sábado, 6 de octubre de 2012

María Magdalena: Equívoco y Misterio (4)





Introducción
Todo buscador lleva consigo el germen de la obsesión. Éste germen, si se desarrolla y florece ferazmente sin control, puede desembocar, con casi absoluta seguridad, en tendencias monomaníacas. El coleccionista compulsivo es un ejemplo de ello; el investigador chiflado, otro. Ahora bien, ese germen es también el culpable del perfeccionismo, de la obra bien hecha, del ser meticuloso, de la capacidad para cumplir retos y compromisos. La obsesión puede ser --y es-- una gran aliada del inconformismo: no conformarse con lo primero que uno encuentra, ni con un mero muestreo, cuando se puede compilar algo más completo; no limitarse a lo ya hecho, sino siempre buscar (sobre lo buscado y encontrado) la forma de ofrecer los hallazgos de otra forma, más completos, de mejor calidad, con otro formato. Me refiero, en esta digresión del tema que nos concierne, a las galerías de imágenes que suelen acompañar los posts de este blog, y en este caso particular a las galerías de la serie dedicada a la figura de María Magdalena. El programa inicial en el que venían previstos 4 posts, con las correspondientes galerías (donde se distribuían las obras pictóricas halladas en un primer momento --hace ya diez meses), se ha visto superado por esta tendencia, obsesiva, a que aludía en la digresión. Durante todo este tiempo (y sobre todo en los últimos días dedicados a retomar lo aplazado en diciembre de 2011, y siempre con el empeño de intentar mejorar lo que entonces ya estaba realizado) han seguido apareciendo imágenes que completaban y enriquecían el panorama inicial, con lo que me veo en la obligación de añadir un post más a los cuatro proyectados para así dar cabida al caudal de ilustraciones que, inagotable, ha seguido brotando. Todo sea por la obra mejor hecha (ya que no me conformo con que lo sea simplemente buena). 
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Sobre el Noli Me Tangere ("No me toques") mucho se puede decir. Esta conocida expresión latina corresponde a las palabras que según el evangelio de S. Juan (y sólo él, pues los evangelios sinópticos no lo refieren) Jesucristo le dijo a María Magdalena en su primera aparición tras la resurrección. Es aconsejable conocer los detalles de la escena en el contexto bíblico, pues así se podrán calibrar y entender adecuadamente, por ejemplo, las ilustraciones pictóricas que sobre tal episodio se han realizado, y el porqué en muchas de ellas se presenta a Jesús bajo la apariencia de un jardinero o un hortelano. La escena está cargada de esa magia que rezuma todo el evangelio joánico. Es la madrugada del tercer día tras la muerte de Jesús en la cruz, su descendimiento y colocación del cuerpo en el sepulcro; María Magdalena ha descubierto la piedra que cerraba el sepulcro removida, y éste vacío...

Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y vio dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Le preguntaron: "Mujer, ¿por qué lloras?". Ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto". Dicho ésto se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le preguntó Jesús; "Mujer, ¿por qué Lloras?' ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dijo: "Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que yo me lo lleve". Jesús le dijo: "María". Ella se volvió y le dijo: "Rabbuni" --que quiere decir "Maestro"--. Replicó Jesús: "Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios". Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: "He visto al Señor", y les repitió las palabras que Jesús había dicho."  (Jn, 20:11-18)

