martes, 31 de agosto de 2010
Ternura en medio del infierno
sábado, 28 de agosto de 2010
Paraísos Perdidos 2
Tabú
Friedrich Wilhelm Murnau
I. El fin del cine mudo
1931 es el año que marca el fin definitivo del período mudo. La aparición en 1927 de El cantor de jazz significa una revolución estrictamente dirigida a los sectores tecnológicos de la cinematografía, pero en absoluto vinculada a los cánones artísticos que formaban la estética y la personalidad fílmica del momento. De hecho, durante unos cuantos años, los films sonoros no fueron más que muestras titubeantes y experimentales diseñados con el fin de familiarizarse con la nueva técnica sin aportar el menor recurso expresivo. Algo que, sin ningún género de dudas, dinamitó la cota alcanzada por el cine silente a finales de los años 20, momento en el que se logra la plenitud absoluta del arte cinematográfico con un conjunto de obras que abren un sinfín de derroteros por los que transitar (Metrópolis, Napoleón, Octubre, El viento, El maquinista de
II. Tabú, romanticismo y naturalismo
Aún sin ahondar en la multiplicidad de lecturas e interpretaciones que posee la obra póstuma de Murnau, Tabú aparece ante el espectador como la fusión más coherente y admirable entre naturalismo y romanticismo que el Arte haya producido. Una aparente superficie documental y un lejano seguimiento de las ideas rousseaunianas es, básicamente, todo cuanto el film debe a la figura de Flaherty. El resto se encamina hacia la disertación entre el mito y lo humano, la realidad y lo onírico, el amor y el fatum, temas más que recurrentes a lo largo de la filmografía de Murnau y que, aquí, llegan a su máxima expresión de madurez. En efecto, la idea del mito queda ya expresada desde el mismo título. Reri, convertida en tabú y a la que ningún hombre puede tocar, se enfrenta a un colectivo que enaltece dichos preceptos y cuyas tradiciones se encuentran muy por encima de la libertad individual. Sus deseos como ser humano no sirven en una coyuntura ancestral y, por consiguiente, su amor hacia Matahi ha de quedar olvidado. Empero, la rebelión de estos dos seres y su posterior huida posee unos rasgos marcadamente particulares que Murnau se encarga de hacer patentes: no hay un enjuiciamiento hacia unas normas enraizadas, ni mucho menos un punto de vista crítico respecto a las mismas. Más bien al contrario. La situación mencionada se halla mostrada desde el prisma de los enamorados, subjetivizada al máximo, sin antagonías ni maniqueísmos de ningún tipo. Y de ahí extrae Murnau una de sus tesis fundamentales: la imposibilidad de amar. Reri y Matahi se encuentran bajo el yugo de una especie de maldición divina al quebrantar unas leyes atávicas. La consumación de su amor es, en última instancia, la consecución de su condición de “malditos” ante dichas leyes. Y la perspectiva de Murnau se interioriza ante este hecho, dirigiendo la mirada hacia su propio universo, mostrando la situación de ambos jóvenes desde un punto de vista que parece turbadoramente inverso al de Nosferatu. Al igual que Ellen, Reri ama con devoción, pero si en el film de 1922, la separación física conducía a una interconexión casi espiritual entre los amantes, en Tabú la carnalidad y la unión de los cuerpos es el común denominador en la relación de Reri y Matahi, apartados de intersticios místicos. Del mismo modo, si en Nosferatuel personaje femenino resultaba la pieza clave para acabar con la plaga de peste causada por el monstruo mediante su pureza y su sacrificio, aquí lo es para salvar la vida de Matahi algo que, también a diferencia del film anterior, resulta un acto infructuoso. Ésta idea de la inversión entre las dos obras se encuentra, incluso, reforzada por las apariciones casi fantasmales de Hitu, directamente conectadas con las del vampiro, aunque en Tabú el anciano viste de un blanco inmaculado en directa oposición al conde Orlok.
