domingo, 28 de noviembre de 2010

Friné I









Este post surge con motivo de la contemplación de una imagen poderosa procedente de un cuadro que aun sin grandes pretensiones, una de esas expresiones románticas del academicismo francés de la segunda mitad del siglo XIX en que se representa una escena clásica o mitológica, logra impactar en la mirada descuidada pero atenta de la sensibilidad anhelante de belleza.
Se trata de Friné ante el Areópago, de Jean-Leon Gerôme. Una tela de mediano tamaño (80 cm x 128 cm) que esconde mucho más de lo que muestra a simple vista.
La primera vez que supe de esta obra fue gracias a Héctor Amado, gran amante de todo lo que tenga que ver con el clasicismo, pero, sobre todo, con su expresión artística y nouménica; así: filosofía, mitología, teodicea, escultura, arquitectura, poesía, épica, historia, etc., son temas en los ques e sumerge con delectación y, a veces, embeleso.


Pues bien, recuerdo un día, en que discutíamos o charlábamos sobre la belleza y sus atributos, a la vista de una de esas representaciones pétreas de alguna de las Venus clásicas que decoran hornacinas de los centros de placer que discretamente se ubican en la Cité Lumière. Él me señaló entonces la revelación que tuvo la primera vez que observó esta representación, parece que histórica -aunque siempre hay quien la tilda de legendaria-, acerca de una hetaira (o hetera) nacida en Tespias, Beocia, en 328 AdC, cuya belleza extrema sería causa de admiración y animadversión, quien, acusada de asebeia (o impiedad; el mismo delito que causó la desgracia de Sócrates) por un amante despechado, tuvo que someterse a juicio ante los heliastas (magistratura de Atenas inmediatamente inferior al Areópago, que celebraba sus sesiones a cielo abierto).
Friné, que, a la sazón, era amante y modelo del escultor Praxíteles (se especula que la Venus de Cnido, no es otra que la famosa tespiana), fue defendida por Hipérides, discípulo de Platón y gran dialéctico, que ante lo infructuoso de su hábil alegato, recurrió a un golpe de efecto subrayando su impecable discurso con los argumentos incontestables de la extraordinaria belleza de quien había sido modelo repetida para la más bella de las deidades, Afrodita: despojando a su defendida del peplo que la cubría, mostró a los jueces el tributo vivo que para la diosa era la belleza de semejante mujer, mostrando, así, lo que sería un delito aún mayor al privar a la sociedad ateniense de quien tan bien representaba a la más querida deidad de su panteón religioso.


Ni qué decir tiene que la hetera fue absuelta. Pero no por algo tan trivial como la contemplación de la belleza física, ni tan ordinario como la humana concupiscencia, sino porque el diestro alegato del magistrado estuvo enfocado continuamente hacia la abstracción que debiera hacerse del cuerpo de Friné, más allá de su estructura física, para enmarcarse en el ámbito de lo sagrado, de lo divino, aquello mismo que había sido la base y fundamento de la denuncia con que se la acusaba. Si Hipérides lograba persuadir a los magistrados que estaban ante la representación de la divinidad, éstos no podrían condenarla por impiedad; si por revelar los secretos eleusinos (segunda falta que se le atribuía), derecho tendría a hablar de ellos quien era poco menos que una delegación de la diosa en la tierra.


Héctor me dijo que había hecho un viaje exprofeso a Hamburgo para ver la tela en su ubicación actual: la KunstHalle. Me dijo que allí se pasó una hora contemplando el cuadro. Abstraído y atraído por ese foco luminoso que es el cuerpo de Friné, sobre el que están todas las miradas, mientras que ella misma, la observada, se cubre el rostro con el brazo en un gesto medido y quizás estudiado, para privar de identidad mortal a quien era reconocida como representación de Afrodita. Aquellos ojos fijos en la Belleza, en lo incontestable, en lo argumentado sin necesidad de argumento, aquellas púrpuras -rojo pasión- sorprendidas y prendadas de la nívea y ebúrnea piel -casi marmórea- que aparece como una súbita visión bajo el peplo azul -signo de inteligencia, color de Hera- impactando sus mentes y sus corazones, e inundándolos de una piedad capaz de sobreseer las denuncias de impiedad vertidas sobre ella. Todo esto está en el cuadro de Gerôme, pero no contento con eso, Héctor se puso a indagar sobre esta interesante mujer que ne su época ocupaba el escalafón más alto de libertad a la que una mujer podía optar. Dueña de sus cuantiosos ingresos, pues una hetera era mucho más que una simple prostituta de lujo, esta casta especial de mujeres libres poseían una cultura elevada y unos modales y educación que las permitían ser reclamadas en simposios y banquetes de las familias más ricas e influyentes de Atenas (Se dice de Friné que quiso reconstruir con su dinero las murallas de Tebas que fueron destruidas por Alejandro, haciéndolo constar así en ellas; parece ser que este deseo suyo fue desestimado por las autoridades).


El caso es que la curiosidad se acomodó ya entonces en mi mente y ha sido un cuadro, una historia, recurrente en mi bagaje artístico. Hoy, por fin, ha llegado el momento de rendirle homenaje. Pero la labor de preparación y recopilación de documentación, felizmente, ha sobrepasado mis expectativas y dado el abundante material aparecido, deberé dividir su exposición en más de una entrega (quizás dos o tres).
En esta primera, lo presento (valga para ello, esta breve introducción de su causalidad), y aporto el poema que le dedicara Héctor, escrito en aquel su abuhardillado retiro parisino.
Acompaño los textos, con dos representaciones de la protagonista, la que ha originado todo esto y otra de una supuesta copia de la Venus de Tespias, de Praxíteles, encargada por Friné.
La música elegida no podía ser otra, para celebrar la exaltación de la Belleza, que una cantanta del genio de Eisenach, del músico de músicos, del que es expresión máxima de la belleza musical, tanto coral, como instrumental: Johann Sebastian Bach; se trata del Psalm nº 51, BWV 1083 Tilge, Höchester, meine Sünden.