Aquí están todas las claves que los maestros pintores de todas las épocas han recogido y trasladado al lienzo. También, como ya se dijo en un post anterior, aquí está una de las claves que dan fe de la preeminencia de María Magdalena en el ministerio pastoral de Jesús ante los demás apóstoles. Pues Jesús encomienda a su discípula que ejerza de apóstol de los apóstoles. Pero analicemos con algo más de detenimiento el episodio y la frase de marras. ¿Por qué no debía o podía María Magdalena tocar al resucitado? Él nos da la explicación: "...que todavía no he subido al Padre". Pero es una explicación que ahonda más en lo inexplicable, pues crea otro flanco enigmático: ¿No ha de tocarle porque aún no ha subido al Padre? (¿como si, mientras, estuviera en una especie de cuarentena?). Es decir, que si hubiera subido al Padre, ¿ya sí podría tocarle? De hecho en apariciones posteriores, y ya al resto de los apóstoles, realizadas cuarenta días después (pues las escrituras mismas nos dicen que ascendió a los cielos --subió al Padre-- el mismo día de la Resurrección), tiene lugar el episodio de Emaús y la incredulidad de Tomás, en la que es el mismo Resucitado quien animará a hundir los dedos del incrédulo en las llagas para que se convenza de su identidad; con lo que se puede deducir que una vez sentado a la derecha del Padre (ingresado en el reino de Dios --Espíritu Puro, pues) su cuerpo, ya purificado, puede ser tocado sin riesgo. ¿Sin riego para Jesús o para quien lo toque? ¿Ese "no me toques" es una forma de prevenir al que toca, o una admonición para no ser tocado, como si el cuerpo resucitado aún estuviese en un proceso previo, intermedio, antes de purificarse (de "subir", de espiritualizarse completamente)?

Esto me sugiere una analogía con un mito eminentemente mediterráneo, al que remite la propia figura del Salvador: el de Apolo, el dios griego de la luz y del sol, la verdad y la profecía, la medicina y la curación, además de la música, la poesía y las artes, protector de rebaños y manadas. Las analogías internas con los atributos y facultades, como se puede comprobar son innumerables, apenas el lado oscuro del dios sol permanece ausente en Jesús. Pero a la analogía concreta que me refería era la creencia de que el contacto con el dios podía fulminar a los mortales. ¿Hay alguna relación subyacente en este noli me tangere? Probablemente no, pero ahí queda apuntada.
Otra sugerencia es la de los teosofistas y mundo espiritista en general, para los cuales, este episodio es lógico, pues el cuerpo una vez muerto tardaría --según sus creencias-- unos días en subsumirse de nuevo en el espíritu; esta fase sería muy delicada, y no debe sufrir ninguna interferencia (y ser tocado podría considerarse como tal). Parece ser que es en esta fase cuando sucede el episodio de la aparición a María (y justo antes de "subir al Padre"), por lo que su cuerpo resucitado no debe de ser tocado para salvaguardar el inminente proceso de ascensión.
Más lógicamente puede deducirse que el Salvador, que ya ha renunciado al mundo para volver al reino del Espíritu, no quiere ni debe tener contacto material con él, no al menos hasta que transcurra un tiempo prudencial (pero ¿prudencial para qué? se dirá, y yo no tengo la respuesta).

