sábado, 25 de diciembre de 2021
miércoles, 9 de junio de 2021
La Nereida (ensoñación de una mañana de primavera)
La Nereida
yes: Tales from Topographic Oceans
-o-o-o-
miércoles, 18 de noviembre de 2020
Las Cuatro Estaciones (II)... a Max Richter
Max Richter
"Recomposed by Max Richter: Vivaldi - The Four Seasons"
Estructura de la obra
Discografía
o~o~o
viernes, 13 de noviembre de 2020
Las Cuatro Estaciones (I), de Antonio Vivaldi...
Génesis y Características de la obra
En torno a 1721 Antonio Vivaldi compuso los cuatro conciertos para violín, orquesta de cuerdas y bajo continuo, que componen el set conocido como Las Cuatro Estaciones. Estos cuatro conciertos fueron publicados/editados por Michel-Charles Le Cène en 1725, en Amsterdam, e integrados en la Op 8, junto a otros ocho conciertos para violín, bajo el nombre de Il cimento dell'armonia e dell'inventione (Concurso entre Armonía e Invención). Era habitual en la época agrupar los conciertos de 12 en 12 en cada Opus editado. Así ocurre, por ejemplo, con Vivaldi, en los casos de L'estro armónico (La Inspiración Armónica), Op 3 (cuatro conciertos para violín solista, y ocho en forma de concerti grossi), Doce Conciertos Op 7 (en forma de concerti solisti, diez de ellos para violín y dos para oboe, cuerdas y bajo continuo) o La Cetra, Op 9 (once conciertos para violín solista y uno para dos violines, cuerdas y b. c.).Estas tres opus también ilustran la evolución de la forma compositiva, desde el concerto grosso (pieza multi instrumental orquestal) de las últimas décadas del siglo XVII y primeras del XVIII, hacia el concerto solista (en el que la composición pivota sobre un instrumento solista; dando lugar, así, a los virtuosi). Así, la Op 3, L'estro armónico, data de 1711; la Op 7, de 1716-17; la Op 8, Il cimento dell'armonia e dell'inventione, de 1721; y la Op 9, La Cetra (La Lira), de 1727, son todas ellas conjunto de conciertos (12) para instrumento solista (frecuentemente violín, aunque también los hay para instrumentos de viento como flauta u oboe).
Estas piezas forman parte de la denominada "música programática" o descriptiva, que es aquella que tiene una intención narrativa; es decir, que tiene por objetivo evocar ideas, imágenes o diferentes situaciones reales en la mente del oyente. De hecho, Las Cuatro Estaciones tienen un soporte lírico en otros tantos sonetos dedicados a cada estación. Su autoría es discutida, aunque se suelen atribuir al mismo compositor. Lo que tampoco se sabe a ciencia cierta es si los sonetos glosaron la música a posteriori o precedieron a su composición, a modo de guía clave de los conceptos a desarrollar musicalmente.
En cuanto a la composición interna de las obras –en el caso de Las Cuatro Estaciones–, cada concierto consta de tres movimientos, de los que el primero y el último se corresponden con un tempo Allegro y/o Presto, mientras que el movimiento central suele ser Adagio o Largo (salvo en el Verano, en que combina el Adagio con el Presto).
Por su parte, los sonetos se atienen a esta triple disposición formal (tres movimientos), dando sustrato significativo a cada tempo, independientemente de su estructura estrófica (siendo, pues, unos sonetos canónicos en lo formal –dos cuartetos y dos tercetos–, pero no en la distribución textual significativa en relación a los diversos movimientos: las cuatro estrofas se dividen irregularmente entre los tres movimientos).
~o~o~
Le quattro stagioni (Las Cuatro Estaciones)
Antonio Vivaldi
DISCOGRAFÍA SELECTA
Muchas son las grabaciones que sobre Le quattro stagioni se han llevado a cabo. El primer registro, a cargo del violinista Alfredo Campoli, procedente de acetatos grabados de una emisora de radio francesa, data de 1939. Pero la primera grabación discográfica como tal se realizó en 1942, interpretada por Bernardo Molinari en el sello CETRA, publicándose primero en Italia, y posteriormente, en 6 vinilos de 78 rpm, en EEUU. Esta primera versión, aunque reconocible, no cumple unos mínimos estándares de calidad.