La escisión entre lo real y lo irreal, resulta otro aspecto trabajado por el cineasta teniendo en cuenta su obra anterior. No existe en el film ninguna secuencia abiertamente onírica, sin embargo toda la obra está impregnada de un extraño halo de ensoñación, similar al que acaecía en Amanecer. Una explosión de arrebatado romanticismo, que adquiere carices cercanos a lo irracional, sustentado por unos elementos naturales que se transforman en la proyección externa de la pasión entre los amantes. Transfigurada por la impresionante fotografía de Floyd Crosby en un fascinante universo de luces y sombras, la naturaleza se convierte en el principio y el fin de la relación entre los jóvenes. Si en Amanecer, el intento de asesinato de George O´Brien a Janet Gaynor iniciaba un nuevo descubrimiento del amor con el río como testigo, enTabú es otro río el telón de fondo del nacimiento amoroso entre Reri y Matahi que fenecerá, posteriormente, en la profundidad del mar en lo que casi parece una referencia a Manrique. El entorno se convierte, por tanto, en un personaje tan importante como los protagonistas que condensa, por sí solo, toda la capacidad de ensueño anidada en los enamorados, como toda la crudeza que el futuro les depara.
Es la idea del destino (otra de las constantes del cineasta) la que adquiere una dimensión cercana al fatalismo, según los planteamientos realizados por Murnau. La designación de Reri como “tabú” es presenciada por toda la comunidad excepto por Matahi quien, inocente, lanza a la muchacha una corona de flores de la que es violentamente despojada por una de las ancianas de la tribu. A partir de aquí, la atmósfera lírica que predomina en las imágenes de la obra parece impregnada de cierto trasfondo sombrío, presente en pequeños detalles de puesta en escena (la flor y la perla negra en el suelo) o en soluciones narrativas (la llegada de los jóvenes a la isla en la que buscan refugio, exhaustos tras una travesía por mar). El destino, en definitiva, mostrado como algo inmutable, inmisericorde; por tanto, la insubordinación de los dos amantes va dirigida tanto a los elementos costumbristas de su sociedad, como al fatumadverso que los atenaza constantemente. Una lucha abocada al fracaso, pero absolutamente necesaria para poder sentir algo que Tabú sabe transmitir con poderosísima fuerza: la vida.
III. Tabú, la alegoría
Es curioso señalar que, en el mismo año de realización de este film, otro disidente del sistema, Charles Chaplin, dirigió una de sus obras mayores convertida, junto a la película de Murnau, en el testamento del cine mudo: Luces de la ciudad. Curioso no porque ambas propuestas posean características similares (más bien tendríamos que hablar de aspectos disímiles), sino porque existe un aspecto común en ellas, de capital importancia para el desarrollo de las historias, que acaba convirtiéndose en un factor netamente alegórico: la importancia del dinero. La obra maestra de Chaplin versa, toda ella, en los esfuerzos que el pequeño vagabundo ha de llevar a cabo para pagar la operación que devolverá la vista a la joven vendedora de flores. En Tabú,Matahi adquiere una deuda involuntaria que le imposibilita a escapar de la isla junto a Reri y que le hace jugarse la vida, en otro territorio tabú, para conseguir perlas.
En el fondo, Murnau no utiliza este detalle dramático como eje del argumento (como sí hacía Chaplin), sino que reflexiona sobre su propia situación en la cinematografía estadounidense de comienzos de los años treinta. En efecto, no es descabellado pensar que el cineasta se encontrara perfectamente identificado con unos jóvenes llenos de vitalidad y ganas de demostrarse su amor, atenazados por unas circunstancias adversas, es decir, la figura de un creador en la plenitud de su genio, constreñido por las normas económicas del sistemahollywoodiense, y cuya única vía de escape consiste en escapar, decepcionado, a la búsqueda de su propia emancipación artística, alejado de los cánones impuestos por los estudios (siguiendo con el paralelismo, la huída de los enamorados). Ante ello, el fatum que afecta a Reri y Matahi es perfectamente parangonable al de Murnau: fallecido en un accidente automovilístico en la cima de su talento.
Por consiguiente, el apoteósico final de Tabú puede tener una interesante dobre vertiente: la representación del artista que nada a contracorriente con el fin de alcanzar su integridad creativa, intentando vencer las adversidades, aunque éstas acaben precipitándolo al fondo del mar. También, una premonición del temprano fin del cineasta. El barco que lleva a una Reri muerta en vida, perdiéndose en el tenebroso horizonte, parece transformarse en la barca de Caronte que, a través del río Estigia, lleve el alma de Murnau.
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martes, 24 de agosto de 2010
Paraísos Perdidos
Nuevamente el muchachito -pies intrépidos, manos de cotorra consentida- ha traído un pez tan largo como su captor.