De todos modos el episodio es extraño, misterioso, henchido de magia. Cuando se presenta Jesús a María ¿Cómo es que ella no lo reconoce en un primer momento? Sólo cuando la llama por su nombre "María", ella lo reconoce. La magia de la Palabra, otra vez. Con los discípulos pasa lo mismo, no lo reconocen (sólo Juan, en la aparición en el lago Tiberiades, es capaz de hacerlo). Incluso sentados a la misma mesa (en Emaús) los apóstoles son ignorantes de quién tienen ante sí. Todas estas consideraciones nos hacen pensar en que el Salvador resucitado tenía, cuanto menos, una apariencia equívoca y emboscada; su cuerpo no era fácilmente reconocible a primera vista (¿sólo por lo increíble de su resurrección?). Esto no concuerda muy bien con la llamada resurrección de la carne que tendría lugar con la Parusía del Señor (su Segunda y definitiva Venida, al final de los tiempos), y a la que muchos creyentes fiaban --y fían-- su glorioso --y justiciero-- futuro en olor de santidad.
En fin. Exégesis bíblicas y teológicas a parte, lo cierto es que el Evangelio de Juan (lo escribiera éste, con o sin asistencia de María Magdalena, o lo escribiera al alimón una primitiva comunidad joánica), es el más sugerente por ser el que más parece contar hechos vividos por quien los cuenta. Es preciso reparar que el evangelio que conocemos, el que forma parte del canon, se tiene, en su redacción definitiva, como el más alejado a los hechos que allí se narran (en torno a la última década del siglo I),  pero no es menos cierto que éste que conocemos --y que yo defiendo como negociado--, es la tercera redacción que del mismo se conoce: hay otras dos, y la primera se cree escrita en torno a los años 50 de ese primer siglo de nuestra era (es decir, anterior por tanto al de Marcos --el tenido como más antiguo de los sinópticos--, al de Mateo, o al de Lucas que tuvieron al de Marcos por modelo; e, incluso, anterior a la llamada fuente Q, de la que parecen tomar éstos dos últimos datos que no aparecen en Marcos).
Todo son especulaciones fundamentadas, nada apócrifas, aunque cuestionadas por la oficialidad eclesiástica. Tras lo dicho hasta aquí, incluyendo los tres anteriores post, es fácil deducir que la Congregación para la Doctrina de la Fe (heredera dulcificada de la anterior Sagrada Congregación del Santo Oficio, y ésta, a su vez, de la tristemente conocida Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición) nunca admitirá peros a la doctrina mantenida hasta el día de hoy, y menos aquellos que pongan en entredicho cuestiones claves para la gobernación del rebaño.
Como se suele decir ajustadamente: Jesús nos auguró la venida del Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia. María Magdalena, no obstante, nos sigue guiñando el ojo --espiritualmente hablando--, desde el interior de la fortaleza, en el evangelio de Juan, y desde el exterior, en los evangelios llamados apócrifos y gnósticos de Tomás y Felipe, en el de María (Magdalena), y en el recientemente descubierto De la Esposa de Jesús. Amén.

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Fra Angelico (1440-41). San Marcos, Florencia

RELATO: Noli Me Tangere

I
Por no tener no tengo ni nombre. Hasta que ella llegó, entre los míos se me conocía con el apodo de el soñador; ella, además, me llama Rashid. Para ellos, los hombres de las cuatro castas, simplemente no existo; ni yo, ni los de mi estirpe de excluidos: soy... un dalit, un paria, un intocable. El que los míos me apoden el soñador no se debe sólo a que dormir sea mi ocupación favorita, sino que contribuye a ello mi tendencia a quedarme absorto, con la mirada perdida, durante largos periodos de tiempo, lo que facilita el que también me adjudiquen el mote de el búho --ya que mis ojos son enormes y negros--; los hay, en fin, que, más sugerentes e imaginativos --y mejor intencionados--, funden estos dos apodos en una feliz expresión, enteramente de mi gusto: el que sueña con los ojos abiertos.
 Dentro de la miseria absoluta en la que vivimos en este distrito, a las afueras de la ciudad, hacinados en chabolas precarias e insalubres, no puedo decir, contra toda suposición, que mi vida sea absolutamente miserable, nada de eso. Me alimento cuando puedo, y cuando no tengo qué comer me sumerjo en mis ensoñaciones; paradójicamente, al "despertar", el hambre ha pasado y me siento razonablemente satisfecho (además de muy ligero). Habitualmente nos alimentamos de lo que encontramos por ahí: desperdicios de los cubos de basura complementado con la  recolecta de bulbos, raíces, gramíneas y pequeños frutos de los escasamente fértiles campos vecinos; algún pez distraído que se deja atrapar por nuestras toscas cañas o hábiles manos; sin olvidar, claro está, alguna que otra rata añosa medio ciega y sorda, y... oh, sí, el producto de los más inusitados hallazgos en las excursiones al gran vertedero; de vez en vez, alguna limosna o dádiva de alguien compasivo; pero ésto, rara vez.

