domingo, 24 de febrero de 2013

Eric Delvaux en el Corazón de las Tinieblas (IV)






"Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación cuando la 
vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes. Una 
corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable. El aire era caliente, denso, 
pesado, embriagador. No había ninguna alegría en el resplandor del sol. Aquel 
camino de agua corría desierto, en la penumbra de las grandes extensiones."
El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad


VII
Alucinaciones
.....Los pigmeos depositaron a Eric sobre un lecho de hojas de bromelia, en una especie de jergón, a medio metro del suelo. Los pequeños pobladores de aquel asentamiento se arremolinaron alrededor de los recién llegados: unos, con curiosidad, contemplando al hombre blanco yaciente; y otros, al reconocer a Hasani, saludándolo efusivamente. Éste indicó a todos que se retirasen. Sólo permaneció a su lado quien parecía ser el hechicero; los varios collares que colgaban de su pecho así lo daban a entender. Éstos estaban confeccionados con piedras de diversos colores engastadas en marfil, semillas multiformes y vistosas plumas, todas ellas ensartadas en un fino cordón de fibra vegetal. Ninguna garra o colmillo de felino, ninguna mano de mono, ni pico de ave, nada que sugiriera una acción cruenta para la obtención del amuleto.
Tras comprobar que Eric respiraba pausadamente, sumergido en aquel sueño inducido, se sentaron uno frente a otro. Procedieron, como si de un ritual se tratase, a pintarse mutuamente el cuerpo con una sustancia blanquecina, una especie de ungüento que extraían con los dedos de una vasija de pulida madera de ébano. Diversas formas geométricas fueron cubriendo su piel. Sus cuerpos desaparecían con la oscuridad que ya se cernía sobre la selva, pero los signos sobre ellos dibujados no dejaban de ser visibles, antes al contrario, cada vez resaltaban con mayor claridad. Era obvio que aquella sustancia poseía propiedades fosforescentes. Una vez terminada esta especie de unción ritual se acercaron al belga. Una luz danzarina, proyectada por antorchas que comenzaron a encenderse por todo el perímetro del poblado, daba al escenario un matiz fantasmagórico e irreal; salvo allí donde Eric reposaba, algo apartado de las zonas comunes y las chozas, que permaneció en penumbra. Los cuerpos de Hasani y el hechicero no se distinguían, sólo sus signos que parecían flotar en el aire. Se colocaron uno a cada lado del cuerpo postrado de Eric y, al unísono, comenzaron a entonar una salmodia, una especie de duetto polifónico en el que las diversas notas de sus voces se tejían y destejían con pasmoso sentido de la armonía y el contrapunto. Al mismo tiempo que salmodiaban, pasaban sus manos lentamente y de modo acompasado desde los pies hacia la cabeza del cuerpo del belga, sin tocarlo...