Habrá que esperar a 1948 para que el violinista Louis Kaufmann, con la Orquesta de Cuerdas del Concert Hall neoyorquino, dirigida por Henry Swoboda, y asistidos por Edith Weiss-Mann al clavecín y Edouard Niels-Berger al órgano, grabasen la primera gran versión referencial. En tanto se estima su contribución y calidad que recibiría en 1950 Le Grand Prix du Disque francés, en 2002 fue elegida para formar parte del Salón de la Fama Grammy, y en 2003 fue seleccionada para el Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso de los EEUU.
Desde entonces se han realizado más de mil grabaciones de la obra, de las que se podrían destacar, sin pretender ser exhaustivos, un ramillete de ellas que, además de contar entre las versiones de referencia, darán una ajustada perspectiva de la interpretación que en diversas épocas y por diversos autores se ha llevado a cabo de esta celebérrima pieza barroca.
Será un grupo ya señero de la música de cámara, I Musici, quien comenzará, tan pronto como 1955, a registrar sus primeras grabaciones de la que será una de sus obras favoritas. Hay tantos registros discográficos de Le quattro stagioni de esta selecta formación como directores/violinistas solistas la han dirigido a lo largo de los años. Desde Félix Ayo (1955 y 1959) a Mariana Sirbu (1995), pasando por Roberto Michelucci (1969), Pina Carmirelli (1982) y Federico Agostini (1990); cinco versiones diferentes –que no agotan el total de las grabadas, pero que sirven como fiel panorámica– a lo largo de cuarenta años. Estas son:
~o~
A aquella primera grabación de I Musici, de 1955, le seguiría en orden cronológico otra excelente versión, la de I Solisti di Zagreb, bajo la batuta de Antonio Janigro, contando con Jan Tomasov como violín solista, grabada en 1957.
~o~
Tras esta última, llega la hora de los intérpretes británicos, y entre ellos hay tres versiones que destacan: la de 1969, de Neville Marriner dirigiendo a la famosa Academy of St. Martin in the Fields, con Alan Loveday como violín solista; la de Trevor Pinnock (1982) , conduciendo al no menos célebre The English Concert, formación que dispone de instrumentos originales para sus interpretaciones, con Simon Standage al violín solista; y en 1989 la de Nigel Kennedy con la English Chamber Orchestra, éxito de ventas en lo que a música clásica se refiere, con más de dos millones de copias. Estas versiones sajonas, sea como fuere, contribuyeron de manera determinante a la popularización definitiva de Las Cuatro Estaciones.
Cabe destacar otra versión historicista (con instrumentos originales), la de Sigiswald Kuijken, con La Petite Bande, de 1980 (RCA/Seon).
Por la calidad de intérprete solista, conjunto orquestal y director la siguiente versión, a cargo de Anne-Sophie Mutter, con la Wiener Philharmoniker dirigida por Herbert von Karajan, grabada en 1984, nos da cuenta de lo que es una versión formalmente academicista de la obra, donde no hay lugar a interpretaciones particulares de la partitura original, ni concesiones al sonido barroco.
Otra excelente versión academicista es la grabada en 1981 por la London Symphony Orchestra, con Claudio Abbado a la batuta y Gidon Kremer al violín solo. Excelente por lo prístina, tanto en la impecable interpretación solista como en el siempre bien medido acompañamiento, donde las cuerdas se comportan en ocasiones como verdaderos vendavales –ya azotando sonorosos, ya amainando el ímpetu–, y en ocasiones como auténticas brisas tonales –ora matizando el discurso del violín solista, ora contrastando su melodía.
Y para finalizar, una moderna perspectiva italiana de la pieza más famosa del compositor veneciano. Serán cinco formaciones musicales surgidas a finales del siglo XX, todas ellas dirigidas por violinistas italianos, casi siempre de corte historicista (disponiendo de instrumentos de la época o réplicas de los mismos), personales todos ellos, libres en su re-interpretación barroca, intentando siempre ofrecer y acercar una visión del barroco más genuino a nuestro tiempo. Las cuatro primeras son: el Concerto Italiano, de Rinaldo Alessandrini (2006); L'Arte dell'Arco, a cargo de Federico Guglielmo (2012); la Europa Galante de Fabio Biondi, de la que presentamos su versión en directo en el Festival de Nantes, de 2003; el Music Chapel Ensamble, dirigido por Giuliano Carmignola, actuación en directo en el Music Chapel Festival (Queen Elisabeth), también de 2003.