EL JUICIO DE FRINÉ

¿Quién es esta Friné que hasta aquí llega
vestida nada más que de hermosura,
toda vez que el peplo azul la mano diestra
de Hipérides alzó tan oportuna?
¿Quién es ésta que luminosa se muestra
esplendorosa hija de la blanca espuma?
¿Quién es que los ojos de los jueces ciega
y la razón a su emoción vincula?

Acusada de impiedad hacia los dioses
por un ingrato amante despechado,
la que fuera modelo de escultores
y tributo al amor y su retrato,
la que a Venus brindara cuerpo y honores
y a los hombres placeres y agasajos,
ante un jurado está, inmisericorde,
que pretende condenarla sin reparos.

Muestranse fríos los jueces al discurso
del amante que abogado es de la rea,
pese al calor que en la arenga éste dispuso
y a la pericia de que hizo evidencia;
es la impiedad el delito más impúdico
de aquella impúdica y clásica Atenas,
el mismo crimen que a Sócrates supuso
dar fin a su filosófica carrera.

Mas he aquí que la Belleza conmueve,
donde no pudo el arte de Sofía
invocando razones de la mente,
con argumentación más disuasiva:
sagaz golpe de efecto, el velo leve
quitó del bello cuerpo de la ninfa,
el defensor que astuto la defiende,
mostrando las razones de Afrodita.

Jueces los ojos de quienes, tan severos,
justicia bajo la luz del sol observan,
deliberan y sentencian, muy abiertos,
de formas tan rotundas la inocencia,
pues no conciben cuerpo tan perfecto
sin mediar la divina providencia:
de impiedad, unánimes y circunspectos,
absuelven a deidad tan manifiesta.


***
LInks de Interés:
http://es.wikipedia.org/wiki/Prax%C3%ADteles

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lunes, 22 de noviembre de 2010

Día de Santa Cecilia





Felicidades a todos los marplatenses,
en el día de su patrona.

Ocasión para celebrar, la música, no necesita, pues se celebra cada vez que suena una melodía: una canción, un silbido modulado, un compás de palmas, un tararear descuidado, un tamborilear de dedos sobre un cordobán tensado, un tañir de cuerdas bien ritmado que vibrando sobre un vientre de cedro laqueado ponga voz al éter y música al arcano instante en que el vacío parió un universo melodiosamente temperado, un viento medido y ordenado que a su paso por angostos tubos calibrados exprese melodioso su atributo matemático...

¿Patrones la música? Necesita voces e instrumentos, necesita voluntades, sentimientos, sensibilidades, emociones jubilosas y melancólicos lamentos, necesita, sobre todo, ser tocada y escuchada por espíritus atentos, por corazones receptivos, por oídos sensitivos y dispuestos al gozo indescriptible del vibrar inconfundible del armónico universo.

A Santa Cecilia hacen patrona de un infinito, guardiana y protectora del sonar inaudito de la materia, y, así, el veintidos de noviembre su figura se celebra, una imagen tan difusa, la suya, que es cosa de leyenda: virgen y mártir pura, mujer de gran hermosura y de virtud manifiesta que abrazada a la fe de aquél que crucificado fuera acabaría sus días torturada pero entera, no pudiendo ser ahogada ni escalfada de ruin manera y al negarse el filo a hendir el sostén de la gorguera.
¡Viva Santa Cecilia, pues! ¡Viva y que nunca muera, mientras se escuche en el aire la Música de las Esferas!




Oda de JOHN DRYDEN a SANTA CECILIA
(Letra de la Oda a Santa Cecilia de G.F. Haendel)


De la armonía, de la armonía celestial,
Surgió este marco universal
Cuando la naturaleza yacía

Bajo un montón de discordantes átomos,

Y no podía levantar su cabeza,

Una melodiosa voz se oyó desde lo alto:

«Levantaos, vosotros, que sois más que muertos»:


Entonces, el hielo y el calor, la humedad y lo seco,
brotaron para tomar sus lugares,
obedeciendo el poder de la música.
De la armonía, desde la celestial armonía,
Surgió este marco universal,
fluyó por todo el ámbito de notas,
y se cerró el diapasón, completamente en el ser humano

¿Existe pasión que la música no pueda provocar o calmar?
Cuando Jubal tocó el caparazón con cuerdas (la lira),
sus hermanos que escuchaban le rodearon,
y asombrados cayeron de bruces
para alabar aquel sonido celestial.
Ellos creyeron que sólo podía ser un dios lo que habitaba ahí,
dentro de la cavidad de aquel caparazón
que hablaba tan dulcemente y tan bien.
¿Existe pasión que la música no pueda provocar o calmar?


El fuerte estruendo de la trompeta
nos llama a las armas,
con notas estridentes de rabia
y de mortal alarma. El redoble del estruendoso tambor
grita, ¡oíd! viene el enemigo;
¡a la carga, a la carga! ya es tarde para la retirada.
La flauta de suave lamento
en agonizantes notas descubre
las aflicciones de los enamorados desesperanzados,
cuyo canto fúnebre es susurrado por el trinar del laúd.


Los ásperos violines proclaman
sus celosos dolores y la desesperación,
furia, indignación desesperada,
dolores profundos y pasión elevada,
por la hermosa, dama desdeñosa.
Pero, ¡oh! ¿qué arte puede enseñar,
qué voz humana puede alcanzar
la alabanza del órgano sagrado?
Notas que inspiran amor santo,
notas que toman su rumbo celestial
para unirse a los coros allá arriba.