.....A todo esto, Eric en ningún momento había perdido la conciencia; si bien, como ya dijimos, ésta se mostraba modificada. No podía moverse, no podía despertar, pero lejos de experimentar desasosiego o angustia alguna, lo que sentía era un gran alivio, una confortable y placentera levedad. El cuerpo, sin percibirlo, sin ser consciente de él, como ocurre en los sueños, lo notaba totalmente relajado. La percepción del entorno era difusa, como si llegara hasta él a través de la niebla. Hubo un momento en que la sensación de desplazamiento flotante cesó. Durante un tiempo impreciso quedó así, detenido en ningún sitio, en medio de una nada tenebrosa. De pronto comenzó a oír una lejana y melodiosa letanía. Aquel canto descorrió con invisibles dedos las tinieblas como si fuesen cortinas, y esa su conciencia modificada percibió dos formas que se acercaban a él. A pesar de no verlas, sabía que eran presencias antropomorfas, pero era incapaz de distinguir sus cuerpos. En cambio las percibía como mapas donde los accidentes geográficos eran motivos geométricos. Aquellos signos no permanecían estáticos, sino que danzaban al ritmo de la bella letanía: cuadrados, triángulos, círculos, rombos, trapecios,... todos interpenetrándose, traspasándose, enlazándose y separándose. Le envolvían, acariciaban su alma, su espíritu, lo que fuera que estuviera en él gozando de aquella onírica percepción. Al cabo, ese alma o espíritu o conciencia que en él percibía, pareció salir de sí mismo como un ectoplasma transportado en el éter por el cortejo de motivos geométricos, como si éstos conformasen un singular vehículo astral.
Seguidamente se encontró planeando en el aire (¿el aire de dónde? ¿qué aire? ¿de qué mundo?). Bajo él distinguió una serpiente azul cuyos colmillos mordían un mar embravecido mientras el sinuoso cuerpo trazaba una omega en la inmensidad esmeralda. Su conciencia descendió, parecía picar como un halcón hacía lo que no era sino la cubierta arbórea de la selva. Algo lo atraía hacía un lugar que no podía, aún, divisar. Observó que allí hacia donde vertiginosamente descendía, la piel de la serpiente refulgía ahora con destellos plateados. Pero cuando todo parecía indicar que iba a estrellarse contra la masa verde, esa su conciencia, desplegando alas infinitas, se fundió a ella, se hizo una con la selva: tan pronto árbol como orquídea, abeja como ave, liquen como planta trepadora; penetró la conciencia de depredadores y de presas; se hundió en la tierra, viajó por las raíces de las plantas; respiró el aire detenido, se alimentó de rayos furtivos de sol; se estremeció con el trueno y el rayo; se ahogó placenteramente en la lluvia desatada,... ¡Era, todo él, la misma selva!.
Súbitamente sintió unos ojos mirándolo; unos ojos ubicuos, que provenían de todas las direcciones a la vez, que incluso lo miraban desde dentro. Eran ojos familiares, su mirada la había sentido ya anteriormente, pero no sabría decir dónde. A través de aquella mirada todo cuanto sentía, todo cuanto ahora era, la selva misma, cobró un significado unitario. Se le estaba revelando la luminosa verdad que latía en el corazón de las tinieblas, pero lo hacía no de una forma inteligible, sino más bien intuitiva, como una especie de superlativa empatía con el entorno. Se sintió organismo selva, ente despersonalizado, disgregado, fundido en todas las cosas, uno con ellas... diamante de mil facetas reflejando multitud de luces y sombras, abarcando todo el espectro visible e invisible. La intensidad de su mismo brillo, que cobraba más y más fuerza, reflejándose en aquellos motivos geométricos que siempre estaban allí con él, formando parte de él, llegó a cegarlo...
El fogonazo le causó un estremecimiento y le arrancó de todas aquellas sensaciones. La luminosidad se había apagado. Lo ojos ubicuos desaparecieron. La selva se disipó, como un espejismo, convirtiéndose en niebla. Volvió a sentirse flotar. De él salieron en tropel los motivos geométricos que siguieron, danzando, el reclamo de una bella letanía cuyo sonido se alejaba cada vez más. Después, se hundió en un profundo sueño.


VIII
La impronta del hechicero
.....Despertó cuando lo hacía la selva. Por encima de él un confuso coro de muchas gargantas saludaban alegremente al nuevo día. Se sentía bien, descansado. Quizá demasiado bien y demasiado descansado. Recordó que el día anterior fue picado o mordido o pinchado por algo. Se llevó instintivamente la mano al cuello. Una banda vegetal lo cubría, pero nada había allí que hiciera sospechar la acción de ningún ser ponzoñoso. Ni dolor, ni inflamación, nada. Miró a su derecha y descubrió unos ojos fijos que lo miraban, y debajo de los ojos una sonrisa. Era Hasani. A su lado, otro pigmeo también lo miraba, pero sin sonreír; de su cuello colgaban varios collares multicolores y multiformes compuestos por diversos objetos, entre ellos, lo que parecían piedras preciosas, plumas exóticas y otras formas que no logró identificar.
Sin lugar a dudas se trataba de un personaje de poder, un chamán, un hechicero; un individuo particularmente especial presente en todas las comunidades de la selva, que sirve de intermediario entre la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, el espíritu de los hombres y el de la selva; alguien dotado de un secreto poder para ver lo invisible, decir lo inefable o descifrar el lenguaje del silencio; alguien para quien el espacio y el tiempo no cuentan, pues se cree que son capaces de transitar por ellos como cualquiera lo haría por la acera de una calle. Hasani ya le había comentado que su importancia real iba más allá de los estereotipos creados por los hombres blancos. Según el guapo pigmeo pocos occidentales (se refería a hombres de cultura occidental, embebidos de ciencia y lógica) habían sido capaces de valorar correctamente la función y entidad de estos seres especiales. La mayoría se quedaban con los extraños rituales (que nunca se molestaron en intentar comprender) en los que según ellos --los incrédulos hombres blancos--, mediante prácticas pseudo-hipnóticas y embriagadoras, lo único que buscaban era sugestionar a los ignaros y bobalicones; es decir, sostenían los críticos primermundistas, que aquellos hechiceros manejaban descaradamente, mediante la superstición, a los así convertidos en súbditos o siervos (como si de los sacerdotes y las jerarquías de todas las iglesias del mundo no se pudiera decir lo mismo, apuntaba, con precoz lucidez, el sabio Hasani; a lo que Eric no le quedaba sino asentir consecuentemente).
Pero --Hasani insistía-- aquellos seres dotados de una sensibilidad excepcional no eran embaucadores; no, al menos, los elegidos. Por supuesto que podía haber farsantes, como en todos lados, pero éstos enseguida se delataban, quedaban al descubierto, pues carecían del poder. Porque el poder lo concedía Él, Jengi, El Espíritu de la Selva, y nadie optaría a su posesión si no era por concesión de Jengi. El elegido debía portar los signos, y sólo Jengi concedía el don. No eran signos físicos, ni marcas ni señales; sino aptitudes ultrasensoriales como la clarividencia y la facultad de leer en el alma de los seres (no sólo en la de los humanos, sino en la de todos los seres, pues todo ser posee un alma; desde la más ínfima mota de polvo, gota de agua, llama o destello, hasta el león, la serpiente, el buitre, el elefante o... Mokèlé Mbêmbé).