La quinta de estas versiones italianas más modernas es la de I Barocchisti, con Diego Fasolis, de 2003, que aporta aspectos diferenciales con las otras cuatro interpretaciones reseñadas anteriormente. Así: variaciones, embellecimientos y tempi propios, muy pura e intensamente barrocos, que en ocasiones nos hacen creer que nos hallamos ante una obra diferente. Curiosa versión, por libérrima, desenfadada, plena de encantador desparpajo, osada y audaz; es, cuanto menos, interesante de escuchar, y nos acerca, poco a poco, por lo desinhibida, a la original re-composición que hará diez años más tarde Max Richter.
jueves, 22 de octubre de 2020
La Belleza danza: música encarnada
Las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi –vueltas a lo moderno en una espléndida versión del compositor y pianista minimalista británico Max Richter– han servido de excusa para que Ilya Zhivoi, coreógrafo del Teatro Mariinsky, haya creado una maravilla de danzante música sustanciada en grácil y expresivo movimiento, recreando emociones al compás del significado estacional que ya Vivaldi insuflara en su composición original.
Ekaterina Kondaurova y Roman Belyakov se encargan, de forma sublime, de dar aleve cuerpo protagonista a un elenco de soberbios bailarines del celebérrimo cuerpo de baile petersburgués. Pura belleza danzante, evocadora de arcanos tiempos arcádicos, cuando gráciles ninfas y ágiles faunos encarnaban el más esbelto canon de belleza clásico que los helenos pudieran soñar desde sus apolíneas mentes.
Vivaldi-Richter-Zhivoi-Kondaurova/Belyakov-Mariinsky, son los lados de un poliedro artístico de inconmensurable belleza. Integral armonía fluyendo cual río de notas musicales encarnadas en espléndidos cuerpos expresivos. Torrente de emociones de un lirismo portentoso, donde las cadencias vivaldianas están interpretadas de modo orgánico con una fidelidad intachablemente evocadora e, incluso, seductora.
-o-
jueves, 20 de diciembre de 2018
Romance de Navidad 2018
me parecía mi pueblo
una blanca maravilla,
un mundo mágico, inmenso...
con mis blancos días sueño,
y reconstruyo en mi mente
la visión de aquellos tiempos!
Remembranza
1. El escenario
Ya está aquí el severo invierno
con su terno gris y blanco:
densa niebla por las calles,
fría escarcha por los
campos.
Imposible ver el cielo
y aun el suelo al dar los
pasos:
lo que no lo encubre el
hielo,
de la bruma lo hace el
manto.
Sombras, las gentes, emergen
y se hunden en el espacio
sin referencias visibles
de este contexto oceánico.
Los sonidos, de la nada
a la nada van, sonando:
voces y ruidos mensajes
de anónimos emisarios.
Vacilantes, los olores,
entre la niebla extraviados,
buscan narices a tientas
donde dar fin a su rastro.
Los días cortos expiran
en noches de aliento largo:
la incertidumbre en
aquellos,
en estas un cierto espanto.
Todo es sombrío y difuso,
tenebroso y enigmático,
este inclemente diciembre
con que se despide el año.
Un ambiente fantasmal
en el pueblo mesetario
donde, puntual a la cita,
se desarrolla el relato...
|
...El ámbito (Mi pueblo)
Villa que en otro tiempo
fuese señora del llano,
niñera de varios reyes
y cuna de un infantado
—hay mortecina memoria
de aquel esplendor de antaño
en el soberbio castillo
que corona un altozano—;
caudal exiguo, recorre
de sur a norte, reptando,
un río venido a menos,
hoy poco más que regato;
gran plaza soportalada
—irregular cuadrilátero—:
estepa rusa en invierno,
desierto libio en verano;
mentidero secular,
punto de encuentro obligado
en las fiestas y domingos
y aun en los días de
diario;
magna iglesia colegial
levanta su mole a lo alto:
sobria corona de hierro
ciñe a despecho del rayo.
cinco cenobios de monjas
—islas de un piélago
urbano—
son de visita obligada
las tardes del Jueves Santo;
dos centros de religiosos,
escuela de ferroviarios,
instituto laboral
y tres colegios privados;
dos cines de sesión doble
con nombres del mundo clásico:
uno al heleno remite,
el otro lo hace al romano.