Orfeo podía conducir la raza salvaje;
y los árboles se desraizaban dejando su lugar,
seguidores de la lira.

Mas la resplandeciente Cecilia provocó un milagro mayor:
Cuando a su órgano se le dio el respiro de la voz,
un ángel lo oyó, y apareció de pie,
confundiendo la tierra con el cielo.
A partir del poder de las canciones sagradas,
las esferas comenzaron a moverse;
y para todos los benditos del cielo:
cantaron la alabanza al Gran Creador,
Entonces, cuando la hora final y terrible,
consuma esta procesión decadente,
la trompeta se oirá en lo alto,
los muertos vivirán, los vivos morirán,

y la música entonará el firmamento.
***


-o-

HENRY PURCELL
Hail! Bright Cecilia!



Aquí la Oda a St Cecilia de Henry Purcell, completa:

http://www.youtube.com/watch?v=EoFCPpDZSG4&feature=BF&list=PLF4F003369143CDC2&index=1
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domingo, 21 de noviembre de 2010

La Voz de lo Eterno





Alleluiah!
Hildegard Von Bingen
Alleluia!
O virga mediatrix,
sancta viscera tua
mortem superaverunt
et venter tuus
omnes creaturas illuminavit
in pulcro flore
de suavissima integritate
clausi pudoris tui orto.

*
¿Qué lleva el aire?

¿Qué lleva el aire, qué lleva?
Ese son, esa soflama,
esa voz que me desvela,
ese himno que reclama
mi pasión y la subleva;
dime, corazón dichoso:
¿Qué lleva?

¿Hacia donde se dirige?
¿por qué en mí se demora?
¿por qué mi delirio exige
y obtenido lo enamora?

¿Que quiere de mí, qué quiere?
Si me rindo a su hermosura
hasta amarla con locura
¿por qué tan honda me hiere?

¿Que lleva el aire, qué lleva?
Una voz que me reclama
cuyo ardor de suave llama,
inflamándome, me eleva.





O Vis Aeternitatis
Hildegard Von Bingen
Vis aeternitatis
que omnia ordinasti in corde tuo,
per verbum tuum omnia creata sunt
sicut voluisti,
et ipsum verbum tuum
induit carnem
in formatione illa
que educta est de Adam.
Vis aeternitatis
Vis aeternitatis.
*

Ay, Poder de lo Eterno

Ay, Poder de lo Eterno,
qué dulcemente hieres
poblándome el infierno
con cielo de mujeres.

Potencia Femenina,
Eterno Paradigma:
es vuestro alma divina
del hombre grato estigma.

Ay, Poder de lo Eterno,
la herida que me infieres
un gozo es sempiterno
nutrido por mujeres.

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sábado, 20 de noviembre de 2010

El Manantial de la Doncella



Surte el manantial de la doncella brocados diamantinos: vida bella que brincando se atropella y se resuelve en torbellinos de cristal, fluidos dedos opalinos que acarician cuanto encuentran de manera angelical. Brota fresca, incontenible y torrencial, a tenaces borbotones, esta fuente persistente que un latir de corazones, empapados de emociones, aman, pura y celestial.


Es su voz, brillante y clara, un canto alegre que deleita, una dulce cantinela que en su insistir manifiesta letanía que arrebata; néctar suave que penetra en el alma delicada y allí reposa y fermenta y de belleza la embriaga. Es rumor de un infinito el que en la doncella suena: un resonar exquisito que de un misterio bendito se resuelve voz amena con encanto que condena a un regocijo inaudito. Son, su manar cantarino, voces de candor divino que en el aire se propagan, los brocados cristalinos, como celestiales trinos que la sed del alma apagan.


Corre ingenua y virginal a través de las edades su corriente trascendente fecundando voluntades con riqueza seminal. Su venero inagotable de existencia incontenible se hace lluvia torrencial al sublimar su figura -que la ensoñación procura- de apariencia tan carnal, en colmo de la pureza, o casta naturaleza, de equívoca constitución sensual.


Fontana que emana perplejidades en confusa tropelía, jubilosa algarabía de afortunadas verdades y deliciosos engaños, profusa antología de sueños y desengaños, es aquel manantial de la doncella que promete vida bella, pero que al final somete al hombre que va tras ella -tras efímero deleite- a vivir sin más caudal que una imagen fantasmal acomodada en su mente y una frustración fatal por el vacío que siente donde, plena e incontenible, antes manaba una fuente.


Douce dame jolie,
Pour dieu ne pensés mie
Que nulle ait signorie
Seur moy fors vous seulement.

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viernes, 19 de noviembre de 2010

Mirada de niño


¿Qué miran? Esos ojos asombrados dueños de espacios infinitos, esos luceros benditos de brillo fascinado, esos esféricos fanales de luces fantasmales donde mora lo inaudito... ¿Qué están mirando? Laten fulgurantes con destellos que nos muestran firmamentos fascinantes, tan diversos como hermosos; laten puros, valerosos -no conocen el temor ni la dicha del amor-, por eso se hallan siempre plenos de portentos, a la sorpresa atentos para gozar mejor.
Protagonistas ocasionales de arcanos pensamientos, asombros siderales, que víctimas del pasmo sucumben al ensimismamiento... ¿Qué miran, luego, tan absortos? ¿Qué universo les fascina? ¿Qué íntima pasión les absorbe y les domina? ¿Es lo extraño, lo chocante; la excepción que año tras año se repite deslumbrante? ¿El dolor que, aún bisoños, no adivinan ni comprenden? ¿La tramoya de una historia que no entienden? ¿Qué miran? ¿Hacia dónde su mirar de extasiado contemplar?


