domingo, 7 de noviembre de 2010

Cotidianeidad


Héctor Amado pide paso, y paso le doy. Ya no son papeles de buhardilla; ya no opúsculos en la lengua de Molière. Es su presente sentir que quiere hacerse patente, con esa su peculiar voz, sobre el mío. Me dice que quiere dar cuenta de la realidad que conmigo vive, sometido al albur de cuanto yo haga, diga, sienta o piense. No tengo nada que objetar. No quiero que nadie me acuse de tenerlo secuestrado, de que lo utilizo a mi conveniencia, de que me aprovecho de su genio o de su obra. Me pide espacio, y se lo doy, convencido de que cuanto diga contará con mi aprobación, cuando no con mi reconocimiento. También accedo a la recomendación que Héctor me hace para encabezar esta entrada con el genial Amedeo Modigliani y su famoso Nude Sdraiato -uno de los más sugerentes desnudos jamás pintados-, cuadro que figura -me dice- en su pinacoteca más íntima y selecta. La música intimista de Keith Jarret completa esta singular propuesta. Quien sea capaz de fundir en feliz amalgama texto imagen y sonido podrá, sin ninguna duda, acercarse a la naturaleza de este alma bohemia y soñadora que anima el ser de mi querido heterónimo.
Con todos ustedes el sentir hecho palabra de quien podría ser yo si yo ya no lo fuera...


A veces me despierta cuando aún el alba duerme. La noto aferrada a mi sexo, erecto, pulsátil; la dejo hacer. Finjo que aún duermo, pero ella sabe que no es así: me abraza, me acaricia, se estira sobre mí -aún madrugada en celo-; yo me dejo hacer. En ese estado semiinconsciente en que uno no ha abandonado el reino del sueño y ya está tocando con los dedos una realidad menos voluptuosa... me dejo hacer por ella. Así, entregado en duermevela, soy todo placer sometido, sensibilidad expuesta, somera percepción estimulada... Después la abrazo, ya saliendo de mi pasividad, y es como si me abrazara a mí mismo. Mis manos me ciñen, me tocan; me deleito en esta especie de onanismo que es someterla a mis caricias; mis manos se deslizan por mi vientre hasta sentir la erección por ella provocada y la penetro, me hundo en ella que, ávida como arena movediza, cálida me acoge, me engulle con su humedad pegajosa con sabor a noche ida y olvido; y nos abandonamos en el mutuo abrazo hasta que... de pronto, la luz nos arroja a las horas por vivir: el sol asoma tras los negros dientes de la sierra precedido por su cohorte de heraldos irisados desvelando la naturaleza de la amante:

...Entonces la contemplo y a veces veo: su cuerpo voluptuoso, de senos turgentes, caderas anchas, culo firme y muslos blancos y suaves cuyas raíces se hunden en la herida luminosa donde me acabo de perder; su cara pícara y no siempre hermosa, pero invariablemente atractiva, con los ojos grandes y verdes o almendrados, los pómulos suaves y las mejillas, ligeramente ruborizadas, incitando al beso y la caricia con las yemas o el dorso de los dedos -siempre en un gesto delicado-, la boca, esa boca eternamente húmeda, que es una rosa de aterciopelados pétalos carmesíes por donde rezuman lúbricas las palabras o el silencio palpitante; el cabello largo o cortado a la française -indistintamente rubio o moreno, ocasionalmente, pelirrojo-... Yo la miro y suspiro, y con mi mirar acaricio su mirada limpia de día luminoso y pletórico; y siento que nada puedo temer de las horas por venir: sé que ella me colmará de dicha y consumación...

... Pero, otras veces, la contemplo y veo: un cuerpo diminuto, con forma de comadreja en estado de hibernación. Sé que respira por el leve movimiento de su tórax. El pelo, ralo, le cuelga en guedejas irregulares; bajo el hocico frío y húmedo le asoman, puntiagudos, los finos colmillos como si fueran dientes de leche agria; el vientre, de un rosa pálido morboso, parece como de gelatina, y de él sobresalen, concreciones así mismo gelatinosas, unas protuberancias a modo de mamellas donde presiento que yo he tenido mis labios, succionando, sin obtener nada más que hastío; sus patas peludas acaban en pezuñas de las que salen unas uñas negras veteadas y pintadas de un morado nazareno, esperpénticas, y en las que hay rastros de mi piel por ellas desgarrada. La miro y la nausea se me impone con la certidumbre con la que sé que es con ella con la que he de compartir el resto del día... si no ocurre un milagro.