-Marcha ligero con tu pez a la casa del Otiún-cabá, tu más viejo abuelo, para que lo tenga por comida.
Y se ha ido trotando con el animal sobre su pescuezo. Ni el mango me deleita esta mañana.
Se me está muriendo el sol que llevaba dentro del cuerpo. La luna sube del mar y regresa a la morada del agua y el hombre de la casa no retorna. La mujer de Ataz-cabá me ha regalado plátanos de su cuñada y huevos de culebra que sus muchachos trajeron de las incursiones por los pantanos del Tiún-tepé. Malo está el río. Trae demasiada agua y arroja rabiando los pescaditos entre las ondulantes aguas del mar y los jóvenes tiburones que aparecieron con las olas calientes, los devoran sin el menor esfuerzo.
-Ilch -dije a la mujer de Ataz-cabá- todo lo que acaba de nacer, todo lo que está muriendo ni tu marido ni el mío lo ven. Ningún hombre de los nuestros ha quedado. Sólo los muy viejos que se ponen a la puerta del bohío esperando de qué parte del camino aparecerá un nieto, que le traiga comida y agua de beber.
Tu hija y la mía están en flor. Pero no hay pretendiente para ellas en toda la extensión que abarca nuestra mirada. Tendrán pues que esperar por los varones imberbes.
¿Por qué la guerra, vecina mía?
Se levanta un día el cacique y proclama: "¡Quiero beber y que mi pueblo beba de las buenas aguas, que ni un solo jején ha contaminado!" Viene y se lleva a todos los hombres con sus flechas y arcos.
Se acabó la paz.
Entonces la mujer queda pensando en las cosas ocultas en el corazón del hombre. El hombre era dulce; sí, era dulce.
Y cuanto más dulce era, más amargo se volvía y más envenenado cuando satisfacía su capricho. Va y vuelve. Quiero, quiero. La jícara de guardas negras. Las plumas de las garzas. Los huevos de la culebra. Los huesos del tiburón.
Sé cuidar del fuego y del hombre aún no sé cuidar, y mientras aprendo soy mi madre, mi abuela, mi bisabuela. Me acomete el temor de que el sueño me venza y entre pues nuevamente la iguana y se lleve mis ascuas. ¿Quién me concediera ahora ser muy vieja? Curtidas mis pieles, vencido el animal que cantaba y reía, mientras los pequeños hijos de mi marido pataleaban dentro mío y me cuchicheaban su sabiduría primera:
"¡Sigue madre este camino y hallarás a la rana que salta lindo; Atrápala madre y cómele sus excelentes tendones para que yo pueda nacer brincando!" Ah, sí. Percibía la voz menudísima de los hijos de mi marido. Nunca se equivocaban. "Un pájaro muy hermoso está posado en lo alto de la palma real, ve a contemplarlo madre, para que nazca yo con un penacho rojo igual al del pájaro".
Salía del bohío, alzaba la cabeza y allí, majestuosa y serena, estaba columpiándose el ave.
Algunas noches el niño de mi vientre se la pasaba en un "brí-brí" llamando a las luciérnagas y todas las luciérnagas de la Isla se le encendían. Entonces yo estaba segura. Cada animal que venía a mi bohío, venía para mi felicidad. Cada nueva semilla que caía en tierra y germinaba, por mi felicidad estaba. Cada carozo que se apretaba contra mi paladar, fruto de incalculable dulzor me habla regalado.
Y lo mismo sucedía con las piedras. Gritaban las piedras en la playa que se perdió: "¡Ven que aquí están entre mis oquedades los sabrosos cangrejos y los caracoles que son tu manjar!".
¿Cuándo comenzó la memoria a recorrerme el cuerpo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?
Mi hermano pequeño, que lo seguía con la mirada, vio un alcatraz y se lo señaló. El cacique lo dejó probar la puntería y con la primera flecha lo derribó. Lo certero del disparo le valió al niño seguir ya para siempre tras el cacique.
Desde ahí que nadie pronuncia mi nombre: Zinogay. Sólo se me mira por ser la hermana de Alcatraz-cabá y los pájaros cuya carne devoro vuelven ácido mi corazón. Igual que mueren los pétalos de las flores, silenciosamente, pasó el hechicero y vino a sentarse bajo las palmeras.
Mi madre asaba ñame. Siguió asándolos cuidadosamente y dejando que el olor abasteciera la nariz del brujo. Recién entonces se dio por advertida de su presencia y fue a sentarse frente a él.