altos hornos por industria,
por comercio buen mercado
y cien bares por servicio
para el ocio y el descanso;
nudo de ferrocarril
y estación de primer rango:
de trenes de mercancías
y de viajeros de paso;
un cuartel de artillería,
doblemente centenario,
insufla vida a la villa
por vía de sus soldados;
San Antolín, visigodo
mártir por culpa de
Arriano,
migró de Francia a la villa
dándole su patronazgo;
en campo de azur bezantes,
en su timbre coronado,
lema en bordura de plata:
el escudo legendario.
|
Tiene nuestro personaje:
ojos verdes, piel morena,
flequillo sobre la frente,
de soplillo las orejas,
cuerpo chico, manos grandes,
un poco zambas las piernas
y los pies planos de andar
sobre sueños y entelequias.
También tiene, semiocultas:
turbada delicadeza,
timidez sin cobardía,
valentía con prudencia,
sensibilidad sobrada,
imaginación despierta,
determinación dormida
y atención en duermevela.
Su mente es jaula de
grillos,
fantástica pajarera,
fuente de contradicciones,
palestra de controversias,
proyector de mil historias,
pantalla de mil leyendas,
muñidora de sofismas
y cedazo de certezas.
Niño vemos a Rodrigo
allá en los años sesenta:
cuenta seis años cumplidos
con incierta suficiencia;
es su mundo el de los
cuentos
ilustrados con viñetas
y el de las muchas historias
que sus textos ya le
cuentan.
|
I
Es veintiuno de diciembre,
último día de escuela:
en el ambiente repican
campanillas navideñas.
El adorno de las aulas
es la exclusiva tarea:
las guirnaldas de colores,
las bolas y las estrellas
de metálicos reflejos
el espacio escolar pueblan;
y en lugares preferentes,
junto al paso de las
puertas,
sobre mesas guarnecidas,
los Portales de corteza
con el Misterio y el ángel,
el asno, el buey y el
cometa.
Suena el timbre en el
colegio,
las vacaciones comienzan,
y ya salen los chavales
en turbamulta caterva:
gritan, se empujan y agitan
desdeñosos las carteras;
huyen de la calidez
y en la gelidez se adentran,
surgen de la claridad
para hundirse en las
tinieblas:
apenas es media tarde
y parece noche entera;
las farolas iluminan
pobremente las aceras
con difuminada luz
que en la niebla amarillea.
Pero el frío no entumece
la infantil efervescencia,
ni los gélidos rigores
pueden con la escandalera:
arden las mentes febriles
atizadas por las fiestas,
pasto de eufóricas llamas
sus corazones se
incendian...
...Se dispersa el griterío,
la algarabía se aleja,
la condensada humedad
se traga las estridencias.
|
II
De la mano de su hermano,
a casa —y a la carrera—,
tras cruzar la inmensa plaza
y el puente del río, llega
un Rodrigo emocionado
porque sabe qué le espera:
en el sobrio comedor
se hará un hueco a la
leyenda,
a la rutina ordinaria
se le unirá la quimera,
y, con ellas, fantasía
entrará en la convivencia.
Es su hogar lo que se llama
una casa molinera,
anteriormente hostería
y hoy nada más que
vivienda.
Tiene una zona habitada
que comprende varias piezas
y un corral con gallinero,
dos cuadras y una escalera
que conduce, a cielo raso,
a otra zona ya desierta:
un desván desocupado
y una galería abierta
que da acceso a cuatro
estancias
en desuso y decadencia.
|
III
Entra al comedor Rodrigo,
mira detrás de la puerta...
y allí está, como otros
años,
forrada de hule la mesa
donde, con fidelidad,
se recreará la escena
del Nacimiento de Cristo
en la Belén de Judea.
Ya imagina el niño,
absorto,
cómo el vacío se llena,
cómo la nada se colma,
cómo el espacio se puebla:
cómo el cielo azul se
extiende,
brillando en él las
estrellas;
cómo se dispone el río,
cómo la mullida hierba,
cómo el negro roquedal
y sobre él la fortaleza,
cómo el pardusco trazado
de las sinuosas veredas,
cómo las dispares casas
de la variopinta aldea,
y, en fin, cómo las figuras
y el Portal allí se
asientan.
De la ensoñación Rodrigo
súbitamente despierta,
su madre le está llamando
para tomar la merienda.