--¿Qué me ha pasado? --preguntó Eric a Hasani. Los dos pigmeos se miraron durante un instante; después, el interpelado habló.
--Recibiste un picotazo en el cuello que te sumió en un sueño profundo. Felizmente, creemos que tu cuerpo (y tu espíritu) están restablecidos. Has sido puesto a prueba por el Espíritu de la Selva, y creemos que has solventado la prueba de forma adecuada --a Eric no se le escapó que entretejidas a las palabras del fiel Hasani había más incógnitas que certezas. Estaba acostumbrado, no obstante, a esta forma de expresión genérica, abierta y alusiva, a veces tremendamente enmarañada de significados oscuros que escapaban a su comprensión; se limitaba en estos casos a "captar el sentido" de forma intuitiva. Por lo cual no preguntó qué había sido lo que le había picado, pero sí añadió,
--Es extraño, tengo la sensación, no de haber estado convaleciente, sino gozando plácidamente de una estancia en un balneario, en un lugar de recreo, del que me he despertado con la mejor sensación que nunca antes experimentara tras el sueño. Pero no logro recordar nada, no hay ni el más leve rastro en mi memoria de lo que ocurriera tras desvanecerme.
--Es natural --respondió Hasani--, te administramos un antídoto que pudo obrar en tu cuerpo y tu mente como una poderosa pócima regeneradora. Se puede decir que mientras descansabas tu organismo se ha liberado, se ha... como decirlo... re-sintonizado, ha recuperado un equilibrio antes vacilante. De todas formas, lo realmente importante es que has vuelto, que estás aquí, restablecido y aceptado --a Eric le parecía que su amigo seguía hablando de una forma casi mistérica, pero guardó silencio.
En este momento, reparó que en los collares del hechicero, varios de los engastes (allí había, sobre todo, esmeraldas, pero también zafiros, rubíes y azabache) lucían unas piedras translúcidas con apariencia de brillantes. Sobre todo una, la más grande (no mayor, de todos modos, que la uña de un pulgar de pigmeo), enmarcada y abrazada por una verdadera filigrana de marfil, parecía desprender un brillo sobrenatural, como si la luz que de ella irradiase fuera propia. Su cara se demudó, su mente asimiló, estableciendo una analogía instantánea, que bien pudiera ser que aquella gema fuera...
--¡Lonsdaleita! --exclamó, sin poderlo evitar. Los pigmeos se volvieron a mirar. Hasani tomó la palabra.