La mirada de un niño es un registro de la historia sin memoria, una cámara sin guiño, un espejo rutilante, un reflejo, un diamante sin tallar; un estar sin ser, un querer y un desear sin saber; un continuo ser sin estar, pues, perdido en aventuras que su imaginación procura, en sí mismo se detiene y en su magín se entretiene siendo el héroe del lugar: él el dios omnipotente y el villano sediciente, el dueño de los rayos y del trueno, el Rey magnánimo y el ladrón bueno, la aleve mariposa y la moteada mariquita, la lámpara maravillosa y el quiosco de malaquita,... Todas las cosas en su mente se amontonan y allí desencadenan reacciones en cadena, relaciones prodigiosas, que al cabo le mantienen suspendido de una nube, con los ojos ya extraviados ya perdidos, en un estoy donde no estuve, en un andar donde no anduve, siempre nuevo y renovado, siempre fresco y transformado.


¿Qué miran los ojos de los niños cuando, despiertos, parecen estar dormidos?

Miran un horizonte lejano, tan cercano, que se encuentra en ellos mismos. Miran el fondo de los abismos y las cumbres altaneras, donde habitan todos los miedos y alegrías de la tierra; pero sobre todo miran la luz que, dentro de sí, les llega de las estrellas.




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jueves, 18 de noviembre de 2010

Demonios



Allí vienen, surgiendo de las sombras, con las fauces abiertas y enseñando los colmillos, aquellos pensamientos que, escondidos, atacan, traidores y taimados, cuando más desprotegidos, por expuestos, nos hallamos. Son pensamientos fermentados al abrigo de lo oscuro, pensamientos infernales vecinos de Palinuro, y, como él, víctimas mortales del albur de los dioses iracundos.
Pensamientos infecundos, surgidos de espantosos cenagales; deformes monstruos de la mente, que combatiré inútilmente, pues es inmune al raciocinio la razón de su esencia pestilente.
Como hienas voraces ya se aprestan, muerden, desgarran y devoran; ya asestan, hienden, escarban y destrozan: son pensamientos que surgen del horror al vacío y la impotencia; son, huelga decirlo, depredadores de conciencia, enemigos de la luz y de la risa, del eterno azul y de la brisa, de la clarividencia.


Portadores de lo grave y del pesar, siempre dispuestos a lastrar las ansias de vuelo, propagadores del temor y el desconsuelo, siempre prestos a tornar en acíbar el almíbar de un pretendido cielo, asaltan, los temidos pensamientos, la precaria fortaleza donde se refugian, heridos y maltrechos, mis más puros sentimientos, si deshechos por su mismo sentir que no acierta a seguir, por caminos más derechos, su tortuoso y honesto decir sí; ya el bastión cede y se derriba, y el corazón, saliendo por la brecha, nada estrecha, procede a una deriva que, desarbolado, sin timón que lo gobierne, lo deja a merced de tormentas y huracanes, fiado tan solo a un horizonte que se cierne y se acrecienta, envidiando la destreza de un valiente Magallanes.


Pensamientos afilados, ideas feroces, reflexiones sanguinarias, llegan, formando hordas imaginarias, para combatir mis ansias de victoria: en el torbellino de la vida alcanzar la gloria de una existencia digna, aquella que por propia se convierta en mi ansiado paradigma. Venid, mis abyectos pensamientos; lacerad, si pretendéis mi sufrimiento. Inmune soy a vuestro veneno nauseabundo que traéis del ultramundo; blindada mi alma a vuestro filo, resbalarán las dentelladas en mi piel de cocodrilo. Venid, vosotros, mis pensamientos más rastreros, nada podréis contra este espíritu señero del que procedéis; nada vuestro horror, nada vuestro espanto, pues me cubre un manto de invulnerable amor.


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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ocaso



Se hunden los dorados de la tarde en azules claridades. Cae el sol, y yo con él, hacia abismos de temidas soledades.
¿Qué fui yo? ¿Qué soy? ¿Hacia qué horizonte voy?
Penetran los rayos de oro viejo por los tibios ventanales; penetran en mi pecho y allí encienden, a despecho, inauditos luminares.

Se acuesta la tarde y se tienden, con ella, mis verdades en un oscuro rincón apenas iluminado por ese rayo puro que irradiando futuro surge desde el núcleo de mi corazón.
Arden ya las nubes, lo blanco se enrojece, mientras mi alma palidece entre arreboles silenciosos; lívida, la carne se estremece con compases cadenciosos y al ritmo del ocaso se habren paso los anhelos más dichosos... con sordina. Ya arde el cielo, la cortina de fuego se propaga y mi ansia de posibles no se apaga: tremolantes las llamas prenden todo, incendio cotidiano que a su modo purifica de hojarasca el frío ambiente y santifica de futuro mi presente.
Se quedan ardiendo allá en las nubes los recuerdos de un sol ya fenecido: cumpliendo su periplo por el cielo, sobre lienzos de algodón, deja sus fuegos de artificio.

Al fin, la noche ya se cierne, nada impide que gobierne el reino de las sombras.
-Dime, cielo: ¿si me nombras, cuál ha de ser mi respuesta?, y la voz de mi anhelo le contesta:
-¿Dorada como el sol que ya se ha ido? ¿O blanca como el rayo presentido?


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martes, 16 de noviembre de 2010

Suena la noche





Suena la noche. Son sus sonidos de sueños despiertos y dormidos. Suena la noche con clamor de suspiros, de anhelos rotos, de deseos no cumplidos. Suena la noche y es su sonar un bramido de llantos contenidos, de lágrimas derramadas, de corazones doloridos. ¿No oís cómo suena? ¿Como retumba en los oídos el fragor de las estrellas, el retumbar de su brillo? Noche inmensa y clamorosa, de sollozos florecidos, de rayos de luna gritando estremecidos:

¿Dónde han ido los amantes? ¿Dónde están los blancos lirios?