Mientras la toma, su mente
ya el momento saborea
en que, hacedor de su sueño,
demiurgo de su quimera,
junto a su padre y su
hermano
vaya a buscar las materias
precisas para crear
el mundo en que se recrea.
|
IV
A la mañana siguiente
salen los tres por la
puerta,
bañándolos fríamente
la bruma helada y espesa.
La mirada alcanza a ver
un par de metros apenas,
mas lo inclemente del tiempo
en su ánimo no hace mella.
Tras recorrer campo y
pueblo,
de lo preciso se agencian
para montar el Belén
que a todos más les
deleita:
un papel de estraza azul
de cielo dará apariencia,
papel plata de colores
las estrellas que destellan;
el musgo aterciopelado
que cubre el suelo y las
peñas
de las zonas más umbrías,
la verdinosa pradera;
la escoria de los fogones
que vomitan las calderas
de hambrientas locomotoras,
la abrupta y negra roqueda;
tiras de argentado espejo,
sobrantes de cristalera
con el diamante cortadas,
la corriente que refleja;
de un taller de carpintero
el serrín que será tierra
—remedo limpio y ligero—
de las onduladas sendas.
Como un tesoro guardado
en cofre de madreperla,
envueltos en suaves pliegos
de fino papel de seda:
varias casitas de corcho,
un castillo con almenas,
un puente curvo de un ojo,
un pozo con su polea,
el Portal con su pesebre
y las figuras diversas:
dos soldados con sus lanzas
—del castillo centinelas—,
un pastor con su cachaba,
otro con cordero a cuestas;
seis vacas y tres terneros,
seis borregos, siete ovejas,
dos cabras, tres
cabritillos,
un perro de orejas tiesas,
seis conejos, tres gazapos,
un berraco con seis cerdas,
cuatro cisnes, siete patos
y varias aves domésticas;
una yunta de dos bueyes
y un labriego que la lleva;
tres mujeres campesinas
en diferentes faenas: una que acarrea leche,
otra, pulcra, es
lavandera,
la tercera, como Cloto, devana hilo en una rueca;
cada Rey Mago de Oriente
en camello, de una pieza,
y tres pajes que conducen
las monturas de las riendas;
el buey y el asno, tendidos,
que en el Pesebre se
albergan,
María, José y el Niño
tumbado en mullida cesta,
el Ángel Anunciador
que desde el pórtico cuelga
y la estrella de Belén
con su curvilínea estela.
Es veintidós por la tarde,
y el Nacimiento ya muestra,
como así estaba previsto,
dispuestas todas sus piezas.
Sólo faltan luminarias
con que resaltar la escena
—para este sacro teatro
oportunas candilejas—.
Pronto un cable se dispone
con esmero y diligencia
hasta el juego de bombillas
que irisadas parpadean.
Ahora sí que la labor
finalmente está completa:
con compás intermitente
el Belén late y destella.
|
Sensaciones
Mira Rodrigo, encantado,
de lejos la obra maestra,
y después, dando unos
pasos,
la examina más de cerca:
al acercarse percibe
aroma a humus y a hierba,
a humedad y sotobosque
con un toque de madera:
son el musgo y el serrín
lo que su nariz detecta;
pero hay más, otros olores
a corcho y a goma vieja
—sutiles pero presentes—
se suman a la paleta;
sigue aspirando y distingue
del cielo el olor a imprenta
y cierto aroma a quemado
que la escoria aún libera.
Después, cerrando los ojos,
de modo alterno, olfatea
cada parte del Belén,
hasta que en su mente,
impresa,
la imagen de cada olor
como en un mapa se ordena.
Al disfrute de la vista
el del olfato se agrega;
la satisfacción es doble,
inmensa la recompensa.
A partir de ese momento
en su memoria sincrética
cada olor tendrá su
historia,
cada materia su esencia.
En Rodrigo los sentidos
poco a poco se despiertan,
tras la vista y el olfato,
se estira el tacto y
bosteza:
de repente las texturas
adquieren preeminencia.
Curioso todo lo toca,
lo acaricia y aun lo besa,
ligando la sensación
al alma de la materia:
lo algodonoso del musgo,
de la escoria su aspereza,
lo pulido del espejo
o del corcho su adherencia.
Mano y labio tribunales
dictando jurisprudencia
sobre formas y texturas:
las sensaciones, sentencias.
|
Villancicos y cantatas
Por el aire, persistentes,
los villancicos resuenan:
en las casas y en las calles
zambombas y panderetas;
tonadas con estribillo,
populares cantinelas
que animan la Navidad
y aportan magia a las
fiestas...