--Efectivamente, es tu preciado mineral, la piedra que es uno de los motivos de esta expedición. Por eso te he traído hasta aquí. Por eso te dije que convenía venir hasta aquí --y en sus palabras volvía a emboscarse gran parte de la verdad, pensó Eric; lo sabía, pero, no obstante, siguió escuchando con atención--. Jafari, el gran hechicero que tienes delante, puede sernos de gran ayuda (sobre todo a ti). Como ves, en su pecho luce la piedra Adia (pues es un regalo de los dioses). Para él, para todos los hechiceros de la región del gran río, esta piedra es la piedra del poder, la piedra puente, a través de la cual acceder al Espíritu de la Selva. Tiene para nosotros un significado muy especial que haya venido procedente del cielo. También te digo que sería terrible que el hombre blanco viniera aquí en su busca, que esquilmara la selva para su obtención como ha ocurrido tantas veces, en otros lugares, por culpa de las riquezas que la tierra posee en sus entrañas. No quisiéramos que eso sucediera aquí. Yo creo que tú tienes un alma pura, que no se dejaría corromper por valores materiales. Por eso me alegré cuando apareciste para encargarte de una expedición de prospección. Habida cuenta de que las oficiales habían fracasado, nada perdía la avaricia de los hombres optando por una solución... más personal.
"En todos estos días de viaje nos ha dado tiempo a compartir muchas cosas, a dialogar, a pensar en voz alta. Nos hemos estudiado mutuamente, creemos conocernos hasta el punto de confiar el uno en el otro. Pero el alma del ser humano, a veces, se enroca en rincones muy profundos a los que es difícil acceder. Se necesita poner a prueba todos los recursos, poner a prueba la misma vida, para que no quede ningún rincón sin salir a la luz. Sin llegar a este extremo, creo que me has demostrado suficientemente tu honestidad y nobleza de espíritu --Eric miraba a Hasani sorprendido ante esta sincera muestra de confianza y atenta observación."
"Sé también que has sufrido una terrible experiencia, leo en tus ojos (aunque de ello no has querido hablar) que llevas una herida en tu corazón, y que por esa herida estás aquí. Ese es motivo suficiente para creer en ti: esta manera de enfrentarte contigo mismo a pecho descubierto. No tienes nada que perder y mucho que ganar, pero aquello que quieres ganar, aquello que te compensaría de la pérdida sufrida, no es nada tan vulgar como la riqueza material, para ello no habrías venido hasta aquí, y menos sólo. No, lo que esperas ganar está dentro de ti, algo que nunca llegaste a poseer totalmente, y cuando creíste estar más cerca de ello, cuando lo tenías al alcance, se te escapó dolorosamente de las manos. La vida es así. Estás siendo puesto a prueba."
"Por ello también te he traído hasta aquí. Para contarte todo esto y  presentarte a Jafari, para que lo conozcas y él te conozca; quizá pueda ayudarte más de lo que pudieras imaginar que lo hiciera un desconocido. Jafari es capaz de penetrar el alma de las cosas como nadie. Él conoce al Espíritu de la Selva, y te ayudará. Sin tú darte cuenta, te ayudará, pero lo hará desde dentro. No sabes hasta que punto has iniciado un viaje que te llevará lejos, muy lejos, nada menos que hasta el centro de tu ser, hasta el núcleo luminoso que pulsa en tu corazón, ahora envuelto en tinieblas. Pero aún no has llegado; aún no hemos llegado --rectificó--. Nos espera todavía un gran trecho, y el peligro, como una fiera emboscada, siempre está alerta, acechando."

Eric no sabía qué decir. Pero sí sabía una cosa, aquel pequeño hombre, medio pigmeo y medio bantú, no era --ya lo venía barruntando, pero ahora se le mostraba de forma palmaria-- un simple funcionario nativo de una gran compañía multinacional; cada vez tenía más la impresión de que su labor era de la de un centinela en avanzadilla, un infiltrado en el voraz mundo de afuera que amenazaba constantemente con romper los complejos y arduos equilibrios conseguidos por una naturaleza vitalista. Ahora no le cabían dudas, Hasani tenía el encargo de protegerlo a él, era su ángel de la guarda; pero también lo era, y antes que nada, de aquel reducto de naturaleza salvaje que contribuía decisivamente a la vida del planeta.

(Continuará) 

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GALERÍA

EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

ARTE AFRICANO

Yinka Adeyemi
Oshogbo Master

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Musicians, 1977
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Musicians, 2011
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Delegat's Head, 2003
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The Golden Path of Africa, 2008
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Obaluaye (The God of Small-pox), 2005
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Musicians II, 2002
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Delegates, 2002
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The Spirit of the Dead, 2005
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The Spirit of the Forest, 2002
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The Osun Grove, 2005
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Love-makers, 2006
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Gelede Festival, 2007
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Royal Advisor, 2008
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Surprise Package, 2006
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Royal Pet II
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Couple - Rahmon Ologunna, 2010
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Mother of Twins Rahmon Ologunna, 2010
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Jester Rahmon Ologunna, 2010
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Single Mother Rahmon Ologunna, 2010
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Sweet Mother Rahmon Ologunna, 2010
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