Ni el hechicero ni mi madre hablaron. Tuvo el Sol que ocultarse sin que la humana voz del uno o de la otra se escuchara. Llegó el alba y ambos fumaban en silencio sus pipas. Sólo eso. Fumaban.
Le brillaban al hombre los ungüentos con que pintaba su cara y su aspecto feroz se había tornado una tristísima máscara.
Pasaron chillando los patos silvestres. Las cotorras ensayaron sus divertidas voces y los vecinos querían ser montón que vigilaba a prudente distancia.
Pero ellos no estaban en parte alguna de la isla. Fumaban sus cuerpos bajo las palmeras, pero sus espíritus combatían en algún lugar del Universo. Blanquearon aquel día los cabellos de mi madre y todas las cosas se volvían delgadas.
Para los adioses del Sol mi hermano mayor apareció trayendo calabazas y boniatos que él hacia crecer en la tierra. El hechicero majestuosamente se puso de pie. Clavó sus ojos en el que llegaba y le hacia ofrenda de cuanto traía. Se pudo oír a la voz cavernosa ordenarle: "Sígueme" y mi hermano, sumisamente, lo siguió.
Sólo mi madre continuó fumando, hasta que el espíritu le retornó al cuerpo, y no le alcanzaban los dedos de una mano para contar el tiempo que se le había huido.
-La selva se llevó mi hombre. Mi hijo menor marchó tras el cacique. Mi hijo mayor acaba de seguir al hechicero. ¿Qué más, pues? -se lamentó- y a la luz de las celosas ascuas que cursaban la noche, incineró bolitas de copal.
Al cabo de muchas lunaciones Alcatraz-cabá volvió al bohío.
Guerrero fornido. Piel lustrosa, ojos centelleantes. Tres perros le seguían. Dos patos que atrapó vivos en una laguna, fueron su presente. Aunque decía poco, manifestó con palabra elocuente un mensaje secreto. Rápida como una culebra, nuestra madre no hizo esperar la respuesta. Sin mover cejas ni pestañas, el guerrero tragó su bocado, recogió sus pertrechos y abandonó la aldea.
Alcatraz-cabá se topó conmigo cuando cruzaba por el ceibal.
-Zinogay -dijo- así marcha un bravo guerrero, derrotado por la lengua habilísima de su madre. Sin obtener la mano de Zinogay para el hijo del Cacique y con una piel de manatí por salario.
Ahíta. Colmada por la dulzura del marido, mis pies danzaban y la extensa playa danzaba con mis pies. Los peces se dejaban atrapar por mi mano y los guacamayos venían a conversar largamente conmigo.
"¡Mirad! ¡Es la misma playa, y son las mismas flores; el mismo mar que se deja caminar interminables leguas y los pájaros no se cambiaron! Pero algo que no conozco, que no sé explicar me rebasa como una vasija llena. No se parece a la muerte por agua, ni al vómito del volcán es parecida.
Me acurruco entre las piedras de la playa que se perdió y creo verla, monstruosa y lejana, llegando desde el mar. Interrogo al sol y no responde. Pregunto a la Luna, mi Señora, mi Ama, la que me ha criado, y me explica algo que no entiendo. Duermo y veo un rostro horrible, como de hombre sin color, blanco igual que los condenados por la peste.
He mirado largamente los pies de mis muchachos y algo fatal va sujetando diestramente sus tobillos. En vano dejo posar mi cuerpo en el arenal, para que recuerde los viejos secretos de las estrellas y los hombres.
Ahora mismo, siento como si nuestros hombres, con sus mujeres y sus hijos fuesen condenados a una muerte innoble, jamás conocida o sospechada, para la que ni los recios brebajes que los maridos mixturaban los días de fiesta, nos darían coraje.
Quería ver.
¿Y qué vieron? Vieron cómo era desollado el animal y extendida su preciada piel. Vieron como era descuartizado primero y repartido después, en tanto que, atraídos por la sangre del manatí, filas de tiburones se hacían visibles en las cercanas aguas.
Y observando lo próximo, nadie vio lo lejano. Una canoa inmensa, inmensa, amparada por lienzos enormes y raros cordajes. Una inmensa canoa, del tamaño de todos los miedos, que venía del Este. Habitada por hombres blancos.
Beatriz Basenji lasalsamadre.blogspot.com/