Suena esta noche, quejumbrosa, con amores infinitos. Suena esta noche con voces de los sueños no vividos, suenan azares adversos y suenan destinos esquivos. Esta noche suena tanto, es tan infernal su ruido que apenas puedo escuchar, angustiado, mis latidos.

Los amores que se fueron, ¿Dónde están, a dónde han ido...? ¿Detrás de qué utopías? ¿Quizás iban perseguidos? ¿Acaso tristes y dolientes? Solo sé que iban heridos, pues dejaron un reguero de, sonoros, deseos incumplidos...




*


Tú y yo: éclairs

Somos, mientras vivimos,
la imagen que proyectamos;
en los otros habitamos
y allí nos sobrevivimos.

Nada somos sin mirada
que nos fije en su retina;
existencia clandestina
buscando ser capturada.

Sinrazón de la conciencia:
que sabe de su existir
mas no sabe colegir
la intención de su existencia.

Somos, mientras sentimos,
corazón que se desborda
arrojando por la borda
la razón con que morimos.

Vida es pasión desatada,
es vendaval, remolino,
y no estático destino
de realidad postergada.





Vivo sin vivir en mí...,
¡Qué razón tenía la santa!
¿Es precisa entrega tanta?
para sentirse vivo: sí.

Vivimos en los demás,
huéspedes de su clemencia
o, más bien, de su demencia:
necesarios locos de atar.

Esta terrible locura
en que consiste la vida,
apenas es presentida,
el manicomio procura.

Vivo sin vivir en mí...,
en tu conciencia resido,
cálido y seguro nido,
no me destierres de ti.

Mentidores compulsivos,
saqueadores de conciencias,
necesarias residencias
para espíritus cautivos.





Ahí va un cuerpo que siente
y en su sentir se equivoca,
pues su sentido convoca
un delirio permanente.

Sin sentido vaga humano
este ser que se imagina
razonar, cuando alucina
buscando un destino vano.

Vivo sin vivir en mí...,
emboscado en tu mirada
que devuelve, deslumbrada,
la imagen que allí escondí.

Somos quien nos sentimos,
mas no quien nos creemos:
por los sentidos sabemos,
por las creencias mentimos.

Sólo soy cuando me abismo
en las simas de la vida,
cuando, libre en la caída,
me libero de mi mismo.





Todo vivir es negar
nuestra estática condición,
es decir sí a la emoción
que nos obliga a vagar.

Quien más vive más se niega,
más se arroja, más se expone,
más se vierte, más depone
su voluntad, más se pliega.

Vivo sin vivir en mí...,
no es preciso el misticismo
para saber que uno mismo
no es nada encerrado en sí.


*****

domingo, 7 de noviembre de 2010

Cotidianeidad


Héctor Amado pide paso, y paso le doy. Ya no son papeles de buhardilla; ya no opúsculos en la lengua de Molière. Es su presente sentir que quiere hacerse patente, con esa su peculiar voz, sobre el mío. Me dice que quiere dar cuenta de la realidad que conmigo vive, sometido al albur de cuanto yo haga, diga, sienta o piense. No tengo nada que objetar. No quiero que nadie me acuse de tenerlo secuestrado, de que lo utilizo a mi conveniencia, de que me aprovecho de su genio o de su obra. Me pide espacio, y se lo doy, convencido de que cuanto diga contará con mi aprobación, cuando no con mi reconocimiento. También accedo a la recomendación que Héctor me hace para encabezar esta entrada con el genial Amedeo Modigliani y su famoso Nude Sdraiato -uno de los más sugerentes desnudos jamás pintados-, cuadro que figura -me dice- en su pinacoteca más íntima y selecta. La música intimista de Keith Jarret completa esta singular propuesta. Quien sea capaz de fundir en feliz amalgama texto imagen y sonido podrá, sin ninguna duda, acercarse a la naturaleza de este alma bohemia y soñadora que anima el ser de mi querido heterónimo.
Con todos ustedes el sentir hecho palabra de quien podría ser yo si yo ya no lo fuera...


A veces me despierta cuando aún el alba duerme. La noto aferrada a mi sexo, erecto, pulsátil; la dejo hacer. Finjo que aún duermo, pero ella sabe que no es así: me abraza, me acaricia, se estira sobre mí -aún madrugada en celo-; yo me dejo hacer. En ese estado semiinconsciente en que uno no ha abandonado el reino del sueño y ya está tocando con los dedos una realidad menos voluptuosa... me dejo hacer por ella. Así, entregado en duermevela, soy todo placer sometido, sensibilidad expuesta, somera percepción estimulada... Después la abrazo, ya saliendo de mi pasividad, y es como si me abrazara a mí mismo. Mis manos me ciñen, me tocan; me deleito en esta especie de onanismo que es someterla a mis caricias; mis manos se deslizan por mi vientre hasta sentir la erección por ella provocada y la penetro, me hundo en ella que, ávida como arena movediza, cálida me acoge, me engulle con su humedad pegajosa con sabor a noche ida y olvido; y nos abandonamos en el mutuo abrazo hasta que... de pronto, la luz nos arroja a las horas por vivir: el sol asoma tras los negros dientes de la sierra precedido por su cohorte de heraldos irisados desvelando la naturaleza de la amante:

...Entonces la contemplo y a veces veo: su cuerpo voluptuoso, de senos turgentes, caderas anchas, culo firme y muslos blancos y suaves cuyas raíces se hunden en la herida luminosa donde me acabo de perder; su cara pícara y no siempre hermosa, pero invariablemente atractiva, con los ojos grandes y verdes o almendrados, los pómulos suaves y las mejillas, ligeramente ruborizadas, incitando al beso y la caricia con las yemas o el dorso de los dedos -siempre en un gesto delicado-, la boca, esa boca eternamente húmeda, que es una rosa de aterciopelados pétalos carmesíes por donde rezuman lúbricas las palabras o el silencio palpitante; el cabello largo o cortado a la française -indistintamente rubio o moreno, ocasionalmente, pelirrojo-... Yo la miro y suspiro, y con mi mirar acaricio su mirada limpia de día luminoso y pletórico; y siento que nada puedo temer de las horas por venir: sé que ella me colmará de dicha y consumación...