   
Martin Schongauer, 1473. Unterlinden Museum, Colmar Tiziano, 1514. National Gallery, London Jacob Cornelisz van Oostsanen, 1507.
Museumslandschaft of Hesse, Kassel Antonio Allegri Il Correggio, 1525. Museo Nacional del Prado, Madrid

Cuando llegaron las mujeres de blanco --al principio, acompañadas de un hombre-- todo empezó a cambiar para nosotros. Yo me preguntaba qué harían aquellas gentes en un suburbio como aquél, pero cuando colocaron aquella cruz roja sobre la puerta, y aquella campana en el tejado, lo entendí (ahora puedo decir que me equivoqué en aquella primera impresión). Esos signos ya los conocía de mis incursiones en la ciudad. Unos semejantes los había visto en grandes casas de altas paredes blancas. Allí se reunían los creyentes de un culto extraño, ajeno a los dioses de esta tierra. Pero nunca creí que fueran a venir a este lugar, no es su lugar. Por eso me extrañé tanto cuando las vi. Porque a quien primero vi fue a ellas: tres mujeres vestidas con vestidos blancos, de algodón crudo y basto; dos traían cubierto el pelo con una especie de pañuelo, y la otra, que venía descubierta, tenía el cabello corto y ondulado de un hermoso color fuego. En seguida nos arremolinamos alrededor de ellas, a una distancia prudencial, eso sí (pues ni debemos tocar, ni está bien visto ser tocados por las cuatro castas de los hombres -- ni por los extranjeros). Ellas nos miraron. En una, la más joven, no diría que no descubriera yo cierto gesto de temor en su rostro. En la del cabello de fuego, que parecía la mayor y a la que las otras parecían atender con solicitud y respeto cuando hablaba, percibí, en su semblante y sobre todo en sus ojos, algo que me desconcertaba: una efusión desconocida, como una emoción contenida que irradiase sutilmente desde su interior a través de su expresión; nunca antes nadie nos había dirigido una mirada así. La tercera mujer miraba hacia todos lados, como indagando y midiendo las posibilidades del entorno. El hombre que venía con ellas, al que llamaban "padre", ya le conocía: pertenecía a una misión cercana a Lahore. El caso es que se instalaron en un destartalado caserón de adobe con techumbre de paja trenzada y se quedaron allí. Supimos en seguida que no llegaban para evangelizarnos, sino que venían con intención de ayudarnos. De hecho, la cruz roja no era como la del templo de la ciudad, y la campana tenía más una función de llamada a las horas de los ranchos, de la escuela o las reuniones asamblearias que de convocar a los feligreses para la oración.

  
Hans Baldung, 1539. Hessisches Landesmuseum, Darmstadt - Hans Holbein the Younger, 1524. Hampton Court Palace, London 
Agnolo Broncino, 1561. Louvre, Paris

Fui el primero en acercarme y romper el tabú. Además de soñar con los ojos abiertos siempre tuve el carácter rebelde y poco dado a conformismos. Nunca acepté este sistema que se empeña, siguiendo una tradición inmemorial, en excluirme por pertenecer a una familia tradicionalmente excluida y sin recursos, es decir, mísera. Soy un intocable, ¿Y qué? ¿Quién dice que no pueda dejar de serlo? Mi mente y mi corazón no se sienten intocables, ni quieren ser excluidos; me parece demasiado maravilloso el mundo como para aceptar que algo, concebido y mantenido por el hombre, pueda afearlo hasta este grado. ¿Condenar a alguien a la miseria? ¿En razón de qué? ¿De un azaroso nacimiento? Eso nunca me pareció razonable. Cuando así se lo digo a los míos, me miran con cara de pasmo o de conmiseración y menean la cabeza, incrédulos ante lo que consideran un desvarío (¿desde cuándo un intocable razona?). Hasta mi madre aún se empeña en abrazarme como si fuera un niño de pecho, cree que necesito protección (y quizá no ande descaminada), pero eso me avergüenza: ¡tengo ya 14 años, soy todo un hombre!. Y además: no quiero ser un dalit.
A lo que iba. Me acerqué a la casa de la cruz y la campana el mismo día siguiente a la llegada de sus moradoras. Fui a ofrecerles mis servicios. Me recibió la más joven, la de cara de susto, que me condujo hasta la mayor, cabello de fuego. Ésta me recibió amablemente y me dijo que su nombre era María Magdalena, y que el de la más joven respondía a María Salomé, y que la otra, la escrutadora, al consabido e inevitable María añadía el de Todos los Santos por no ofender a ninguno. Al preguntar cómo debían llamarme y escuchar mi respuesta de triple alternativa, me contestó que no le gustaban los motes ni los apodos por sugerentes o evocadores que fuesen, y que ya me daría un nombre, uno apropiado para mí, que me definiera (no tardaría una semana en dármelo, a resultas de un altercado en el que tuve que hacer valer mi carácter y espíritu combativo: me llamarían Rashid, que quiere decir "valiente". Lo acepté encantado). Después me preguntó que qué sabía hacer, le contesté que lo que necesitase que hiciera, que lo que no supiera lo aprendería. Ella, tras reírse deliciosamente, aceptó mis servicios. Fue mi primer trabajo. Me darían de comer dos veces al día --como hacían ellas-- y me vestirían (yo iba siempre con el mismo taparrabos, ya bastante andrajoso, por cierto). De momento les serviría de vocero, de intermediario entre aquel poblado de indigentes intocables y ellas. Además, les ayudaría con el desvencijado techo y otras faenas de acondicionamiento que el lugar necesitaba para alcanzar la categoría de habitable; no querían que a la llegada del monzón el caserón se convirtiera en un estanque. Así comencé mi viaje fuera de la exclusión, un viaje que resultaría apasionante, aunque se revelaría no exento de dificultades.

