sábado, 14 de mayo de 2011

La Vida de espaldas




Si buscáis vivir dichosos
y no encontráis la manera;
si una adversa realidad
os muestra su faz más fea;
si queréis que vuestra vida,
aun de noche, resplandezca...
No lo dudéis un instante
y arrimaos a la belleza:
con ojos, boca y oídos,
con narices y con yemas;
no seáis morigerados,
y con el alma dispuesta
embriagaos de cuantas brinda,
la fortuna, cosas bellas.
¡Tenéis el poder, usarlo:
embelleced la existencia!

Y destapado el frasco de las esencias... Hablando de Belleza, de enajenación, de pérdida, de arrebato, de éxtasis insoslayable, de armonía, de proporciones, de sugerencias, de seducción... ¿Hay algo más bello que el cuerpo desnudo de una mujer? ¿Estamos seguros que Dios creó primeramente al hombre? Acostumbrado como nos tiene, de las Viejas a las Nuevas crónicas testamentarias, a servir el mejor vino a los postres, se puede colegir que así fuera; que creando, creando, le diera por recrear su imagen y semejanza en un ser proporcionado, fuerte, fálico, proyección erecta de su inconmensurable poder, vástago y tronco de su estirpe. Pero... debió de pensar... ¿Y si me supero a mí mismo? ¿Y si fuera capaz de positivar un negativo de lo que soy? ¿Y si hiciera un ser maravillosamente cavernario, una fascinante hornacina orgánica, horno y ara a un tiempo -que no sagrario-, un pináculo y un colmo del vacío que se niega a sí mismo con fértil impulso en pos de la plétora, una sublimación de la cavidad, angosta y elástica, por donde penetrar esa mi potencia generatriz? ¿Y si, ya puestos, no derivo, por duplicación de mi mismo, ese mi eterno onanismo de Ser Omniscente, en dos seres creados ambos a mi imagen y semejanza, cada Uno complementario en todo al Otro, distinto e igual aun tiempo, para, así, divertirme de lo lindo mientras multiplico vida ad libitum por los siglos de los siglos?
Y dicho y hecho: Dios, el Omnipotente, el Todopoderoso, el Absoluto, se volvió relativo, se escindió en dos para mutuo recreo y recreó su potencia inconmensurable en una secuencia infinita de cópulas, en las que los cuerpos de su dos-en-uno, a veces con la ayuda y el beneplácito de sus mentes, a veces por el mero placer de roce sensorial -mero escarceo y malabarismo de voluntades interpenetrándose-, se buscarían mutuamente para sentir la temporal unión, la mística fusión, de sus dos almas separadas en la original de la que proceden.


Hizo, pues, Dios, a la mujer como un acto de inefable generosidad consigo mismo y, por ende, con el ser llamado varón, que desde el momento mismo de su creación no pararía de buscarla para solazarse en y con ella, y para ensalzar, solazándose, el divino empeño del Supremo Creador. A partir de ese momento nada existe más caro al hombre que la contemplación, el deseo y la posesión de quien es su mitad y, siendo mitad, su todo; como si la singular mitad, a falta de su complementario, no fuera nada; relación que podría establecerse matemáticamente mediante las expresiones: 1 +1 = 1; 1 + 0 = 0.
Pitágoras y Tales, Arquímedes y Leibniz,... qué caros me sois sustentando estas mis especulaciones sobre la voluntad de Dios y su afán de juego saliendo de su ostracismo para hacerse vida. Y qué genialidad la de Dios para con solo un inicial y soberano impulso poner en marcha esta vital maquinaria, constante magma de pasmo, por la que los astros brillan, giran, se colapsan, se recrean, se inter-dimensionan, forman constelaciones que en su galopante carrera expansiva hacia los límites ilimitados de la voluntad divina levantan polvo de estrellas condensado en fantásticas nebulosas y desprenden, ígneos cascos de oro y fuego, esféricos planetas, mundos donde mora la memoria, a su materia en desbandada... Y todo ello sometido a leyes -unas constantes, otras caprichosas-, todo sublime matemática habitada por seres inconscientes y por otros, engreídos, que, dotados de rudimentaria consciencia, barruntan su existencia creyendo poder explicarla... Mas, por ello, Dios, que no tiene un pelo de tonto, para compensar el necesario -y abstruso- entramado reticular de relaciones numéricas abstractas que permite y posibilita esto que llamamos vida, dotó, así mismo, en un alarde de imaginación inagotable, al corazón del ser humano de la capacidad de gozo y disfrute de la Belleza, es decir, de las cosas y los sentimientos que provocan placer estético a los sentidos y regocijo al alma.