... Pero, otras veces, la contemplo y veo: un cuerpo diminuto, con forma de comadreja en estado de hibernación. Sé que respira por el leve movimiento de su tórax. El pelo, ralo, le cuelga en guedejas irregulares; bajo el hocico frío y húmedo le asoman, puntiagudos, los finos colmillos como si fueran dientes de leche agria; el vientre, de un rosa pálido morboso, parece como de gelatina, y de él sobresalen, concreciones así mismo gelatinosas, unas protuberancias a modo de mamellas donde presiento que yo he tenido mis labios, succionando, sin obtener nada más que hastío; sus patas peludas acaban en pezuñas de las que salen unas uñas negras veteadas y pintadas de un morado nazareno, esperpénticas, y en las que hay rastros de mi piel por ellas desgarrada. La miro y la nausea se me impone con la certidumbre con la que sé que es con ella con la que he de compartir el resto del día... si no ocurre un milagro.


Nos levantamos juntos de la cama; las sábanas, clamorosos testigos de sueños agitados, de dichas y desdichas, de pesadillas y de abrazos, allí quedan retorcidas como piel, de tan sobada, revenida y arrugada. Evacuamos la vejiga de los sueños no filtrados y ponemos bajo la ducha nuestros cuerpos aún adormecidos: nos frotamos mutuamente, y la espuma de un jabón inconfesable cubre nuestra piel arrebolada; después nos aclaramos, si aún aturdidos, algo más despiertos; nos secamos con especial atención en los pliegues ocultos de nuestra consciencia, para, seguidamente, vestirnos de etiqueta o de luto, o de informalidad casual, o, a veces, permanecemos desnudos con ganas de sentir la caricia del aire en la piel y el beso mutuo de los deseos aun no satisfechos.

Preparo el desayuno: tomaremos fruta jugosa -quizás uvas tintas y blancas o peras conferencia o mangos maduros-, pan tostado en su justo punto sobre el que extenderemos volutas rizadas de mantequilla tradicional y miel de espliego o azahar, o mermelada de fresa artesana o de frambuesa o arándanos o moras, mini brioches caramelizados en su superficie ligeramente crujiente, quizás alguna galleta hojaldrada; un café natural de comercio justo o una mixtura propia de tés earl grey y darjeeling será la droga necesaria para arrancarnos por fin -y del todo- de brazos de morfeo. Mientras ingerimos y sentimos la energía circular por nuestro torrente sanguíneo nos miramos a los ojos, no hablamos; quizás nos presentimos, quizás nos intuimos, quizás nos adivinamos, los pensamientos dedicados; nos sonreímos, quizás esbozando un gesto cariñoso inducido por una sensación súbita e insospechada (¿qué pasará por la mente distraída de quien se enajena del sueño? ¿qué ignotos presagios asaltarán a las almas aún somnolientas?).


Mientras la realidad nos invade -o la conquistamos-, suena el piano envolvente de Keith Jarrett: gemidos melodiosos arrancados a sus fibras de acero estimuladas rítmicamente por los dedos de fieltro pulsados por el genio lujurioso del prodigio. Momentos arpegiados, acordes discordantes, cadencias personales de un alma arrebatada por el placer de crear. Penetrados por el júbilo sonoro nos mecemos, juntos e inseparables, en el ahora único que pasará para nunca más volver.

La adoro o la aborrezco y con ella, con esa compañera que es avatar ligada a mi propia eternidad forjada de instantes efímeros, me dispongo a transcurrir por el filo de las horas. Con ella saldré a la calle y respiraré la esencia de los pinos y el aroma de las ajedreas o la bocanada a podredumbre que desprenden los contenedores de basura repletos de detritos; escucharé el tráfago incesante de las vidas ruidosas pululando alocadamente de un lado para otro y aquel otro sonido apenas perceptible de las vidas ya entregadas a la nada circulando por raíles de vacío. Confiaré algunos de mis pasos por el filo de las horas a ganarme el pan que me sustenta y el vino que me embriaga y la casa que cobija la cama en la que yazgo. Pero los más, esos todos, los que llenan mis espacios de sentidos y sensibilidades, los dados al desgaire del cuido y el cálculo; esos, los que doy con ella adherida a mi piel, son mis pasos más queridos. A veces me sorprendo a mí mismo amándola, indiferente a las miradas que nada sospechan, mientras camino, o miro el horizonte o contemplo las figuras de aquellas a las que amo sin conocer; entonces ella, ajena a los celos, me empuja a gozar, a agotar ese mi sentir sorprendido, mirándome satisfecha cuando mi gozo enamorado da su fruto: la palabra ya preñada de sentido; la caricia certera que estremece, el escalofrío que eriza el ingenio...


Así va transcurriendo el día -transcurren todos mis días: sintiendo pasar la vida, haciéndome y rehaciéndome constantemente, filtrando experiencias y tamizando emociones. Al final, me voy quedando con aquello que resplandece, aquello que fulgura; como queriendo ser, no más, que un guardador de destellos, un coleccionista de momentos, si sencillos, brillantes, un celoso acaparador de estremecimientos. Y todo, todo, con ella lo comparto, porque soy amante enamorado de quien conmigo llegó a este mundo para surcarlo conmigo, fiel y sumisa, a pesar de mí: ella, la amante incondicional, condicionada solo por mi ser y por mi estar, por mi querer y mi desear... ella, mi querida, mi perenne, mi inseparable cotidianeidad.