Lambert Sustris, 1550. Musée des Beaux Artes, Lille

II
Mi familia, desde el primer momento, se mostró desconfiada. Como todos los excluidos, aceptaban su destino y no se les pasaba por la cabeza que un intocable fuera otra cosa en su vida que un intocable. Se nacía, se vivía y se moría intocable, me decían. El mundo estaba hecho así, los dioses de los hombres lo habían hecho así, y no era posible ni aconsejable intentar modificar lo hecho por los dioses; es más, ese acto de rebeldía podría significar un delio de impiedad y ser castigado, no solo por las autoridades de los hombres, sino por los mismos miembros de la comunidad de excluidos (ya se sabe que el virus de la esperanza es insidioso y causa el peor de los padecimientos en aquellos cuya naturaleza les coloca, de forma fatal e inevitable, en la exclusión). Yo, que no creía todas estas patrañas por un simple ejercicio de raciocinio --y porque lo sentía pulsar en mi interior con más fuerza que los latidos del corazón--, contravine todas las recomendaciones y apercibimientos, hice caso omiso de los recelos y me aproximé a aquella exigua comunidad de mujeres con la intención de demostrar a los míos que la salida era posible. Aquello me trajo problemas, con los míos. El primero, fue el episodio referido que daría lugar a mi bautismo.
El primer día de mi trabajo en la casa de la cruz y la campana, Shri Magdalena me había dado una estampa, en ella se veía a un hombre blanco y con barba, de pie, con un lienzo cubriendo apenas su cuerpo desnudo, que con su mano parecía hacer un gesto a una mujer --que exhibía un hermoso cabello de fuego-- arrodillada ante él. Mi protectora me dijo que la escena representaba el Noli Me Tangere, un episodio de la vida de Jesús, el fundador de la religión cristiana, y que aquella mujer de la estampa se llamaba como ella, y que el hombre, también apodado el Mesías, con su gesto y su palabra, le estaba advirtiendo de que no le tocara (¿Era un intocable, pues?). Me siguió relatando que Jesús el Mesías, había sido injustamente crucificado en una cruz por predicar el amor a los pobres y excluidos y censurar a los poderosos, y que como resultado de tal tortura había muerto; pero que resucitó al tercer día, y que ese era el momento representado en la imagen de la estampa: su aparición a una de sus discípulas, la que él más amaba. Al observar detenidamente la ilustración, me di cuenta de que aquel hombre mostraba aún las secuelas de la crucifixión: los estigmas en manos, pies y costado. También me fijé que en su rostro no había ira, antes al contrario detecté una mirada que irradiaba paz, semejante a la que había contemplado en aquella mujer que tenía ante mí. La Magdalena de la estampa daba la impresión de detener su mano tendida hacia el maestro resucitado. En conjunto era una escena muy hermosa, de vivos colores y bellas formas, pero desconcertante para mí, por cuanto aquel intocable era la figura central del culto oficiado en los altos templos coronados por una cruz (¡Un intocable como Dios de una religión! esto lo percibí como una revelación). He de decir aquí que nunca he comprendido por qué se eligió como símbolo y emblema de este culto al instrumento de tortura de su fundador. El hombre es muy extraño y contradictorio. Yo hubiera preferido un símbolo más amable y victorioso.