Joaquín sorolla

Esta sola bastaría, prueba, para demostrar la existencia de un Ser Supremo, de un ser Original Hacedor, de un Súmmum de Perfección: la creación de la mujer. Ese ser que en su debilidad porta su inmensa fortaleza, que en su grandioso poder acumula la más delicada ternura, que en su incesante paradoja colma de inciertas certidumbres; ese ser que en sí mismo lleva la justificación de lo que es, y su medida; que es atanor de filosofales gérmenes transmutando extáticas pérdidas en dinámicas ganancias.
Criatura divina, Lilith y Eva, argentina luna y noche numinosa, sombra amenazante y figura atrayente, fascinante avatar y azar de mirada displicente, sublime orografía de volúmenes turgentes y cóncavos misterios; es, la mujer, la cara oculta de Dios, la seducción materializada de su idea, su sueño más ansiado hecho realidad y origen del deseo. Hombre, hombre, hombre... cómo te envidia tu Creador, pues tú puedes tocar, mirar, sentir, gozar, imaginar, desde ese tu cuerpo de mitad apenas nada, el excelso cuerpo, todo maravilla, que como cerradura a tu llave se ajusta, mitad que te hace todo.
¿Qué podría cantar de la mujer que no fuera faltar a la verdad que representa? ¿Qué podría describir de ella, sin herir, con mi discurso escaso, acaso, lo que una mujer sienta en su más íntimo sentir? Disculpadme musas, ocasionales visitadoras, lectoras de toda laya, si mi esfuerzo no halla, en infusas virtudes apoyado, el resultado apetecido; con la mejor voluntad, yo, así, lo habré pretendido. De vuestra piedad espero reconocimiento al esmero, sino a la voluntad, con que mi prosa hilvano; sea mi deudora mano tendida humilde gesto en buena hora, consentida, y, de vuestra benevolencia, la vuestra, en correspondida actitud, a mis labios, el dorso ofrecida.

Diego Velázquez

Dicen, quizás mal dicho, que una imagen dice más que mil palabras; yo digo que si las palabras, aunque pocas, están bien dichas mil imágenes sugerirán en quien las lea, al abrirse -corolas portadoras de sentido- como una flor de pétalos mil. Es, la palabra, capullo en potencia, apenas pimpollo, que en su interior encierra el código de toda flor: sea jazmín, margarita o rosa, cardo, nardo... o zanahoria.
Por ello, en esta cumplida apología, una de tantas que a la mujer podría dedicar, como siempre es mi costumbre, intentaré sumar estímulos a los sentidos, así, a la palabra densa, de melíflua filigrana, la imagen mostrará, por si dudas cupieran, en qué me baso para sentir y decir lo que siento y digo, pero no cualquier imagen, sino la representada, la que, basada en el original, expresa la realidad virtual que habita en el corazón y el alma humana. Pinturas son, no clones de la realidad, de cuerpos de mujer que, recostados, nos dan la espalda. Así presentada, la Belleza, por su envés, nos será más comedido su impacto; pinturas realizadas con gusto, con tacto, con esa delicadeza que deposita el artista en su pincel cuando aquello que a sus ojos se muestra arrebata su voluntad creativa, y tanto, tanto, le inspira, que acaba, aun sin del todo comprender, recreando a una mujer eterna en su realidad efímera. Instante detenido, esplendor inmune, ya, a los desmanes del tiempo que pretende dar cuenta del ser, en plural femenino, de un solo ser: la mujer que se presenta, la que se muestra, la que ve el artista, la que éste siente y la que es.