Nos levantamos juntos de la cama; las sábanas, clamorosos testigos de sueños agitados, de dichas y desdichas, de pesadillas y de abrazos, allí quedan retorcidas como piel, de tan sobada, revenida y arrugada. Evacuamos la vejiga de los sueños no filtrados y ponemos bajo la ducha nuestros cuerpos aún adormecidos: nos frotamos mutuamente, y la espuma de un jabón inconfesable cubre nuestra piel arrebolada; después nos aclaramos, si aún aturdidos, algo más despiertos; nos secamos con especial atención en los pliegues ocultos de nuestra consciencia, para, seguidamente, vestirnos de etiqueta o de luto, o de informalidad casual, o, a veces, permanecemos desnudos con ganas de sentir la caricia del aire en la piel y el beso mutuo de los deseos aun no satisfechos.

Preparo el desayuno: tomaremos fruta jugosa -quizás uvas tintas y blancas o peras conferencia o mangos maduros-, pan tostado en su justo punto sobre el que extenderemos volutas rizadas de mantequilla tradicional y miel de espliego o azahar, o mermelada de fresa artesana o de frambuesa o arándanos o moras, mini brioches caramelizados en su superficie ligeramente crujiente, quizás alguna galleta hojaldrada; un café natural de comercio justo o una mixtura propia de tés earl grey y darjeeling será la droga necesaria para arrancarnos por fin -y del todo- de brazos de morfeo. Mientras ingerimos y sentimos la energía circular por nuestro torrente sanguíneo nos miramos a los ojos, no hablamos; quizás nos presentimos, quizás nos intuimos, quizás nos adivinamos, los pensamientos dedicados; nos sonreímos, quizás esbozando un gesto cariñoso inducido por una sensación súbita e insospechada (¿qué pasará por la mente distraída de quien se enajena del sueño? ¿qué ignotos presagios asaltarán a las almas aún somnolientas?).


Mientras la realidad nos invade -o la conquistamos-, suena el piano envolvente de Keith Jarrett: gemidos melodiosos arrancados a sus fibras de acero estimuladas rítmicamente por los dedos de fieltro pulsados por el genio lujurioso del prodigio. Momentos arpegiados, acordes discordantes, cadencias personales de un alma arrebatada por el placer de crear. Penetrados por el júbilo sonoro nos mecemos, juntos e inseparables, en el ahora único que pasará para nunca más volver.

La adoro o la aborrezco y con ella, con esa compañera que es avatar ligada a mi propia eternidad forjada de instantes efímeros, me dispongo a transcurrir por el filo de las horas. Con ella saldré a la calle y respiraré la esencia de los pinos y el aroma de las ajedreas o la bocanada a podredumbre que desprenden los contenedores de basura repletos de detritos; escucharé el tráfago incesante de las vidas ruidosas pululando alocadamente de un lado para otro y aquel otro sonido apenas perceptible de las vidas ya entregadas a la nada circulando por raíles de vacío. Confiaré algunos de mis pasos por el filo de las horas a ganarme el pan que me sustenta y el vino que me embriaga y la casa que cobija la cama en la que yazgo. Pero los más, esos todos, los que llenan mis espacios de sentidos y sensibilidades, los dados al desgaire del cuido y el cálculo; esos, los que doy con ella adherida a mi piel, son mis pasos más queridos. A veces me sorprendo a mí mismo amándola, indiferente a las miradas que nada sospechan, mientras camino, o miro el horizonte o contemplo las figuras de aquellas a las que amo sin conocer; entonces ella, ajena a los celos, me empuja a gozar, a agotar ese mi sentir sorprendido, mirándome satisfecha cuando mi gozo enamorado da su fruto: la palabra ya preñada de sentido; la caricia certera que estremece, el escalofrío que eriza el ingenio...


Así va transcurriendo el día -transcurren todos mis días: sintiendo pasar la vida, haciéndome y rehaciéndome constantemente, filtrando experiencias y tamizando emociones. Al final, me voy quedando con aquello que resplandece, aquello que fulgura; como queriendo ser, no más, que un guardador de destellos, un coleccionista de momentos, si sencillos, brillantes, un celoso acaparador de estremecimientos. Y todo, todo, con ella lo comparto, porque soy amante enamorado de quien conmigo llegó a este mundo para surcarlo conmigo, fiel y sumisa, a pesar de mí: ella, la amante incondicional, condicionada solo por mi ser y por mi estar, por mi querer y mi desear... ella, mi querida, mi perenne, mi inseparable cotidianeidad.


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Puso Imágenes
Amedeo Modigliani
Nude Sdraiato
Nu couché de dos

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Puso Música
Keith Jarrett
Paris Concert

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