscan narices a tientas 
donde dar fin a su rastro. 
Los días cortos expiran 
en noches de aliento largo: 
la incertidumbre en
    aquellos, 
en estas un cierto espanto. 
Todo es sombrío y difuso, 
tenebroso y enigmático, 
este inclemente diciembre 
con que se despide el año. 
Un ambiente fantasmal 
en el pueblo mesetario 
donde, puntual a la cita, 
se desarrolla el relato... | 
...El ámbito (Mi pueblo)
| 
Villa que en otro tiempo 
fuese señora del llano, 
niñera de varios reyes 
y cuna de un infantado 
    —hay mortecina memoria 
de aquel esplendor de antaño 
en el soberbio castillo 
que corona un altozano—; 
caudal exiguo, recorre 
de sur a norte, reptando, 
un río venido a menos, 
hoy poco más que regato; 
gran plaza soportalada 
    —irregular cuadrilátero—: 
estepa rusa en invierno, 
desierto libio en verano; 
mentidero secular, 
punto de encuentro obligado 
en las fiestas y domingos 
y aun en los días de
    diario; 
magna iglesia colegial 
levanta su mole a lo alto: 
sobria corona de hierro 
ciñe a despecho del rayo. 
cinco cenobios de monjas 
    —islas de un piélago
    urbano— 
son de visita obligada 
las tardes del Jueves Santo; 
dos centros de religiosos, 
escuela de ferroviarios, 
instituto laboral 
     
y tres colegios privados; 
dos cines de sesión doble 
con nombres del mundo clásico: 
uno al heleno remite, 
el otro lo hace al romano. 
altos hornos por industria, 
por comercio buen mercado 
y cien bares por servicio 
para el ocio y el descanso; 
nudo de ferrocarril 
y estación de primer rango: 
de trenes de mercancías 
y de viajeros de paso; 
un cuartel de artillería, 
doblemente centenario, 
insufla vida a la villa 
por vía de sus soldados; 
San Antolín, visigodo 
mártir por culpa de
    Arriano, 
migró de Francia a la villa 
dándole su patronazgo; 
en campo de azur bezantes, 
en su timbre coronado, 
lema en bordura de plata: 
el escudo legendario. | 
| 
Tiene nuestro personaje: 
ojos verdes, piel morena, 
flequillo sobre la frente, 
de soplillo las orejas, 
cuerpo chico, manos grandes, 
un poco zambas las piernas 
y los pies planos de andar 
sobre sueños y entelequias. 
También tiene, semiocultas: 
turbada delicadeza, 
timidez sin cobardía, 
valentía con prudencia, 
sensibilidad sobrada, 
imaginación despierta, 
determinación dormida 
y atención en duermevela. 
     
Su mente es jaula de
    grillos, 
fantástica pajarera, 
fuente de contradicciones, 
palestra de controversias, 
proyector de mil historias, 
pantalla de mil leyendas, 
muñidora de sofismas 
y cedazo de certezas. 
Niño vemos a Rodrigo 
allá en los años sesenta: 
cuenta seis años cumplidos 
con incierta suficiencia; 
es su mundo el de los
    cuentos 
ilustrados con viñetas 
y el de las muchas historias 
que sus textos ya le
    cuentan. | 
| 
I 
Es veintiuno de diciembre, 
último día de escuela: 
en el ambiente repican 
campanillas navideñas. 
El adorno de las aulas 
es la exclusiva tarea: 
las guirnaldas de colores, 
las bolas y las estrellas 
de metálicos reflejos 
el espacio escolar pueblan; 
y en lugares preferentes, 
junto al paso de las
    puertas, 
sobre mesas guarnecidas, 
los Portales de corteza 
con el Misterio y el ángel, 
el asno, el buey y el
    cometa. 
Suena el timbre en el
    colegio, 
las vacaciones comienzan, 
y ya salen los chavales 
en turbamulta caterva: 
gritan, se empujan y agitan 
desdeñosos las carteras; 
huyen de la calidez 
y en la gelidez se adentran, 
surgen de la claridad 
para hundirse en las
    tinieblas: 
apenas es media tarde 
y parece noche entera; 
las farolas iluminan 
pobremente las aceras 
con difuminada luz 
que en la niebla amarillea. 