Dominique Ingres

Es el dorso contrapunto, de la composición, necesaria armonía, que con el torso, la cabeza y los miembros, forman la excelsa melodía que Dios creara, con el hombre sonando a su compás en sintonía. Ritmos de curvas suaves, de deseables elípticas, de parábolas eminentes, de moldeadas hipérboles al son del sutil esqueleto. La, Mí, Sol, curvilíneo diapasón; Do, Sí, Fa, sinuosas síncopas. En clave de piel y carne, voluptuoso pentagrama, se escribe la partitura: nuca, espalda y nalgas, y brazos desmayados y piernas relajadas, y cabellera recogida o suelta en notas largas. Mujer de espaldas al mundo, mujer ensimismada, mujer que hurta el frente por regalar retaguardia. Darme espaldas de mujer porque quiero conocer su íntima morada. En la espalda no hay engaño: no hay ojos seductores, ni seductores labios; ni senos deseables, ni deseable órgano; solo piel en leves lomas, lomos en leves trazos; esfera en dos mitades abierta y hendida en su justo medio sugiriéndonos la forma que más abunda en el cielo; fuente de córnea cascada, allí donde surge el cabello, que dos pabellones enmarcan por su lado trasero; y de las piernas carnosas, los corvejones esbeltos, los talones delicados, los tobillos ligeros. En suma: la apariencia más discreta, el más apacible aspecto. Siendo ella la que es, desde atrás, lo es de modo más cierto; sin prejuicios ni aprensiones, sin sospechas ni recelos; recostada sobre el flanco o dormida sobre el pecho, distendida, abandonada, simple sujeto de ensueño ¡Qué de universo en la espalda de una mujer en el lecho!

Ricardo Falero

Sean pues palabras e imágenes, y banda sonora que acompañe, la apuesta singular de esta ocasión gozosa: Belleza, Belleza a raudales; formas esculturales y otras menos hermosas, pero todas bellas como estrellas, como estrellas, todas, luminosas.
Ofrezco aquí una completa colección de sugerencias... desde la perspectiva inhabitual del dorso de la Belleza. Del más puro realismo, si bien siempre representado, al instante hurtado al sueño -él mismo gozosa ensoñación; de la gloriosa traición al, no menos, glorioso cuerpo, a la exaltación del envés de la femenina figura; del trazo fiel a la apariencia, a la interpretación subjetiva del artista; de la constatación formal, a la emoción; de la rotundidad, a la insinuación... Espaldas de mujer: a través de las épocas, de las propuestas estilísticas, de los hallazgos creativos. Mujeres de espaldas: singulares, plurales, diversas,... y Una: la Mujer.

Belleza en estado puro; Pureza en estado bello. Mujer de espaldas: dorso de la vida, proyección de un hombre enamorado de la imagen explicitada en sus sinuosas y atrayentes formas.

Isidore Pils

Jacob Collins

Charles Wheeler

Bernardo P. Torrens

Bernardo P. Torrens

Bernardo P. Torrens

Jean Jacques Henner

Amedeo Modigliani

Egon Schiele

Pierre Auguste Renoir

Pierre Auguste Renoir

Cesare Bacchi

Jules Pascin

François Boucher

Jean François Millet

William Merritt Chase

Ocho vistas de Paul Sieffert
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Y para finalizar, la excepción: el frente tendido, en forzado escorzo, de dos mujeres (una semejando una muñeca de trapo), obra del pincel tortuoso de Egon Schiele... Contrapunto.

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