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Puso Imágenes
Amedeo Modigliani
Nude Sdraiato
Nu couché de dos

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Puso Música
Keith Jarrett
Paris Concert

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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Goce gastronómico y sensualidad: Un buen maridaje


Recientemente ha aparecido, entre el exiguo grupo de seguidores declarados de este blog, un nuevo miembro, a lo que parece, chef, o maese de fogones, que tanto da, al que doy la bienvenida y agradezco tanto su interés como su materialización dejando tarjeta de visita.
Una vez visitado su predio de vario aunque relacionado contenido, que no es otro que el mundo de lo gastronómico napando con aterciopelada textura las diversas manifestaciones de la cultura, y habiendo catado y degustado los diversos sabores que allí se ofrecen, agradezco aún más que halla elegido este blog entre aquellos por los que paseará su mirada.
Dada la dedicación que exige el mantener un espacio como este y su actualización periódica, el hecho de que se abran varios frentes es más digno de admiración; y si, además, se hace con la exigencia y desenvoltura con que nuestro amigo Javier Sarmiento lo hace, el mérito se multiplica...
Así, pues, como de bien nacido es ser agradecido, vaya en su honor y nombre esta entradilla gastronómica que nuestro querido Héctor Amado escribiera allá en su retiro parisino abuhardillado. Como casi todo lo por él escrito durante esta época, está en francés, y como ya saben todos los que me siguen prefiero respetar el original por mor de guardar fidelidad a la intención del autor. En esta ocasión, en el primer comentario, se hallará cumplida traducción para aquellos que no dominen la lengua de Montesquieu.
Al artículo original he añadido, como banda sonora, varios cortes de la compuesta por Michael Nyman para el extraordinario film El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989).
Además, he añadido una escena de la película aludida en el artículo, La Grande Bouffe, que espero arranque cuanto menos una sonrisa, sino las más desinhibidas carcajadas (advierto: abstenerse espíritus ajenos al sentido del humor y/o con una sensibilidad en extremo mojigata o pudibunda): ¿cuál es el secreto de la elaboración de la Tarta Andréa? ¿Estará en el proceso de amasado?.
Al anterior socarrón y desmesurado sarcasmo bañado en salsa ligeramente picante, como contraste, añado un corto que, si bien no guarda relación con la perspectiva sensual del hecho gastronómico directamente, sí lo hace con su capacidad de traspasar fronteras a priori impermeables...
Quede el compromiso de subir uno de mis menús literarios para otra ocasión; todo sea por no sobrecargar esta salutación, dada la extensión requerida. Tiempo y ocasiones habrá.

Salud y bon appétit!

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Jouissance Gastronomique et Sensualité: un très bon mariage

La jouissance gastronomique c'est une sorte de plaisir hautement sophistiqué dont le début est une nécessité primaire: se nourrir pour maintenir la vie. C'est pour cela que parfois le sybaritisme est si proche de la vulgarité (en fin de compte nous ne sommes qu'animaux, bien que superieurs).

De la ancienne Bacchanale (fête païenne en honeur du dieu Pan ou Dyonisos) à la Grande Bouffe (film objet de scandale de Marco Ferreri, 1973) il y a un long et tortueux chemin à parcourir. Dans le premier cas l'occasion était joyeux: on mangait, on buvait, on chantait, on jouait, on fait l'amour, etc., tout fait d'une manière naturel comme un chant à la vie, la joie de vivre!; dans le second cas s'agit d'utiliser des biens comme la jouissance gastronomique et la sensualité avec la finalité de bien mourir (?), le paradoxe de l'excès: mourir d'excès de vitalité: puisque nous devons de mourir, mourons donc!, mais avec délectation.

Oscillant entre les deux cas précédentes, entre ces deux extrèmes, l'être humain a fait du simple acte de manger tout un art plein de volupté, de sensualité. C'est comme si l'homme voulais s'eloigner de son animalité. L'homme ne mange plus, il jouis, il devient gastronome; il mange pour jouir: il choisis, il elabore, il orne, il accompagne les repas avec des boissons qui enlargent le plaisir... l'homme ne mange plus, il degoûte...

... et dans cette degoûtation gastronomique se mélangent les diverses sortes de jouissance: l'esthetique, l'érotique, le litteraire et la musicale y compris. Tous les sens participent dans l'expérience gastronomique et puisqu'elle est une expérience aussi fortement évocatrice les odeurs, les goûts, les coleurs, les textures, sont portes intemporelles que nous permettent voyager à travers le temps. Tout cela fait qu'elle soit, en outre, une de les plus complexes et completes de toutes les expériences que l'homme puisse experimenter.

Jouissance Gastronomique et Sensualité: vu ce qui j'ai dit plus haut, rien d'ètonnant donc à ce que les expressions employées dans les deux milieux s'échangent: ainsi on parle de manger quelqu'un de baisers, caresser un vin avec la langue, savourer ou dévorer des yeux quelqu'un, embrasser un bonbon au chocolat ou être jolie à croquer. (ne pas oublier que certains animaux se dèvorent materiellement entre eux pendant la copulation -comment se sentiront-ils?-).
Ce qui est certain, c'est que la Jouissance Gastronomique et celle Sensuel sont intimement liées, peut-être qu'il soit consequence d'un élan primaire qui poursuis simplemente la perpetuation de la vie mais que dans l'être humain aie arrivé à un tel gré de complexité pour s'acommoder à son tour au gré de sophistication de son développement intellectuel.
En résumé, nous aimons la nourriture et dévorons l'être aimé.

D'autre part, et cela apparaît clairement à La Grand Bouffe, il y a des affinités électives pour s'asseoir à la table. On se partage meilleur -et on se jouit plus- avec ceux qu'ont une sensibilité semblable à la nôtre, parce que nous ne devons pas oublier que la capacité et l'intensité de la jouissance dépend autant de la sourprise et de la trouvaille que de l'experience et de la connaissance, mais surtout et avant tout du gré de sensibilité.