    
Domenido Tintoretto, 1570. Museo de Arte de Toledo - Jerónimo Cósida, 1570. Museo del Prado, Madrid Adriaen van der Werff, 1719. Amsterdam
Anton Raphael Mengs, 1770-71. The National Gallery, London

Guardé aquella estampa entre mi ropa como si fuera un talismán (¿Acaso no acabaría siéndolo?). Ya tenía mi coartada para derrotar lo imposible. Y la exhibí. Quizá ese fue mi error. Cuando llegué entre los míos enseñé aquella imagen y les conté su significado. Los mayores me reprendieron y me tacharon, no ya de soñador, sino de iluso, y de loco peligroso. Intentaron arrebatarme mi talismán, pero yo no los dejé y salí huyendo. Al día siguiente una muchedumbre de exaltados acudió con palos y gritos a la casa de la cruz y la campana. Yo, en ese momento, estaba arreglando el tejado. De un salto me planté ante la fachada con los brazos extendidos intentando proteger a las tres mujeres que estaban detrás de mí. No hizo falta. Shri Magdalena se adelantó, me retiró suavemente con la mano y se quedó mirando hacia los exaltados. No les dijo nada, solo los miraba, uno a uno. Las voces comenzaron a apagarse, los palos dejaron de agitarse en el aire, la atmósfera, antes enervada, se calmó poco a poco. Aquella mujer poseía un poder en la mirada superior a los más sólidos y eficaces argumentos. Al cabo, la muchedumbre se silenció, bajó los brazos, se dio la vuelta y regresó a sus chabolas a rumiar lo que habían visto: la imposibilidad resquebrajarse, cediendo ante el empuje irresistible de una mirada. Ese día, ya conjurada la algarada de los intocables, Magdalena, ante las otras dos Marías como testigos, me impuso el nombre que según ella me correspondía: Rashid, que significa valiente.
Pude seguir asistiendo a la casa de la cruz y la campana sin ningún problema. Nadie me volvió a poner ninguna objeción. Es más, noté cómo lo que hasta ese momento eran burlas hacia el soñador, o el búho, se tornaban en respeto hacia Rashid, el que sueña con los ojos abiertos. Conseguí que los niños que no fueran absolutamente necesarios para el sostén de sus familias (recolectores, limpiadores, limosneros, etcétera) pudieran asistir a la escuela que las tres Marías abrieron en el caserón. Yo mismo aprendí a leer y escribir en aquella escuela. A los niños que asistían a las clases se les daba de comer, esto también contribuyó a que fuera aumentando la cantidad de niños escolarizados. Incluso algún mozalbete se acercó y fue, obviamente, acogido como uno más. Todo ello era financiado, según supe, mediante subvenciones de Organizaciones No Gubernamentales y alguna pequeña aportación de la incipiente doctrina del gobierno democrático, que más por atraerse las simpatías en el concierto internacional que por un verdadero celo igualitario, inició una campaña de escolarización universal que no obstante no llegaba a todos los lugares de un estado tan poblado.