Pero el frío no entumece 
la infantil efervescencia, 
ni los gélidos rigores 
pueden con la escandalera: 
arden las mentes febriles 
atizadas por las fiestas, 
pasto de eufóricas llamas 
sus corazones se
    incendian... 
...Se dispersa el griterío, 
la algarabía se aleja, 
la condensada humedad 
se traga las estridencias. | 
| 
II 
De la mano de su hermano, 
a casa —y a la carrera—, 
tras cruzar la inmensa plaza 
y el puente del río, llega 
un Rodrigo emocionado 
porque sabe qué le espera: 
en el sobrio comedor 
se hará un hueco a la
    leyenda, 
a la rutina ordinaria 
se le unirá la quimera, 
y, con ellas, fantasía 
entrará en la convivencia. 
Es su hogar lo que se llama 
una casa molinera, 
anteriormente hostería 
y hoy nada más que
    vivienda. 
Tiene una zona habitada 
que comprende varias piezas 
y un corral con gallinero, 
dos cuadras y una escalera 
que conduce, a cielo raso, 
a otra zona ya desierta: 
un desván desocupado 
y una galería abierta 
que da acceso a cuatro
    estancias 
en desuso y decadencia. | 
| 
III 
Entra al comedor Rodrigo, 
mira detrás de la puerta... 
y allí está, como otros
    años, 
forrada de hule la mesa 
donde, con fidelidad, 
se recreará la escena 
del Nacimiento de Cristo 
en la Belén de Judea. 
Ya imagina el niño,
    absorto, 
cómo el vacío se llena, 
cómo la nada se colma, 
cómo el espacio se puebla: 
cómo el cielo azul se
    extiende, 
brillando en él las
    estrellas; 
cómo se dispone el río, 
cómo la mullida hierba, 
cómo el negro roquedal 
y sobre él la fortaleza, 
cómo el pardusco trazado 
de las sinuosas veredas, 
cómo las dispares casas 
de la variopinta aldea, 
y, en fin, cómo las figuras 
y el Portal allí se
    asientan. 
De la ensoñación  Rodrigo 
súbitamente despierta, 
su madre le está llamando 
para tomar la merienda. 
Mientras la toma, su mente 
ya el momento saborea 
en que, hacedor de su sueño, 
demiurgo de su quimera, 
junto a su padre y su
    hermano 
vaya a buscar las materias 
precisas para crear 
el mundo en que se recrea. | 
| 
IV 
A la mañana siguiente 
salen los tres por la
    puerta, 
bañándolos fríamente 
la bruma helada y espesa. 
La mirada alcanza a ver 
un par de metros apenas, 
mas lo inclemente del tiempo 
en su ánimo no hace mella. 
Tras recorrer campo y
    pueblo, 
de lo preciso se agencian 
para montar el Belén 
que a todos más les
    deleita: 
un papel de estraza azul 
de cielo dará apariencia, 
papel plata de colores 
las estrellas que destellan; 
el musgo aterciopelado 
que cubre el suelo y las
    peñas 
de las zonas más umbrías, 
la verdinosa pradera; 
la escoria de los fogones 
que vomitan las calderas 
de hambrientas locomotoras, 
la abrupta y negra roqueda; 
tiras de argentado espejo, 
sobrantes de cristalera 
con el diamante cortadas, 
la corriente que refleja; 
de un taller de carpintero 
el serrín que será tierra 
    —remedo limpio y ligero— 
de las onduladas sendas. 