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La Banda Sonora













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Los Vídeos

La Grande Bouffe (Marco Ferreri, 1973)

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We are what we lost (Srdan Mitrovic)

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COMPLICIDADES

Me cabe el honor de subir hasta aquí la propuesta que a modo de lectura recomendada nos hace Elvira, en el que es su primer comentario en el blog y tras hacer un juicio de valor del mismo que me llena de orgullo y agradecimiento: pues que no habiendo leído al Príncipe de Lampedusa, empero sí sabiéndole autor de esa novela inolvidable que es El Gatopardo, traspolada tan amravillosamente al cine por Luchino Visconti, resulta que el estilo que ella encuentra en mis relatos sería, en mucho o en poco, semejante al esgrimido por este espléndido recreador de situaciones. Y para corroborarlo nos deja este relato sobre la mesita del Rincón del Comentario, para que así seamos nosotros mismos quienes juzguemos ese su tal aserto. Reconozco que soy incapaz de contemplarme con el suficiente distanciamiento como para confirmar o rebatir mis connotaciones estilísticas con tan aristocrático escritor, por eso traigo hasta aquí un fragmento del relato recomendado por Elvira, Lighea -por otros nombres: "la Sirena", o "El Profesor y la Sirena"- y el enlace para que se pueda leer, quien así lo desee, en si integridad (cosa que recomiendo vivamente, pues la prosa es exquisita y su lectura de lo más agradable, fácil e interesante).

He optado por dejar aquí dos pequeños fragmentos, uno del principio del relato, y otro del principio del nudo -o tema central- del mismo. Espero que sean de su agrado. Lo acompaño con una pintura de Frederick Leighton: The Fisherman and the Syren, creo que muy adecuada con lo que aquí se cuenta.

Lighea (fragmentos)

[...]
Como siempre he sido un animal de hábitos, me sentaba siempre a la misma mesita rinconera diseñada con todo mero para ofrecerle al cliente la mayor incomodidad posible. A mi izquierda, dos espectros de oficiales superiores jugaban “tric-trac” con dos larvas disfrazadas de consejeros del tribunal de justicia; los dados judiciales y los militares se deslizaban átonos, fuera del cubilete de cuero. A mi izquierda se sentaba también un señor de edad muy avanzada, liado en un abrigo viejo con cuello de astrakán despelachado. Leía sin tregua revistas extranjeras, fumaba puritos toscanos y escupía con frecuencia; de vez en cuando cerraba las revistas y parecía seguir en las volutas de humo algún recuerdo. Poco después retomaba la lectura, y escupía. Sus manos eran muy feas, nudosas, rojizas, con las uñas recortadas sin curva alguna y no siempre limpias. Pero una vez al encontrar en una de sus revistas una fotografía de una arcaica estatua griega –una de aquéllas que tienen los ojos muy lejos de la nariz y que sonríen de modo ambiguo–, me asombré al ver que acariciaba, con las yemas de sus dedos deformes, los contornos de la figura, con auténtica delicadeza. Sintiéndose sorprendido, refunfuñó algo, con rabia, y ordenó un segundo expréss.
[...]
“Mi aislamiento era casi absoluto, sólo interrumpido por las visitas del labriego que cada tres o cuatro días me llevaba las escasas provisiones. Nunca se quedaba más de cinco minutos, porque al verme tan exaltado y desaliñado, seguramente me consideraba como a un tipo al borde de una locura peligrosa. Y era verdad. El sol, la soledad, las noches que pasaba bajo el rodar de las estrellas, el silencio, la escasa alimentación y el estudio de argumentos remotos estaban a mi alrededor como un encantamiento que me predisponía al prodigio.

“Este se cumplió el cinco de agosto a las seis de la mañana. Me había despertado un poco antes y pronto abordé la barca. Con unos cuantos golpes de remo me alejé de las piedras de la playa y me detuve bajo una rota, cuya sombra me protegería del sol que ya se levantaba, henchido de hermosa furia y cambiando en oro y azul el candor del mar auroral. Mientras declamaba, sentí un brusco sacudimiento en el borde de la barca, atrás de mí, como si alguien se apoyara en él, para subir. Me volví rápidamente, y la vi. Tenía el terso rostro de una muchacha de 16 años, que emergía del mar, apoyando sus manos menudas en el maderamen de la barca. Aquella adolescente me sonreía, separando apenas sus labios pálidos, dejando entrever unos dientecitos agudos y blancos, caninos. No era una de esas sonrisas que se yen entre ustedes, abastardadas por una expresión de benevolencia accesoria, de ironía, de piedad, de crueldad o lo que fuere; aquella sonrisa sólo se expresaba a sí misma; es decir, con una bestial dicha de existir, casi una divina alegría. Su sonrisa fue el primer sortilegio que obró en mí, revelándome paraísos de serenidades olvidadas. De sus desordenados cabellos color de sol, el agua del mar escurría sobre sus ojos verdes, muy abiertos, y sobre las facciones de una pureza infantil.

“Nuestra sombría razón, siempre predispuesta, se planta delante del prodigio tratando de apoyarse en el recuerdo de fenómenos banales. Como cualquier otro, creí que estaba frente a una bañista Moviéndome con precaución, me incliné, para ayudarla a subir; pero ella, con vigor asombroso, emergió directamente del agua, me ciñó el cuello con sus brazos y, envolviéndome en un perfume nunca antes percibido, se deslizó hacia el fondo de la barca. Bajo la ingle, bajo los glúteos, su cuerpo era el de un pez, recubierto de menudísimas escamas azules, nacaradas, y terminaba en una cola bifurcada que golpeaba contra el fondo de la barca. Era una Sirena.
[...]
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