   
Laurent de la Hyre, 1656. Musée de Peinture et de Sculpture, Grenoble Abraham Janssens (figuras) y Jan Wildens (paisaje). s XVII, Dunkerque Guillam Forchondt the Elder, 1678. Anticuario

Las tres mujeres no solo atendían la escuela, la casa era así mismo una especie de ambulatorio médico, un puesto de socorro para urgencias y pequeñas dolencias. Aunque a decir verdad, pocos acudieron requiriendo los servicios de María de Todos los Santos, médico, y María Salomé, enfermera. En cambio, muchos eran los que se presentaban en la casa de la cruz y la campana solamente a escuchar o mirar a María Magdalena. Entre sus paredes solían celebrarse reuniones asamblearias donde se hablaba de todo y se atendían dudas o propuestas de la comunidad, problemática de los barrios y de las viviendas, condiciones de salubridad y todas esas cosas que suelen ser comunes en las ciudades de los hombres de las cuatro castas. Los excluidos se fueron sintiendo cada vez menos excluidos; muy lentamente al principio e imparablemente después, el hacinamiento dio paso a la ordenación de los espacios; las chabolas se convertían en barracas, y éstas en casas sencillas que los excluidos levantaban con adobes hechos por ellos mismos. Resumiendo, aquellas mujeres habían caído sobre nuestra comunidad de intocables como el monzón sobre los campos resecos.
Pero hay dos historias privadas en toda esta historia comunal. La de Shri María Magdalena y la mía propia. La mía apenas importa y la ventilaré en cuatro frases. En la de aquella mujer de cabello de fuego, en cambio, merece la pena detenerse algo más...
En conversaciones tenidas con ella misma, y en otras mantenidas con su dos compañeras y el Padre de la Misión cercana a Lahore, que nos visitaba con periodicidad, reconstruí bastante fielmente quién era y qué hacía allí aquella extraordinaria mujer.
Parece ser que Magdalena tras una brillante carrera como filóloga sufrió una especie de revelación que la hizo abandonar la cómoda vida que llevaba para ingresar en una orden religiosa. Allí continuó su labor pedagógica e investigadora. Con el tiempo, sus teorías Teológicas y, sobre todo, Cristológicas, producto de sus intuiciones e investigaciones, comenzaron a ser incómodas para la jerarquía eclesiástica, hasta el punto de apartarla de su cátedra de enseñanza. Parece ser que entre esas teorías estaban la defensa del magisterio pastoral de María Magdalena, e incluso, la duda sobre la importancia de la Magdalena mujer en la vida de Cristo, y, además, su implicación directa en la redacción del 4º evangelio, el de Juan, en el seno de una misma comunidad cristiana primitiva que se habría desarrollado inicialmente en Jerusalén, y posteriormente en Éfeso. Esta teoría que entraba de lleno en consideraciones heréticas le había costado la condena al silencio. Pero Magdalena no cejó. Siguió investigando, hablando y publicando. Cuando la situación se hizo insostenible, ella misma abandonó el seno de la Iglesia y se convirtió en seglar comprometida. Tomó contacto con comunidades joánicas y ONG, y decidió seguir una labor pastoral, pero ahora en primera línea. Buscó colaboración,  la encontró y se embarcó en esta empresa que la había llevado hasta allí. Las autoridades eclesiásticas oficiales la obviaban, pero las misiones destacadas en las zonas de conflicto no dudaban en colaborar con ella, al menos con asesoramiento e información. El Padre de la Misión de Lahore era una de estas personas.
Estuvo entre nosotros ocho  años, los suficientes para ser testigo de mi licenciatura. ¡Yo, un intocable, licenciado en Historia del Arte!. Después desapareció un día como apareció: llegó un camión a recogerla y partió. A parte de sus compañeras, nadie se enteró. Yo sí. Me avisó. La despedí con un abrazo, un beso y... la estampa del Noli Me Tangere en la mano, la misma que me diera al conocerme y de la que nunca me he desprendido. Es mi talismán, aunque sé que eso son supercherías. La verdad es que la conservo, simplemente, porque ella me la dio.