Como un tesoro guardado 
en cofre de madreperla, 
envueltos en suaves pliegos 
de fino papel de seda: 
varias casitas de corcho, 
un castillo con almenas, 
un puente curvo de un ojo, 
un pozo con su polea, 
el Portal con su pesebre 
y las figuras diversas: 
dos soldados con sus lanzas 
    —del castillo centinelas—, 
un pastor con su cachaba, 
otro con cordero a cuestas; 
seis vacas y tres terneros, 
seis borregos, siete ovejas, 
dos cabras, tres
    cabritillos, 
un perro de orejas tiesas, 
seis conejos, tres gazapos, 
un berraco con seis cerdas, 
cuatro cisnes, siete patos 
y varias aves domésticas; 
una yunta de dos bueyes 
y un labriego que la lleva; 
tres mujeres campesinas en diferentes faenas: una que acarrea leche, 
otra, pulcra, es
    lavandera, la tercera, como Cloto, devana hilo en una rueca; 
cada Rey Mago de Oriente 
en camello, de una pieza, 
y tres pajes que conducen 
las monturas de las riendas; 
el buey y el asno, tendidos, 
que en el Pesebre se
    albergan, 
María, José y el Niño 
tumbado en mullida cesta, 
     
el Ángel Anunciador 
que desde el pórtico cuelga 
y la estrella de Belén 
con su curvilínea estela. 
Es veintidós por la tarde, 
y el Nacimiento ya muestra, 
como así estaba previsto, 
dispuestas todas sus piezas. 
Sólo faltan luminarias 
con que resaltar la escena 
    —para este sacro teatro 
     
oportunas candilejas—. 
Pronto un cable se dispone 
con esmero y diligencia 
hasta el juego de bombillas 
que irisadas parpadean. 
Ahora sí que la labor 
finalmente está completa: 
con compás intermitente 
el Belén late y destella. | 
| 
Sensaciones 
Mira Rodrigo, encantado, 
de lejos la obra maestra, 
y después, dando unos
    pasos, 
la examina más de cerca: 
al acercarse percibe 
aroma a humus y a hierba, 
a humedad y sotobosque 
con un toque de madera: 
son el musgo y el serrín 
lo que su nariz detecta; 
pero hay más, otros olores 
a corcho y a goma vieja 
    —sutiles pero presentes— 
se suman a la paleta; 
sigue aspirando y distingue 
del cielo el olor a imprenta 
y cierto aroma a quemado 
que la escoria aún libera. 
Después, cerrando los ojos, 
de modo alterno, olfatea 
cada parte del Belén, 
hasta que en su mente,
    impresa, 
la imagen de cada olor 
como en un mapa se ordena. 
Al disfrute de la vista 
el del olfato se agrega; 
la satisfacción es doble, 
inmensa la recompensa. 
A partir de ese momento 
en su memoria sincrética 
cada olor tendrá su
    historia, 
cada materia su esencia. 
En Rodrigo los sentidos 
poco a poco se despiertan, 
     
tras la vista y el olfato, 
se estira el tacto y
    bosteza: 
de repente las texturas 
adquieren preeminencia. 
Curioso todo lo toca, 
lo acaricia y aun lo besa, 
ligando la sensación 
al alma de la materia: 
lo algodonoso del musgo, 
de la escoria su aspereza, 
lo pulido del espejo 
o del corcho su adherencia. 
Mano y labio tribunales 
dictando jurisprudencia 
sobre formas y texturas: 
las sensaciones, sentencias. | 
| 
Villancicos y cantatas 
Por el aire, persistentes, 
los villancicos resuenan: 
en las casas y en las calles 
zambombas y panderetas; 
tonadas con estribillo, 
populares cantinelas 
que animan la Navidad 
y aportan magia a las
    fiestas... 
♫ Arre
    borriquito, arre burro arre, anda más deprisa que llegamos tarde. Arre borriquito vamos a Belén, que mañana es fiesta y al otro también. ♫ 
Rodrigo también descubre 
en su oído sutilezas, 
afinidad por la música 
y su rítmica cadencia... 
♫
    Hacia
    Belén va una burra, rin,rin Yo me remendaba, yo me remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité. 
Cargada
    de chocolate...♫ 
Más le emocina el sonido 
que el sentido de las
    letras: 
goza más la melodía 
que el texto con que se
    expresa... 
que
    ha nacido el rey de los angelitos. ♫ 
Son el ritmo y la armonía 
los que arroban y embelesan, 
sobre el modo melodioso, 
su alma sensitiva y
    tierna... 