♫ Arre
borriquito, arre burro arre,
anda más deprisa que llegamos tarde. Arre borriquito vamos a Belén, que mañana es fiesta y al otro también. ♫
Rodrigo también descubre
en su oído sutilezas,
afinidad por la música
y su rítmica cadencia...
♫
Hacia
Belén va una burra, rin,rin
Yo me remendaba, yo me remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité.
Cargada
de chocolate...♫
Más le emocina el sonido
que el sentido de las
letras:
goza más la melodía
que el texto con que se
expresa...
que
ha nacido el rey de los angelitos. ♫
Son el ritmo y la armonía
los que arroban y embelesan,
sobre el modo melodioso,
su alma sensitiva y
tierna...
♫ Campana
sobre campana,
y sobre campana una, asómate a la ventana, verás al Niño en la cuna. ♫
Cancioncillas facilonas
que machaconas penetran
el corazón de las gentes,
sacando lo mejor de ellas...
♫ Canta,
ríe, bebe que hoy es Nochebuena
y en estos momentos no hay que tener pena dale a la zambomba, dale al almirez y dile a tu suegra que lo pase bien. ♫
Disfruta también la música
que algunos tildan de seria
(aunque no sabe el por qué,
ya que a él tanto le
alegra).
Oratorios y cantatas:
solistas, coros y orquestas,
jubilosas alabanzas,
esperanzas y promesas.
Mundo sonoro al que accede
por instintiva querencia:
barrocas composiciones
son de ese mundo la puerta.
Andando el tiempo sabrá
que aquella excelsa belleza
con un tal Sebastian Bach,
sobre todo, estará en
deuda.
J.S. Bach, Cantata BWV 140]
...
Vista, oído, olfato y tacto
de repente se revelan
como fuentes de un placer
que inundará su conciencia.
Sensaciones florecientes
—¡en Navidad,
primavera!—:
es el alma de Rodrigo
una sensorial floresta.
5. De la cocina al comedor
|
Llega el día veinticuatro:
zafarrancho en la cocina.
Tras el toque de dïana
el trajín pronto se inicia:
cena para Nochebuena;
para Navidad, comida;
la función de los fogones
será de sesión continua...
La económica se ceba
de madera con resina
y carbón de ovoide coque
o poliédrica antracita.
Se disponen las cazuelas,
las sartenes y vasijas
donde cocinar las viandas
en la secuencia prevista.
Las carnes que irán al
horno
y a la cazuela, se aliñan:
—pollo del propio corral
y lechazo de Castilla—;
se preparan los pescados
y los moluscos se limpian
—darán fondo sustancioso
a la sopa consabida—;
Ya los vapores ascienden
y al momento se disipan,
ya los olores se expanden
dando de su ser noticias;
Rodrigo todo lo observa,
lo olisquea y analiza,
sus sentidos son esponjas
que absorben cuanto
asimilan.
Al cabo llega la noche,
la mesa grande se avía:
se colocan los cubiertos,
se dispone la vajilla.
Sobre el viejo aparador,
señalando la vigilia,
los dulces de Navidad
formados para revista:
en un cestillo el cascajo
tostado en panadería;
en otro los polvorones,
piñones y peladillas;
en una fuente el turrón,
de dos variedades típicas
—de Alicante y de Jijona—,
con los higos se combinan;
mazapanes y almendrucos
cubiertos de oblea fina,
en otra fuente, alternados,
la colación finiquitan.
Agua fresca en una jarra
y en botella fresca sidra
(que a Rodrigo cosquillea
la nariz inquisitiva)
serán, por toda bodega,
simples y austeras bebidas,
si no se cuenta, a los
postres,
la especiada y dulce quina.
(Faltan aún unos años
para que acuda a la cita
—fachada azul la
etiqueta—,
ínclito, el Vega Sicilia).
|
Epílogo
El palpitar del Belén
—latidos de luz polícroma—
y el sonar de villancicos
vuelven navideño el clima.
En el comedor la noche
es menos oscura y fría:
la magia de Nochebuena
da calidez e ilumina.
..........................Mientras...
En el pueblo el frío
arrecia,
la espesa niebla porfía,
la escarcha todo lo cubre
con su nívea mantilla.
Un aterido silencio
vaga por calles vacías:
en su memoria de hielo
los sueños mudos tiritan.
|