Fin

  
Anton Raphael Mengs, 1769. Palacio real de Madrid Alexander Ivanov, 1835. State Russian Museum, San Petersburgo
Gaspare Landi , 1801-1806. Bologna

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GALERÍA

María Magdalena. Iconografía 4
(1600-1650)


Magdalena Penitente. Anton van Dyck (1599-1641)
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The Penitent Magdalene. Anton van Dyck
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Magdalena Penitente. Anton van Dyck (1599-1641)
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St. Magdalena. Jerónimo Jacinto de Espinosa (1600-1667)
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Penitent Mary Magdalene. Francesco Furini (1600-1646) (1)
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Magdalena penitente. Francesco Furini (1600/03-1646) (2)
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La Maddalena . Francesco Furini (1600/03-1646) (3)
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Magdalena penitente. Francesco Furini (1600/03-1646) (4)
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Maddalena . Guido Cagnacci (1601-1682) (1)
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Maddalena penitente. Guido Cagnacci (1601-1682) (2)
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Maddalena sollevata da un angelo. Guido Cagnacci (1601-1682) (3)
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Maddalena svenuta. Guido Cagnacci (1601-1682) (4)
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Martha Rebuking Mary for her Vanity. Guido Cagnacci (1601-1682) (5)
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Magdalena Penitente. Guido Cagnacci (1601-1681)
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Marie Madeleine. Philippe de Champaigne (1602-1674)
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Marie Madeleine. Philippe de Champaigne (1602-1674)
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Le ravissement de sainte Marie-MadeleinePhilippe de Champaigne (1602-1674)
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Mary Magdalene Penitent. Simon de Vos (1603-1676)
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Mary Magdalene. Jan Boeckhorst (1604-1668)
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Magdalena in meditatie. Jan Lievens ( 1607 - 1674 )
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Magdalena Penitente. Giovanni Battista Salvi da Sassoferratto  (1609-1685) Il Sassoferratto
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Maddalena Penitente. Nicolas Chaperon (1612-1656)
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Magdalena leyendo. Carlo Dolci (1616-1686) (1)
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Magdalene. Carlo Dolci (1616-1686) (2)
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María Magdalena. Carlo Dolci (1616-1686) (3)
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María Magdalena. Carlo Dolci (1616-1686) (3)-bis
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The Repentant Magdalene. Carlo Dolci (1616-1686) 
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Magadalena Arrepentida. Peter Lely (1618-1680)
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Magdalena Penitente. Bartolomé Esteban Murillo (1618- 1682)
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Magdalena Penitente (v 1). Bartolomé Esteban Murillo (1618- 1682)
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Magdalena Penitente (v 2). Bartolomé Esteban Murillo (1618- 1682)
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Magdalena Penitente (v 3). Bartolomé Esteban Murillo (1618- 1682)
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Magdalena Penitente (v 4). Bartolomé Esteban Murillo (1618- 1682)
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Magdaelna Penitente (v 5)Esteban Bartolomé Murillo (1618- 1682)
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The Repentant Magalen. Charles LeBrun (1619-1690)
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The Repentant Magalen. Charles LeBrun (1619-1690)-bis
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Magdalene Penitent. Dirk Blecker (1621-1679)
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The Penitent Mary Magdalen. Willem van Mieris (1622-1744)
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Magdalena en el desierto. Domenico Piola (1627-1703)
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Santa Maria Maddalena. Domenico Piola (1627-1703)
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Magdaelna Penitente. Lorenzo Pasinelli (1629-1700)
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Maddalena Penitente. Antonio Zanchi (1631-1722)
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Magdalena Penitente. Luca Giordano (1634-1705)
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Asunción de María Magdalena. José Antolínez (1635-1675)
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Magdalena Penitente.  Giovanni Maria Viani (1636-1700)
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Magdalena Penitente. Mateo Cerezo (1637-1666)
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Sainte Madeleine renonçant aux vanités du mondeElisabetta Sirani (1638-1665)
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Christ Appearing to Mary Magdalene. Charles de La Fosse (1640-1716)
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María Magdalena Arrepentida. Claudio Coello (1642-1693)
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The Resurrection of Lazarus. Jean-Baptiste Jouvenet (1644-1717)
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