♫ Campana
    sobre campana, y sobre campana una, asómate a la ventana, verás al Niño en la cuna. ♫ 
Cancioncillas facilonas 
que machaconas penetran 
el corazón de las gentes, 
sacando lo mejor de ellas... 
♫ Canta,
    ríe, bebe que hoy es Nochebuena y en estos momentos no hay que tener pena dale a la zambomba, dale al almirez y dile a tu suegra que lo pase bien. ♫ 
Disfruta también la música 
que algunos tildan de seria 
(aunque no sabe el por qué, 
ya que a él tanto le
    alegra). 
Oratorios y cantatas: 
solistas, coros y orquestas, 
jubilosas alabanzas, 
esperanzas y promesas. 
Mundo sonoro al que accede 
por instintiva querencia: 
barrocas composiciones 
son de ese mundo la puerta. 
Andando el tiempo sabrá 
que aquella excelsa belleza 
con un tal Sebastian Bach, 
sobre todo, estará en
    deuda. 
J.S. Bach, Cantata BWV 140] 
... 
Vista, oído, olfato y tacto 
de repente se revelan 
como fuentes de un placer 
que inundará su conciencia. 
Sensaciones florecientes 
    —¡en Navidad,
    primavera!—: 
es el alma de Rodrigo 
una sensorial floresta. 
5. De la cocina al comedor | 
| 
Llega el día veinticuatro: 
zafarrancho en la cocina. 
Tras el toque de dïana 
el trajín pronto se inicia: 
cena para Nochebuena; 
para Navidad, comida; 
la función de los fogones 
será de sesión continua... 
La económica se ceba 
de madera con resina 
y carbón de ovoide coque 
o poliédrica antracita. 
Se disponen las cazuelas, 
las sartenes y vasijas 
donde cocinar las viandas 
en la secuencia prevista. 
Las carnes que irán al
    horno 
y a la cazuela, se aliñan: 
    —pollo del propio corral 
y lechazo de Castilla—; 
se preparan los pescados 
y los moluscos se limpian 
    —darán fondo sustancioso 
     
a la sopa consabida—; 
Ya los vapores ascienden 
y al momento se disipan, 
ya los olores se expanden 
dando de su ser noticias; 
Rodrigo todo lo observa, 
lo olisquea y analiza, 
sus sentidos son esponjas 
que absorben cuanto
    asimilan. 
Al cabo llega la noche, 
la mesa grande se avía: 
se colocan los cubiertos, 
se dispone la vajilla. 
Sobre el viejo aparador, 
señalando la vigilia, 
los dulces de Navidad 
formados para revista: 
en un cestillo el cascajo 
tostado en panadería; 
en otro los polvorones, 
piñones y peladillas; 
en una fuente el turrón, 
de dos variedades típicas 
    —de Alicante y de Jijona—, 
con los higos se combinan; 
mazapanes y almendrucos 
cubiertos de oblea fina, 
en otra fuente, alternados, 
la colación finiquitan. 
Agua fresca en una jarra 
y en botella fresca sidra 
(que a Rodrigo cosquillea 
la nariz inquisitiva) 
serán, por toda bodega, 
simples y austeras bebidas, 
si no se cuenta, a los
    postres, 
la especiada y dulce quina. 
(Faltan aún unos años 
para que acuda a la cita 
    —fachada azul la
    etiqueta—, 
ínclito, el Vega Sicilia). | 
| 
Epílogo 
El palpitar del Belén 
    —latidos de luz polícroma— 
y el sonar de villancicos 
vuelven navideño el clima. 
En el comedor la noche 
es menos oscura y fría: 
la magia de Nochebuena 
da calidez e ilumina. 
..........................Mientras... 
En el pueblo el frío
    arrecia, 
la espesa niebla porfía, 
la escarcha todo lo cubre 
con su nívea mantilla. 
Un aterido silencio 
vaga por calles vacías: 
en su memoria de hielo 
los sueños mudos tiritan. | 
 









































